32~


Capítulo 32:
{Narra Yina}
El comienzo de las clases habían transcurrido mejor que lo que pensaba y esperaba. Mis compañeros y compañeros me habían recibido con muy buen pie y por mi sorpresa, todos sabían lo de mi madre, algo que no me agradaba demasiado.
Era viernes por la tarde, por lo que a partir de ahora eramos libres hasta el lunes siguiente.
Después de ducharme y ponerme los vaqueros y la sudadera blanca de la universidad, volví a mi habitación. 
-¿Estás lista? -pregunté al entrar, cogí el móvil y me lo metí al bolsillo.
Brooke se estaba peinando enfrente el espejo.
-Sí, ¿has llamado a las demás?
-No, prefiero que me acompañes para enfrentarme a ellas. Estarán por las paredes.
-Ya te digo. ¿Adam viene?
-Creo que sí, pero no sé -suspiré.
Soltó el peine y se acercó a mi. Posó una mano sobre mi hombro.
-¿Estás segura de hacer esto?
Asentí, con un nudo en la garganta. 
Me sonrió comprensiva y agarró su chaqueta.
-¿Vamos?
-Vamos.
Se aseguró de tenerlo todo en los bolsillos de sus vaqueros y atravesamos el pasillo hasta casi el fondo del todo, para recoger a Saddie y a Fer. No hizo falta llamar a la puerta, ya que las dos estaban más que preparadas, dando saltitos y gritos que retumbaban entre las paredes del pasillo.
-¿Qué llevais en ese penco bolso? -preguntó entre risas Brooke.
-Es por si acaso -Saddie estaba radiante, como siempre, aunque esta vez mucho más, ya que estaba acostumbrada a verla con el cutre uniforme de la universidad, por muy bien que le quedara. Se había planchado sus características puntas rizadas hasta no dejar ni rastro de ellas. Llevaba una bonita falda azul oscura de tubo y una blusa blanca, con altos tacones negros que hacían sus piernas más largas todavía. Pero lo que realmente completaba su modelito, era su gran sonrisa que le cruzaba toda la cara entera. Y la misma figuraba también en el rostro de Fer, que llevaba unos vaqueros pitillo y una camiseta de tirantes rosa, con unas converse negras desgastadas.
Brooke soltó una carcajada.
-¿Los llevais todos? -escandalicé.
-Desde el primero hasta el último -respondió Fer orgullosa.
Di un pequeño brinco cuando escuché que una puerta cercana se abría y una chica con el pelo largo y pelirrojo y muy muy rizado se asomaba por ella.
-¡Leo! -exclamó Saddie, llamándola -¡Te estábamos esperando!
Con una leve sonrisa, se acercó a nosotras y sal
-Qué pija, Saddie -bromeó.
Todas reímos a excepción de Saddie, que se apartó el pelo de un manotazo y dijo:
-Pues claro que lo soy.
-¿Qué demonios lleváis ahí dentro? -señaló el bolso negro que llevaba Fer colgando del hombro. 
Ésta suspiró.
-Nada -lo protegió con los brazos.
Leo desplazó su mirada hacia mí y me miró dudosa. Yo me encogí de hombros.
-Anda, vamonos. Estas dos pueden llegar a explotar. 
Salimos del edificio después de asegurarnos que Adam no podía venir. Las dos cotorras -sí, por muy bien que me cayeran las dos, les había asignado ese nombre, ya que, realmente, lo eran, pero en sentido cariñoso- estaban a nuestras espaldas sin parar de hablar, reír y dar saltos y gritos.
Por muy nerviosas que estuvieran, de ninguna de las maneras podían superarme. Parecía que el globo que tenía en el estómago podía explotar en segundos y cada paso que daba era más inseguro e inestable. Temblaba más que un perro aterrorizado y no paraba de morderme las uñas, cosa que jamás hacía.
Brooke pareció notarlo y me dio unas palmaditas en el hombro.
Yo le sonreí.
Cuando llegamos al parque cercano a la universidad, las cinco nos paramos y formamos un pequeño círculo. 
-Cuando os llame podéis venir. Pero sólo cuando os llame. No os aseguro que las cosas vallan bien, así que lo más probable es que no la conozcáis -dije.
Las cuatro asintieron, sin borrarseles las sonrisas de sus caras. 
Daría igual qué les dijera, jamás dejarían de luchar. 
Me despedí de ellas saludando y Leo me deseó suerte. 
Atravesé el parque casi a trompicones, ya que parecía que mis piernas no querían responder a mis órdenes. 
Aún no me creía lo que estaba haciendo. ¿Por qué lo hacía? No se lo merecía. Pero la verdadera razón por la que lo hacía era por ellas, por las chicas que me habían acogido tan rápido. Como si siempre hubiera estado a su lado.
A Leo la conocí al día siguiente de mi llegada. Era una chica muy alocada y divertida. Era una de las chicas más majas que había conocido nunca. Alta y delgada y ninguna de nosotras sabía a dónde iba la comida que comía. La primera impresión que tuve de ella fue bastante mala, si soy sincera. La veía como otras de esas chicas pijas y anoréxicas que sólo se fijaban en el exterior. Pero luego me di cuenta que ella las odiaba tanto como yo. Sabía que me iba a llevar muy bien con ella.
La calle que me había indicado estaba a unos pasos de mi posición. Enseguida visualicé el bar en el que habíamos quedado. Era un salón de té bastante conocido en la zona según las chicas.
Resoplé sólo al ver el local. 
Sólo con este gesto sabía que no me conocía para nada, ya que odiaba este tipo de locales. Eran burdas y curtes imitaciones a los verdaderos salones de té de Inglaterra y no podía soportarlo. 
Aún así, seguí caminando con el rostro más serio que nunca.  Sin vacilación alguna entré en la estancia y enseguida la busqué con la mirada y la encontré casi al instante, ya que el local estaba prácticamente vacío, aunque fueran las 4.
“Americanos” -pensé-. “¿No saben que la hora del té es a las 4?”
Por muy raro que me pareciera, el local era más acogedor de lo que esperaba. Con mesas y sillas de madera colocadas ordenadamente en filas y las sillas eran reemplazadas por cómodos sofás color marrón claro en  las esquinas del fondo. El suelo estaba recubierto por un parquet oscuro y  y en contraste de las luces naranjas hacían ocultar la oscuridad del interior por la ausencia de ventanas. 
Realmente era una buena copia. 
La mujer en cuestión estaba sentada en uno de los sofás del fondo ojeando el periódico que tenía pinta de antiguo. La reconocí con facilidad porque mis mismos rizos, ahora planchados, le caían sobre la cara y tenía mis mismos ojos negros. Hasta sus gestos me recordaban a mí.
El nudo que ya tenía formado en la garganta se apretó con más fuerza. 
Me quería ir de ahí, salir corriendo y no verla nunca más, pero otra vez mis piernas habían cobrado vida propia y no querían moverse. 
Sus ojos, negros pero preciosos, se posaron en los míos y una gran sonrisa se le dibujó en la cara. Con agilidad se levantó de su asiento. 
Eso fue mi aviso, porque mis piernas ya empezaban a reaccionar y salí fuera del local, para volver a irme, pero su firme y delgada mano me agarró la muñeca, llamando mi nombre en susurros. 
Sin evitarlo, me di la vuelta y me tropecé otra vez con su mirada insistente que no paraba de mirarme.
-¿Qué? -pregunté rasposa. 
-Por favor. Vamos a sentarnos y hablemos. Sólo eso.
Yo me mantenía débil.
Era débil. Muy débil. Y sabía que tarde o temprano iba a caer. Ambas nos sentamos en la mesa que había ocupado y dejó que me sentara en el sofá mientras ella se sentaba en la silla de madera de enfrente mía. Me crucé de brazos nada más sentarme en el asiento, que era más cómodo de lo que parecía. 
-Cielo, yo.. No sé cómo decirte esto. Te veo tan mayor y tan cambiada que me he quedado absolutamente en blanco. Estás guapísima.
-Bueno, es problema tuyo que me veas así de “mayor” -entrecomillé la palabra con los dedos-. Eras tú la que no venías a casa. 
-Y no sabes cuánto lo siento, Yina -parecía que le costaba decir mi nombre.
-Y preferiste el trabajo antes que a mi. 
-Te equivocas. Os prefería mil veces a ti y a Aiden. Mil veces. Créeme. 
-¿Y qué pasó? ¿Por qué nos abandonaste? -casi grité, intentando no soltar las lágrimas que comenzaban a asomarse. 
