Once

No tenía ni idea qué era aquello a lo que me atenía, qué era aquello que me deparaba el futuro. No sabía lo muchísimo que mi vida me iba a cambiar en esos meses en adelante. Por alguna razón se me olvidaba por completo que en menos de un mes, el chico que me gustaba iba a salir en televisión, en una de las plataformas más importantes del país, delante de más de quince millones de personas, todos los fines de semana. Cuando me lo dijo por teléfono, me puse tan contenta que no se me ocurrió ligarlo a lo que vendría más allá. Ni a cómo me afectaría a mi vida. Ni siquiera se me pasó por la cabeza, nunca. Cómo me hubiese gustado volver al pasado, y decirme a mí misma que me sujetase fuerte. Mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente.

No estaba del todo segura qué fecha exacta entrarían los chicos a la casa, y cuándo tendría la oportunidad de volver a verle. Sabía perfectamente que tenía que dejar de ser una cobarde y agarrar la situación por los cuernos si no quería volver a ahogarme, por lo que, sentada en el sofá después de ver la audición de Niall en el salón de mi casa, decidí sujetar mi teléfono y mandarle un maldito mensaje.


Yo: cuando entráis en la casa?


Pregunté, sin pelos en la lengua, y yendo directa al grano.

Acababa de disfrutar de mi última semana de vacaciones, ya que el miércoles comenzaba un nuevo curso de clase, para mí muy importante. Esos dos años que tenía por delante podrían ser definitivos para mi futuro, si quería dedicarme a lo que me gustaba, por lo que tendría que estudiar muy duro y si tenía un poco de suerte adelantarme un curso para entrar antes a la universidad.

Harry✨: El 1 de septiembre
Harry✨: Es opcional de todas formas, te dan un mes entero para que te acomodes y tal
Harry✨: Por?

Yo: nada, me gustaría verte antes de eso

Harry✨: …
Harry✨: Maldita sea Jane
Harry✨: Te quería dar una sorpresa


Yo: de verdad pensabas que no te lo iba a preguntar?
Yo: jajajaja que tonto


Harry✨: Bueno sí
Harry✨: El caso
Harry✨: Voy a ir el lunes a Londres ya


Yo: este lunes??
Yo: o sea pasado mañana?


Intenté que no se me notara mucho el entusiasmo, pero no me salió muy bien, la verdad.


Harry✨: Sí, pasado mañana
Harry✨: Ni siquiera tengo hecha la maleta…

Yo: quieres que quedemos?

Sin darme cuenta estaba mordiéndome la uña del pulgar, más nerviosa de lo que esperaba. Realmente odiaba sentirme tan vulnerable una vez hube aceptado mis sentimientos, ya que sentía que antes no me ponía tan nerviosa por una simple conversación por teléfono. O tal vez sí, pero lo ignoraba al no darme cuenta qué es lo que estaba sintiendo o pasando en mi interior.


Harry✨: Siii claro!
Harry✨: Tampoco sé qué clase de libertades nos darán una vez estemos ahí, aunque me imagino que no muchas.


Me puse super contenta, para qué mentir. Estaba temblando como un maldito flan, pero con una sonrisa de tonta en los labios que no se sentía para nada incómoda.

Yo: guay

Menos mal que había aprendido a ser sutil.

Harry✨: Podemos quedar ese mismo lunes, si quieres

Así que ese lunes, me duché y cogí el primer tren de la tarde que llevaba hasta el barrio donde pasaría esos dos días Harry, en el mismo piso donde comencé a tener serias dudas acerca de todo aquello que estaba sucediendo. Iba con el maldito corazón en la mano, y con cada paso que me acercaba, más nerviosa estaba. No sabía qué clase de reacción tendría al verle por primera vez después de aceptar que lo que sentía era demasiado serio como para ignorarlo. Por suerte, mi corazón latía más deprisa cuando llamé al timbre que cuando el chico me abrió la puerta.

Después de dejarme pasar y darme un cálido abrazo, me dio un repaso con la mirada en el vestíbulo del pequeño piso.

—Estás super morena.

Dejé salir una pequeña risa mientras me quitaba mi chaqueta vaquera y la colgaba en el perchero.

—Gracias —dije.

Me senté en el sofá y el chico se dirigió a la cocina antes de volver y sentarse a mi lado. Sujetaba dos cervezas en las manos.

Alcé una ceja.

—¿En serio? —dije, agarrando la botella sin apartar la mirada de sus ojos, medio riéndome.

Él me siguió la risa.

—Bueno, te conozco.

—Imbécil —dije, aunque no dejé de abrir el botellín—. Aunque sí que es mi cerveza favorita…

Me sonrió y trató de avisarme con la mirada.

—Cuéntame, por qué estás tan morena. ¿Ha hecho sol en Londres, o qué?

Me volví a reír.

—Qué va, acabo de volver de España. Pensé que te lo había dicho.

—¿Ah, sí?

