Trece

Con una sonrisa de oreja a oreja, completamente roja y con los nervios bailándome encima de la piel, le daba la mano a un alegre Simon Cowell, sin mirarme demasiado a la cara, aunque repitiendo lo bien que lo habían hecho sus chicos la primera semana, que no teníamos nada que temer al domingo. Yo asentía con la mirada clavada en él, aunque completamente sin palabras.


Me giré todavía sonriendo hacia los chicos después de que Cowell nos diera la espalda.

—Dios mío, Simon Cowell me ha dado la mano.

Sabía perfectamente que era el programa favorito de los medios de comunicación, que solía ser uno de los tópicos favoritos de las revistas y de los programas de cotilleos del país, con sus lupas bajo el foco de luz, esperando a que pasara cualquier cosa que valiera la pena poner en un titular, como lo eran, por ejemplo, las dichosas zapatillas moradas de Harry que un día juré por quemar personalmente. Aunque aquella locura mediática había comenzado semanas antes de que lo hizo el programa, el drama ya era lo que definía aquella edición que pude ver en primera persona, ya empezando a indagar con palas y picos en las vidas de los concursantes sin darnos una oportunidad para conocerlos con nuestras propias normas. Normalmente yo hacia oídos sordos de todo el cotilleo hasta bien entrada la edición, cuando comenzaba a conocer y a tener un favorito. Aunque en esos momentos, era casi imposible taparse los oídos y hacer como que no estás viendo nada. Estaba por todas partes.

Los chicos rieron en alto y Ellen me dio un golpe en el hombro para llamarme la atención.

—Pensaba que ibas a trabajar para él algún día.

Asentí.

—Y lo haré. Dios mío. Simon Cowell.

Lo recuerdo como si tuviese una bruma constante que me impedía ver con claridad, provocándome sudores, que me abrumaba hasta tal punto que veía a las personas moverse a mi alrededor en un filtro distinto, a cámara lenta. Me costaba procesar todo aquello que estaba sucediendo; las personas importantes que estaban a mi alrededor, los focos del techo resbalándome por el pelo, la agitación del momento empujándome en la espalda con sus dedos puntiagudos. La palabra normal comenzó a perder su significado poco a poco, como cuando dices una palabra muchas veces en alto y empieza a sonar extraño. Ellen hablaba de cualquier cosa con alguien, riendo. Yo no conseguía dejar de mirar hacia todos los lados, con la boca semi-abierta, con algo parecido a una sonrisa en la cara.

Harry me agarró de la mano para sacarme de mis pensamientos.

—Perdón. Habéis estado geniales.

—No se te puede sacar de casa, Jane —murmuró Ellen.

Decidí ignorarla.

—Felicidades por vuestra primera semana, de verdad. Estoy super orgullosa.

Traté de ignorar a todos los concursantes a nuestro alrededor. Por mucho que hubiese pasado un par de horas dentro de su vivienda, no me había atrevido a mirarle a los ojos a ninguno por puro nerviosismo. Aquella era la primera vez que se me brindaba el honor de estar detrás del escenario y tenía una segunda oportunidad por actuar de una manera más normal. Estaba fracasando estrepitosamente, de nuevo. Aiden Grimshaw pasó por nuestro lado y después de sonreír a Harry, tuve que hacer un gran esfuerzo por no agarrarle del brazo y pedirle una foto.

Me abaniqué con la mano cuando se marchó y deseé no estar tan colorada.

—Es guapo, ¿eh? —me dijo Louis dándome un codazo.

—Y que lo digas.

Me aclaré la garganta.

—¿Cuándo va a venir tu novia? —le pregunté a Louis, intentando pasar de una Ellen aburrida que ya se quería ir a casa.

—Mañana, creo.

Desde luego que no era la primera vez que asistía a uno de los programas, mis padres siempre me regalaban una que otra entrada por mi cumpleaños. Pero ese año era el primero que estaba en la categoría de amigos y familia junto con Ellen, y fue toda una experiencia distinta de la de simplemente acudir. El tiempo que tenías con los concursantes era mínimo, ya que sólo disponías de unos minutos después del programa antes de que tuviesen que volver al escenario para el programa de después. Era un caos. Aunque, para mí, estar ahí detrás era como cumplir todos mis sueños al mismo tiempo. La verdad era que estaba en racha. Pensaba que tal como estaba, tan sólo podían mejorar las cosas.

—Nos vamos a casa —anuncié, después de estar pululando por el lugar y conteniéndome de gritar cada vez que veía a cada persona pasar. Aunque me fui a casa con una foto con Cheryl Cole.

Le di un beso en la mejilla a Harry y nos despedimos del resto después de desearles suerte para el día siguiente.

Al otro lado de las vallas habían un par de chicas esperando a la salida de los concursantes, junto con los fotógrafos, que hablaban entre ellos pasivos ante la situación, ya que sabían perfectamente a qué hora salían los que les interesaban.

Me hace gracia ahora mirar atrás, viendo como toda esa gente era indiferente ante nuestra presencia, lo fácil que hubiese sido todo si simplemente hubiese dado un paso atrás. Todo iba demasiado bien, me lo estaba comiendo con cubiertos de plata en una silla mullidita y cómoda. No me estaba dando cuenta que me estaba atragantando poco a poco.

Ellen enrolló su brazo en el mío mientras caminábamos hacia nuestra salida del metro.

—¿Qué tal ha sido verle de nuevo?

Le miré extrañada.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno...

—Nos volvimos a ver hace unas semanas. Fui a la casa.

Ellen me miró parpadeante, esperando a que añadiese cualquier cosa para darle sentido a mi historia. Puse los ojos en blanco.

—Vi la casa y me fui, Ellen. Nada más.

Soltó un resoplido.

—Sois unos sosos, de verdad. No os arriesgáis nada.

—Ellen, la casa está llena de cámaras las veinticuatro horas. Literalmente. No sería arriesgarse, sería un suicidio.

Verle después de esas dos semanas con la imagen de mi espalda curvada y su pelo acariciándome la espalda, rodeados de tanta gente y con los focos apuntándonos con los dedos, fue tan irreal que tenía el muslo rojo de todas las veces que me había pellizcado para sacarme de todas las ensoñaciones que mi mente atrapaba en sí misma, como un castigo cruel muy duro al que acostumbrarse, cada vez más frecuente.

No me dio demasiado tiempo a analizar todo aquello que estaba sintiendo. La vida estaba dando golpes en la puerta con bastante impaciencia, y nos miraba con el ceño fruncido. Después de un largo paseo por la realidad, me di cuenta de que conforme las semanas pasaban, cada vez más deprisa, la gente se multiplicaba a las puertas del estudio como hormigas después de descubrir una nueva fuente de alimentación, cada vez más en el punto de mira de la gente. Cámaras ocultas en todos los rincones, con miradas puntiagudas y discretas entre la gente, apuntando con dedos acusadores, asegurándose de captar cada una de las espinillas y miradas envenenadas en sus cámaras de mentira para luego empapelar las revistas y las redes sociales, hablando de conspiraciones y tomando su propia realidad entre sus manos, meciéndola con suavidad entre sus brazos. Ellen llegaba a mi casa con un montón cada vez más grande de revistas en las que aparecían esos ojos que no me dejaban dormir, hablando de todo lo que prefería ignorar. Las letras se reían de mi inocencia con la mano en el estómago, teniendo el tiempo de sus vidas, yo como su diana de risas. Rumores acerca de otras chicas en la vida del culpable de mis pesadillas, más de una, con historias distintas que contar. Y yo tenía que volver a pensar en su lengua enrollándose en la mía para que todos aquellos rumores que me hacían agujeros en la piel se callaran, como pulsar el botón de mute; en silencio, sí, pero con las imágenes todavía bailando a mi alrededor.

La verdad era que nunca habíamos hablado de las cosas realmente importantes, aunque tampoco estaba del todo segura de que quería tener una conversación seria de algo así de arbitrario cuando él estaba cumpliendo su sueño. Aunque siempre había sido una chica celosa, y por mucho que intentaba con todas mis fuerzas dejarlo a un lado, siempre estaba ahí en el fondo de mi cabeza, entreteniéndose con cualquier cosa que encontrara y esperando a que pudiese salir a jugar.

Cuando llegó la noche del 30 de octubre estaba especialmente nerviosa. Louis ya me había confirmado que Simon les había dado permiso para salir después del programa, aunque no hasta demasiado tarde. Ellen estaba sentada en el sofá con el móvil entre las manos y Jess sentada a su lado mordiéndose las uñas. Tuve que simpatizar con ella al verse tan nerviosa como estaba yo, aunque yo estaba dando vueltas por el lugar, sin poder sentar el culo en ningún sitio sin que me temblaran las piernas.

—Jane, me estás poniendo de los nervios —dijo Ellen casi con los dientes apretados, sin apartar la vista de su teléfono.

Gruñí.

Harry me saludó con un abrazo, y todo mi trabajo de meditación y preparación para sentir sus manos de nuevo en mi cuerpo se fue al traste al rozarme la cadera con los dedos. Con sus ojos sobre mi cuello, viajando por mis labios, encontrándose una mirada sobre mis ojos desafiante y abierta a su propia interpretación, mientras rezaba con todos mis pelos de punta que no se diera cuenta de lo mucho que me temblaban las piernas. Aunque fui la primera en apartar la mirada de la suya, por pura precaución, y contenta por tener la situación entre mis dedos, intentando escurrirse con la cola resbaladiza.

Después de saludar a todos, una chica rubia y más o menos de mi estatura que reía con algo que le había dicho Louis, se acercó a mí.

—Soy Hannah —me tendió la mano.

Le sonreí y dejé que me besara la mejilla.

—Por fin te conozco, estaba empezando a pensar que no eras real —respondí, después de presentarme.

—Lo mismo digo —dijo riendo.

Tuvimos que esperar unos minutos antes de salir, y con la gente todavía a nuestro alrededor, decidí que quería divertirme un poco más. Parecía que cada uno de los concursante era libre de salir esa noche, por lo que en el sofá en el que estaba sentado Liam, se habían sentado también Harry y Aiden, uno de los concursantes más guapos que ha pisado el plató del maldito concurso, a hablar con ellos. Con dos pasos ágiles, me acerqué y me senté encima del regazo del moreno, que me miró extrañado, aunque tardó menos de un segundo en poner su mano en mi espalda.

Alargué la mano y más nerviosa de lo que traté de mostrar, me presenté ante el chico rubio que me miraba con una sonrisa.

—Soy Jane.

—Encantado —me dijo riendo, apretándome la mano.

—Seguro que lo has oído un montón de veces, pero me ha encantado tu actuación de hoy, de verdad. No sé de quién ha sido la idea de maquillar a los chicos así, pero le voy a estar agradecida toda la vida.

Los dos chicos se rieron e hice todo lo que pude por ignorar la mano de Harry encima de mi regazo, jugando con las pulseras colgando de mis muñecas, con intención de tentarme y de ponerme nerviosa. Ese chico sabía perfectamente qué botón pulsar y cuándo hacerlo, y no dudaba en hacerlo cada vez que le apetecía ponerme en un aprieto. Aunque, lo único que hice al respecto, fue cruzarme de piernas en su regazo.

—Gracias.

—¿Tú también vienes esta noche? —pregunté.

El chico casi no tuvo tiempo de responder, cuando la gran puerta a nuestra espalda se abrió y un chico con una carpeta gritó su nombre. Se levantó y al aceptar la chaqueta que le tendían, nos murmuró un hasta luego y se marchó por la puerta para subirse a su coche.

—Voy a tener que sujetar a Ellen con correa —comenté al ver marchar al chico, con la espalda más ancha que el marco de mi puerta.

Harry se rió debajo de mí sin soltar el borde de mi vestido, asegurándose que sus nudillos rozaran mis muslos. Ellen se sentó a nuestro lado y me puso una mano en la rodilla alarmada.

—¿Ha hablado de mí?

Me reí a carcajadas.

—No te conoce, Ellen.

—Mierda —apoyó su espalda contra el respaldo del sofá y sonrió a Harry, mirando por el rabillo del ojo cómo Jess y Zayn hablaban en un rincón de la habitación, ambos con grandes sonrisas en sus caras.

—Esta noche follan —comentó con los brazos cruzados.

