veinticuatro

Lo peor de todo aquello no fue lo que hice. Fue la forma en la que quería que se enterase de lo hice.

Ahí estaban a la mañana siguiente, después de tan sólo una llamada, esperando a que saliese de la casa de mi ex novio casi al amanecer, con el pelo volando a mi alrededor por culpa del viento, a cámara lenta. Quería sonreír y de nuevo hacer como que no estaban en frente mía asegurándose de captarme de todas la maneras posibles, aunque tenía un extraño nudo en el estómago que no me dejaba respirar el aire fresco de marzo. Tratando de ignorarlo como pude, dejé que se aprovecharan de mí, de su último día en el que yo estuviera escrita en su agenda diaria, dándoles permiso que las fotos volasen entre los dedos de la gente, digitalizadas y materializadas sobre las pantallas de sus tabletas y teléfonos, dejándoles que me juzgaran, que me insultaran las últimas veinticuatro horas del día. Que yo al llegar a casa leería todas y cada una de las publicaciones con palomitas y las lágrimas atascadas en la garganta, disfrutando como una nueva y extraña forma de autolesión.

Mañana se habrían olvidado de mí. Eso sí me hizo sonreír.

No, ni siquiera un mensaje de información, ni siquiera una llamada disculpándome. Quería que se enterase mediante las redes sociales, que alguien tuviese que llamarle para darle la noticia. Como había tenido que hacer yo los pasados meses.

En esos momentos, el plan lo había maquinado para vengarme. Ahora mismo, escribiendo esto, lo único que puedo decir es que era una llamada de ayuda. Mi subconsciente necesitaba una razón coherente para poder aguantar todos los mensajes de odio que recibía a diario. Quería merecérmelo.

No esperaba que nadie me contactase aquel mismo día en el que salí con el corazón botando en mi pecho de la habitación de Dan. Pensé que tal vez tardaría algo de tiempo en volver a pronunciarme, encerrada en mi habitación, en donde tardaría muy poco en borrar todas mis redes sociales.

No quería admitirlo. No estaba lista para enfrentarme a mis propios sentimientos que poco a poco empezaban a abundarme en el pecho, llenando mi espina dorsal. Ya no podía ignorar más lo muchísimo que me temblaban las manos. Leer todos aquellos mensajes no me estaban ayudando todo lo que yo pensé que lo harían. No pude soportarlo más, en dos movimientos cancelé todo lo que me expusiera al mundo exterior, todo lo que me daba un perfil. Todo lo que me hacía existir en ese mundo del que nunca pedí ser partícipe. Estaba empezando a desear desaparecer por completo. Y no quería de ninguna de las maneras empezar a analizar el por qué. Por mucho que sabía perfectamente qué clase de sentimiento era aquel que me estaba manteniendo despierta, la culpable por la cual no era capaz de concentrarme en nada más que en el tic intranquilo de mis piernas.

Primera fase: negación.

Tendría que haberlo sospechado, después de no recibir el mensaje habitual de buenos días que conseguía desvelarme de la forma más dulce.

Completamente fuera de mis pronósticos y después de una noche en vela mordisqueándome los dedos, Ellen llamó a mi puerta y me miró con el ceño fruncido.

No dijo nada, simplemente pasó por mi lado casi sin mirarme y subió a mi habitación con rapidez y determinación.

Me senté en la cama y bajé la mirada al suelo, esperado a que dejase de tomarse su tiempo con los labios fruncidos y los brazos cruzados sobre su pecho, mirándome y juzgándome sin tratar de disimularlo.

—¿Cuál es tu problema, Jane? —dijo por fin.

Resoplé.

—Estoy cabreada.

—¿Sigues cabreada? —respondió, alzando la mirada y clavándola en mí.

Sus ojos mostraban dolor, por alguna u otra razón.

De todas formas, ignoré su comentario con el teléfono dando vueltas en mis manos, como un acto involuntario que llevaba haciendo desde el día anterior. Ellen me señaló los dedos con la mirada.

—Ni siquiera pienses en que te vaya a llamar.

—Igual no lo sabe todavía.

Ellen soltó un resoplido seguido por una risa. Estaba verdaderamente enfadada.

