veinticuatro

Lo peor de todo aquello no fue lo que hice. Fue la forma en la que quería que se enterase de lo hice.

Ahí estaban a la mañana siguiente, después de tan sólo una llamada, esperando a que saliese de la casa de mi ex novio casi al amanecer, con el pelo volando a mi alrededor por culpa del viento, a cámara lenta. Quería sonreír y de nuevo hacer como que no estaban en frente mía asegurándose de captarme de todas la maneras posibles, aunque tenía un extraño nudo en el estómago que no me dejaba respirar el aire fresco de marzo. Tratando de ignorarlo como pude, dejé que se aprovecharan de mí, de su último día en el que yo estuviera escrita en su agenda diaria, dándoles permiso que las fotos volasen entre los dedos de la gente, digitalizadas y materializadas sobre las pantallas de sus tabletas y teléfonos, dejándoles que me juzgaran, que me insultaran las últimas veinticuatro horas del día. Que yo al llegar a casa leería todas y cada una de las publicaciones con palomitas y las lágrimas atascadas en la garganta, disfrutando como una nueva y extraña forma de autolesión.

Mañana se habrían olvidado de mí. Eso sí me hizo sonreír.

No, ni siquiera un mensaje de información, ni siquiera una llamada disculpándome. Quería que se enterase mediante las redes sociales, que alguien tuviese que llamarle para darle la noticia. Como había tenido que hacer yo los pasados meses.

En esos momentos, el plan lo había maquinado para vengarme. Ahora mismo, escribiendo esto, lo único que puedo decir es que era una llamada de ayuda. Mi subconsciente necesitaba una razón coherente para poder aguantar todos los mensajes de odio que recibía a diario. Quería merecérmelo.

No esperaba que nadie me contactase aquel mismo día en el que salí con el corazón botando en mi pecho de la habitación de Dan. Pensé que tal vez tardaría algo de tiempo en volver a pronunciarme, encerrada en mi habitación, en donde tardaría muy poco en borrar todas mis redes sociales.

No quería admitirlo. No estaba lista para enfrentarme a mis propios sentimientos que poco a poco empezaban a abundarme en el pecho, llenando mi espina dorsal. Ya no podía ignorar más lo muchísimo que me temblaban las manos. Leer todos aquellos mensajes no me estaban ayudando todo lo que yo pensé que lo harían. No pude soportarlo más, en dos movimientos cancelé todo lo que me expusiera al mundo exterior, todo lo que me daba un perfil. Todo lo que me hacía existir en ese mundo del que nunca pedí ser partícipe. Estaba empezando a desear desaparecer por completo. Y no quería de ninguna de las maneras empezar a analizar el por qué. Por mucho que sabía perfectamente qué clase de sentimiento era aquel que me estaba manteniendo despierta, la culpable por la cual no era capaz de concentrarme en nada más que en el tic intranquilo de mis piernas.

Primera fase: negación.

Tendría que haberlo sospechado, después de no recibir el mensaje habitual de buenos días que conseguía desvelarme de la forma más dulce.

Completamente fuera de mis pronósticos y después de una noche en vela mordisqueándome los dedos, Ellen llamó a mi puerta y me miró con el ceño fruncido.

No dijo nada, simplemente pasó por mi lado casi sin mirarme y subió a mi habitación con rapidez y determinación.

Me senté en la cama y bajé la mirada al suelo, esperado a que dejase de tomarse su tiempo con los labios fruncidos y los brazos cruzados sobre su pecho, mirándome y juzgándome sin tratar de disimularlo.

—¿Cuál es tu problema, Jane? —dijo por fin.

Resoplé.

—Estoy cabreada.

—¿Sigues cabreada? —respondió, alzando la mirada y clavándola en mí.

Sus ojos mostraban dolor, por alguna u otra razón.

De todas formas, ignoré su comentario con el teléfono dando vueltas en mis manos, como un acto involuntario que llevaba haciendo desde el día anterior. Ellen me señaló los dedos con la mirada.

—Ni siquiera pienses en que te vaya a llamar.

—Igual no lo sabe todavía.

Ellen soltó un resoplido seguido por una risa. Estaba verdaderamente enfadada.

De nuevo, ese sentimiento que tanto me había costado ignorar se hizo más presente todavía. Tan doloroso que podía sentir sus garras aferrarse a mi tráquea mientras hacía su camino para subirse hasta la garganta, desgarrándome el tejido a su paso, haciendo todo lo posible por hacerme daño. Era amargo, doloroso, esparciéndose por mis pulmones. Como una roca que cae al agua, hundiéndose con violencia, rasgando el líquido con agitación, cayendo con fuerza sobre la base de mi estómago. Un desagradable sentimiento de culpa.

—Lo sabe.

—¿Cómo lo sabes? —dije, más a la defensiva de lo que pretendía.

Alzó una ceja, aunque decidió ignorarme.

—Lo llamé para intentar arreglar tu estropicio.

Hice una pausa.

—¿Estaba enfadado?

Suspiró y trató de ablandar un poco su semblante. Se sentó a mi lado en la cama, aunque de nuevo cruzándose de brazos, manteniendo sus distancias conmigo, aunque de todas formas, demostrando poco a poco que dentro de un ratito, podría contar con su apoyo.

—Ojalá lo estuviera. Está decepcionado —dijo con voz suave.

Dejé caer los hombros.

Casi pude sentir cómo durante tan sólo dos segundos me faltaba el aire. Mi corazón empezó a bombardearme en el pecho con agresividad, golpeando mis costillas, como queriendo salir y huir de ese cuerpo que tanto le hacía sufrir con sus estúpidas decisiones. Fue como una enorme ola que me golpeó sin avisar, con los oídos tapados y escuchando solamente el murmullo del agua que luchaba contra la tempestad que me había azotado tan inesperadamente. La culpa se encargaba de destrozarme las terminaciones nerviosas, usando sus colmillos afilados para que mi respiración fuera irregular. El arrepentimiento, la vergüenza y tantas otras emociones usaban mi cuerpo como castillo hinchable, saltando de un lado a otro, destrozándome por dentro sin pudor, vengando todo aquello que yo había destruido con mi egoísmo y mi falta de juicio, con tan sólo unos golpes en la puerta con los nudillos. Yo era la responsable de todo aquello.

Podía hacer algo con enfadado. Sabía que si estaba decepcionado, estaba todo perdido.

Lo había estropeado del todo, y posiblemente ya no hubiese vuelta atrás a todo esto.

Lo había arruinado todo.




16:05 Yo: quieres quedar?




Pulsé enviar, por mucho que sabía que probablemente no me contestaría. Ni ese día, ni al día siguiente. Tampoco esa semana, posiblemente en mucho tiempo.

Ellen seguía insistiendo una y otra vez lo inútil que había sido. Repitiéndome lo difícil que me había resultado superar a Dan, y que probablemente ahora me costaría el doble, y que Dan estaría frotándose las manos con la situación, y Dan esto, y Dan lo otro. Dan, Dan, Dan. En la posición en la que me encontraba personalmente, Dan era lo último en lo que estaba pensando en esos momentos. Y ella le seguía dando vueltas, como si fuera lo único que importase. No Harry. No yo, que había estado tan centrada en tratar de salvar mi propio corazón de ser roto, que fui yo la que acabé partiendo en dos el suyo. Y encima disfrutando haciéndolo, cegada por la situación, siendo una completa estúpida, y a fin de cuentas, una egoísta.

Todos los errores de la lista. Todos y cada uno de ellos que me había propuesto tachar para siempre, ahora estaban rodeados con un rotulador rojo sobre el papel, escritos sobre mi frente, mis brazos, mis piernas, delante de todo el mundo. Cometerlos dos veces, era todo culpa mía.

Pero había algo que no me había planteado hasta entonces.

Las piezas poco a poco encajaron solas, en la superficie de mi mente dibujadas a lápiz, pero que por mucho que frotara no podía borrarlas. Siempre habían estado ahí, las señales, las pruebas. Los mensajes que me escondía, las conversaciones casi habladas en clave, los ojos nerviosos cada vez que se hablaba del tema. Cómo se hablaban entre ellos cuando yo estaba presente, cómo lo hacía cuando no. Todo lo que no sabía de los pasados de los dos, extrañamente unidos. Había estado delante de mis narices todo ese tiempo.

Ellen me miraba con los ojos tristes mientras seguía hablando casi tartamudeando lo mucho que podría haberle hecho daño a Dan, que él también estaba tratando de superarme, y más mierda que no me importaba en absoluto. Le brillaban los malditos ojos.

No estaba triste por mí porque posiblemente había perdido al amor de mi vida, porque era una estúpida, porque yo misma me había encargado de romper mi propio corazón con mi juicio inestable.

No estaba triste por mí, estaba triste por él.

Lo dije en voz alta.

—Ellen. Estás enamorada de Dan.

Calló en seco. No dejó de mirarme. En su semblante sólo cambió la forma en la que sus ojos brillaban. Me estaba devolviendo la mirada aterrorizada. Pero no dijo nada. Mantenía mi mirada con fuerza, afirmando lo que necesitaba con sus ojos, cerrando la boca de golpe y enderezando suavemente los hombros. Recogió el brazo y puso la mano sobre su regazo.

—¿Desde cuándo? —pregunté.

Ahora sí, bajó la mirada. Cuando habló, su voz había dejado de ser firme.

—Desde antes de conocerte.

Sentí cómo todo ese peso que llevaba acarreando sobre mis hombros durante más tiempo del que podía recordar caía encima de mí con un golpe sordo, reventando todos mis órganos interiores, aplastando mis huesos los unos contra los otros. Mi corazón había dejado de latir, hecho pedazos entre mis costillas en astillas, mientras podía ver con mis ojos inertes la sangre gotear entre mis dedos, creando un pozo demasiado hondo, aunque no hubiese sido difícil ahogarme entre mis entrañas de todas formas. Mi pecho se hundió casi con el sonido de un maldito cañón, que sonó con fuerza en mis oídos, mientras no me salía otra cosa más que mirarla con los ojos caídos, trasmitiéndole el dolor que aquellas palabras me habían causado.

Todo cobró más sentido del que quise, y de nuevo mi cabeza empezó a salpicarme con los recuerdos ya no tan distorsionados. Claros como el agua, dejándome ver con cada uno de los detalles lo muchísimo que ellos dos habían estado riéndose de mí, mientras me imaginaba la cara de Harry decepcionado, en un rincón, gritándome sin pudor lo muchísimo que había lanzado a la mierda por ser una caprichosa. Mira todo lo que has perdido, mira todo lo que has desechado por tu ego y tus inseguridades. ¿Ha merecido la pena? ¿Has conseguido lo que querías?

Las preguntas estaban empezando a ansiarse por salir, mientras que el enfado ya estaba haciendo su trabajo en mis venas. Por qué no me lo había contado. Por qué me había hecho eso. ¿Era ella la chica de la que Dan no dejaba de hablar? ¿Quedaban a escondidas cuando yo no estaba? Por qué me has mentido. ¿Me perdonará Harry algún día? ¿Había estado enamorado Dan de mí realmente? Era todo un juego.

Lo único que conseguí sacar en claro de todo aquel caos era que mi pecho no iba a aguantar mucho más todo aquello. Sentía que la ola de sentimientos me iba a derrumbar de un momento a otro. Se me estaba secando la boca. Me llevé una mano al pelo y separé la mirada de la que era mi mejor amiga.

Dejé salir un suspiro mientras cerraba los ojos.

—Necesito que salgas de mi casa.

—Jane, déjame que—

—No. Necesito que salgas de mi casa. Quiero estar sola.

No quería estar sola. Estar sola sólo supondría que mi mente tendría un banquete conmigo, que las heridas se abrirían de una en una otra vez, desangrándome en segundos dolorosamente al no dejarme morir, dejando desplomarme sobre mi cama una vez la puerta se hubiese cerrado. Ni siquiera me estaban saliendo las lágrimas de lo que me dolía el cuerpo. El colchón estaba cubierto de cristales rotos, clavándose en mí al mismo tiempo que me dejaban verme a mí misma. Tuve que cerrar los ojos con fuerza, como si así fuese capaz de que mi cabeza dejase de atacarme con imágenes cada vez más dolorosas. Me dolía la garganta de lo muchísimo que necesitaba llorar y que por alguna razón no podía.

La cáscara estaba vacía, y nunca obtuve una respuesta al mensaje que había escrito con los dedos sangrando.

Sólo había silencio por la otra parte, ni un mensaje, ni una llamada. Nada. Con cada día que pasaba, mi corazón me pesaba más y más, y las pisadas en el cemento del suelo hacían eco en mis pensamientos, mientras trataba de hacer oídos sordos hacia mis sentimientos, que formaban el caos en mi interior cruelmente. Todos los días estaban tan vacíos como los pasillos por los que caminaba hasta mis clases, con los ojos de mi mejor amiga clavados en mí desde el fondo de la clase. Aunque la que estaba sentada sola era yo, siempre refugiándome de las miradas viciosas que se clavaban en mi espalda cada vez que paseaba por algún rincón de mi colegio, siempre con murmullos en mi nuca. Podía decirse que estaba acostumbrada, que ya tenía suficiente experiencia para ignorarlo y continuar con mi día de mierda como si nada estuviese pasando. Yo me sentaba sola en mi mesa, Ethan me miraba con tristeza desde la suya, mientras Ellen hablaba con otras chicas de mi clase detrás mía. Los días eran aburridos y monótonos, grises y tristes, siempre iguales. Afrontados con un corazón que estaba enfadado conmigo en el pecho.

Aunque ese día, cogí el metro equivocado. Sin querer.

Habían pasado tantos días que ni siquiera recuerdo cuántos. Ni siquiera lo había planeado, como un acto reflejo automático que tomaba como costumbre, un día caminé hasta la boca del metro equivocada y me subí en el tren que no me llevaba a mi casa. Me di cuenta una vez salí del túnel y me encontraba cerca de su complejo de apartamentos. Ni siquiera sabía si estaban en casa o no, aunque después de comprobarlo, pude ver una luz en la habitación de Louis una vez me acerqué más simplemente por sentirme algo más cercana. Miré la ventana con una sonrisa tierna.

Tuve que inspirar fuerte antes de mirar mi móvil una última vez antes de empezar a andar hasta su portal. Corrí hasta la puerta al ver que alguien estaba saliendo, para poder ahorrarme el tener que llamar al telefonillo.

Una vez en su rellano, comencé a morderme el labio nerviosa.

Nunca me había costado tanto llamar a una puerta como entonces, con el corazón bombardeando con tanta fuerza en mi pecho que era capaz de escuchar los latidos en mis oídos, con las palmas de las manos sudorosas. Escuché pasos apresurados hasta la puerta y dejé de respirar unos segundos. Sonreí un poco, aunque el suspiro que Louis expulsó no me tranquilizó en absoluto al verme.

—Está en su habitación.

Tuve que coger aire. Prepararse una vez para ver una cara decepcionada era todavía más duro si lo tenía que hacer una segunda. Definitivamente la primera vez no lo estaba; la segunda sólo me producían dolores en el pecho.

Antes de que pudiese hacer un segundo intento llamando esta vez a la puerta de su habitación, esta se abrió de golpe y Harry salió de ella con la mirada clavada en su teléfono.

Me paré de golpe. Él se quedó quieto al subir la mirada y verme de pie en el salón de su casa, y pude ver cómo su mirada se ensombrecía unos pocos tonos. Suspiró y frunció los labios mientras guardaba el móvil en sus pantalones, sin separar sus ojos de los míos. Me mordí la mejilla tratando con todas mis fuerzas mantener su mirada sobre la mía, ignorando mi usual reacción al verle mirarme de esa forma. Sin añadir nada, abrió la puerta de su habitación invitándome a pasar, apartando por fin su mirada de la mía, y tuve que hacer un esfuerzo grandísimo por no tropezarme de lo nerviosa que estaba mientras caminaba con los ojos sobre el suelo.

Ni siquiera sé explicar qué es lo que sentí en esos momentos. Mi cuerpo temblaba entero, mi respiración era irregular, y no podía dejar de jugar con mis dedos una vez estuve sentada en la cama con las piernas cruzadas. Él se quedó apoyado en la pared, esperando a que dijera algo, o buscando él mismo las palabras apropiadas para mí, pensando en qué podría decirme después de todo lo que había pasado hacía algunas semanas. No me miraba, simplemente bajaba la mirada hacia el suelo, con los brazos cruzados. El silencio que compartíamos se podía cortar con un cuchillo, casi podía palpar la tensión en el aire por parte de ambos.