—No creo —comentó Harry, que se había inclinado para mirar la pareja.

—Yo tampoco —añadí—. ¿Zayn no está con la chica de Belle Amie?

Reconozco que el nombre del grupo de chicas que compartían categoría con ellos lo he tenido que buscar en Google porque se me había olvidado por completo.

Miré a Harry, que me miraba con una ceja alzada.

—Wow —espetó con simpleza.

—Leo las revistas, ¿sabes? —dije riendo.

—No, no es eso...

El chico quedó interrumpido cuando el grupo de cuatro chicas ya mencionado entró en la sala riendo y montando escándalo, con los abrigos ya puestos. Pasaron de largo por delante nuestra, yendo directas hasta la puerta, y yo hice todo lo posible por no ponerme a gritar ahí mismo, porque ahora se me ha olvidado su nombre, pero a mí nadie me ganaba a fangirl a los dieciséis. La mirada de la chica rubia, de la cual no recuerdo el nombre ni de coña, voló por encima nuestra, y pude jurar que levantó un poco la nariz al verme. Aquello me recordó a los rumores acerca de los filtreos constantes de mi buen amigo Harry con, según la dichosa revista, cada una de las chicas que convivían con él en esa casa. Yo me creía cada palabra y me dolían como piedras calientes cayendo del cielo, pero era mejor eso que soñar con algo idílico que no iba a pasar nunca. Esa mirada de la chica rubia sólo confirmaron los hechos.

—¿Por qué te ha mirado así? —comentó Ellen, que no tenía ni un sólo pelo en la lengua.

Me aclaré la garganta y me levanté casi de un brinco, sujetando mi abrigo como excusa para mi cobardía repentina. Me sobresalté ligeramente al sentir de nuevo su mano en mi cintura y su pelo acariciándome la mejilla.

—Estás muy guapa —casi susurró, haciendo que un escalofrío me bajara por la médula a la velocidad de la luz.

Me puse colorada en seguida, y eso fue suficiente para olvidar lo que acababa de suceder.

Antes de que las puertas se abriesen, Hannah me dedicó una sonrisa cómplice, y casi pude verla guiñarme un ojo.

Había visto la gente de la calle cuando habíamos entrado. No las había visto de frente, chillando en nuestros oídos, con sus puños cerrados sobre las pancartas, frente a frente. Los dos chicos de seguridad se gritaban entre ellos por encima del barullo que se había formado al salir a la calle. Pude escuchar la risa de Ellen en el fondo.

—Ahora tenemos que pasar por ahí e intentar salir vivos —comentó Louis con una sonrisa cómplice dirigida a sus compañeros de banda, los cuales se la devolvieron con humor.

Yo intenté reírme con ellos, mientras me recordaba una y otra vez a mí misma que sólo era una broma, que estaba siendo gracioso como era él.

De camino hasta la valla, los gritos eran cada vez más altos y los flashes de las cámaras me obligaban a bajar la mirada hacia el suelo. Alguien me sujetó la mano, y al alzar la mirada casi sobresaltada, Harry me dio un pequeño apretón intentando tranquilizarme. Yo me aferré a él como a un salvavidas. Una vez dentro de la marea de gente sólo empeoró. Las chicas intentaban colarse entre los pocos seguratas que había entre la entrada y los coches, alargando los brazos y gritando en nuestras caras, mientras los flashes de las cámaras y los teléfonos me aturdían hasta el punto de llegar a marearme. Pude escuchar cómo las chicas gritaban los nombres de mis amigos como un espectro. Nunca me ha pasado nada más extraño que aquello. Hasta también escuché el nombre de Hannah unas cuantas veces. Liam, Zayn y Jess subieron al primer coche y el momento en que Louis subió al nuestro ya tenía el corazón a punto de salírseme de la boca. Había recibido vídeos de parte de los chicos con la locura documentada, audios y fotografías que me hacían sonreír hasta las orejas, pero jamás me había imaginado una locura parecida, en la que no me podía escuchar a mí misma por encima de los chillos y de las cámaras captando mi expresión de horror, la sangre bajando por mis oídos en unos golpes constantes, intentando no clavarle las uñas a Harry, que aguantaba mi agarre mejor de lo que pensé. Todavía dentro del coche me palpitaban las venas, y tuve que acostumbrarme al oasis de silencio que me brindaba el interior del vehículo comparado con la tormenta de fuera, por mucho que todavía estaba escuchando los gritos y los golpes amortiguados por la chapa del coche. Me pasé la mano por el pelo con nerviosismo, aunque haciendo todo lo posible porque no se me notara que estaba aterrorizada. No fui capaz de soltar su mano.

—¿Qué coño era eso? —prácticamente gritó Ellen cuando pude sentir el coche en marcha.

Hannah se rió mientras Niall todavía miraba por la ventana como si estuviese nostálgico.

—Pensaba que me moría, lo prometo —continuó mi mejor amiga, y sólo tenía que imaginarme a Jess en el otro coche, que era una introvertida de manual, al ver a Ellen tan alterada.

—Las quiero un montón —murmuró Niall.

Vi que Louis también sujetaba la mano de Hannah y la acariciaba con el meñique para tranquilizarla. Inconscientemente y sintiéndome tremendamente violenta, solté la mano de Harry casi de golpe, aunque traté de camuflarlo poniéndome bien el pelo una vez más.

Hannah resopló.

—Eso es porque ellas también te quieren.

Louis puso los ojos en blanco.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ellen mordisqueándose el pulgar.

—Bueno, yo también las quiero, pero no puedo decir que sea mutuo —dijo riéndose, como si no fuera nada.

Traté de nuevo de hacer oídos sordos, mirar por la ventana, intentando mostrarme fuera de la conversación, sintiendo la mirada de Ellen en mi hombro. Tiré de mi vestido con nerviosismo y di gracias a la poca luz que había en el vehículo, ya que no estaba dispuesta a que vieran lo pálida que me había puesto. Tenía que hacer algo para que no se me notaran los dedos temblar.

—¿Sólo por salir con Lou? —continuaba preguntando mi amiga, clavando las dagas en mi pecho poco a poco.

—Es mentira. Está siendo una exagerada.

Pude sentir la mirada de Harry por el rabillo del ojo, probablemente preguntándose por qué yo no tenía preguntas alrededor del asunto. Estaba tan confusa y abrumada en esos momentos que no sabía cómo opinar ante aquello. ¿Se convertiría aquello en algo regular? ¿Era así como sería la nueva vida del chico a mi lado, quien me miraba preocupado? En qué me convertiría yo, ante todo eso. Cómo terminaría yo. ¿Me afectaría? Probablemente no fuera difícil hacer oídos sordos y continuar con nuestras vidas, ¿no? No quería admitir lo extremadamente asustada que estaba. Me habíana abofeteado en la cara y luego me habían echado la culpa por no tomar precauciones antes. No era una novedad. Tendría que habérmelo visto venir.

Harry me puso una mano en la rodilla y tuve que cerrar los ojos cuando me di cuenta. Los titulares, la letra pequeña y los flashes se esparcían por mis párpados, dándome un concierto peculiar de palabras que saltaban sobre mis venas con violencia, dejándome sin respiración. No era la única. No era serio. ¿Me importaba? No había alternativa. De nuevo sus dientes sobre mi piel me dejaron paralizada, mi estómago dio un brinco al recordar sus dedos recorrerme la espalda. ¿Valdría la pena?

—Jane. No quería asustarte.

Tuve que alzar la mirada para encontrarme a una Hannah que me miraba a los ojos. Sacudí la cabeza.

—¿A mí por qué? —tuve que forzarme una risa para destensar mi cuerpo de una vez por todas, obligándome a dejar de pensarlo todo.

La solución: me dejaría llevar.

Como la última vez. La última vez, que acabé aplastada contra una roca. Pero me dejaría llevar. Sólo por tener el control una vez más bajándome por los muslos y la piel en punta, con un gemido constante colgando de mis labios. Por sentirle apretar mi mano y tranquilizarme. Por dedicarme sus palabras, por escucharle pronunciar mi nombre, de todas las maneras posibles, por escuchar su voz susurrarme en el oído.

Hannah se encogió de hombros.

—Tu cierra twitter e ignóralas. Es lo que hago yo.

Harry miraba a Hannah serio, como si fuera la culpable de que mi rodilla temblase tantísimo. Sabía, inconscientemente, que tenía que dar un paso atrás con rapidez y sin dejar marcas en el suelo, sabía que lo mejor sería alejarme de la situación si no quería llevar un parche en la ropa durante toda mi adolescencia. Y a pesar de todo aquello, sentirle acariciar mis dedos despreocupadamente, sólo tenía ganas de caerme, y con fuerza. Una vez mas, no hice ni puñetero caso.

Ellen dio una palmada mientras reía. Yo me aclaré la garganta y traté de centrarme en el presente.

—¿A dónde vamos?

—El conductor sabe dónde.

Ellen tecleaba con rapidez en su teléfono.

—Van a haber varios periodistas a la entrada, así que ya sabéis; directos hacia dentro sin responder nada —Harry apuntaba con el dedo directamente a Niall, que pretendió no haberle visto y apartaba la mirada hacia la ventana.

—¿Más flashes? Me van a volver loca —dijo Hannah.

Fui la última en salir del coche, y la locura era considerablemente más tranquila que hacía unos minutos; los periodistas dejaban paso suficiente para entrar al local, arrinconados en las vayas que nos separaban de ellos. Pude ver los flashes dispararse sin control todavía en el coche, y dispuesta a centrarme en la alfombra roja que se extendía hasta la entrada, de nuevo la mano de Harry bajó del cielo. Alcé la mirada y le sonreí mientras le agarraba la mano y le dejaba ayudarme a salir del coche. De nuevo, los flashes se reflejaban entre ellos, y las preguntas comenzaron a chocarse las unas con las otras, aunque yo no fui capaz de entender media palabra. El paseo hasta la entrada se me hizo eterno, todavía atada a la mano de Harry, con los ojos clavados en mis zapatos, esforzándome con todo mi ser en mantener una mirada neutral y que mi nerviosismo no se viera reflejado en mi cara.

Una vez dentro del local, un señor de dos veces mi tamaño se ofreció a retirar mi abrigo, y muy sorprendida, se lo tendí con la boca seca. Harry me miraba de reojo divertido, y al pasar por su lado para reunirnos con el resto, le pegué en el pecho con el puño.

Jess se acercó a mí con una cara de pánico mucho peor que la mía y me sujetó de las manos.

—¿Has visto eso? —me preguntó por encima de la música.

Una vez dentro del local me sentí de nuevo completamente a salvo. Sumergida en la oscuridad y rodeada por la música, ya lo veía como una anécdota que cada vez me hacía más gracia, y asentí con una sonrisa mientras Ellen tiraba de mi brazo para llevarme a la barra a por unas bebidas.

Todavía no sé si aquella sonrisa que esbocé fue para demostrar al resto que todo eso no me iba a afectar, o simplemente como un mecanismo de autodefensa para destensarme. Pero el truco funcionó para que mi mente dejase de dar vueltas.

—¡Qué divertido! —decía Ellen con una sonrisa en los labios, después de pedir.

Yo, por mucho que mi mente estaba mucho más tranquila, necesitaba un trago de alcohol y pronto. Le respondí con tan sólo una sonrisa. Saqué la cartera para pagar, pero la camarera me negó con la mano y una sonrisa.

—Es una fiesta privada. No me debes nada.

Ellen me miró con los ojos más abiertos todavía, y de nuevo con una sonrisa más grande que su cara. Después de brindar, yo bebí el trago más grande de mi vida, y al notar el escozor bajarme por la garganta, me sentí bien de nuevo.

Cambió todo en seguida, el miedo que había sentido hacía tan sólo unos minutos se estaba reemplazando con mucha rapidez por excitación y euforia. Mi cuerpo me estaba dando una taza de realidad. Esto era realmente bueno para ellos, eso que estaba sucediendo era exactamente lo que se suponía que tenía que suceder si querían ser alguien en el mundo de la música. Sus vidas estaban cambiando delante de mis ojos y con sus brazos enrollados en los míos; me sentí extremadamente orgullosa de ellos. Y encima había barra libre enterita para nosotras, los fotógrafos y las fans locas se desvanecieron de mi mente después de la segunda copa.