-No os abandoné, cielo. Es muy difícil de explicar, además de ser una historia muy larga. 
-Pues inténtalo. A lo mejor se te ocurre algo, ¿no eras escritora?
Torció el labio. 
Respiró muy hondo antes de soltar su pasado.
Tenía razón en una cosa: era una historia muy larga. , y mientras ella contaba con paciencia, yo la interrumpía a menudo con preguntas, que fueron contestadas al momento. 
Mi madre desde que era pequeña siempre había deseado con todas sus fuerzas dedicarse a la escritura, publicar un libro. Aunque solo fuera uno. Era algo que la tenía enganchada, a todas horas y en todas partes traía su pequeño cuaderno para apuntar cualquier idea, por muy tonta que fuera. Muchos la llamaban obsesionada, ya que tampoco se despegaba de los libros. Siempre tenía algo que leer. Con la edad de 16 años por fin terminó la primera novela que había escrito, después de dos duros años de trabajo e investigación. Pero lo había conseguido.
La mandó a todas las editoriales del país que conocía, desde las más viejas y trastocadas hasta las más nuevas y conocidas. Pero no recibió respuesta de ninguna de ellas. Se sintió fatal las próximas semanas y decidió que jamás volvería ponerse a escribir, ni siquiera a leer. Consideraba que no servía para eso. Al reconocer su fracaso, buscó un buen trabajo para poder pagar sus estudios.
Después de unos meses llegaron a su cutre apartamento cinco cartas de editoriales distintas. Inanimada y malhumorada al recibirlas no quiso abrirlas ya que sabía que cada una de ellas ponía lo negativo. Pero, aún así, las abrió. No podía dar crédito a lo que sus ojos veían. En cada una de ellas le daban la enhorabuena por su trabajo y por consultar y confiar en dicha editorial. Confiaban en que su obra estaría publicada para mitades del año que viene. En las cinco cartas. En las cinco editoriales. 
Su alegría no podía ser mayor al leer aquello. Por fin su sueño, trabajo y esfuerzo se hacían realidad. Y todo en menos de un año.
El tiempo fue pasando y empezaba a contactar con diseñadores de portadas de las distintas editoriales y firmando contratos por toda Inglaterra. A la última entrevista que fue con el diseñador de la última editorial, fue mejor de lo que ella podría haber deseado. Era una de las editoriales más importantes del país y estaba más nerviosa que nunca. Ella justo había cumplido 17 años y el diseñador, según la chica de la editorial, tenía 35. La verdad es que la edad le había sorprendido bastante, ya que los demás eran bastante más mayores. Mi madre no se guardó ningún detalle en todo el relato, pero en esta parte fue directa al grano: lo suyo era amor. 
Cuando en libro fue publicado y había sido número uno en ventas en varias de las editoriales, se quedó embarazada por fruto de un error. David, el diseñador, y mi madre jamás habían pasado la noche juntos porque no podían por diferentes factores: La primera, su considerable diferencia de edad, segunda, su relación profesional, y, tercera, su representante se lo prohibía. Pero a los dos les dio exactamente igual, más de una vez quedaron para hacer “negocios” y a “pensar sobre nuevas portadas”. Cada vez que quedaban se lo pasaban demasiado bien, pero nunca pasaron a más. Esa noche fue la excepción  y la consecuencia fue el embarazo de mi hermano mayor. Después de pensarlo detenidamente y sólo escuchando a sus propios pensamientos, decidieron tenerlo. 
A la edad de 19, con tres libros distintos publicados y los tres en éxitos de ventas, me tuvo a mí. También como error. Con un hijo los dos ha tenían suficiente y otro bebé supondría un cargo para ambos, pero cuando ya tenían decidido abortar, se dieron cuenta que era demasiado tarde. Cuando pasó un año, David y mi madre perdioeron el contacto ya que había sido despedido y agenciado a otra editorial. Por lo que, desde entonces, ya no lo había vuelto a ver. 
-Tu padre quería llamarte Kurt.
-¿Kurt? Es nombre de chico... -murmuré.
-Lo sé. Y él lo sabía, pero le gustaba y decía que el nombre pegaba con los rizos -sonrió y bajó la mirada.
-¿Tenía rizos entonces?
-Buf, muchos. Tan mona -sacudió la cabeza y volvió al tema de nuevo-. Y bueno, no tuve otra opción que ponértelo, porque yo había elegido el nombre de tu hermano, decidimos que le tocaba a él. 
-¿Entonces?
-Cuando se fue te cambié el nombre porque ese nombre me recordaba demasiado a él. Esa fue una de las razones por las que me fui cuando tenías 12 años. De veras que lo siento. No voy a pedirte que me perdones, porque ya se que ahora no puedes, pero sí te voy a pedir que lo pienses. He cometido tantos errores durante la vida.
Ahí estaba mi dilema.
¿Dilema? Qué coño, yo no confiaba en ella. Ya no. 
Pero aún así, asentí.
-Mamá, sólo te voy a decir que mientes de puta madre -no me creía que la acababa de llamar mamá.
Sonrió abiertamente y luego suspiró.
-Muy bien, si no quieres creerme tu verás. Pero yo te juro por mi vida que lo que te acabo de contar es totalmente cierto.
-Vale, te creo. Pero quiero conocer a papá.
La media sonrisa que tenía  se le borró de la cara por completo y sus ojos se volvieron sombríos y con un matiz de rabia.
-Oh, yo.. bueno, lo entiendo. Haré todo lo posible para conseguir una cita con él. Pero no creo que sea posible...
-Vale, ya está. Sabía que era un bulo.
-Cielo.. -comenzó a decir mientras me levantaba.
-No me llames cielo. No quiero que me llames más. Y puedes coger tu champú caro y tus toallas de seda. No quiero nada más tuyo. 
-No, déjame que te explique, por favor te lo pido. Aunque sea muy difícil de explicar -rápidamente agarró el bolso y me siguió fuera del local. 
Me detuve y me crucé de brazos.
-Si no te has creído lo anterior, seguro que esto tampoco te lo crees. No me lo creo ni yo.. -murmuró.
-A ver, dime. La verdad es que quiero oírlo.
-Sólo si me prometes que no te vas corriendo y lo consideras y lo piensas. Te aviso que es bastante increíble. 
Suspiré. 
-Pero bueno, ¿por qué tendría que prometerte a ti nada?
Se puso seria y me miró a los ojos.
-Yina, ¿quieres saberlo o no?
-Vale, vale. Lo prometo.
Respiró hondo.
-Tu padre está en la carcel.

                                ~

{Narra Jane}
Jueves por la tarde. Duchada, vestida y arreglada. 
No podía estar más emocionada. Mi hermano iba a ser padre. ¿Cuándo pensaba decírmelo? Pero no había tiempo para enfados ni preguntas, ya que estaba más emocionada que nunca. Esta mañana se había marchado y sólo deseaba que llegara lo antes posible.
A partir de esa tarde tenía libre hasta el lunes, porque estos días no venían apenas niños y eran bastante inútil que fuera yo si nadie asistía  las actividades, así que Brad me había dejado los días libres.
Ahí estaba, en el sofá de mi casa, aburrida y completamente sumergida en mi mente. Di un brinco en el sitio al escuchar el timbre de la puerta, que me sacó por completo de mi mar de pensamientos. 
Dando saltitos felizmente, me acerqué a la entrada y abrí la puerta, y ahí estaban las tres, sonriendo también, igual de emocionadas que yo. 
Yo las invité a pasar y todas nos sentamos en los sofás del salón. 
-¡No puedo más! ¿Segura que no puede llamarte? ¡Si te vas a dar cuenta igual! 
-Tranquila. Y lo sé, pero lo entiendo, sólo una llamada por integrante en el grupo.
-¿Entonces? Puede llamarte, ¿no? -señaló Lena.
-¿Y su madre, lista? 
-Ah, bueno. ¿Prefiere a su madre a ti? 
-Pues claro. Es normal, yo también haría eso. 
-¡Pues vaya! -Ellen se dejó caer en el sofá.
-Lena, ¿segura que no quieres venir con Jane y conmigo mañana? -preguntó Jess con su voz tranquila. 
Negó con la cabeza.
-Prefiero no tener que enfrentarme a él. Ya es bastante incómodo tener que pensar en él, así que....
-Te recuerdo que fuiste tu la que no querías nada, eh.
-¡Que sí coño! ¡¿Me lo vais a repetir siempre?!
