32~


Capítulo 32:
{Narra Yina}
El comienzo de las clases habían transcurrido mejor que lo que pensaba y esperaba. Mis compañeros y compañeros me habían recibido con muy buen pie y por mi sorpresa, todos sabían lo de mi madre, algo que no me agradaba demasiado.
Era viernes por la tarde, por lo que a partir de ahora eramos libres hasta el lunes siguiente.
Después de ducharme y ponerme los vaqueros y la sudadera blanca de la universidad, volví a mi habitación. 
-¿Estás lista? -pregunté al entrar, cogí el móvil y me lo metí al bolsillo.
Brooke se estaba peinando enfrente el espejo.
-Sí, ¿has llamado a las demás?
-No, prefiero que me acompañes para enfrentarme a ellas. Estarán por las paredes.
-Ya te digo. ¿Adam viene?
-Creo que sí, pero no sé -suspiré.
Soltó el peine y se acercó a mi. Posó una mano sobre mi hombro.
-¿Estás segura de hacer esto?
Asentí, con un nudo en la garganta. 
Me sonrió comprensiva y agarró su chaqueta.
-¿Vamos?
-Vamos.
Se aseguró de tenerlo todo en los bolsillos de sus vaqueros y atravesamos el pasillo hasta casi el fondo del todo, para recoger a Saddie y a Fer. No hizo falta llamar a la puerta, ya que las dos estaban más que preparadas, dando saltitos y gritos que retumbaban entre las paredes del pasillo.
-¿Qué llevais en ese penco bolso? -preguntó entre risas Brooke.
-Es por si acaso -Saddie estaba radiante, como siempre, aunque esta vez mucho más, ya que estaba acostumbrada a verla con el cutre uniforme de la universidad, por muy bien que le quedara. Se había planchado sus características puntas rizadas hasta no dejar ni rastro de ellas. Llevaba una bonita falda azul oscura de tubo y una blusa blanca, con altos tacones negros que hacían sus piernas más largas todavía. Pero lo que realmente completaba su modelito, era su gran sonrisa que le cruzaba toda la cara entera. Y la misma figuraba también en el rostro de Fer, que llevaba unos vaqueros pitillo y una camiseta de tirantes rosa, con unas converse negras desgastadas.
Brooke soltó una carcajada.
-¿Los llevais todos? -escandalicé.
-Desde el primero hasta el último -respondió Fer orgullosa.
Di un pequeño brinco cuando escuché que una puerta cercana se abría y una chica con el pelo largo y pelirrojo y muy muy rizado se asomaba por ella.
-¡Leo! -exclamó Saddie, llamándola -¡Te estábamos esperando!
Con una leve sonrisa, se acercó a nosotras y sal
-Qué pija, Saddie -bromeó.
Todas reímos a excepción de Saddie, que se apartó el pelo de un manotazo y dijo:
-Pues claro que lo soy.
-¿Qué demonios lleváis ahí dentro? -señaló el bolso negro que llevaba Fer colgando del hombro. 
Ésta suspiró.
-Nada -lo protegió con los brazos.
Leo desplazó su mirada hacia mí y me miró dudosa. Yo me encogí de hombros.
-Anda, vamonos. Estas dos pueden llegar a explotar. 
Salimos del edificio después de asegurarnos que Adam no podía venir. Las dos cotorras -sí, por muy bien que me cayeran las dos, les había asignado ese nombre, ya que, realmente, lo eran, pero en sentido cariñoso- estaban a nuestras espaldas sin parar de hablar, reír y dar saltos y gritos.
Por muy nerviosas que estuvieran, de ninguna de las maneras podían superarme. Parecía que el globo que tenía en el estómago podía explotar en segundos y cada paso que daba era más inseguro e inestable. Temblaba más que un perro aterrorizado y no paraba de morderme las uñas, cosa que jamás hacía.
Brooke pareció notarlo y me dio unas palmaditas en el hombro.
Yo le sonreí.
Cuando llegamos al parque cercano a la universidad, las cinco nos paramos y formamos un pequeño círculo. 