—¿Barra libre? Me jodería ser vosotros —dijo Ellen con la pajita en la boca.

Me encogí de hombros.

—Más para nosotras.

El primer vaso me lo terminé en cuestión de media hora o menos, y por mucho que fueran míseros vasos de tubo con poquísimo alcohol, cualquiera me hubiese visto hacía unos momentos, cuando me temblaban las piernas con los dedos enredados en mi pelo. Prácticamente Ellen y yo bailamos solas en la pista, cuando yo ya estaba con el tercer vaso en la mano, Jess había desaparecido en el baño, Louis y Hannah tampoco estaban por ningún lado visible, y el resto de los chicos estaban sentados en algún reservado apartado.

—Jane. Ayúdame a entrarle a Aiden.

Dejé el vaso vacío encima de la barra y me reí.

—¿Cómo quieres que te ayude yo con eso?

Señaló con el dedo detrás mía, y girándome un poco demasiado deprisa, pude ver que los sofás en los que estaban sentados los chicos estaban poco iluminados, y que estaban acompañados por algunos de sus compañeros, el chico en el que estaba interesada Ellen con ellos. Puse los ojos en blanco con una sonrisa, aunque ya me estaba aburriendo bastante de bailar sola. Sujeté a mi amiga del brazo y nos acercamos a ellos. Jess en realidad no estaba en el baño como yo pensaba, sino sentada con ellos, teniendo una conversación bastante entretenida con Liam.

Realmente no entendía muy bien por qué Ellen me había pedido ayuda si era la persona que más ligaba que conocía, si excluía a Harry. Pero divertida por la situación, solté la mano de mi mejor amiga y me senté en el sofá donde estaban él y Aiden, interrumpiendo el contacto visual que ambos compartían, dándole a Ellen una excusa para que pudiera hablar con él ahora que se había quedado sin conversación.

—Hola, guapo —le dije a mi chico de rizos, apoyando el codo en el respaldo del sofá, mirándole con una ceja alzada y cruzándome de piernas.

—Hola, guapa —me respondió—, ¿qué tal te está yendo la noche?

Dejé que comenzara a acariciarme la rodilla mientras jugaba con el borde de su camisa.

—Aburrida. Oye, ¿dónde esta Cher?

Se encogió de hombros.

—No lo sé. Se habrá quedado en casa.

Fruncí los labios.

—Vaya. Quería verla. Me cae bien.

El chico se rió.

—Jane, no la conoces.

Me encogí de hombros.

—¿Qué tiene que ver? Me cae bien. Si a ti te gusta, a mí también.

Frunció el ceño y yo eché de menos un vaso para darle un trago.

—¿Qué quieres decir?

Era muy duro estar borracha y hablar con alguien que no lo estaba.

—Bueno. Te gusta. O no sé. Tu le gustas. Es muy confuso —dije riéndome—. Yo culpo a los periodistas, ¿sabes? Es como que lo dicen todo, pero a la vez no dicen nada.

El chico se rió.

—Es una chica muy amable, sí. Pero no es eso.

No me estaba dando cuenta que el chico se estaba acercando a mí cada vez más hasta que nuestras rodillas se rozaban y sentía su respiración en mi cuello. Mi piel nuevamente estaba en guardia, revolucionando mis nervios cada vez que me tocaba por accidente.

De pronto Jess apareció a mi lado con un vaso de tubo en sus manos, ofreciéndomelo con una sonrisa.

—Joder, Jess, te amo con todo mi corazón, gracias.

Puse una pierna en el regazo de Harry, sólo para sentirlo un poco más cerca, y en menos de un segundo ya me estaba acariciando el muslo.

—Ya me jodería no poder beber —repetí las palabras de Ellen con una sonrisa burlona en la cara—. Vas a tener que cuidarme esta noche —dije, sin separar los ojos de los suyos mientras bebía un trago.

Alzó una ceja y aceptó mi reto con una sonrisa ladeada, agujereándome con la mirada.

—Yo siempre tengo que cuidar de ti.

Me reí ofendida y le pegué en el hombro.

—Eso no es justo.

Se encogió de hombros.

—Es la verdad.

Sentí que si aquella batalla de miradas iba a durar mucho tiempo más, la que iba a perder el control era yo, ya que podía notar la tensión crecer cada vez más de intensidad en mis pantalones. Crecí una sonrisa en la cara y le sujeté de la mano.

—Vamos a bailar.

Cuando me levanté del sofá, vi que Ellen ya había movido sus fichas con los brazos enrollados en el cuello del chico rubio.

—Qué rapidez —murmuré.

—No sé por qué te sorprendes —me dijo—. Son los dos iguales, iba a pasar tarde o temprano.

Puse los brazos en jarras mientras le miraba con las cejas alzadas.

—Oh, lo siento, Señor Famoso, por no conocer a otro de tus amigos Famosos, ya que no me lo quisiste presentar cuando te lo pedí.

Se rió mientras se encogía de hombros y ponía sus manos en mi cintura para atraerme hacia él.

—No quería tener competencia.

Le pegué en el hombro de nuevo.

—¡Venga ya! Literalmente, eres la persona más ligona que conozco, y Ellen es mi mejor amiga. Y yo no te digo nada.

—Te acabas de poner celosa por Cher... —murmuró.

—Ugh, cállate y sácame a bailar de una vez.

Parece una conversación seria, o por lo menos eso es lo que debería haber sido. En cambio, yo estaba borracha y estábamos hablando por encima de la música, los dos haciendo bromas entre nosotros con la lujuria entrelazada en nuestras miradas. Esa fue la primera conversación que tuvimos entre lo dos acerca de nuestra "relación", por inverosímil que suene. Y no tuvimos otra hasta mucho tiempo después. Spoiler: no tan divertida como esta.

Bailamos durante lo que parecieron horas, hasta que el chico tuvo suficiente de mis miradas lascivas y se acercó a mí poniendo sus manos en mis caderas. Yo estaba preparada para que me besara de nuevo como él hacía, aunque en vez de eso, apretó con mucha sutileza su cuerpo contra el mío mientras me susurraba en el oído.

—¿Quieres hacer una locura? —automáticamente se me rizaron los pelos de la nuca.

Lo siguiente que sé es que estábamos bajando unas escaleras, y la música cada vez se escuchaba más en el fondo, con el corazón rebotando entre mis costillas.

—Espérame aquí dos minutos. Vuelvo en seguida. No te muevas.

Harry desapareció de nuevo con rapidez por una puerta, y yo me quedé con los brazos cruzados en el pasillo en donde se encontraban lo que parecían ser los baños del personal. Hacía bastante frío ahí abajo, aunque no era por eso por lo que me temblaban las piernas. El chico apareció de nuevo con una sonrisa en los labios y sin decirme nada, me volvió a sujetar la mano y me arrastró por el pasillo hasta una puerta alumbrada con luz blanca. Al otro lado pude sentir el aire gélido colarse por mi pelo, y cuando las luces se encendieron, vi que nos encontrábamos en un pequeño garaje lleno de coches negros.

Antes de que pudiera decir una palabra, Harry deslizó una mano por mi mentón y me besó. Cerré los ojos y sonreí aliviada de lo muchísimo que había tardado en dejarle con las ganas. Tantas, que me puso contra una de las paredes sin separarse ni un minuto de mi boca, pero con la oportunidad de apretar su cuerpo contra el mío con fuerza mientras me acariciaba el pelo, los brazos, las piernas...

Justo cuando estaba a punto de empezar a sentir la sangre hervir en mis venas, se separó de mí y me miró travieso.

—¿Qué? —pregunté impaciente.

Sacó unas llaves de su bolsillo y me volvió a sujetar la mano.

—¿Has robado las llaves del coche? —dije abriendo mucho los ojos.

—No he robado nada. Me las han dejado.

Me mordí el labio y cerré mi mano en la suya.

—¿Estás loco?

Me sonrió. La excitación me recorría el vientre dándose golpes continuos contra las paredes de mi cuerpo, subiendo y bajándome por las piernas, haciendo que el vello de mi nuca se pusiera de punta y que me mordiera el labio. Hacer cosas ilegales estaba en mi curriculum, pero nunca había estado tan emocionada por hacer algo así, ahora que sabía que de verdad iba a disfrutar.

—¿Y si nos pillan? —dije mientras me escurría sobre los sillones de cuero.

Harry cerró la puerta detrás suya, y yo puse las piernas en su regazo, rogándole que me acariciase una vez más.

Me sonrió con ternura y apartó un mechón de pelo de mi cara.

—Te voy a decir una cosa. Estás como un puto cencerro, pero al mismo tiempo eres la chica más calculadora que conozco. En serio, eres rarísima.

Al ver que no decía nada, el chico me miró los labios antes de besarme de nuevo, deslizando la mano por el costado de mi pierna cada vez más dentro de mi vestido, al salir de casa demasiado corto, ahora demasiado largo. La adrenalina empujaba la sangre dentro de mis venas con fuerza, mi piel ardía en los lugares donde se posaban sus manos y el aire frío que hacía unos segundos nos rodeaba, se vio reemplazado rápidamente por alientos agitados. Casi podía ver los escalofríos recorrer mi piel de lo intensos que eran cada vez que me rozaba con los dedos. Sus caricias que bajaban por mi espalda después de sentarme en su regazo eran cada vez más intensas, y sentir sus dedos casi arañándome la cadera, comenzó la revolución entre mis terminaciones nerviosas.

—No, en serio. ¿Qué pasa si nos pillan? —dije con el aliento irregular y mi frente contra la suya.

Intentó no reírse poniendo los ojos en blanco.

—Nos subimos los pantalones y pedimos perdón. Ahora, cállate de una vez.

Solté una carcajada y volví a besarle, disfrutando del tacto de su pelo entre mis dedos una vez más. Sí, definitivamente las cosas que estaban fuera de las normas siempre me habían atraído algo más que un colchón aburrido, pero aquello fue la cosa más divertida que había hecho en años. No necesitaba especial ayuda para quitarme la ropa interior si se trataba de Harry, aunque esa vez, ni siquiera tuve que usar las manos.

parte ii: Doce

No recuerdo el momento concreto en el que comencé a sentir miedo. Sé que ese momento existió, que pasé muchísimo miedo en un momento muy determinado, de un segundo a otro, donde se me paralizó el tiempo y en el que sentí terror verdadero, bajando lentamente por mi garganta como una gota fría de sudor por mi frente. Repentino y desagradable, como una ráfaga de aire helado en una bonita tarde de verano.

Sí recuerdo el comienzo. Cómo aquella locura insaciable empezó para mí, persiguiéndome por los callejones, con sus luces apuntándome la espalda y riéndose en mi cara. Corriera a donde corriera, ahí estaban. Suerte, eran sólo pesadillas al principio. Aunque toda espada se puede afilar, y tuve que hacer grandes esfuerzos para no acabar con el estómago rajado, con la sangre escurriéndose por mis dedos.

Realmente las últimas semanas habían sido un real caos, yo que estaba tan acostumbrada a la tranquilidad del este de Londres, con sus calles vacías y miradas vagas. De un día a otro, mi mundo dio un giro tan repentino, que el simple cantar de los pájaros ya no me transmitía la sensación de que estaba a punto de vivir otro día de rutina, con los horarios puestos en rojo sobre mi calendario.

Para empezar, Ellen no pudo contenerse de comentar las ojeras de mi rostro al verme en el instituto el primer día de clase, después de no haber dormido prácticamente nada en el maldito piso del hermano de Yina. En el cual habían puesto mis noches patas arriba una vez más, aunque se podría decir que en un sentido mucho más literal del que me hubiese imaginado. Los pasos eran más ligeros al andar. Te lo prometo, nunca andaré encima de las nubes, pero eso es lo más parecido que sentí al levantarme de aquella cama por primera vez después de que el chico de rizos hiciera que la sangre de entre mis piernas hirviera de mil colores. Como andar por encima de algodón en gravedad cero. Ese día después, caminando hacia la estación de trenes para recoger a Louis, casi rozando con los dedos la mano de Harry caminando a mi lado, supe que de ahí en adelante iba a tener experiencias reales, que no se cansaría en enseñarme todo lo que era capaz de hacer conmigo. Aunque con la mirada ajena, disimulando lo mejor que podía, pero rozando sus dedos con los míos al caminar, sin querer ser sutil. Sólo con una mirada clandestina en dirección a la suya, clavada en frente y concentrado al andar conseguía volver a revolucionarme, lo casual que se había portado conmigo esa mañana, aunque aprovechando cualquier excusa para volver a tocarme. Pude ver cómo de sus pestañas colgaban esas imágenes que me ponían la piel de gallina, en cómo me había hecho gritar con su lengua juguetona, en cómo le había hecho gritar con la mía.

