Diecinueve

No me sorprendí cuando el lunes por la mañana recibí una llamada de Harry.

Ese día me había quedado en casa y mi madre estaba de acuerdo conmigo que no sería buena idea que saliese a la calle en ese momento.

Con el corazón en la boca respondí el teléfono, los dedos temblando sin remedio.

—Hola, Harry —dije, intentando sonar alegre.

—¿Qué tal estás, Jane? —preguntó en un suspiro, sin poder ocular el cansancio en su voz.

Tuve que morderme el labio cuando respondí, aunque traté de sonar tranquila, haciéndome la loca y pretendiendo que era ajena a todo aquello que estaba pasando ahora mismo en las redes sociales.

—Genial, ¿qué pasa?

—Um, había pensado que tal vez te gustaría quedar un rato hoy.

Mi corazón había estado bombardeando con fuerza todo el rato, pero en cuanto dijo aquello me castigó con fuerza y la preocupación salió disparada hacia todos los rincones de mi cuerpo con rapidez. Sabía que aquello no lo podía ignorar y que tarde o temprano iba a tener que enfrentar el tema, pero sólo deseaba que el rumor dejase de difundirse con tanta rapidez y que simplemente la gente se olvidase de mí y de mi existencia.

De todas formas, dos horas más tarde me sorprendí cuando un coche negro sé plantó delante de mi casa. Mi madre intentó no hacer ningún comentario, cosa que le agradecí, aunque eso no quitaba el hecho de que incluso yo me había quedado sin palabras.

Ni siquiera habían ganado; ya sabía que sus vidas ya no volverían a ser las mismas.

Dejé que el coche me llevase hasta la localización en la que estaban, que nadie me había dejado claro. Era estupenda esa sensación que tenía en el pecho; como si todo se fuera a derrumbar ante mis pies con calma mientras alguien me sujetaba de los brazos para evitar que hiciese algo al respecto, aunque dejándome que lo viese como un castigo. Que nadie confiaba en mí. Como si hubiese sido yo la que dio la patada final para destruir el castillo de arena. Lo peor de todo aquello es que tal vez fuese cierto. Intentaba relajarme mientras caminaba por un pasillo eterno, con las uñas clavadas en mis manos, controlando mi respiración.

Justo antes de llegar, una puerta se abrió y vi cómo Simon salía de una sala seguido por los chicos, que hablaban entre ellos calmados y con los ánimos bajos. Quise sonreír al instante. El hombre pasó por mi lado y casi vi el tiempo pararse. Se ponía las gafas de sol despacio mientras pasaba por mi lado, después de dedicarme una de las miradas más frías que alguien me había dedicado nunca. Zayn pasó también dirigiéndome la mirada, aunque no me sorprendí cuando no me saludó. Niall y Liam me sonrieron con debilidad, aunque el único que se detuvo para cogerme de la mano y saludarme fue Louis. Harry no estaba entre ellos.

El chico me dio un apretón en la mano con una sonrisa tierna y yo me detuve para suplicarle con la mirada que me diese respuestas. Qué es lo que estaba sucediendo, qué era aquello que iba a pasar. Qué había pasado con Hannah y por qué el tiempo pasaba tan condenadamente rápido. Qué iba a pasar conmigo. Si estaban enfadados.

—Tranquila, todo va a ir bien, ¿vale?

El hombre que me acompañaba me estaba insistiendo a que entrase en la sala. Le ignoré sonriendo a Louis con los ojos brillantes. El nudo en la garganta se hacía cada vez más apretado, y antes de poder responderle, Louis soltó mi mano y siguió a sus compañeros.

Tenía la puerta a mis espaldas, me di la vuelta despacio tragando saliva y controlando mis impulsos. No me dio tiempo a agradecer a la persona encargada de guiarme por aquel laberinto, ya que en el minuto en que crucé el umbral, la puerta se cerró de golpe a mis espaldas. Me quedé extrañada unos segundos, aunque, como era usual, mis nervios se apaciguaron dos puntos cuando escuché la risa de Harry calmada a mis espaldas.

Me di la vuelta y me acerqué a él con una sonrisa mientras me quitaba el abrigo.

—¿Por qué siempre te ríes cuando me ves? —pregunté caminando hacia un grupo de sofás colocados frente a un gran ventanal que permitía la luz gris entrar en la estancia.

Dejé el abrigo encima de uno de ellos y observé cómo también él se acercaba a mí con una sonrisa. Se encogió de hombros.

—Un mecanismo de defensa, me imagino —comentó.

Siempre era igual. Sabíamos que el tema del que íbamos a hablar a continuación era serio, y el ambiente siempre era tenso cuando se daba el caso. Aún así, no sabíamos enfrentarnos a aquello sin hacer primero un par de bromas para relajar el cuerpo y afrontarlo con más calma, y aunque sea después de un abrazo.

Nos quedamos un momento de pie, y de nuevo él tenía esa mirada en los ojos que me resultó difícil de descifrar, aunque sabía que su propósito era ponerme nerviosa. Quería hacerme hablar.

Yo me aclaré la garganta.

—Eh, mira lo que tengo —dije apartando mi mirada de la suya venenosa.

Él se cruzó de brazos sin apartar la mirada de mí, atento a cómo reaccionaba ante sus ojos, empezando a fruncir el ceño poco a poco, analizando la situación, mientras revolvía en los bolsillos de mi chaqueta con dedos temblorosos. Estaba demasiado nerviosa y la tensión que emanaba su cuerpo no ayudó a que pudiese ocular lo muchísimo que estaba temblando. El nudo en la garganta ya me estaba haciendo daño. Por fin saqué mi cartera y de ella lo que estaba buscando. Me di la vuelta y con una sonrisa fingida, me abaniqué con el papel en la mano.

No me podía creer lo buena que me había hecho en mentir y en ocultar mis sentimientos.

—Mi madre me ha regalado entradas para ir a veros en Londres —dije acercándome a él y tendiéndole mi entrada.

Él bajó la mirada por fin y de nuevo pude ver su sonrisa sincera mientras sujetaba el cartoncito entre las manos.

—Yo podría haberte dado unas.

Se la quité de las manos y me la metí en el bolsillo trasero del vaquero.

—¿Y cómo vais a producir el disco entonces? —bromeé.

Se rió suavemente y me sujetó de la mano para arrastrarme al sofá donde estábamos apoyados. Se sentó a mi lado y su mirada empezó a vacilar. Ya no me miraba y yo aproveché la oportunidad para analizarle a él. Podía ver cómo se había aprendido la teoría de cabo a rabo, todas y cada una de las palabras del guión que habían escrito por él bailaban en su mente, aunque la práctica conseguía hacerle temblar el labio y titubear con ojos inseguros.

—Harry.

Apoyó los codos en las rodillas a mi lado y comenzó a enredar con los dedos.

—Harry —repetí—. Mírame.

Con las cejas alzadas giró la cabeza y me miró con una sonrisa torcida e insegura.

Le miré a los ojos durante unos segundos y luego negué con la cabeza con una risa suspirada.

—Harry, no estoy embarazada —le dije incorporándome y empujando su hombro para que rompiera su barrera corporal.

Rompió su contacto visual del mío y de nuevo se rió despacio y negando la cabeza. Aunque poco después recobró la compostura y se apoyó en el respaldo del sofá con los brazos cruzados.

—Ya lo sé.

—No. No lo sabes.

Bajó la mirada y comenzó a mordisquearse el labio.

Chasqueé la lengua.

—Mira, es todo un malentendido. Ni siquiera fuimos a comprar el test para mí. Era para Ellen —mentí rápidamente.

No sabía muy bien por qué había dicho aquello, aunque así no tendría que dar excusas de por qué le había mentido. Con otra mentira. Poco a poco se iban amontonando y ya no sabía qué hacer con aquella montaña de mentiras que parecía tener muy poca estabilidad y que se me iba a caer encima en cualquier momento.

Harry se pasó una mano por el pelo pareciendo aliviado, aunque había perdido el poder de mirarme para ponerme a raya y ahora sólo se centraba en mantenerse a sí mismo en compostura.

—En serio, relájate. Estoy bien. ¿De verdad pensabas que podría estar embarazada?

Me miró a los ojos y soltó una carcajada.

—En realidad no, pero... lo hacen parecer muy creíble.

—Y que lo digas. Yo esta mañana me lo estaba planteando en serio, porque tiene sentido.

Nos reímos los dos y al ver que la tensión ya estaba más o menos disipada, le sentí tirar de mi cuerpo con la atracción del suyo, que poco a poco estaba más cerca. Seguía estando un poco raro, aunque lo clasifiqué con que estaría nervioso por esa semana de semifinales, o con todo lo que estaría pasando en su vida ahora mismo, de lo que raramente me sentí desplazada. Hasta casi sentía nostalgia por los días en los que nos contábamos absolutamente todo. Ahora ambos nos estábamos ocultando cosas mutuamente. Aún así, siendo muy consciente de que aquello lo estábamos sintiendo los dos, puso una mano en mi rodilla y me atrajo hacia él sutilmente, lo suficiente para que yo me diera cuenta.

—Siento haber roto el internet —dije para distraer la mente e ignorar su mano en mi rodilla y subiendo, alzando la mirada. Él me miraba la pierna que por suerte no temblaba, y sonrió ante mis palabras.

—Está bien —alzó la mirada y su nariz casi rozaba la mía cuando lo hizo.

Me ruboricé hasta las orejas, aunque pareció que le dio igual, o que tal vez fuera aquella su intención. Sentí frió en la pierna cuando apartó la mano durante los pocos segundos que tardó en colocarla en mi mandíbula para acercar mi cara a la suya y darme un beso tierno. Me acerqué a él para dejar que deslizara una mano por mi cintura y poder enrollar mis brazos en su cuello sin separarme ni un segundo de él. Los escalofríos castigaban mi piel bajo sus dedos, que se habían colado en el interior de mi jersey y exploraba sitios que todavía no habían tocado sus labios, como si planeara besarlos en sus siguientes movimientos, pellizcando con cuidado aunque deseoso mis muslos, tal vez para hacerme temblar, o para acercarme más a él de lo que ya estaba. Me miraba con cuidado, intentando memorizar cada fracción de mi cara y todos y cada uno de los detalles de mi pelo, bajando por mi cuello y mis hombros. Yo estaba teniendo problemas para respirar, aunque dejé que me besara la clavícula con cuidado, mientras yo cerraba los ojos controlando mis impulsos, enredando mis dedos en su pelo. Cuando subió la mirada de nuevo, otra vez se detuvo con cuidado en mi piel, acariciando todo a su paso con un dedo, por mi frente, mis cejas, mi nariz. Mis labios, que repasó una segunda vez con el pulgar antes de volver a besarme y enrollar su lengua con la mía. Mordiéndome los labios que acababa de acariciar con suavidad. Como si fuera la última vez que fuera a hacerlo, me agarró con fuerza las caderas para subirme encima suya mientras sonreía mordiéndose los labios al verme al borde del gemido. Apartó un mechón de mi pelo de delante de mis ojos y yo le devolví la sonrisa. Casi pude ver tristeza en sus ojos antes de cerrarlos una vez más y disfrutar de mí como si no lo hubiese hecho nunca, como si no se fuera a cansar de la suavidad de mi piel contra la suya, ambos con el vello erizado y susurrándonos en el oído.

Era demasiado obvio, aunque me daba igual que él ya se hubiese dado cuenta de que me tenía completamente comiendo de su mano, a los pies de su cama, a su completa disposición. En ese momento hasta podría haberme hecho rogarle si me lo hubiese pedido, después de mordisquear mi cuello hasta hacer romperme en suspiros mientras enredaba sus dedos en mi pelo.

El teléfono no dejaba de vibrarme en el bolsillo trasero del vaquero, que tiraba de mis ensoñaciones con intención de derrumbarme. Con las manos de Harry todavía sujetándome la cintura por debajo de mi jersey, saqué mi teléfono y antes de que abriese el mensaje que me había enviado Ellen, Harry tiró de mí para apoyarme en él antes de pasar un brazo por mis hombros. Me dio un beso en la cabeza.

Ellen™: ¿Quieres que te mate?

Ellen™: Me tienes que avisar de estas cosas

Ellen™: Te lo digo en serio

Ellen™: Te mataré si no.

Antes de que pudiese siquiera pensar en nada, abrí la foto que me había mandado. Pude sentir mis dedos temblar de pronto al verme reflejada en la pantalla con la cara de Dan a centímetros de la mía en aquella foto, mirándole a los ojos con una mirada brillante y una sonrisa casi oculta por sus labios, en un beso que fui lo suficientemente rápida para evitar. Harry se removió algo incómodo a mi lado cuando pudo ver de reojo lo que mi amiga me había mandado, y yo tuve que morderme el labio, sin saber qué decir, esperando a que tal vez él tuviese valor para comentarlo.