La sensación se me colgó en los hombros como un manto frío que se esparció por todo mi cuerpo con rapidez, helándome los huesos de una forma extrañísima. Me di cuenta de todos los silencios que había compartido a lo largo de las relaciones que había vivido en mi corta vida. Era distinto. Era desgarrador. Era doloroso. Aquel silencio que compartíamos tenía tanta historia y tantos recuerdos que no hacía falta hablar para que ambos nos diésemos cuenta de que, dijera lo que dijéramos, aquello era todo, y que no había manera de arreglarlo. Tan incómodo para ambos que no sabíamos cómo salir de él, como si nos hubiese atrapado en su trampa, sin consuelo y sin sentido. Sin escapatoria. Todos los demás, silencios en los que podía acurrucarme tranquilamente, no se comparaba con aquel que compartimos ambos durante esos larguísimos segundos, con tantísima electricidad en el aire que teníamos que hacer acopio de todas nuestras fuerzas para no obedecer a nuestros instintos, para tratar de no sentirnos tan atraídos el uno hacia el otro, e ignorarlo como podíamos, ya que los dos sabíamos que no podíamos permitirlo. Fue un momento poderoso y triste, demasiado nuestro como para poder describirlo, tan nuestro como para dejarlo escapar, haciendo que todos los silencios cómodos estuviesen tan sobrevalorados.

Por fin, Harry cogió todas sus fuerzas como pudo, y se atrevió a romperlo en mil pedazos con un suspiro. Se pasó las manos por la cara.

—¿Qué haces aquí? —su voz sonaba ronca.

Hacía tanto tiempo que no escuchaba su voz que tuve que cerrar los ojos como si me hubiesen dado una bofetada en la mejilla. Tuve que volver a recoger mis piezas que había esparcido con sus labios, y me pasé una mano por el pelo.

—No lo sé.

No dijo nada, simplemente me miraba con seriedad. Desde luego podía ver la decepción en su rostro, mordisqueándose el labio copiosamente, mostrándose tranquilo y poniéndome de los nervios a mí. Me levanté de un brinco de su cama después de decidir que estar sentada sólo empeoraba las cosas, y me apoyé en la pared en frente de él, para que pudiese mirarme.

Siguió mis movimientos con los ojos sin separarlos ni un momento, sombríos pero curiosos al mismo tiempo, casi sin poder remediar volver a recorrerme el cuerpo con la mirada. Clavó sus ojos en los míos cuando le reté con la mirada a ello, poniendo mis manos detrás de mi espalda contra la pared. Se humedeció los labios todavía mirándome, levantando algo la barbilla con los brazos cruzados.

—Podrías haber llamado —dijo por fin.

—Me ibas a decir que no.

—Tendrías que haber pensado en eso.

La presión de su mirada me ganó al pulso y tuve que apartar los ojos para clavar la mirada en el suelo. Ni siquiera sé qué es lo que tenía que decirle, o qué es lo que estaba haciendo ahí exactamente, sólo quería volver a verlo una vez más.

—No era mi intención venir —me excusé, volviendo a subir la mirada a sus ojos, que seguían analizándome tan tentadoramente.

Frunció el ceño durante unos segundos.

—Entonces, ¿por qué has venido?

Me encogí de hombros.

—No me he dado cuenta de que estaba viniendo hasta que estaba en vuestra calle.

Se quedó callado unos segundos más analizando mis palabras.

—Podrías haber dado media vuelta.

Parpadeé y me mordí el interior del labio, intentando disimular que me estaba destrozando el corazón. Qué más quería pedir. Realmente, qué es lo que estaba pretendiendo con aquello.

Me lo merecía.

Suspiré y asentí apartando la mirada, aunque no añadí nada más, dejando que las palabras resbalaran por mi garganta, como había hecho tantas otras veces con él, callándome por miedo, callándome porque no tenía derecho a rebatirle, ni tenía derecho a decirle nada de lo que tenía en la mente. Quería verte. Quería estar contigo. Quiero pedirte perdón. Porque le había hecho daño, justo como había querido. Me merecía que intentara, aunque sea, devolverme algo del daño que le había causado, aunque fuera tan sólo con palabras.

De nuevo compartimos algunos segundos más de ese silencio que podía saborear como un caramelo amargo, que me hacía trizas el pecho y me contraía los pulmones, aunque con sus ojos apagados sobre los míos, haciendo que mi pulso se fuera de las manos más de lo que ya lo estaba.

Comencé a pensar que de nuevo había cometido un error al subir y tratar de hablar con él. Ni siquiera sabía si esa era la razón por la que hubiese subido. No tenía ni idea de qué es lo que estaba pasando, ni por qué había tomado esa decisión.

Aunque, a pesar de sentir cómo el estómago se me encogía con cada segundo que pasaba en el que nos sumergíamos más y más en ese silencio tan espeso, no me arrepentía. Estaba delante suya, con unos pocos metros de distancia que nos separaba, me estaba mirando a los ojos con dolor y las preguntas le colgaban de las pestañas, por mucho que yo supiera que no las iba a pronunciar nunca.

Tenía la oportunidad de disfrutar, aunque fuera dolorosamente, de la última vez que le iba a ver.

Me aclaré la garganta nerviosa.

—Bueno. ¿Cómo va el tour?

Apartó la mirada para soltar un resoplido seguido de casi una carcajada, mientras se incorporaba de la pared y empezaba a dar algunos pasos hacia los lados sacudiendo la cabeza incrédulo. Hasta me dirigió la mirada sonriente, aunque cínica y fría. Yo no me reí.

—Maldita sea, Jane —murmuró apartando la mirada de nuevo.

Cerré los ojos con fuerza y apoyé la cabeza contra la pared. Realmente no se me ocurría nada mejor que decirle. Estaba en blanco.

—Lo siento —susurré.

Se detuvo de golpe y dio un paso hacia mí.

—¿Lo sientes?

Le miré a los ojos durante unos segundos, y el nudo en la garganta se acomodó tranquilamente sobre mi lengua, las lágrimas amenazando de nuevo con arruinarme mi compostura.

—Esa es la peor parte de todas, Jane. No lo sientes.

—Eso no es justo —dije, alzando algo más la voz, incorporándome algo sobre la pared, dando un paso al frente.

De nuevo, jadeó y se dio la vuelta para pasarse las manos por el pelo, negando con la cabeza y murmurando cosas que no pude llegar a entender. Se dio la vuelta de nuevo para enfrenarse a mí con ojos desafiantes, el ceño fruncido, dando otro paso hacia mí.

—No me puedo creer que estés diciendo que no estoy siendo justo contigo. Yo.

—No puedes decirme que no lo siento cuando he tardado semanas en intentar hablar contigo, ha sido un puto infierno para mí. Al final me he tragado mi puto orgullo, y aquí estoy.

—¿Ha sido un infierno para ti? ¿Ahora quieres que me disculpe yo también?

Negué con a cabeza y aparté la mirada, me crucé de brazos y miré el suelo.

—He intentado tantas veces avisarte de que me estabas haciendo daño y te ha dado exactamente igual —dije, casi al borde de las lágrimas—. Has dejado que todo esto pasase para los dos, me has roto el puto corazón.

Suspiró cerrando los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Dio otro paso hacia mí.

—No lo entiendes, ¿verdad? —dijo con voz cansada, mirándome una vez más—. Estás loca, pensaba que era una de las cosas por las que me gustabas tanto. No tienes ni idea de qué es lo que he llegado a sentir por ti. Has puesto mi mundo patas arriba, Jane. No al revés, tú a mí. Pero mira lo que has hecho.

Llegaba tarde, las lágrimas estaban resbalando por mis mejillas incontrolablemente, mientras él subía el volumen cada vez más de su voz, aunque sin llegar a gritar del todo como me había esperado que ocurriese al final. Él, al verme desmoronarme ante él como ya había hecho más de una vez, apartó la mirada. Me aclaré la garganta y di un paso hacia él.

—Tienes que intentar entenderme.

Resopló de nuevo con ese cinismo y esa vez no tuvo miedo de clavar sus ojos brillantes en los míos aguados.

—Me tienes que estar vacilando.

Bajé la mirada.

—Llevo semanas preguntándome por qué has tenido que hacer semejante tontería. No sólo por mí. Quiero decir, ¿por qué has tenido que hacerlo? ¿Lo has hecho para vengarte? ¿Lo has hecho para llamarme la atención? —negó de nuevo con la cabeza, dio un paso hacia mí y me obligó a dar un paso hacia atrás—. Pero ahora me doy cuenta de que me da igual, no quiero saberlo.

Me miraba a los ojos con intensidad, bajando su mirada por mi cuello conforme seguía presionándome dando pasos hacia mí. Mis ojos escocían de lo mucho que estaba llorando, aunque no me atrevía a separar mis ojos de los suyos, con el ceño fruncido y tratando de mostrarme a sí mismo fuerte, que no estaba a punto de un colapso.

—He subido hasta aquí para intentar arreglarlo —dije con voz firme.

Los dos sabíamos que estaba mintiendo.

—Como tú dijiste, Jane. No hay nada que arreglar.

—Sé que lo he hecho mal. No busco que me perdones.

En otras situaciones habría sentido pánico, casi inconscientemente podía sentir el miedo treparme por las piernas una vez consiguió acorralarme contra la pared, con sus rizos rozándome la frente y sus ojos oscuros hincándose en los míos dolorosamente. Aunque no tuve miedo, ya que su intención no era aquella. Sabía qué es lo que estaba sucediendo, podía vérselo en el brillo de sus ojos enfadados, en cómo su cuerpo estaba girado hacia mí, por cómo había colocado su mano en la pared detrás mía.

—Pero te voy a decir una cosa —dijo por última vez con su voz fuerte, bajando un poco el tono, aunque todavía serio—. Me alegro que lo hayas hecho. Me has demostrado cómo eres, y que no merece la pena —bajó su mirada a mis labios segundos antes de empezar a acariciarme con el pulgar el labio inferior.

Tuve que cerrar los ojos. Me estaba castigando de la peor forma que conocía, sin poder siquiera contenerse él, disfrutando de mi olor corporal, viendo mi piel curvarse cuando se le ocurrió pasar sus dedos por mi cuello, sabiendo perfectamente qué es lo que estaba haciendo conmigo.

—Sólo desearía que lo hubieses hecho antes, hubiese sabido que enamorarme de ti era una mala idea.

—Me has hecho daño —dije.

—Tú también me has hecho daño —susurró.

—No quiero que me odies.

—Lo has estropeado todo.

No sé si fue inconscientemente o si lo hacía como uno más de sus juegos para hacerme daño, pero pude sentir su mano sujetarme de las hebillas de mis pantalones vaqueros y atraerme hacia él hasta quedarme del todo sobre su cuerpo. Su nariz ya rozaba la mía y pude ver cómo cerraba los ojos para que fuera menos doloroso. Apoyó su frente en la mía, aunque su mano seguía apoyada en la pared, y las mías no se atrevían a tocarle de ninguna de las maneras. Era demasiado peligroso, y ambos conocíamos las consecuencias. Me acerqué un poco y le tenté todavía más, de la misma manera que estaba haciendo él, rozando mis labios con los suyos, también cerrando los ojos.

—Lo siento muchísimo —susurré contra sus labios.

—Me da igual —me contestó susurrando también, sin separarse ni un milímetro de mí.

Puso sus dos manos sobre mi cintura y sin abrir los ojos ni un segundo, dejó que rodeara su cuello con mis brazos, aunque sin dejar que le besara, disfrutando tan sólo de la textura de mis labios con suavidad.

Lo sabíamos los dos, esa sería la última vez. Y las reglas eran no tocarse demasiado si no queríamos tentar a la suerte, un juego que él mismo había propuesto con su maldad y enfado, queriendo vengarse de mí y cayendo en su propia trampa. Siendo consciente de que no le saldría bien, tal vez como un buen autoengaño que había estado planeando.

Los dos con las mejillas mojadas por las lágrimas ajenas, afrontando nuestro futuro inexistente, pensando en cómo yo caminaría fuera de su casa y que no nos volveríamos a ver, con los alientos agitados por la cercanía del otro, tentándonos a algo que sabíamos que no íbamos a conseguir. Los sentimientos reposaban en una bandeja de plata, manchados de sangre después de que cada uno nos lo hubiésemos arrancado a la fuerza, sin naturalidad, al final rompiéndonos el corazón mutuamente, sin ningún ganador. Ni esperanzas, ni buenos rollos, ni siquiera un saludo por la calle, ya que ambos pertenecíamos a mundos distintos. No volveríamos a coincidir más, tendríamos que aprender a vivir el uno sin el otro.

Y aún sabiendo todo aquello, quise tentar a la suerte una vez más, y tal vez rompiendo mi oportunidad para siempre.

—¿Puedo quedarme? —susurré una vez más contra sus labios.

Sabía que aquello no tenía fondo, sabía que no me llevaría a ningún lado en absoluto, que todo estaba perdido y que tan sólo el poder rozarle era todo lo que iba a conseguir de sus viciosos juegos conmigo. Sus manos se cerraron con algo más de fuerza contra mi camiseta y pude sentir cómo hacia todo lo posible por relajarse, por dejar de intentar besarme cuando sabía que no debía, aprovechando los últimos segundos de mi cercanía.

Se separó unos milímetros, bajando la cabeza y todavía con los ojos cerrados. Me soltó la cintura, alzó la mirada y me miró a los ojos. Se pasó una mano por la cara y se alejó del todo.

—No.

Dijo conforme hacía lo posible para que su voz no se rompiera.

Mi corazón dio un brinco en mi pecho de decepción, por mucho que supiera perfectamente que esa iba a ser la respuesta, que no había forma de que fuera otra, que tendría que habérmelo visto venir. Por mucho que hubiese sido horriblemente difícil para él, consiguió caminar hasta la puerta y hacerme una señal de que me fuera, sin atreverse a mirarme ni una sola vez más.

Probablemente aquello fuera lo mas doloroso de todo, el tener que verme marchar después de que le hubiese roto el corazón de esa forma.

Ojalá hubiese algo que me hubiese retrasado dentro de su habitación. Ojalá hubiese algo mío en uno de los cajones de su casa que me hiciera caminar hasta él y recoger mis cosas, tan sólo para pasar unos segundos más en esa habitación que olía tanto a él. Ojalá no hubiese sido todo tan repentino, ojalá hubiese saboreado todavía más su cercanía segundos antes, cuando todavía estaba en mis brazos, haciendo esfuerzos sobrehumanos por dejarme marchar.

Desgraciadamente fue rápido, por mucho que intentara caminar despacio, dejando que las lágrimas cayesen por mis mejillas una vez me dijo que me marchara. Pasé por su lado y le dediqué una última mirada antes de cruzar el umbral de la puerta, pero él tenía la mirada clavada en el suelo, esperando a que decidiese pasar del límite, sin esperar ni un segundo en cerrar la puerta detrás mía cuando estuviese lo suficientemente alejada de la puerta.

Tuve que ahogar un sollozo en la mangas de mi sudadera. Una vez fuera, tuve que correr fuera de su apartamento para poder derrumbarme en las escaleras de su portal una vez más, mojando mis rodillas en la oscuridad de la tarde.

Cómo me dolía el corazón en el pecho. Es sin duda uno de los peores dolores que he padecido.

El recuento de cosas que había perdido en tan sólo unas horas era abrumador.

Había perdido a mi mejor amiga. Ni siquiera se estaba esforzando por arreglarlo. Supongo que pensará que tengo yo la culpa. Posiblemente tuviese razón. Tenía yo la culpa de todo, o en eso se estaba esforzando mi cuerpo por que me quedara claro. Yo era la culpable.

Había perdido a Harry, el chico que fue capaz de dejarme las noches en vela pensando en qué es lo que pasaría, excitada por volver a verle, por volver a leer uno de sus mensajes, por volver a escuchar su voz cuando llevábamos días sin hablar por teléfono. El chico que me dio la definición exacta de lo qué eran mariposas en el estómago con una sonrisa en la cara, acariciándome la mejilla, con seguridad en la mirada. No le hizo falta ninguna promesa, ninguna excusa para mantenerme a su lado. Hubiese acabado consiguiéndolo. Lo único que yo pude darle de vuelta fueron diamantes de carbón, envueltos en un papel de regalo bonito que se deshacía fácilmente con los dedos. Lo había decepcionado, mientras él lo único que hacía era hacerme sentir viva.

Lo había perdido todo.

Era todo mi culpa.

02:43 Harry: Estás bien?





03:02 Yo: he estado mejor





03:07 Harry: Bueno

03:07 Harry: Supongo que eso es todo

veintitrés

Marzo llegó tarde.

Es irónico, realmente. Febrero pasó demasiado lento, como si hubiese estado dos meses encerrada en una habitación con tan sólo una silla y una revista con mi nombre escrita por todos los lados, con fotos de mis errores pegadas a lo largo de las paredes y una cámara en una esquina grabando todos mis movimientos.

