veintidós

Nada más abrir los ojos supe que no iba a ser un buen día. La luz blanca que presidía la habitación resintieron mis pupilas e hizo que el dolor atravesara mi cabeza sin pudor ni conciencia. Me llevé una mano a la frente cerrando los ojos con fuerza de nuevo, esperando a que el dolor aminorase un poco antes de dar una vuelta en la cama. Alargué el brazo dispuesta a sacudir a Harry hasta despertarle para compartir ese sufrimiento todavía con los ojos cerrados, pero no había nadie a mi lado. Abrí un ojo para comprobar que, en efecto, estaba sola en la habitación. Con un gruñido, rodé por mi cuerpo hasta quedar boca arriba para frotarme la cara una vez más con ambas manos. Cogí mi teléfono encima de la mesilla de noche para mirar la hora, aunque quedé distraída con la cantidad de notificaciones que bailaban sobre la pantalla. Me puse pálida al segundo. Sólo había tenido un +99 de notificaciones en Twitter una vez anteriormente, ni siquiera me atreví a entrar.

Aunque lo que hizo que se me paralizara el corazón eran los mensajes de Dan.

Dan: te lo advertí

Ignorando el dolor de cabeza, salí de la cama casi de un brinco. Recogí la primera camiseta que vi por el suelo para ponérmela antes de salir de la habitación, donde me encontré a Harry en la cocina. Me acerqué mirando el suelo, sintiendo el arrepentimiento subirme por el pecho, seguido por la vergüenza y el sentimiento de culpa cogidos de la mano. Me senté en el taburete insegura.

—Buenos días —dije con voz queda.

—¿Quieres algo para beber?

—Agua, por favor.

No era capaz de mirarle a los ojos, por mucho que no estuviese segura de que lo hubiese visto o no. Ni siquiera yo lo había visto todavía, ya que estaba aterrorizada por ello. Dejé el teléfono encima de la encimera y sujeté el vaso que me tendía con una sonrisa.

—¿Resaca?

Me encogí de hombros y apoyé la frente en mi puño.

—Me duele la cabeza, eso es todo —dije, alzando la mirada y sonriendo un poco.

Él se rió y yo continué bebiendo hasta que el vaso quedó vacío. Me aclaré la garganta y me rasqué el brazo, de nuevo sin ser capaz de mirarle. Sabía que tenía que enfrentarme a la situación. Tenía que enterarse por mí, por nadie más. Me aclaré la garganta.

—Así que..., ¿has entrado en Twitter hoy? —pregunté, pensando que sería buena idea mirarle por fin, aunque en cuanto le vi la cara juguetona, apoyado contra la encimera con las manos, no pude evitar apartarla con rapidez de nuevo.

—Sí. Lo he visto.

Solté un pequeño gruñido y apoyé la cabeza en la superficie fría de la mesa entre mis brazos doblados.

—Lo siento mucho —dije sin levantar la cabeza y con los ojos cerrados con fuerza, como si así pudiese esconderme de él y de la vergüenza.

—No me habías dicho que era eso lo que tenía Dan contra tuya.

Me incorporé y me coloqué el pelo detrás de la oreja.

—Ya, yo tampoco sabía que me ibas a coger el teléfono y a decirle todo eso —respondí, mirando hacia mi móvil—. Yo sólo iba a mandarle a la mierda temporalmente, iba a esperar a que se me pasara la borrachera para pedirle perdón.

—Jane, no iba a permitir que continuara haciéndote eso. No pasa nada, esas fotos iban a salir tarde o temprano —dijo tranquilo, como si no fuera nada.

Me quedé callada.

Qué sencillo era para él decir aquello. Él saldría sin un rasguño en su piel ante lo que estaba ocurriendo. Yo no estaba destinada al mismo desenlace. A él lo iban a seguir apoyando en sus decisiones, mientras a mí me caerían literalmente litros y litros de mierda encima, como de costumbre.