Asentí con la cabeza.

—La verdad es que hace un montón que no hablamos.

—Ya —respondí, dando un trago al botellín de cerveza.

Con tanto que estaba sucediendo en mis emociones, sí era cierto que había estado evitando hablar demasiado con él, por miedo a que me descubriera, o algo así. No quería enfrentarme a él.

Mi corazón iba a mil por hora, aunque lo estaba manejando muy bien, tengo que decir. No estaba sucediendo nada del otro mundo, mi cuerpo se estaba comportando como de normal hacía cuando estábamos tan cerca, pero me dio la oportunidad de analizar todo lo que sucedía cuando nuestras rodillas se rozaban con un ojo más crítico.

Me di cuenta, después de por lo menos una hora hablando de cómo veía él su futuro, de que hacía demasiado tiempo que no estábamos completamente solos los dos, sin que nadie compartiera una conversación con nosotros. Los temas de conversación se deslizaban tan fluidamente que no nos dábamos cuenta de que el tiempo estaba pasando tan rápido, y yo no me di cuenta de lo cómoda que estaba hablando con él a solas, teniendo en mi mano el hecho de manejar por mí misma hacia dónde se podía dirigir la conversación. Por primera vez no me asustaba el hecho de que se me pusieran los pelos de punta, cuando me sujetó la mano y comenzó a acariciar mis dedos como por acto reflejo, como había hecho tantas otras veces, sin apartar la mirada de mis ojos, manteniendo la conversación a flote, con ojos brillantes y divertido, riéndose con mis comentarios y yo con los suyos.

Sólo veía a dos amigos hablando con comodidad, como siempre había hecho con todos, aunque con mi corazón brincando en el pecho. Lo único que me daba miedo era el hecho de que para él sí que fueran sólo dos amigos teniendo una conversación sobre el futuro, y el pasado. Pero no dejé que ese pensamiento se quedara en mi mente durante mucho tiempo, ya que no quería que el humor decayera sólo porque mi humor no estaba a favor de seguir pasándoselo bien por una idea de mierda, y porque, a juzgar por cómo jugaba con mi piel, probablemente no fuera así.

—¿Te puedo decir una cosa? —dijo de la nada.

—Oh, dios —dije riéndome—. Qué miedo.

Él también se rió.

—No, no. No te asustes.

Bajé la mirada sonriendo, todavía con mi mano en su regazo, dejando que siguiera acariciándome con un dedo.

—Sí, dime, anda.

—Es que pienso en las veces que hemos estado juntos, y en lo mucho que te ha cambiado la sonrisa.

Tuve que morderme el labio como aviso silencioso a mis emociones para que se relajaran, ya que mi corazón no daba abasto.

Él continuó totalmente ajeno a lo mucho que me temblaba la mano.

—Cuando te conocí no me sonreíste ni una sola vez. Y comparo tu sonrisa de ahora, con la de antes, y… Ahora te veo feliz.

Naturalmente, no pude evitar sonreír, todavía mordiéndome el labio. Hasta me reí un poco de lo nerviosa que me había puesto.

—Deja de ligar conmigo —dije alzando mi mirada hasta sus ojos, sin desaparecer mi sonrisa ni un momento.

Él se rio apartando la mirada, aunque sin mostrar ningún signo de nerviosismo.

—No quiero —respondió con una sonrisa.

Le sujeté la mirada durante unos segundos sin evitar sonreír.

No me atrevía a decir nada, y como siempre, él siguió con sus juegos que tanto me gustaban.

—La única vez que vi una sonrisa distinta por primera vez, fue cuando salimos con Ellen, y estabas borracha.

Me reí y puse los ojos en blanco viendo que no se iba a detener. Aunque, ya no tan en secreto, deseaba que siguiera hasta que no pudiese resistirme.

—Bueno, si estoy borracha estoy feliz, la verdad.

—Me gustas cuando estás borracha.

Solté otra carcajada. Me daba demasiado miedo volver a mirarle a los ojos, aunque tuve que hacerlo de nuevo, dirigiéndole una mirada indignada. Negué con la mirada, aunque le seguí el juego, alzando una ceja desafiante.

—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

Hacía tiempo que había terminado la cerveza, pero me hubiese gustado tener más para volver a dar un trago, ya que sentía la boca muy seca.

—Porque sólo me besas cuando lo estás.

Traté que no se me notara demasiado, pero me ruboricé hasta las orejas, intentando no separar los ojos de los suyos, que me hablaban completamente en serio. Cómo me hubiese gustado tener su confianza y tranquilidad a la hora de decir ese tipo de cosas, que se me notara como a él que tenía la situación bajo control, manteniéndome la mirada como hacía, como si hubiese dicho cualquier cosa normal y no hubiese desatado el caos una vez más en mis venas. Como si estuviese acostumbrado a ello y orgulloso de tener tanto poder sobre mí. Sólo me sonreía ligeramente, todavía acariciándome, sin parecer consciente de todo aquello.

