Capítulo
52:
{Narra
Lena}
-¡Lena!
¡Te la vas a tomar o llamo ahora mismo a Amanda! -me amenazó mi
madre, apuntándome con el teléfono.
-¡Pues
hazlo! -resoplé-. Ella tampoco puede obligarme. ¡No la necesito!
¡Estoy bien! ¿Tanto os cuesta entenderlo? -gruñí y me crucé de
brazos con las manos en puños.
-Sólo
te va a ayudar. No te va a hacer nada.
-Me
hace sentir loca.
Mi
madre suspiró y se acercó a mí hasta sentarse a mi lado con el
vaso de agua entre las manos. Estuvimos un rato mirando la pared
llena de fotos de mi habitación.
-Lena,
¿piensas que a mí me gusta verte así? ¿Que tenga que llenar a mi
única hija llena de pastillas para poder volver a tenerla de vuelta?
Sólo intentamos ayudarte. Es lo mejor, créeme, por favor. Tómatela.
Resoplé
lo más fuerte que pude.
-¿Única
hija? ¿Ahora has olvidado que el estúpido secreto que te has
guardado toda tu maldita vida me lo desvelaste?
Bajó
la mirada.
-Lena,
por favor. No pido que lo hagas por mí, ni por nadie. Sólo piensa
que con esto vas a estar mejor. Vas a poder ser la misma de antes.
Por favor.
Fruncí
los labios y miré el vaso de agua en el regazo de mi madre, cómo
temblaba levemente entre sus dedos.
-Sólo
es hasta que Amanda lo diga. No será para siempre, lo prometo.
-Sólo
si te callas -miré a mi madre.
De
verdad que me estaba calentando la cabeza con tanta ñiñería y
pesadez.
-Gracias
-susurró, y me besó la frente.
No
me hizo ninguna gracia. Ni lo mencioné cuando tuve que ir esa tarde
de nuevo a ver a mi psiquiatra. Odiaba como sonaba eso. Mi
psiquiatra. Como si estuviera loca de verdad.
-Vamos.
Sé sincera. No soy quién para juzgarte. Estoy para ayudarte,
¿recuerdas?
Bajé
la mirada y me mordí el labio.
-Sí,
pero sólo fue una vez. Y no fue nada profundo. Ni siquiera tengo
marca.. -me remangué el jersey de lana y pasé el dedo por la fina y
blanca cicatriz que atravesaba la muñeca.
-Gracias
-me sonrió y garabateó algo rápido en su cuaderno, como hacía con
cada maldita palabra que pronunciaba.
Era
la quinta visita que había hecho en esta semana. Hasta en viernes
tenía que ir. Era horrible. Y lo peor de todo es que cada vez le
cogía más confianza.
La
primera vez que fui a verla me prometí a mí misma que no le cogería
demasiada confianza. Nunca. Más que nada porque la pagaban por
pretender que me entendía, por intentar ayudarme cuando, para mí,
era imposible. Nadie podía. Nadie sabía realmente lo qué me
ocurría exactamente. Y ni todas las pastillas del mundo ayudarían a
que volviera a ser la misma.
Pero
estaba empezando a hacerlo. Y me ofendí a mí misma por hacerlo.
Últimamente,
habían vuelto a mi cabeza imágenes del verano en Cheshire. Cómo en
dos semanas Liam y yo habíamos cogido tanta confianza y en todo el
resto del tiempo le había olvidado poco a poco. Cómo ignoraba sus
llamadas y mensajes. Una tarde pensé en llamarle y hablar con él
otra vez, volver a poder hablar con alguien y sentirme a gusto.
-¿Y
lo hiciste?
Negué
con la cabeza.
-No
puedo. Seguramente está muy liado con la final, y todo eso. Han
pasado, ¿sabes? Media Inglaterra sueña con ellos. Son super famosos
ahora -sonreí sin querer.
Me
miró perpleja y, ahora más despacio, escribió algo sobre el folio.
Cerró el cuaderno de golpe.
-Creo
que por hoy ya es suficiente -y me sonrió con esa sonrisa tan falsa
que tenía.
Mis
padres entraron en la sala mientras yo salía y me sentaba en el
banco del pasillo. En el verde. El sofá de los locos. El blanco de
enfrente era para invitados o acompañantes solo. Para así la gente
pueda saber a quién temer y a quién no.
Normalmente
me sentaba en la sala de espera, pero ésta vez no me apeteció
moverme hasta ahí.
Me
sorprendí de lo altas que sonaban sus voces al otro lado de la
puerta.