—¿Cuántas veces te lo has tirado? —esas fueron las primeras palabras que Ellen me dirigió ese uno de septiembre.

Sólo le respondí con una carcajada. Ya que la verdad era que, en tan sólo una noche, había perdido la cuenta.

De lo que sí me di cuenta fue de cómo levantó la nariz Ethan. Casi inconscientemente. Fue como un cubo de agua fría calándome en seguida.

Se me partió un poquito el corazón. Realmente hasta que le vi reaccionar de esa manera, aunque ni él se hubiese dado cuenta de sus propios actos, no me había parado a analizar tan a fondo sus sentimientos. Siempre supuse que sería un crush, algo pasajero que se pasaría tarde o temprano. Que no dejaría de ser mi mejor amigo, como él había repetido más de una vez, con esperanza en los ojos de que nada cambiaría entre nosotros.

Desgraciadamente, tuve que sentarme con él después de sujetarle de la mano con un apretón amistoso, un par de tardes después, en un banco del parque al lado de su casa.

Él me dirigió una mirada torcida, con una ceja desencajada. Se humedeció los labios.

—Ethan —le dije.

Suspiró.

—Jane —y se rió.

Tuve que sonreír un poco. Esa conversación me aterrorizaba. No sabía cómo empezarla, cómo iba a acabar, y en dónde nos dejaría a cada uno. Me mordí la comisura de los labios.

—Creo que... creo que tenemos que hablar —comencé, sin mirarle a los ojos.

—¿De qué quieres hablar? —respondió, aunque pude notar perfectamente cómo subió una pierna al banco en el que estábamos sentados, incómodo.

Una pequeña ráfaga de aire frío del otoño que se acercaba se coló entre mi pelo. Me coloqué el mechón rebelde detrás de la oreja después de mirarle durante unos pocos segundos para volver a bajar la mirada al suelo. En un principio quise alzar las cejas y evidenciar mis palabras al asunto. Pero me retuve, y decidí suspirar en su lugar.

—Mira, yo... —hice una pausa—. Últimamente he estado notando un par de cosas en cómo te comportas conmigo que no había notado antes de... bueno. Antes de la fiesta.

Le miré. Él había dejado de mirarme, se abrazaba la rodilla y se mordía el labio pasivamente. Se pasó una mano por el pelo.

—Ya —contestó simplemente.

—¿Es más serio de lo que me has contado? —dije con un hilo de voz, casi sin atreverme a decirlo en voz alta.

—Jane —me avisó con su tono de voz, algo quebrada aunque determinante en no dejarme entrar más en donde estaba dirigida la conversación—. Te he dicho que no quiero que esto afecte a cómo te veo y en cómo me ves. Quiero que sigas siendo mi amiga.

—Ethan, sólo es una pregunta. Quiero que me respondas.

Se quedó un segundo callado y volvió a revolverse en el asiento. Se quitó la gorra un momento y se la volvió a poner, como un tic que no podía controlar cuando estaba nervioso.

—Sí. Es más serio de lo que te conté.

Dejé escapar un pequeño gruñido. Él continuó para intentar arreglarlo.

—Te lo digo en serio. Estoy haciendo lo que puedo.

Me pasé una mano por la cara.

—No sé... No sé qué hacer para poner las cosas más fáciles. No quiero perderte —dije.

Realmente era una posición de lo más incómoda. ¿Cómo hacer que tu mejor amigo, que tan repentinamente se había enamorado de mí, dejase de estarlo sin apartarlo de mi vida? Y para empezar, ¿cómo se superaba a una persona tan de pronto? ¿Quién de los dos se supone que debía dar el paso y decidir cómo arreglar esa situación? Lo más importante; ¿cuál era ese maldito paso que debíamos dar, para que ninguno de los dos saliese herido de aquello?

De pronto, tuve muchas ganas de llorar.

—No te lo debería haber dicho.

Cerré los ojos. Realmente no podría haber dicho nada que no partiese mi corazón más de lo que estaba.

—No digas eso —respondí, haciendo mis esfuerzos por no romper a llorar de un momento a otro.

Aunque tuve que morderme el labio con fuerza.

Ninguno de los dos lo quería decir, aunque la respuesta estaba delante de nuestros ojos. La única escapatoria que había a aquello, lo único que salvaría nuestra relación de amistad.

Al final, Ethan suspiró y bajó la rodilla al suelo, para mirar al frente. Sus ojos vacilaron.

—Me han concedido la beca para irme a Finlandia.

Le miré. Se me había hecho demasiado tarde. Pude notar una lágrima caerme por la mejilla cuando dijo eso. Suspiré y como acto reflejo, me lancé a su lado y traté de ahogar la garganta en su cuello cuando ya no pude contener el llanto.

—¿Te vas a puto Finlandia? —dije contra su jersey.

Le escuché reírse un poco, aunque se apartó un milímetro para sujetarme de la barbilla y obligarme a mirarle.

—Ni se te ocurra llorar. Como llores te mato.

Me sorbí la nariz. Él atrapó una lágrima con el pulgar.

—No la iba a aceptar. Pero el lunes hablé con los de la admisión. Estaban insistiendo mucho, así que dadas las circunstancias, decidí irme.

Me pasé una manga por los ojos.

—¿Cuándo te vas? —pregunté, una vez me hube calmado un poco, aunque sabía que esta noche iba a necesitar una toalla encima de la almohada.

—El quince —bajé los hombros, y él me apretó un poco más hacia su cuerpo para consolarme—. No te preocupes, S. En Navidades ya he vuelto. Ni te enterarás de que me he ido.

Le di un codazo en las costillas y lo insulté. Él se rió. Y pude ver cómo se aguantaba las ganas por besarme la cabeza.

Así que sí, eso fue dramático. El día que se marchó fue incluso peor, te lo aseguro. Al cabrón se le ocurrió marcharse un maldito miércoles, bastante tarde en la tarde, cuando yo tendría que estar centrándome en mis clases, a pesar de haber empezado tan sólo dos semanas atrás. Iba a ser el año más importante de mi vida.

Encima esa semana me había bajado la regla, por lo que estaba extra sensible con cualquier cosa que me afectara. Si ya de normal era una llorona, no te puedes ni imaginar lo que podía llegar a llorar cuando estaba con la regla. Cuando llegué a casa con tan sólo un pañuelo limpio en mi bolsillo, dispuesta a lanzarme a la cama y seguir llorando hasta quedarme dormida, pude sentir mi teléfono vibrar en mi bolsillo. Me sorbí los mocos esperando que fuera un mensaje de Ethan, listo para hacerme la vida más miserable de lo que ya lo era. Parpadeé un par de veces para aclararme la vista.

21:02 Harry✨: Jane

Inconscientemente sonreí un poco. Me soné los mocos esperando a que siguiera con lo que tuviese que decirme, pero no me mandó nada nuevo. Puse los ojos en blanco sin borrar mi pequeña sonrisa de la cara.

Yo: Harry

Harry✨: Hola


Yo: hola 😂


Harry✨: Cómo estás?


Yo: bueno

Yo: no muy bien, la verdad

Yo: estoy teniendo una tarde de mierda


Harry✨: En serio?

Harry✨: Vaya

Harry✨: Quieres hablar?

Yo: no te preocupes

Yo: es un poco largo de explicar

Yo: se me pasará


Harry✨: Como quieras

Rodé por la cama y traté de que se me pasara un poco el disgusto pensando en otras cosas que pudiesen distraerme la mente. Bajé a la cocina a por algo que pudiese alimentarme un poco. Ethan era uno de los pilares más fundamentales de mi vida y seguía sin ver claro cómo podía enfrentarme a ese curso infernal que tenía por delante sin él.

No había nadie en la cocina tan tarde en la tarde. Mi hermana se pasaba los días encerrada en su habitación y a mi madre le gustaba ir los miércoles sola al cine cuando mi padre trabajaba hasta tarde, por lo que pude cenar tranquila con los mocos cayéndome por la cara en silencio. Intenté ponerme algo en la tele pensando en que así igual me entraría algo de sueño, aunque pude ver que estaba sólo perdiendo el tiempo y que era absurdo pensar que podría superarlo en tan sólo una tarde. Con un suspiro, volvía subir a mi habitación y me di una ducha rápida.

Cuando volví a entrar en mi habitación, pude ver mi teléfono alumbrar mi habitación antes de que pudiese encender la luz. Me volví a tumbar en la cama con la toalla todavía puesta alrededor mía y sujeté mi teléfono.

21:48Harry✨: Hey

21:48Harry✨: No sé si está permitido

21:48Harry✨: Pero

21:48Harry✨: Quieres pasarte un rato?

21:49 Harry✨: Estamos tirados en el sofá sin hacer nada, así te animas un poco

21:52Harry✨: Sólo si quieres

La razón por la que estaba tardando tanto en responderle era porque estaba concentrada en leer todos sus mensajes y asegurarme de que no estaba leyendo mal. Estaba dispuesto a dejarme entrar en la casa de mi programa favorito del mundo, por mucho que eso significaría romper las reglas, darme la dirección super secreta de donde vivirían durante las siguientes semanas. Sólo para hacerme sentir mejor. Otra vez, casi me pongo a llorar de la emoción. Aunque a eso sí le hecho la culpa a mis hormonas alteradas.

Yo: madre mía

Yo: en serio?

Yo: no me lo digas dos veces que ahí estoy, eh?

Le respondí, suponiendo que todo aquello me lo estaba diciendo para hacerme sonreír, soltando faroles para animarme. En ningún momento pensé que estaría hablando en serio. La sonrisa se me borró instantáneamente cuando vi que, en el siguiente mensaje, estaba la dirección de su alojamiento. Me puse una mano en la frente.

Harry✨: Coge un taxi y que te deje una calle más abajo

Harry✨: Voy a buscarte


Yo: no hablarás en serio

Yo: Styles

Yo: no hablas en serio


Harry✨: Te prometo que no estoy bromeando

Harry✨: Ven

¿Que qué hice? Ponerme los putos zapatos e ir.

Su forma de sonreírme al verme llegar, cómo sujetaba mi cadera pasivamente al abrazarme, acariciando suavemente la piel que accidentalmente estaba al descubierto en mi espalda a causa del movimiento, cómo pellizcó mi mejilla como modo de saludo al soltarme, con una pequeña sonrisa, hizo que me pusiera colorada y tuviera que ponerme un mechón de pelo detrás de la oreja. Agradecí que estuviese oscuro, ya que así podía caminar a su lado sin tener que preocuparme por ocultar mis emociones del momento. Ojear hacia él, que me miraba de vez en cuando mientras hablaba, con entusiasmo en la voz. No me podía ni imaginar qué es lo que estaría sintiendo él; la clase de proyectos que tendría en mente en esos momentos, en qué estaría pensando. Probablemente, con algo tan grande construyéndose enfrente suya, en mí no. Aunque por alguna razón no me importaba demasiado, o simplemente tampoco quería darle demasiada importancia; estaba demasiado centrada en su voz calmada dirigiéndose hacia mí, despacio. Como si no hubiese descubierto el frenesí con él, como si no hubiese sentido su aliento agitado sobre mi piel.

A medida que nos acercábamos a la casa, prácticamente en mitad de la nada, se detuvo unos segundos delante de la puerta y me miró.

—No estoy seguro de que puedas estar aquí. Si algún adulto te pregunta, di que eres del grupo Belle Amie, ¿de acuerdo?

Esbocé una mueca inconscientemente, por lo que tuvo que reír levemente.

—No me había dado cuenta de que me voy a tragar varios spoilers —murmuré más para mí misma que para nadie.

Abrió la puerta rápidamente y me sujetó de la mano para guiarme por la casa.

La primera persona que se me cruzó por la casa estaba descalza y llevaba el ombligo al aire. Aunque era difícil fijarse en aquellos detalles, teniendo en cuenta que tenía la mayor mata de pelo rubio que había visto nunca, como si no se hubiese pasado un peine por él jamás en su vida. Me cayó bien al instante.