-Te relajas -se defendió Ellen.
-Bueno, si no quieres venir, no vengas. Luego no preguntes qué tal..
Suspiró.
-No lo haré -dijo con voz apagada.
Me encogí de hombros y simplemente lo dejé pasar. Ahora mismo no permitía que nadie me arruinara la tarde. 
-Jane, ¿has hablado con Anne? 
-Síp. Está todo arreglado, mañana a las 12 en el aeropuerto.
Jess se frotó las manos. 
-¿Qué decís? ¿Queréis ver una película antes de ir a cenar? -propuse.
-¡Sí! ¡Veamos “Narnia”! -chilló Lena. 
-¿Otra vez? -se quejó Ellen.
-¡Sí! 
-Paso. Otra.
-¡Joo!
-Hmmm... ¿tienes “4 Bodas y un funeral”? -propuso Jess, como siempre, intentando arreglarlo.
Asentí, sonriendo. Estaba más feliz que nunca. 
-Claro. 
-¡Esa es preciosa! 
-Sí, claro, ¿qué nos quieres poner, Jane? ¿Porno? 
-Exagerada, sólo hay una escena de sexo.
-Pues eso. Porno. 
Lena bufó.
-A ver, ¿en qué quedamos?
Justo cuando iba a meterme, el timbre de la puerta sonó una vez más. Con el ceño fruncido y con la curiosidad recorriendome el cuerpo, abrí la puerta. 
-¡Hola guapa! 
-¿Ethan? -pregunté, dejando que me besara las mejillas- ¿Qué haces aquí?
-Bueno, la semana pasada me quedé con ganas de verte y pensé que tal vez podía hacerte una sorpresa, ¿qué te parece? -sonrió con un brillo especial en los ojos.
-Oh, me encanta -sonreí-. Pasa, pero no estoy sola -dije, abriendo más la puerta para dejarle pasar.
-¿No? Te pillo con el novio ¿o qué?
-No, no -dije riendo.
Ojalá. Cerré la puerta y volvimos al salón. 
-¡Ethan! -gritó Ellen que estaba encima de Lena intentando quitarle la película mientras Jess intentaba bajarle -¿Qué haces aquí?
-Da igual, no me interesa -se volvió y continuó atacando a Lena, que se negaba a soltar el DVD.
-Estábamos a punto de poner una película -le aclaré a Ethan, que observaba a mis amigas con la boca medio abierta. 
-Ah, bueno, si lo prefieres vengo otro día, es que tengo que hablar contigo en privado.
-No, tranquilo, les pongo la película y se quedan tranquilitas. Sólo será un segundo. 
Con un simple gesto, le arrebaté la caja  de las manos de Lena e introducí el disco . Descubrí que al final Lena había ganado, ya que la película que comenzaba era “Narnia”.
A mí, personalmente me encantaba la película y nunca me cansaba de verla, pero realmente tenía mucha curiosidad  por lo que Ethan tenía que decirme, por lo que agarré su mano y los dos fuimos a la terraza para que pudiera hablar tranquilo. 
-Vale, cuéntame. 
-Bueno, yo..- a pesar de su postura firme y segura, su voz  temblaba ligeramente, como si estuviera algo nervioso. 
Me sonrió sincero y no pude evitar hacerlo yo también. Después, sin previo aviso ni permiso, se acercó a mi, y me besó en los labios. 

31~


Capítulo 31:
{Narra Jane}
Volví a entrar en la habitación y me dejé caer en la cama otra vez. Había decidido tomarme una ducha para despejar un poco mi mente alborotada, y algo había ayudado, pero, en realidad, mis pensamientos seguían igual de enredados como cuando había entrado.
Suspiraba un par de veces mientras miraba el techo blanco. Eran las 11 y media de la noche y no tenía sueño, algo que consideraba bastante raro ya que yo a esas horas estaba más que dormida. Tenía los ojos completamente secos y dolorosos de tanto llorar. Intenté varías veces poner la mente en blanco como hacía mi madre cuando se estresaba, pero cuando más pensaba en no pensar en nada, más pensaba en él. 
Cerré los ojos y los apreté con fuerza, intentando seguir los pasos que mi madre tantas veces me había indicado. Sólo concentrarse en la respiración. Inspirar. Expirar. Inspirar. Expirar.
 “I got my firts real six-sring, bought it at the five and dime, played til my fingers bled, was the summer og '69” sonaba la melodía de “Summer of '69” desde mi móvil.
Sobresaltada di un brinco de alegría y me lancé a por él, que vibraba encima de la mesilla de noche. Rápidamente deslicé el dedo por la pantalla y descolgué:
-¡Harry! -dije mientras otra lagrima resbalaba sobre mi mejilla.
-¡Hola! ¿Estás.. estás llorando?
Mierda, se había dado cuenta.
Era increíble lo que me conocía para darse cuenta de todo lo que me ocurría, si estaba feliz y si estaba triste, como si estaba nerviosa por algo, por más absurdo que sea, o si estaba estresada. Siempre se daba cuenta de lo que me ocurría. Eso era algo que me había encantado de él.
Agarré con rapidez un pañuelo y me lo pasé por la cara. Carraspeé.
-Bueno.. solo un poco, pero ya estoy bien -sonreí, por mucho que sabía que no podía verme.
-Jo. No quiero que estés mal. ¿No será por mí? -preguntó con miedo.
-Puees.. -vacilé-. Da igual. Me has alegrado la noche, de veras. Pensaba en llamarte, pero como ahí es más tarde me daba miedo despertarte.
-Me ha pasado lo mismo, pero necesitaba escucharte.
Otra sonrisa me inundó la cara y otra vez las abejas asesinas salieron de sus casillas para acabar con mi estómago y conmigo misma, pero por alguna u otra razón, no me disgustaba la sensación.
-Claro. Dime.
-Verás, hemos estado ensayando todo el día casi sin pausa y por eso no he podido llamarte antes. Y hasta el viernes no voy a poder hablar contigo.
Me levanté sobresaltada.
-¿Y eso?
-Mañana al mediodía tenemos tenemos la prueba y a la tarde nos dicen si pasamos o nos vamos a casa y nos tienen prohibido hacer llamadas, ya sabes, por si se difunde o algo.
-Ah. Bueno. No pasa nada. Intentaré mantenerme distraída con algo.. Bff.. Seguro que lo hacéis genial. ¿Qué dicen los chicos?
-Están alborotadísimos. Louis no puede pararse quieto y Liam no hace más que planearlo todo para que esté todo perfecto. No le culpo, pero es que a veces es muy estresante.
Solté una pequeña risa.
-¿Y vosotras qué?
-Pues mal. Hace un frío que pela y están todas deprimidas. Sobre todo Lena, Jess y yo. 
-¿Qué ha pasado? Me vas a preocupar eh.
-A Lena le han metido un tío en su casa al que no soporta y yo tengo que trabajar con un capullo al que tampoco soporto y además no te veo. Y a Jess no sé que le pasa, pero últimamente está asuente -y, sin avisar, otra lágrima cayó en silencio.
-Eh, eh. Tranquila. No me gusta que estés así. Hmm...
-Ahora que me doy cuenta, ¿no es muy caro eso de llamar desde España?
-Oh, tranquila, es el teléfono de la casa que básicamente sirve para esto.
-Ah, vale. ¡Jo! ¡Te echo de menos!
-¡Yo más!
-Créeme, eso es imposible. 
-Créeme tú a mí. No lo es.
-Sí lo es.
-No lo es.
-¡Que sí!
-Jane, no lo es y lo sabes.
-Harry, espero que cuando te vea pueda besarte y no tenga que pegarte. Creo que no he echado a alguien tanto de menos. Y si me dices lo mismo no te creeré.
-¿Y por qué no? -dijo entre risas.
-Porque tú eres el segundo novio en serio que tengo. Y tu fijo que has tenido más de dos.
-Bueno, pero eso no quiere decir que no pueda echarte de menos. Así que, yo gano.
-Oh, no, Styles, esto no ha terminado.
-Acéptalo, Carter, no sabes perder. Lo demostraste jugando al monopoly en mi casa.
-¿Carter? -solté una carcajada-. Así me llama mi profesor de Historia, pero a ti te pega más. Te doy permiso.
-¿Permiso? ¿Qué soy? ¿Un esclavo tuyo? -dijo, y enseguida noté cómo sonreía al otra lado de la línea.
-Algo parecido. Sólo que privado.