Ethan estaba haciendo todo lo posible por alegrarme y distraerme la mente de todo lo que pudiese hacer decaer mi humor. Fue difícil para él, por ello le estoy eternamente agradecida. Aunque hasta él pudo ver que los días en los que me quedaba la mañana entera tirada en la cama con una caja de pañuelos a mi lado, pronto fueron reemplazados por un humor energético, en el que daba vueltas por mi habitación murmurando cosas sin sentido, con el teléfono sobre mi cama. Sin hacer ni un puto ruido.

Habían pasado dos semanas, y todavía no había escuchado ninguna solución.

Veía fotos, leía los mensajes con una estúpida sonrisa en los labios, aunque las lágrimas que usualmente me producía, fueron intercambiadas por un gruñido, antes de lanzar mi móvil con enfado sobre mis almohadas. Ya no lo soportaba más.

Lo que antes me apagaba el humor de forma habitual, ahora sólo me hacían gruñir de exasperación.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —casi gritaba, dejando caer los brazos.

Ethan suspiró.

Últimamente Ellen estaba demasiado ausente como para que le contara todos estos dramas, ya que sólo conseguía que me pusiera los ojos en blanco y que cambiara de tema. Ella estaba casi tan harta como yo. Casi.

Tampoco podía culparle.

A mí, el fuego en mi pecho ya estaba subiendo por mi garganta.

—Deberías dejar de tener miedo y decirle las cosas claras.

Gruñí con desesperación.

—¿Sabes cuántas veces lo he intentado?

Se quedó callado.

—Estoy harta de su silencio.

No podía entender cómo podía pretender que tuviese que quedarme de brazos cruzados esperando a que terminase de viajar por todo Reino Unido para darme una respuesta, o dejarme algo claro. Las cosas no podían estar peores, aunque siempre era lo mismo. Y ya no me entraban ganas de llorar. Tan sólo tenía ganas de partir cosas con mis propias manos, y con fuerza.

Sabía que el estar enfadada era peligroso, que no podía permitir que aquello escalara demasiado rápido y que tendría que ser más paciente, tan sólo por precaución.

¿Más paciente?

¿Cómo demonios tenía que hacer eso, cómo demonios podía hacer eso? Mi lado vengativo decidió que ya había esperado lo suficiente. Ya no quería, de ninguna de las maneras, que aquello siguiese adelante de esa forma, teniendo que leer amenazas a diario, imágenes burlándose de mí, la foto que lo empeoró todo circulando por internet, mientras ellas me ridiculizaban incluso más todavía al ver que él seguía haciendo como si yo no existiese, como si por las noches no me enviase un mensaje de buenas noches con bromas internas entre nosotros. Como si no hubiese disfrutado de mí del mismo modo del que yo disfruté de él. Como si no fuera él quien me besaba a mí cada vez.

Tenía que seguir aguantando sus miraditas con las chicas en el escenario, las risas entre sus compañeros, juegos secretos que había jurado que no eran reales, mientras sus palabras acusadoras seguían resonando en mi cabeza. Los dedos acusadores estaban cada vez más cerca mío, casi podía sentir cómo empezaban a arañarme la piel con la punta de sus uñas afiladas, y yo decidí que ya bastaba.

No valía la pena todo aquello si no quería reconocerme como lo que realmente era. No podía creerme, no quería creerme que no sentía nada hacia mí, y que tan sólo estaba conmigo para pasar el rato. Yo no era su amiga. Él no era mi amigo. Yo estaba enamorada de él. Él me escribía todos los días. Me miraba de reojo cada vez que podía, me rozaba como podía en cada ocasión que encontraba, susurraba en mi oído para hacerme temblar con sus dedos acariciando los míos, abriéndome las piernas con tan sólo una mirada. Tenía una foto nuestra de fondo de pantalla.

Y aún así no quería admitirlo.

No quería gritarlo a los cuatro vientos sin importar lo que la gente pensase, por mucho que él también se encontraba por primera vez en el punto de mira, juzgando sus pasos con lupa y un cuaderno, el lápiz con la puta afilada.

Porque tenía miedo.

Tenía igual o incluso más miedo que yo. Tenía tanto miedo que tenía que acusarme a mí de ello si no quería parecer débil.

Pero para mí esa excusa había dejado de tener validez, mis sentimientos hacia él me aterrorizaron en un principio donde todo estaba por descubrir, antes siquiera de saber en dónde me estaba metiendo.

Pero yo no había hecho daño a nadie en mi proceso de asumir mi problema.

Por eso no tardé nada en reemplazar la tristeza por uno de los enfados más amargos que he probado.

Estaba harta de su silencio continuo, mientras asumía que siempre iba a contestarle de buen humor sus mensajes, sin siquiera mencionar lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Sin mencionar que ya no podíamos alargar aquello más, no podíamos seguir ignorando la conversación que cada vez estaba más cerca. Porque la cuerda alrededor de mi cuello cada vez me apretaba más.

Tampoco pedía tanto. Sólo pedía una publicación con mi nombre, una mención que me hiciese real, algo que amansara a las fieras que no tardarían nada en destrozar las vallas que las separaba de mí. Un salvavidas al que amarrarme durante unos pocos días más, por mucho que tan solo fuera una falsa ilusión de seguridad de nuevo. Sólo quería una señal que me dijera que no era necesario tirar todo por la borda tan pronto, una oportunidad más para intentar que aquello funcionara.

Ahí estaba, intentando mantenerme a flote, aún sabiendo cómo acabaría, ignorando cómo me estaba sintiendo una vez más, pensando que lo arreglaría.

Qué ingenua era.

12:55 ✨Harry ✨: Nos vemos esta noche 😉

Ir a uno de sus conciertos era una de las cosas que más nerviosa me había puesto en los últimos días. Después de todo lo que estaba sucediendo en mi interior, todo el enfado que estaba sintiendo acerca de él, realmente no sabía cómo reaccionaría ante todo aquello. Verlo en primera persona, y no detrás de una pantalla de plástico. Aunque en el fondo estaba muy emocionada por asistir, y por primera vez en semanas pude sentir algo más a parte de enfado y decepción.

Fue demasiado breve.

Compartir una arena entera llena de ellas me ponía los pelos de punta, y estaba aterrorizada por cómo acabarían las cosas para mí. Estaba a la intemperie, completamente descubierta y desprotegida, lanzada al campo de batalla sin escudo ni lanzas, esperando a que las puertas se abriesen y rezando por sobrevivir. Suerte que estaban Ellen y Jess a mi lado para hacerme compañía y darme apoyo moral. Mi emoción no duró demasiado, mi mente estaba ya en las miradas y los dedos señalados en mi dirección, con la mente perdida mientras mis dos amigas hablaban entre ellas felices, ajenas a la tormenta en mi mente, en el metro de camino. Traté con todas mis fuerzas cambiar mi humor, dejar a un lado todo en lo que estaba pensando en las últimas semanas y tratar de disfrutar. Pero, como siempre me estaba pasando últimamente, aquello no fueron más que meros deseos inalcanzables, ya que en cuanto llegamos para ponernos en la cola y esperar a que abriesen las puertas, ya pude sentir el ambiente hostil en el que me sumergiría durante las siguientes horas.

Probablemente no fuera tan malo, probablemente fuera el hecho de que ya llegaba caliente de casa, probablemente la mayoría ni siquiera sabía quién era, o si lo sabía, probablemente ni me hubiesen reconocido. Aunque hacía falta una persona que lo hiciera y que me señalase, para que la voz se corriese como la peste negra, girase miradas y los susurros viajasen con el viento.

La cosa empeoró bastante después de estar media hora de pie, yo tratando de ignorar las miradas y Jess y Ellen hablando con ellas casi a gritos, riéndose y visiblemente emocionadas por entrar. Un guardia dos veces mi tamaño se acercó a nosotras con una mirada neutral y se colocó a nuestro lado en la valla después de pasar por todas las chicas que habían llegado antes que nosotras.

—¿Puedo ver vuestras entradas? Y el DNI, por favor.

Yo y las demás hicimos lo que nos dijo, y después de mirar las entradas y las tarjetas de identificación de mis amigas, sujetó mi tarjeta y me miró a la cara. Comprobó algo con poca prisa en la carpeta que llevaba y volvió a subir la mirada.

—Jane Carter y compañía, me dijeron que entraríais por otra puerta —dijo, haciendo unos gestos con las manos para que le siguiésemos.

Me apresuré para evitar que nos sacara de la cola, ya que lo último que necesitaba era llamar más la atención todavía.

—Tenemos entradas normales, esta es nuestra puerta —aclaré.

El hombre asintió.

—Lo sé, pero estáis las tres en la lista. Tenéis que venir conmigo.

Las dos chicas no tardaron en subir por la valla, aunque yo tuve que pasar poniendo los ojos en blanco y haciendo oídos sordos de las chicas que rechistaban, y decían cosas en nuestra dirección altas y claras para que las escuchásemos.

Mi pulso iba a mil mientras seguíamos al hombre, pensando en que no estaba para nada preparada para enfrentarme ya tan pronto a él, sin saber qué iba a decirle o cómo me iba a comportar con él. Por suerte, nos dirigió directamente a nuestros asientos en las gradas, y sin querer dejé salir un suspiro de alivio.

Pensé que me sentiría mucho mejor una vez estuviese sentada en mi sitio, esperando con todas mis fuerzas que no hubiese ninguna fan de One Direction en mi área, y que hubiesen muchas fans del resto de las actuaciones, aunque a juzgar por la cara que me pusieron las dos chicas sentadas delante mía, estaba equivocada.

No quiero que pienses que las fans me trataron mal en el concierto. Ni siquiera me dirigieron la palabra.

No era capaz, no era físicamente capaz de hacer que todo aquello se esfumase, como si nunca hubiese sentido todo lo que había sentido. La impotencia, el enfado, las lágrimas de rabia que me habían quemado las mejillas. Tratar de ignorarlo sólo estaba empeorando la situación, estaba acabando con toda la poca paciencia que me quedaba.

Para sumar al panorama, estaba sumida en un ambiente tan hostil que ni siquiera fui capaz de disfrutar del concierto como hubiese querido, como en un principio tenía en mente que iba a intentar. Las chicas me sacaban fotos sin esforzarse en ocultarlo, hablaban de mí lo suficientemente alto como para que las escuchase, las ganas que tenía de llorar sólo empeoraban con cada minuto que pasaba. Clavaba las uñas en las palmas de las manos, cada vez más y mas incómoda. Jamás pensé que tendría ganas de salir de ahí lo antes posible, sin siquiera pasarme a saludar como hubiese hecho tres semanas antes.

Ya no tenía fuerzas, las ideas revolucionarias volaban en mi mente, las ganas de llorar habían llegado ahogarme con anterioridad, aunque en esos momentos podía chillar lo más alto que podía sólo para evitar que volviesen a inundarme. Nadie me escucharía, de todas formas. Todo el mundo hacía oídos sordos y ponían al ruido como mejor excusa para ignorarme.

Era demasiado duro tener que enfrentarme a tantísima presión, nadie me había pedido la opinión, nadie me había pedido permiso. Ya había aguantado suficiente. No me merecía todo eso.

Sólo quería que el ruido dejara de atronarme los tímpanos, que dejasen de gritarme en los oídos, que dejasen de darme golpes en los hombros con superioridad, que dejaran de menospreciarme y que me mirasen como me merecía que me mirasen.

Nunca hasta ese día me había rebelado, nunca había dado golpes en la mesa haciendo que las miradas se girasen en mi dirección, ni había gritado basta. Nunca había callado las voces que me acusaban de cosas que no había hecho, nunca había luchado por mí misma. No era ninguna de las cosas de las que me tachaban, no era ni una busca famas, ni una guarra, ni una falsa. Tan sólo era una chica demasiado joven para un mundo de ese tamaño gigantesco, demasiado joven como para que mis errores se pintasen en todos los rincones de la ciudad, demasiado joven para que todo el mundo me estuviese analizando con un microscopio. Y aún se esperaba de mí que me quedase calladita, que dejase que él me mandase mensajes de buenas noches después de verle actuar de esa manera con el resto de las chicas del equipo, en mi cara. Después de todas esas conversaciones fallidas que tuvimos, en los que ambos nos echábamos la culpa mutuamente. Sin arreglar nada. Aún así, ahí estaba, como si lo estuviese estado haciendo adrede. Tenía que quedarme en silencio.

Aquello sólo hizo que mi garganta se cerrase todavía más, no podía respirar.

Ellen intentaba tranquilizarme un poco, pero estaba tan enfadada que de camino hacia el backstage que teníamos facilitado, tenía que frotarme el brazo y obligarme a tranquilizarme antes de llamar a su puerta. Inspiré y expiré un par de veces. No lo iba a conseguir.

Debería haberme ido a casa.

—¡Enhorabuena, chicos! Estoy super orgullosa de vosotros —dijo Ellen al entrar en la habitación, en donde los chicos se estaban cambiando para marcharse.

Yo también les felicité, aunque fui directa hacia donde estaba Harry, y sorprendentemente no me costó en absoluto ignorar el hecho de que no llevase camiseta.

Esa fue la primera señal.

—¿Podemos hablar? —pregunté, aunque no esperé a que respondiese, sino que le sujeté la mano para tirar de él hasta el pasillo.

—¿Qué pasa? —se cruzó de brazos.

En un momento normal hubiese dejado que terminase de vestirse, aunque en esos momentos me estaba dando bastante igual.

Tendría que habérselo visto venir. Tendría que haberme visto a cara de preocupación, mi voz ronca y mi presión contra su mano demasiado fuerte. Lo sabía. Aunque a diferencia de una circunstancia normal, mantuvo sus distancias, no se preocupó por mi tono de voz y por mi semblante serio, no se acercó para acariciarme la cara y tratar de tranquilizarme.

A lo mejor él también estaba enfadado conmigo. O tal vez fueran sólo imaginaciones mías, que estaba tan enfadada que todo me molestaba en proporciones injustas.

De todas formas no me importó. Le miré a los ojos.

—Sabía que iba a ser una mala idea que viniese aquí hoy, teniendo en cuenta que todas estaban esperando a que viniese. La chica de delante no dejaba de sacar fotos mías.

Él suspiró y se pasó los dedos por los ojos. Parecía tan harto como yo. Pero aún no tenía ni idea de qué era todo lo que estaba pasando por mi cabeza. Yo sí que estaba harta.

—Le ha encantado la cara que he puesto, al parecer, cuando me ha visto descojonarme cuando te he visto "interaccionar" con Cher en el escenario, porque ahora la foto está por todo twitter, como de costumbre.

Soltó una pequeña risa.

—Déjalo estar, Jane. Ya te he dicho que—

—No tengo suficiente con que tus estúpidas fans me odien a muerte... —le interrumpí.

Él tal vez supiera que estaba molesta, aunque en esos momentos estaba preparada para empezar a soltarle todo lo que había estado almacenando en mi conciencia, repitiendo día sí día también en mi mente, como si estuviese repasando un discurso muy importante.

Seguí:

—Que encima, tengo que soportar cómo se ríen de mí al verte tontear con otras chicas, dejando de lado lo mucho que duele.

—Jane... —comenzó a decir, descruzando los brazos para poner una mano delicadamente en mi hombro para intentar tranquilizarme un poco.

Le volví a interrumpir, aunque dejando que me tocase, y que tratase de arreglarlo. Por mucho que no sirviera de nada.

—He tenido que soportar meses y meses viendo cómo tienes el tiempo de tu vida, pensaba que decir algo al respecto era egoísta. He soportado tus celos pensando que sólo te estabas preocupando por mí, mientras tú estabas demasiado ocupado ligando y tonteando con todo el mundo en esa maldita casa, delante mía, como si no me fuera a importar. Pero que no se me ocurra decir nada al respecto, porque tú no me quieres perder —hice una pausa para tragar saliva—. Y yo me lo he tragado todo. Porque estoy condenadamente enamorada de ti.

No me había dado cuenta de que había empezado a llorar. Él me miraba cada vez más suavemente, incluso había dejado de tocarme durante unos breves segundos. Estaba sorprendido. Sus ojos brillaban, aunque yo tuve que apartar la mirada de los suya si no quería volver a caer en su trampa mortal.

A pesar de todo, no decía nada, posiblemente si lo hubiese hecho le hubiese interrumpido con mi vómito de palabras.

—¿Sabes lo duro que es enterarse de que has estado con no sé ni cuántas chicas o chicos o lo que sea en esa casa, que ni siquiera sé si es verdad porque tú no me cuentas nada? Y me tengo que enterar por las putas revistas o las putas redes sociales de mierda. En las que por cierto, me han puesto de zorra para arriba sólo porque me han visto un par de veces contigo. Y tú te quedas callado.

Te lo aseguro, estaba llorando muchísimo.

Había bajado la mano de mi hombro, volviendo a cruzarse de brazos, escuchándome con los ojos brillantes, los labios fruncidos, buscando mi mirada desesperadamente.