Arrimé
el oído por casualidad, para ver si se entendían las
conversaciones:
-Las
noticias de hoy no son muy buenas, me temo. Creo que ya puedo estar
más o menos segura de que su hija sufre esquizofrenia paranoide y
lamentablemente, no tiene cura. Pero aún no estoy segura del todo, y
por eso quería hablar con vosotros. ¿Tienen algún familiar con
esquizofrenia o que la haya padecido?
¡Esquizofrenia!
Casi me hizo gracia.
La
respuesta de mi madre fue un murmuro tan bajo que no lo pude
entender. Fue la voz de mi padre la que sonaba más alta y estable:
-Pero...
¿qué le hace pensar que sufre esquizofrenia?
-Bueno...
la esquizofrenia paranoide se basa en los delirios y las
alucinaciones, tanto auditivas como vistas. Los que la sufren tienen interpretaciones
erróneas de la realidad y de lo que sucede a su alrededor. Tienden a
enfadarse con mucha facilidad, lo que es el caso claro de vuestra
hija. Ve figuras y escucha voces que no están realmente. Me acaba de
confesar que en verano conoció a un chico al que llama Liam.
Y ahora es muy famoso.
-Hay
un chico muy famoso que se llama Liam, en realidad -me defendió mi
madre.
-Probablemente
exista en la realidad. La realidad es distorsionada con lo irreal, y
la esquizofrenia es tan potente que para ella, esa es la única
realidad que existe. Y, además, se ha cortado varias veces a lo
largo de esta semana.
¡Qué
zorra!
Mi boca se abrió automáticamente. Estaba flipando. ¡Pensaba que me había inventado lo de Liam! ¡Que me lo había imaginado! ¡Que no era real!
Mi boca se abrió automáticamente. Estaba flipando. ¡Pensaba que me había inventado lo de Liam! ¡Que me lo había imaginado! ¡Que no era real!
-Esto
es alucinante -murmuré, y me despegué de la puerta. Estaba
indignada. No podía volver a sentarme y simular que no había
escuchado nada de lo que habían estado hablando. Estaba furiosa.
Decidí
marcharme. Cogí mi bolso y atravesé el pasillo con pasos fuertes y
con el ceño fruncido. Andaba cada vez más rápido. Pasé por
delante de la recepción y enseguida una chica joven y tímida me
preguntó si podía ayudarme.
Dame
un cuchillo, y me ayudarás muchísimo -pensé,
y una sonrisa burlona apareció sin querer en mi rostro.
Simplemente,
lo dejé correr.
La
ignoré y salí a la calle, en donde sentí cómo el aire helador de
clavaba en mi piel. Pero no me importaba. Después empecé a correr.
No sabía hacia dónde, pero corrí igual, mientras el enfado crecía
y crecía. Estaba a punto de golpear a alguien sólo para
desahogarme.
Mi
casa estaba demasiado lejos de donde estaba. No podía ir andando. Me
detuve en medio de una plaza en la que nunca había estado, y me
sentí perdida. No sabía dónde estaba y estaba oscureciendo.
Me
sentí tan agotada que podía tumbarme en medio de la plaza y
quedarme dormida ahí mismo, aún sintiendo cómo pequeñas gotas ya
caían del cielo.
Perfecto.
Estaba lloviendo.
¿Y
desde cuándo te importa? La lluvia es buena, según tú.
Más
que perfecto. La voz me seguía persiguiendo.
Eso
me enfureció más todavía.
Atravesé
la plaza entera hasta llegar a uno de sus extremos, para refugiarme
en uno de los porches. Empezaba a llover con más intensidad.
Me
senté en un hueco entre dos casas y escondí la cabeza entre las
rodillas, que las abracé contra el pecho con los brazos. No lloré
por tristeza, si no por el enfado que tenía. Me quería morir, una
vez más.
Perdí
la noción del tiempo, pero creo que pasaron aproximadamente dos
horas. Tuve que apagar el móvil porque recibía llamadas y mensajes
constantemente. Todas de mi madre, claro. El cielo ya estaba
completamente oscuro, pero no me importaba. Nadie podía verme.
Estaba bien escondida en el hueco.
Cuando
volví a encender el teléfono, tenía mínimo veinte llamadas
perdidas. De mi madre. De Jane, Ellen y Jess. Hasta tenía una de
Harry.
Tenía
a medio Londres buscándome.
No
le dí importancia. Borré las llamadas y mensajes. Marqué el número
de Jane para hablar con ella. Necesitaba a alguien que viniera a
buscarme. Me pegué el teléfono al oído, aún con las mejillas
empapadas de lágrimas.