-Cuando os llame podéis venir. Pero sólo cuando os llame. No os aseguro que las cosas vallan bien, así que lo más probable es que no la conozcáis -dije.
Las cuatro asintieron, sin borrarseles las sonrisas de sus caras. 
Daría igual qué les dijera, jamás dejarían de luchar. 
Me despedí de ellas saludando y Leo me deseó suerte. 
Atravesé el parque casi a trompicones, ya que parecía que mis piernas no querían responder a mis órdenes. 
Aún no me creía lo que estaba haciendo. ¿Por qué lo hacía? No se lo merecía. Pero la verdadera razón por la que lo hacía era por ellas, por las chicas que me habían acogido tan rápido. Como si siempre hubiera estado a su lado.
A Leo la conocí al día siguiente de mi llegada. Era una chica muy alocada y divertida. Era una de las chicas más majas que había conocido nunca. Alta y delgada y ninguna de nosotras sabía a dónde iba la comida que comía. La primera impresión que tuve de ella fue bastante mala, si soy sincera. La veía como otras de esas chicas pijas y anoréxicas que sólo se fijaban en el exterior. Pero luego me di cuenta que ella las odiaba tanto como yo. Sabía que me iba a llevar muy bien con ella.
La calle que me había indicado estaba a unos pasos de mi posición. Enseguida visualicé el bar en el que habíamos quedado. Era un salón de té bastante conocido en la zona según las chicas.
Resoplé sólo al ver el local. 
Sólo con este gesto sabía que no me conocía para nada, ya que odiaba este tipo de locales. Eran burdas y curtes imitaciones a los verdaderos salones de té de Inglaterra y no podía soportarlo. 
Aún así, seguí caminando con el rostro más serio que nunca.  Sin vacilación alguna entré en la estancia y enseguida la busqué con la mirada y la encontré casi al instante, ya que el local estaba prácticamente vacío, aunque fueran las 4.
“Americanos” -pensé-. “¿No saben que la hora del té es a las 4?”
Por muy raro que me pareciera, el local era más acogedor de lo que esperaba. Con mesas y sillas de madera colocadas ordenadamente en filas y las sillas eran reemplazadas por cómodos sofás color marrón claro en  las esquinas del fondo. El suelo estaba recubierto por un parquet oscuro y  y en contraste de las luces naranjas hacían ocultar la oscuridad del interior por la ausencia de ventanas. 
Realmente era una buena copia. 
La mujer en cuestión estaba sentada en uno de los sofás del fondo ojeando el periódico que tenía pinta de antiguo. La reconocí con facilidad porque mis mismos rizos, ahora planchados, le caían sobre la cara y tenía mis mismos ojos negros. Hasta sus gestos me recordaban a mí.
El nudo que ya tenía formado en la garganta se apretó con más fuerza. 
Me quería ir de ahí, salir corriendo y no verla nunca más, pero otra vez mis piernas habían cobrado vida propia y no querían moverse. 
Sus ojos, negros pero preciosos, se posaron en los míos y una gran sonrisa se le dibujó en la cara. Con agilidad se levantó de su asiento. 
Eso fue mi aviso, porque mis piernas ya empezaban a reaccionar y salí fuera del local, para volver a irme, pero su firme y delgada mano me agarró la muñeca, llamando mi nombre en susurros. 
Sin evitarlo, me di la vuelta y me tropecé otra vez con su mirada insistente que no paraba de mirarme.
-¿Qué? -pregunté rasposa. 
-Por favor. Vamos a sentarnos y hablemos. Sólo eso.
Yo me mantenía débil.
Era débil. Muy débil. Y sabía que tarde o temprano iba a caer. Ambas nos sentamos en la mesa que había ocupado y dejó que me sentara en el sofá mientras ella se sentaba en la silla de madera de enfrente mía. Me crucé de brazos nada más sentarme en el asiento, que era más cómodo de lo que parecía. 
-Cielo, yo.. No sé cómo decirte esto. Te veo tan mayor y tan cambiada que me he quedado absolutamente en blanco. Estás guapísima.
-Bueno, es problema tuyo que me veas así de “mayor” -entrecomillé la palabra con los dedos-. Eras tú la que no venías a casa. 