Continué:

—¿Cómo de difícil es de entender que yo sólo quería estar contigo? —susurré, bajando el tono, mirándole a los ojos—. Hubiese soportado todos y cada uno de los mensajes de odio que me envían a diario. Pero tú estás demasiado ocupado con tu carrera que no puedes ver lo fatal que lo estoy pasando. Tuve un retraso de un maldito mes por culpa de la puta ansiedad. Y de mientras tengo que ver cómo las mismas chicas que me quieren muerta darían su vida por ti, cómo tonteas con Cher o con quien sea en mi puta cara sin importarte una mierda cómo me sienta.

—Jane, para —empezó a tocarme el brazo con los dedos, intentado atraerme hacia él.

Se la aparté de un manotazo y me sorbí los mocos.

—No. Es imposible sacarte las palabras. He estado meses esperando a que me dijeras algo, esperando a que me dijeras que sientes lo mismo por mí. Yo sé que lo haces, pero te quedas callado y eso lo hace incluso más doloroso.

Menos mal que no había nadie en el maldito pasillo, porque estaba montando una escenita.

—Ya no sé qué más a hacer para llamarte la atención y que me hagas caso de una puta vez. Para que te des cuenta de que me estoy desangrando mientras tú disfrutas de la famita.

Harry me puso las manos en los hombros esta vez sin pedirme permiso y me miró a los ojos. Se me partió el corazón cuando vi que había conseguido enfadarle.

Él estaba enfadado, y yo me había disuelto una vez más en lágrimas. Menuda forma de coger las cosas por las riendas.

Era demasiado débil.

—Jane, cállate. No me puedes pedir todo esto.

Negué con la cabeza y di un paso atrás, soltándome de sus manos una última vez.

—Esa es la peor parte. Ya no te estoy pidiendo nada.

No me podía creer que aún después de haberme confesado tan abiertamente no era capaz de sacarle las palabras. Que seguía en silencio, como si no le hubiese dicho nada. Seguía sin ser claro conmigo acerca de sus sentimientos hacia mí. Me aparté las lágrimas con rabia de mis mejillas. Le dirigí una última mirada y sin añadir nada, caminé con pasos fuertes el pasillo de vuelta a la calle.

Lo siguiente que hice fue cometer el mayor error de mi vida.

La conversación estaba grabada a fuego en mi mente. No podía dejar de repetir una y otra vez todo aquello que le había soltado, su reacción al hacerlo; silencio. No me podía creer que aún no era capaz de llamarle la atención, todavía no conseguía hacerle hablar. Caminaba con las manos en puños, con el asfalto blando en comparación con los pasos fuertes que estaba dando con rabia, todavía secándome las lágrimas con las manos. Ignoré como pude a las pocas personas que todavía quedaban por salir del sitio del que estaba saliendo. Caminé y caminé, con los brazos cruzados, arrepintiéndome de no haber cogido una chaqueta más gorda, andando hacia barrios algo más calmados. Fue sin querer, ni siquiera me di cuenta, mis pies me estaban llevando a un sitio en el que no había estado demasiadas veces, que evitaba a toda costa desde ese día en específico. Me empezó a doler el pecho, que me estaba casi obligando a darme la vuelta, pero cuanto más lo pensaba más me gustaba. Mi corazón hacía acopio de todas sus fuerzas, castigando mis costillas, repitiendo una y otra vez que estaba cometiendo un error gravísimo. Que me iba a arrepentir. Te vas a arrepentir. No lo hagas.

Sólo había una cosa que podía hacer si quería hacerle daño de verdad.

No podía hacer aquello. No podía hacerle eso. Todo ya estaba estropeado, posiblemente mi relación con él se había ido al traste por completo. Había conseguido arruinarlo todo. Entonces, ¿qué más daría? ¿Qué más daría arruinarlo todavía más? Quería hacerle daño. Haciendo aquello no mataba a dos, sino a tres pájaros de un sólo tiro. Quería hacerle ver qué es lo que se sentía. Quería acabar con todo aquello de una maldita vez por todas. Pero no podía hacerle eso. No podía.

Me reí en alto. Me había vuelto completamente loca. Lo habían conseguido, mi mente había dejado de funcionar con fundamento. No había tenido suficiente cuidado, me habían rajado de arriba a abajo como a un animal, aunque ya ignoraba por completo la sangre salírseme por la boca, los ojos y los oídos. Mis dedos goteaban entre ellos, y lo único que ya me salía hacer era reírme. Con esa misma sonrisa llamé a la puerta con el puño después de haber andando por lo menos una hora, y mi cuerpo me castigó clavándome las uñas en mis manos.

Dan abrió la puerta y al verme frunció el ceño.

—¿Jane?

—¿Quieres romper el internet?

Se cruzó de brazos y antes de que pudiese añadir nada, me acerqué a él con dos pasos lentos, sin separar mis ojos de los suyos, para enredar mis dedos en su pelo y mi lengua en la suya viciosamente.

Cerré la puerta detrás mía sin separarme de él, y dejé que mi error se consumara entre las sábanas, pasando de las arcadas que me subían por la garganta, y esperando ansiosa los resultados de aquello, mientras fingía los gemidos como llevaba haciendo durante años, antes de que el chico que puso mi mundo patas arriba llegase con su voz y sus dedos juguetones.

veintidós

Nada más abrir los ojos supe que no iba a ser un buen día. La luz blanca que presidía la habitación resintieron mis pupilas e hizo que el dolor atravesara mi cabeza sin pudor ni conciencia. Me llevé una mano a la frente cerrando los ojos con fuerza de nuevo, esperando a que el dolor aminorase un poco antes de dar una vuelta en la cama. Alargué el brazo dispuesta a sacudir a Harry hasta despertarle para compartir ese sufrimiento todavía con los ojos cerrados, pero no había nadie a mi lado. Abrí un ojo para comprobar que, en efecto, estaba sola en la habitación. Con un gruñido, rodé por mi cuerpo hasta quedar boca arriba para frotarme la cara una vez más con ambas manos. Cogí mi teléfono encima de la mesilla de noche para mirar la hora, aunque quedé distraída con la cantidad de notificaciones que bailaban sobre la pantalla. Me puse pálida al segundo. Sólo había tenido un +99 de notificaciones en Twitter una vez anteriormente, ni siquiera me atreví a entrar.

Aunque lo que hizo que se me paralizara el corazón eran los mensajes de Dan.

Dan: te lo advertí

Ignorando el dolor de cabeza, salí de la cama casi de un brinco. Recogí la primera camiseta que vi por el suelo para ponérmela antes de salir de la habitación, donde me encontré a Harry en la cocina. Me acerqué mirando el suelo, sintiendo el arrepentimiento subirme por el pecho, seguido por la vergüenza y el sentimiento de culpa cogidos de la mano. Me senté en el taburete insegura.

—Buenos días —dije con voz queda.

—¿Quieres algo para beber?

—Agua, por favor.

No era capaz de mirarle a los ojos, por mucho que no estuviese segura de que lo hubiese visto o no. Ni siquiera yo lo había visto todavía, ya que estaba aterrorizada por ello. Dejé el teléfono encima de la encimera y sujeté el vaso que me tendía con una sonrisa.

—¿Resaca?

Me encogí de hombros y apoyé la frente en mi puño.

—Me duele la cabeza, eso es todo —dije, alzando la mirada y sonriendo un poco.

Él se rió y yo continué bebiendo hasta que el vaso quedó vacío. Me aclaré la garganta y me rasqué el brazo, de nuevo sin ser capaz de mirarle. Sabía que tenía que enfrentarme a la situación. Tenía que enterarse por mí, por nadie más. Me aclaré la garganta.

—Así que..., ¿has entrado en Twitter hoy? —pregunté, pensando que sería buena idea mirarle por fin, aunque en cuanto le vi la cara juguetona, apoyado contra la encimera con las manos, no pude evitar apartarla con rapidez de nuevo.

—Sí. Lo he visto.

Solté un pequeño gruñido y apoyé la cabeza en la superficie fría de la mesa entre mis brazos doblados.

—Lo siento mucho —dije sin levantar la cabeza y con los ojos cerrados con fuerza, como si así pudiese esconderme de él y de la vergüenza.

—No me habías dicho que era eso lo que tenía Dan contra tuya.

Me incorporé y me coloqué el pelo detrás de la oreja.

—Ya, yo tampoco sabía que me ibas a coger el teléfono y a decirle todo eso —respondí, mirando hacia mi móvil—. Yo sólo iba a mandarle a la mierda temporalmente, iba a esperar a que se me pasara la borrachera para pedirle perdón.

—Jane, no iba a permitir que continuara haciéndote eso. No pasa nada, esas fotos iban a salir tarde o temprano —dijo tranquilo, como si no fuera nada.

Me quedé callada.

Qué sencillo era para él decir aquello. Él saldría sin un rasguño en su piel ante lo que estaba ocurriendo. Yo no estaba destinada al mismo desenlace. A él lo iban a seguir apoyando en sus decisiones, mientras a mí me caerían literalmente litros y litros de mierda encima, como de costumbre.

—No te preocupes, esta tarde lo negaré y ya está. No hay que darle más vueltas.

Esa vez sí que le miré a la cara con una ceja alzada. Él me miraba sereno y divertido, como si aquella situación no le importara en absoluto. Sin verse afectado. Sin siquiera intentar entender que a mí me afectara. Me crucé de brazos.

—¿Negarlo? Ya no hay nada que negar, Harry. Hay fotos, literalmente, fotos que demuestra que no somos solo amigos —dije eso con tanta rabia que casi me levanto de la silla.

Se encogió de hombros, aunque evitó mi mirada como pudo, por mucho que yo buscaba furtivamente que se atreviese a mirarme a los ojos.

—Tendrán que creérselo.

Dejé caer la mano en la mesa y casi demandé que me mirase a la cara. Me alzó una ceja.

—No hay nada que creer —repliqué con voz segura, clavando mis ojos en los suyos—. Estaríamos mintiendo. Esto es lo que hay. Lo mínimo que podemos hacer es admitirlo y así puedo dejar de esconderme de esta forma.

Él suspiró y se frotó la cara con las manos.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no? Si vamos a estar haciendo el tonto como hasta ahora, por lo menos lo podemos hacer oficial. Así me odiarían con alguna razón... aunque no me puedo ni imaginar lo que me están odiando en este momento...

El chico resopló y apartó la mirada.

—No seas exagerada.

De nuevo, alcé las cejas echando la espalda atrás, sin creer lo que me estaba diciendo.

Sin añadir nada más, pensé que ellas hablarían mil veces mejor de lo que yo podría hacerlo. No pensé en nada más que en sujetar mi teléfono y en abrir twitter. Me aclaré la garganta, y comencé a leer:

—"No me lo puedo creer, Jane lo ha vuelto a hacer; ha conseguido centrar toda su atención en ella. Posiblemente haya sido ella la que ha filtrado las fotos, esa zorra sin talento". Ah, qué maja, me ha puesto un emoticono y todo —dije sin poder evitar reírme un poco.

Alcé la mirada para ver su reacción, aunque él seguía con la mirada fijada en el suelo. Me aclaré la garganta una vez más y continué leyendo.

—"Dios mío, esta chica ni siquiera con la boca pegada a Harry consigue ser guapa. ¿Soy la única que ha imprimido las fotos y ha pegado una foto suya encima de la de esta cerda? Lo recomiendo furtivamente".

Esa vez ni me esforcé en ver su reacción, sino que su silencio fue una afirmación de que no había sido suficiente para él.

—"Muérete, Jane Carter. Ni siquiera me voy a romper la cabeza por poner otra cosa; lleva mintiéndonos durante meses, sólo merece morir. ¿Alguien que haga un acto caritativo?"

Se cruzó de brazos y miró hacia otro lado.

—Acabo de leer los tres primeros twits que he encontrado, ni siquiera me he tenido que esforzar en buscar. Estaban los primeros en mis notificaciones, Harry. Antes me odiaban, ahora me quieren muerta.

Suspiró.

—Espero que sepas que no hay nada que yo pueda hacer contra eso.

Me pasé una mano por la cara y dejé el móvil encima de la mesa. Suspiré.

—Lo sé. Pero por lo menos demos una razón "coherente" para que me odien, ¿no? Quiero decir, ahora sólo estoy quedando como la mala.

Se quedó callado de nuevo con la mirada baja y evitando mirarme a los ojos. Dejé caer los hombros y volví a frotarme los ojos con un gruñido.

Sabía desde el principio que me estaba metiendo en una situación complicada, y que no saldría tan fácil de allí. Con el primer twit en el que me mencionaron, la primera publicación en la que usaron mi nombre. Aquello era más grande de lo que nunca me hubiese podido imaginar. Su mundo giraba tan deprisa en comparación con el mío que ya no podía ver lo que estaba pasando a mi alrededor, mientras él poco a poco me soltaba la mano, dejándome a la deriva y sin responsabilizarse si me mareaba o no. Intentaba culparle a él por no poder sujetarme con fuerza, aunque sabía que era culpa mía.

Aún así, me dio igual.

Me entraron unas ganas de llorar increíbles, y el tembleque ya instaurado de por sí en mi cuerpo por el alcohol de la noche pasada sólo empeoró con la situación. Sentí vértigo de pronto, un miedo incontrolable por perderle si seguía con esta conversación durante más tiempo.

Y como una tonta, intenté arreglarlo, cuando muy en el fondo sabía que no tenía cómo.

—Mira... —dije, suavizando la voz y bajando la mirada—. No te estoy pidiendo ser tu novia ni nada parecido, ¿de acuerdo? Pero por lo menos ayúdame un poco. Di algo, porque ahora mismo sólo me estoy llevando la mierda yo.

Se pasó una mano por el pelo y frunció los labios.

—Hablaré con Simon, a ver qué puedo hacer.

Esas palabras me dolieron todas y cada una de ellas como clavos en el estómago.

Le dio igual que mi voz se rompiera después de hacer esfuerzos sobrehumanos para no echarme a llorar ahí mismo. Sabía qué es lo que me estaba pasando, sabía que había dicho eso para ver su reacción, y aún así había decidido que esas eran las palabras adecuadas para responderme.

Realmente no quería hacerlo oficial, no quería tenerme ahí a su lado. Quería seguir siendo él mismo y tontear con otras chicas delante mía sin que le importase cómo me sentaría. Quería tenerme ahí, comiendo de su mano cada vez que se le antojase, mientras firmaba autógrafos y dejaba que otras chicas se muriesen por sus huesos, gritando su nombre en coro, mientras yo estaba en el fondo de todo, tejiendo mis esperanzas. Para que viniera él y las arrancara de mis manos, y luego lo arreglaría con un beso.

Sabía que ese iba a ser el mejor momento para confesar todo aquello que llevaba experimentando durante los últimos meses, aunque por alguna razón las palabras se quedaron atascadas una vez más en mi garganta, y tuve que tragarlas con un líquido amargo, que se quedó en el fondo de mi estómago durante mucho tiempo.

—Ya hemos hablado de esto —dijo, rodeando la mesa para ponerse a mi lado, sujetando mis muslos y acercándome a él con delicadeza, acariciándome la mejilla—. No quiero perderte.

Así, puf. Solucionado. Aunque esa vez aparté la cara antes de que pudiese besarme.

Él se lo tomó con una pequeña risa, y me pellizcó la mejilla con una sonrisa.

Esa vez no me callé cuando salí de su casa, todavía con su camiseta blanca bajo mi abrigo. Sabía que los fotógrafos estarían esperando aquel momento jugoso, aunque aquella vez ni siquiera se estaban esforzando por esconderse. Estaban esperando en fila india, asomando sus cabezas para verme aparecer, esperando a que besase cada una de sus cámaras con mi presencia, con mi dulce silencio que les encantaba. El enfado hacía burbujas en mi garganta, mi sangre estaba a punto de hervir, y por mucho que me estaba clavando las uñas en las manos para intentar tranquilizarme, la tensión del momento me subió por la garganta y me mordí la lengua.

—¡¿Podéis dejarme en paz de una puta vez?!—chillé dándome la vuelta con brusquedad sintiendo al fotógrafo siguiéndome en silencio.

El hombre se quedó callado mientras dio un paso atrás. Hasta pude reconocerle la cara, aunque estaba esbozando una mueca de incertidumbre ante mi ataque de rabia repentino, acostumbrado a mi dulzura y a que siempre hacía que no existían.

Bajé los hombros y con los labios fruncidos, cerré los puños y me di la vuelta para seguir mi camino hacia la boca del metro que siempre cogía.

Pensé que en las siguientes semanas las cosas mejorarían a mi favor, aunque como siempre en este tipo de situaciones, no podía estar más equivocada. Es más, las cosas estaban a punto de ponerse muy feas.

