veintitrés

Marzo llegó tarde.

Es irónico, realmente. Febrero pasó demasiado lento, como si hubiese estado dos meses encerrada en una habitación con tan sólo una silla y una revista con mi nombre escrita por todos los lados, con fotos de mis errores pegadas a lo largo de las paredes y una cámara en una esquina grabando todos mis movimientos.

Ethan estaba haciendo todo lo posible por alegrarme y distraerme la mente de todo lo que pudiese hacer decaer mi humor. Fue difícil para él, por ello le estoy eternamente agradecida. Aunque hasta él pudo ver que los días en los que me quedaba la mañana entera tirada en la cama con una caja de pañuelos a mi lado, pronto fueron reemplazados por un humor energético, en el que daba vueltas por mi habitación murmurando cosas sin sentido, con el teléfono sobre mi cama. Sin hacer ni un puto ruido.

Habían pasado dos semanas, y todavía no había escuchado ninguna solución.

Veía fotos, leía los mensajes con una estúpida sonrisa en los labios, aunque las lágrimas que usualmente me producía, fueron intercambiadas por un gruñido, antes de lanzar mi móvil con enfado sobre mis almohadas. Ya no lo soportaba más.

Lo que antes me apagaba el humor de forma habitual, ahora sólo me hacían gruñir de exasperación.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —casi gritaba, dejando caer los brazos.

Ethan suspiró.

Últimamente Ellen estaba demasiado ausente como para que le contara todos estos dramas, ya que sólo conseguía que me pusiera los ojos en blanco y que cambiara de tema. Ella estaba casi tan harta como yo. Casi.

Tampoco podía culparle.

A mí, el fuego en mi pecho ya estaba subiendo por mi garganta.

—Deberías dejar de tener miedo y decirle las cosas claras.

Gruñí con desesperación.

—¿Sabes cuántas veces lo he intentado?

Se quedó callado.

—Estoy harta de su silencio.

No podía entender cómo podía pretender que tuviese que quedarme de brazos cruzados esperando a que terminase de viajar por todo Reino Unido para darme una respuesta, o dejarme algo claro. Las cosas no podían estar peores, aunque siempre era lo mismo. Y ya no me entraban ganas de llorar. Tan sólo tenía ganas de partir cosas con mis propias manos, y con fuerza.

Sabía que el estar enfadada era peligroso, que no podía permitir que aquello escalara demasiado rápido y que tendría que ser más paciente, tan sólo por precaución.

¿Más paciente?

¿Cómo demonios tenía que hacer eso, cómo demonios podía hacer eso? Mi lado vengativo decidió que ya había esperado lo suficiente. Ya no quería, de ninguna de las maneras, que aquello siguiese adelante de esa forma, teniendo que leer amenazas a diario, imágenes burlándose de mí, la foto que lo empeoró todo circulando por internet, mientras ellas me ridiculizaban incluso más todavía al ver que él seguía haciendo como si yo no existiese, como si por las noches no me enviase un mensaje de buenas noches con bromas internas entre nosotros. Como si no hubiese disfrutado de mí del mismo modo del que yo disfruté de él. Como si no fuera él quien me besaba a mí cada vez.

Tenía que seguir aguantando sus miraditas con las chicas en el escenario, las risas entre sus compañeros, juegos secretos que había jurado que no eran reales, mientras sus palabras acusadoras seguían resonando en mi cabeza. Los dedos acusadores estaban cada vez más cerca mío, casi podía sentir cómo empezaban a arañarme la piel con la punta de sus uñas afiladas, y yo decidí que ya bastaba.

No valía la pena todo aquello si no quería reconocerme como lo que realmente era. No podía creerme, no quería creerme que no sentía nada hacia mí, y que tan sólo estaba conmigo para pasar el rato. Yo no era su amiga. Él no era mi amigo. Yo estaba enamorada de él. Él me escribía todos los días. Me miraba de reojo cada vez que podía, me rozaba como podía en cada ocasión que encontraba, susurraba en mi oído para hacerme temblar con sus dedos acariciando los míos, abriéndome las piernas con tan sólo una mirada. Tenía una foto nuestra de fondo de pantalla.

Y aún así no quería admitirlo.

No quería gritarlo a los cuatro vientos sin importar lo que la gente pensase, por mucho que él también se encontraba por primera vez en el punto de mira, juzgando sus pasos con lupa y un cuaderno, el lápiz con la puta afilada.

Porque tenía miedo.

Tenía igual o incluso más miedo que yo. Tenía tanto miedo que tenía que acusarme a mí de ello si no quería parecer débil.