Ahora sí, soltó una carcajada.
-Te echo de menos -acabó diciendo.
-Yo más. 
-No.
-Sí
-No
-Que sí.
-¡Que no! No insistas más.
-Mala suerte, por que suelo ser muy cabezona.
-Yo también, así que..
-Nos pegaremos -reí.
-Yo prefiero besos -espetó más relajado.
-Pues lo que sea, pero vas a ver que soy fuerte. Más de lo que tu piensas -sonreí satisfecha.
-Vale, vale. Pero que sepas que te dejo ganar, pero solo por hoy.
-Oh, ¿vas a volver a por venganza? -dije con voz sensual.
-Pues claro -me respondió imitándome.
No pude evitar reproducir una risita bastante tonta.
-Aquí te estaré esperando. -ahora fue él el que se rió.
-Cielo, siento decirte esto, pero ahora si que tengo que colgarte, se supone que deberíamos de estar dormidos desde hace horas -dijo algo más inanimado.
-Ooh.. bueno, pues hablamos el viernes entonces. No quiero meterte en problemas con Simon.
-Hasta el viernes.
-Harry, gracias por haber llamado, lo necesitaba. 
“Te quiero” pensé enseguida.
-Yo también necesitaba escucharte. Que descanses.
-Adiós y suerte.
Colgó.
Demasiado tarde. 
¿Por qué nunca me atrevía a decírselo? Pero, ¿realmente le quería? Quizás era por eso por lo que no lograba decírselo, quizás no lo sentía de verdad. Pero lo que realmente temía era su respuesta, ¿y si él no sentía lo mismo? ¿Y si se asustaba como muchos chicos hacían?
“No”, me recordé a mi misma “Harry no es como el resto”.
Suspiré mientras estaba de nuevo tumbada y observando el techo, solo que ahora con una gran sonrisa en la cara. No sólo de alegría, si no también de alivio, alivio de haber podido escucharle una vez más y de al fin saber que por cada vez que le escuchaba reír, me enamoraba un poco más.
Entonces me entró un hambre atronador.
Al llegar a casa había subido a mi habitación y ahí me había quedado hasta entonces. Me levanté con poco esfuerzo y bajé las escaleras descalza para no hacer demasiado ruido. Entré en la cocina. Abrí el frigorífico y lo cerré de golpe acto seguido. Frigorífico. Otra cosa que me traía demasiados recuerdos. Me acerqué a la encimera y agarré una manzana.
Cuando salí de la cocina y me dispuse a volver a mi habitación en silencio, vi que las luces del porche estaban encendidas. Encaminada a apagarlas, abrí la puerta y me sobresalté cuando vi a mi hermano sentado en el banco con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el vacío. Él me sonrió al verme.
-Hola, pajarito -dijo, dando palmaditas a su lado.
-¿Tato? ¿Qué haces aquí tan tarde? -pregunté, correspondiendo a su gesto y sentándome a su lado. 
-Necesitaba pensar. ¿Y tú?
-Necesitaba comer.
Ambos reímos suave.
-¿En qué piensas? 
Suspiró y fue directo al grano:
-Mañana tengo que volver a España.
-¿Y eso? -aterroricé-. Si no te ibas hasta el domingo. 
-Lo sé -susurró, aún con la mirada fija en la lluvia que caía con fuerza.
Apoyé la cabeza en su hombro.
-¿Volverás pronto? Quiero conocer a Ana -dije refiriéndome a su novia.
Automáticamente, vi cómo su mirada empezaba a brillar y cómo la sonrisa cobraba protagonismo en su cara.
-Claro que volveré. Solo que no volveremos los dos solos.
Fruncí el ceño, desconcetrada.
-¿Qué pasa? ¿Viene algún amigo tuyo o..?
Negó con la cabeza.
-¿Entonces? ¿Qué pasa? 
Giró la cabeza y me miró directamente a los ojos.
-Mañana Ana va a dar a luz.

                    ~

{Narra Ellen}
Miré impacientemente el reloj de encima de la mesa.
Resoplé.
¿Por qué demonios llegaba tan tarde? Ya había aceptado esperarle hasta tan tarde por que no podía venir antes, pero aún así, llegaba tarde.
Otra vez.
Inquieta y sin nada que hacer, me levanté del sofá y caminé hasta la cocina, pero el gesto fue en vano, ya que me di cuenta que no tenía hambre en absoluto, así que volví al salón y di vueltas por el paquet en calcetines y los brazos cruzados.
Me mordía el labio con tanta fuerza que la sangre ya empezaba a salir en forma de pequeñas gotitas que salpicaban mi lengua.
Nerviosa, no paraba de ojear el reloj, con esperanzas que el tiempo se parara, pero sobre todo, que apareciera ya. 
Más de una vez había pensado en coger el teléfono y llamarle, pero la factura ya iba a ser demasiado extensa, por lo que no podía permitirme un capricho como este, por muy necesario que fuera. 
Mi corazón dio un vuelco y comenzó a palpitar con demasiada fuerza cuando el timbre sonó. 
Con pasos ligeros me acerqué a la puerta y la abrí sin vacilación.
-¿Dónde estabas? Me has tenido preocupada.
Sonrió.
-Hola princesa -y me dio un pequeño beso en los labios-. ¿No me dejas entrar?
Yo no pude evitar sonreír también.
-Claro, pasa.
Se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero, dejando al descubierto una camiseta negra ajustada y con dibujos blancos.
Después, se acercó a mi con una sonrisa picarona y agarró mi cintura con fuerza, dándome un pegajoso y pasional beso en los labios.
-Dan -susurré, dejando que me besara el cuello, intentando llamar su atención. 
Casi como un acto reflejo, enrollé las piernas en su cintura y dejé que me llevara al salón, donde me tumbó en el sofá.
-Dan -dije ya más puesta, pero él no se detuvo, ya que me quitó la camisa y comenzaba a darme besos por todo el vientre-. ¡Dan!
-¿Qué?
-Recuerda que te he llamado para hablar -me mordí el labio.
-Después -me besó el labio inferior y el cuello.
-No. ¡No! ¡Daniel! -le di un empujón a su pecho desnudo para mantener distancia.
Resopló y se sentó con los brazos cruzados.
-A ver, dime.
-¿Qué pasa aquí? -me crucé de brazos.
-¿Aquí dónde? 
-Con nosotros.
Puso los ojos en blanco. 
-Puees...
-Dan, yo sé que estas enamorado de Jane. Pero quiero saber qué estamos haciendo. ¿Esto es amor o es sólo sexo?
-Es algo entre los dos. Somos amigos con derechos, ¿recuerdas?
Asentí, mirándole.
-Pues ya está, aclarado.
-No, no está aclarado y lo sabes, ¿qué pasa con Jane?
Se encogió de hombros, apartando la mirada.
-No lo sé, Ellen. Pero si ella es feliz con su novio, no voy a impedírselo.
Sonreí.
Sí, estaba total y completamente enamorada de él. Aunque fuera un capullo. Aunque haya engañado a mi mejor amiga con migo misma. Aunque fuera el tío más cabrón que había conocido. 
Pero eso era lo que realmente me enamoraba. 
También sonrió y, esta vez más suave, se acercó  y me besó con más pasión y suavidad. 
Mientras los minutos se perdían en el tiempo, las prendas de ropa se perdían entre las sábanas,  me llevó al dormitorio sin dejar de besarme.
Transcurrí la noche a su lado, sin dejar de abrazarle, dejándome que me hiciera suya la noche entera y sin casi pausas. Sabía que abusaba de mí, pero, ¿no era eso lo que estaba haciendo yo con él? Eramos dos adolescentes necesitados, quizás demasiado, pero esto era algo que ambos queríamos. 
De sobra sabía que no estaba siendo una buena amiga. Esta noche no había sido la primera a su lado y dudaba que fuera la última. Todo esto se lo estaba ocultando a mis amigas. Mis amigas que me lo contaban todo. 
También sabía que Dan no hacía esto por amor y que era yo era su segundo plato. Jane no le quería.
Pero yo sí.
Por eso me daba igual. 

30~


Capítulo 30:
{Narra Jane}
-¿Cómo?
-Lo siento de veras, pero te recuerdo que puedes escoger.
-Yo también lo siento, por que no pienso trabajar a su lado.
-Sé que no te llevas bien con él, ¿vale? Pero a lo mejor más tarde hasta os lleváis bien. Recuerda que no te estoy obligando, pero una oferta como esta no te la voy a ofrecer dos veces.