Tardaron realmente poco en empezar a hablar mal de mí también en las revistas, las pocas veces que lo hacían. Siempre habían sido amables conmigo en toda aquella trayectoria completamente de locos que había vivido, aunque parece ser que en cuanto comencé a mostrarme reacia ante la situación de forma mucho más literal, fueron los primeros en darle gasolina a las palabras dirigidas hacia mí en las redes sociales.

Las fotos me perseguían allá donde iba, las cuales había tenido durante ahora varios meses como fondo de pantalla y que tan feliz me habían hecho anteriormente. Ahora sólo me recordaban una y otra vez de que todo era una falsa ilusión que me había atrapado durante demasiado tiempo. No quería estar conmigo. No estaba dispuesto a dejarlo todo caer y aclarar las cosas con todo el mundo, y agarrarme de la mano en público. Le gustaba que las cosas estuviesen borrosas y que la gente hablara y especulara, por mucho que ahora hubiesen pruebas reales. Tampoco me atrevía a pedírselo. No de nuevo, y arriesgarme a que no se tomara la situación en serio. Una vez más.

Sólo quería que dejase de importarme tanto. Quería aprender a disfrutar tanto como lo estaba haciendo él.

Aunque era complicado, teniendo un ejército detrás repitiéndome una y otra vez lo poco que valía. Él no me quería en su vida de la misma manera en la que yo lo quería a él, y era hora de que empezara a asumirlo.

—Dan es un hijo de puta —decía Ellen tumbada encima de mi cama.

Puse los ojos en blanco.

—Dan aquí no pinta nada.

Se encogió de hombros.

—Si no fuera por él no estarías en esta situación.

—Ellen, llevo en esta situación meses. Si no fuera por Dan no me hubiese dado cuenta. No quiere estar conmigo.

Ellen torció una sonrisa y me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—¿Y qué vas a hacer?

Gruñí y me dejé caer a su lado en mi cama.

—No lo sé.

Hizo una pausa para bajar la mirada y morderse los labios con nerviosismo.

—¿Qué es lo que más te molesta de todo?

Me pasé una mano por los ojos.

—Que estoy continuamente pidiendo perdón.

—¿A qué te refieres?

—Pedía perdón casi todos los días cuando estaba con él, sólo porque tuviese que verme con otro chico. Por mucho que no somos exclusivos. Pedía perdón.

—¿Por qué?

—Porque estoy enamorada de él.

Se quedó callada y bajó la mirada.

Hasta ella sabía que estaba hasta el fondo de mierda.

Al final en eso se resumían mis problemas. Era capaz de soportarlo todo con tan sólo estar con él, porque realmente él no estaba haciendo nada malo. No podía pedirle nada. No era justo.

Aun así, lo quería tanto que empezaba a dolerme. Pero

ya no me valía la pena.

Pensaba atrás hacia toda esa utopía en la que estaba viviendo el año anterior, convenciéndome a mí misma de que todo aquello terminaría cuando lo hiciera el programa, que dejarían de hablar de mí y que iba a querer estar conmigo. Esa vez miraba hacia mi pasado con una sonrisa burlona y a punto de la carcajada. Realmente era así de ingenua, ignorando los ataques de ansiedad casi diarios y lo fatal que había dormido, sólo con un par de orgasmos de premio, con mi corazón saltando en el pecho de felicidad cada vez que me miraba o me acariciaba de forma casual. Él sabía qué es lo que estaba haciendo conmigo, lo podía ver en su sonrisa cuando me la dirigía hacia mí, y me engañaba a mí misma pensando que era yo la que lo hacía temblar de felicidad.

De pronto me bajé de la atracción en la que me había subido con pasos firmes, sujetándome a las barras mientras bajaba las escaleras con los gritos desesperados a mi espalda, y el mundo dejó de dar vueltas. Los árboles por fin se quedaron firmes sobre la tierra, las personas que pasaban a mi lado dejaron de estar distorsionadas por la velocidad, y el sonido habitual de una ciudad grande me transmitió calma y tranquilidad.

Pude ver las cosas con claridad.

Aunque mi corazón seguía latiendo deprisa cada vez que escuchaba su voz al otro lado del teléfono, todavía no podía controlar esas sonrisas repentinas que esbozaba al pensar en él. Seguía estando horriblemente enamorada de él. Aunque me quité las gafas rosas de un tirón, con un sollozo de dolor, las manos temblorosas y las lágrimas amontonadas en mis ojos, y de pronto las señales que siempre habían estado ahí se vieron rojas, como siempre habían sido. Claras y altas. El rosa me había impedido verlas, pero nunca nadie las había movido.

El mundo era espantosamente feo cuando me quise dar cuenta. El camino de la fantasía por el que estaba caminando era mil veces más bonito en rosa, pero vi que las espinas de las rosas que me estaba clavando en los tobillos poco a poco me estaban rajando la piel, y las piedras del sendero estaban afiladas, apuntando amenazadoras hacia mí. Tenía que dar la vuelta.

Quedé con él una última vez una semana antes de que empezase el tour que lo separaría de mí durante más de dos meses.

Sentada en el sofá a su lado pude ver cómo luchaba por no sujetarme la pierna y colocarme encima suya para acariciarme el muslo, con una sonrisa juguetona en los labios.

—¿Cuándo os vais?

—El jueves.

—¿A dónde?

—Birmingham. LG Arena.

Asentí frunciendo los labios.

—Vaya. Nunca he estado, pero parece una arena grande.

Suspiró una pequeña risa, apoyando los codos en sus rodillas y bajando la mirada.

Me quedé callada un segundo.

—Buena suerte —dije al final.

Giró la mirada hacia mi dirección y esbozó una sonrisa. Se acercó a mí sin dejar de sonreír y me sujetó la barbilla para darme un beso en los labios. Me costó algo no reírme, aunque con el corazón en brincos, traté de seguirle el beso, dejando que enredase sus dedos en mi pelo de nuevo. Sin poder evitarlo se me puso la piel de gallina, y un dolor desgarrador en el vientre me hizo separarme de él. Se apoyó en el respaldo a mi lado.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó, casi apoyando su cara en mi hombro.

—Mm —contesté afirmativamente, sin atrever a mirarle de nuevo.

Odiaba ser tan vulnerable cuando se trataba de él, aún después de darme cuenta de tantas cosas, sabiendo que aquello iba a tener que terminar tarde o temprano.

—¿Quién es el tercero?

Fruncí el ceño. Casi no me podía creer que, con todo lo que llevaba ocurriendo entre nosotros durante las últimas semanas, lo que le preocupase fuera quién era la otra persona con la que me había acostado. Esbocé una sonrisa antes de soltar una carcajada.

Levantó la cabeza y me miró divertido.

—¿Qué? —dijo con una risa.

—¿Vas en serio?

—Sí, ¿por qué te parece tan raro?

Volví a reír.

—¿Por qué quieres saberlo? —respondí, bajando la mirada hacia él, que me miraba apoyado de nuevo en mi hombro.

Se encogió de hombros y cruzó los brazos.

—Tengo curiosidad.

—No te lo quiero decir.

Se incorporó y me miró incrédulo con una sonrisa.

—¿Por qué no?

—Porque no son tus asuntos, Styles —dije devolviéndole la mirada tentadora, esbozando la misma sonrisa que me estaba dirigiendo él.

Alzó una ceja y puso los ojos en blanco.

—Venga ya. Siempre me has contado este tipo de cosas.

Me encogí de hombros.

—Tú nunca me cuentas nada. ¿Con cuántas personas te has acostado tú?

Se quedó callado por unos segundos y soltó una carcajada sin responder a mi pregunta.

—¿Lo ves?

—Sabes que sólo han sido dos —respondió al final, rebajando la sonrisa un poco y volviendo a dejarse caer contra mí, sin separar sus ojos de los míos, ahora por encima mío. Pasó un brazo por mis hombros.

Tuve que cerrar los ojos temporalmente al sentir su olor corporal colarse en mi nariz, y separar la cara de su pecho unos milímetros.

—Sí, claro —murmuré mirando al frente.

—¿Qué? —dijo pellizcando mi mejilla para que girara la cabeza hacia él, todavía con el tono juguetón en la voz.

—No te creo —me atreví a decir de nuevo, mirándole durante unos segundos escasos.

Hizo una pausa.

—¿Por qué no? —dijo, y noté cómo su tono juguetón ya no estaba tan presente en su voz.

Ni siquiera sabía por qué no. No tenía ni idea de qué decirle, y su cambio sutil de tono de voz me estaba empezando a asustar, mi vulnerabilidad me hacía cosquillas dolorosas debajo de las uñas. Me encogí de hombros todavía con una sonrisa en los labios, ignorando su cambio ligero de postura.

—No lo sé.

—Espera —me interrumpió, girando su cuerpo hacia mí y obligándome con los dedos a mirarle. Sus ojos brillaban—. ¿De verdad piensas que te mentiría con algo así? —dijo serio esta vez.

Tuve que apartar la mirada y suspirar dejando caer los hombros, aunque sentía su mirada sobre mí como dos losas.

—Tienes razón. Lo siento. Sé que no me mentirías. Es sólo que... —hice una pequeña pausa buscando las palabras adecuadas—, te vi en la fiesta de tu cumpleaños hablar con Cher y... tu cuerpo estaba haciendo eso que haces cuando te gusta alguien—

—¿Mi cuerpo? —preguntó confuso con el ceño fruncido, interrumpiéndome.

Negué con la cabeza restándole importancia.

—No sé cómo explicarlo, ¿vale? Pensé que había tensión entre vosotros, y estaba confusa.

—¿Estás celosa de nuevo por Cher?

Suspiré.

Estaba agotada. Realmente agotada.

—¿Por qué es tan malo?

Suspiró y giró su cuerpo para volver a recostarse en el sofá pasándose una mano por el pelo.

—Jane...

—No, en serio —le interrumpí—. ¿Por qué es tan malo que esté celosa? Tu estabas celoso todo el tiempo cuando estaba con Dan. Y sabías que no quería estar con él.

—Eso fue distinto. Mira qué hizo contigo, estabas completamente bajo su hechizo.

—Te pedí perdón muchísimas veces, Harry. Tú sabías que estaba celosa, y me echabas a mí la culpa.

—Yo no me he acostado con Cher —escupió con voz ronca.

Me quedé callada. El nudo en la garganta estaba empezando a hacerme daño.

No podía creer que realmente me hubiese dicho aquello.

Bajó la mirada y se humedeció los labios. Me cogió la mano.

—No lo he dicho en serio. Lo siento. No debería haber dicho eso.

—No, no deberías haberlo dicho.

Ambos nos quedamos callados durante unos segundos. Yo realmente no sabía qué es lo que debía decir después de aquello. El pecho me ardía con fuerza mientras subía y bajaba irregularmente. Me costó a horrores no llevarme una mano a las costillas para, aunque sea, intentar amortiguar un poco el dolor.

En mi cabeza resonaban sin parar las palabras que Yina me había chillado a la cara meses atrás, cuando se le ocurrió desprestigiarme de esa forma delante de todo el mundo y llamándome todo aquello. Los últimos meses habían servido para que dejase de comer durante días enteros, mi autoestima nunca había estado tan baja en mi vida, después de leer todo lo que estaban diciendo acerca de mi imagen, nunca antes me había sentido tan horriblemente mal en mi propia piel. Realmente cómo me veía nunca había sido algo que me había molestado en el pasado, pero no te puedes hacer una idea de qué pueden hacer unas cuantas personas online. Por mucho que uno de los chicos más guapos del momento me mandaba mensajes diarios deseándome las buenas noches. Y aunque eso hubiese sido lo único. Mi reputación era de las más desprestigiadas que podía tener, me juzgaban acerca de mi vida sexual, lluvias de insultos que me tachaban de cosas con las que ya había tenido que lidiar en mi pasado, aunque esa vez, tan claro y tan obvio que podrían habérmelo escrito en la frente. Guarra. Zorra. Falsa. Aprovechada. Busca Fortunas, Busca Fama, por mucho que tan sólo tenia malditos dieciséis años. Fácil. Puta. Y un larguísimo etcétera que le seguía a la lista, palabras que siempre había ignorado, que nunca me había tomado en serio por mucho que me costase a horrores hacer oídos sordos. Estaba escrito en mi tarjeta de identidad.

Pero aquello que dijo él me partió el corazón de una forma que lo pude sentir en el pecho.

Crack.

Rompió el silencio con un suspiro.

—Creo que... Creo que puedes ponerte celosa. Tienes razón, no es nada malo. También creo que puedes acostarte con las personas que quieras.

Cerré los ojos.

Crack.

—Sólo lo estás empeorando —susurré y le miré a los ojos.

Apartó la mirada y suspiró de nuevo.

Se acercó a mí y me volvió a coger la mano con las suyas, bajando la mirada hacia lo que había unido y midiendo sus siguientes palabras como debería haber hecho hacía un par de segundos. Aprendiendo de sus errores.

No como yo.

—Lo siento, Jane.

—Está bien.

—Todo esto es nuevo para mí también.

—Lo sé.

Rodeó mis hombros con sus brazos y me atrajo hacia él, dificultando mi trabajo de mantener las lágrimas en su sitio. Cerré los ojos con fuerza y esa vez no me contuve al inspirar una buena dosis de su olor, dejando que me meciera entre sus brazos, que se preocupara por mí aunque fuera mentira. Me gustaban los sueños después de todo, después de haber vivido en una ilusión rosa y fantástica desde que le conocí. La realidad era tan dolorosa que en los siguientes segundos sólo deseaba una y otra vez poder fundirme en él y no volver a pisar la tierra nunca más. Me sentía segura con sus dedos presionándome las costillas y sus labios en mi frente, por mucho que estaba viendo el suelo bajo mía a kilómetros de mí, acercándose a una velocidad extrema. No quería volver a la vida real.

—Sé que no arreglo nada con un abrazo —escuché su voz entre sus costillas, más grave que de costumbre, murmurándolo suavemente en mi oído.

Mi piel se puso de gallina al instante. Como un acto reflejo. Casi dolorosamente.

—No hay nada que arreglar.

No había nada. No había relación, no había nada que romper, todo estaba basado en habladurías y en lo que él decía y yo decía. No era real. Y a pesar de ello, era horriblemente real que no lo fuera.

Tal vez fuera tan sólo una forma de mantener mi mente en calma, darle un pequeño suspiro a mi corazón que no daba abasto. No tenía ni idea qué es lo que estaba pasando ni qué es lo que pasaría en el futuro. Cómo seguiría aquello adelante, si iba a hacerlo, si me quedaban fuerzas para tratar de arrastrar algo que probablemente no llegaría más lejos que aquello. Con palabras escritas en mi frente cada vez que pisaba la calle, mi nombre en mayúsculas sobre mi ropa, la gente seguía girando las miradas cuando pasaba, gritándome cosas con su silencio lleno de prejuicios. Mientras él me observaba luchar sola, el chico que prefería que me acostara con otras personas antes de decirme que me quería. Ya no me quedaban fuerzas.

Hoy en día, todavía no sé cómo hice para aguantar las lágrimas hasta después de salir de su piso, para acabar sentada en las escaleras de su portal llorando a sollozo limpio contra mis rodillas, cuestionándome las cosas más que nunca, y el corazón roto entre mis costillas.

veintiuno

Cher Lloyd me ayudaba a poner los vasos de plástico encima de la mesa, y yo tenía que hacer acopio de todas mis fuerzas para no ponerme a chillar cada vez que me dirigía la palabra. Cher también se pasaba ocasionalmente por el piso algún que otro viernes, y ya había hablado con ella más de una vez de una forma totalmente natural, pero aún así, había veces que mi subconsciente me recordaba de forma totalmente arbitraria que mi nuevo círculo de amigos incluía gente que salía por la tele y de las que hablaba la gente en sus cotilleos.

En el minuto uno en el que Harry y Yina entraron por la puerta yo ya estaba sirviéndome una copa de vino de lo nerviosa que estaba. No tenía ninguna razón en particular por la que ponerme nerviosa, pero mi estómago estaba extrañamente inquieto. Tal vez era porque hacía mucho que no estaba con Yina en una misma habitación y compartiendo de nuevo la noche con ella, y no estaba del todo segura de cómo habían acabado las cosas entre nosotras, aunque sospechaba que no demasiado bien, ya que los besos que me dio en las mejillas al saludarme fueron secos e incómodos. De todas formas no me dio demasiado tiempo a rallarme por aquello ya que el abrazo que me dio Harry segundos más tarde me dejó sin respiración, por mucho que no tuviese nada en particular, era el simple hecho de volver a sentir sus manos bajarme por la espalda, que provocaba una ola de imágenes que me resultaba difícil de controlar. Como pasaba usualmente.