Pero para mí esa excusa había dejado de tener validez, mis sentimientos hacia él me aterrorizaron en un principio donde todo estaba por descubrir, antes siquiera de saber en dónde me estaba metiendo.

Pero yo no había hecho daño a nadie en mi proceso de asumir mi problema.

Por eso no tardé nada en reemplazar la tristeza por uno de los enfados más amargos que he probado.

Estaba harta de su silencio continuo, mientras asumía que siempre iba a contestarle de buen humor sus mensajes, sin siquiera mencionar lo que estaba ocurriendo entre nosotros. Sin mencionar que ya no podíamos alargar aquello más, no podíamos seguir ignorando la conversación que cada vez estaba más cerca. Porque la cuerda alrededor de mi cuello cada vez me apretaba más.

Tampoco pedía tanto. Sólo pedía una publicación con mi nombre, una mención que me hiciese real, algo que amansara a las fieras que no tardarían nada en destrozar las vallas que las separaba de mí. Un salvavidas al que amarrarme durante unos pocos días más, por mucho que tan solo fuera una falsa ilusión de seguridad de nuevo. Sólo quería una señal que me dijera que no era necesario tirar todo por la borda tan pronto, una oportunidad más para intentar que aquello funcionara.

Ahí estaba, intentando mantenerme a flote, aún sabiendo cómo acabaría, ignorando cómo me estaba sintiendo una vez más, pensando que lo arreglaría.

Qué ingenua era.

12:55 ✨Harry ✨: Nos vemos esta noche 😉

Ir a uno de sus conciertos era una de las cosas que más nerviosa me había puesto en los últimos días. Después de todo lo que estaba sucediendo en mi interior, todo el enfado que estaba sintiendo acerca de él, realmente no sabía cómo reaccionaría ante todo aquello. Verlo en primera persona, y no detrás de una pantalla de plástico. Aunque en el fondo estaba muy emocionada por asistir, y por primera vez en semanas pude sentir algo más a parte de enfado y decepción.

Fue demasiado breve.

Compartir una arena entera llena de ellas me ponía los pelos de punta, y estaba aterrorizada por cómo acabarían las cosas para mí. Estaba a la intemperie, completamente descubierta y desprotegida, lanzada al campo de batalla sin escudo ni lanzas, esperando a que las puertas se abriesen y rezando por sobrevivir. Suerte que estaban Ellen y Jess a mi lado para hacerme compañía y darme apoyo moral. Mi emoción no duró demasiado, mi mente estaba ya en las miradas y los dedos señalados en mi dirección, con la mente perdida mientras mis dos amigas hablaban entre ellas felices, ajenas a la tormenta en mi mente, en el metro de camino. Traté con todas mis fuerzas cambiar mi humor, dejar a un lado todo en lo que estaba pensando en las últimas semanas y tratar de disfrutar. Pero, como siempre me estaba pasando últimamente, aquello no fueron más que meros deseos inalcanzables, ya que en cuanto llegamos para ponernos en la cola y esperar a que abriesen las puertas, ya pude sentir el ambiente hostil en el que me sumergiría durante las siguientes horas.

Probablemente no fuera tan malo, probablemente fuera el hecho de que ya llegaba caliente de casa, probablemente la mayoría ni siquiera sabía quién era, o si lo sabía, probablemente ni me hubiesen reconocido. Aunque hacía falta una persona que lo hiciera y que me señalase, para que la voz se corriese como la peste negra, girase miradas y los susurros viajasen con el viento.

La cosa empeoró bastante después de estar media hora de pie, yo tratando de ignorar las miradas y Jess y Ellen hablando con ellas casi a gritos, riéndose y visiblemente emocionadas por entrar. Un guardia dos veces mi tamaño se acercó a nosotras con una mirada neutral y se colocó a nuestro lado en la valla después de pasar por todas las chicas que habían llegado antes que nosotras.

—¿Puedo ver vuestras entradas? Y el DNI, por favor.

Yo y las demás hicimos lo que nos dijo, y después de mirar las entradas y las tarjetas de identificación de mis amigas, sujetó mi tarjeta y me miró a la cara. Comprobó algo con poca prisa en la carpeta que llevaba y volvió a subir la mirada.

—Jane Carter y compañía, me dijeron que entraríais por otra puerta —dijo, haciendo unos gestos con las manos para que le siguiésemos.

Me apresuré para evitar que nos sacara de la cola, ya que lo último que necesitaba era llamar más la atención todavía.

—Tenemos entradas normales, esta es nuestra puerta —aclaré.

El hombre asintió.

—Lo sé, pero estáis las tres en la lista. Tenéis que venir conmigo.