Suspirando, me dejé caer en la silla de enfrente del escritorio en donde Brad estaba sentado.
-Tú verás lo que haces, y ya sabes que no solo fue idea mía, te veía tan a gusto con los niños y al revés. No te puedes ni imaginar las veces que los niños me preguntaban por ti. Blake mismo me dio la idea.
-Ah, ¿Blake está de acuerdo con esto? -resoplé-. ¿Y no puede ser Vay en vez de él?
-Lo siento en serio, pero ya sabes de sobra que ella se encarga de las mañanas y siempre es más agotador que las noches.
Suspiré de nuevo.
La verdad es que la oferta no estaba nada mal. En vez de llegar a las 8:30 como de costumbre los miércoles y los sábados, llegaría todos los días de la semana excluyendo los domingos a las 7:30 para estar presente y ayudar a los niños mientras cenaban. Y todo eso por el triple del precio, es decir, 1.800 libras al final del mes.
¿El inconveniente? Tendría que trabajar al lado de Blake.
Me froté los ojos.
-Vale, está bien. Acepto -espeté aún sin creerme lo que estaba diciendo.
Brad esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
-Genial. Mañana a las 7:30, ¿de acuerdo? Ah, espera, se me olvidó darte esto el otro día -se agachó y sacó una bolsa de papel de los cajones de su escritorio y me lo entregó.
-¿Qué es? -pregunté, ojeando el interior.
-Son las camisetas y las sudaderas que te dije. Dos de cada. Mañana llevas la que prefieras.
-Vale, genial -ambos nos levantamos.
Salimos de la cabaña y nos despedimos el uno del otro.
Al salir sola al aparcamiento del recinto, un gran autobús amarillo era el único vehículo grande de él. Los niños que habían pasado aquí una semana entera se subían a él, unos contentos de haber finalizado por fin la excursión obligatoria y otros, la mayoría de ellos, apenados por la misma razón.
-¡Jane! -me saludó una niña pequeña rubia desde él.
Le saludé de vuelta.
-¡Adiós cariño!
-¡Cuando vuelva me presentas a ese novio tuyo eeh!
-¡Lo prometido es deuda!
Me sonrió por última vez y es subió al autobús la última de sus compañeros. Rápidamente, se puso en marcha y salió a una velocidad más rápida de la permitida del aparcamiento.
-No sabía que tenías novio -me sorprendió Blake a mis espaldas.
Resoplé y, sin siquiera mirarlo, me puse en marcha hacia mi casa.
-Pues claro que lo sabías -repliqué.
Con un movimiento ágil, agarró con suavidad mi muñeca y me dio media vuelta, haciendo que mi frente se uniera a la suya con delicadeza.
-He oído que vamos a trabajar juntos -dijo, poniendo esa voz sensual.
-Sí, así que será mejor que te comportes -sonreí irónica, soltando mi muñeca de un tirón y sin apartar el rostro del suyo.
Satisfecha, me retiré y retomé mi marcha.
-Eh, enana, ¿te llevo a casa?
-No gracias. Voy andando.
La verdad es que ese comentario me hizo bastante gracia, pero no se lo dejé ver.
-Como quieras. Pero es de noche y te pueden violar. Vamos, sube -dijo, dando al botón de sus llaves, haciendo que las luces del todoterreno parpadearan.
Suspiré.
-Que pesado eres. No
-No te lo repito más veces, enana. Es peligroso, ¿no te lo ha enseñado su madre? La noche es peligrosa en ciudades grandes.
-Blake, ¿no entiendes el inglés? ¡Que no!
-Vale, como prefieras, pero que sepas que te estaré persiguiendo con el coche hasta que llegues hasta tu casa. Así que sabré donde vives de todas formas.
Rodeé los ojos.
-Adiós, Blake.
-Vamos, sube.
Hice un gesto con la mano, despidiéndome.
Escuché como la puerta se abría y se cerraba y cómo el motor se ponía en marcha.
Enseguida el coche se puso a mi altura y Blake pitó en mi dirección.
-¿Estás segura? Aquí no hay farolas.
-Ya veo por dónde voy.
-Anda, sube.
-¿En serio vas a seguirme hasta mi casa?
-Pues claro. Necesito hablar.
-Uuh,... Venga, no te lo crees ni tu.
Paré en seco y me sorprendí al ver que el coche también lo hacía.
-¿Vas a dejarme en paz ya o tengo que amenazarte con llamar a la policía?
-Si subes te dejo en paz la semana entera.
-¿En serio?
Asintió.
Suspiré y resoplé seguidamente, borrando seguidamente mis pensamientos de duda.
-Olvídalo.
-Lo estoy diciendo en serio, Jane. Si me pides que me calle lo haré, pero sólo si subes.
-Ala, ¿tan importante es eso que quieres decirme?
-Depende de cómo lo mires -se encogió de hombros.
-Vale, está bien. Pero no creas que esto va a volver a pasar -dije, abriendo la puerta-. Y haz el favor de conducir como una persona normal.
-Tranquila.
Sabía que tarde o temprano iba a arrepentirme de esto, pero me permití en dejar el pensamiento de un lado.
Una vez asegurado que estaba bien sentada y atada debidamente volvió a poner el coche en marcha.
El ambiente era tenso, el rostro de Blake seguía serio, quizá más que antes, con la mirada fija y concentrada en la carretera. Aparté la mirada hacia mi regazo, donde yacían mis manos entrelazadas.
-Bueno -carraspeó, rompiendo el silencio-, dime como se llama ese novio tuyo, ¿o qué?
-¿Era eso lo tan importante que querías decirme?
-No, era para romper el hielo.
-Ts -bufé-. No te interesa como se llama. Cotilla. -miré la ventana.
-Jane, será mejor que nos llevemos bien si no queremos tener problemas.
-Pues pon un poco de tu parte. Lo único que has echo esta semana ha sido hacérmela imposible. Vay está casi tan harta como yo.
-Esa que no se meta.
-¿Que no se meta en dónde, Blake? Aquí no hay nada.
Se encogió de hombros.
-¿Dónde está tu casa?
-Déjalo, déjame aquí. Me he cansado de ti.
-¿Ya? Ah, no. No voy a dejar que vayas sola.
-Ah, ¿ahora te preocupas por mí, no?
-¿Cómo que ahora?
-Sí, ahora, porque cuando me atropellaste no parecías preocupado.
-Eso fue distinto.
-¿Sí? Tss,... para el coche.
-Jane, yo..
-Para el coche.
-¡No hasta que me escuches!
-¡Que pares el coche! -le grité, perdiendo por completo la paciencia.
Parecía que a Blake tampoco le faltaba mucha.
Cerró los ojos por unos segundos y respiró hondo.
-Jane, solo te estoy pidiendo que me escuches.
Después de intentar varias veces abrir la puerta y descubrir que estaba cerrada, me crucé de brazos y miré la carretera, frunciendo los labios.
-Te escucho -le gruñí.
Suspiró y me miró repetidas veces, sin querer distraerse al volante.
-Quería decirte que lo siento. Siento haber sido tan estúpido. Estaba enfadado y además llegaba tarde. Y cuando bajé del coche empezaste a gritarme y me enfadé todavía más. Y toda esta semana he intentado disculparme y acercarme más a ti, pero tu estabas siempre a la defensiva que no me diste oportunidad. Sólo pido que me perdones.
Seguía sin decir nada y con la mirada fija en el asfalto, pero la verdad es que eso jamás me lo podía haber imaginado. Veía a Blake siempre tan grosero y con la idea de superioridad que no podía ver su “otro lado”. Se podía decir que he estado bastante ciega.
El silencio era casi inevitable, pero este era bastante incómodo.
-Bueno.. di algo.. -murmuró.
-Blake, esto es justo lo que necesitaba oír -dije con total sinceridad.
En toda la semana pasada no había recibido ni un solo indicio de cariño, y eso era lo más parecido, aunque fuera enviada por un completo egocéntrico.
Él sonrió enseñando sus blancos dientes como de costumbre, pero yo solo curvé un poco el labio. Rápidamente apartó de nuevo la mirada hacia el volante.
-Tuerce aquí -le indiqué.
Giró el volante.
Segundos más tarde, que los pasamos en silencio, aparcó en segunda fila delante de mi casa. Bajé del coche algo más relajada que cuando me subí a él, y, por mi sorpresa, vi cómo Blake estaba a mi lado. Yo le lancé una mirada de duda. Sonrió en respuesta.
-¿No pensarás que te voy a dejar aquí como un saco con mercancías, verdad? Voy a acompañarte como la gente con educación.
-Ah, ¿que tienes de eso? -bromeé.
-Ja, ja -rió sarcástico, y colocó una mano en mi espalda, dirigiéndome a la puerta.
Fruncí brevemente el ceño, pero simplemente ignoré el gesto.
Sintiendo como su sonrisa le cubría el rostro llegamos a la puerta de madera y me puse enfrente suya.
-Ven aquí -dijo casi en un susurro, pasó sus brazos por mi cintura, dándome un abrazo.
Eso ya sí era extraño.
Al despegarse de mi, aún con una mano en mi cadera, apartó un mechón de delante de mis ojos y me besó suavemente la mejilla.
-Que descanses -susurró.
Tragué saliva.
-Si -fue lo único que conseguí decir.
Con una última sonrisa, hundió sus manos en los bolsillos y subió al coche.
Entonces me sentí fatal. Saqué las llaves del bolsillo y, con lágrimas amenazantes, entré en casa y me dirigí directamente a mi habitación. Enseguida me arrepentí de ello. Estaba en todos lados, mirándome, sonriendo con su preciosa sonrisa. Me lancé a la cama, llena de recuerdos. Suyos. Nuestros. Aún había plumas debajo de la cama. Sus fotos seguían mirándome, por lo que hundí la cabeza en la almohada, ocultando cualquier campo de visión.
Esa noche lo eché más de menos que nunca. A Harry. Necesitaba verle. Abrazarle. Besarle. Oír su risa y sus bromas estúpidas que tanto que me gustaban.
Esa noche lloré mucho más que las noches pasadas. Sólo de su nombre conocía mi mente en esos momentos. Me repetía a mi misma que en unos días podría volver a verle. Un gran círculo en rojo marcaba el día en el calendario. Ese viernes.
¿Qué día era hoy? Cada cinco minutos del día me preguntaba la misma pregunta, solo que con deseo y esperanza a que fuera distinta a la anterior; martes. Era martes.
Sólo tres días.
Pero eso no detuvo mi llanto.

~

{Narra Lena}
23:07
Estará por llegar. Resoplé.
-Llegan tarde -señaló mi padre.
-Ojalá se les haya estrellado el avión -murmuré.
-No vienen en avión -me corrigió, con la mirada fija en su teléfono móvil.
-¡Pues ojalá hayan ido en uno! -me crucé de brazos.
-Venga, recoge tu habitación que van a llegar ya.
-Sí, claro. Él no tiene nada que buscar ahí, así que así se va a quedar.
Mi madre, pegada a la ventana como si de una niña pequeña se tratara, pegó un pequeño chillido y segundos más tarde, el timbre de la puerta sonó.
-Mierda -murmuré.
-Lena, levanta. Vamos a saludar -dijo mi padre levantandose.
-No quiero. Va a estar aquí dos semanas. Ya tendré tiempo.
-Lena, ven conmigo.
-¡Que no quiero, coño!
Me dedicó una mirada asesina, pero yo aparté los ojos y fruncí el ceño.
Suspiró y, sin previo aviso, agarró mi muñeca y me arrastró hasta la entrada.
Sabía que iba a meterme en problemas, así que me dejé llevar.
Mi padre sonrió automáticamente al llegar, me soltó el brazo y saludó a la gente que había entrado.
Me crucé de brazos mirando cómo mi padre estrechaba la mano con el hombre que acababa de entrar y mi madre no paraba de parlotear con la mujer.
-¡Lena, cariño! -saludó la mujer alta y morena, se acercó a mi y me dio dos besos-. Mírate, estas preciosa, que grande estas ya -sonrió.
Yo le respondí con una sonrisa forzada.
-¡Byron! -me sorprendió el hombre con voz grave, chilló en dirección a la puerta-. ¡O entras ya o duermes en la calle!
-¡No me agobies eh! -chilló este de vuelta, que entraba con una maleta enorme por el umbral de la puerta.
Enseguida aparté la mirada.
Nunca había sido feo ni mucho menos, pero el chico que estaba de pie en la entrada, era realmente guapo; sus grandes ojos color miel estaban medio ocultos por su pelo oscuro y algo rizado. Tenía la piel tersa y los labios finos, pero carnosos.
Rodeé los ojos cuando se sonrió.
-Siento no invitaros a nada, pero tenemos que salir ya -mi madre juntó las manos.
-Lena, enséñale la habitación al chico -sonrió mi padre.
-Oh, claro. Arriba última puerta al fondo -sonreí falsamente, sin dejar de cruzar los brazos.
Byron, al pasar a mi lado, me sonrió con picardía, clavando sus ojos en mi, alzando una ceja. Subió las escaleras.
-Cielo, si hay algún problema o lo que sea, llámanos. No queremos problemas con nadie, ¿vale?
-Y nada de fiestas eh -dijo mi padre con cariño, besándome la cabeza.
-¡Adiós Byron! ¡Cuídate!
-¡Adiós! -respondió brusco desde arriba.
Su madre frunció el ceño. Parecía muy ofendida.
-Bueno, nos vamos hija. Cuidate, ¿vale? Te queremos.
-Adiós -dije apenada.
No me importaba en absoluto que se fueran mis padres por dos semanas enteras. Pero la cosa cambiaba cuando tenía que transcurrirla con él.
Me dirigieron una última sonrisa y un beso en el aire y cerraron la puerta detrás suya.

29~


Capítulo 29:
{Narra Yina}
309
-Ya hemos llegado. Aquí tienes la llave de tu habitación y, cualquier problema, ya sabes donde estoy -dijo con el acento americano de la zona, me tendió la llave y anduvo sobre sus altos tacones negros por el largo pasillo.
Aparté la mirada y miré la puerta de delante mía. Respiré hondo un par de veces antes de llamar a la puerta ya que prefería no usar la llave justo ahora.
Un pequeño chillo sonó en el interior y pequeños y ligeros pasos se detuvieron delante de la puerta. Pasaron unos segundos de silencio cuando la puerta se abrió lentamente.
Una figura rubia una cabeza más pequeña que yo con pequeños ojos verdes se asomó con mucha timidez. Sonrió mordiendose el labio.
-Hola -dije con una sonrisa.
-Hola -respondió ella, abrió la puerta y se apartó-. Pasa.
Sonríe de nuevo, agarré la enorme maleta y pasé a la habitación.
No era demasiado grande ni iluminada, ya que solo había una pequeña ventana que daba al campus, ahora iluminado por farolas. El suelo estaba cubierto por una moqueta verde oscura y las paredes estaban pintadas con un gris claro. Al fondo había dos camas individuales con sábanas del mismo color verde y las mesitas de noche de madera oscura. En la esquina opuesta habían dos escritorios de madera también, una llena de papeles y libros abiertos y la otra completamente vacía.
-Soy Brooke.
-Yina.
-Buah, me encanta tu acento.
Sonreí ante su comentario. Era pequeñita y fina, con una nariz pequeña, al igual que sus labios, pequeños, finos y delicados. Llevaba el uniforme de la universidad, una camiseta blanca de tirantes con el escudo en un lado y una típica falda de cuadros rojos y verdes oscuros, con manoletinas negras y calcetines verdes hasta debajo de las rodillas.
-Hmm.. te he limpiado la mesa porque mi anterior compañera era una guarra y lo dejaba todo hecho un asco. Y solo para molestarme a mi, porque no soporto el desorden. Esta es tu cama y tu armario.
Sonreí de nuevo.
-Vale, gracias -dejé la maleta al lado de la cama y los bolsos encima de ella.
-Ah, espera -se acercó a, ahora mi armario, lo abrió y sacó el uniforme de el-. Toma, ya se que es un rollo esto de llevar uniforme, pero es lo que tiene las escuelas privadas.
Yo lo cogí mirándola y sin saber muy bien qué hacer con ello. Brooke miró su reloj de pulsera.
-Dentro de una hora y media hay cena, tienes tiempo para ducharte si quieres. Eso sí, tienes que ponértelo si no quieres que te castiguen. Son super estrictos con eso, bueno, con todo. Por desgracia hay duchas públicas, en las habitaciones solo ponen váter y lavabo. Supongo que no tengo que explicar por qué.
Reí bajito.
-Ya me lo imagino.
-Voy contigo que yo también me ducho.
Cogí el neceser, la toalla y el uniforme y seguí a Brooke por el pasillo.