-Necesito
que vengas a buscarme -dije antes de que pudiera decir nada.
-¡Lena,
por tu madre!
Me
sobresalté muchísimo. No era Jane al otro lado del teléfono. Miré
la pantalla.
-Me...
me he perdido.
-Nos
has asustado Lena. Gracias, de verdad.
-Por
favor. No sé dónde estoy. Es una plaza muy grande....
-Quédate
donde estás. Ya vamos.
-Liam.
Ven sólo, por favor.
{Narra
Yina}
No
dijo nada por un buen tiempo. Él era muy alto y muy joven. Tenía el
pelo corto y oscuro y grandes ojos color miel. Era una réplica de mi
hermano mayor. Me quedé quieta mirándole y dejando que se acercara
a mí despacio, con los ojos vidriosos. Pasó la mano por uno de mis
rizos que se habían soltado de mi coleta alta.
-Eres
igual que tu madre -susurró y me sonrió débilmente.
Yo
le devolví la sonrisa y aparté la mirada.
-Me
alegra tanto que hayas venido... de verdad -dijo alzando un poco más
la voz-. Pensé que... bueno... no querías verme. Que me odiabas.
-Mamá
nunca me habló de ti. Y cuando se fue, me quedé sin saber qué era
de ti.
-¿Cuando
se fue? ¿Qué quieres decir con eso?
-Casi
nunca estaba en casa. Sólo los fines de semana estaba al día
completo, pero cuando cumplí los diez años ya no la volví a ver.
Aiden tuvo que... tuvo que hacerse cargo de mí muy pronto. Él
apenas tenía 15 años cuando dejó la escuela y empezó a trabajar.
Cuando yo cumplí esa misma edad, se marchó también. Para estudiar,
supongo. Sólo tenía un tutor legal y un buen amigo para cuidar de
mí -intenté omitirlo como pude, pero me temblaba la voz aún así.
Él
no parecía sorprendido cuando se lo dije. Miraba por la ventana,
dejando que los débiles rayos del sol le calentara el rostro.
-Siento
no haber estado ahí -viró la mirada para mirarme, sin sonreír esta
vez.
-Por
lo menos estás vivo.
Ambos
sonreímos. Con la continua sonrisa, me recorrió el cuerpo con la
mirada. Se detuvo a la altura del cuello en seco. Se le borró la
sonrisa. Con movimientos suaves y delicados, paseó una mano por la
cadena que colgaba de mi cuello y acarició el colgante.
-Los
recibiste.
-¿Perdona?
-Los
recibiste. Recibiste mis colgantes. Jamás pensé que iba a
funcionar. Ni siquiera sabía si era la dirección correcta.
-Espera,
espera. ¿Los colgantes eran tuyos?
Un
puñado de imágenes saltaron de uno en uno. Las cajitas rojas que
aparecían espontáneamente cada año bajo el árbol de Navidad, y
cómo los lanzaba por la ventana cada año con furia, pensando que
eran de mi madre, para tener un mínimo detalle conmigo, como
pidiendo disculpas.
Eran
suyas.
En
ese momento me sentí increíblemente culpable y mal. Él había
pensado en mí cada año, y yo lo había apartado de un manotazo.
Dejó
escapar un gemido tan bajo que parecía un susurro.
-Cada
año me pasaba las tardes enteras tallando letras y formas sin
sentido, para poder mandártelas cada Navidad. Me pasaba un año
entero haciendo cada letra sin tener la certeza siquiera de que las
recibirías. Pensé que Sylvia me había dado otra dirección...
conociéndola... -se acercó a mí y me abrazó.
Fue
la primera vez que me había abrazado mi padre. Mi padre biológico.
Y no hice otra cosa que quedarme quieta. Aunque no solía ser así,
estaba abrumada ante la situación. Nunca se había olvidado de mí.
-No
sabía que fueran tuyos... pensé que ella me los regalaba por
compasión o por yo qué sé. Sólo guardé la primera letra...
Me
sonrió.
-Hubiera
hecho lo mismo.
-Oye,
papá, ¿de qué
conoces al profesor Forrest?
Nada
más decir la frase, me di cuenta de lo raro que sonaba. Pero a él
no pareció importarle.
Al
pronunciar su apellido, sus ojos se oscurecieron y dejó de sonreír
al instante. Hasta frunció los labios cuando lo dije.
-Supongamos
que.... me debe una muy
gorda.
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