Las dos chicas no tardaron en subir por la valla, aunque yo tuve que pasar poniendo los ojos en blanco y haciendo oídos sordos de las chicas que rechistaban, y decían cosas en nuestra dirección altas y claras para que las escuchásemos.

Mi pulso iba a mil mientras seguíamos al hombre, pensando en que no estaba para nada preparada para enfrentarme ya tan pronto a él, sin saber qué iba a decirle o cómo me iba a comportar con él. Por suerte, nos dirigió directamente a nuestros asientos en las gradas, y sin querer dejé salir un suspiro de alivio.

Pensé que me sentiría mucho mejor una vez estuviese sentada en mi sitio, esperando con todas mis fuerzas que no hubiese ninguna fan de One Direction en mi área, y que hubiesen muchas fans del resto de las actuaciones, aunque a juzgar por la cara que me pusieron las dos chicas sentadas delante mía, estaba equivocada.

No quiero que pienses que las fans me trataron mal en el concierto. Ni siquiera me dirigieron la palabra.

No era capaz, no era físicamente capaz de hacer que todo aquello se esfumase, como si nunca hubiese sentido todo lo que había sentido. La impotencia, el enfado, las lágrimas de rabia que me habían quemado las mejillas. Tratar de ignorarlo sólo estaba empeorando la situación, estaba acabando con toda la poca paciencia que me quedaba.

Para sumar al panorama, estaba sumida en un ambiente tan hostil que ni siquiera fui capaz de disfrutar del concierto como hubiese querido, como en un principio tenía en mente que iba a intentar. Las chicas me sacaban fotos sin esforzarse en ocultarlo, hablaban de mí lo suficientemente alto como para que las escuchase, las ganas que tenía de llorar sólo empeoraban con cada minuto que pasaba. Clavaba las uñas en las palmas de las manos, cada vez más y mas incómoda. Jamás pensé que tendría ganas de salir de ahí lo antes posible, sin siquiera pasarme a saludar como hubiese hecho tres semanas antes.

Ya no tenía fuerzas, las ideas revolucionarias volaban en mi mente, las ganas de llorar habían llegado ahogarme con anterioridad, aunque en esos momentos podía chillar lo más alto que podía sólo para evitar que volviesen a inundarme. Nadie me escucharía, de todas formas. Todo el mundo hacía oídos sordos y ponían al ruido como mejor excusa para ignorarme.

Era demasiado duro tener que enfrentarme a tantísima presión, nadie me había pedido la opinión, nadie me había pedido permiso. Ya había aguantado suficiente. No me merecía todo eso.

Sólo quería que el ruido dejara de atronarme los tímpanos, que dejasen de gritarme en los oídos, que dejasen de darme golpes en los hombros con superioridad, que dejaran de menospreciarme y que me mirasen como me merecía que me mirasen.

Nunca hasta ese día me había rebelado, nunca había dado golpes en la mesa haciendo que las miradas se girasen en mi dirección, ni había gritado basta. Nunca había callado las voces que me acusaban de cosas que no había hecho, nunca había luchado por mí misma. No era ninguna de las cosas de las que me tachaban, no era ni una busca famas, ni una guarra, ni una falsa. Tan sólo era una chica demasiado joven para un mundo de ese tamaño gigantesco, demasiado joven como para que mis errores se pintasen en todos los rincones de la ciudad, demasiado joven para que todo el mundo me estuviese analizando con un microscopio. Y aún se esperaba de mí que me quedase calladita, que dejase que él me mandase mensajes de buenas noches después de verle actuar de esa manera con el resto de las chicas del equipo, en mi cara. Después de todas esas conversaciones fallidas que tuvimos, en los que ambos nos echábamos la culpa mutuamente. Sin arreglar nada. Aún así, ahí estaba, como si lo estuviese estado haciendo adrede. Tenía que quedarme en silencio.

Aquello sólo hizo que mi garganta se cerrase todavía más, no podía respirar.

Ellen intentaba tranquilizarme un poco, pero estaba tan enfadada que de camino hacia el backstage que teníamos facilitado, tenía que frotarme el brazo y obligarme a tranquilizarme antes de llamar a su puerta. Inspiré y expiré un par de veces. No lo iba a conseguir.

Debería haberme ido a casa.

—¡Enhorabuena, chicos! Estoy super orgullosa de vosotros —dijo Ellen al entrar en la habitación, en donde los chicos se estaban cambiando para marcharse.

Yo también les felicité, aunque fui directa hacia donde estaba Harry, y sorprendentemente no me costó en absoluto ignorar el hecho de que no llevase camiseta.

Esa fue la primera señal.