—No te preocupes, esta tarde lo negaré y ya está. No hay que darle más vueltas.

Esa vez sí que le miré a la cara con una ceja alzada. Él me miraba sereno y divertido, como si aquella situación no le importara en absoluto. Sin verse afectado. Sin siquiera intentar entender que a mí me afectara. Me crucé de brazos.

—¿Negarlo? Ya no hay nada que negar, Harry. Hay fotos, literalmente, fotos que demuestra que no somos solo amigos —dije eso con tanta rabia que casi me levanto de la silla.

Se encogió de hombros, aunque evitó mi mirada como pudo, por mucho que yo buscaba furtivamente que se atreviese a mirarme a los ojos.

—Tendrán que creérselo.

Dejé caer la mano en la mesa y casi demandé que me mirase a la cara. Me alzó una ceja.

—No hay nada que creer —repliqué con voz segura, clavando mis ojos en los suyos—. Estaríamos mintiendo. Esto es lo que hay. Lo mínimo que podemos hacer es admitirlo y así puedo dejar de esconderme de esta forma.

Él suspiró y se frotó la cara con las manos.

—No creo que sea buena idea.

—¿Por qué no? Si vamos a estar haciendo el tonto como hasta ahora, por lo menos lo podemos hacer oficial. Así me odiarían con alguna razón... aunque no me puedo ni imaginar lo que me están odiando en este momento...

El chico resopló y apartó la mirada.

—No seas exagerada.

De nuevo, alcé las cejas echando la espalda atrás, sin creer lo que me estaba diciendo.

Sin añadir nada más, pensé que ellas hablarían mil veces mejor de lo que yo podría hacerlo. No pensé en nada más que en sujetar mi teléfono y en abrir twitter. Me aclaré la garganta, y comencé a leer:

—"No me lo puedo creer, Jane lo ha vuelto a hacer; ha conseguido centrar toda su atención en ella. Posiblemente haya sido ella la que ha filtrado las fotos, esa zorra sin talento". Ah, qué maja, me ha puesto un emoticono y todo —dije sin poder evitar reírme un poco.

Alcé la mirada para ver su reacción, aunque él seguía con la mirada fijada en el suelo. Me aclaré la garganta una vez más y continué leyendo.

—"Dios mío, esta chica ni siquiera con la boca pegada a Harry consigue ser guapa. ¿Soy la única que ha imprimido las fotos y ha pegado una foto suya encima de la de esta cerda? Lo recomiendo furtivamente".

Esa vez ni me esforcé en ver su reacción, sino que su silencio fue una afirmación de que no había sido suficiente para él.

—"Muérete, Jane Carter. Ni siquiera me voy a romper la cabeza por poner otra cosa; lleva mintiéndonos durante meses, sólo merece morir. ¿Alguien que haga un acto caritativo?"

Se cruzó de brazos y miró hacia otro lado.

—Acabo de leer los tres primeros twits que he encontrado, ni siquiera me he tenido que esforzar en buscar. Estaban los primeros en mis notificaciones, Harry. Antes me odiaban, ahora me quieren muerta.

Suspiró.

—Espero que sepas que no hay nada que yo pueda hacer contra eso.

Me pasé una mano por la cara y dejé el móvil encima de la mesa. Suspiré.

—Lo sé. Pero por lo menos demos una razón "coherente" para que me odien, ¿no? Quiero decir, ahora sólo estoy quedando como la mala.

Se quedó callado de nuevo con la mirada baja y evitando mirarme a los ojos. Dejé caer los hombros y volví a frotarme los ojos con un gruñido.

Sabía desde el principio que me estaba metiendo en una situación complicada, y que no saldría tan fácil de allí. Con el primer twit en el que me mencionaron, la primera publicación en la que usaron mi nombre. Aquello era más grande de lo que nunca me hubiese podido imaginar. Su mundo giraba tan deprisa en comparación con el mío que ya no podía ver lo que estaba pasando a mi alrededor, mientras él poco a poco me soltaba la mano, dejándome a la deriva y sin responsabilizarse si me mareaba o no. Intentaba culparle a él por no poder sujetarme con fuerza, aunque sabía que era culpa mía.