Las personas estaban rodeando la mesa de la que habíamos guardado las sillas en la habitación de Louis para crear más espacio, hablando entre ellos animadamente mientras yo me encargaba de la música dando sorbos a mi vaso de plástico. Ellen como siempre estaba hablando con Cher y con Jess alzando la voz más de lo que debería, aunque parecía que estaban disfrutando las tres de la conversación. Sujeté mi vaso y decidí acercarme a donde estaban Aiden y Harry hablando apoyados contra el sofá mientras Yina soltaba sus características carcajadas estridentes, y la cara de Louis al escucharla reírse de esa manera hizo que tuviera que reírme yo también. Liam acariciaba el borde de su vaso con un dedo mientras me miraba acercarme a ellos dando un sorbo al mío.

—Qué raro verte bebiendo ya tu segundo vaso tan pronto —apuntó Liam con una sonrisa.

Yo fingí una risa mientras el grupo reía con el comentario, sobre todo Harry, que me pellizcó una mejilla juguetón. Yo le aparté la mano mirándole con las cejas alzadas y una sonrisa.

—Qué graciosos sois, de verdad —respondí.

—Yo ni siquiera he empezado a beber y tu ya arrastras las palabras —añadió Harry con una risa.

Le puse mi vaso en la mano y con una sonrisa desafiante, me metí el dedo en la boca para luego meterlo en el vaso que ahora sujetaba Harry, y removí el líquido con él.

—Para ti, mi regalo de cumpleaños —dije con una sonrisa satisfecha cruzándome de brazos.

La gente a mi alrededor rió, y las carcajadas de Louis y de Harry se entremezclaban entre ellas.

—¿De verdad piensas que esto me molesta? —respondió segundos antes de llevarse el vaso a la boca y dar un trago sin separar sus ojos de los míos.

—Literalmente te ha comido la boca —añadió Louis y yo tuve que soltar una carcajada, sin evitar ponerme colorada.

Se rieron todos de nuevo y hasta Yina soltó una carcajada, que me sorprendió.

—Tienes razón. Dame eso—dije alargando el brazo para quitarle de nuevo el vaso y darle un trago yo.

Harry soltó una carcajada y me desafió con la mirada antes de volver a quitarme el vaso de las manos, y darme un beso en la mejilla. Yo aparté la cara juguetona y le saqué la lengua para burlarme. Sus ojos brillaban al no dejar de sonreírme, apoyándose de nuevo en la pared y cruzándose de brazos.

—¿De dónde es ese acento? —preguntó Aiden cambiando sutilmente de tema.

—Ugh no le preguntes por el acento, por favor —se quejó Zayn.

—No soy americana si eso es lo que te preguntas. Soy española —respondí pasando de él.

—Sí que suenas americana.

—Lo sé. Es la mayor desgracia que me ha pasado.

Me acerqué al grupo de chicas y le puse el brazo por encima a Jess, cuyas mejillas estaban algo sonrojadas.

—¿No ha podido venir Lena? —pregunté.

Bajó la mirada y negó con la cabeza algo decaída y se encogió de hombros.

—Oh. No te preocupes, ya vendrá otro día.

Ella de nuevo me lo agradeció con la mirada como si le acabase de salvar la vida.

Para intentar calentar el ambiente, decidimos jugar un beer-pong encima de la mesa de la cocina en distintos grupos de tres personas. Naturalmente Ellen, Jess y yo formábamos un grupo, mientras que Liam, Zayn y Niall formaron otro, Aiden, Harry y Louis formaban el siguiente y por falta de gente, Yina y Cher tuvieron que conformarse la una con la otra. Hacía un rato que estábamos jugando, y el equipo de Harry ya había conseguido eliminar el primer grupo de chicos, y mientras tanto colorar las mejillas de Niall después de alcoholizarle.

Ellen se estaba colocando delante de la mesa con la pelotita naranja en las manos, frotándola entre ellas y soplando repetidas veces dentro de su puño para tener suerte. Era una exagerada, se estaba sacando las tabas del cuello y todo, aunque después de un par de vasos de cerveza, la cosa tenía gracia. Aiden apoyaba la mano en el otro lado de la mesa, con la espalda curvada y mirándola a los ojos para tratar de ponerla nerviosa, con los ojos entrecerrados y los labios curvados en una sonrisa. Aún así, Ellen no subía la mirada hacia él, sino que seguía haciendo sus rituales con la pelota.

—Tira de una puta vez —decía Louis, expectante.

Ellen soltó una bocanada de aire dramáticamente y tiró la pelota con cuidado, para que rebotase contra la mesa y después contra el borde de uno de los vasos, aunque no dentro como era el objetivo. Los tres chicos soltaron gritos de victoria mientras nosotras tres otros gritos de derrota, y Ellen se llevaba las manos a la cabeza con un gemido de frustración.

—Tenéis que beber —dijo Harry señalando nuestros vasos.

Con una pequeña carcajada, sujeté mi vaso y bebí un trago. Harry sujetaba la pelota esta vez, y yo con dos pasos ágiles, me puse en el otro extremo de la mesa, poniéndome cara a cara con él. La luz caía desde arriba, y la cara del chico quedó medio sombreada por su pelo, aunque yo no tardé nada en encontrar sus ojos. Tenía mi estrategia perfecta; tenía que ponerle nervioso. Le miré directamente a los ojos, mientras él sin ningún signo de dirección planeada, comenzó a estudiar los vasos en los que tendría que encestar la pelotita. Me coloqué el pelo bien y apoyé los codos en la mesa de modo que enseñaba justo lo que necesitaba del escote para ponerle nervioso. Él se aclaró la garganta y esbozó una pequeña sonrisa, aunque en ningún momento subió la mirada hacia mis ojos. Con dos movimientos, la pelota rebotó en la mesa y entró de lleno en el vaso que tenía delante de la cara.

Me incorporé mientras de nuevo el equipo de enfrente celebró su victoria con gritos, mientras que el resto miraba y aplaudía sus habilidades.

Sin añadir nada, sujeté el vaso de encima de la mesa, saqué la pelota de ella y sin separar mis ojos de Harry, que ahora ya sí me miraba, bebí el contenido de un trago. Cuando aparté la mirada pude ver por el rabillo del ojo cómo aprovechaba para sonreír y colocarse bien el pelo.

Sequé la pelota en mis vaqueros.

—Me toca —dije, y sin siquiera darle tiempo a colocarse para ver cuál era mi resultado, lancé y con elegancia, la pelota rebotó en la mesa y entró limpiamente en el vaso de plástico.

Harry se quedó atónito por mi rapidez y sin dejarle tiempo a reaccionar, alcé mis brazos en victoria y dejé que el resto de chicas me abrazaran. Sinceramente no sabía cómo había hecho aquello, pero había conseguido que la sala saltara en chillos de incredulidad ante lo que acababa de hacer, y hubiese pagado lo que fuera por volver a ver la cara de Harry, visto que su chulería no había funcionado.

Aún así, esta vez sin mirarme a los ojos, sujetó el vaso y tuvo que tragar su contenido de una, para después soltar una carcajada.

Louis y Jess se colocaron en sus sitios y como era de esperar, Louis no tuvo ningún problema en encestar la condenada pelota en uno de los vasos, que Jess tragó con un ojo cerrado por la fuerza del ron que habíamos decidido servir para el juego. Tampoco fue ninguna sorpresa cuando Jess no encestó la suya y de nuevo como penitencia tuvimos que beber las tres bajo, de nuevo, sus celebraciones.

—Y ganamos, de nuevo —enfatizó Louis de nuevo, frotándose la pelotita en el pecho con chulería.

Niall estaba rojo de la risa.

—Ya veremos —dijo Cher, acercándose a la mesa y arrebatándole la pelota de la mano.

Yina soltó una carcajada y ambas se colocaron en el sitio que habíamos ocupado nosotras, mientras que los tres chicos aprovechaban la pequeña pausa para servirse más cerveza en sus vasos.

—Bueno, como sois dos, dejaremos que los chicos elijan entre vosotras por turnos —dijo Zayn, que se había declarado árbitro al perder la primera ronda.

—Empiezo yo —dijo Harry, dando un paso al frente.

Segundos más tarde, Cher le lanzó la pelota con ojos desafiantes, y Harry la sujetó con elegancia por mucho que posiblemente no se lo hubiese visto venir, aunque resolviéndolo con agilidad.

—Elige —no sólo la mirada de la chica era desafiante, sino que el tono que usaba en la voz era claramente una declaración de reto.

Harry no separaba sus ojos de ella, y después de una pequeña pausa en la que parecía que estaban ellos dos solos en la sala, dejó salir una pequeña risa aspirada y cruzó los brazos.

—Está bien. Quiero jugar contra ella.

La garganta se me estaba cerrando por momentos. No sabía muy bien qué era aquello que estaba pasando entre ellos, pero me sentí horriblemente desplazada, como si de pronto yo sobrase del todo, viendo cómo las chispas entre sus miradas casi podían empezar a arder en cualquier momento.

Harry se humedeció los labios y apartó la mirada de la chica, que sonreía satisfecha con el resultado que había conseguido. Yo sacudí la cabeza por acto reflejo, borrando todos los pensamientos malos que mi subconsciente me lanzaba en mi dirección. La vista se me nubló por unos segundos y entonces es cuando me di cuenta de lo borracha que estaba. Respiré hondo por un segundo, y cuando me quise dar cuenta, Harry ya había encestado la pelotita en el vaso del lado de Cher, como de costumbre. Ella con una sonrisa ladeada, aunque no dejándose intimidar, bebió siguiendo las instrucciones como una buena chica, y después de secar la pelota, se dispuso a lanzarla.

Decidí que aquello no quería verlo, de pronto. Mi cuerpo se movió con una rapidez estratosférica hasta el baño más cercano que encontré y simplemente me quedé allí hasta que mi cuerpo decidiese que ya era suficiente.

No entendía muy bien qué era exactamente lo que estaba pasando y sobre todo, desde cuándo estaba pasando. Los titulares de las revistas que mencionaban su nombre cada vez que el mío era mencionado me salpicaron la mente con crueldad, y cómo Jess me decía con voz suave que todos aquellos rumores se los inventaban para dar más publicidad al programa me retumbaba en los oídos. Sabía muy en el fondo que el rumor de Cher podía ser otra cosa más que un rumor y mi instinto siempre me había dicho que probablemente no fuese una mentira. Sabía que podría haber algo. Aunque, de pensarlo a verlo con mis propios ojos, fue como si alguien me hubiese dado una patada en el pecho con todas sus fuerzas. Su forma de mirarla y cómo eran capaces de evadirse del resto de gente por mucho que estuviesen rodeados de personas y fueran el centro de atención en tan sólo un momento minúsculo. Cómo lo hacía delante mía. Cómo se esperaba a que yo pudiese soportarlo, o como si le diese igual que lo hiciera o no.

Tenía que relajarme. Posiblemente no estaba pasando nada. Posiblemente estaba muy borracha y mi mente había decidido simplemente hacerme ver cosas para hacerme daño. Posiblemente estaba exagerando.

Respiré hondo un par de veces y salí de baño ahuecándome el pelo con los dedos.

Cuando llegué los chicos ya habían ganado y estaban celebrando su victoria, como yo había supuesto desde el principio.

Con una sonrisa en la cara y pretendiendo que los celos que estaba sintiendo no estuviesen ahí, sujeté la pelota y señalé a Zayn con el dedo.

—Contra vosotros no he jugado. Quiero jugar contra vosotros.

Harry, Aiden y Louis se estaban moviendo hasta el sofá para continuar con su conversación con Cher y Yina, que hablaban con volumen y muchas carcajadas.

—Tía, yo quiero estar un rato con Aiden —me dijo Ellen, poniéndose a mi lado.

Gruñí. Dirigí mi mirada hacia los sofás e ignoré lo mejor que pude el salto que dio mi estómago cuando vi que Harry y Cher se habían sentado juntos en el sofá.

—¿Yina? —dije llamándola, y automáticamente giró la cabeza para mirarme—, ¿quieres jugar otra ronda?

La chica asintió con efusividad y se acercó de nuevo a la mesa.

Niall frotaba la pelota entre sus manos para continuar con el juego, aunque yo estaba demasiado centrada en el sofá de detrás del grupo de chicos que estaban al otro lado de la mesa. Naturalmente estaban hablando los cinco entre ellos, aunque pude ver cómo ella reía con cada comentario que hacía el chico de rizos, y cómo él se esforzaba para que ella se riera. Como hacía conmigo.

Tuve que centrarme bien, Yina me tendía la pelota, aunque me importó poco cuando no encesté y tuvimos que beber las tres de nuevo. Jess me estaba mandando miradas con motivo de venir en mi ayuda, aunque pude esquivarlas con agilidad, llevándome el vaso a la boca más veces de lo necesario.

No podía dejar de mirarlos, por mucho que mi mente me dijera que sólo me estaba imaginando cosas, yo sabía que la manera en la que le estaba acariciando el brazo no lo eran, yo había estado alguna vez en su situación, intentando no doblarme bajo su roce. Justo como estaba haciendo ella, a juzgar por la mirada que le dirigía.

Estaba tan enfrascada en ellos dos que ni siquiera me había dado cuenta de que Yina se había puesto extrañamente cerca mío. Sacándome de mi ensoñación de un tirón, descrucé los brazos mientras le dirigía una sonrisa a la chica de rizos, que me miraba expectante.

Ella, sin decir ninguna palabra todavía, señaló a la pareja con la barbilla y me miró como si el momento que más había ansiado acabase de llegar.

—Ahora sabes lo qué se siente.

Parpadeé un par de veces sin saber qué era exactamente lo que tenía que responderle. Como una estúpida y sintiendo el alcohol darme una patada en la espinilla de pronto, empecé a titubear, costándome pensar de pronto, dejando las palabras amontonarse en mi garganta. Ella también lo estaba viendo, lo que lo hacía horriblemente real.

—No tienes que decirme nada —me interrumpió—. Sólo que sepas lo que duele.

De pronto mi mente hizo un clic y me incorporé de la encimera en la que estaba apoyada. Dando un último trago a mi bebida, llené mi vaso de cerveza y valentía. Al darme cuenta de que el juego había concluído hacía un rato, sujeté el vaso que acababa de llenar y me acerqué al resto del grupo, tratando de pasar del nudo de mi garganta al sentarme en el suelo, justo en frente del sofá en el que estaban sentados Harry, Cher, Ellen y Aiden. Trataba de no mirar recelosa el sitio en el que estaba sentada Cher, ya que ese hubiese sido mi sitio si no fuese por ella. Simplemente me crucé de piernas y dejé el vaso de plástico en la mesilla que nos separaba. Jess se sentó al lado mía y me sonrió para darme apoyo moral, aunque yo ya sabía lo que estaba haciendo, por lo que aparté la mirada y la ignoré.

Hasta ella lo estaba viendo.

Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando Ellen se incorporó de pronto con el teléfono en la mano y con una cara de horror en el rostro que, curiosamente, me hizo estallar en carcajadas cuando la vi.

—Jane, no te rías. Esto te concierne —me dijo, levantando la mirada de su móvil para dirigírmela con seriedad.

—¿Concierne? —dije todavía con risas colgando de mis labios, notando que la sala estaba riendo con mi felicidad repentina.

Harry incluso colocó el brazo que tenía en el respaldo detrás de Cher en su regazo. Ellen seguía con su rostro serio.

—¿Qué pasa? —respondí, tranquilizándome un poco.

—Es un artículo que habla de ti y de Dan.

Resoplé y Jess a mi lado soltó una carcajada.

—¿Y qué dice? —preguntó ella por mí.

—Prácticamente, no se cree nada de lo que estais haciendo —dijo, esperando a que aquello fuera todo.

Notando cómo todas las miradas en la sala, ahora en silencio, se posaban en mí, decidí que era un buen momento para mantener la atención centrada en mí.

—Léelo —dije sorprendentemente.

Mi cabeza decidió que era un buen momento para que el gato saliera de su jaula una vez por todas.

Ellen me dirigió una mirada de nuevo, advirtiéndome de lo que estaba a punto de hacer, aunque yo se la devolví dándole todo mi consentimiento. Se aclaró la garganta dándome un último aviso, aunque yo no la paré.

—"Supongo que todas nos acordamos de Jane, la chica que no lo tuvo muy difícil en supuestamente robarle el corazón a nuestro Harry. Sabemos que últimamente, para nuestro desconcierto, la hemos pillado más de una vez del brazo de un desconocido, que según nuestras fuentes más cercanas se trata de un antiguo novio que tuvo la rubia. De todas formas, nos extraña lo cariñosos que se muestran en las siguientes fotos que os adelantamos", ¿quieres verlas, Jane?

Acababa de dar un trago a mi vaso, por lo que traté de no reírme muy fuerte por miedo a que la bebida se me fuese por otro lado.

—Creo que voy a pasar, gracias.