—¿Podemos hablar? —pregunté, aunque no esperé a que respondiese, sino que le sujeté la mano para tirar de él hasta el pasillo.

—¿Qué pasa? —se cruzó de brazos.

En un momento normal hubiese dejado que terminase de vestirse, aunque en esos momentos me estaba dando bastante igual.

Tendría que habérselo visto venir. Tendría que haberme visto a cara de preocupación, mi voz ronca y mi presión contra su mano demasiado fuerte. Lo sabía. Aunque a diferencia de una circunstancia normal, mantuvo sus distancias, no se preocupó por mi tono de voz y por mi semblante serio, no se acercó para acariciarme la cara y tratar de tranquilizarme.

A lo mejor él también estaba enfadado conmigo. O tal vez fueran sólo imaginaciones mías, que estaba tan enfadada que todo me molestaba en proporciones injustas.

De todas formas no me importó. Le miré a los ojos.

—Sabía que iba a ser una mala idea que viniese aquí hoy, teniendo en cuenta que todas estaban esperando a que viniese. La chica de delante no dejaba de sacar fotos mías.

Él suspiró y se pasó los dedos por los ojos. Parecía tan harto como yo. Pero aún no tenía ni idea de qué era todo lo que estaba pasando por mi cabeza. Yo sí que estaba harta.

—Le ha encantado la cara que he puesto, al parecer, cuando me ha visto descojonarme cuando te he visto "interaccionar" con Cher en el escenario, porque ahora la foto está por todo twitter, como de costumbre.

Soltó una pequeña risa.

—Déjalo estar, Jane. Ya te he dicho que—

—No tengo suficiente con que tus estúpidas fans me odien a muerte... —le interrumpí.

Él tal vez supiera que estaba molesta, aunque en esos momentos estaba preparada para empezar a soltarle todo lo que había estado almacenando en mi conciencia, repitiendo día sí día también en mi mente, como si estuviese repasando un discurso muy importante.

Seguí:

—Que encima, tengo que soportar cómo se ríen de mí al verte tontear con otras chicas, dejando de lado lo mucho que duele.

—Jane... —comenzó a decir, descruzando los brazos para poner una mano delicadamente en mi hombro para intentar tranquilizarme un poco.

Le volví a interrumpir, aunque dejando que me tocase, y que tratase de arreglarlo. Por mucho que no sirviera de nada.

—He tenido que soportar meses y meses viendo cómo tienes el tiempo de tu vida, pensaba que decir algo al respecto era egoísta. He soportado tus celos pensando que sólo te estabas preocupando por mí, mientras tú estabas demasiado ocupado ligando y tonteando con todo el mundo en esa maldita casa, delante mía, como si no me fuera a importar. Pero que no se me ocurra decir nada al respecto, porque tú no me quieres perder —hice una pausa para tragar saliva—. Y yo me lo he tragado todo. Porque estoy condenadamente enamorada de ti.

No me había dado cuenta de que había empezado a llorar. Él me miraba cada vez más suavemente, incluso había dejado de tocarme durante unos breves segundos. Estaba sorprendido. Sus ojos brillaban, aunque yo tuve que apartar la mirada de los suya si no quería volver a caer en su trampa mortal.

A pesar de todo, no decía nada, posiblemente si lo hubiese hecho le hubiese interrumpido con mi vómito de palabras.

—¿Sabes lo duro que es enterarse de que has estado con no sé ni cuántas chicas o chicos o lo que sea en esa casa, que ni siquiera sé si es verdad porque tú no me cuentas nada? Y me tengo que enterar por las putas revistas o las putas redes sociales de mierda. En las que por cierto, me han puesto de zorra para arriba sólo porque me han visto un par de veces contigo. Y tú te quedas callado.

Te lo aseguro, estaba llorando muchísimo.

Había bajado la mano de mi hombro, volviendo a cruzarse de brazos, escuchándome con los ojos brillantes, los labios fruncidos, buscando mi mirada desesperadamente.

Continué:

—¿Cómo de difícil es de entender que yo sólo quería estar contigo? —susurré, bajando el tono, mirándole a los ojos—. Hubiese soportado todos y cada uno de los mensajes de odio que me envían a diario. Pero tú estás demasiado ocupado con tu carrera que no puedes ver lo fatal que lo estoy pasando. Tuve un retraso de un maldito mes por culpa de la puta ansiedad. Y de mientras tengo que ver cómo las mismas chicas que me quieren muerta darían su vida por ti, cómo tonteas con Cher o con quien sea en mi puta cara sin importarte una mierda cómo me sienta.

—Jane, para —empezó a tocarme el brazo con los dedos, intentado atraerme hacia él.