Aún así, me dio igual.

Me entraron unas ganas de llorar increíbles, y el tembleque ya instaurado de por sí en mi cuerpo por el alcohol de la noche pasada sólo empeoró con la situación. Sentí vértigo de pronto, un miedo incontrolable por perderle si seguía con esta conversación durante más tiempo.

Y como una tonta, intenté arreglarlo, cuando muy en el fondo sabía que no tenía cómo.

—Mira... —dije, suavizando la voz y bajando la mirada—. No te estoy pidiendo ser tu novia ni nada parecido, ¿de acuerdo? Pero por lo menos ayúdame un poco. Di algo, porque ahora mismo sólo me estoy llevando la mierda yo.

Se pasó una mano por el pelo y frunció los labios.

—Hablaré con Simon, a ver qué puedo hacer.

Esas palabras me dolieron todas y cada una de ellas como clavos en el estómago.

Le dio igual que mi voz se rompiera después de hacer esfuerzos sobrehumanos para no echarme a llorar ahí mismo. Sabía qué es lo que me estaba pasando, sabía que había dicho eso para ver su reacción, y aún así había decidido que esas eran las palabras adecuadas para responderme.

Realmente no quería hacerlo oficial, no quería tenerme ahí a su lado. Quería seguir siendo él mismo y tontear con otras chicas delante mía sin que le importase cómo me sentaría. Quería tenerme ahí, comiendo de su mano cada vez que se le antojase, mientras firmaba autógrafos y dejaba que otras chicas se muriesen por sus huesos, gritando su nombre en coro, mientras yo estaba en el fondo de todo, tejiendo mis esperanzas. Para que viniera él y las arrancara de mis manos, y luego lo arreglaría con un beso.

Sabía que ese iba a ser el mejor momento para confesar todo aquello que llevaba experimentando durante los últimos meses, aunque por alguna razón las palabras se quedaron atascadas una vez más en mi garganta, y tuve que tragarlas con un líquido amargo, que se quedó en el fondo de mi estómago durante mucho tiempo.

—Ya hemos hablado de esto —dijo, rodeando la mesa para ponerse a mi lado, sujetando mis muslos y acercándome a él con delicadeza, acariciándome la mejilla—. No quiero perderte.

Así, puf. Solucionado. Aunque esa vez aparté la cara antes de que pudiese besarme.

Él se lo tomó con una pequeña risa, y me pellizcó la mejilla con una sonrisa.

Esa vez no me callé cuando salí de su casa, todavía con su camiseta blanca bajo mi abrigo. Sabía que los fotógrafos estarían esperando aquel momento jugoso, aunque aquella vez ni siquiera se estaban esforzando por esconderse. Estaban esperando en fila india, asomando sus cabezas para verme aparecer, esperando a que besase cada una de sus cámaras con mi presencia, con mi dulce silencio que les encantaba. El enfado hacía burbujas en mi garganta, mi sangre estaba a punto de hervir, y por mucho que me estaba clavando las uñas en las manos para intentar tranquilizarme, la tensión del momento me subió por la garganta y me mordí la lengua.

—¡¿Podéis dejarme en paz de una puta vez?!—chillé dándome la vuelta con brusquedad sintiendo al fotógrafo siguiéndome en silencio.

El hombre se quedó callado mientras dio un paso atrás. Hasta pude reconocerle la cara, aunque estaba esbozando una mueca de incertidumbre ante mi ataque de rabia repentino, acostumbrado a mi dulzura y a que siempre hacía que no existían.

Bajé los hombros y con los labios fruncidos, cerré los puños y me di la vuelta para seguir mi camino hacia la boca del metro que siempre cogía.

Pensé que en las siguientes semanas las cosas mejorarían a mi favor, aunque como siempre en este tipo de situaciones, no podía estar más equivocada. Es más, las cosas estaban a punto de ponerse muy feas.

Tardaron realmente poco en empezar a hablar mal de mí también en las revistas, las pocas veces que lo hacían. Siempre habían sido amables conmigo en toda aquella trayectoria completamente de locos que había vivido, aunque parece ser que en cuanto comencé a mostrarme reacia ante la situación de forma mucho más literal, fueron los primeros en darle gasolina a las palabras dirigidas hacia mí en las redes sociales.

Las fotos me perseguían allá donde iba, las cuales había tenido durante ahora varios meses como fondo de pantalla y que tan feliz me habían hecho anteriormente. Ahora sólo me recordaban una y otra vez de que todo era una falsa ilusión que me había atrapado durante demasiado tiempo. No quería estar conmigo. No estaba dispuesto a dejarlo todo caer y aclarar las cosas con todo el mundo, y agarrarme de la mano en público. Le gustaba que las cosas estuviesen borrosas y que la gente hablara y especulara, por mucho que ahora hubiesen pruebas reales. Tampoco me atrevía a pedírselo. No de nuevo, y arriesgarme a que no se tomara la situación en serio. Una vez más.

Sólo quería que dejase de importarme tanto. Quería aprender a disfrutar tanto como lo estaba haciendo él.

Aunque era complicado, teniendo un ejército detrás repitiéndome una y otra vez lo poco que valía. Él no me quería en su vida de la misma manera en la que yo lo quería a él, y era hora de que empezara a asumirlo.

—Dan es un hijo de puta —decía Ellen tumbada encima de mi cama.

Puse los ojos en blanco.

—Dan aquí no pinta nada.

Se encogió de hombros.

—Si no fuera por él no estarías en esta situación.

—Ellen, llevo en esta situación meses. Si no fuera por Dan no me hubiese dado cuenta. No quiere estar conmigo.

Ellen torció una sonrisa y me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja.

—¿Y qué vas a hacer?

Gruñí y me dejé caer a su lado en mi cama.

—No lo sé.

Hizo una pausa para bajar la mirada y morderse los labios con nerviosismo.

—¿Qué es lo que más te molesta de todo?

Me pasé una mano por los ojos.

—Que estoy continuamente pidiendo perdón.

—¿A qué te refieres?

—Pedía perdón casi todos los días cuando estaba con él, sólo porque tuviese que verme con otro chico. Por mucho que no somos exclusivos. Pedía perdón.

—¿Por qué?

—Porque estoy enamorada de él.

Se quedó callada y bajó la mirada.

Hasta ella sabía que estaba hasta el fondo de mierda.

Al final en eso se resumían mis problemas. Era capaz de soportarlo todo con tan sólo estar con él, porque realmente él no estaba haciendo nada malo. No podía pedirle nada. No era justo.

Aun así, lo quería tanto que empezaba a dolerme. Pero

ya no me valía la pena.

Pensaba atrás hacia toda esa utopía en la que estaba viviendo el año anterior, convenciéndome a mí misma de que todo aquello terminaría cuando lo hiciera el programa, que dejarían de hablar de mí y que iba a querer estar conmigo. Esa vez miraba hacia mi pasado con una sonrisa burlona y a punto de la carcajada. Realmente era así de ingenua, ignorando los ataques de ansiedad casi diarios y lo fatal que había dormido, sólo con un par de orgasmos de premio, con mi corazón saltando en el pecho de felicidad cada vez que me miraba o me acariciaba de forma casual. Él sabía qué es lo que estaba haciendo conmigo, lo podía ver en su sonrisa cuando me la dirigía hacia mí, y me engañaba a mí misma pensando que era yo la que lo hacía temblar de felicidad.

De pronto me bajé de la atracción en la que me había subido con pasos firmes, sujetándome a las barras mientras bajaba las escaleras con los gritos desesperados a mi espalda, y el mundo dejó de dar vueltas. Los árboles por fin se quedaron firmes sobre la tierra, las personas que pasaban a mi lado dejaron de estar distorsionadas por la velocidad, y el sonido habitual de una ciudad grande me transmitió calma y tranquilidad.

Pude ver las cosas con claridad.

Aunque mi corazón seguía latiendo deprisa cada vez que escuchaba su voz al otro lado del teléfono, todavía no podía controlar esas sonrisas repentinas que esbozaba al pensar en él. Seguía estando horriblemente enamorada de él. Aunque me quité las gafas rosas de un tirón, con un sollozo de dolor, las manos temblorosas y las lágrimas amontonadas en mis ojos, y de pronto las señales que siempre habían estado ahí se vieron rojas, como siempre habían sido. Claras y altas. El rosa me había impedido verlas, pero nunca nadie las había movido.

El mundo era espantosamente feo cuando me quise dar cuenta. El camino de la fantasía por el que estaba caminando era mil veces más bonito en rosa, pero vi que las espinas de las rosas que me estaba clavando en los tobillos poco a poco me estaban rajando la piel, y las piedras del sendero estaban afiladas, apuntando amenazadoras hacia mí. Tenía que dar la vuelta.

Quedé con él una última vez una semana antes de que empezase el tour que lo separaría de mí durante más de dos meses.

Sentada en el sofá a su lado pude ver cómo luchaba por no sujetarme la pierna y colocarme encima suya para acariciarme el muslo, con una sonrisa juguetona en los labios.

—¿Cuándo os vais?

—El jueves.

—¿A dónde?

—Birmingham. LG Arena.

Asentí frunciendo los labios.

—Vaya. Nunca he estado, pero parece una arena grande.

Suspiró una pequeña risa, apoyando los codos en sus rodillas y bajando la mirada.

Me quedé callada un segundo.

—Buena suerte —dije al final.

Giró la mirada hacia mi dirección y esbozó una sonrisa. Se acercó a mí sin dejar de sonreír y me sujetó la barbilla para darme un beso en los labios. Me costó algo no reírme, aunque con el corazón en brincos, traté de seguirle el beso, dejando que enredase sus dedos en mi pelo de nuevo. Sin poder evitarlo se me puso la piel de gallina, y un dolor desgarrador en el vientre me hizo separarme de él. Se apoyó en el respaldo a mi lado.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó, casi apoyando su cara en mi hombro.

—Mm —contesté afirmativamente, sin atrever a mirarle de nuevo.

Odiaba ser tan vulnerable cuando se trataba de él, aún después de darme cuenta de tantas cosas, sabiendo que aquello iba a tener que terminar tarde o temprano.

—¿Quién es el tercero?

Fruncí el ceño. Casi no me podía creer que, con todo lo que llevaba ocurriendo entre nosotros durante las últimas semanas, lo que le preocupase fuera quién era la otra persona con la que me había acostado. Esbocé una sonrisa antes de soltar una carcajada.

Levantó la cabeza y me miró divertido.

—¿Qué? —dijo con una risa.

—¿Vas en serio?

—Sí, ¿por qué te parece tan raro?

Volví a reír.

—¿Por qué quieres saberlo? —respondí, bajando la mirada hacia él, que me miraba apoyado de nuevo en mi hombro.

Se encogió de hombros y cruzó los brazos.

—Tengo curiosidad.

—No te lo quiero decir.

Se incorporó y me miró incrédulo con una sonrisa.

—¿Por qué no?

—Porque no son tus asuntos, Styles —dije devolviéndole la mirada tentadora, esbozando la misma sonrisa que me estaba dirigiendo él.

Alzó una ceja y puso los ojos en blanco.

—Venga ya. Siempre me has contado este tipo de cosas.

Me encogí de hombros.

—Tú nunca me cuentas nada. ¿Con cuántas personas te has acostado tú?

Se quedó callado por unos segundos y soltó una carcajada sin responder a mi pregunta.

—¿Lo ves?