De nuevo, ese sentimiento que tanto me había costado ignorar se hizo más presente todavía. Tan doloroso que podía sentir sus garras aferrarse a mi tráquea mientras hacía su camino para subirse hasta la garganta, desgarrándome el tejido a su paso, haciendo todo lo posible por hacerme daño. Era amargo, doloroso, esparciéndose por mis pulmones. Como una roca que cae al agua, hundiéndose con violencia, rasgando el líquido con agitación, cayendo con fuerza sobre la base de mi estómago. Un desagradable sentimiento de culpa.

—Lo sabe.

—¿Cómo lo sabes? —dije, más a la defensiva de lo que pretendía.

Alzó una ceja, aunque decidió ignorarme.

—Lo llamé para intentar arreglar tu estropicio.

Hice una pausa.

—¿Estaba enfadado?

Suspiró y trató de ablandar un poco su semblante. Se sentó a mi lado en la cama, aunque de nuevo cruzándose de brazos, manteniendo sus distancias conmigo, aunque de todas formas, demostrando poco a poco que dentro de un ratito, podría contar con su apoyo.

—Ojalá lo estuviera. Está decepcionado —dijo con voz suave.

Dejé caer los hombros.

Casi pude sentir cómo durante tan sólo dos segundos me faltaba el aire. Mi corazón empezó a bombardearme en el pecho con agresividad, golpeando mis costillas, como queriendo salir y huir de ese cuerpo que tanto le hacía sufrir con sus estúpidas decisiones. Fue como una enorme ola que me golpeó sin avisar, con los oídos tapados y escuchando solamente el murmullo del agua que luchaba contra la tempestad que me había azotado tan inesperadamente. La culpa se encargaba de destrozarme las terminaciones nerviosas, usando sus colmillos afilados para que mi respiración fuera irregular. El arrepentimiento, la vergüenza y tantas otras emociones usaban mi cuerpo como castillo hinchable, saltando de un lado a otro, destrozándome por dentro sin pudor, vengando todo aquello que yo había destruido con mi egoísmo y mi falta de juicio, con tan sólo unos golpes en la puerta con los nudillos. Yo era la responsable de todo aquello.

Podía hacer algo con enfadado. Sabía que si estaba decepcionado, estaba todo perdido.

Lo había estropeado del todo, y posiblemente ya no hubiese vuelta atrás a todo esto.

Lo había arruinado todo.




16:05 Yo: quieres quedar?




Pulsé enviar, por mucho que sabía que probablemente no me contestaría. Ni ese día, ni al día siguiente. Tampoco esa semana, posiblemente en mucho tiempo.

Ellen seguía insistiendo una y otra vez lo inútil que había sido. Repitiéndome lo difícil que me había resultado superar a Dan, y que probablemente ahora me costaría el doble, y que Dan estaría frotándose las manos con la situación, y Dan esto, y Dan lo otro. Dan, Dan, Dan. En la posición en la que me encontraba personalmente, Dan era lo último en lo que estaba pensando en esos momentos. Y ella le seguía dando vueltas, como si fuera lo único que importase. No Harry. No yo, que había estado tan centrada en tratar de salvar mi propio corazón de ser roto, que fui yo la que acabé partiendo en dos el suyo. Y encima disfrutando haciéndolo, cegada por la situación, siendo una completa estúpida, y a fin de cuentas, una egoísta.

Todos los errores de la lista. Todos y cada uno de ellos que me había propuesto tachar para siempre, ahora estaban rodeados con un rotulador rojo sobre el papel, escritos sobre mi frente, mis brazos, mis piernas, delante de todo el mundo. Cometerlos dos veces, era todo culpa mía.

Pero había algo que no me había planteado hasta entonces.

Las piezas poco a poco encajaron solas, en la superficie de mi mente dibujadas a lápiz, pero que por mucho que frotara no podía borrarlas. Siempre habían estado ahí, las señales, las pruebas. Los mensajes que me escondía, las conversaciones casi habladas en clave, los ojos nerviosos cada vez que se hablaba del tema. Cómo se hablaban entre ellos cuando yo estaba presente, cómo lo hacía cuando no. Todo lo que no sabía de los pasados de los dos, extrañamente unidos. Había estado delante de mis narices todo ese tiempo.