Como un mecanismo de autodefensa, me reí, y dije lo siguiente:

—Eso no es verdad.

Espero que te estés riendo. La mentira más gorda que he dicho nunca. Ni siquiera sé por qué lo dije.

Alzó una ceja y yo bajé la mirada en seguida, sonriendo. Traté de arreglar lo que había hecho.

—Bueno, vale. Igual sí que es verdad.

Se rió y bajé la mirada a mi mano, que enredaba con los hilos sueltos de mis vaqueros con mucho nerviosismo.

—Está bien, no me importa.

Me miraba sonriente cuando volví la mirada de nuevo, apoyado en su codo, jugando con el anillo que llevaba puesto.

—¿Por qué has dicho eso? Qué vergüenza…

Soltó otra carcajada.

—Qué va, Jane.

—Seguro que estás disfrutándolo un montón ahora…

—Bueno, sí, la verdad.

Le di un puñetazo en el hombro y me crucé de piernas encima del sofá, mirándole directamente de frente, después de colocarme el pelo detrás de las orejas, usándolo como excusa para que dejara de distraerme con sus caricias y así dejar de exponerme a que me viera la piel de gallina que estaba provocando.

Tenía que encararme y dejar de huir tanto.

—Mira. No es personal.

Ugh había vuelto a mentir. No se me daba nada bien eso, qué decir. Continué:

—Mentira. Sí es personal. Pero sí me gusta besar a gente cuando estoy borracha.

Me miraba todavía apoyado en el codo, con una sonrisa juguetona en los labios, disfrutando de la posición en la que me había puesto y viendo cómo intentaba salir de esa. Y yo cada vez estaba más y más nerviosa.

—Jane, no me tienes que dar explicaciones.

—Es el único momento en el que no tengo miedo —espeté alzando la mirada.

No me podía creer lo que estaba diciendo y lo que estaba a punto de decir. Jamás hubiese pensado que iba a tomar medidas drásticas tan pronto, y honestamente mi plan era esperar a ver a dónde me llevaban las cosas, aunque supuse que mi mente había cambiado de opinión y había decidido hacerlo a su manera.

—¿Miedo? —me preguntó el chico, también el bajando la mirada hacia mis manos, en las que no pude esconder mi nerviosismo mientras jugaban entre ellas sobre mi regazo.

Me encogí de hombros, sin atrever a mirarle.

—Ya cometí ese error antes. Un error como de dos años. Besarte sin estar borracha es demasiado arriesgado.

Estaba super tensa y nerviosa, ya que intentaba con muchas fuerzas no compartir demasiada información y aún así intentar que lo entendiera. Hasta estaba tartamudeando un poco. Pero él me miraba son suavidad en la mirada, intentando tranquilizarme con su calidez, rozándome la rodilla con sus piernas, casi pude ver cómo se aguantaba las ganas de volver a tocarme aunque sea un poco. Me escuchaba con atención y parecía tener cuidado al intentar hablar para no interrumpirme.

—Siempre me han dicho que las cosas que dan miedo y excitan al mismo tiempo son las que más te arrepientes si no las haces —dijo, sonriendo y con tono jocoso.

Me crucé de brazos y le miré sonriendo. Se rió e intenté que no me contagiara su risa, ya que realmente sabía cómo destensarme y hacerme reír.

Se acercó un poco más a mí y puso el brazo en el respaldo del sofá de detrás mía.

—Vale. De qué tienes miedo.

—No te lo quiero decir.

Era una tontería, en realidad. Aquello que me daba miedo ya estaba sucediendo. Estaba segura de que no sólo me gustaba cómo me besaba, sino también cómo me acariciaba, cómo me miraba, cómo pronunciaba mi nombre, cómo sonreía y cómo me hacía sonreír a mí. Cómo me hacía sentir. La forma en la que me miraba, y cómo desataba a mis hormonas, que se revolucionaban de forma desastrosa e incontrolable. Me gustaba él. Ya estaba sucediendo. Lo que me daba miedo ya estaba sucediendo. Lo que me preocupaba en ese momento era simplemente mi reacción y no saber controlarlo. Me daba miedo confirmarlo por completo y no poder echarme atrás. Confirmar que, efectivamente, ya no había nada más que hacer.

—Harry, es que yo en mi cabeza te pienso como alguien que besa muy bien. No quiero besarte cuando no estoy borracha y darme cuenta de que no eres tan bueno —dije, sonriéndole al verle a tan sólo unos centímetros de mi cara, expectante ante mi respuesta.

El chico soltó tal carcajada que tuvo que echar la cabeza hacia atrás, y esta vez me permití unirme a él.

—Qué imbécil eres.

Me encogí de hombros y de nuevo eché de menos algo que beber.

Sabía que estaba atrasando algo que inminentemente iba a pasar tarde o temprano, pero estaba disfrutando demasiado, saliendo victoriosa de una situación que estaba destinada a perder.