-Y no sabes cuánto lo siento, Yina -parecía que le costaba decir mi nombre.
-Y preferiste el trabajo antes que a mi. 
-Te equivocas. Os prefería mil veces a ti y a Aiden. Mil veces. Créeme. 
-¿Y qué pasó? ¿Por qué nos abandonaste? -casi grité, intentando no soltar las lágrimas que comenzaban a asomarse. 
-No os abandoné, cielo. Es muy difícil de explicar, además de ser una historia muy larga. 
-Pues inténtalo. A lo mejor se te ocurre algo, ¿no eras escritora?
Torció el labio. 
Respiró muy hondo antes de soltar su pasado.
Tenía razón en una cosa: era una historia muy larga. , y mientras ella contaba con paciencia, yo la interrumpía a menudo con preguntas, que fueron contestadas al momento. 
Mi madre desde que era pequeña siempre había deseado con todas sus fuerzas dedicarse a la escritura, publicar un libro. Aunque solo fuera uno. Era algo que la tenía enganchada, a todas horas y en todas partes traía su pequeño cuaderno para apuntar cualquier idea, por muy tonta que fuera. Muchos la llamaban obsesionada, ya que tampoco se despegaba de los libros. Siempre tenía algo que leer. Con la edad de 16 años por fin terminó la primera novela que había escrito, después de dos duros años de trabajo e investigación. Pero lo había conseguido.
La mandó a todas las editoriales del país que conocía, desde las más viejas y trastocadas hasta las más nuevas y conocidas. Pero no recibió respuesta de ninguna de ellas. Se sintió fatal las próximas semanas y decidió que jamás volvería ponerse a escribir, ni siquiera a leer. Consideraba que no servía para eso. Al reconocer su fracaso, buscó un buen trabajo para poder pagar sus estudios.
Después de unos meses llegaron a su cutre apartamento cinco cartas de editoriales distintas. Inanimada y malhumorada al recibirlas no quiso abrirlas ya que sabía que cada una de ellas ponía lo negativo. Pero, aún así, las abrió. No podía dar crédito a lo que sus ojos veían. En cada una de ellas le daban la enhorabuena por su trabajo y por consultar y confiar en dicha editorial. Confiaban en que su obra estaría publicada para mitades del año que viene. En las cinco cartas. En las cinco editoriales. 
Su alegría no podía ser mayor al leer aquello. Por fin su sueño, trabajo y esfuerzo se hacían realidad. Y todo en menos de un año.
El tiempo fue pasando y empezaba a contactar con diseñadores de portadas de las distintas editoriales y firmando contratos por toda Inglaterra. A la última entrevista que fue con el diseñador de la última editorial, fue mejor de lo que ella podría haber deseado. Era una de las editoriales más importantes del país y estaba más nerviosa que nunca. Ella justo había cumplido 17 años y el diseñador, según la chica de la editorial, tenía 35. La verdad es que la edad le había sorprendido bastante, ya que los demás eran bastante más mayores. Mi madre no se guardó ningún detalle en todo el relato, pero en esta parte fue directa al grano: lo suyo era amor. 
Cuando en libro fue publicado y había sido número uno en ventas en varias de las editoriales, se quedó embarazada por fruto de un error. David, el diseñador, y mi madre jamás habían pasado la noche juntos porque no podían por diferentes factores: La primera, su considerable diferencia de edad, segunda, su relación profesional, y, tercera, su representante se lo prohibía. Pero a los dos les dio exactamente igual, más de una vez quedaron para hacer “negocios” y a “pensar sobre nuevas portadas”. Cada vez que quedaban se lo pasaban demasiado bien, pero nunca pasaron a más. Esa noche fue la excepción  y la consecuencia fue el embarazo de mi hermano mayor. Después de pensarlo detenidamente y sólo escuchando a sus propios pensamientos, decidieron tenerlo. 