Ellen me miraba con los ojos tristes mientras seguía hablando casi tartamudeando lo mucho que podría haberle hecho daño a Dan, que él también estaba tratando de superarme, y más mierda que no me importaba en absoluto. Le brillaban los malditos ojos.

No estaba triste por mí porque posiblemente había perdido al amor de mi vida, porque era una estúpida, porque yo misma me había encargado de romper mi propio corazón con mi juicio inestable.

No estaba triste por mí, estaba triste por él.

Lo dije en voz alta.

—Ellen. Estás enamorada de Dan.

Calló en seco. No dejó de mirarme. En su semblante sólo cambió la forma en la que sus ojos brillaban. Me estaba devolviendo la mirada aterrorizada. Pero no dijo nada. Mantenía mi mirada con fuerza, afirmando lo que necesitaba con sus ojos, cerrando la boca de golpe y enderezando suavemente los hombros. Recogió el brazo y puso la mano sobre su regazo.

—¿Desde cuándo? —pregunté.

Ahora sí, bajó la mirada. Cuando habló, su voz había dejado de ser firme.

—Desde antes de conocerte.

Sentí cómo todo ese peso que llevaba acarreando sobre mis hombros durante más tiempo del que podía recordar caía encima de mí con un golpe sordo, reventando todos mis órganos interiores, aplastando mis huesos los unos contra los otros. Mi corazón había dejado de latir, hecho pedazos entre mis costillas en astillas, mientras podía ver con mis ojos inertes la sangre gotear entre mis dedos, creando un pozo demasiado hondo, aunque no hubiese sido difícil ahogarme entre mis entrañas de todas formas. Mi pecho se hundió casi con el sonido de un maldito cañón, que sonó con fuerza en mis oídos, mientras no me salía otra cosa más que mirarla con los ojos caídos, trasmitiéndole el dolor que aquellas palabras me habían causado.

Todo cobró más sentido del que quise, y de nuevo mi cabeza empezó a salpicarme con los recuerdos ya no tan distorsionados. Claros como el agua, dejándome ver con cada uno de los detalles lo muchísimo que ellos dos habían estado riéndose de mí, mientras me imaginaba la cara de Harry decepcionado, en un rincón, gritándome sin pudor lo muchísimo que había lanzado a la mierda por ser una caprichosa. Mira todo lo que has perdido, mira todo lo que has desechado por tu ego y tus inseguridades. ¿Ha merecido la pena? ¿Has conseguido lo que querías?

Las preguntas estaban empezando a ansiarse por salir, mientras que el enfado ya estaba haciendo su trabajo en mis venas. Por qué no me lo había contado. Por qué me había hecho eso. ¿Era ella la chica de la que Dan no dejaba de hablar? ¿Quedaban a escondidas cuando yo no estaba? Por qué me has mentido. ¿Me perdonará Harry algún día? ¿Había estado enamorado Dan de mí realmente? Era todo un juego.

Lo único que conseguí sacar en claro de todo aquel caos era que mi pecho no iba a aguantar mucho más todo aquello. Sentía que la ola de sentimientos me iba a derrumbar de un momento a otro. Se me estaba secando la boca. Me llevé una mano al pelo y separé la mirada de la que era mi mejor amiga.

Dejé salir un suspiro mientras cerraba los ojos.

—Necesito que salgas de mi casa.

—Jane, déjame que—

—No. Necesito que salgas de mi casa. Quiero estar sola.

No quería estar sola. Estar sola sólo supondría que mi mente tendría un banquete conmigo, que las heridas se abrirían de una en una otra vez, desangrándome en segundos dolorosamente al no dejarme morir, dejando desplomarme sobre mi cama una vez la puerta se hubiese cerrado. Ni siquiera me estaban saliendo las lágrimas de lo que me dolía el cuerpo. El colchón estaba cubierto de cristales rotos, clavándose en mí al mismo tiempo que me dejaban verme a mí misma. Tuve que cerrar los ojos con fuerza, como si así fuese capaz de que mi cabeza dejase de atacarme con imágenes cada vez más dolorosas. Me dolía la garganta de lo muchísimo que necesitaba llorar y que por alguna razón no podía.

La cáscara estaba vacía, y nunca obtuve una respuesta al mensaje que había escrito con los dedos sangrando.