Intenté no sobresaltarme cuando sentí su dedo enredarse en un mechón de mi pelo manteniendo sus distancias para no espantarme, aunque para ser sincera no sabría decir cómo hubiese hecho para retirarme de aquello que estaba disfrutando tanto. Me di cuenta de que las cosas eran mucho más fácil de controlar cuando estaba sobria que al revés, ya que posiblemente si hubiese estado borracha las cosas ya se me habrían ido de las manos. Estaba contenta de por fin poder disfrutar nuestras situaciones juntos con una cabeza despejada y sin tener miedo a decir mal las palabras o a no acordarme al día siguiente. Era agradable a estar con él a solas, por muy nerviosa y alerta que estuviera. Traté de relajarme y de simplemente disfrutar de la situación, que me llevara a donde tuviera que llevarme. Al dejar de presionarme a mí misma de estar en control de todo, fue la primera vez que dejé de tener miedo a la incertidumbre, y ya no me asustaba que las riendas las llevara otra persona. Ya me daba lo mismo equivocarme al sentir de nuevo su piel contra la mía acariciándome, como si no fuera nada, atento a la conversación. Con cada minuto que pasaba, estaba más loca por él.

Me dijo:

—Te equivocas.

Después de dedicarme una sonrisa dirigida a mis labios, me sujetó de nuevo de la mano con ternura, para más tarde acercarse a mí y besarme delicadamente. No pude evitar sonreír al notar de nuevo su mano deslizarse en mi cintura y pellizcarme juguetón la cintura con los dedos, sin apartar sus labios de los míos. Abracé su cuello, acercándome más a él, enrollando mis piernas en su cintura. Con ternura me acariciaba el mentón y el pelo, disfrutando de cada minuto de mi cercanía. Los escalofríos no dejaban de recorrerme el cuerpo, de uno en uno, mientras su boca se enredaba con la mía, con fiereza aunque delicadamente, como si ambos hubiésemos esperado demasiado tiempo para por fin sentir nuestros cuerpos sin miedo a que nadie nos interrumpiese de nuevo. Ninguno de los dos teníamos ninguna prisa, y yo disfrutaba de cada segundo que él me rozaba con su piel, me acariciaba las mejillas, me sujetaba de los muslos para sentirme más cerca suya, sin que le temblasen las manos.

Mi cuerpo no daba abasto, aunque conforme el tiempo pasaba poco a poco y sin prisa, mis emociones se relajaron y me dejaron disfrutar del momento, dejando que mi nerviosismo e inquietud se apartaran y me dejaran a mí sola. Aquella experiencia era completamente distinta para mí. Nunca me había sucedido aquello, que con tan sólo rozarme el cuello con los dedos, aunque fuera de casualidad, hacía que mi cuerpo me temblara así. Se separó de mí un minuto. Yo le miré a los ojos intentando no sonreír demasiado. Le brillaban de una forma que no había visto en él todavía, ni en él ni en nadie. Nadie me había mirado así; como si no se estuviese creyendo que me estaba tocando de verdad.

En ese pequeño momento de mirarnos en silencio a los ojos me di cuenta de que, maldita sea, estaba más que confirmado. Hasta temí que las cosas estuviesen peores de lo que yo pensaba.

—Es verdad. Me equivocaba —dije intentando que no me faltara el aliento al hablar.

Se rió mientras seguía jugando con mis manos. Ese chico estaba más obsesionado con las manos de lo que estaba yo, aunque me gustaba mucho cómo lo hacía, para qué mentir.

—Te lo he dicho.

Ojalá hubiese sido aquello lo que de verdad me daba miedo.

—¿Quieres algo para beber? —me preguntó con la voz más grave que de normal.

Sí que fue mucho peor, ya que era la primera vez que con tan sólo escuchar su voz se me paralizaba el sistema y mi piel se curvara una vez más. Incontrolablemente.

—Sí, por favor.

Cuando se dirigió a la cocina tuve que morderme la uña. Estaba extremadamente nerviosa en ese momento, ya que mis ganas de que continuar eran mayores ahora mismo que mi razonamiento. Nunca había sido buena en parar las cosas cuando ya casi estaba abanicándome del calor que tenía. Mi razón y moral desde luego no me hubiesen dejado ni de coña seguir, aunque sinceramente, en esos momentos me estaban dando bastante igual.

Harry volvió con otros dos botellines nuevos ya abiertos y me tendió uno. Se sentó peligrosamente cerca mía, aunque no me importó en absoluto.

—Te ofrecería agua pero está empaquetada abajo.

—No te preocupes —dije bebiendo en seguida un largo trago.

El chico me miraba con la ceja alzada.

—Lo siento.

—Estoy intentando no ofenderme, eh, que lo sepas.

Le dirigí una mirada con desdén.

—En serio, ¿después de lo que acaba de pasar? ¿Me vas a decir que te estoy ofendiendo?