Se la aparté de un manotazo y me sorbí los mocos.

—No. Es imposible sacarte las palabras. He estado meses esperando a que me dijeras algo, esperando a que me dijeras que sientes lo mismo por mí. Yo sé que lo haces, pero te quedas callado y eso lo hace incluso más doloroso.

Menos mal que no había nadie en el maldito pasillo, porque estaba montando una escenita.

—Ya no sé qué más a hacer para llamarte la atención y que me hagas caso de una puta vez. Para que te des cuenta de que me estoy desangrando mientras tú disfrutas de la famita.

Harry me puso las manos en los hombros esta vez sin pedirme permiso y me miró a los ojos. Se me partió el corazón cuando vi que había conseguido enfadarle.

Él estaba enfadado, y yo me había disuelto una vez más en lágrimas. Menuda forma de coger las cosas por las riendas.

Era demasiado débil.

—Jane, cállate. No me puedes pedir todo esto.

Negué con la cabeza y di un paso atrás, soltándome de sus manos una última vez.

—Esa es la peor parte. Ya no te estoy pidiendo nada.

No me podía creer que aún después de haberme confesado tan abiertamente no era capaz de sacarle las palabras. Que seguía en silencio, como si no le hubiese dicho nada. Seguía sin ser claro conmigo acerca de sus sentimientos hacia mí. Me aparté las lágrimas con rabia de mis mejillas. Le dirigí una última mirada y sin añadir nada, caminé con pasos fuertes el pasillo de vuelta a la calle.

Lo siguiente que hice fue cometer el mayor error de mi vida.

La conversación estaba grabada a fuego en mi mente. No podía dejar de repetir una y otra vez todo aquello que le había soltado, su reacción al hacerlo; silencio. No me podía creer que aún no era capaz de llamarle la atención, todavía no conseguía hacerle hablar. Caminaba con las manos en puños, con el asfalto blando en comparación con los pasos fuertes que estaba dando con rabia, todavía secándome las lágrimas con las manos. Ignoré como pude a las pocas personas que todavía quedaban por salir del sitio del que estaba saliendo. Caminé y caminé, con los brazos cruzados, arrepintiéndome de no haber cogido una chaqueta más gorda, andando hacia barrios algo más calmados. Fue sin querer, ni siquiera me di cuenta, mis pies me estaban llevando a un sitio en el que no había estado demasiadas veces, que evitaba a toda costa desde ese día en específico. Me empezó a doler el pecho, que me estaba casi obligando a darme la vuelta, pero cuanto más lo pensaba más me gustaba. Mi corazón hacía acopio de todas sus fuerzas, castigando mis costillas, repitiendo una y otra vez que estaba cometiendo un error gravísimo. Que me iba a arrepentir. Te vas a arrepentir. No lo hagas.

Sólo había una cosa que podía hacer si quería hacerle daño de verdad.

No podía hacer aquello. No podía hacerle eso. Todo ya estaba estropeado, posiblemente mi relación con él se había ido al traste por completo. Había conseguido arruinarlo todo. Entonces, ¿qué más daría? ¿Qué más daría arruinarlo todavía más? Quería hacerle daño. Haciendo aquello no mataba a dos, sino a tres pájaros de un sólo tiro. Quería hacerle ver qué es lo que se sentía. Quería acabar con todo aquello de una maldita vez por todas. Pero no podía hacerle eso. No podía.

Me reí en alto. Me había vuelto completamente loca. Lo habían conseguido, mi mente había dejado de funcionar con fundamento. No había tenido suficiente cuidado, me habían rajado de arriba a abajo como a un animal, aunque ya ignoraba por completo la sangre salírseme por la boca, los ojos y los oídos. Mis dedos goteaban entre ellos, y lo único que ya me salía hacer era reírme. Con esa misma sonrisa llamé a la puerta con el puño después de haber andando por lo menos una hora, y mi cuerpo me castigó clavándome las uñas en mis manos.

Dan abrió la puerta y al verme frunció el ceño.

—¿Jane?

—¿Quieres romper el internet?

Se cruzó de brazos y antes de que pudiese añadir nada, me acerqué a él con dos pasos lentos, sin separar mis ojos de los suyos, para enredar mis dedos en su pelo y mi lengua en la suya viciosamente.

Cerré la puerta detrás mía sin separarme de él, y dejé que mi error se consumara entre las sábanas, pasando de las arcadas que me subían por la garganta, y esperando ansiosa los resultados de aquello, mientras fingía los gemidos como llevaba haciendo durante años, antes de que el chico que puso mi mundo patas arriba llegase con su voz y sus dedos juguetones.

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