—Oh, perdona —dijo con un precioso acento inglés—. Soy Katie.

Tuve que sonreírle, aunque no dije nada.

Dios mío, no me podía creer que estaba en la casa de los futuros concursantes de mi puto programa favorito. Y los estaba conociendo a todos. Mi yo de catorce años saltaba de un rincón a otro en mi subconsciente como una loca.

Pude ver cómo Harry me miraba de reojo, atento a mis reacciones y cómo estaba haciendo todo lo posible por no ponerme a chillar. Desde luego, divertido ante mis caras, y a cómo miraba hacia todos los lados, tratando de quedarme con todos los detalles de la casa que tanto tiempo había estado imaginándome.

Estaba en la misma casa en la que había vivido Olly Murs, estaba atacada de los nervios.

Me llevó a lo que supuse que era el salón, donde sólo se encontraban Louis y Liam, tirados en el sofá viendo cualquier cosa en la tele.

Louis se levantó de un brinco al verme, sorprendido.

—¿Jane? ¿Al final has venido?

—Te dije que vendría —añadió Harry, a mi lado.

Yo me senté en el respaldo del sofá individual en el que estaba sentado.

—¿Me estás vacilando? Claro que iba a venir. Siempre he querido ver la casa por dentro.

—¿Quieres que te la enseñe? —preguntó Harry, que estaba empezando a jugar con mi pelo, que ya caía algo más largo en mis hombros.

Giré la cabeza y le miré con una sonrisa. Me levanté de un brinco.

—Por favor.

Louis y Liam soltaron una carcajada. Harry, probablemente acostumbrado ya a mis formas de reaccionar, sólo esbozó una sonrisa tierna y me volvió a coger de la mano para guiarme.

Pensar en esa tarde tan sólo hacía que mis mejillas se encendieran sin remedio, calentando mi cuerpo varios grados hasta conseguir hacerme sudar, tirada en la cama con las ensoñaciones por las nubes.

—¿Qué tal estás? —me había preguntado, con voz suave, subidos en su litera en la pequeña habitación que los cinco compartían.

Yo me encogí de hombros, sentada con las piernas cruzadas en frente suya, que me miraba curioso, sin borrar esa sonrisa tan juguetona que tenía. Me estaba costando a horrores no leer su cuerpo, girado hacia mí de forma natural. Tuve que apartar la mirada un par de veces. Pensaba que las cosas se calmarían una vez me acostaría con él. Pensaba antes de acostarme con él.

Qué equivocada estaba. Si algo había hecho, era empeorarlo. Él lo sabía.

La noche que me acosté con él. Sólo quería más, más y más.

Aunque lo divertido era que ya no tenía que ser sutil en las miradas que le dirigía, ni él tenía que disimular las suyas hacia mí. Pudimos ser libres en hablarnos con miradas, entendiendo perfectamente nuestro lenguaje corporal mutuamente, por mucho que la línea conversacional iba hacia otro lado, cuando en nuestros gestos se podía leer con facilidad lo fácil que sería poner fuego a las sábanas una vez más, rápido y sin que nadie nos descubriese. Tan sólo probar un poquito más de lo que tanto nos había gustado, preparándonos para la próxima vez que podríamos consumirnos a caricias sin presiones. Porque ambos sabíamos que iba a haber una próxima vez. Y tanto que iba a haber una próxima vez, casi podía verle calcular en su mirada la siguiente vez que tendría un hueco libre. Él lo quería tanto como yo.

Sus labios húmedos decían:

—Me alegra que hayas venido.

Aunque sus ojos, recorriendo mi cuerpo sin disimulo, susurraban:

"Qué ganas tengo de volver a reventarte".

Yo, con una sonrisa torcida, decía:

—Te has cortado el pelo.

Pero mi mirada llena de chispas que necesitaban gasolina, gritaba en su dirección:

"No sabes lo qué tengo preparado para ti".

Y él bajaba la mirada varios segundos para recomponerse, bajarse la camiseta como acto reflejo, mirarme a los ojos y humedecerse los labios de nuevo. Para soltar una pequeña risita.

Tanta era la tensión en la que se encontraba mi cuerpo, que ya no sabía en qué centrarme de todo lo que estaba sucediendo, aunque disfrutando cada segundo como si fuera el último, sin conseguir saciarme nunca. Ambos hacíamos lo que podíamos por no tocarnos demasiado, sabiendo que lo que ambos estábamos imaginando y casi pidiendo con nuestros gestos, no podíamos hacer por mucho que lo quisiéramos. Sentía la lujuria trepar por mi espalda y aferrarse a mis nervios aunque estuviesen en llamas, tan fuerte que dolía.

Tuve que marcharme con la cola entre las piernas y una bola de fuego que me ardía sin compasión, quemándome las piernas todavía con la piel intacta, amenazando con quemaduras reales si se atrevía a tocarme una vez más, haciéndome desearlo cada vez con el doble de intensidad.

Cómo me había revolucionado las hormonas ese chico.

Incluso ahí tirada en la cama podía sentir el cosquilleo en mi vientre, sin siquiera tenerle cerca, tan sólo pensando en él y en sus dedos largos.

¿Sabes cuántas veces fantaseaba con Dan tirada en la cama después de acostarme con él?

Eso. Cero. Nada.

Es más, lo evitaba a toda costa. Era como un pensamiento sucio que mi mente esquivaba, y que cada vez que se colaba sin querer en mis imágenes, mi cuerpo subía un escalofrío que me incomodaba hasta tal punto de ponerme a hacer otras cosas para no pensar en ello.

El escalofrío que subía por mi espalda cada vez que pensaba en Harry, tan sólo me hacía querer pensar en él más. En sus labios contra mi piel. Mis uñas en su espalda. Sus dientes en mi cuello. Mi respiración en su oído, su piel de gallina. Su firme agarre contra el cabecero de la cama. Cómo me miraba a los ojos mientras se deshacía en mí.

Tuve que agitar la cabeza.

Tal vez sí tenía que dejar de pensar en ello llegada a un punto.

Ellen llegó esa tarde a mi casa con su mejor cara de enfadada señalándome con juicio en los ojos. Acostumbrada a aquellos comportamientos de Ellen, la dejé pasar a mi habitación con un suspiro y poniendo los ojos en blanco, preparándome para lo que viniera. No me fijé que llevaba una revista en la mano hasta que se sentó en mi cama, después de quitarse las botas y descolgarse el bolso del hombro. Me miró a los ojos y yo alcé una ceja en su dirección.

—¿Qué pasa? —dije con cansancio en la voz, subiéndome a la cama y colocándome en frente suya.

Era la semana en la que el programa daría comienzo con su primer episodio. El día siguiente, Ellen y yo habíamos quedado para ir juntas de público a los estudios en el centro de Londres. Yo estaba muy emocionada, pero a juzgar por la cara de Ellen, sentada en mi cama con los brazos cruzados después de tenderme tan extrañamente esa revista, parecía que no compartía esa emoción conmigo.

Suspiré.

—Ellen. Qué coño pasa.

—El programa no ha hecho ni empezar, y a tu novio ya están emparejándole. Bueno, a él y a todos.

Alcé una ceja.

—No es mi novio —dije, bajando la mirada hacia mis manos.

Abrí el librito por donde Ellen había puesto un marcador para que pudiese leer.

—Lo que sea, Jane.

Leí el artículo minúsculo en el rincón de una página. Probablemente si no te pusieses a buscarlo, no lo encontrarías. No tenía ni cinco líneas, que prácticamente especulaba el hecho de que Harry podría estar involucrado con una tal Cher Lloyd, y que se avecinaba una edición muy jugosa.

Dejé la revista de nuevo en la cama y miré a mi mejor amiga. Solté una carcajada estridente, a lo que Ellen alzó una ceja y puso los ojos en blanco. Yo continué riéndome.

—¿Qué es lo que quieres decirme con esto, Ellen?

—Pues eso. Que tengas cuidado. Las dos conocemos a Harry.

Ahí fue cuando puse los ojos en blanco yo.

—Vamos. Conozco la plataforma, probablemente sea sólo una forma de llamar la atención al programa —excusé.

Ellen seguía con las cejas alzadas. Me crucé de brazos y le devolví el gesto.

—¿Por qué estás tan preocupada, de todas formas?

—Bueno. ¿Y qué pasaría si están juntos o lo que sea?

Me encogí de hombros.

—Ya me lo contará cuando quiera. Si quiere, no sé.

La verdad era que nunca me había planteado que podría estar interesado en otras chicas una vez hubiese entrado en la casa, lo que le catapultaría a la industria colgando por encima de nuestras cabezas, a las altas esferas aristocráticas, donde gente de todo tipo se movía con agilidad con sonrisas falsas en la cara. Realmente no me había planteado nada de aquello; me lo estaba pasando tan bien que no me importaba demasiado que no nos habíamos parado a hablar de lo que estaba pasando entre nosotros, pero tampoco tenía prisa en hacerlo. Disfrutaba del hecho de que nos llamásemos amigos, pero al mismo tiempo comernos con la mirada. Era horriblemente divertido. Tal vez era por ello que el pequeño artículo sólo me hacía risa, porque no estaba en posición de ponerme a analizar cosas.

Todo estaba resultando demasiado bonito como para arruinarlo. No sabía que estaba justo en el borde, mis pies casi podían pisar la línea roja pintada en el suelo, aquella que lanzaría todas esas dudas tan desagradables a mi cabeza. Sin pudor, apuntando a hacerme daño. Literalmente, de un día para otro.

Todavía no sé si culpar a aquella esquina diminuta de la revista de que comenzara a pensar en aquello, en quién era Cher Lloyd y si estaba empezando a sentir celos. Curiosamente, esa noche me dormí imaginándome a gente inexistente, en sus dedos en el pelo de otras chicas, besando otros labios. ¿Y qué si podía imaginármelo perfectamente? No era tan grave. Prácticamente lo había conocido besando a otra chica.

Por eso no le di la importancia que debería haberle dado desde el principio. Las cosas podrían haber resultado distintas de lo que fueron; probablemente. Aunque, no tiene sentido romperse la cabeza ahora. Nunca lo sabré. Siempre pienso que las cosas pasan por algo. Igual estaban pasando para que alguien pudiese decirme que era una estúpida y hacerle caso de una vez por todas. La cosa estaba en que no estaba haciendo caso a nadie. De nuevo. Porque era fanática de cometer los mismos errores que siempre había cometido.

Once

No tenía ni idea qué era aquello a lo que me atenía, qué era aquello que me deparaba el futuro. No sabía lo muchísimo que mi vida me iba a cambiar en esos meses en adelante. Por alguna razón se me olvidaba por completo que en menos de un mes, el chico que me gustaba iba a salir en televisión, en una de las plataformas más importantes del país, delante de más de quince millones de personas, todos los fines de semana. Cuando me lo dijo por teléfono, me puse tan contenta que no se me ocurrió ligarlo a lo que vendría más allá. Ni a cómo me afectaría a mi vida. Ni siquiera se me pasó por la cabeza, nunca. Cómo me hubiese gustado volver al pasado, y decirme a mí misma que me sujetase fuerte. Mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente.

No estaba del todo segura qué fecha exacta entrarían los chicos a la casa, y cuándo tendría la oportunidad de volver a verle. Sabía perfectamente que tenía que dejar de ser una cobarde y agarrar la situación por los cuernos si no quería volver a ahogarme, por lo que, sentada en el sofá después de ver la audición de Niall en el salón de mi casa, decidí sujetar mi teléfono y mandarle un maldito mensaje.


Yo: cuando entráis en la casa?


Pregunté, sin pelos en la lengua, y yendo directa al grano.

Acababa de disfrutar de mi última semana de vacaciones, ya que el miércoles comenzaba un nuevo curso de clase, para mí muy importante. Esos dos años que tenía por delante podrían ser definitivos para mi futuro, si quería dedicarme a lo que me gustaba, por lo que tendría que estudiar muy duro y si tenía un poco de suerte adelantarme un curso para entrar antes a la universidad.

Harry✨: El 1 de septiembre
Harry✨: Es opcional de todas formas, te dan un mes entero para que te acomodes y tal
Harry✨: Por?