Se rió. La única razón por la que estaba bebiendo tan deprisa era para intentar tranquilizarme y posar mis labios en otra cosa que no fuera su cara. Y porque estaba muy nerviosa.

Volvió a enredar un dedo en mi pelo y por un escaso segundo deseé que dejara de hacer eso.

—¿Qué pasa?

Me giré para mirarle a la cara de nuevo, y esta vez me sentí más cómoda en su mirada que en sus labios, ya que me vi demasiado tentada.

—¿A qué te refieres?

—Te ha cambiado la mirada.

Me reí con suavidad.

—En realidad, Harry, me daba miedo que me gustase más de lo que debería —solté, como una bomba de relojería—. Y me ha gustado más de lo que debería.

Se quedó callado por unos segundos tampoco mirándome, analizando mis palabras.

—Tengo un remedio para eso —me dijo, volviendo a mirarme, de nuevo con ese brillo en los ojos.

Sonreí expectante, y cuando lo vi acercarse a mí de nuevo con las mismas intenciones, fui yo la que lo besó a él primero, poniendo mi mano en su pecho, sentándome encima de él esa vez y tomando el mando. Sus manos me acariciaban con suavidad la espalda, haciendo de nuevo que la piel bajo sus dedos se curvara y estremeciera con brutalidad. Sabía que me estaba pasando de la raya de nuevo, sabía que tarde o temprano aquello tenía que parar si no quería arrepentirme de esto en el futuro, aunque en mi cabeza todo eso me daba igual, e ignoraba el hecho de que podría haber algo de lo que me podría arrepentir, ya que lo que sentía en ese momento no era posible que en algún momento no lo hubiese querido sentir nunca. Todo sentaba bien, me sentía feliz sintiendo su cuerpo bajo mía y con su mano en mi cadera cariñoso, sin sentirme intimidada al notar su erección contra mi muslo. Sonreí en su boca al darme cuenta, y no me sentí en ningún momento incómoda ante alguno de sus movimientos. Su sutilidad revolucionaba mi piel, cómo me transmitía con sus movimientos que no le importaba en absoluto que le hacía excitarse de esa manera, ni que yo notara que lo hacía. Me besó el cuello, y como si hubiese echado de menos mis labios en esos escasos segundos separados, me atrajo hacia él de nuevo mordiéndose los labios. En mi cabeza ya no cabía la idea de terminar aquello, mis ganas de quedarme enganchada a él me era demasiada tentación, ya que estaba horriblemente cómoda. Me sentía segura con él. Era horriblemente divertido, y al mismo tiempo me hacía sudar y temblar al sentir su cariño en mi piel, acariciándome como si lo hubiese estado deseando durante tiempo, como si le hiciera falta, aunque con suavidad, disfrutando de mí como yo de él.

—Tenemos que parar —le dije a pesar de todo, y me decepcioné un poco cuando lo vi asentir, bajando la mirada.

Me quedé sentada en su regazo, apoyando la cabeza en su pecho y dejando que me acariciara el brazo.

—Ha sido divertido —dije y escuché su risa dentro de su pecho.

—¿Quieres quedarte a cenar?

Asentí sin pensarlo, ya que hubiese hecho cualquier cosa por alargar ese momento.

No hubiese pensado nunca que con cenar se refería a realmente cocinar como ni mi madre hacía. Mientras cortaba los tomates como me decía él, ya que yo no tenía ni idea de lo que quería hacer, lo miraba de reojo intentando no estar demasiado impresionada en cómo movía el cuchillo contra la tabla de madera, en cómo sus dedos se adaptaban al cubierto.

—Tengo un montón de ganas del Boot Camp —comenté intentando distraer la mente, apartando la mirada de sus manos.

Le escuché resoplar a mi lado.

—¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Seguro que te veo llorar —respondí.

Me dio un codazo en las costillas riendo.

—Y eso no es lo peor. Nos han hecho bailar.

Solté una carcajada.

—No puede ser —dije.

—En serio, no lo veas.

Alcé una ceja.

—Me estás haciendo demasiada buena publicidad para que no lo vea. Soy la primera en la fila si me dicen que uno de mis amigos va a hacer el ridículo.

—Pero si ya me has visto bailar antes.

—De fiesta no cuenta. Lo que no quieres es que te vea ligar con otras chicas.

Se quedó callado un segundo y yo aguantándome la risa como pude, aunque concentrada en mis tomates no podía dejar de sonreír ante la estupidez más grande que había dicho nunca. Escuché cómo se reía bajito.

—¿Qué te hace pensar que he ligado con otras chicas?

De nuevo, solté otra carcajada. No esperaba que me contestara a aquello, pero decidí seguirle el rollo.

—Como si no te conociera. Además, en Boot Camp hay un montón de chicas super guapas y super talentosas —dije, no pude evitar terminar la frase riéndome un poco.

La conversación me incomodaba un poco, ya que podía llevar a un sitio donde todavía no estaba del todo lista para ir, aunque en el fondo me parecía divertido hacerle sentir incómodo.