—Sabes que sólo han sido dos —respondió al final, rebajando la sonrisa un poco y volviendo a dejarse caer contra mí, sin separar sus ojos de los míos, ahora por encima mío. Pasó un brazo por mis hombros.

Tuve que cerrar los ojos temporalmente al sentir su olor corporal colarse en mi nariz, y separar la cara de su pecho unos milímetros.

—Sí, claro —murmuré mirando al frente.

—¿Qué? —dijo pellizcando mi mejilla para que girara la cabeza hacia él, todavía con el tono juguetón en la voz.

—No te creo —me atreví a decir de nuevo, mirándole durante unos segundos escasos.

Hizo una pausa.

—¿Por qué no? —dijo, y noté cómo su tono juguetón ya no estaba tan presente en su voz.

Ni siquiera sabía por qué no. No tenía ni idea de qué decirle, y su cambio sutil de tono de voz me estaba empezando a asustar, mi vulnerabilidad me hacía cosquillas dolorosas debajo de las uñas. Me encogí de hombros todavía con una sonrisa en los labios, ignorando su cambio ligero de postura.

—No lo sé.

—Espera —me interrumpió, girando su cuerpo hacia mí y obligándome con los dedos a mirarle. Sus ojos brillaban—. ¿De verdad piensas que te mentiría con algo así? —dijo serio esta vez.

Tuve que apartar la mirada y suspirar dejando caer los hombros, aunque sentía su mirada sobre mí como dos losas.

—Tienes razón. Lo siento. Sé que no me mentirías. Es sólo que... —hice una pequeña pausa buscando las palabras adecuadas—, te vi en la fiesta de tu cumpleaños hablar con Cher y... tu cuerpo estaba haciendo eso que haces cuando te gusta alguien—

—¿Mi cuerpo? —preguntó confuso con el ceño fruncido, interrumpiéndome.

Negué con la cabeza restándole importancia.

—No sé cómo explicarlo, ¿vale? Pensé que había tensión entre vosotros, y estaba confusa.

—¿Estás celosa de nuevo por Cher?

Suspiré.

Estaba agotada. Realmente agotada.

—¿Por qué es tan malo?

Suspiró y giró su cuerpo para volver a recostarse en el sofá pasándose una mano por el pelo.

—Jane...

—No, en serio —le interrumpí—. ¿Por qué es tan malo que esté celosa? Tu estabas celoso todo el tiempo cuando estaba con Dan. Y sabías que no quería estar con él.

—Eso fue distinto. Mira qué hizo contigo, estabas completamente bajo su hechizo.

—Te pedí perdón muchísimas veces, Harry. Tú sabías que estaba celosa, y me echabas a mí la culpa.

—Yo no me he acostado con Cher —escupió con voz ronca.

Me quedé callada. El nudo en la garganta estaba empezando a hacerme daño.

No podía creer que realmente me hubiese dicho aquello.

Bajó la mirada y se humedeció los labios. Me cogió la mano.

—No lo he dicho en serio. Lo siento. No debería haber dicho eso.

—No, no deberías haberlo dicho.

Ambos nos quedamos callados durante unos segundos. Yo realmente no sabía qué es lo que debía decir después de aquello. El pecho me ardía con fuerza mientras subía y bajaba irregularmente. Me costó a horrores no llevarme una mano a las costillas para, aunque sea, intentar amortiguar un poco el dolor.