Giré la mirada con la poca valentía que me quedaba para enfrentarme a él, que miraba hacia delante con sus dedos recorriéndose los labios. Sabía que lo había estropeado todo, su mano había dejado de jugar con el pelo que caía encima de mi hombro. Intenté decirle algo, pero me interrumpió aclarándose la garganta y quitando su brazo de mi lado, haciendo ademán de levantarse del sofá que compartíamos.

—¿Quieres algo para beber? —me preguntó mientras se dirigía a una elegante encimera que recorría toda la pared de nuestra izquierda.

Negué con la cabeza y le observé cómo sacaba un vaso de cristal del armario y se lo llenaba hasta arriba de agua del grifo.

Con un leve suspiro, decidí que la responsabilidad recaía en mí en aquella conversación, por lo que me levanté despacio y me acerqué a donde estaba él, apoyándome en la pared para mirarle. Me crucé de brazos.

—Harry —le llamé.

Alzó la mirada dejando el vaso ahora vacío en el fregadero. Se dio la vuelta y se apoyó en la encimera con los brazos cruzados.

—Sí, dime —dijo después de un rato.

Me acerqué un poco a él hasta quedar enfrente de él. Suspiré de nuevo.

—Mira, lo siento. Debería habértelo contado. Dan sigue siendo amigo mío, lo echaba de menos —dije.

Sabía que aquello era otra mentira, por mucho que en mis labios no sonara como una. Harry resopló y apoyó las manos en la encimera tras suya.

—Lo siento —repetí—. De verdad, lo siento—

—Jane, no te tienes que disculpar conmigo, ni que darme explicaciones.

Ahora fui yo la que se cruzó de brazos.

—Entonces, ¿por qué siempre siento que debería? ¿Por qué me siento mal cuando me pillas con mi ex? —dije mirándole directamente a los ojos.

Él los apartó en seguida. Se frotó los ojos con los dedos de una mano y se apartó, dirigiéndose hacia otro lado de la habitación, donde no estaba mi mirada punzante apuntándole.

—Lo digo en serio, Harry —insistí, dándome la vuelta y siguiéndole con la mirada—. Siempre dices que no te debo explicaciones cuando está claro que sí quieres que te las dé. Cuando te incomoda verme con él.

—Me incomoda porque te ha hecho daño.

Solté una risa suspirada mientras negaba con la cabeza, sin creerme que todavía siguiera con esa excusa. Hice una pequeña pausa para ordenar mis pensamientos, pero no me costó en absoluto hacer la siguiente pregunta:

—¿Tanto te cuesta admitir que te gusto más de lo que pensabas que lo haría?

Me acerqué a él un paso. Él sonrió para defenderse, aunque de nuevo se dio la vuelta para no tener que enfrentarse a mí. Me acerqué a él todavía más, hasta estar a un palmo de sus brazos todavía cruzados. Me aseguré de mirarle a los ojos con una mirada seria, asegurándome que captara el mensaje y que no estaba bromeando.

—¿Tan difícil es? —dije, costándome a horrores que mi voz no se rompiese al hacerlo.

Me miró por unos segundos sin dejarme entrar con los brazos, que seguían cruzados sobre su pecho. Su mirada vacilaba entre mis ojos, suave y brillante, confirmándome todo aquello que acababa de decirle, dándome la razón. Suspiró y no pudo controlarse para, de nuevo, apartar un mechón de mi pelo detrás de la oreja para poder mirarme a los ojos con mayor facilidad.

—Jane —dijo y apartó con rapidez la mirada, sintiéndose expuestos a sentimientos que al juzgar por el brillo de sus ojos, ni él había tenido tiempo de analizar con profundidad—. Hannah y Louis han tenido que romper —dijo despacio y con cautela, midiendo sus palabras centímetro a centímetro.

Sabía lo qué iba a decir y por qué iba a hacerlo. Quería advertirme de que no todo iba a ser un cuento de hadas, que el paseo estaba lleno de piedras, unas más grandes que otras, que me impedirían el camino hacia mi meta. Por alguna razón, no quería que lo dijese.

—Simon le ha pedido que lo haga —finalizó por fin, y tuve que romper mi contacto visual con él cuando lo dijo. Su tono de voz me estaba pidiendo perdón.

Lo sabía. Sólo estaba confirmando aquello que en mis entrañas siempre había sabido que era cierto. Me lo estaba diciendo para avisarme de que tuviese cuidado con lo que decía, y lo que pactaba con él. Descifré sus palabras enmascaradas. "No podemos estar juntos". Eso era todo lo que podíamos hacer. Reírnos mutuamente el uno con el otro con electricidad en las miradas que nos dedicábamos, sentir chispas cada vez que me rozaba para atraerme hacia él y rematarme con sus besos, que dejaban quemaduras en mi piel. Para luego ponernos la ropa y marcharnos, llamándonos mutuamente amigos y presentarlo como tal a las demás personas, ajenas a todo aquello que en mi mente se luchaba tan a fondo. Porque no podíamos ir más allá; decir nuestros sentimientos en alto era tan arriesgado como ponerse de puntillas en un acantilado, peligroso por las consecuencias, aunque sin ninguna otra salida más que una caída muy dolorosa. Siempre habría alguien acechando el lugar dispuesto a arruinarnos todo aquello que podríamos construir juntos. Simplemente no estaba en nuestros planes, tan sólo pensar en ello ya era doloroso por lo inalcanzable que era.

Al final dejé de morderme el labio y me giré para enfrentarme a su mirada.

—¿Por qué no me lo habías contado?

Apartó la mirada y alargó el brazo para cogerme la mano entre la suya. Titubeó unos segundos para encontrar las palabras exactas.

—Tenía miedo de perderte.

Vio que no reaccionaba, por lo que tiró de mi brazo para atraerme hacia él y me arropó con sus brazos.

Me estaba constando muchísimo no llorar.

—Simon y yo tuvimos que hablar ayer por la mañana por todo lo que estaba pasando... ya sabes —asentí, aunque dejé que hablara sin interrumpirle, ya que notaba en el tono de voz lo mucho que le estaba costando decir aquello, sin siquiera querer enfrentarse a mi mirada—. Estaba asustado porque los votos bajaran de golpe por eso, pero por suerte la mayoría de los votantes ni siquiera lee lo que pasa en internet, y teníamos suerte de que los domingos no hay periódicos. De todas formas, quedamos entre él y el resto de chicos que, pasara lo que pasara, tendríamos que dejarnos de ver en público hasta que, por lo menos, se termine el programa —me sujetó de los hombros y por fin me miró a los ojos con una pequeña sonrisa—. Son sólo dos semanas.