Sólo había silencio por la otra parte, ni un mensaje, ni una llamada. Nada. Con cada día que pasaba, mi corazón me pesaba más y más, y las pisadas en el cemento del suelo hacían eco en mis pensamientos, mientras trataba de hacer oídos sordos hacia mis sentimientos, que formaban el caos en mi interior cruelmente. Todos los días estaban tan vacíos como los pasillos por los que caminaba hasta mis clases, con los ojos de mi mejor amiga clavados en mí desde el fondo de la clase. Aunque la que estaba sentada sola era yo, siempre refugiándome de las miradas viciosas que se clavaban en mi espalda cada vez que paseaba por algún rincón de mi colegio, siempre con murmullos en mi nuca. Podía decirse que estaba acostumbrada, que ya tenía suficiente experiencia para ignorarlo y continuar con mi día de mierda como si nada estuviese pasando. Yo me sentaba sola en mi mesa, Ethan me miraba con tristeza desde la suya, mientras Ellen hablaba con otras chicas de mi clase detrás mía. Los días eran aburridos y monótonos, grises y tristes, siempre iguales. Afrontados con un corazón que estaba enfadado conmigo en el pecho.

Aunque ese día, cogí el metro equivocado. Sin querer.

Habían pasado tantos días que ni siquiera recuerdo cuántos. Ni siquiera lo había planeado, como un acto reflejo automático que tomaba como costumbre, un día caminé hasta la boca del metro equivocada y me subí en el tren que no me llevaba a mi casa. Me di cuenta una vez salí del túnel y me encontraba cerca de su complejo de apartamentos. Ni siquiera sabía si estaban en casa o no, aunque después de comprobarlo, pude ver una luz en la habitación de Louis una vez me acerqué más simplemente por sentirme algo más cercana. Miré la ventana con una sonrisa tierna.

Tuve que inspirar fuerte antes de mirar mi móvil una última vez antes de empezar a andar hasta su portal. Corrí hasta la puerta al ver que alguien estaba saliendo, para poder ahorrarme el tener que llamar al telefonillo.

Una vez en su rellano, comencé a morderme el labio nerviosa.

Nunca me había costado tanto llamar a una puerta como entonces, con el corazón bombardeando con tanta fuerza en mi pecho que era capaz de escuchar los latidos en mis oídos, con las palmas de las manos sudorosas. Escuché pasos apresurados hasta la puerta y dejé de respirar unos segundos. Sonreí un poco, aunque el suspiro que Louis expulsó no me tranquilizó en absoluto al verme.

—Está en su habitación.

Tuve que coger aire. Prepararse una vez para ver una cara decepcionada era todavía más duro si lo tenía que hacer una segunda. Definitivamente la primera vez no lo estaba; la segunda sólo me producían dolores en el pecho.

Antes de que pudiese hacer un segundo intento llamando esta vez a la puerta de su habitación, esta se abrió de golpe y Harry salió de ella con la mirada clavada en su teléfono.

Me paré de golpe. Él se quedó quieto al subir la mirada y verme de pie en el salón de su casa, y pude ver cómo su mirada se ensombrecía unos pocos tonos. Suspiró y frunció los labios mientras guardaba el móvil en sus pantalones, sin separar sus ojos de los míos. Me mordí la mejilla tratando con todas mis fuerzas mantener su mirada sobre la mía, ignorando mi usual reacción al verle mirarme de esa forma. Sin añadir nada, abrió la puerta de su habitación invitándome a pasar, apartando por fin su mirada de la mía, y tuve que hacer un esfuerzo grandísimo por no tropezarme de lo nerviosa que estaba mientras caminaba con los ojos sobre el suelo.

Ni siquiera sé explicar qué es lo que sentí en esos momentos. Mi cuerpo temblaba entero, mi respiración era irregular, y no podía dejar de jugar con mis dedos una vez estuve sentada en la cama con las piernas cruzadas. Él se quedó apoyado en la pared, esperando a que dijera algo, o buscando él mismo las palabras apropiadas para mí, pensando en qué podría decirme después de todo lo que había pasado hacía algunas semanas. No me miraba, simplemente bajaba la mirada hacia el suelo, con los brazos cruzados. El silencio que compartíamos se podía cortar con un cuchillo, casi podía palpar la tensión en el aire por parte de ambos.

La sensación se me colgó en los hombros como un manto frío que se esparció por todo mi cuerpo con rapidez, helándome los huesos de una forma extrañísima. Me di cuenta de todos los silencios que había compartido a lo largo de las relaciones que había vivido en mi corta vida. Era distinto. Era desgarrador. Era doloroso. Aquel silencio que compartíamos tenía tanta historia y tantos recuerdos que no hacía falta hablar para que ambos nos diésemos cuenta de que, dijera lo que dijéramos, aquello era todo, y que no había manera de arreglarlo. Tan incómodo para ambos que no sabíamos cómo salir de él, como si nos hubiese atrapado en su trampa, sin consuelo y sin sentido. Sin escapatoria. Todos los demás, silencios en los que podía acurrucarme tranquilamente, no se comparaba con aquel que compartimos ambos durante esos larguísimos segundos, con tantísima electricidad en el aire que teníamos que hacer acopio de todas nuestras fuerzas para no obedecer a nuestros instintos, para tratar de no sentirnos tan atraídos el uno hacia el otro, e ignorarlo como podíamos, ya que los dos sabíamos que no podíamos permitirlo. Fue un momento poderoso y triste, demasiado nuestro como para poder describirlo, tan nuestro como para dejarlo escapar, haciendo que todos los silencios cómodos estuviesen tan sobrevalorados.

Por fin, Harry cogió todas sus fuerzas como pudo, y se atrevió a romperlo en mil pedazos con un suspiro. Se pasó las manos por la cara.

—¿Qué haces aquí? —su voz sonaba ronca.

Hacía tanto tiempo que no escuchaba su voz que tuve que cerrar los ojos como si me hubiesen dado una bofetada en la mejilla. Tuve que volver a recoger mis piezas que había esparcido con sus labios, y me pasé una mano por el pelo.

—No lo sé.

No dijo nada, simplemente me miraba con seriedad. Desde luego podía ver la decepción en su rostro, mordisqueándose el labio copiosamente, mostrándose tranquilo y poniéndome de los nervios a mí. Me levanté de un brinco de su cama después de decidir que estar sentada sólo empeoraba las cosas, y me apoyé en la pared en frente de él, para que pudiese mirarme.

Siguió mis movimientos con los ojos sin separarlos ni un momento, sombríos pero curiosos al mismo tiempo, casi sin poder remediar volver a recorrerme el cuerpo con la mirada. Clavó sus ojos en los míos cuando le reté con la mirada a ello, poniendo mis manos detrás de mi espalda contra la pared. Se humedeció los labios todavía mirándome, levantando algo la barbilla con los brazos cruzados.

—Podrías haber llamado —dijo por fin.

—Me ibas a decir que no.

—Tendrías que haber pensado en eso.

La presión de su mirada me ganó al pulso y tuve que apartar los ojos para clavar la mirada en el suelo. Ni siquiera sé qué es lo que tenía que decirle, o qué es lo que estaba haciendo ahí exactamente, sólo quería volver a verlo una vez más.

—No era mi intención venir —me excusé, volviendo a subir la mirada a sus ojos, que seguían analizándome tan tentadoramente.

Frunció el ceño durante unos segundos.

—Entonces, ¿por qué has venido?

Me encogí de hombros.

—No me he dado cuenta de que estaba viniendo hasta que estaba en vuestra calle.

Se quedó callado unos segundos más analizando mis palabras.

—Podrías haber dado media vuelta.

Parpadeé y me mordí el interior del labio, intentando disimular que me estaba destrozando el corazón. Qué más quería pedir. Realmente, qué es lo que estaba pretendiendo con aquello.

Me lo merecía.

Suspiré y asentí apartando la mirada, aunque no añadí nada más, dejando que las palabras resbalaran por mi garganta, como había hecho tantas otras veces con él, callándome por miedo, callándome porque no tenía derecho a rebatirle, ni tenía derecho a decirle nada de lo que tenía en la mente. Quería verte. Quería estar contigo. Quiero pedirte perdón. Porque le había hecho daño, justo como había querido. Me merecía que intentara, aunque sea, devolverme algo del daño que le había causado, aunque fuera tan sólo con palabras.