-Lo bueno es que está cerca -empujó la puerta de madera y entramos en el baño.
Una nube de vapor caliente nos inundó a ambas tras cruzar el umbral. Se podía oír el chapoteo continuo del agua de las duchas contra el suelo mojado entre las voces de las chicas que hablaban entre ellas.
Mi compañera avanzó entre el pasillo amplio de lavabos y grandes espejos y esquivando a las chicas que andaban descalzas y enredadas en sus toallas de colores y otras ya vestidas con el repetitivo uniforme secandose el pelo o maquillandose. Ignoré lo mejor que pude los murmullos y las no muy agradables miradas que me dirigían algunas de ellas.
Se podía decir que el baño era el sitio más acogedor de la universidad que había visto por ahora, el suelo era de baldosas blancas y una gran ventana con cristales intransparentes en las que solo dejaba pasar la luz del exterior.
Justo al lado de la gran ventana, habían taquillas azules. Brooke se acercó a ellas y me señaló la mía. Me entregó una pequeña llave.
-Tu número es el 64. Aquí puedes guardar tus cosas, así no tienes que ir arrastrándolas por el pasillo -sonrió.
Con otra sonrisa, apreté la llave con fuerza y abrí el casillero.
Mi sorpresa no podía ser mayor cuando lo abrí; un montón de toallas blancas perfectamente dobladas y apiladas estaban en el interior, junto con tres frascos diferentes, todos de mi marca preferida de champú, pero solo lo compraba de vez en cuando, ya que era extremadamente caro.
Y ahí no había uno, sino tres botes distintos. Agarré uno y lo saqué de la taquilla.
-¿A todas os ponen esto? -pregunté aún sin creerlo.
Brooke abrió los ojos como platos.
-No, se supone que tienen que estar vacías -dijo ojeando el interior-. ¡Ala! ¡Toallas de seda!
-Emm... ¿tengo que asustarme?
Soltó una risa.
-No, tranquila. Algunos familiares o amigos pueden dejar recados para nosotros siempre que quieran.
Puse la mente en blanco. MI hermano no sabía que estaba aquí, o por lo menos en esta universidad, y Harry claramente no iba a gastarse tanto en mí. Solo me quedaba una persona y por mucho que quería ignorar esa opción, me di cuenta que no podía ser otra.
Mi madre.
Rápidamente, volví a dejar el frasco de champú en la taquilla y cerré la taquilla de golpe.
-Será mejor que me duche si no queremos llegar tarde a la cena -sonreí lo mejor que pude.
Brooke frunció el ceño, pero enseguida sonrió de nuevo.
-Claro -abrió la taquilla junto a la mía, sacó su neceser, toalla y continuó andando hacia el final de la habitación, en donde había un gran banco ya ocupado por montones de ropa, toallas y neceseres. Ella lo ignoró por completo y siguió andando, hasta que llegamos a una zona amplia con distintas duchas individuales con el mismo plástico azul de las taquillas. La mayoría estaban ocupadas, por lo que tuvimos que ir hasta el fondo para poder encontrar dos libres.
-Hmm... cuando termines, no te preocupes y no me esperes, vete a la habitación. Lo digo por que tardo un montón en ducharme.
Dejé escapar una pequeña carcajada.
-Está bien.
Las dos entramos en la ducha a la vez. El pequeño compartimento estaba dividido en dos, en un lado estaba la ducha y en otro lado había un pequeño banco y perchas para colgarlo todo.
Con calma y como siempre, me desnudé y lo dejé todo doblado y ordenado después de asegurarme que la puerta estaba bien cerrada. Apreté el botón y dejé que el agua cayera sobre mí, dejando que el agua me volvía a rizar el pelo como tanto odiaba y dejando que mi mente pensara en paz.
No podía creer lo que estaba haciendo mi madre por mi. Me había ignorado durante más de 10 años enteros y de alguna forma quería arreglarlo conmigo inscribiéndome en la mejor universidad de Canadá y además la más cara. Y ahora toallas y champús carísimos.
Pues si piensa que soy tan fácil de comprar con cosas caras, lo tiene claro” -pensé mientras me enjabonaba el pelo con el champú barato de supermercado.
¿Quién se ha creído que soy? ¿Una de esas niñas pijas y mal criadas a las que se enseña el gran diamante y se olvidan de todo? ¿Que soy de esas que olvida?” A veces me sentía demasiado rencorosa por algunas cosas, pero para otras, era necesario serlo.
Jamás me olvidaré de cómo me había ignorado durante todos esos años, ni de como se marchó sin dejar señales y de como venía una vez cada 5 días para “saludar”; cada vez que venía, venía muy tarde a la noche y salía pronto a la mañana.
Sí, tal vez ahora sea rica y famosa por todo el mundo por sus maravillosos libros que vendían como caramelos, tal vez haya cumplido su sueño al publicar su primer libro y ser escritora de éxito. Pero debería de haberselo pensado mejor antes de irse a la cama con tíos de los que desconocía el nombre y tener dos grandes errores, que éramos mi hermano y yo.
Simplemente, decidí dejar las cosas que me había dejado como las había encontrado.
Me sequé con delicadeza y sin prisa e hice lo mismo poniéndome la ropa. Guardé todo en el neceser, me colgué la toalla al hombro y abrí el pestillo de la ducha. Me dirigí hacia los lavabos y cogí un hueco libre en ellos después de guardar la ropa en la taquilla. Comencé a peinar mi pelo negro ahora ligeramente rizado. No me apetecía lo más mínimo empezar a plancharmelo ahora, con lo que cogí un poco de espuma y empecé a enredarlo en el.
Una chica de ojos color miel y el pelo oscuro largo hasta por debajo del pecho y con las puntas algo rizadas se instaló a mi lado, abrió su neceser de tela gris y sacó un peine de el. Volvió su mirada al espejo y la posó en mi. La chica perdió de pronto el color de la cara.
-Oh, Dios mío -dijo-. No puede ser. ¿Tú eres Yina Wilde?
-Hmm.. sí, ¿por qué?
-¡Oh Dios mío! -gritó- ¡La hija de Silvia Wilde! ¡Fer, Adam tenía razón! -chilló girándose.
Puse la mirada en blanco.
Un grito femenino atravesó la sala desde el otro lado de ella. Una chica de ojos marrones oscuros venía corriendo con su pelo rubio oscuro flotando en el aire y se puso al lado de su amiga. Me miró a los ojos.
-¡Hostia puta! ¡Sois iguales!
Yo seguía ahí, de pie, paralizada, con el peine en la mano.
-Eh.. ¿podeis decirme qué pasa? -atreví a preguntar.
-¿Tu no eres la hija de una escritora super famosa que ha escrito la mejor novela del mundo entero? -preguntó la rubia.
-No lo sé -mentí-. Hace mucho que no hablo con ella -volví a mirar al espejo y a peinarme el pelo.
Las dos lanzaron un chillo.
-¡Todo encaja! -otro grito- ¡Hasta teneis la misma peca debajo del ojo!
Me llevé la mano a la mejilla para ocultar la marca, que, como muy bien había dicho, era igual que a la de mi madre.
A mí nunca me había gustado llamar la atención a gente que no conocía, y estas dos no es que me ayudaran demasiado a pasar desapercibida. No había tanta gente como cuando había entrado, solo había un par de chicas vistiéndose y duchándose y un grupo de cuatro cinco chicas frente a un espejo que nos miraba raro.
-Soy Fer, Jenny-fer. En fin, tu llamame Fer -sonrió la chica rubia y medió dos besos.
-Yo soy Saddie -sonrió también e imitó a su compañera.
-Ah, veo que ya os conoceis -dijo Brooke, que acababa de llegar-. No me sorprendía al escuchar vuestros gritos.
-¡Tía, es Yina Wilde!
-Lo sé -Brooke se encogió de hombros.
-Cómo que “Lo sé”? ¡La hija de Silvia Wilde! ¡La escritora de “Vientos y Suspiros”! ¡Mi escritora favorita! ¡Aún no me lo creo! -Fer daba saltitos sobre sus manoletinas negras que todas las chicas llevaban.
-Mira que nos lo dijo Adam y nosotras no nos lo creíamos -decía Saddie entre risas.
-Bueno chicas, si queremos llegar a tiempo, tenemos que salir ya -señaló Brooke mirando el reloj de pulsera.
Salimos de la estancia y recorrimos el largo pasillo forrado de una alfombra roja. Llegamos al final del pasillo y bajamos las escaleras aún con la misma alfombra roja pegada al suelo, y las dos no pararon de parlotear ni cuando entramos en el gran comedor, con el suelo de parquet y distintas mesas blancas colocadas en dos columnas. Los alumnos estaban dispersados en grupos distintos y otros ya empezaban a formar la cola para empezar a servirse en el bufet. Brooke no se separó de mi en ningún momento, al igual que las otras dos, que se pegaron a mi como lapas y me atosigaban a preguntas.
-¿Ves ese de ahí? -Fer señaló un chico flaco con una camiseta de manga corta, pelo negro e impresionantes ojos marrones. Su cara estaba salpicada por pequeñas pecas casi invisibles. Estaba de pie, con los brazos cruzados y con el hombro apoyado en la pared-. Ese es Adam. Es guapo eeh.
-Joder -dije con la mirada clavada en el.
Una de las cosas buenas de América. Están tan buenos todos que tienes que mirar al suelo cuando vas por la calle si no quieres que se te vayan los ojos solos. Sólo por eso me iba de cabeza a Canadá” -podía recordar perfectamente lo que me dijo Ellen.
-Pues olvídate -dijo Brooke-. Es gay.
Mis ojos no podían estar más abiertos.
-¿Gay?
-Cómo es la vida eh. Los más guapos, o son gays o tienen novia. Y si están libres, por algo será. Así que..
-¡Ya no hay tíos decentes! -Saddie comenzó a andar en dirección al chico, que seguía con la mirada clavada que no pude ver, pero no paraba de tocarse el labio -¡Adam! -gritó.
Como casi acto reflejo, el moreno apartó la mirada y sonrió al ver a su amiga, se incorporó, anduvo hasta ella y besó sus mejillas. Y así lo hizo con Fer y con Brooke. Entornó los ojos en sorpresa.
-¡Já! -espetó señalando a la rubia, que cruzó los brazos-. Te lo dije -desplazó su mirada hacia mi y besó mis mejillas -Encantado, soy Adam. Y tu eres Yina Wilde, si no me equivoco.
-No te equivocas -sonreí.
Solo deseaba que dejaran de llamarme por el apellido.
-Será mejor que empezamos a mover hacia la cola, van a dar las 10.
-Creo que nunca voy a acostumbrarme al horario -dije posando la mano en el estómago, que no paraba de quejarse.
Los cuatro rodeamos la columna de mesas y nos pegamos a la pared, detrás del último en la fila.
-¿A qué hora cenáis en Inglaterra?
-A las 7 como muy tarde. ¿Cómo sabes que soy de Inglaterra?
-Por que tienes un acento encantador y por que lo he leído en internet.
-¿Salgo en internet?
-Claro. En la biografía de tu madre y en wikipedia.
-Ah.
-¡Hostia puta! -exclamó Saddie.
-¡Chit! ¡Esa boca Saddie!
-¿Qué pasa?
-¡Se acerca Nathan Golding!
-¿Por qué llamáis a la gente por su apellido?
-¡Hostia puta!
-¡Fer!
-¿Quién es Nathan Golder?
-Golding -me corrigió Adam tenso.
-Date la vuelta y lo veras.
Algo desconfiada, me di la vuelta disimulando lo mejor que pude y enseguida supe a quién se referían; un chico alto moreno con rizos y ojos marrones se acercaba a nosotras con la misma camiseta blanca. Parecía que le quedaba pequeña, ya que se le ceñía mucho al cuerpo, pero realmente le quedaba bien. Venía con una gran sonrisa en la cara. Solo esperaba que este no fuera gay también.
-Joder.
-¡Sht! No le hables hasta que él te hable a ti.
-¿Qué?
-Tu hazme caso.
-Eso es estúpido. Además, no viene hacia aquí -me volví a girar y a cruzarme de brazos.
-¡Disimulad! -susurró Fer.
Brooke rodeó los ojos y suspiró-
-Hola, rubia.
Fer enseguida se sonrojó de pies a cabeza.
-Hola, Nathan.
Se hizo un hueco en nuestro pequeño corro, poniéndose al lado mía y de Adam, que hizo un gran esfuerzo para mantener la mirada al frente.
-¿Quién es tu amiga? -me miró.
Arqueé las cejas.
-Oh, ehh, es Yina, vuelve nueva de Inglaterra.
-Con que inglesa, ¿eh? -con toda confianza, agarró mi cintura y besó suavemente mis mejillas-. Soy Nathan.
-Encantada -dije seca. Sabía que ese tío iba a caerme mal.
-Hmm.. voy a coger una mesa, ¿queréis cenar conmigo? -dijo, sin apartar la mirada de mi.
-¿Qué pasa? ¿Se han puesto malas las tías que te tiras? ¿O es que ya no hay dinero para pagarlas? -Brooke sonrió sarcastica.
Intenté omitir una carcajada.
-Brooke, tan amable como siempre.
Saddie, Fer y Adam parecían que querían matar a Brooke con la mirada.
-Bueno, ¿aceptais o no?
-Claro, Nathan, estaremos encantadas -Saddie sonrió.
-Genial.
-¿Yina Wilde? -preguntó una mujer con su pelo marrón recogido en un moño con un teléfono en la mano.
-Sí, yo.
-Tienes una llamada.

{Narra Harry}
-¡Devuélvemelo!
-¡No!
Louis seguía persiguiéndome por la habitación hasta que decidí salir de ella y seguir escapándome de el por el pasillo.
-¡Harold! ¡Será mejor que me lo devuélvas si no quieres rencores ni problemas! -amenazó siguiéndome.
Solté una carcajada y seguí corriendo con Louis pisándome los talones, cuando justo nos cruzamos con Simon en mitad del ancho pasillo. Nos paramos en seco delante de el.
-Chicos, nada de correr por los pasillos -nos señaló con el dedo.
-Sí, señor -dijimos los dos.
Asintió y siguió andando por el pasillo hasta que lo perdimos de vista. Me aseguré bien de que ya no podía vernos y comencé a correr de nuevo para que Louis no me alcanzara. Niall se interpuso en nuestro camino.
-¡Niall! -gité- ¡Cógelo!
-¿Qué?
Yo le lancé el teléfono y seguí corriendo, pero Lou no parecía interesado en el teléfono, ya que seguía persiguiéndome. Me lancé al sofá y cogí un cojín para protegerme.
-¡Ven aquí! -Louis no se sentó a mi lado y empezó a darme golpes con otro cojín -¡Dame el móvil!
-¡No lo tengo!
-¿Cómo que no? -almuadazo- ¡A mí no me mientas! -se veía que hacía todo lo posible para no reírse como lo hacía yo.
-¡Eh! ¡Chicos! ¡Os vais a matar! -dijo Liam, que se acercó e intentaba separarnos.
-¡No me quiere dar el móvil! -se quejó, incorporándose y cruzando los brazos.
Otra carcajada.
-Harry, devuelvele el móvil.
-No lo tengo. ¡Lo juro! -dije, aún tumbado y con el cojín en el regazo.
-¡Dámelo! -volvió a atacarme, sentándose en mi vientre y amenazando con su puño cerrado y apuntando con él a mi entrepierna.
-¡SHT! ¡Tranquilo! Te digo donde está si me devuélves el mío.
Levantó el puño.
-¡Para! ¡Niall! ¡Niall! ¡Socorro! ¡Quiere dejarme sin hijos! ¡Liam! ¡Haz algo!
-¿Sabes? He decidido que podeis arreglarlo entre vosotros. ¡Divertíos! -sonrió y salió de la sala.
-¡Liam! ¡Traidor!
-¿Qué pasa? -dijo Niall con una zanahoria en a boca.
-¿Me devuélves el movil que te he lanzado? -sonreí- ¿Por favor?
Metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono. Me lo lanzó de la misma manera que se la había lanzado yo, me cayó al pecho y lancé un gemido cuando cayó. Louis en seguida lo agarró como si fuera su más preciado secreto. Se levantó de un brinco. Y cuando se dispuso a salir de la habitación, agarró la zanahoria que Niall sostenía en la mano y la metió en mi boca.
-Buf, mucho más sexy -y salió de la habitación.
-Toma -dije tendiéndole la verdura a Niall.
-Puaj, para ti. No es por ti, eh. Solo que... me callo.
Me encogí de hombros mientras me incorporaba y Zayn entraba en la habitación con la mirada baja y las manos metidas en los bolsillos.
-Harry -dijo.
-¿Qué?
-Necesito tu ayuda.