Yo: nada, me gustaría verte antes de eso

Harry✨: …
Harry✨: Maldita sea Jane
Harry✨: Te quería dar una sorpresa


Yo: de verdad pensabas que no te lo iba a preguntar?
Yo: jajajaja que tonto


Harry✨: Bueno sí
Harry✨: El caso
Harry✨: Voy a ir el lunes a Londres ya


Yo: este lunes??
Yo: o sea pasado mañana?


Intenté que no se me notara mucho el entusiasmo, pero no me salió muy bien, la verdad.


Harry✨: Sí, pasado mañana
Harry✨: Ni siquiera tengo hecha la maleta…

Yo: quieres que quedemos?

Sin darme cuenta estaba mordiéndome la uña del pulgar, más nerviosa de lo que esperaba. Realmente odiaba sentirme tan vulnerable una vez hube aceptado mis sentimientos, ya que sentía que antes no me ponía tan nerviosa por una simple conversación por teléfono. O tal vez sí, pero lo ignoraba al no darme cuenta qué es lo que estaba sintiendo o pasando en mi interior.


Harry✨: Siii claro!
Harry✨: Tampoco sé qué clase de libertades nos darán una vez estemos ahí, aunque me imagino que no muchas.


Me puse super contenta, para qué mentir. Estaba temblando como un maldito flan, pero con una sonrisa de tonta en los labios que no se sentía para nada incómoda.

Yo: guay

Menos mal que había aprendido a ser sutil.

Harry✨: Podemos quedar ese mismo lunes, si quieres

Así que ese lunes, me duché y cogí el primer tren de la tarde que llevaba hasta el barrio donde pasaría esos dos días Harry, en el mismo piso donde comencé a tener serias dudas acerca de todo aquello que estaba sucediendo. Iba con el maldito corazón en la mano, y con cada paso que me acercaba, más nerviosa estaba. No sabía qué clase de reacción tendría al verle por primera vez después de aceptar que lo que sentía era demasiado serio como para ignorarlo. Por suerte, mi corazón latía más deprisa cuando llamé al timbre que cuando el chico me abrió la puerta.

Después de dejarme pasar y darme un cálido abrazo, me dio un repaso con la mirada en el vestíbulo del pequeño piso.

—Estás super morena.

Dejé salir una pequeña risa mientras me quitaba mi chaqueta vaquera y la colgaba en el perchero.

—Gracias —dije.

Me senté en el sofá y el chico se dirigió a la cocina antes de volver y sentarse a mi lado. Sujetaba dos cervezas en las manos.

Alcé una ceja.

—¿En serio? —dije, agarrando la botella sin apartar la mirada de sus ojos, medio riéndome.

Él me siguió la risa.

—Bueno, te conozco.

—Imbécil —dije, aunque no dejé de abrir el botellín—. Aunque sí que es mi cerveza favorita…

Me sonrió y trató de avisarme con la mirada.

—Cuéntame, por qué estás tan morena. ¿Ha hecho sol en Londres, o qué?

Me volví a reír.

—Qué va, acabo de volver de España. Pensé que te lo había dicho.

—¿Ah, sí?

Asentí con la cabeza.

—La verdad es que hace un montón que no hablamos.

—Ya —respondí, dando un trago al botellín de cerveza.

Con tanto que estaba sucediendo en mis emociones, sí era cierto que había estado evitando hablar demasiado con él, por miedo a que me descubriera, o algo así. No quería enfrentarme a él.

Mi corazón iba a mil por hora, aunque lo estaba manejando muy bien, tengo que decir. No estaba sucediendo nada del otro mundo, mi cuerpo se estaba comportando como de normal hacía cuando estábamos tan cerca, pero me dio la oportunidad de analizar todo lo que sucedía cuando nuestras rodillas se rozaban con un ojo más crítico.

Me di cuenta, después de por lo menos una hora hablando de cómo veía él su futuro, de que hacía demasiado tiempo que no estábamos completamente solos los dos, sin que nadie compartiera una conversación con nosotros. Los temas de conversación se deslizaban tan fluidamente que no nos dábamos cuenta de que el tiempo estaba pasando tan rápido, y yo no me di cuenta de lo cómoda que estaba hablando con él a solas, teniendo en mi mano el hecho de manejar por mí misma hacia dónde se podía dirigir la conversación. Por primera vez no me asustaba el hecho de que se me pusieran los pelos de punta, cuando me sujetó la mano y comenzó a acariciar mis dedos como por acto reflejo, como había hecho tantas otras veces, sin apartar la mirada de mis ojos, manteniendo la conversación a flote, con ojos brillantes y divertido, riéndose con mis comentarios y yo con los suyos.

Sólo veía a dos amigos hablando con comodidad, como siempre había hecho con todos, aunque con mi corazón brincando en el pecho. Lo único que me daba miedo era el hecho de que para él sí que fueran sólo dos amigos teniendo una conversación sobre el futuro, y el pasado. Pero no dejé que ese pensamiento se quedara en mi mente durante mucho tiempo, ya que no quería que el humor decayera sólo porque mi humor no estaba a favor de seguir pasándoselo bien por una idea de mierda, y porque, a juzgar por cómo jugaba con mi piel, probablemente no fuera así.

—¿Te puedo decir una cosa? —dijo de la nada.

—Oh, dios —dije riéndome—. Qué miedo.

Él también se rió.

—No, no. No te asustes.

Bajé la mirada sonriendo, todavía con mi mano en su regazo, dejando que siguiera acariciándome con un dedo.

—Sí, dime, anda.

—Es que pienso en las veces que hemos estado juntos, y en lo mucho que te ha cambiado la sonrisa.

Tuve que morderme el labio como aviso silencioso a mis emociones para que se relajaran, ya que mi corazón no daba abasto.

Él continuó totalmente ajeno a lo mucho que me temblaba la mano.

—Cuando te conocí no me sonreíste ni una sola vez. Y comparo tu sonrisa de ahora, con la de antes, y… Ahora te veo feliz.

Naturalmente, no pude evitar sonreír, todavía mordiéndome el labio. Hasta me reí un poco de lo nerviosa que me había puesto.

—Deja de ligar conmigo —dije alzando mi mirada hasta sus ojos, sin desaparecer mi sonrisa ni un momento.

Él se rio apartando la mirada, aunque sin mostrar ningún signo de nerviosismo.

—No quiero —respondió con una sonrisa.

Le sujeté la mirada durante unos segundos sin evitar sonreír.

No me atrevía a decir nada, y como siempre, él siguió con sus juegos que tanto me gustaban.

—La única vez que vi una sonrisa distinta por primera vez, fue cuando salimos con Ellen, y estabas borracha.

Me reí y puse los ojos en blanco viendo que no se iba a detener. Aunque, ya no tan en secreto, deseaba que siguiera hasta que no pudiese resistirme.

—Bueno, si estoy borracha estoy feliz, la verdad.

—Me gustas cuando estás borracha.

Solté otra carcajada. Me daba demasiado miedo volver a mirarle a los ojos, aunque tuve que hacerlo de nuevo, dirigiéndole una mirada indignada. Negué con la mirada, aunque le seguí el juego, alzando una ceja desafiante.

—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

Hacía tiempo que había terminado la cerveza, pero me hubiese gustado tener más para volver a dar un trago, ya que sentía la boca muy seca.

—Porque sólo me besas cuando lo estás.

Traté que no se me notara demasiado, pero me ruboricé hasta las orejas, intentando no separar los ojos de los suyos, que me hablaban completamente en serio. Cómo me hubiese gustado tener su confianza y tranquilidad a la hora de decir ese tipo de cosas, que se me notara como a él que tenía la situación bajo control, manteniéndome la mirada como hacía, como si hubiese dicho cualquier cosa normal y no hubiese desatado el caos una vez más en mis venas. Como si estuviese acostumbrado a ello y orgulloso de tener tanto poder sobre mí. Sólo me sonreía ligeramente, todavía acariciándome, sin parecer consciente de todo aquello.

Como un mecanismo de autodefensa, me reí, y dije lo siguiente:

—Eso no es verdad.

Espero que te estés riendo. La mentira más gorda que he dicho nunca. Ni siquiera sé por qué lo dije.

Alzó una ceja y yo bajé la mirada en seguida, sonriendo. Traté de arreglar lo que había hecho.

—Bueno, vale. Igual sí que es verdad.

Se rió y bajé la mirada a mi mano, que enredaba con los hilos sueltos de mis vaqueros con mucho nerviosismo.

—Está bien, no me importa.

Me miraba sonriente cuando volví la mirada de nuevo, apoyado en su codo, jugando con el anillo que llevaba puesto.

—¿Por qué has dicho eso? Qué vergüenza…

Soltó otra carcajada.

—Qué va, Jane.

—Seguro que estás disfrutándolo un montón ahora…

—Bueno, sí, la verdad.

Le di un puñetazo en el hombro y me crucé de piernas encima del sofá, mirándole directamente de frente, después de colocarme el pelo detrás de las orejas, usándolo como excusa para que dejara de distraerme con sus caricias y así dejar de exponerme a que me viera la piel de gallina que estaba provocando.

Tenía que encararme y dejar de huir tanto.

—Mira. No es personal.

Ugh había vuelto a mentir. No se me daba nada bien eso, qué decir. Continué:

—Mentira. Sí es personal. Pero sí me gusta besar a gente cuando estoy borracha.

Me miraba todavía apoyado en el codo, con una sonrisa juguetona en los labios, disfrutando de la posición en la que me había puesto y viendo cómo intentaba salir de esa. Y yo cada vez estaba más y más nerviosa.

—Jane, no me tienes que dar explicaciones.

—Es el único momento en el que no tengo miedo —espeté alzando la mirada.

No me podía creer lo que estaba diciendo y lo que estaba a punto de decir. Jamás hubiese pensado que iba a tomar medidas drásticas tan pronto, y honestamente mi plan era esperar a ver a dónde me llevaban las cosas, aunque supuse que mi mente había cambiado de opinión y había decidido hacerlo a su manera.

—¿Miedo? —me preguntó el chico, también el bajando la mirada hacia mis manos, en las que no pude esconder mi nerviosismo mientras jugaban entre ellas sobre mi regazo.

Me encogí de hombros, sin atrever a mirarle.

—Ya cometí ese error antes. Un error como de dos años. Besarte sin estar borracha es demasiado arriesgado.

Estaba super tensa y nerviosa, ya que intentaba con muchas fuerzas no compartir demasiada información y aún así intentar que lo entendiera. Hasta estaba tartamudeando un poco. Pero él me miraba son suavidad en la mirada, intentando tranquilizarme con su calidez, rozándome la rodilla con sus piernas, casi pude ver cómo se aguantaba las ganas de volver a tocarme aunque sea un poco. Me escuchaba con atención y parecía tener cuidado al intentar hablar para no interrumpirme.

—Siempre me han dicho que las cosas que dan miedo y excitan al mismo tiempo son las que más te arrepientes si no las haces —dijo, sonriendo y con tono jocoso.

Me crucé de brazos y le miré sonriendo. Se rió e intenté que no me contagiara su risa, ya que realmente sabía cómo destensarme y hacerme reír.

Se acercó un poco más a mí y puso el brazo en el respaldo del sofá de detrás mía.

—Vale. De qué tienes miedo.

—No te lo quiero decir.

Era una tontería, en realidad. Aquello que me daba miedo ya estaba sucediendo. Estaba segura de que no sólo me gustaba cómo me besaba, sino también cómo me acariciaba, cómo me miraba, cómo pronunciaba mi nombre, cómo sonreía y cómo me hacía sonreír a mí. Cómo me hacía sentir. La forma en la que me miraba, y cómo desataba a mis hormonas, que se revolucionaban de forma desastrosa e incontrolable. Me gustaba él. Ya estaba sucediendo. Lo que me daba miedo ya estaba sucediendo. Lo que me preocupaba en ese momento era simplemente mi reacción y no saber controlarlo. Me daba miedo confirmarlo por completo y no poder echarme atrás. Confirmar que, efectivamente, ya no había nada más que hacer.

—Harry, es que yo en mi cabeza te pienso como alguien que besa muy bien. No quiero besarte cuando no estoy borracha y darme cuenta de que no eres tan bueno —dije, sonriéndole al verle a tan sólo unos centímetros de mi cara, expectante ante mi respuesta.