Ni siquiera me había dado tiempo a responderle, aunque tuve que devolverle la sonrisa. Asentí.

—Me harás una visita antes de volver a Cheshire por Navidades, ¿no?

Se rió, aliviado por lo bien que me lo había tomado.

En parte porque entendía perfectamente el hecho de que tuviese que pasar desapercibida por esas dos semanas que nos separaba de la final. Además, si aquello era lo único que tenía que hacer para que todo que había hecho se esfumase, no era muy difícil convencerme. La mejor parte sería en que por fin me dejarían en paz, y que mi pesadilla había terminado antes de lo que esperaba.

—Sí, no te preocupes.

—Sabes dónde vivo, sabes dónde encontrarme.

Nos reímos los dos, aunque sabíamos que la situación era dolorosa para ambos. Me despedí con un abrazo, y sentí sus dedos hundirse en mis costillas como clavos que me dejaban sin respiración, mientras intentaba que no me viera los pelos de punta al sentir su aliento en mi nuca.


Dieciocho


Hacía todo lo posible por mantenerme positiva ante todo, diciéndome a mí misma que todo iba a estar bien. La verdad es que simplemente tenía días malos que empeoraban con la noche, pero me obligaba a mí misma morderme la lengua y sonreír cada vez que tenía que salir de la habitación. Lo estaba haciendo bien al parecer, hasta Ellen estaba creyéndoselo. Desde luego así fueron mis días siguientes. Las cosas sólo fueron a peor, después de haberme visto ya tres veces públicamente con Harry ya no hacía falta ninguna otra excusa para que la gente no me dejase en paz. Por suerte, al ver que la locura siempre era peor en el exterior de los sitios públicos a los que iba, el colegio decidió hacer algo y después de que hablasen con mis padres, consiguieron que ya no hubiese más periodistas a la salida de clase cada maldito día durante esa agonizante semana siguiente. De los cuales yo llegaba a casa cada día peor; no comía y me pasaba el día durmiendo o intentando no llorar demasiado. Distrayendo la mente. Ni siquiera me estaba centrando en mis estudios, y recordaba con pena lo emocionada que estaba a principio de curso por poder empezar por fin la última etapa que me llevaría al trabajo de mis sueños. Mi madre incluso tuvo que sentarse en mi habitación y me amenazó con mandarme a un psicólogo si no cenaba. No fue del todo así, pero yo lo vi como una amenaza. Sólo estaba preocupada por mi salud mental.

El problema era que me daba igual. Todas las conversaciones que tenía con él valía la pena esperar sufriendo las consecuencias más brutales. Contaba los días. Quedaban dos semanas para que ese concurso del demonio terminase, y que por fin fuera a haber paz en mi vida. Iba a valer la pena; lo iba a conseguir.

Ellen pasaba muchas tardes en mi casa. Sabía que mi estado mental no estaba del todo bien, aunque no lo sabía todo.

Así es como funcionaba. Era un maldito ciclo que se repetía constantemente en un intervalo de tiempo demasiado corto, lo suficiente como para volverme literalmente loca. Hasta sentía que me perseguían por la calle cuando posiblemente no hubiese nadie viéndome. Después de pasarme la mayor parte de la tarde intentando controlar los ataques de ansiedad, me despertaba al día siguiente con intenciones de volver a intentarlo, centrándome en que tendría un buen día, y el mensaje de buenos días de él me ayudaban bastante. Me pasaba la mañana riendo y haciendo bromas. Luego, me encontraba con la pared de fotógrafos haciendo preguntas hirientes y empapelando las redes sociales con mi cara. Gracias a dios que eso ya no pasaba, ya que era uno de los momentos en los que mi felicidad momentánea estaba en peligro. Después de comer y con un poquito más de fuerza, abría Twitter con seguridad recargada. Pensando que esa vez no me iba a afectar y que tenía que luchar contra mis miedos. Siempre estaba equivocada. Casi siempre acababa vomitando. Esa semana había adelgazado como cuatro kilos. Me pasaba dos días enteros sin entrar en las redes sociales. Después; vuelta a empezar.

Pero luego sentía mi corazón tan grande en el pecho el sábado por la noche cuando ponía la televisión para verle la cara de nuevo, con una sonrisa sincera y con el orgullo que se me escapaba por los poros al no poder contenerse. Siempre me llamaba después del programa por muy tarde que fuese, porque yo se lo pedía. Esa sensación hacía que todo lo malo que había pasado a lo largo del día se me olvidase por completo. Eran momentos muy cortos en los que podía escuchar su voz intentando calmarme. Hacía que durmiese bien de nuevo, con esa sensación caliente en mis costillas y una sonrisa en los labios.

Merecía la pena, me repetía una y otra vez.

Esa tarde de jueves, casi una semana después de haber quedado con Dan, Ellen de nuevo estaba metida en mi habitación, mordisqueando un regaliz mientras las dos leíamos las revistas que había traído. Era gracioso, ya que antes de que toda esa locura me reventase en la cara, solíamos leer revistas de cotilleos todo el tiempo, era uno de nuestros pasatiempos favoritos de las tardes de después de clase. Eso mismo estábamos haciendo, aunque con una dinámica completamente distinta. Por alguna razón, ese día estaba de buen humor.

Estaba sentada encima de la cama leyendo un artículo acerca de los consejos que daba Cher Lloyd para tener el pelo así de fabuloso (ignorando mi foto de la esquina aconsejándome que siguiera sus pasos). En mi opinión mi pelo también era fabuloso, por lo que el artículo me estaba haciendo mucha gracia, teniendo en cuenta que era la misma revista que la había puesto a parir en su edición anterior.

Ellen volvió del baño y se tumbó de nuevo en la cama con un suspiro.

—Qué contenta estoy de que haya pasado, por fin. Todavía tengo secuelas —dijo con la cara mirando al techo y los ojos cerrados, con los brazos estirados por mi cama.