A la edad de 19, con tres libros distintos publicados y los tres en éxitos de ventas, me tuvo a mí. También como error. Con un hijo los dos ha tenían suficiente y otro bebé supondría un cargo para ambos, pero cuando ya tenían decidido abortar, se dieron cuenta que era demasiado tarde. Cuando pasó un año, David y mi madre perdioeron el contacto ya que había sido despedido y agenciado a otra editorial. Por lo que, desde entonces, ya no lo había vuelto a ver. 
-Tu padre quería llamarte Kurt.
-¿Kurt? Es nombre de chico... -murmuré.
-Lo sé. Y él lo sabía, pero le gustaba y decía que el nombre pegaba con los rizos -sonrió y bajó la mirada.
-¿Tenía rizos entonces?
-Buf, muchos. Tan mona -sacudió la cabeza y volvió al tema de nuevo-. Y bueno, no tuve otra opción que ponértelo, porque yo había elegido el nombre de tu hermano, decidimos que le tocaba a él. 
-¿Entonces?
-Cuando se fue te cambié el nombre porque ese nombre me recordaba demasiado a él. Esa fue una de las razones por las que me fui cuando tenías 12 años. De veras que lo siento. No voy a pedirte que me perdones, porque ya se que ahora no puedes, pero sí te voy a pedir que lo pienses. He cometido tantos errores durante la vida.
Ahí estaba mi dilema.
¿Dilema? Qué coño, yo no confiaba en ella. Ya no. 
Pero aún así, asentí.
-Mamá, sólo te voy a decir que mientes de puta madre -no me creía que la acababa de llamar mamá.
Sonrió abiertamente y luego suspiró.
-Muy bien, si no quieres creerme tu verás. Pero yo te juro por mi vida que lo que te acabo de contar es totalmente cierto.
-Vale, te creo. Pero quiero conocer a papá.
La media sonrisa que tenía  se le borró de la cara por completo y sus ojos se volvieron sombríos y con un matiz de rabia.
-Oh, yo.. bueno, lo entiendo. Haré todo lo posible para conseguir una cita con él. Pero no creo que sea posible...
-Vale, ya está. Sabía que era un bulo.
-Cielo.. -comenzó a decir mientras me levantaba.
-No me llames cielo. No quiero que me llames más. Y puedes coger tu champú caro y tus toallas de seda. No quiero nada más tuyo. 
-No, déjame que te explique, por favor te lo pido. Aunque sea muy difícil de explicar -rápidamente agarró el bolso y me siguió fuera del local. 
Me detuve y me crucé de brazos.
-Si no te has creído lo anterior, seguro que esto tampoco te lo crees. No me lo creo ni yo.. -murmuró.
-A ver, dime. La verdad es que quiero oírlo.
-Sólo si me prometes que no te vas corriendo y lo consideras y lo piensas. Te aviso que es bastante increíble. 
Suspiré. 
-Pero bueno, ¿por qué tendría que prometerte a ti nada?
Se puso seria y me miró a los ojos.
-Yina, ¿quieres saberlo o no?
-Vale, vale. Lo prometo.
Respiró hondo.
-Tu padre está en la carcel.

                                ~

{Narra Jane}
Jueves por la tarde. Duchada, vestida y arreglada. 
No podía estar más emocionada. Mi hermano iba a ser padre. ¿Cuándo pensaba decírmelo? Pero no había tiempo para enfados ni preguntas, ya que estaba más emocionada que nunca. Esta mañana se había marchado y sólo deseaba que llegara lo antes posible.
A partir de esa tarde tenía libre hasta el lunes, porque estos días no venían apenas niños y eran bastante inútil que fuera yo si nadie asistía  las actividades, así que Brad me había dejado los días libres.
Ahí estaba, en el sofá de mi casa, aburrida y completamente sumergida en mi mente. Di un brinco en el sitio al escuchar el timbre de la puerta, que me sacó por completo de mi mar de pensamientos. 
Dando saltitos felizmente, me acerqué a la entrada y abrí la puerta, y ahí estaban las tres, sonriendo también, igual de emocionadas que yo. 
Yo las invité a pasar y todas nos sentamos en los sofás del salón. 
-¡No puedo más! ¿Segura que no puede llamarte? ¡Si te vas a dar cuenta igual! 
-Tranquila. Y lo sé, pero lo entiendo, sólo una llamada por integrante en el grupo.