El chico soltó tal carcajada que tuvo que echar la cabeza hacia atrás, y esta vez me permití unirme a él.

—Qué imbécil eres.

Me encogí de hombros y de nuevo eché de menos algo que beber.

Sabía que estaba atrasando algo que inminentemente iba a pasar tarde o temprano, pero estaba disfrutando demasiado, saliendo victoriosa de una situación que estaba destinada a perder.

Intenté no sobresaltarme cuando sentí su dedo enredarse en un mechón de mi pelo manteniendo sus distancias para no espantarme, aunque para ser sincera no sabría decir cómo hubiese hecho para retirarme de aquello que estaba disfrutando tanto. Me di cuenta de que las cosas eran mucho más fácil de controlar cuando estaba sobria que al revés, ya que posiblemente si hubiese estado borracha las cosas ya se me habrían ido de las manos. Estaba contenta de por fin poder disfrutar nuestras situaciones juntos con una cabeza despejada y sin tener miedo a decir mal las palabras o a no acordarme al día siguiente. Era agradable a estar con él a solas, por muy nerviosa y alerta que estuviera. Traté de relajarme y de simplemente disfrutar de la situación, que me llevara a donde tuviera que llevarme. Al dejar de presionarme a mí misma de estar en control de todo, fue la primera vez que dejé de tener miedo a la incertidumbre, y ya no me asustaba que las riendas las llevara otra persona. Ya me daba lo mismo equivocarme al sentir de nuevo su piel contra la mía acariciándome, como si no fuera nada, atento a la conversación. Con cada minuto que pasaba, estaba más loca por él.

Me dijo:

—Te equivocas.

Después de dedicarme una sonrisa dirigida a mis labios, me sujetó de nuevo de la mano con ternura, para más tarde acercarse a mí y besarme delicadamente. No pude evitar sonreír al notar de nuevo su mano deslizarse en mi cintura y pellizcarme juguetón la cintura con los dedos, sin apartar sus labios de los míos. Abracé su cuello, acercándome más a él, enrollando mis piernas en su cintura. Con ternura me acariciaba el mentón y el pelo, disfrutando de cada minuto de mi cercanía. Los escalofríos no dejaban de recorrerme el cuerpo, de uno en uno, mientras su boca se enredaba con la mía, con fiereza aunque delicadamente, como si ambos hubiésemos esperado demasiado tiempo para por fin sentir nuestros cuerpos sin miedo a que nadie nos interrumpiese de nuevo. Ninguno de los dos teníamos ninguna prisa, y yo disfrutaba de cada segundo que él me rozaba con su piel, me acariciaba las mejillas, me sujetaba de los muslos para sentirme más cerca suya, sin que le temblasen las manos.

Mi cuerpo no daba abasto, aunque conforme el tiempo pasaba poco a poco y sin prisa, mis emociones se relajaron y me dejaron disfrutar del momento, dejando que mi nerviosismo e inquietud se apartaran y me dejaran a mí sola. Aquella experiencia era completamente distinta para mí. Nunca me había sucedido aquello, que con tan sólo rozarme el cuello con los dedos, aunque fuera de casualidad, hacía que mi cuerpo me temblara así. Se separó de mí un minuto. Yo le miré a los ojos intentando no sonreír demasiado. Le brillaban de una forma que no había visto en él todavía, ni en él ni en nadie. Nadie me había mirado así; como si no se estuviese creyendo que me estaba tocando de verdad.

En ese pequeño momento de mirarnos en silencio a los ojos me di cuenta de que, maldita sea, estaba más que confirmado. Hasta temí que las cosas estuviesen peores de lo que yo pensaba.

—Es verdad. Me equivocaba —dije intentando que no me faltara el aliento al hablar.

Se rió mientras seguía jugando con mis manos. Ese chico estaba más obsesionado con las manos de lo que estaba yo, aunque me gustaba mucho cómo lo hacía, para qué mentir.

—Te lo he dicho.

Ojalá hubiese sido aquello lo que de verdad me daba miedo.

—¿Quieres algo para beber? —me preguntó con la voz más grave que de normal.

Sí que fue mucho peor, ya que era la primera vez que con tan sólo escuchar su voz se me paralizaba el sistema y mi piel se curvara una vez más. Incontrolablemente.

—Sí, por favor.

Cuando se dirigió a la cocina tuve que morderme la uña. Estaba extremadamente nerviosa en ese momento, ya que mis ganas de que continuar eran mayores ahora mismo que mi razonamiento. Nunca había sido buena en parar las cosas cuando ya casi estaba abanicándome del calor que tenía. Mi razón y moral desde luego no me hubiesen dejado ni de coña seguir, aunque sinceramente, en esos momentos me estaban dando bastante igual.

Harry volvió con otros dos botellines nuevos ya abiertos y me tendió uno. Se sentó peligrosamente cerca mía, aunque no me importó en absoluto.

—Te ofrecería agua pero está empaquetada abajo.

—No te preocupes —dije bebiendo en seguida un largo trago.

El chico me miraba con la ceja alzada.

—Lo siento.

—Estoy intentando no ofenderme, eh, que lo sepas.

Le dirigí una mirada con desdén.

—En serio, ¿después de lo que acaba de pasar? ¿Me vas a decir que te estoy ofendiendo?

Se rió. La única razón por la que estaba bebiendo tan deprisa era para intentar tranquilizarme y posar mis labios en otra cosa que no fuera su cara. Y porque estaba muy nerviosa.

Volvió a enredar un dedo en mi pelo y por un escaso segundo deseé que dejara de hacer eso.

—¿Qué pasa?

Me giré para mirarle a la cara de nuevo, y esta vez me sentí más cómoda en su mirada que en sus labios, ya que me vi demasiado tentada.

—¿A qué te refieres?

—Te ha cambiado la mirada.

Me reí con suavidad.

—En realidad, Harry, me daba miedo que me gustase más de lo que debería —solté, como una bomba de relojería—. Y me ha gustado más de lo que debería.

Se quedó callado por unos segundos tampoco mirándome, analizando mis palabras.

—Tengo un remedio para eso —me dijo, volviendo a mirarme, de nuevo con ese brillo en los ojos.

Sonreí expectante, y cuando lo vi acercarse a mí de nuevo con las mismas intenciones, fui yo la que lo besó a él primero, poniendo mi mano en su pecho, sentándome encima de él esa vez y tomando el mando. Sus manos me acariciaban con suavidad la espalda, haciendo de nuevo que la piel bajo sus dedos se curvara y estremeciera con brutalidad. Sabía que me estaba pasando de la raya de nuevo, sabía que tarde o temprano aquello tenía que parar si no quería arrepentirme de esto en el futuro, aunque en mi cabeza todo eso me daba igual, e ignoraba el hecho de que podría haber algo de lo que me podría arrepentir, ya que lo que sentía en ese momento no era posible que en algún momento no lo hubiese querido sentir nunca. Todo sentaba bien, me sentía feliz sintiendo su cuerpo bajo mía y con su mano en mi cadera cariñoso, sin sentirme intimidada al notar su erección contra mi muslo. Sonreí en su boca al darme cuenta, y no me sentí en ningún momento incómoda ante alguno de sus movimientos. Su sutilidad revolucionaba mi piel, cómo me transmitía con sus movimientos que no le importaba en absoluto que le hacía excitarse de esa manera, ni que yo notara que lo hacía. Me besó el cuello, y como si hubiese echado de menos mis labios en esos escasos segundos separados, me atrajo hacia él de nuevo mordiéndose los labios. En mi cabeza ya no cabía la idea de terminar aquello, mis ganas de quedarme enganchada a él me era demasiada tentación, ya que estaba horriblemente cómoda. Me sentía segura con él. Era horriblemente divertido, y al mismo tiempo me hacía sudar y temblar al sentir su cariño en mi piel, acariciándome como si lo hubiese estado deseando durante tiempo, como si le hiciera falta, aunque con suavidad, disfrutando de mí como yo de él.

—Tenemos que parar —le dije a pesar de todo, y me decepcioné un poco cuando lo vi asentir, bajando la mirada.

Me quedé sentada en su regazo, apoyando la cabeza en su pecho y dejando que me acariciara el brazo.

—Ha sido divertido —dije y escuché su risa dentro de su pecho.

—¿Quieres quedarte a cenar?

Asentí sin pensarlo, ya que hubiese hecho cualquier cosa por alargar ese momento.

No hubiese pensado nunca que con cenar se refería a realmente cocinar como ni mi madre hacía. Mientras cortaba los tomates como me decía él, ya que yo no tenía ni idea de lo que quería hacer, lo miraba de reojo intentando no estar demasiado impresionada en cómo movía el cuchillo contra la tabla de madera, en cómo sus dedos se adaptaban al cubierto.

—Tengo un montón de ganas del Boot Camp —comenté intentando distraer la mente, apartando la mirada de sus manos.

Le escuché resoplar a mi lado.

—¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Seguro que te veo llorar —respondí.

Me dio un codazo en las costillas riendo.

—Y eso no es lo peor. Nos han hecho bailar.

Solté una carcajada.

—No puede ser —dije.

—En serio, no lo veas.

Alcé una ceja.

—Me estás haciendo demasiada buena publicidad para que no lo vea. Soy la primera en la fila si me dicen que uno de mis amigos va a hacer el ridículo.

—Pero si ya me has visto bailar antes.

—De fiesta no cuenta. Lo que no quieres es que te vea ligar con otras chicas.

Se quedó callado un segundo y yo aguantándome la risa como pude, aunque concentrada en mis tomates no podía dejar de sonreír ante la estupidez más grande que había dicho nunca. Escuché cómo se reía bajito.

—¿Qué te hace pensar que he ligado con otras chicas?

De nuevo, solté otra carcajada. No esperaba que me contestara a aquello, pero decidí seguirle el rollo.

—Como si no te conociera. Además, en Boot Camp hay un montón de chicas super guapas y super talentosas —dije, no pude evitar terminar la frase riéndome un poco.

La conversación me incomodaba un poco, ya que podía llevar a un sitio donde todavía no estaba del todo lista para ir, aunque en el fondo me parecía divertido hacerle sentir incómodo.

Él sólo se encogió de hombros.

—Apenas te conocía cuando fui.

—No te ralles —concluí al final, poniéndome rojísima ante ese comentario, aunque ingeniosamente esquivándolo—. Tampoco es un problema para mí verte con chicas —casi murmuré, poniéndole los tomates troceados en el plato que estaba usando.

Sentí su mirada de reproche a mi lado, aunque no quise darle el gusto de mirarle, y simplemente miré hacia abajo mientras pelaba las zanahorias todavía sonriendo.

—¿Me estás vacilando?

Me reí.

—No —aunque me giré para amenazarle—. Eso fue diferente.

Se puso una mano en la cadera con una sonrisa y las cejas levantadas.

—Prácticamente me dejaste de hablar durante un día entero porque me viste con otra chica.

—Cállate —dije, intentando no reírme a carcajadas.

Al ver que todavía me seguía mirando con reproche, dejé el cuchillo encima de la encimera para pegarle, aunque él, anticipándose a mis movimientos y siendo más ágil que yo, me agarró de las muñecas con una sonrisa, y consiguió inmovilizarme con mi espalda contra su pecho. Intenté no sentirme demasiado cohibida después de descubrir que tenía tanta fuerza, o por lo menos más de la que pensaba que tendría. Incontrolablemente, mi mente dibujó su presión contra mi cadera en mi imaginación, y tuve que cerrar los ojos para borrar esa imagen lo antes posible si no quería perder la compostura. Sentir su pelo rozarme la sien al acercarse para hablarme, no ayudó demasiado.

—Y encima —siguió, aunque escuché su sonrisa mientras hablaba contra mi oreja, de nuevo la voz tan especialmente grave y suave en mi oído— te vengaste con un tío de mi clase que tiene fama de tener la boca muy grande.

—Ew, cállate ya —dije tras darme por vencida, ya que por mucho que intentase salir de entre sus brazos, me tenía atrapada y no me podía mover. Aunque sus manos estaban calientes sobre mis muñecas.

—Así que no me digas que no eres celosa —dijo y por fin me soltó y dejó que volviera a lo que estuviera haciendo.

Mi espalda se quedó fría en seguida. Resoplé.