Fruncí el ceño sin saber muy bien de lo que estaba hablando. Ese día era el día oficial en el que mis padres habían conseguido que los reporteros dejasen de perseguirnos allá donde íbamos. Sabía por cómo eran las cosas que, estando tan cerca de las semifinales, estarían atentos a cada uno de mis movimientos que por alguna razón siempre sabían cuáles iba a ser. Sólo tendría que pasear cerca de los estudios o lo que fuera, no tardarían en volver a acosarnos. Aunque en esos momentos para mí ellos eran lo de menos. Lo que realmente me aterrorizaba eran ellas.

—Está a puntito de empeorar —respondí volviendo a bajar la mirada a la revista.

Se incorporó mirándome con los labios torcidos y el ceño fruncido.

—¿Qué quieres decir?

—¿De qué estabas hablando? —le pregunté, sintiéndome confusa.

—¿De la regla? —dijo como si fuera obvio—. He tenido la peor de mi vida. Me ha durado como una semana.

—Ah —dije simplemente.

Ellen se rió de mí.

—¿Qué tal la tuya, por cierto? No te has quejado nada de nada...

Parpadeé un par de veces todavía mirando la revista, pensativa.

Ellen tenía un ciclo idéntico al mío, ya que se acopló al mío hacía unos años atrás.

—Espera. ¿Ya te ha bajado?

—El lunes. Me bajó el lunes.

Dejé la revista encima de la cama y descrucé las piernas.

—¿Te bajó el lunes?

—Jane, ¿eres imbécil? ¡Te he dicho ya cinco veces que sí!

Me levanté de la cama y me acerqué al calendario que colgaba encima de mi escritorio. Efectivamente, una estrellita roja estaba apuntada con rotulador el día 15 de noviembre. Siempre me fiaba de mi yo del pasado, porque mi ciclo era como un reloj, sólo tenía irregulaciones muy inusuales. Siempre me bajaba el día que estaba apuntado en el calendario.

—Tengo un retraso.

—Bueno. El primer paso es admitirlo.

Me giré con brusquedad.

—¡Ellen! ¡Cállate de una puta vez! Tengo un retraso. No me ha bajado nada.

Se calló y me miró a los ojos, pude ver cómo el color abandonaba sus mejillas. Su mirada empezaba a vacilar entre el suelo y mis piernas, con rapidez, como si estuviese buscando un pensamiento al que aferrarse de todos los que se le pasaba por la cabeza. Extendió las manos.

—A ver, tranquila, seguro que no es nada.

Me senté a su lado.

—¡¿Cuándo he dicho yo que fuera nada?!

Estaba perdiendo los nervios.

—Jane, relájate. En serio. Esperamos un par de semanas, a ver qué pasa, y sino vamos al ginecólogo, ¿vale? Seguro que son los nervios y la ansiedad.

Pude ver que intentaba tranquilizarme, pero hasta yo pude escuchar el tembleque de su voz. También estaba tan nerviosa como yo. Todo tenía sentido. Los vómitos prácticamente diarios, el estrés que estaba sintiendo, los mareos constantes, la bajada de tensión al salir a correr con Dan. Nunca antes me había desmayado.

—Dios mío. ¿Y qué pasa si estoy preñada?

—Joder, ¡no estás preñada! ¡Relájate!

Respiré un par de veces dramáticamente, inspirando por la nariz y expulsando por la boca, mientras Ellen se llevaba las manos a la cara buscando algo a lo que aferrarse.

—Vale, vale, no puedes estar preñada si usasteis protección. ¿Usasteis protección?

Comencé a tartamudear como una gilipollas, mientras las imágenes de la noche de Halloween pasaba por mi mente, y buscaba con desesperación el momento concreto, queriendo poner mi mente en pausa y tranquilizarme. No lo encontraba por ningún lado, no estaba en ningún momento en mis recuerdos.

—Eh, eh...

—¡Jane! ¡¿Usasteis protección sí o no?!

—¡DEJA DE DECIR ESA PALABRA!

Ellen gruñó y se levantó de un brinco. Se acercó a mi mochila y con movimientos bruscos sacó mi cartera de uno de los bolsillos. Literalmente, se acercó a mí en dos pasos con fuerza, y me tiró el preservativo a la cara. Me rasqué la nariz e ignoré mi corazón bombardeando en el pecho tan bien como pude.

Ellen sopló para tranquilizarse.

—No te doy una hostia por si estás embarazada. Pero que sepas que quiero pegarte.

Comencé a tartamudear de nuevo.

—A ver, igual él tenía uno. Seguro que él tenía uno, no tiene por qué... No tiene nada que ver... además, es muy viejo, lleva mucho tiempo ahí, seguro que...

—Cállate.

Sujeté mi teléfono.

—Voy a preguntarle.

Aunque Ellen fue más rápida que yo y me lo arrebató de las manos.

—¿Estás loca?

—Él no estaba bebido como estaba yo, él seguro que se acuerda.

De nuevo, me miró como si fuera estúpida.

—Jane, cariño —se sentó al lado mía—. ¿Crees, sinceramente, que Harry tiene que preocuparse ahora, a una semana de la puta semifinal, que igual te haya dejado embarazada?

Puse la mirada en blanco y me dejé caer en la cama. Tenía ganas de llorar, de gritar, de dar un puñetazo a alguien. Era lo último que necesitaba en ese momento.

—Tienes razón. ¿Sabes? Puedo hacerlo sola, podría no decírselo, y fugarme a España, y así no lo sabría nunca nadie. Lo puedo criar sola, puedo buscarme un trabajo de cajera y pagarme el alquiler en España que es mucho más barato, así le dejo en paz. Tal vez mi madre venga a visitarme después de los cinco años que va a estar sin hablarme. Y tal vez hasta me ayudaría. Vale, tendría que irme de aquí a cinco meses antes de empezar a crecer tripa y—

—¡Jane! ¡No estas preñada! ¿De acuerdo?

—Sí, sí, seguro que es el estrés. Seguro que es el estrés, también puede ser eso, ¿no? Será el estrés, seguro que sí. Sólo estoy muy estresada. Esto no me está ayudando, Ellen, ¡no me está ayudando!

Ellen se sentó encima mía sobre la cama y me cruzó la cara con la palma de la mano en un tortazo. Me quedé callada.

—¿Esto ayuda?

Suspiré.

—Sí.

Me tapé la cara con las manos.

—¿Cuándo vamos al ginecólogo, has dicho?

Se rió con suavidad y la sentí rebotar sobre mi vientre.

—Tenemos que esperar un poco más, ¿vale? A ti una semana te parece mucho, pero tenemos que esperar mínimo dos semanas.