De nuevo compartimos algunos segundos más de ese silencio que podía saborear como un caramelo amargo, que me hacía trizas el pecho y me contraía los pulmones, aunque con sus ojos apagados sobre los míos, haciendo que mi pulso se fuera de las manos más de lo que ya lo estaba.

Comencé a pensar que de nuevo había cometido un error al subir y tratar de hablar con él. Ni siquiera sabía si esa era la razón por la que hubiese subido. No tenía ni idea de qué es lo que estaba pasando, ni por qué había tomado esa decisión.

Aunque, a pesar de sentir cómo el estómago se me encogía con cada segundo que pasaba en el que nos sumergíamos más y más en ese silencio tan espeso, no me arrepentía. Estaba delante suya, con unos pocos metros de distancia que nos separaba, me estaba mirando a los ojos con dolor y las preguntas le colgaban de las pestañas, por mucho que yo supiera que no las iba a pronunciar nunca.

Tenía la oportunidad de disfrutar, aunque fuera dolorosamente, de la última vez que le iba a ver.

Me aclaré la garganta nerviosa.

—Bueno. ¿Cómo va el tour?

Apartó la mirada para soltar un resoplido seguido de casi una carcajada, mientras se incorporaba de la pared y empezaba a dar algunos pasos hacia los lados sacudiendo la cabeza incrédulo. Hasta me dirigió la mirada sonriente, aunque cínica y fría. Yo no me reí.

—Maldita sea, Jane —murmuró apartando la mirada de nuevo.

Cerré los ojos con fuerza y apoyé la cabeza contra la pared. Realmente no se me ocurría nada mejor que decirle. Estaba en blanco.

—Lo siento —susurré.

Se detuvo de golpe y dio un paso hacia mí.

—¿Lo sientes?

Le miré a los ojos durante unos segundos, y el nudo en la garganta se acomodó tranquilamente sobre mi lengua, las lágrimas amenazando de nuevo con arruinarme mi compostura.

—Esa es la peor parte de todas, Jane. No lo sientes.

—Eso no es justo —dije, alzando algo más la voz, incorporándome algo sobre la pared, dando un paso al frente.

De nuevo, jadeó y se dio la vuelta para pasarse las manos por el pelo, negando con la cabeza y murmurando cosas que no pude llegar a entender. Se dio la vuelta de nuevo para enfrenarse a mí con ojos desafiantes, el ceño fruncido, dando otro paso hacia mí.

—No me puedo creer que estés diciendo que no estoy siendo justo contigo. Yo.

—No puedes decirme que no lo siento cuando he tardado semanas en intentar hablar contigo, ha sido un puto infierno para mí. Al final me he tragado mi puto orgullo, y aquí estoy.

—¿Ha sido un infierno para ti? ¿Ahora quieres que me disculpe yo también?

Negué con a cabeza y aparté la mirada, me crucé de brazos y miré el suelo.

—He intentado tantas veces avisarte de que me estabas haciendo daño y te ha dado exactamente igual —dije, casi al borde de las lágrimas—. Has dejado que todo esto pasase para los dos, me has roto el puto corazón.

Suspiró cerrando los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Dio otro paso hacia mí.

—No lo entiendes, ¿verdad? —dijo con voz cansada, mirándome una vez más—. Estás loca, pensaba que era una de las cosas por las que me gustabas tanto. No tienes ni idea de qué es lo que he llegado a sentir por ti. Has puesto mi mundo patas arriba, Jane. No al revés, tú a mí. Pero mira lo que has hecho.

Llegaba tarde, las lágrimas estaban resbalando por mis mejillas incontrolablemente, mientras él subía el volumen cada vez más de su voz, aunque sin llegar a gritar del todo como me había esperado que ocurriese al final. Él, al verme desmoronarme ante él como ya había hecho más de una vez, apartó la mirada. Me aclaré la garganta y di un paso hacia él.

—Tienes que intentar entenderme.

Resopló de nuevo con ese cinismo y esa vez no tuvo miedo de clavar sus ojos brillantes en los míos aguados.

—Me tienes que estar vacilando.

Bajé la mirada.

—Llevo semanas preguntándome por qué has tenido que hacer semejante tontería. No sólo por mí. Quiero decir, ¿por qué has tenido que hacerlo? ¿Lo has hecho para vengarte? ¿Lo has hecho para llamarme la atención? —negó de nuevo con la cabeza, dio un paso hacia mí y me obligó a dar un paso hacia atrás—. Pero ahora me doy cuenta de que me da igual, no quiero saberlo.