Jess de nuevo se hizo cómplice de mis risas, aunque Ellen, como el resto, pasó de nosotras y siguió leyendo el artículo:

—"¡Demasiado pegajosos para nuestro gusto! De todas formas, no temáis (¿o sí?), que sabemos a ciencia cierta de que esa relación es ¡totalmente falsa! Lo sabemos gracias a que pillamos a nuestra rubia de nuevo saliendo del complejo de apartamentos de Harry con una sonrisa de oreja a oreja. No os preocupéis, nosotros sabemos que es falso, ¡y vamos a darte todos los detalles paso a paso y foto a foto! La prueba número uno que nos demuestra que esta relación es falsa es la cara que pone Jane en cada una de las fotos que tenemos de ellos dos cuando están juntos. Quiero decir, ¡miradle! Parece que acaba de salir de una dolorosa depilación láser!" —Ellen tuvo que hacer una pausa para soltar una carcajada, mientras inclinaba el teléfono para enseñar a Harry la foto que posiblemente la página había facilitado.

Después de que todo el mundo se hubiese acercado a ella para ver la maldita foto, la cual a mí no me hacía especialmente ilusión ver, ya que podía imaginarme la cara que llevaba, Ellen siguió leyendo, ahora con un humor algo más ligero:

—"Cosa que nos lleva a la prueba número dos: la cara que pone cada vez que está con Harry. Esto puede que escueza un poco, pero no podemos negar que parece perfectamente feliz cada vez que le mira, ¡y nosotras no podemos estar más de acuerdo! Sabemos que esa es exactamente la cara que pondríamos nosotras si Harry nos mirase de esa forma." —De nuevo Ellen le enseñó el teléfono a Harry, y yo tuve que apartar la mirada cuando él me la quiso dirigir a mí—. "La prueba número tres no es más que otra de las afirmaciones que todo el mundo nos ha señalado, y es el hecho de que el chico desconocido no es nadie menos que su ex, posiblemente haya historia entre ellos, ¡pero eso es todo! La prueba número cuatro nos parece algo redundante destacados los hechos, aunque no hemos podido evitar compartirla con vosotras las lectoras; ¡Jane está completamente enamorada de Harry! Otra cosa está por ver si es correspondido o no...".

Menos mal que Ellen y Jess ya habían estallado en risas para facilitarme el trabajo, que pude ocultar lo colorada que me había puesto con unas cuantas carcajadas. Incluso Niall estaba rojo de la risa, aunque no fui capaz de escuchar sus risas por encima de las de Yina, que estaba hasta dando palmas del ataque de risa que le estaba dando. Trataba de no mirar demasiado a Harry, pero también pude verle reír levemente, cosa que quisiera que hubiese sido un alivio. Lo cierto es que verle reírse ante aquello no ayudó a que mi corazón recompusiera su postura, sino hizo que se hundiera algo más en mi pecho. Tuve que dar otro trago del alcohol para distraer la mente.

—Qué adorable —dije, esbozando la mejor sonrisa falsa que me salía cuando estaba borracha.

—¿Lo estás? —preguntó Liam de la nada, y el corazón se me subió a la boca por unos segundos.

Tragué saliva antes de responder.

—¿A qué te refieres?

—A lo de la relación. Si lo estás falsificando, quiero decir.

—Oh —tuve que reírme, ya que estaba horriblemente aliviada—. No hay ninguna relación, para empezar. Es un amigo —hice una pausa para suspirar—. Sólo quiere hacer que lo parezca.

Zayn esbozó una mueca con las cejas.

—¿Por qué?

—Porque es gilipollas.

La gente de la sala me miraba con incertidumbre en las miradas, a excepción de Ellen, que se la escuchaba reírse por el fondo suavemente.

—No entiendo nada —dijo Niall, incorporándose en el sofá en el que estaba sentado.

Hice un gesto con la mano para restarle importancia. Harry ni siquiera me miraba.

—No quiero hablar del tema, es una gilipollez.

—Ugh —Cher gruñó, y yo me di cuenta de que no la había visto reaccionar hasta entonces—. Putos periodistas, son lo peor. Un día te quieren y al día siguiente te dejan en bragas.

—Sí, bueno. No son los periodistas los que me suelen lanzar la mierda, en realidad. Son unos pesados, pero por lo menos hablan bien de mi, los días que voy depilada —respondí.

Por suerte dejaron el tema zanjado y volvieron a la conversación anterior, donde de nuevo volví a distanciarme de ellos por completo, ahora preocupada por las consecuencias que tendría después de que ese artículo se hubiese publicado. Casi notaba el icono del twitter temblar en la pantalla de mi teléfono cuando Ellen me mandó el enlace de la página para que se la pudiese enviar a Dan, el cual no tardó ni dos minutos en contestarme.

Dan: ....de acuerdo

Dan: entonces tendremos que hacer que se lo crean


Yo: yo creo que ya vale, no?


Dan: no

Dan: lo único que vas a tener que hacer es hacerlo más creíble

Dan: tienes que esforzarte más

Dan: cuando quedemos puedes besarme, por ejemplo

Dan: creo que ya es hora

Puse los ojos en blanco y dejé el teléfono en el suelo sin responderle. Me levanté del suelo para llenarme el vaso y tuve que esforzarme por no caerme al levantarme tan de golpe.

Aquello era lo último que necesitaba en esos momentos. Parecía que por mucho que intentase pasármelo bien a pesar de todo, el destino se había propuesto joderme la noche, por alguna u otra razón.

Yina se puso al lado mía mientras terminaba de servirme, y antes de que pudiera acomodarse, yo ya estaba poniendo los ojos en blanco y dando un trago enorme.

—Vaya, menuda noche estás teniendo, ¿eh? —preguntó con el puño en su cintura y una ceja alzada.

—Tú no lo estás mejorando —murmuré antes de dirigirle la mirada y una sonrisa falsa.

Ella se encogió de hombros.

—Déjame disfrutar un poco, ¿quieres?

Fruncí los labios y me crucé de brazos al ponerme en frente suya. La rabia me subía por la garganta.

—¿Sabes una cosa, Yina? Yo nunca te he hecho nada malo —solté, intentando no gritar demasiado, ya que prefería que la conversación fuera privada—. Ni siquiera te conocía y ya estabas mirándome mal. Está bien si quieres que tu excusa sea que los dos os conocéis desde que sois pequeños y que tenéis una relación rara de cojones, pero deja de ser tan desesperada, por dios. Estoy harta de tus niñerías, supéralo de una vez.

Tenía todavía esa mirada de superioridad en los ojos, como si a pesar de que yo tuviera razón y ella lo supiera, no quitaba el hecho de que él seguía haciéndole caso a otra chica que no fuera yo, cosa que la satisfacía enormemente.

De todas formas, se esforzó para dejarlo claro.

—A mí no lleva ignorándome toda la noche.

Solté una pequeña risa.

—Mira, Yina. La gran diferencia que hay entre tú y yo ahora mismo, es que yo voy a terminar la noche con él.

Sujeté el vaso todavía mirándole a los ojos y me separé de ella para volver a mi sitio de antes, con una sonrisa de satisfacción en la cara después de verle la cara desencajada al decirle aquello.

Como si me hubiesen chutado la adrenalina por vena, fui capaz de no dirigir ni una sola mirada al sofá infernal de enfrente mía y de pasar directamente a mi teléfono, donde Dan me había escrito unas tropecientas veces.

Ni siquiera leí lo que me había puesto, simplemente tecleé con rapidez.

Yo: Dan, querido

Yo: vete a la mierda

Yo: estoy harta de ti

Sabía que aquello acarrearía consecuencias y posiblemente severas, aunque mi yo borracha estaba muy orgullosa de la decisión que había tomado en aquel momento. El móvil vibró un par de veces en mis manos todavía, aunque lo ignoré super bien.

Al alzar la mirada con una sonrisa restaurada, Ellen tenía la lengua tan metida hasta el fondo de la garganta de Aiden que no pude evitar soltar una carcajada. Les lancé un papel que encontré en el suelo.

—¡Id aun hotel o algo! —les grité, y Ellen me lanzó la peor mirada de odio que le había visto.

Dan: no puedes hacer eso

Dan: sabes que lo voy a hacer

Me acerqué a Jess a gatas por el suelo, que hablaba con el resto de chicos en el otro sofá del salón. Me quedé sentada en el suelo. No les estaba escuchando, aunque me reía a veces para que pareciera que estaba siguiendo la conversación, cuando lo cierto es que estaba haciendo esfuerzos extraterrestres para ignorar el teléfono vibrar una y otra vez en mi bolsillo. Me estaba llamando.

Alguien me había dado unos golpecitos en el hombro y cuando miré hacia arriba, Harry me tendía una mano. La cogí para ayudar a levantarme.

—¿Qué pasa? —dije, poniéndome un mechón de pelo detrás de la oreja.

No estaba haciendo ningún esfuerzo por soltarme la mano, por lo que yo tampoco la moví ni un centímetro, disfrutando secretamente de su roce de nuevo.

—¿Podemos hablar un momento?

—Claro —respondí, y segundos después tiraba de mí para que le siguiera hacia la entrada del piso.

Me apoyé en la pared y mi seguridad de hacía unos segundos se estaba esfumando por momentos. Me sujeté el codo. Él me miraba con una sonrisa.

—¿No estaré interrumpiendo algo, no? —pregunté al notar su silencio.

No sabía muy bien por qué dije aquello, pero sólo quería dejar constancia de que les estaba viendo hacer manitas desde que ella había llegado. De todas formas no se lo tomó a malas y se rió levemente.

—Deja de decir gilipolleces.

Me uní a sus risas y tuve que morderme el labio con sutileza.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—En realidad no quería hablar de esto ahora mismo. Pero no dejo de darle vueltas.

—Está bien.

—Se trata de Dan.

—Ah —puse los brazos detrás mía contra la pared y bajé la mirada durante unos segundos—. Vale, sí. Dime.

La verdad era que con todo aquello que estaba pasando no me había dado cuenta de que no había recibido una reacción al tema de Harry, y el hecho de que me hubiese apartado para hablar de ello me resultaba satisfactorio cuanto menos, por mucho que tuviese los oídos taponados y la cabeza embotada por el alcohol. No pude evitar sonreír un poco.

—Bueno, yo sólo quiero saber si lo que dice el artículo es verdad...

—Ya sabes que sí. Quiero decir, sabes que Dan y yo sólo somos amigos y que no hay nada.

Me vi interrumpida cuando volví a sentir el teléfono vibrar en el bolsillo trasero, al sacarlo para silenciarlo de nuevo, ignoré como pude la llamada entrante del pesado de Dan y rezando porque Harry no se hubiese dado cuenta.

—¿Te está llamando?

Solté un gruñido.

—Sí, le he pasado el artículo.

—¿Está enfadado? —preguntó con cuidado.

Me encogí de hombros.

—Suele enfadarse cuando le mando a la mierda.

Nos reímos los dos y comencé a sentir cómo las palabras empezaban a pesarme en la boca. Suspiré.

—La verdad es que... bueno. No me gusta pasar tiempo con él. Es demasiado doloroso.

Apoyó la mano en la pared detrás mía y traté de no ponerme nerviosa al tenerle de nuevo tan cerca mío. Me lazaba dudas con los ojos, y cuando estuvo a punto de preguntarme, le interrumpí.

—Me está chantajeando.

Hubiese hecho lo que fuera necesario por mantenerlo tan cerca de mí todo el tiempo que pudiese, sentirle respirar contra mi piel y su pelo casi rozándome las mejillas. Aunque aquello que dije sólo hizo todo lo contrario, y mis entrañas sabían perfectamente que aquella iba a ser la consecuencia. Mi teléfono comenzó a vibrar de nuevo dentro de mi mano.

—¿Qué?

—Está bien, ya está. Ya me va a dejar en paz, en serio. Sólo está así porque ha visto que no funciona.

—¿Cuánto tiempo lleva haciéndolo?

Suspiré.

—No lo sé, mitades de noviembre, igual algo más tarde.

—¡Mitades de noviembre! Jane, ¿por qué no me lo has contado?

—Estabas centrado en el programa, no te quería distraer con tonterías así. Además, pensé que no iba a funcionar. Luego terminó y las cosas se calmaron para mí, y hasta hace unos días me había dejado en paz porque pensó que se habían olvidado de mí. Ha vuelto a acosarme desde que me sacaron esa estúpida foto el viernes pasado. Pero ya está, me he cansado y le he mandado a la mierda. Ya está.

Se cruzó de brazos.

—¿Con qué te estaba chantajeando?

—¿Qué?

—Que con qué te estaba chantajeando. Tiene que haber sido algo gordo si te hacía pasar tanto tiempo con él.

Negué con la cabeza.

—De verdad que da lo mismo, Harry. Posiblemente sea un farol, no tiene importancia, de verdad.

Solté un gruñido enorme cuando volví a ver cómo Dan estaba llamándome por tercera vez en lo que llevábamos de minuto. Antes de que pudiera hacer algo al respecto, Harry me quitó el teléfono de las manos y contestó por mi.

—Sí, hola, ¿Dan?

Me llevé la mano a la boca.

—Sí, sí, soy yo. Escucha... ¿te quieres callar un momento? Gracias. Entiendo que estás teniendo problemas de comprensión. La forma en la que Jane me lo ha contado, me queda lo suficientemente claro que sus intenciones con sus palabras son que te vayas a la mierda y que la dejes en paz de una puta vez. Yo no tengo ningún problema en repetírtelo las veces que haga falta, así que ¿quieres dejar a Jane en paz o necesitas más información adicional?... Sí, bueno, tu opinión me da bastante igual, así que hasta luego, un placer conocerte.

Le miraba con la boca abierta en una sonrisa mientras me tendía el móvil de vuelta, aunque él no parecía del todo divertido, se pasaba la mano por el pelo y fruncía el ceño al alzar la mirada para mirarme. Quise retenerme, aunque luego me di cuenta de que no tenía por qué hacerlo, mordiéndome el labio. Tardé dos milisegundos en meterme el móvil de nuevo en el bolsillo y en rodear su cuello con mis brazos para besarle con una sonrisa en los labios. Parece que le pillé de sorpresa, aunque a pesar de ello él tampoco tardó en poner sus manos en mi cintura y apretar mi piel bajo sus dedos.

—¿De nada? —dijo cuando me separé algo de él, sin soltar mis manos detrás suya.

—Oh, no te estaba dando las gracias, sólo me has puesto muy cachonda.

Nos reímos los dos a centímetros el uno del otro, y a mí me costaba a horrores no volver a sonreírle en la boca.

Por desgracia, Jess se materializó de la nada cruzando la esquina en la que nos habíamos escondido con una sonrisa picarona en los labios y sin parecer tener ningún reparo en interrumpir. Aún así, rebajó la sonrisa un poco y se aclaró la garganta.

—Perdón. ¿Interrumpo?

—No.

—¿Qué pasa?

Ella volvió a ampliar la sonrisa y se puso las manos detrás de la espalda.

—Vamos a jugar a algo. ¿Queréis uniros?

Después de aceptar y haciendo amago de volver al salón a hacer vida social algo más, Harry me dio un último apretón en la mano y un beso en la mejilla.

Me volví a sentar en el suelo donde estaba antes junto a Jess. Ellen pareció que me estaba esperando, ya que en el momento en el que senté el culo, se puso a mi lado con brillo en los ojos.

—¿Qué ha pasado? ¿Has hablado con Dan?

Fruncí el ceño y negué la cabeza mirándola incrédula.

—Ellen, déjalo ya. Todo está bien.

Parecía algo decaída cuando le respondí aquello, aunque en seguida volvió a incorporarse y a sentarse en el sofá de donde venía.

Mientras tanto, Cher ya había empezado a explicar las reglas del juego, con Harry de nuevo a su lado.

—Todos vuestros nombres están puestos en la aplicación de mi móvil, y cada vez va poniendo distintos retos, preguntas y cosas así. Si alguien decide no responder o no obedecer a lo que dice la aplicación, hay un número de tragos en penitencia. Habéis entendido, ¿no?

Después de que todo el mundo asintiera, colocó bien el teléfono para aclararse la garganta y empezar a leer. Aunque, antes de que siquiera abriera la boca, ya se había atragantado con su risa.

—Si alguna vez han publicado un artículo sobre ti en el periódico bebes tres tragos —dictó.

La sala estalló en carcajadas. Era realmente irónico, aunque por suerte nos lo tomamos todos con humor, y prácticamente cada uno de los presentes de la sala tuvo que cumplir con lo que decía la maquinita.

Cher soltó una carcajada antes de leer el siguiente.

—Harry, enseña fotos de personas desnudas en tu teléfono o bebe dos tragos.

El chico frunció el ceño y se llevó el vaso a los labios sin pensárselo dos veces.

—No tengo ninguna —aclaró encogiéndose de hombros—. Pero si tuviera, tampoco las enseñaría, psicópatas.

—Mentiroso —dijo Ellen a su lado.

—Las suyas propias no cuentan —comentó Liam entre risas.