En mi cabeza resonaban sin parar las palabras que Yina me había chillado a la cara meses atrás, cuando se le ocurrió desprestigiarme de esa forma delante de todo el mundo y llamándome todo aquello. Los últimos meses habían servido para que dejase de comer durante días enteros, mi autoestima nunca había estado tan baja en mi vida, después de leer todo lo que estaban diciendo acerca de mi imagen, nunca antes me había sentido tan horriblemente mal en mi propia piel. Realmente cómo me veía nunca había sido algo que me había molestado en el pasado, pero no te puedes hacer una idea de qué pueden hacer unas cuantas personas online. Por mucho que uno de los chicos más guapos del momento me mandaba mensajes diarios deseándome las buenas noches. Y aunque eso hubiese sido lo único. Mi reputación era de las más desprestigiadas que podía tener, me juzgaban acerca de mi vida sexual, lluvias de insultos que me tachaban de cosas con las que ya había tenido que lidiar en mi pasado, aunque esa vez, tan claro y tan obvio que podrían habérmelo escrito en la frente. Guarra. Zorra. Falsa. Aprovechada. Busca Fortunas, Busca Fama, por mucho que tan sólo tenia malditos dieciséis años. Fácil. Puta. Y un larguísimo etcétera que le seguía a la lista, palabras que siempre había ignorado, que nunca me había tomado en serio por mucho que me costase a horrores hacer oídos sordos. Estaba escrito en mi tarjeta de identidad.

Pero aquello que dijo él me partió el corazón de una forma que lo pude sentir en el pecho.

Crack.

Rompió el silencio con un suspiro.

—Creo que... Creo que puedes ponerte celosa. Tienes razón, no es nada malo. También creo que puedes acostarte con las personas que quieras.

Cerré los ojos.

Crack.

—Sólo lo estás empeorando —susurré y le miré a los ojos.

Apartó la mirada y suspiró de nuevo.

Se acercó a mí y me volvió a coger la mano con las suyas, bajando la mirada hacia lo que había unido y midiendo sus siguientes palabras como debería haber hecho hacía un par de segundos. Aprendiendo de sus errores.

No como yo.

—Lo siento, Jane.

—Está bien.

—Todo esto es nuevo para mí también.

—Lo sé.

Rodeó mis hombros con sus brazos y me atrajo hacia él, dificultando mi trabajo de mantener las lágrimas en su sitio. Cerré los ojos con fuerza y esa vez no me contuve al inspirar una buena dosis de su olor, dejando que me meciera entre sus brazos, que se preocupara por mí aunque fuera mentira. Me gustaban los sueños después de todo, después de haber vivido en una ilusión rosa y fantástica desde que le conocí. La realidad era tan dolorosa que en los siguientes segundos sólo deseaba una y otra vez poder fundirme en él y no volver a pisar la tierra nunca más. Me sentía segura con sus dedos presionándome las costillas y sus labios en mi frente, por mucho que estaba viendo el suelo bajo mía a kilómetros de mí, acercándose a una velocidad extrema. No quería volver a la vida real.

—Sé que no arreglo nada con un abrazo —escuché su voz entre sus costillas, más grave que de costumbre, murmurándolo suavemente en mi oído.

Mi piel se puso de gallina al instante. Como un acto reflejo. Casi dolorosamente.

—No hay nada que arreglar.

No había nada. No había relación, no había nada que romper, todo estaba basado en habladurías y en lo que él decía y yo decía. No era real. Y a pesar de ello, era horriblemente real que no lo fuera.

Tal vez fuera tan sólo una forma de mantener mi mente en calma, darle un pequeño suspiro a mi corazón que no daba abasto. No tenía ni idea qué es lo que estaba pasando ni qué es lo que pasaría en el futuro. Cómo seguiría aquello adelante, si iba a hacerlo, si me quedaban fuerzas para tratar de arrastrar algo que probablemente no llegaría más lejos que aquello. Con palabras escritas en mi frente cada vez que pisaba la calle, mi nombre en mayúsculas sobre mi ropa, la gente seguía girando las miradas cuando pasaba, gritándome cosas con su silencio lleno de prejuicios. Mientras él me observaba luchar sola, el chico que prefería que me acostara con otras personas antes de decirme que me quería. Ya no me quedaban fuerzas.

Hoy en día, todavía no sé cómo hice para aguantar las lágrimas hasta después de salir de su piso, para acabar sentada en las escaleras de su portal llorando a sollozo limpio contra mis rodillas, cuestionándome las cosas más que nunca, y el corazón roto entre mis costillas.

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