-¿Entonces? Puede llamarte, ¿no? -señaló Lena.
-¿Y su madre, lista? 
-Ah, bueno. ¿Prefiere a su madre a ti? 
-Pues claro. Es normal, yo también haría eso. 
-¡Pues vaya! -Ellen se dejó caer en el sofá.
-Lena, ¿segura que no quieres venir con Jane y conmigo mañana? -preguntó Jess con su voz tranquila. 
Negó con la cabeza.
-Prefiero no tener que enfrentarme a él. Ya es bastante incómodo tener que pensar en él, así que....
-Te recuerdo que fuiste tu la que no querías nada, eh.
-¡Que sí coño! ¡¿Me lo vais a repetir siempre?!
-Te relajas -se defendió Ellen.
-Bueno, si no quieres venir, no vengas. Luego no preguntes qué tal..
Suspiró.
-No lo haré -dijo con voz apagada.
Me encogí de hombros y simplemente lo dejé pasar. Ahora mismo no permitía que nadie me arruinara la tarde. 
-Jane, ¿has hablado con Anne? 
-Síp. Está todo arreglado, mañana a las 12 en el aeropuerto.
Jess se frotó las manos. 
-¿Qué decís? ¿Queréis ver una película antes de ir a cenar? -propuse.
-¡Sí! ¡Veamos “Narnia”! -chilló Lena. 
-¿Otra vez? -se quejó Ellen.
-¡Sí! 
-Paso. Otra.
-¡Joo!
-Hmmm... ¿tienes “4 Bodas y un funeral”? -propuso Jess, como siempre, intentando arreglarlo.
Asentí, sonriendo. Estaba más feliz que nunca. 
-Claro. 
-¡Esa es preciosa! 
-Sí, claro, ¿qué nos quieres poner, Jane? ¿Porno? 
-Exagerada, sólo hay una escena de sexo.
-Pues eso. Porno. 
Lena bufó.
-A ver, ¿en qué quedamos?
Justo cuando iba a meterme, el timbre de la puerta sonó una vez más. Con el ceño fruncido y con la curiosidad recorriendome el cuerpo, abrí la puerta. 
-¡Hola guapa! 
-¿Ethan? -pregunté, dejando que me besara las mejillas- ¿Qué haces aquí?
-Bueno, la semana pasada me quedé con ganas de verte y pensé que tal vez podía hacerte una sorpresa, ¿qué te parece? -sonrió con un brillo especial en los ojos.
-Oh, me encanta -sonreí-. Pasa, pero no estoy sola -dije, abriendo más la puerta para dejarle pasar.
-¿No? Te pillo con el novio ¿o qué?
-No, no -dije riendo.
Ojalá. Cerré la puerta y volvimos al salón. 
-¡Ethan! -gritó Ellen que estaba encima de Lena intentando quitarle la película mientras Jess intentaba bajarle -¿Qué haces aquí?
-Da igual, no me interesa -se volvió y continuó atacando a Lena, que se negaba a soltar el DVD.
-Estábamos a punto de poner una película -le aclaré a Ethan, que observaba a mis amigas con la boca medio abierta. 
-Ah, bueno, si lo prefieres vengo otro día, es que tengo que hablar contigo en privado.
-No, tranquilo, les pongo la película y se quedan tranquilitas. Sólo será un segundo. 
Con un simple gesto, le arrebaté la caja  de las manos de Lena e introducí el disco . Descubrí que al final Lena había ganado, ya que la película que comenzaba era “Narnia”.
A mí, personalmente me encantaba la película y nunca me cansaba de verla, pero realmente tenía mucha curiosidad  por lo que Ethan tenía que decirme, por lo que agarré su mano y los dos fuimos a la terraza para que pudiera hablar tranquilo. 
-Vale, cuéntame. 
-Bueno, yo..- a pesar de su postura firme y segura, su voz  temblaba ligeramente, como si estuviera algo nervioso. 
Me sonrió sincero y no pude evitar hacerlo yo también. Después, sin previo aviso ni permiso, se acercó a mi, y me besó en los labios. 

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