Solté una carcajada, aunque quedó camuflada por el resto de risas que llenó la sala. Harry ni siquiera parecía afectado ante las acusaciones, sino que reía junto a nosotros.

—Vale —continuó Cher—. Las chicas tenemos que beber nuestra talla de sujetador. O sea, si tienes una A bebes un trago, si tienes una B bebes dos, etcétera.

Vi a Ellen haciendo cuentas con los dedos para después beber tres tragos y tuve que soltar una carcajada. Puse los ojos en blanco.

—¿Qué se hace si no tengo? —pregunté en un murmullo, completamente en serio, aunque con una sonrisa.

Pude ver cómo Harry soltaba una carcajada, aunque Ellen puso los ojos en blanco.

—Tu sólo bebe.

—Ellen —siguió Cher con el móvil en alto, después de beber—, tienes que juzgar a todos los que estén peor vestidos que Yina y tendrán que beber dos tragos cada uno.

Ellen se rió.

—Literalmente, nadie —dijo mi amiga con segundas intenciones, aunque Yina lo único que hizo fue soltar una carcajada—. No, ahora en serio —continuó Ellen pasando de ella, paseando la mirada por la sala—, no creo que nadie vaya mal vestido hoy, la verdad. Pero Aiden, esa chaqueta podrías haberla dejado en casa.

El chico la sonrió y le sacó la lengua burlón antes de beber dos tragos al que le había condenado. Sabía que probablemente Ellen no pensara de esa manera, sino que se trataba de otra de sus muchas maneras de ligar y tontear con él. Ella le lanzó un beso en el aire.

—Cada uno que beba tantas veces como personas se tirarían en esta sala —rompió el silencio de nuevo Cher.

Puse los ojos en blanco y di un trago. La verdad es que esas preguntas tan clichés me estaban aburriendo un poco, aunque me di cuenta de que todo el mundo bebió de su vaso —a excepción de Liam y Niall— por lo menos una vez.

Louis, al poner su vaso sobre el regazo después de beber, analizó el panorama con una carcajada.

—Así que nadie puede hacer un trío aquí —comentó.

Solté una carcajada antes de ver cómo Jess a mi lado bebía sutilmente dos tragos.

La miré con interrogantes en la mirada, aunque ella me la esquivó con una sonrisa en los labios y un pequeño baile con los hombros para acomodarse el pelo detrás de la espalda. Puede ser que estuviese un poco distraída con el hecho de que Harry tan sólo había bebido una vez también, y no dos como yo me habría esperado. O incluso tres. Era bastante abrumador la situación en la que me encontraba. Aunque muy satisfecha con el resultado, para qué mentir. Mi autoestima se vio complementada con un subidón y no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa.

—Jane —continuó Cher, levantando la mirada para mirarme—, estás en un aprieto. Tienes que elegir verdad o reto. Elegimos nosotros.

Gruñí y acerqué mi vaso a los labios.

—Verdad —dije antes de beber un trago.

—¿Con cuántas personas te has acostado? —preguntó ni dos segundos más tarde de comentar mi decisión.

Ni siquiera me había dado tiempo a tragar mi bebida.

—Qué rapidez —solté una carcajada.

Titubeé por un segundo sabiendo que no debería estar tardando tanto en contestar si la respuesta no era tan difícil, aunque con algo de miedo de decir en voz alta. Realmente no necesitaba que nadie se empezase a preguntar quién era esa tercera persona y cuándo había ocurrido tal suceso, sobre todo ciertas personas en la sala.

—Tres —dije a pesar de todo aquello que me rondaba la cabeza.

—¿Tres? —preguntó casi chillando Yina, aunque segundos más tarde se volvió a apoyar en el sofá pretendiendo que no había dicho nada.

—Pareces muy sorprendida, Yina —comentó Louis, probablemente recordándole acerca de todo lo que me dijo en Cheshire.

Se puso colorada y yo solté una carcajada, ignorando como podía a Jess sentada a mi lado, haciendo preguntas mudas. La ignoré del mismo modo que ella me ignoró a mí.

—Ugh, me aburro un montón —dijo Ellen interrumpiendo, gracias a dios, lo que estaba sucediendo—. Juguemos a otra cosa.

Louis en seguida se levantó del sofá como si alguien lo hubiese llamado y fue en dirección a la cocina para volver segundos más tarde con una botella vacía en la mano. La dejó encima de la mesilla del salón y la señaló con una sonrisa en el rostro como si hubiese descubierto América, alzando las cejas orgulloso.

—Vamos a jugar a la botella.

Gruñí de nuevo.

—¿En serio?

—Sí, Jane. Y no estoy preguntando —me guiñó un ojo y se dejó caer en el sofá.

Le sonreí y le saqué la lengua.

Ellen se incorporó del sofá al ver que nadie quería dar la iniciativa y puso los dedos sobre el plástico.

—Yo empiezo.

Miró a Louis para su aprobación, que asintió levemente. La castaña bajó la mirada a sus dedos y giró la botella con elegancia. El morro, cuando dejó de dar vueltas, apuntaba sin ninguna duda a Liam.

Ellen le dedicó una seductora mirada con las cejas algo curvadas y se acercó a él para darle un pequeño beso en los labios. Al separarse, Louis la miraba con el ceño fruncido.

—¿Qué coño ha sido eso? Dale un beso en condiciones, ya no somos niños.

Ellen, en vez de molestarse, soltó una carcajada, y antes de dedicarle una mirada a Aiden, sujetó la cara de Liam entre las manos y enredó la lengua con la suya de tal manera que hasta pude verlo.

Aparté la mirada metida en un coro de gritos de los chicos alrededor suya, y algún que otro aplauso.

Ellen se separó de él y volvió a sentarse. Liam ni siquiera se veía afectado por lo que acababa de pasar, aunque tuvo que secarse los labios con los dedos y no dejaba de sonreír, ignorando las risas y burlas de Niall y Zayn que estaban sentados a su lado.

—No quiero besitos de niños, ¿ha quedado claro? —recalcó una vez más Louis.

Aiden sujetó la botella, que acabó apuntando a Cher.

Ella soltó una carcajada y se levantó del sofá al mismo tiempo que lo hizo el chico, y de pie, ambos juntaron los labios casi tiernamente. Ella tiró de su cuerpo para ponerlo contra el suyo y enredó los brazos en su cuello hasta ponerse de puntillas, haciendo que los gritos y los aplausos volviesen a reinar la sala. De nuevo, tuve que apartar la mirada.

Odiaba ese tipo de juegos. Pero si algo odiaba más, era ver a gente besarse.

Yina sujetaba la botella entre los dedos hasta que llegó a parar en frente de Louis. Dejé escapar el aliento que sin saber muy bien por qué había retenido en los pulmones, aunque aliviada cuanto menos. No me apetecía volver a tener que pasar por aquello, y muchísimo menos quería que la morena tuviese algo que echarme en cara.

De nuevo, tenía que andar de puntillas para no acabar con el corazón rajado. Alerta ante todo.

Louis paseó la mirada entre los componentes de la sala.

—Ah no, no, pero yo no juego —dijo sin preocupaciones, con un tobillo encima de la rodilla observando el juego con tranquilidad.

Los abucheos le llovieron de todos los lados, hasta que al final sonrió y levantó las palmas de las manos para relajar a la gente.

Cuando llegó el turno de Jess llevaba una de las sonrisas más pícaras que había visto en nadie. Giró la botella y estratégicamente volvió a caer en Cher, que ni siquiera estaba prestando atención.

—Tira otra vez —dijo Yina.

Jess le dirigió la mirada sin decir nada, aunque Ellen en seguida se incorporó con los brazos en jarras.

—¿Por qué? —casi gritó.

—Somos muchos, es imposible que no caiga de vez en cuando con alguien de nuestro género. No se va a caer el mundo —dije yo, algo más calmada.

Yina le dirigía la mirada exclusivamente a Jess, que permanecía callada en todo momento.

—¿Tú qué dices?

—Yina, vas a tener que besar a chicas y nosotros vamos a tener que besar a chicos —intervino Louis—. Bienvenida al 2011.

Ella parpadeó y se encogió de hombros.

Jess, cuando por fin todo el mundo se hubo calmado, se levantó del suelo con una mirada triunfal en los ojos y caminó hasta donde estaba sentada Cher, que no se lo vino venir. Con una sonrisa, Jess apoyó una mano en el respaldo del sofá antes de colocar los dedos en el mentón de Cher y darle un tierno beso en los labios, aunque sin dejar de ser apasionado, y más sincero de lo que pensé que sería.

Cuando se separó, Cher realmente parecía ensimismada, aunque Jess ni siquiera le dirigió la mirada cuando volvió a sentarse a mi lado en el suelo.

Me puse de rodillas en el suelo al ver que mi turno ya había llegado. Nunca había jugado a ese juego en mi vida, si soy sincera, y estaba algo nerviosa. Cuando por fin empezó a girar, la idea de tener que besar a alguien no me atraía para nada, ya que consideraba a todos los que estaban en la sala —o por lo menos a la mayoría— demasiado amigos como para querer comerles la boca.

Puedes adivinarlo si quieres. En serio. Apuéstate algo.

Efectivamente. Los chicos del sofá al lado mía soltaron carcajadas cuando vieron que la botella apuntaba directamente a Harry, que ya empezaba a sonreír.

—Venga ya —se quejaba Ellen.

—Ella sí que debería tirar de nuevo —comentó Liam, señalando la botella.

Louis se estaba descojonando.

Alcé la ceja y lancé una mirada a todos los que me estaba mirando antes de levantarme del suelo y rodear la mesilla que estaba en medio.

—Callaos y observad. Tal vez podáis aprender algo —dije.

Sin separar mi mirada de la de Harry, que bajaba la suya por mi cuerpo, apoyé las rodillas en el sofá en el que estaba sentado para poder estar más cerca suya, casi sentándome encima. Puse los dedos en su nuca antes de atraerle hacia mí para presionar mis labios sobre los suyos, tardando menos de dos segundos en dejarle entrar de esa forma que ya tan acostumbrada estaba. Sentí su mano apretándome la cadera, sabiendo perfectamente qué es lo que habría planeado pellizcar en el caso de no haber estado tan rodeados de gente. Clavé sutilmente mis uñas en su cuello, deseando que captara el mensaje; lo muchísimo que deseaba que pudiese hacer todo aquello que estaba dibujándose en su mente. Pellizqué su labio inferior con los dientes antes de separarme de él. Su mirada estaba encima de la mía cuando me levanté del sofá, viendo la lujuria soltando chispas por sus ojos.

Me volví a sentar en el suelo algo temblorosa, sintiendo lo que estaba pasando a mi alrededor con una bruma, sin realmente escuchar lo que estaban diciendo. Sabía que Ellen se estaba riendo a pesar de todo lo que se había quejado, y que Cher compartía las risas con Louis sentado a su lado en el otro sofá. También sabía perfectamente que Harry todavía no había conseguido apartar la mirada de encima mía, y que ya no me la dirigía de forma tan inocente.

Ni siquiera le presté atención a Niall cuando tuvo que juntar los labios con Yina, en la habitación no quedaba otra cosa más que él en frente mía y las luces difuminadas con el ambiente tenso que casi podía rozar con los dedos. Sus ojos vacilaban entre mis ojos y mis labios, deteniéndose en cada detalle de mi cuerpo, y en cómo se ajustaba mi ropa a él. Yo le dejaba que disfrutara de mí a distancia, mientras de nuevo colocaba un brazo en el respaldo del sofá, no sin antes pasarse una mano por el pelo. Casi inconscientemente tuve que morderme el labio. Era perfectamente consciente qué es lo que acababa de hacer y por qué, con un objetivo bastante claro en mente. Lo estaba consiguiendo casi a la perfección.

Sutilmente, aunque con una pequeña sonrisa en el rostro, el chico me apuntó con los ojos a la puerta de su habitación. Tuve que apartar la mirada para evitar soltar una carcajada, y pude transformarla en una pequeña risa. Cuando volví a alzar los ojos, pude ver que él también reía ligeramente, aunque luego bajó la barbilla para dejarme claro que no estaba bromeando.

Había pulsado el botón adecuado, sonreí satisfecha.

Nos comunicamos los siguientes segundos a base de miradas, hasta que yo asentí para que supiera que me estaba muriendo por encerrarme en esa habitación con él.

Aparté la mirada cuando se incorporó en el sofá y se bajó la camiseta antes de levantarse. Murmuró algo para el grupo que no pude escuchar y caminó hasta la puerta para cerrarla detrás suya.

Cuando se marchó fue cuando me di cuenta de que Ellen me estaba mirando. Me levanté del suelo para sentarme a su lado, y ella me apretó el brazo nada más sentarme con una sonrisa.

—Anda, ve.

—No vengo a pedirte permiso.

Las dos nos reímos y me dio un beso en la mejilla.

—Protección, señorita. Que nos conocemos.

Puse los ojos en blanco con una sonrisa antes de levantarme del sofá. Choqué la mano con Louis cuando pasé por su lado y me guiñó un ojo, mientras sentía la mirada de Yina clavada en mi espalda. Ni siquiera me paré a mirarla, ella sabía que yo llevaba la razón.

Sabía cómo hacer que me desease con tan sólo mirarle y humedecerme los labios.

Ahora ella lo sabía. Ella y toda la sala. Nadie se estaba preguntando por qué.

Fuera lo que fuese lo que tuviese con Cher, el poder lo tenía yo. En la punta de los dedos, en la punta de la lengua, de mis pestañas y mis labios.

Nada más cerrar la puerta detrás mío, él ya había puesto los puños contra la puerta para atraparme con su cuerpo contra la madera. Ni siquiera me asusté, bajé la mirada inmediatamente a sus labios, y conforme me besaba escuché cómo cerraba el pestillo.

Sin separar sus labios de los míos, me sujetó de los muslos y me obligó a subirme a su torso para que pudiese transportarme como había hecho otras veces hacia su cama. Me abrió las piernas con sus caderas al subir por encima mía, con una mirada juguetona en los ojos y preparado para recorrer sus labios por mi cuello.

—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó con voz ronca, mientras tiraba de mi camiseta por mi cabeza.

Me reí suavemente antes de que mi voz quedara interrumpida por un gemido que me arrancó al notar sus labios por mis costillas. Repartía poco a poco sus mordiscos por mi piel, sujetándome las muñecas contra el colchón para impedir que me moviera.

Sus rizos me tocaban la frente cuando de nuevo subió su mirada para estudiarme los ojos, escucharme más de cerca, con el ceño fruncido y su nariz rozando la mía.

—¿Tanto me quieres? —ronroneé contra sus labios.

Esbozó una sonrisa segundos antes de volver a entrelazarse conmigo, volviendo a presionar el play y dejando por fin que bajase las manos por su pecho hasta luchar con el cinturón de sus vaqueros, sin dejar que su lengua parara de jugar con la mía.

Con dedos ágiles, mirada predecible y lengua juguetona, consiguió inmovilizarme durante unos cuantos minutos mientras hacía conmigo todo lo que llevaba soñando desde la última vez que pude tenerle entre mis piernas. La tensión sexual se deshizo en un hilo moldeable a nuestros cuerpos, él dejando sus marcas por mi piel, yo tratando de no arañarle demasiado fuerte cuando decidía susurrarme en el oído.

El juego que me propuso no tenía reglas y un sólo objetivo que los dos estábamos muriendo por cumplir a base de risas. Sus dedos cada vez apretándome más las caderas contra él. Su aliento contra mi cuello, mis dedos clavados en su espalda y su pecho, mi pelo enredándose con el suyo. Las carcajadas intercambiadas por gemidos. Desató toda una odisea por mi piel, las olas subiendo y bajando conforme se curvaba bajo su roce, con suavidad y ferocidad a la vez, su voz grave en mis oídos terminando el trabajo de ponerme en punta por completo. Me juraba con la voz quebrada y esbozada en una sonrisa que se encargaría él mismo de cortarme las uñas, mientras hacía lo posible por que mi carcajada saliera en forma de suspiro, cerrando los ojos con fuerza y pasándole un dedo por los labios. Antes de volver a sonreír satisfecho y morderme la clavícula.

Borró de mi mente con sus caderas las miradas que había compartido con ella escasos minutos antes, que tanto me habían desencajado, para de nuevo sujetarme la cara y obligarme a centrarme en lo que estaba sucediendo. No me importaba, sólo quería que pasara sus dedos una vez más por mi cintura y me hiciera curvar la espalda de placer. Valía la pena, me mordía el labio al verle cerrar los ojos con una mano en mi pecho y una sonrisa torcida y disfrutando de mí, rompiéndose en un gemido. Nos deshacíamos entre sus sábanas y le dejaba que enredara sus dedos en mi pelo, escuchando su aliento calmado entremezclado con los latidos de su corazón en su pecho, tranquilizándose poco a poco, como la nana perfecta para quedarme dormida.