Me miraba a los ojos con intensidad, bajando su mirada por mi cuello conforme seguía presionándome dando pasos hacia mí. Mis ojos escocían de lo mucho que estaba llorando, aunque no me atrevía a separar mis ojos de los suyos, con el ceño fruncido y tratando de mostrarme a sí mismo fuerte, que no estaba a punto de un colapso.

—He subido hasta aquí para intentar arreglarlo —dije con voz firme.

Los dos sabíamos que estaba mintiendo.

—Como tú dijiste, Jane. No hay nada que arreglar.

—Sé que lo he hecho mal. No busco que me perdones.

En otras situaciones habría sentido pánico, casi inconscientemente podía sentir el miedo treparme por las piernas una vez consiguió acorralarme contra la pared, con sus rizos rozándome la frente y sus ojos oscuros hincándose en los míos dolorosamente. Aunque no tuve miedo, ya que su intención no era aquella. Sabía qué es lo que estaba sucediendo, podía vérselo en el brillo de sus ojos enfadados, en cómo su cuerpo estaba girado hacia mí, por cómo había colocado su mano en la pared detrás mía.

—Pero te voy a decir una cosa —dijo por última vez con su voz fuerte, bajando un poco el tono, aunque todavía serio—. Me alegro que lo hayas hecho. Me has demostrado cómo eres, y que no merece la pena —bajó su mirada a mis labios segundos antes de empezar a acariciarme con el pulgar el labio inferior.

Tuve que cerrar los ojos. Me estaba castigando de la peor forma que conocía, sin poder siquiera contenerse él, disfrutando de mi olor corporal, viendo mi piel curvarse cuando se le ocurrió pasar sus dedos por mi cuello, sabiendo perfectamente qué es lo que estaba haciendo conmigo.

—Sólo desearía que lo hubieses hecho antes, hubiese sabido que enamorarme de ti era una mala idea.

—Me has hecho daño —dije.

—Tú también me has hecho daño —susurró.

—No quiero que me odies.

—Lo has estropeado todo.

No sé si fue inconscientemente o si lo hacía como uno más de sus juegos para hacerme daño, pero pude sentir su mano sujetarme de las hebillas de mis pantalones vaqueros y atraerme hacia él hasta quedarme del todo sobre su cuerpo. Su nariz ya rozaba la mía y pude ver cómo cerraba los ojos para que fuera menos doloroso. Apoyó su frente en la mía, aunque su mano seguía apoyada en la pared, y las mías no se atrevían a tocarle de ninguna de las maneras. Era demasiado peligroso, y ambos conocíamos las consecuencias. Me acerqué un poco y le tenté todavía más, de la misma manera que estaba haciendo él, rozando mis labios con los suyos, también cerrando los ojos.

—Lo siento muchísimo —susurré contra sus labios.

—Me da igual —me contestó susurrando también, sin separarse ni un milímetro de mí.

Puso sus dos manos sobre mi cintura y sin abrir los ojos ni un segundo, dejó que rodeara su cuello con mis brazos, aunque sin dejar que le besara, disfrutando tan sólo de la textura de mis labios con suavidad.

Lo sabíamos los dos, esa sería la última vez. Y las reglas eran no tocarse demasiado si no queríamos tentar a la suerte, un juego que él mismo había propuesto con su maldad y enfado, queriendo vengarse de mí y cayendo en su propia trampa. Siendo consciente de que no le saldría bien, tal vez como un buen autoengaño que había estado planeando.

Los dos con las mejillas mojadas por las lágrimas ajenas, afrontando nuestro futuro inexistente, pensando en cómo yo caminaría fuera de su casa y que no nos volveríamos a ver, con los alientos agitados por la cercanía del otro, tentándonos a algo que sabíamos que no íbamos a conseguir. Los sentimientos reposaban en una bandeja de plata, manchados de sangre después de que cada uno nos lo hubiésemos arrancado a la fuerza, sin naturalidad, al final rompiéndonos el corazón mutuamente, sin ningún ganador. Ni esperanzas, ni buenos rollos, ni siquiera un saludo por la calle, ya que ambos pertenecíamos a mundos distintos. No volveríamos a coincidir más, tendríamos que aprender a vivir el uno sin el otro.

Y aún sabiendo todo aquello, quise tentar a la suerte una vez más, y tal vez rompiendo mi oportunidad para siempre.

—¿Puedo quedarme? —susurré una vez más contra sus labios.

Sabía que aquello no tenía fondo, sabía que no me llevaría a ningún lado en absoluto, que todo estaba perdido y que tan sólo el poder rozarle era todo lo que iba a conseguir de sus viciosos juegos conmigo. Sus manos se cerraron con algo más de fuerza contra mi camiseta y pude sentir cómo hacia todo lo posible por relajarse, por dejar de intentar besarme cuando sabía que no debía, aprovechando los últimos segundos de mi cercanía.

Se separó unos milímetros, bajando la cabeza y todavía con los ojos cerrados. Me soltó la cintura, alzó la mirada y me miró a los ojos. Se pasó una mano por la cara y se alejó del todo.

—No.

Dijo conforme hacía lo posible para que su voz no se rompiera.

Mi corazón dio un brinco en mi pecho de decepción, por mucho que supiera perfectamente que esa iba a ser la respuesta, que no había forma de que fuera otra, que tendría que habérmelo visto venir. Por mucho que hubiese sido horriblemente difícil para él, consiguió caminar hasta la puerta y hacerme una señal de que me fuera, sin atreverse a mirarme ni una sola vez más.

Probablemente aquello fuera lo mas doloroso de todo, el tener que verme marchar después de que le hubiese roto el corazón de esa forma.

Ojalá hubiese algo que me hubiese retrasado dentro de su habitación. Ojalá hubiese algo mío en uno de los cajones de su casa que me hiciera caminar hasta él y recoger mis cosas, tan sólo para pasar unos segundos más en esa habitación que olía tanto a él. Ojalá no hubiese sido todo tan repentino, ojalá hubiese saboreado todavía más su cercanía segundos antes, cuando todavía estaba en mis brazos, haciendo esfuerzos sobrehumanos por dejarme marchar.

Desgraciadamente fue rápido, por mucho que intentara caminar despacio, dejando que las lágrimas cayesen por mis mejillas una vez me dijo que me marchara. Pasé por su lado y le dediqué una última mirada antes de cruzar el umbral de la puerta, pero él tenía la mirada clavada en el suelo, esperando a que decidiese pasar del límite, sin esperar ni un segundo en cerrar la puerta detrás mía cuando estuviese lo suficientemente alejada de la puerta.

Tuve que ahogar un sollozo en la mangas de mi sudadera. Una vez fuera, tuve que correr fuera de su apartamento para poder derrumbarme en las escaleras de su portal una vez más, mojando mis rodillas en la oscuridad de la tarde.

Cómo me dolía el corazón en el pecho. Es sin duda uno de los peores dolores que he padecido.

El recuento de cosas que había perdido en tan sólo unas horas era abrumador.

Había perdido a mi mejor amiga. Ni siquiera se estaba esforzando por arreglarlo. Supongo que pensará que tengo yo la culpa. Posiblemente tuviese razón. Tenía yo la culpa de todo, o en eso se estaba esforzando mi cuerpo por que me quedara claro. Yo era la culpable.

Había perdido a Harry, el chico que fue capaz de dejarme las noches en vela pensando en qué es lo que pasaría, excitada por volver a verle, por volver a leer uno de sus mensajes, por volver a escuchar su voz cuando llevábamos días sin hablar por teléfono. El chico que me dio la definición exacta de lo qué eran mariposas en el estómago con una sonrisa en la cara, acariciándome la mejilla, con seguridad en la mirada. No le hizo falta ninguna promesa, ninguna excusa para mantenerme a su lado. Hubiese acabado consiguiéndolo. Lo único que yo pude darle de vuelta fueron diamantes de carbón, envueltos en un papel de regalo bonito que se deshacía fácilmente con los dedos. Lo había decepcionado, mientras él lo único que hacía era hacerme sentir viva.

Lo había perdido todo.

Era todo mi culpa.

02:43 Harry: Estás bien?





03:02 Yo: he estado mejor





03:07 Harry: Bueno

03:07 Harry: Supongo que eso es todo

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