—¡Dos semanas! Ellen, si estoy preñada, llevaré preñada más de un mes.

Ellen me alzó las cejas.

—Quieres. Relajarte. De una puta vez. Jane. Me estás poniendo de los nERVIOS.

Al ver que no había forma, bajó a la cocina y quince minutos más tarde volvió con una tila.

Cuando la taza ya había bajado hasta la mitad, en mi habitación reinaba el silencio, y con la taza entre mis manos, observaba mi colcha de la cama con los ojos bajos y los hombros caídos. Ellen me trenzaba el pelo. Había dejado de gritar hacía unos minutos, ya sólo estaba en silencio contemplando la vida y poniéndome en el peor de los casos. De pronto tuve mucho sueño. Y muchas ganas de llorar. Así que lloré encima del hombro de Ellen durante al menos dos horas. Me di cuenta de que hacía mucho que no me sinceraba con ella, que todos mis sentimientos los había dejado amontonarse uno encima del otro, pensando que mis problemas se solucionarían solos, o que simplemente se esfumarían con el paso del tiempo. Aunque estratégicamente dejando a un lado el tema de los mensajes a Dan. Todavía no estaba del todo preparada para tener esa conversación. Hablé de lo muchísimo que echaba de menos a Ethan. Ella sólo me escuchaba mientras me acariciaba el pelo. Me quedé dormida en su pecho.

☔️🎥🧬

De todas formas, Ellen me prometió que iríamos a ir ese mismo sábado al centro comercial después de llamar a la ginecóloga para una pedir cita, ya que no era posible hasta pasadas dos semanas. Decidí que Jess podía ser una buena aliada, así que fuimos las tres el sábado por la mañana, yo con el corazón en la garganta y los dedos de mi mejor amiga enredados en los míos en el autobús que nos llevaría hasta Westfield Stratford City, el centro comercial de mi barrio. Como ya me imaginaba, el sitio estaba abarrotado de gente por mucho que el sitio no llevaba abierto más de media hora.

—Tranquila, Jane. Lo has pasado muy mal estas últimas semanas, seguro que estás bien —me tranquilizaba Jess al acercarnos más a la farmacia.

Ellen pidió el test por mí, ya que yo estaba demasiado pálida y nerviosa para ello. Incluso cuando me tendió la cajita rectangular, me temblaban tanto los dedos que no pude guardarlo en mi bolso hasta que estuve fuera de la tienda.

Cuando salí todo fue a peor. Ellen se paró en seco y Jess se chocó con nosotras cuando nos quedamos ambas de piedra a la salida.

—¿Qué coño pasa?

Había un grupo de cinco o seis chicas de más o menos nuestra edad o incluso más jóvenes, con los móviles en alto aunque alejadas de nosotras esperando a que saliésemos.

Las chicas nos miraban tímidas y con unas sonrisas amplias en sus caras, como si no se estuviesen creyendo que estábamos ahí delante. Escuché que nos saludaban después de unos segundos de silencio incómodo por ambas partes sin salir de su zona de confort. Yo, todavía con mi sonrisa falsa en la cara, tratando de borrar el semblante de terror que llevaba, saludé de vuelta con la mano, y creo que no he estado tan incómoda en mi vida.

—¿Qué hago? —pregunté en un susurro a Ellen, que las miraba también aterrada.

—Deberías acercarte a saludar —dijo, sin apartar la mirada de las chicas.

No estaban demasiado lejos, aunque pude ver que estaban intentando acercarse a nosotras hablando nerviosas entre ellas en murmullos. Cogí aire y di dos pasos hacia ellas esbozando de nuevo una sonrisa.

Sabía que la que tenía que ser valiente era yo, no tenía que dejarles ver que tenía miedo y llevar las riendas de la situación con orgullo y seguridad si no quería que me pisotearan, por mucho que tal vez tuviesen catorce años, y que aquello no era mi responsabilidad. Aún así, lo hice.

—Hola, chicas —dije una vez estaba ya en frente suya, ignorando el hecho de que me mirasen como si fuera un mono de feria.

—Hola, Jane —dijeron todas a la vez.

Pude ver que había una chica que parecía estar a punto de desmayarse, sujetando la mano de su amiga con muchísima fuerza. Intenté no reírme, pero verlas así de emocionadas sólo por verme y tan tiernas entre ellas realmente me calentó el corazón durante los escasos minutos que estuve hablando con ellas. Incluso olvidé por poco tiempo que eran ellas mismas las que escribían conspiraciones y que me odiaban por alguna razón.

—¿Qué tal estáis? —pregunté.

—Bien —dijeron de nuevo en coro.

—Nos preguntábamos si podías hacerte una foto con nosotras —preguntó la chica que sujetaba la mano de la chica rubia, con el teléfono en la mano.

Fue lo más raro que me habían preguntado, y tuve que asimilarlo un par de segundos ignorando la carcajada que había soltado Ellen a mi espalda.

—Sí, claro —dije, y orgullosa de lo firme y natural que había pronunciado mi respuesta, sujeté el teléfono para que Jess me lo quitara de las manos al instante para sacar ella la foto.

Me coloqué al lado del grupo de chicas y después de unos agonizantes segundos posando, Jess devolvió el móvil a la chica morena con una sonrisa.

—¡Gracias! —dijeron y yo me despedí de ellas con una sonrisa.

—Pasad un buen día.

Ellen no podía dejar de reírse cuando volvimos hasta donde estaba ella.

—Cállate de una vez —dije sonriendo.

—Es que es increíble. De verdad, surrealista.

Jess no decía nada y yo simplemente me quedaba callada, por mucho que quisiese decirle que le daba toda la razón.

Por alguna extrañísima razón aquello me había calmado, las manos ya no me temblaban y el peligro de que pudiese estar embarazada ya no estaba en primera pantalla en mi mente, sino en un pequeño rinconcito. Sólo podía pensar en esas chicas tan adorables que parecían estar agradecidas conmigo después de haberme acercado a ellas. Por unos momentos ignoraba lo malvadas que eran conmigo y me parecía inverosímil que todas y cada una de ellas me odiasen por razones completamente arbitrarias. Tendría que haber una excepción, aunque fuera tan sólo un pequeño porcentaje.

Nos sentamos a comer en el mismo centro comercial después de estar paseando un par de horas por las tiendas. Hablo muy poco de mi relación con mis amigas, pero aquella misma tarde me di cuenta de que tenía un maldito tesoro en mis manos. Habían cancelado ambas sus planes para aquel sábado para acompañarme a mí a por un maldito test de embarazado, y estaban haciendo todo lo posible por distraerme la mente con sus bromas y chistes, siendo conscientes de lo débil que estaba mi autoestima y mi salud mental en esos momentos. Desde luego, las preguntas inapropiadas de Ellen siempre hacían reírme.

—Jess, oye, ¿qué tal con Zayn? Eres la única persona que conozco que guarda tan bien sus secretos, zorra —dijo dando un sorbo a su sopa.

Yo solté una carcajada y Jess sonrió.

—Bien, la verdad. Es un chico muy tierno.

Suspiré.

—Te tengo un montón de envidia —dije jugando con mi servilleta.

—¿A qué te refieres?

Puse los codos encima de la mesa y junté las manos.

—Bueno, tú no sales en las portadas de las revistas, ni en artículos, ni la prensa te sigue allá donde vayas.

Se rió y dio un trago a su vaso de agua.

—Eso es porque Zayn y yo sólo somos amigos. No pueden perseguir a todas las amigas que tenga.

Puse los ojos en blanco.

—Yo y Harry también somos amigos.

Ellen y Jess ambas explotaron en carcajadas, Ellen incluso golpeó la mesa con el puño con la boca llena de sopa y luchando contra su cuerpo para no atragantarse. Jess se reía más de ella que de otra cosa, pero sus carcajadas también eran altas. Yo las miraba con las cejas alzadas con una pequeña sonrisa en los labios.

—Lo digo en serio —añadí.

—Jane, por favor. Ese barco ya zarpó, ¿vale? No nos lo creemos —dijo Jess.

—No me estuve tragando una hora entera escuchándote hablar de los tres orgasmos que tuviste para que ahora me digas que sois amigos —me amenazó Ellen con el dedo cuando fue capaz de tragar lo que tenía en la boca.

Jess me dirigió una mirada asombrada y yo me puse colorada. Por suerte lo ignoró.

—El caso es que habéis sido demasiado cariñosos en público. Yo no entré de la mano de Zayn cuando fuimos al club en Halloween, porque somos amigos.

—Luego os enrollasteis en el baño —comentó Ellen.

Me reí y ella se quedó callada.

—Sí, porque estaba borracha. Además, también me enrollé con el camarero —añadió después de pensarlo un rato.

—¿Te enrollaste con el camarero? —pregunté asombrada.

—Sí, cuando te estabas tirando a Harry en el garaje —me reprochó Ellen.

Fruncí los labios.

—Escúchame, coño —Jess estaba perdiendo la paciencia—. La diferencia entre Harry y tu y Zayn y yo es que nosotros no nos gustamos mutuamente. No como vosotros. Os coméis con la mirada cuando estáis juntos y la gente lo nota.

—¿Puedes culparla? —dijo Ellen masticando un cacho de pan y señalándome con el pulgar—. Tres malditos orgasmos. La pobre no se había corrido nunca antes, pues normal.

—Ellen, cállate ya. También había rumores de que Zayn estaba con la chica de Belle Amie —dije excusándome y tratando de quitarme la culpa.

Jess me miró con las cejas alzadas.

—También hay rumores de que Harry está con Cher Lloyd, y con la otra chica de Belle Amie, y con no sé qué bailarina... Jane, eso no tiene nada que ver.

Me puse colorada al escuchar la lista que acababa de redactar mi amiga, sintiendo el corazón pesado en el pecho. Tragué saliva.

Jess continuó hablando.

—Se inventan tantos rumores porque ven que no funciona. Con Zayn funcionó. No hablaban de mí de todas formas, pero Simon pensó que sólo por si acaso sería buena idea difundir el rumor. Pero contigo y con Harry es mucho más difícil porque es real.

Nunca lo había analizado de esa manera, por lo que estaba un poco confusa. Siempre había leído los artículos en las que salía él con un nudo en el estómago y con la Señora Celosa aclarándose la garganta en mi mente, mirándome y advirtiéndome de que me ya me había avisado de todo aquello, de que no todo iba a ser un cuento de hadas.

—No estoy entendiendo nada —dijo Ellen, ya que yo tenía la boca demasiado seca para hablar.

—¿No has hablado con Harry de esto?

Negué con la cabeza, enredando en mi plato de pasta con el tenedor. Jess suspiró.

—Mira, ninguno de los rumores que salen en las revistas son cien por cien reales. Zayn me cuenta que para Simon la publicidad es lo más importante, si consigue que los medios hablen de ellos significa que tiene más posibilidades de votos. Eso lo sabes. Para él que los chicos estén "accesibles" es muy importante, pero al ver que con Harry no lo está consiguiendo por tu culpa, para él es mejor que esté con alguien de la industria o que "haya tonteo" con gente de dentro de la casa, o simplemente con alguien que sea importante, por así decirlo. Zayn nunca estuvo realmente con Rebecca de Belle Amie, simplemente ambos pensaron que así se hablaría de ellos, porque justo después de Halloween las chicas fueron echadas de la competición, así que fue interesante sobre todo para ellos.

Me quedé callada y analicé todo aquello. Todo tenía horriblemente mucho sentido. Aún así, era todo demasiado, y había muchas cosas que todavía no las podía entender del todo. Esa industria desde luego que no estaba hecha para mí, ni yo para la ella.

Me aclaré la garganta y me dispuse a cambiar el tema de conversación.

—Bueno. ¿Qué tal con Lena?

Pude ver cómo Jess apartaba la mirada antes de que pudiese ver cómo se había ruborizado ligeramente ante mi pregunta. Ellen esbozó una mueca extrañada.

—¿Quién es Lena?

—Una amiga mía que va conmigo al conservatorio.

—Deberías traerla alguna vez. Parece maja.

Jess me sonrió sinceramente y casi pude ver la gratitud en su mirada cuando no quise indagar más en el tema de su amiga. Aunque feliz por haberla mencionado y por incluirla. Asintió con los ojos brillantes.

De todas formas, por mucho que cambiase la conversación, el tema anterior seguía rodando en mi cabeza sin poder evitarlo. Yo sabía con seguridad que algunas de las personas que figuraban en la larga lista de chicas que me atormentaba por las noches eran ciertas. Sabía que para Harry yo no era la única, y por alguna razón hasta ese momento no me había molestado demasiado. Claro que intentaba evitar leer los artículos donde de nuevo deliberaban acerca de las chicas que, según el artículo, me hacían "competencia", trataba no pensar en ello demasiado.

Aunque, todo aquello quedó en el fondo de mi mente cuando por fin llegamos a mi casa.

El predictor estaba encima de la mesa de estudio y yo lo miraba desde mi posición sentada con las piernas cruzadas en mi cama. Después de beber mucha agua y de luchar con el cacharro durante por lo menos diez minutos fui capaz de hacerlo sin llorar o vomitar de los nervios. Ellen daba vueltas por la habitación en silencio y Jess estaba tumbada a mis espaldas con su teléfono en las manos. La alarma de mi móvil sonó y me tapé la cara con las manos. Jess se incorporó de un brinco y Ellen dejó de moverse por unos segundos. Se movió hacia la mesilla despacio.

—No quiero mirar —dije todavía con las manos en la cara.

Sabía cuál iba a ser el resultado de aquello por culpa de lo rápido que me iba el corazón. Lo sabía perfectamente. Lo sabía dolorosamente bien. El vientre me latía con fuerza bajo mi mano, y mi respiración era irregular, mientras yo hacía todo lo posible por no centrarme en lo sudadas que tenía las manos de los nervios, ni en los picores en la nuca que me hacían revolverme en el colchón incómoda.

—¿Quieres que mire yo? —me preguntó Ellen despacio.

Asentí.

Pasaron unos larguísimos segundos en silencio, todavía sin atreverme a mirar. Escuché cómo Jess y Ellen susurraban entre ellas algo que directamente no quería entender y cómo enredaban con la caja de cartón para mirar qué era exactamente lo que tenía que salir para que fueran buenas noticias.

—Jane... —comenzó a decir Jess—. Jane, está bien. Es un menos.

Aparté las manos de golpe y las miré con los ojos muy abiertos.

—¿Un menos? —dije sorprendida.

Me levanté de la cama de un brinco y me acerqué a ellas. Miré el aparato y en efecto pude ver un menos clarísimo en azul.

—Esto no puede estar bien —dije y sujeté como ellas habían hecho la caja rectangular, comprobando que realmente no estaba embarazada.

—¿Qué quieres decir? ¡Son buenas noticias, Jane!

Yo seguía mirando el test con el ceño fruncido sin siquiera creérmelo. No podía ser real aquello, estaba completamente segura de que era un error, y de que de ahí a nueve meses tendría que dar a luz con dieciséis años.

—Pero esto tiene margen de error, ¿no? —pregunté todavía incrédula.

Jess negó con la cabeza.

—Es mucho más probable al revés; que te diga que estás embarazada cuando no. No suele equivocarse si da negativo, es muy inusual.

Respiré hondo.

—No estoy embarazada.

—¡No estás embarazada! —gritó Ellen y comenzó a dar saltos.

Yo empecé a sonreír y de pronto sentí una gran losa de cemento caerme de encima de los hombros de golpe. Me dejé caer en la cama más aliviada de lo que he estado en mi vida.

Jess de nuevo volvió a su sitio inicial y continuó enredando con su teléfono. Ellen se sentó a mi lado.

—Iremos al ginecólogo igualmente, ¿de acuerdo? Nunca has tenido un retaso tan grande y a lo mejor pasa algo.

Asentí, aunque me sentí rematadamente feliz.

Segundos. Tal vez un par de minutos. Eso es lo que duró la calma.

Jess se sentó en la cama de golpe con los ojos como platos mirando el teléfono.

—Jane —dijo con urgencia en la voz.

Me giré en la cama hasta quedar boca abajo apoyada en los codos para mirarla. Estaba casi pálida y me asusté sólo de verla.

—¿Qué pasa?

Jess me dirigió una mirada antes de tenderme su teléfono. Lo sujeté sin apartar la mirada de sus ojos antes de bajar la mirada para ver qué me quería enseñar.

No fue una sorpresa para mí cuando me enseñó un twit de una cuenta fan de One Direction, aunque lo que ponía consiguió helarme la sangre en un microsegundo.

Ellen me arrebató el teléfono y leyó en voz alta:

—"Sé con seguridad de Jane está embarazada y que el padre es Harry. Tengo pruebas y pienso demostrarlo. Pondré más información más adelante, estad atentas. No sé vosotras, yo estoy harta de que nos mientan" ¿Pero esta chica qué se cree? —dijo con una mueca de asco.

Mi corazón estaba bombeando en mi pecho de nuevo con preocupación. Ese twit ya contaba con más de cien respuestas y más de quinientos retwits. Como si la adrenalina se hubiese hecho con el poder de mi cuerpo, me levanté de un brinco de la cama y acerqué el portátil a la cama.

Twitter estaba literalmente revolucionado. Mi nombre estaba en la lista de tendencia de momentos y de nuevo, había fotos de las tres saliendo de esa estúpida farmacia, mías sujetando la caja entre los dedos. Esas chicas que a mí me habían parecido tan tiernas no habían tardado ni veinticuatro horas en mandar esas fotos a las cuentas fans más grandes del momento. Cuentas escribiendo artículos enteros dando sus razones para pensar que realmente estaba embarazada; el incidente del desmayo del otro día como prueba número uno.

Quería deslizarme bajo la primera piedra que encontrase. No me podía creer que eso estaba sucediendo. Lo fácil que se lo estaba poniendo a todo el mundo para que hablasen así de mí, tiñendo el espacio con mis fotos y creando historias de las que no estaban tan alejadas. Ni el FBI trabajaba tan duro.

Pensaba que las cosas se calmarían con las horas, pero mi nombre no tardó en subir a la primera posición de las tendencias del momento, seguidos por Harry por detrás mía, y ahí siguió durante toda la noche y buena parte del día siguiente. Había conseguido romper internet. En cualquier otro tipo de situación hubiese estado orgullosa de tal título, pero la verdad es que estaba aterrada, sobre todo por saber cuál iba a ser la reacción de Harry al enterarse de todo aquello, después de habérselo ocultado a conciencia. De nuevo el hecho de que la historia fuera real o no no era lo importante. Lo importante era que tal vez había conseguido que los votos que estaban a su favor hubiesen caído en picado. No pude estar más aliviada cuando, a pesar de todo aquello, los chicos habían conseguido pasar a la semifinal ese domingo que en internet sólo salía mi nombre y mi ficha de sanidad, con una sentencia de muerte escrita en cada publicación.