Él sólo se encogió de hombros.

—Apenas te conocía cuando fui.

—No te ralles —concluí al final, poniéndome rojísima ante ese comentario, aunque ingeniosamente esquivándolo—. Tampoco es un problema para mí verte con chicas —casi murmuré, poniéndole los tomates troceados en el plato que estaba usando.

Sentí su mirada de reproche a mi lado, aunque no quise darle el gusto de mirarle, y simplemente miré hacia abajo mientras pelaba las zanahorias todavía sonriendo.

—¿Me estás vacilando?

Me reí.

—No —aunque me giré para amenazarle—. Eso fue diferente.

Se puso una mano en la cadera con una sonrisa y las cejas levantadas.

—Prácticamente me dejaste de hablar durante un día entero porque me viste con otra chica.

—Cállate —dije, intentando no reírme a carcajadas.

Al ver que todavía me seguía mirando con reproche, dejé el cuchillo encima de la encimera para pegarle, aunque él, anticipándose a mis movimientos y siendo más ágil que yo, me agarró de las muñecas con una sonrisa, y consiguió inmovilizarme con mi espalda contra su pecho. Intenté no sentirme demasiado cohibida después de descubrir que tenía tanta fuerza, o por lo menos más de la que pensaba que tendría. Incontrolablemente, mi mente dibujó su presión contra mi cadera en mi imaginación, y tuve que cerrar los ojos para borrar esa imagen lo antes posible si no quería perder la compostura. Sentir su pelo rozarme la sien al acercarse para hablarme, no ayudó demasiado.

—Y encima —siguió, aunque escuché su sonrisa mientras hablaba contra mi oreja, de nuevo la voz tan especialmente grave y suave en mi oído— te vengaste con un tío de mi clase que tiene fama de tener la boca muy grande.

—Ew, cállate ya —dije tras darme por vencida, ya que por mucho que intentase salir de entre sus brazos, me tenía atrapada y no me podía mover. Aunque sus manos estaban calientes sobre mis muñecas.

—Así que no me digas que no eres celosa —dijo y por fin me soltó y dejó que volviera a lo que estuviera haciendo.

Mi espalda se quedó fría en seguida. Resoplé.

—No te he dicho que no lo fuera. Y las cosas que se hacen borracha no se echan en cara —dije, agarrando de nuevo el cuchillo y señalándole con él.

—Lo siento. Me lo has puesto demasiado fácil.

—Lo sé.

Después de estar un buen rato hablando al terminar de cenar, miré mi reloj y casi me caigo de la silla al ver lo tarde que era.

—Mierda —murmuré.

—¿Qué pasa?

—No sé hasta qué hora pasan los buses por esta zona —dije, sacando el horario de mi bolso.

No me gustaba demasiado usar el metro de vuelta a casa pasadas las diez de la noche cuando estaba sola, por razones más que obvias.

Por mucho que Ellen tratara de descifrármelo hace unos años, para mí aquel horario desgastado por el uso, seguía siendo un jeroglífico.

—Quédate. Así puedes acompañarme a por Louis mañana.

—¿Viene mañana? —pregunté para evitar pensar en el hecho de que me había invitado a pasar la noche y ocultando lo mejor que pude el vuelco que me acababa de dar el estómago.

El chico asintió con una sonrisa. Me quedé callada durante unos segundos mientras le devolvía la sonrisa, intentando no colorarme mucho, sintiendo con fuerza el corazón latirme en el pecho, como si pudiese escalar por mi garganta y salir por mi boca. Intenté calmar mi respiración sin que se notara, y como un juego cruel, sonreí de lado y decidí tentar a la suerte.

—¿Estás pidiendo que me quede? —dije, disfrutando al ponerle en situaciones de riesgo, por muy duras que fueran para mí afrontarlas sin que me temblara la voz. Al final acabó siendo un juego divertido, donde ambos nos poníamos retos mutuamente.

Sonrió y bajó la mirada unos segundos para reírse.

—Sí, ¿tan raro te parece? —dijo, levantándose de la mesa para no tener que seguir mirándome a la cara, recogiendo los platos.

Me encogí de hombros y aproveché a sonreír sin escrúpulos ahora que no me estaba mirando, levantándome yo también.

—Raro no. Pero podrías haberme dicho, así me traía una camiseta o algo.

—Yo te dejo una.

Mientras recogía la mesa, todavía sin estar dentro de su rango visual, tuve que morderme los labios para no sonreír demasiado y no ponerme tan contenta, ya que me estaba acalorando con todas las ideas que mi mente me estaba lanzando malvadamente a la cabeza. En cambio, fui capaz de canalizarlo todo en una pequeña risa.

—Está bien. Pero déjame llamar a mi madre.