—No te he dicho que no lo fuera. Y las cosas que se hacen borracha no se echan en cara —dije, agarrando de nuevo el cuchillo y señalándole con él.

—Lo siento. Me lo has puesto demasiado fácil.

—Lo sé.

Después de estar un buen rato hablando al terminar de cenar, miré mi reloj y casi me caigo de la silla al ver lo tarde que era.

—Mierda —murmuré.

—¿Qué pasa?

—No sé hasta qué hora pasan los buses por esta zona —dije, sacando el horario de mi bolso.

No me gustaba demasiado usar el metro de vuelta a casa pasadas las diez de la noche cuando estaba sola, por razones más que obvias.

Por mucho que Ellen tratara de descifrármelo hace unos años, para mí aquel horario desgastado por el uso, seguía siendo un jeroglífico.

—Quédate. Así puedes acompañarme a por Louis mañana.

—¿Viene mañana? —pregunté para evitar pensar en el hecho de que me había invitado a pasar la noche y ocultando lo mejor que pude el vuelco que me acababa de dar el estómago.

El chico asintió con una sonrisa. Me quedé callada durante unos segundos mientras le devolvía la sonrisa, intentando no colorarme mucho, sintiendo con fuerza el corazón latirme en el pecho, como si pudiese escalar por mi garganta y salir por mi boca. Intenté calmar mi respiración sin que se notara, y como un juego cruel, sonreí de lado y decidí tentar a la suerte.

—¿Estás pidiendo que me quede? —dije, disfrutando al ponerle en situaciones de riesgo, por muy duras que fueran para mí afrontarlas sin que me temblara la voz. Al final acabó siendo un juego divertido, donde ambos nos poníamos retos mutuamente.

Sonrió y bajó la mirada unos segundos para reírse.

—Sí, ¿tan raro te parece? —dijo, levantándose de la mesa para no tener que seguir mirándome a la cara, recogiendo los platos.

Me encogí de hombros y aproveché a sonreír sin escrúpulos ahora que no me estaba mirando, levantándome yo también.

—Raro no. Pero podrías haberme dicho, así me traía una camiseta o algo.

—Yo te dejo una.

Mientras recogía la mesa, todavía sin estar dentro de su rango visual, tuve que morderme los labios para no sonreír demasiado y no ponerme tan contenta, ya que me estaba acalorando con todas las ideas que mi mente me estaba lanzando malvadamente a la cabeza. En cambio, fui capaz de canalizarlo todo en una pequeña risa.

—Está bien. Pero déjame llamar a mi madre.

Mis terminaciones nerviosas chillaban con desesperación, casi rogándome que no dejara escapar una oportunidad así y que estaría muy decepcionada conmigo misma si al día siguiente fuera a mi casa con la sensación de todo lo que podría haber pasado sin que nada hubiese sucedido, que la segunda oportunidad me la estaba dando él, y que no iban a haber más en el futuro. Ninguna. La idea de que negarme una vez más le diese la impresión de que no me gustaba más que para besos y alcohol me aterrorizaba, aunque también que pensara que me gustaba más allá de ahí también me confundía. No sabía qué era lo que más miedo me daba; que pensara que no me gustaba o que sí. Desde luego, tuve que recordarme a mí misma que era él quien me había pedido quedarme y pasar la noche. No había ningún motivo para pensar que yo no le gustaba a él.

Ser una adolescente era agotador.

—Te lo juro, Jane. Si no lo haces te vas a arrepentir —escuché la voz de Ellen clarísimamente en mi mente.

Realmente la excusa de llamar a mi madre era una perfecta tapadera para encerrarme y aclarar las ideas de mi mente, tranquilizarme y poner en orden mis emociones. Hacía años que mi madre se había acostumbrado a que no durmiese en casa, a pesar de lo joven que era todavía y de que a mi madre no le hacía ni pizca de gracia. Se conformaba con que no le mintiera, y que siempre estaría a salvo. Por lo menos confiaba en mí.

Salí del baño después de mandarle un mensaje a mi madre de que no iba a volver a casa.

Cuando la gente me solía decir “sólo tienes dieciséis años” para hacer cualquier cosa que no deberían hacer niñas de mi edad, no sabía muy bien cómo responder. Desde que llegué a ese país, ya la idea de la edad cambió por completo, ya que las niñas de mi colegio en España hacían cosas distintas que las niñas en Inglaterra. Al juntarme con gente mucho mayor que yo, realmente no estaba haciendo lo que una chica de mi edad tendría que estar haciendo. Con trece, me emborraché por primera vez, a los catorce había fumado marihuana, y con quince ya estaba teniendo relaciones sexuales habitualmente y tenido mi primera raya de cocaína. Así que realmente no lo entendía muy bien, ya que nunca me había comportado como una chica de mi edad. Mi madre estaba más que acostumbrada a que no pasara la noche en mi casa, por mucho que para ella seguía siendo una chica buena. Emocionarme por un chico y ponerme nerviosa ante la incertidumbre era algo novedoso y por primera vez sentía que mi cuerpo estaba actuando como una chica de mi edad de verdad. Me emocionaba la idea de gustarle a un chico, y quería ponerme a dar saltos cuando me pidió pasar la noche. Tener dieciséis era agotador, pero a la vez era excitante, novedoso y emocionante. Como una maldita montaña rusa.

—¿Quieres ver una película? —me dijo, tendiéndome una camiseta suya gris.

Asentí con una sonrisa y me senté con él en el sofá. Ni siquiera me acuerdo qué vimos, aunque sí recuerdo haberme acurrucado a su lado, y como si mi cuerpo no pudiese más de la tensión, cogió la primera oportunidad y me quedé profundamente dormida.


















Te estoy tocando los cojones. Qué va, no me quedé dormida. Pensaba que ya me conocías.

Prosigo:

Recuerdo su mirada y sus dedos entrelazados con los míos cuando nos fuimos a despedir para ir a dormir. Parecía que mis años de experiencia habían sido inexistentes, ya que por mucho que lo intentara, no pude disimular mi pulso inestable al sentir sus dedos subir y bajar por mi muñeca. Con intenciones de echar un vistazo hacia sus ojos durante unos segundos, me quedé atrapada en su mirada, que había cambiado desde la última vez que la había dirigido hacia mí. Tuve que luchar contra mi cuerpo para no jadear cuando, con una sonrisa ladeada, apoyó una mano en la pared con tan sólo un movimiento. Deslizó sus dedos en los míos, sin apartar su mirada de la mía, más oscura, como si sus pestañas se hubiesen oscurecido unos cuantos tonos, vaciando sus ojos en los míos, sin todavía borrar esa sonrisa burlona de la cara. Me estaba pidiendo jugar. Dejé de sentirme pequeña y me incorporé deslizándome por la pared hasta que nuestras frentes casi se rozaban. Alcé una ceja y le tenté con la mirada, entrando de llena al juego, sin saber cómo lo había hecho para hacer callar a la niña insegura que de pronto había crecido para vivir unos segundos. De un pisotón. A qué estaba esperando, me gritaban mis manos, que seguían temblando de la emoción, mis piernas que rozaban sus rodillas, su pelo acariciándome la frente, mis pestañas casi enredándose en las suyas, sus ojos advirtiéndome que no esperara mucho más si no quería problemas. Mi piel de gallina tan sólo pensando en su roce.

Estaba tentando la suerte; quería ver cuánto más tardaría, quién de los dos aguantaba más sin beber del otro.

Dándose por vencido, por fin, se inclinó hacia mí y volvió a besarme de esa forma que hacían que todas mis terminaciones nerviosas estuviesen alerta ante cualquier giro de los acontecimientos. Deslizó la mano en mi mentón y sentí el escalofrío subirme por la espalda al notar sus dedos acariciarme la nuca con delicadeza. Se acercó sin separar sus labios de los míos, y pude sentir su cadera contra la mía, casi obligándome a ponerme de puntillas y enredar mis dedos en su pelo una vez más. Casi sin darnos cuenta, pude enrollar mis piernas en su cintura mientras me llevaba en brazos, apretando mis muslos con sus manos, poniéndomelo muy difícil no dejar escapar un gemido incontrolable. Estaba tan entregada a él, que ni siquiera me sobresalté una vez me encontré dentro de la habitación, tumbada en la cama y una sonrisa de boba en la cara, mordiéndome el labio al sentirle besar mi cuello. Su delicadeza sólo empeoraba mis deseos de querer gritar de que hiciera el favor de tocarme de una maldita vez, toda mi piel curvada, exigiendo más, más y más, aunque su timidez mezclada con seguridad en sus actos me volvía rematadamente loca. Lo veía disfrutar por la manera en la que estaba respondiendo a sus caricias cada vez que se acercaba a zonas peligrosas y aún así no cruzaba la línea, cómo me revolvía de desesperación, todavía con mis piernas rodeando su cintura y su lengua en mi boca. Lo escuché reírse cuando tiraba de su camiseta, sin querer pronunciar palabra, aunque casi rogándole con la mirada que se la quitara por fin. Él no podía dejar de sonreír. Pude notar también cómo su piel se erizaba debajo de mis dedos al poder acariciar su pecho por primera vez, mientras mordía con delicadeza mi cuello y mis clavículas, haciéndome curvar la espalda sólo por poder sentir su piel de nuevo en la mía.

Su mirada se transformó en una que no había visto nunca, y veía los matices de fiereza en sus ojos mientras la lujuria bajaba por sus dedos para entrar en mi terreno, sin separar sus ojos de los míos, sonriendo con sutilidad, aunque advirtiéndome con la mirada que no me moviese ni un centímetro, con una seguridad en sus movimientos que me dejaban sin aliento. Sus dedos bajaban y subían por mi vientre ahora desnudo con cada vez más fuerza, disfrutando de cómo me curvaba bajo su roce. Me mordí los labios para evitar gritar cuando me abrió las piernas con su cadera y me sujetaba las muñecas con una sola mano con sus rizos rozándome la frente y sin apartar la mirada de la mía, expectante a cada uno de mis movimientos. Yo le estaba tentando con la mirada desafiante, aunque divertida con sus juegos, diciéndole con la mirada que estaba lista para lo que fuera. Pasaba la lengua por mis labios y me ponía al límite, ansioso en descubrir cuánto tardaría en querer sus labios sobre mi cuerpo, cuánto tardaría en por fin soltar un gemido que pudiese escuchar con claridad. Su calidez esparcida por mi piel mientras bajaba los labios por mi pecho y mi vientre, soltando por fin mis muñecas para colocar ambas manos en mi cintura, conforme bajaba por mi cuerpo a base de besos esparcidos por mí, mientras tiraba de mi cinturón con sus dedos, aunque cuando fue capaz de desabrocharme los pantalones del todo, me dirigió una última mirada para confirmar que, en efecto, estaba a punto del descontrol. Ni siquiera sentí frío al verme las piernas descubiertas, simplemente quería que volviese a prestar su atención en mi cuerpo y a volver a rozarme con sus dedos. Al tenerme tan en punta, cuando volví a sentir su cuerpo sobre el mío para besarme el cuello con un pequeño mordisco, consiguió ese gemido que tanto le había costado sacarme de dentro, y pude ver cómo se le erizó la piel al escucharme, al enrollar mis piernas en él, al clavar sus uñas en su espalda mientras me miraba atento a mis reacciones al hacer su entrada triunfal, mordiéndose el labio y sufriendo consigo mismo para controlar su respiración, para más tarde poder gemirme en el oído.

Era novedoso, y extremadamente excitante cómo se preocupaba por hacerme sufrir hasta tal punto en el que sólo deseaba más, mientras conseguía hacerme disfrutar tantísimo como lo hice. Me acariciaba sin parar, como si realmente estuviera disfrutando de mí y conmigo, compartiendo sonrisas y risas, mirándome a los ojos, y besando mis labios después, como si los hubiese echado de menos y no pudiese vivir más sin besarme. Fue la primera vez que estaba segura de que me sonreían porque realmente se lo estaba pasando bien, dejándome saber que estaba segura y protegida, poderme reír y saber que iba a reír conmigo. Saber que a la mañana siguiente iba a seguir sonriéndome, mientras yo deseaba a horrores volver a encontrar una nueva oportunidad para que ocurriese de nuevo.

Porque joder, qué bien duerme una después de un buen orgasmo.