Mis terminaciones nerviosas chillaban con desesperación, casi rogándome que no dejara escapar una oportunidad así y que estaría muy decepcionada conmigo misma si al día siguiente fuera a mi casa con la sensación de todo lo que podría haber pasado sin que nada hubiese sucedido, que la segunda oportunidad me la estaba dando él, y que no iban a haber más en el futuro. Ninguna. La idea de que negarme una vez más le diese la impresión de que no me gustaba más que para besos y alcohol me aterrorizaba, aunque también que pensara que me gustaba más allá de ahí también me confundía. No sabía qué era lo que más miedo me daba; que pensara que no me gustaba o que sí. Desde luego, tuve que recordarme a mí misma que era él quien me había pedido quedarme y pasar la noche. No había ningún motivo para pensar que yo no le gustaba a él.

Ser una adolescente era agotador.

—Te lo juro, Jane. Si no lo haces te vas a arrepentir —escuché la voz de Ellen clarísimamente en mi mente.

Realmente la excusa de llamar a mi madre era una perfecta tapadera para encerrarme y aclarar las ideas de mi mente, tranquilizarme y poner en orden mis emociones. Hacía años que mi madre se había acostumbrado a que no durmiese en casa, a pesar de lo joven que era todavía y de que a mi madre no le hacía ni pizca de gracia. Se conformaba con que no le mintiera, y que siempre estaría a salvo. Por lo menos confiaba en mí.

Salí del baño después de mandarle un mensaje a mi madre de que no iba a volver a casa.

Cuando la gente me solía decir “sólo tienes dieciséis años” para hacer cualquier cosa que no deberían hacer niñas de mi edad, no sabía muy bien cómo responder. Desde que llegué a ese país, ya la idea de la edad cambió por completo, ya que las niñas de mi colegio en España hacían cosas distintas que las niñas en Inglaterra. Al juntarme con gente mucho mayor que yo, realmente no estaba haciendo lo que una chica de mi edad tendría que estar haciendo. Con trece, me emborraché por primera vez, a los catorce había fumado marihuana, y con quince ya estaba teniendo relaciones sexuales habitualmente y tenido mi primera raya de cocaína. Así que realmente no lo entendía muy bien, ya que nunca me había comportado como una chica de mi edad. Mi madre estaba más que acostumbrada a que no pasara la noche en mi casa, por mucho que para ella seguía siendo una chica buena. Emocionarme por un chico y ponerme nerviosa ante la incertidumbre era algo novedoso y por primera vez sentía que mi cuerpo estaba actuando como una chica de mi edad de verdad. Me emocionaba la idea de gustarle a un chico, y quería ponerme a dar saltos cuando me pidió pasar la noche. Tener dieciséis era agotador, pero a la vez era excitante, novedoso y emocionante. Como una maldita montaña rusa.

—¿Quieres ver una película? —me dijo, tendiéndome una camiseta suya gris.

Asentí con una sonrisa y me senté con él en el sofá. Ni siquiera me acuerdo qué vimos, aunque sí recuerdo haberme acurrucado a su lado, y como si mi cuerpo no pudiese más de la tensión, cogió la primera oportunidad y me quedé profundamente dormida.


















Te estoy tocando los cojones. Qué va, no me quedé dormida. Pensaba que ya me conocías.

Prosigo:

Recuerdo su mirada y sus dedos entrelazados con los míos cuando nos fuimos a despedir para ir a dormir. Parecía que mis años de experiencia habían sido inexistentes, ya que por mucho que lo intentara, no pude disimular mi pulso inestable al sentir sus dedos subir y bajar por mi muñeca. Con intenciones de echar un vistazo hacia sus ojos durante unos segundos, me quedé atrapada en su mirada, que había cambiado desde la última vez que la había dirigido hacia mí. Tuve que luchar contra mi cuerpo para no jadear cuando, con una sonrisa ladeada, apoyó una mano en la pared con tan sólo un movimiento. Deslizó sus dedos en los míos, sin apartar su mirada de la mía, más oscura, como si sus pestañas se hubiesen oscurecido unos cuantos tonos, vaciando sus ojos en los míos, sin todavía borrar esa sonrisa burlona de la cara. Me estaba pidiendo jugar. Dejé de sentirme pequeña y me incorporé deslizándome por la pared hasta que nuestras frentes casi se rozaban. Alcé una ceja y le tenté con la mirada, entrando de llena al juego, sin saber cómo lo había hecho para hacer callar a la niña insegura que de pronto había crecido para vivir unos segundos. De un pisotón. A qué estaba esperando, me gritaban mis manos, que seguían temblando de la emoción, mis piernas que rozaban sus rodillas, su pelo acariciándome la frente, mis pestañas casi enredándose en las suyas, sus ojos advirtiéndome que no esperara mucho más si no quería problemas. Mi piel de gallina tan sólo pensando en su roce.

Estaba tentando la suerte; quería ver cuánto más tardaría, quién de los dos aguantaba más sin beber del otro.

Dándose por vencido, por fin, se inclinó hacia mí y volvió a besarme de esa forma que hacían que todas mis terminaciones nerviosas estuviesen alerta ante cualquier giro de los acontecimientos. Deslizó la mano en mi mentón y sentí el escalofrío subirme por la espalda al notar sus dedos acariciarme la nuca con delicadeza. Se acercó sin separar sus labios de los míos, y pude sentir su cadera contra la mía, casi obligándome a ponerme de puntillas y enredar mis dedos en su pelo una vez más. Casi sin darnos cuenta, pude enrollar mis piernas en su cintura mientras me llevaba en brazos, apretando mis muslos con sus manos, poniéndomelo muy difícil no dejar escapar un gemido incontrolable. Estaba tan entregada a él, que ni siquiera me sobresalté una vez me encontré dentro de la habitación, tumbada en la cama y una sonrisa de boba en la cara, mordiéndome el labio al sentirle besar mi cuello. Su delicadeza sólo empeoraba mis deseos de querer gritar de que hiciera el favor de tocarme de una maldita vez, toda mi piel curvada, exigiendo más, más y más, aunque su timidez mezclada con seguridad en sus actos me volvía rematadamente loca. Lo veía disfrutar por la manera en la que estaba respondiendo a sus caricias cada vez que se acercaba a zonas peligrosas y aún así no cruzaba la línea, cómo me revolvía de desesperación, todavía con mis piernas rodeando su cintura y su lengua en mi boca. Lo escuché reírse cuando tiraba de su camiseta, sin querer pronunciar palabra, aunque casi rogándole con la mirada que se la quitara por fin. Él no podía dejar de sonreír. Pude notar también cómo su piel se erizaba debajo de mis dedos al poder acariciar su pecho por primera vez, mientras mordía con delicadeza mi cuello y mis clavículas, haciéndome curvar la espalda sólo por poder sentir su piel de nuevo en la mía.

Su mirada se transformó en una que no había visto nunca, y veía los matices de fiereza en sus ojos mientras la lujuria bajaba por sus dedos para entrar en mi terreno, sin separar sus ojos de los míos, sonriendo con sutilidad, aunque advirtiéndome con la mirada que no me moviese ni un centímetro, con una seguridad en sus movimientos que me dejaban sin aliento. Sus dedos bajaban y subían por mi vientre ahora desnudo con cada vez más fuerza, disfrutando de cómo me curvaba bajo su roce. Me mordí los labios para evitar gritar cuando me abrió las piernas con su cadera y me sujetaba las muñecas con una sola mano con sus rizos rozándome la frente y sin apartar la mirada de la mía, expectante a cada uno de mis movimientos. Yo le estaba tentando con la mirada desafiante, aunque divertida con sus juegos, diciéndole con la mirada que estaba lista para lo que fuera. Pasaba la lengua por mis labios y me ponía al límite, ansioso en descubrir cuánto tardaría en querer sus labios sobre mi cuerpo, cuánto tardaría en por fin soltar un gemido que pudiese escuchar con claridad. Su calidez esparcida por mi piel mientras bajaba los labios por mi pecho y mi vientre, soltando por fin mis muñecas para colocar ambas manos en mi cintura, conforme bajaba por mi cuerpo a base de besos esparcidos por mí, mientras tiraba de mi cinturón con sus dedos, aunque cuando fue capaz de desabrocharme los pantalones del todo, me dirigió una última mirada para confirmar que, en efecto, estaba a punto del descontrol. Ni siquiera sentí frío al verme las piernas descubiertas, simplemente quería que volviese a prestar su atención en mi cuerpo y a volver a rozarme con sus dedos. Al tenerme tan en punta, cuando volví a sentir su cuerpo sobre el mío para besarme el cuello con un pequeño mordisco, consiguió ese gemido que tanto le había costado sacarme de dentro, y pude ver cómo se le erizó la piel al escucharme, al enrollar mis piernas en él, al clavar sus uñas en su espalda mientras me miraba atento a mis reacciones al hacer su entrada triunfal, mordiéndose el labio y sufriendo consigo mismo para controlar su respiración, para más tarde poder gemirme en el oído.

Era novedoso, y extremadamente excitante cómo se preocupaba por hacerme sufrir hasta tal punto en el que sólo deseaba más, mientras conseguía hacerme disfrutar tantísimo como lo hice. Me acariciaba sin parar, como si realmente estuviera disfrutando de mí y conmigo, compartiendo sonrisas y risas, mirándome a los ojos, y besando mis labios después, como si los hubiese echado de menos y no pudiese vivir más sin besarme. Fue la primera vez que estaba segura de que me sonreían porque realmente se lo estaba pasando bien, dejándome saber que estaba segura y protegida, poderme reír y saber que iba a reír conmigo. Saber que a la mañana siguiente iba a seguir sonriéndome, mientras yo deseaba a horrores volver a encontrar una nueva oportunidad para que ocurriese de nuevo.

Porque joder, qué bien duerme una después de un buen orgasmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario