Hola lectoras/es!
Después de varias semanas, pensándolo mucho, he decidido que voy a seguir con la novela. Pero no quiero volver a pasarlo mal, como lo hacía escribiendo la primera. Sí, lo pasaba mal. Tenía miedo, miedo de que si taraba demasiado en subir capítulo perdería lectoras, la gente se olvidaría de esta novela, y por eso me daba prisa en escribir, y acabé por odiar algo que en realidad amo con toda mi alma, que es el escribir. Y sé que no soy la única a la que le ha pasado -conozco a gente que también le ha ocurrido-, y sé que esta es sólo una novela más. Pero para mí es muy importante, porque cuando la empecé a escribir jamás pensé que iba a llegar hasta aquí, con más de 50.000 visitas al blog. Igual para otras personas no es nada, pero yo ya estaba dando saltos con 3.000. No sabéis lo mucho que significa esta novela para mí.
Por eso voy a cambiar de táctica. No quiero pasarme el día avisando a gente cuando resulta que no lee ni la mitad. Tengo dos opciones.
Primero, a todos los lectores, os recomiendo que os creéis una cuenta en wattpad y me sigáis en mi cuenta. Las razones son dos: Una de ellas es porque no sólo encontraréis mi novela, si no otras que voy a ir subiendo y que no subiré a blog {para mí es mucho más cómodo} y también muchas otras historias que son MUY buenas -mucho mejores que esta-. Y la segunda es porque así yo no necesitaré avisaros con cada capítulo que suba, ya que él mismo os mandará un mensaje a vuestro correo electrónico.
Y la segunda opción es avisar por twitter y tuenti -prefiero twitter- pero SÓLO avisaré a gente que SÉ que leen. Yo misma lo decidiré.
El caso, el prólogo ya está escrito, y lo subiré el 7 de Agosto, posiblemente por la mañana, aunque avisaré también para el prólogo.
Bueno, pues eso es todo. ¡Gracias por leer esto!
56~
{Narra
Yina}
Un
agudo dolor de cabeza me atravesó la frente. Me daba miedo abrir los
ojos, ya que sentía los parpados demasiado pesados y temía que
podría no poder abrirlos. Antes de nada, me pasé la mano por la
cara y me froté los ojos, antes de abrirlos. Recorrí la habitación
con la mirada, y no reconocía nada de ella. Yacía en una cama
doble, pero estaba tumbada sola; no había nadie a mi lado. La
habitación era grande y elegante, como de persona adulta. Las
sábanas eran grises y así las paredes. Sólo había una ventana,
que estaba en la pared de al lado de la cama, que ofrecía la mayoría
de la luz que entraba en la sala. La única, mejor dicho; la lámpara
que colgaba elegante del techo estaba apagada, y la puerta cerrada.
Ceñí. Luego trasladé la mirada a mí misma. Me asusté bastante,
ya que estaba completamente desnuda. Completamente. ¿De quién
demonios era esa habitación y qué estaba haciendo ahí desnuda? De
repente entré en pánico. No sabía qué hacer, si moverme de ahí y
hacer como si nada pasado, o pedir una explicación a quien quiera
que fuera el dueño de la casa.
Me
envolví con la sedosa sábana gris y me vestí con mi ropa, que
estaba perfectamente doblada en una silla al lado de un tocador.
Busqué la puerta en la habitación que podría dar a un baño, pero
sólo encontré la de un armario. Pensé que quizás eso podría
darme pistas del dueño -o dueña- de la habitación. Abrí la puerta
con mucho cuidado por miedo a que podría hacer ruido y revolví un
poco por la ropa. No era ropa de chico.
Era
ropa de hombre.
Me
llevé las uñas a la boca, realmente asustada.
-Mierda
-murmuré.
Miré
por la ventana y se me cruzó la idea de que podría salir por ahí,
pero estaba demasiado alto y podría romperme algo con la caída.
Estábamos en un séptimo piso seguro. Y cerca del centro de la
ciudad, ya que circulaban muchos coches ahí abajo.
Maldije
en voz baja. Me hice a la idea de tener que salir por la puerta y
tener que enfrentarme con el hombre que me tenía desnuda en su cama.
Deseé que no estuviera en casa y no tener que verle la cara.
Respiré
hondo y abrí la puerta, otra vez con miedo. Me encontré con un
pasillo largo y luminoso, con suelo de madera y paredes blancas
adornadas con algunos cuadros, y algunas puertas aleatorias, también
de madera. Avancé por el pasillo y tuve que bajar escaleras para
encontrar la salida. En la planta de abajo, un amplio salón tomaba
sitio. Estaba todo muy ordenado y limpio. Me paralicé al ver a un
hombre de mediana edad, de espaldas ante la barra de la cocina
preparando algo. De espaldas no pude reconocerle.
Sonreí
cuando vi la puerta que parecía dar a la calle nada lejos de mí, y
ya empezaba a trazar un plan mental para llegar hasta ahí sin ser
descubierta.
Di
varios pasos sigilosamente hasta ella, y justo cuando iba a alcanzar
la puerta, la madera del suelo crujió bajo mis pies. Maldije en voz
baja.
El
hombre de a cocina se dio la vuelta sobresaltado y unos ojos azules
se clavaron en los míos. Un escalofrío demasiado marcado me
recorrió la espalda.
Me
sonrió. Yo no pude mover un músculo.
-¿Christian?
-sólo pude hacer sonar un mínimo susurro, que apenas yo escuché.
-Buenos
días. ¿Todo bien?
Tuve
que hacer un gran esfuerzo para no desencajar la mandíbula. Me
acerqué a él sin apartar la mirada de él. No parecía muy
afectado, ya que me miraba con mirada penetrante y insinuante, con
una pequeña sonrisa torcida presente en su rostro.
Estaba
desconcentrante. Sabía perfectamente qué había pasado, aunque con
su mirada lo estaba empezando a dudar. Yo no quería mencionarlo. Y
esperaba que él no lo hiciera, aunque sabía que tendría que
hacerlo.
Al
final me obligué a hablar para romper el incómodo silencio que se
estaba empezando a formar:
-¿Qué...
qué pasó anoche?
Bajó
la mirada y sonrió al suelo, tratando de ocultarla. Alcé las cejas
y me crucé de brazos.
Parte
de mí estaba dando saltos de alegría al verme a mí misma en la
casa de Christian Forrest, el profesor con el que fantaseaba. Pero
otra parte de mí estaba aterrorizada. No sabía si estaba lista para
aquello. Él no parecía incómodo.
-¿Quieres
algo para comer?
Me
llevé la mano a la frente.
-Christian.
-¿En
serio quieres hablar sobre eso? ¿Quieres un dibujo?
Me
estaba tratando como a una niña pequeña. No me sentí a gusto.
Levanté
las palmas y le di la espalda.
-Está
bien. Ten un buen día -hice ademán de dirigirme a la puerta, y me
sobresalté cuando noté su mano chocar con la mía. Me dio la vuelta
e hizo que le mirara a la cara.
-Lo
siento -me dijo, sus ojos centellando.
-Me
usaste. Era vulnerable, y en vez de cuidar de mí, me usaste. ¿Quién
me trajo?
Me
dolía demasiado la cabeza para discutir, y no tenía ganas. Y mucho
menos con un profesor que supuestamente debería darme clase y no
pasar la noche conmigo en su casa.
Apartó
la mirada y tensó la mandíbula.
-Tú
quisiste venir. Pensé que estabas mejor. Y tú empezaste -me amenazó
con el dedo.
-¿Que
yo empecé el qué?
Alzó
las cejas.
-¿Quieres
otro dibujo?
Resoplé
y me zafé de su mano para dirigirme a la puerta de nuevo. Y el me
detuvo otra vez.
-Yina,
escucha. Tengo... -esta vez fui yo la que alzó las dejas. Nunca
había visto a un profesor dudar-. Tengo que contarte una cosa.
Ahí
me picó la curiosidad. Pero lo lo dejé ver demasiado. Dejé soltar
una risotada.
-Oh
vamos. No lo vas a conseguir, Forrest.
Puedo
jurar de que pude ver una pequeña sonrisa pícara asomar por su
rostro, pero enseguida la borró para que no lo notara. Se puso serio
de nuevo.
-Es
serio, Yina. De verdad.
Decía
eso con su mirada sincera, con la que me miró ayer a la noche cuando
me sacó de la barra, cuando me prohibió beber más. Y cuando yo no
le hice caso.
Al
final acabé por ceder bajo su atenta mirada, que me pedía a gritos
que le escuchara, que confiara en él, en silencio. Suspiré y le
seguí de vuelta a la cocina, donde me hizo sentarme enfrente suya,
en la encimera de la cocina.
-¿Qué
pasa?
Suspiró.
Desplazó su mirada de la mía, vacilando, y luego la volvió a
clavar en mis ojos.
-Es...
es sobre tu padre. El por qué lo conozco.
Alcé
las cejas. No me esperaba aquello. Bajó la mirada y miró sus manos,
que jugaban con un trozo de papel, nervioso.
-¿Recuerdas
tu primer día aquí?
Lo
recorrí rápidamente con la memoria, intentando pararme en algo que
podría ser importante para todo eso, pero no encontré nada
interesante. Algo alarmante.
-¿Qué
pasa con él?
-Yo
me encargué de que tuvieras las mayores comodidades. Sabía que ibas
a venir, conocía a tu padre aquí. En el recinto. ¿Y sabes por qué
le metieron en donde está actualmente?
Todo
eso era absurdo. No me importaba el pasado de mi padre. No sabía por
qué él intentaba decirme aquello ni de por qué él intentaba
ayudarme. No sabía nada.
Algo
de lo que decía no encajaba, de nuevo. Recordaba perfectamente cómo
mi madre me había dicho que se conocieron en la editorial. Alguien
de los dos me estaba mintiendo.
-No
te creo.
Alzó
la mirada y me miró a los ojos. Sonrió levemente.
-Me
lo temía. Bien. Sé por qué es. Crees más a tu madre, ¿no es
cierto?
Estaba
intentando contarme algo, pero sin ser directo. Quería que yo misma
supiera de qué hablaba. Comenzaba a sentirme incómoda.
Reflexioné
unos minutos en silencio.
-¿A
tu madre? ¿Esa madre que te dejó tirada en Inglaterra, y que apenas
de visitaba?
-Para.
No tienes derecho a decirme eso.
-Tengo
derecho a protegerte.
-¡No
lo tienes! Sólo eres mi profesor de Literatura, nada más. Mi madre
es mi madre y la creo más a ella.
-Bien.
¿Cómo te contó que se conocieron ellos?
Parecía
saber la respuesta.
-En...
en la editorial en la que iba a publicar su libro.
-Exacto.
-Sonrió-. Se equivoca de persona.
Fruncí
el ceño. Me había desconcentrado.
-¿Qué
quieres decir?
-Escucha.
Yo soy el que trabajaba en la editorial. Yo soy el quien editó su
portada. Y tu padre es un asesino.
-Eso
es totalmente incoherente.
-Tu
madre se enamoró de mí, pero tuvo el error de tener un primer hijo
con él. No quería que sus hijos tomaran a su padre como un asesino,
por lo que me pidió que le cambiara los papeles. Ahora yo soy el
malo. Y luego naciste tú.
Me
quedé sin habla. Realmente tenía lógica, pero no quise admitirlo.
-No
te creo.
-Tu
madre me matará si se entera que me he acostado contigo.
-¡Cállate!
¡No te creo, tú no eres nadie para decirme eso!
Sin
darme cuenta me había levantado de la silla y había empezado a
gritar. Él se levantó también , y me sujetó de las muñecas, para
intentar tranqulizarme.
-Yina.
Si piensas que te lo he dicho para hacerte daño estás muy
equivocada. Tú me importas, ¿de acuerdo? Me gustas, incluso.
Cuando
me pasó el pulgar por la cara fue cuando me di cuenta que estaba
llorando a lágrima viva. Tenía la cara empapada por el sudor y las
lágrimas.
Mi
padre era un asesino.
Me
soltó las muñecas y rodeó mi cintura con sus brazos, obligándome
a abrazarlo. Y se lo agradecí más tarde. Se apartó escasos
centímetros de mí para que pudiera mirarme a los ojos y colocó sus
labios en los míos.
{Narra
Jess}
-¿Segura
que lo quieres hacer?
Jane
me miró extrañada.
-Claro.
Es la pregunta más estúpida que me has podido hacer -volvió a
poner su mirada en frente suya.
Aparté
la mirada con los labios fruncidos y también me concentré en el
camino. Durante todo el camino hasta la casa no dijimos nada más.
Jane
me había pedido que la acompañara hasta los chicos porque
necesitaba contarle a Harry unas cuantas cosas. Sobre todo lo de
Ethan, pero el resto no me quiso contar.
La
casa ese día estaba especialmente vacía. Sólo quedaban otros dos
concursantes, ya que ese sábado se emitiría la final en directo, y
se notaba la tensión en el aire. Probablemente estarían ensayando
como locos.
El
único visible en esos momentos era Zayn, que estaba sentado en el
sofá con el móvil entre las manos.
-A
esto lo llamo yo una cálida bienvenida -dijo Jane con sarcasmo, que
me hizo recordar a las cosas que Ellen decía en esos casos.
Zayn,
por lo visto, se asustó y nos miró espantado. Luego apartó la
mirada y respiró tranquilo.
-Joder,
me has asustado un demonio.
-Pero
si hemos llamado a Harry de que íbamos a venir -dije yo, bajo.
-¿Dónde
está el resto? -preguntó Jane.
-Jane...
no... no te había visto -dijo, e intentó sonreír, pero no resultó
muy convincente.
Ella
también sonrió. Parecía muy feliz de estar aquí. Añadió una
pequeña risita.
-No
importa. ¿Dónde están?
-Niall
y Liam están comprando no-sé-en-dónde, y Louis.... Louis y Harry
están arriba.
Le
hice un gesto a Jane para que subiera y en seguida su rostro de
descompuso. Asintió y subió las escaleras.
Miré
a Zayn.
-¿Quieres
sentarte?
Sonreí.
Me moví hasta su lado y me dejé caer a su lado en el sofá verde
oscuro y apagado.
Suspiró.
-¿Sabes,
J? No sé si estoy listo.
-Listo,
¿para qué? -pregunté incorporándome en el sofá para poder
mirarle a la cara.
-Para
la fama. Para tener... fans. No soy el chico más ligón que puedas
encontrar. No soy seguro de mi mismo en ningún aspecto y temo a que
lo pueda hacer mal.
-Claro
que no lo vas a hacer mal. Es más, tú y los chicos lo vais a hacer
perfectamente bien. Sé que podéis conseguirlo. Y no lo digo como
una amiga, ni como nada de eso. Lo digo como conocida, sinceramente.
Confío en vosotros.
Pasaron
escasos segundos en los que me miraba a los ojos, en los que yo le
miraba a los suyos, en cómo resplandecían bajo la luz de la
bombilla. Parecían dar luz propia.
Luego
apartó la mirada bruscamente, como si no supiera lo que había hecho
segundos más tardes.
-No
soy como tú piensas -espetó de repente, sin mirarme.
-¿Y
cómo se supone que tengo que pensar cómo eres?
-Como
Harry. Como Liam. Yo no soy de esos chicos que consiguen ligarse a la
primera chica que les gusta. No soy capaz.
Sonrío
levemente.
-Yo
no quiero que seas como Harry, ni como Liam. A mí me gusta como eres
-dije convecida de lo que decía, asintiendo levemente.
Él
seguía sin mirarme.
-No
lo creo.
-¿Por
qué eres tan negativo? ¿Piensas que si a mí me gustaran los chicos
como ellos estaría aquí contigo hablando? He pasado por muchas
cosas malas en mi vida, y quiero elegir bien esta vez.
Fue
entonces cuando me miró y sonrió.
Y
antes de que pudiera hacer nada más, me incliné hacia él y le besé
en los labios. Pude sentir su sonrisa a través del beso, de cómo
enredaba los dedos entre mi pelo y cómo colocaba su mano en mi
mejilla.
Me
aparté de él y le miré a los ojos de nuevo.
-Sabes
que esto es muy empalagoso, ¿cierto? -me dijo con una sonrisa -.
Pensaba que odiabas las cosas empalagosas. -Reí- ¿Ves? Yo te
hubiera besado días antes, meses incluso. Pero no podía. Soy
demasiado inseguro.
-Pues
es hora de cambiar eso, ¿no crees?
{Narra
Jane}
Jess
me hizo un gesto con la cabeza para que subiera. Y en ese instante me
entraron unas ganas terribles de llorar. El nudo en la garganta casi
no me dejaba respirar. De hecho, senté que me faltaba el aire
mientras subía las escaleras, y cómo el corazón me bombardeaba con
mucha fuerza en el pecho.
Había
entrado con la mayor seguridad allí, segura de lo que hacía. Pero
me entró mucho miedo de repente, y no sabía por qué. A lo mejor ya
lo sabía. Sólo esperaba que no.
¿Y
por qué Zayn estaba tan frío conmigo? No entendía nada.
Llamé
muy suave a la puerta, y casi temí que no lo hubieran escuchado.
Abrí, intentando sonreír y parecer tranquila y normal. No asustada
y preocupada. +
La
habitación estaba oscura, pero se oían susurros en alguna parte de
ella. Ceñí, sonriendo ahora de verdad.
-¿Se
puede? -pregunté, quedándome en la puerta.
Perfecto.
Me temblaba la voz muchísimo.
-Pasa,
pasa -era Louis quien me hablaba, pero no lograba verle.
-¿Por
qué estáis a oscuras? -encendí la luz.
Louis
estaba apoyado en la cama y tenía el cuerpo dirigido a detrás de
ella, pero la mirada oscura clavada en mí. En el suelo, sólo pude
ver unos vaqueros y unas converse blancas.
No
pude evitar soltar una pequeña sonrisa.
Louis
apartó la mirada.
-Oh.
Hola, eh.... Jane ,-carraspeó y se incorporó, quedando enfrente
mía, pero seguía estando lejos- bueno. No me quiero meter en....
todo esto. Yo me voy.
Pasó
por mi lado y me dedicó una de las miradas más sucias que había
compartido conmigo, como si hubiera matado a su mascota o algo así.
Me sentí realmente mal, y lo peor de todo es que no terminaba de
entender por qué me trataba todo el mundo tan fríamente.
Harry
se levantó del suelo y me miró a los ojos, pero sin acercarse
tampoco. Los tenía rojos.
-Harry...
-¿Qué?
-me interrumpió cortante.
Me
dolió como una patada en el estómago.
Me
acerqué a él y aparté uno de sus rizos de delante de sus ojos
mientras él seguía con la mirada fría. Me mordí el labio. Había
estado llorando.
Podría
jurar que lo vi sonreír por un sólo segundo. Una sonrisa muy
pequeña y muy corta.
-Para
-me dijo. Aparté la mano.
-¿Se
puede saber qué te pasa?
No
se había acercado como siempre hacía. Ni me había apartado el pelo
de la cara ni me había besado. Nada de eso.
Apartó
la mirada y resopló muy bajo, casi ni lo escuché.
-Explícamelo
tú.
-Harry,
de verdad que...
Se
apartó y me dio la espalda, aparentando hacer algo más importante
que hablar conmigo. Como enredar en los papeles de encima de la mesa.
-Yo
confiaba en ti.
-¿Qué?
-¡Mierda,
Jane!
Entonces se aceró a mí más de las anteriores veces y me miró directamente a los ojos. Tuve que dar varios pasos atrás para que no me tirara al suelo. Estaba enfadado.
Entonces se aceró a mí más de las anteriores veces y me miró directamente a los ojos. Tuve que dar varios pasos atrás para que no me tirara al suelo. Estaba enfadado.
-¿Cuánto
tiempo has estado mintiéndome, eh? ¿Cuánto tiempo has estado
jugando conmigo? -susurró.
-¿Qué?
No estoy entendiendo nada.
-Por
favor, no me mientas más -tensó la mandíbula y negó.
-¡Harry!
¡Explícamelo, no sé de qué hablas!
-Puedes
preguntárselo a tu amiguito Ethan, que parece saber mucho más de ti
que yo. Dime, Jane -pronunció mi nombre como si lo fuera a escupir-,
¿cuánto tiempo me has estado utilizando? ¿Cuánto? ¿Desde cuándo?
¿Te ha gustado la experiencia de la fama? Por el amor de Dios, ni
siquiera estoy seguro de si eras virgen o no. Lo del retraso,
¿era real o era también una mentira?
Me
llevé una mano a la frente y di un paso hacia atrás.
Ethan.
-Mierda
-susurré-. Harry, puedo explicarlo, lo juro. Sólo...
-Puedes
ahorrártelo, de verdad. No quiero hacer que te esfuerces demasiado
para idear una excusa convincente -dijo, y se dirigió a la puerta.
Me
di la vuelta.
-¡Pausa!
-grité sollozando.
El
nudo de la garganta se había soltado con demasiada rapidez, y las
lágrimas no dejaban de caer y de caer. Notaba el cuello de mi
camiseta mojada, pero en ese momento no me importó lo más mínimo.
Él
se detuvo, me miró y suspiró.
-¿Para
qué quieres una pausa ahora?
No
lo pude remediar, me lancé a su cuello y lo besé como si fuera la
última vez que lo haría.
Y
él, no me detuvo.
{Narra
Ellen}
Llovía
como si no hubiera llovido en años. Las calles estaban desiertas y
el cielo estaba oscuro como la boca de un lobo. Ni siquiera se veía
el reflejo de las farolas contra las nubes negras. El único sonido
que se escuchaba en ese momento era el salpiqueteo de la lluvia
contra los charcos formados a causa de ésta, y mis pasos apresurados
contra la acera. Estaba mojada de arriba a abajo y hacía muchísimo
frío. Tanto, que la lluvia podría convertirse en nueve en cualquier
momento.
Maldita
sea, de noche parecía que su casa estaba aún más lejos. No la
había visto desde aquella mañana. No quería molestarla, pero
necesitaba hablar con ella con mucha urgencia.
Por
fin, llegué a la fachada de su casa, y la maldita verja blanca
estaba tan mojada que me costó mucho abrirla. Me detuve un segundo y
suspiré.
El
porche estaba iluminado, pero, aún así, el pequeño patio
ajardinado, estaba tan oscuro como el cielo, así también las
ventanas estaban negras. Probablemente estaría sola en casa.
Antes
de que me dirigiera al porche, distinguí una figura sentada
abrazando sus piernas, justo al lado de las escaleras. No me asusté,
simplemente me acerqué, casi enfadada.
-Jane...
-murmuré.
Me
miró por un segundo, y luego apartó la mirada.
Estaba
incluso más mojada que yo. El pelo empapado se le pegaba a la cara,
y el agua hacia que su pelo rubio casi resultara negro. De su cara
caían gotas de agua como si estuviera en la ducha. Tenía los labios
oscuros y entreabiertos. No parecía tener frío, pero de todos modos
al día siguiente tendría una pulmonía.
Tenía
muchísimas ganas de gritarle para que se metiera dentro de casa, que
se pusiera un abrigo, o lo que fuera, como hubiera hecho una madre.
Pero,
al contrario, me senté a su lado en la mojada hierba. En seguida
apoyó su cabeza en mi hombro.
-Podrías...
¿Podrías quedarte esta noche aquí? -me preguntó. No lloraba, pero
su voz temblaba, probablemente por el frío.
Yo
no dije nada y me limité a asentir.
De
reojo pude ver cómo jugaba con la pulsera que seguía colgando de su
muñeca.
-No
ha querido escucharme.
Fruncí
los labios y seguí sin decir nada. Apoyé mi cabeza en la suya.
-Será
mejor que vayamos dentro, Jane. Vamos a...
-Me
da igual.
Estaba
realmente frágil. No quería llevarle la contraria, y muchísimo
menos ahora. Era mi mejor amiga, y por delante de todo la tenía que
apoyar pasara lo que pasara. La quería.
Finalmente,
ella se armó de valor para quitarse la pulsera y me la tendió entre
sus dedos pálidos y mojados. Yo la acepté.
-¿Se
la devolverás?
-Claro
-murmuré, asintiendo y escondiendo los labios.
Pasaron
unos segundos en silencio, ambas escuchábamos la lluvia caer.
Al
final, me obligué a mí misma para romper el silencio.
-Jane,
quiero que sepas, que te quiero, ¿de acuerdo? -dije mientras me
levantaba y la miraba desde arriba.
Levantó
la mirada y me miró a los ojos. Aún por la poca luz que había, sus
ojos brillaban de una forma peculiar. Tenía los ojos vidriosos, y,
por lo tanto, muy, muy brillantes.
-Se
acabó, Ellen.
{Narra Lena}
Meredith no volvió. En dos semanas no la había visto. Por lo que deducí que no volvería.
Volvía a estar encerrada en la habitación, y me aburría demasiado, por lo que estaba contando las pastillas que ya tenía ahorradas. Me cansé demasiado rápido, pero me quedé en una cifra de 362 pastillas.
No estaba nada mal.
Había pasado una semana desde el incidente. Un esparadrapo me cubría todo el vientre, cuando en realidad no me dolía en absoluto. Mis muñecas también estaban vendadas.
Me sobresalté cuando la puerta de metal se abrió un vaso de plástico se asomó por la ventanilla de la puerta. Momentos antes había pedido un vaso de agua. Me acerqué a ella y le di las gracias cuando tomé el recipiente.
Había llegado la hora.
Cuando estaba contando las pastillas se me había ocurrido la idea.
Me senté en frente de la mesilla, en el suelo, donde estaban todas las pastillas estaban esparcidas por la mesa. Hice hueco para apoyar el vaso y volví a guardar las pastillas en el vaso original. Estaba segura de lo que quería hacer.
Me aseguré dos o tres veces de que la puerta no se abriría una segunda vez antes de tomar el ladrillo de la pared entre la mano derecha. Saqué la primera pastilla del vaso y la dejé cuidadosamente en la mesa. Después, con el menor ruido posible para no llamar la atención, estampé el ladrillo contra la pastillita, haciendo que se hiciera polvo. Lo atrapé como pude, y lo eché en el vaso de agua. Y así con todas.
¿Mi plan? Fácil. ¿Qué ganaría yo, estando allí por el resto de mi vida, sufriendo y sabiendo que lo mío no tenía remedio? Estaría toda mi vida loca.
Lo mejor es que la voz seguía ahí dándome el coñazo, pero ya no le prestaba atención. Ya no le escuchaba.
Con más de 500 pastillas estaba segura de que tendría una sobredosis. Además de que el polvo de ellas no se disolvía en el agua.
Después de más de una hora aplastando la medicación, el agua ya no era agua. Era una pasta líquida blanca granulosa. Al principio me dio demasiado asco, pero luego recordé que era mucho peor estar loca de por vida.
Simplemente, me quería morir. Y eso iba a hacer.
Suicidarme.
Estuve a punto de pedir otro vaso de agua, pero seguramente no tendría el mismo efecto que yo quería con más agua.
Tomé el vaso entre mis manos y lo miré con miedo.
No vas a acojonarte ahora, ¿verdad?
-¿Te vas a callar, o tengo que volver a hacer un numerito? -dije con tranquilidad, sin apartar la mirada del vaso blanco.
Mi estómago se revolvió.
Sin pensarlo más veces, me tomé el agua de un trago, y enseguida me sentí mareada. Sentí cómo penetraba en mis venas, en mi hígado, en todos los rincones de mi cuerpo, y sentí un puntiagudo dolor en mi cabeza y en las heridas que me había hecho al rededor de mi piel.
Me tumbé en el suelo y dejé que la muerte viniera sola. Me sentí adormilada, y cada vez sentía más dolor, aunque uno sordo y de fondo. Más que dolor, era impotencia.
Mi última visión fue a la pared, en la que momentos antes había conseguido escribir con sangre nueva que me había provocado un mensaje en la pared.
Cerré los ojos.
Gracias, Meredith. Eres mi heroína. Te quiero.
Gracias, pero no necesito ayuda. Puedo morir por mí sola.
{Narra Lena}
Meredith no volvió. En dos semanas no la había visto. Por lo que deducí que no volvería.
Volvía a estar encerrada en la habitación, y me aburría demasiado, por lo que estaba contando las pastillas que ya tenía ahorradas. Me cansé demasiado rápido, pero me quedé en una cifra de 362 pastillas.
No estaba nada mal.
Había pasado una semana desde el incidente. Un esparadrapo me cubría todo el vientre, cuando en realidad no me dolía en absoluto. Mis muñecas también estaban vendadas.
Me sobresalté cuando la puerta de metal se abrió un vaso de plástico se asomó por la ventanilla de la puerta. Momentos antes había pedido un vaso de agua. Me acerqué a ella y le di las gracias cuando tomé el recipiente.
Había llegado la hora.
Cuando estaba contando las pastillas se me había ocurrido la idea.
Me senté en frente de la mesilla, en el suelo, donde estaban todas las pastillas estaban esparcidas por la mesa. Hice hueco para apoyar el vaso y volví a guardar las pastillas en el vaso original. Estaba segura de lo que quería hacer.
Me aseguré dos o tres veces de que la puerta no se abriría una segunda vez antes de tomar el ladrillo de la pared entre la mano derecha. Saqué la primera pastilla del vaso y la dejé cuidadosamente en la mesa. Después, con el menor ruido posible para no llamar la atención, estampé el ladrillo contra la pastillita, haciendo que se hiciera polvo. Lo atrapé como pude, y lo eché en el vaso de agua. Y así con todas.
¿Mi plan? Fácil. ¿Qué ganaría yo, estando allí por el resto de mi vida, sufriendo y sabiendo que lo mío no tenía remedio? Estaría toda mi vida loca.
Lo mejor es que la voz seguía ahí dándome el coñazo, pero ya no le prestaba atención. Ya no le escuchaba.
Con más de 500 pastillas estaba segura de que tendría una sobredosis. Además de que el polvo de ellas no se disolvía en el agua.
Después de más de una hora aplastando la medicación, el agua ya no era agua. Era una pasta líquida blanca granulosa. Al principio me dio demasiado asco, pero luego recordé que era mucho peor estar loca de por vida.
Simplemente, me quería morir. Y eso iba a hacer.
Suicidarme.
Estuve a punto de pedir otro vaso de agua, pero seguramente no tendría el mismo efecto que yo quería con más agua.
Tomé el vaso entre mis manos y lo miré con miedo.
No vas a acojonarte ahora, ¿verdad?
-¿Te vas a callar, o tengo que volver a hacer un numerito? -dije con tranquilidad, sin apartar la mirada del vaso blanco.
Mi estómago se revolvió.
Sin pensarlo más veces, me tomé el agua de un trago, y enseguida me sentí mareada. Sentí cómo penetraba en mis venas, en mi hígado, en todos los rincones de mi cuerpo, y sentí un puntiagudo dolor en mi cabeza y en las heridas que me había hecho al rededor de mi piel.
Me tumbé en el suelo y dejé que la muerte viniera sola. Me sentí adormilada, y cada vez sentía más dolor, aunque uno sordo y de fondo. Más que dolor, era impotencia.
Mi última visión fue a la pared, en la que momentos antes había conseguido escribir con sangre nueva que me había provocado un mensaje en la pared.
Cerré los ojos.
Gracias, Meredith. Eres mi heroína. Te quiero.
Gracias, pero no necesito ayuda. Puedo morir por mí sola.
+-+-+-+-+-+-
Hola lector, lectora, o cualquier otro ser mágico que pasa casualmente por este blog, y se ha parado para leer esto. Tal vez te resulta un poco raro verme aquí comentar después de este capítulo; a mí también se me hace raro. No lo haría si no sería importante. Lo primero que quiero decir es que este ha sido el último capítulo de 'Same Mistakes', y que probablemente no haya más. Digo probable porque puede que continúe la historia, pero por ahora, no.
No quiero dar las gracias a nadie en especial -no por no tener a nadie, pero porque no quiero dejar a nadie sin un hueco en este blog- , pero sí a cada una de las persona que comenta y que me da a saber que lee la novela, y que no es otro florero que sólo está ahí, acumulando mis comentarios. En serio, gracias. Y si no comentas, pero sí lees, hm.. no sé qué decirte. Pero no te doy las gracias.
No quiero dejar aquí un mega comentario, porque sé que la mayoría de las personas que ha leído el capítulo, no está leyendo esto realmente. Y sé que podría aburrirte.
Voy a volver al probable de la continuación de la historia. No sé si quiero seguirla, más que nada porque me paso más de media hora avisando a 167 personas, para sólo recibir los comentarios de 50 personas, si tengo suerte. Así que, si la sigo, sólo avisaré a las personas que sé que leen, y que no me responden sólo con "Siguiente" o "me ha gustado este cap" o con un "ME ENCANTA". No quiero sonar borde, pero no me hace gracia este tema. Y, si continúo la historia, quiero saber si tú realmente quieres que la siga. Dejando un comentario. NO VALE EN TUENTI. Tiene que ser en el blog. El máximo de comentarios que he recibido en este blog ha sido de cinco, así que me gustaría que me dejaras un comentario, y así llegar a cinco. Vuelvo a repetir. LOS COMENTARIOS EN LOS QUE PONGA "SIGUIENTE" SERÁN AUTOMÁTICAMENTE ELIMINADOS. Si me dejas un comentario, pon por qué te gustaría que la siguiera, y todo eso. Quiero saber si todavía me quedan lectoras/es, o si escribo para mí misma. En serio lo quiero saber. Y, por favor, si ya hay cinco comentarios, no dejes de comentar. Porque para lo mismo no subo una segunda parte. El número de comentarios no depende de eso, es sólo que si hay menos de cinco comentarios no subo de seguro.
Eso ha sido todo. Ha sido un placer para todas, de verdad me ha gustado mucho. Y, si esta es la última vez que entro en este blog -voy a seguir subiendo historias en Wattpad-, te quiero, y gracias por soportarme, por leerme y por estar aquí. Te quiero. te echaré de menos.
-Dreamer {mauri}
x
55~
Capítulo
55:
{Narra
Lena}
La
luz se reflejaba en el espejo y me daba directamente en los ojos, lo
que resultaba realmente molesto.
Gracias
al tiempo, me había acostumbrado bastante rápido a eso de vivir en
un centro para locos. Para gente como yo. Ya era mi tercera semana
ahí, y las pastillas se iban acumulando en el hueco de la pared. No
me importaba demasiado, no me sentía diferente. Me sentía como
siempre.
Mi
reflejo seguía reflejado en la lisa superficie del espejo.
Me
alejé de él y ordené las pocas cosas que tenía en la habitación
entre la poca luz que había. La única luz que entraba era gris y
apagada.
Era
la hora de la comida, por lo que me moví por el edificio hasta el
gran comedor, probablemente la sala que más odiaba del lugar. Busqué
a Meredith con la mirada al recoger mi bandeja, pero luego recordé
que le dieron el alta hacía dos días. Me acordaba de la manera en
la que me guiñó el ojo en cuanto me lo dijo. “Se lo han vuelto a
creer estos bobos. Y sólo por engordar tres kilos. En cuanto llegue
a casa me los vuelvo a quitar. Nos vemos pronto” Esa chica era un
fenómeno.
Ese
día era tarde de visitas. La idea no me agradaba demasiado; no me
apetecía nada volver a ver a mis padres. Dudaba que ellos quisieran
verme a mí.
Al
terminar de comer, me coloqué las estúpidas pastillas y esperé mi
turno como una buena internada. Estaba intentando cambiar y tratar de
dar a entender que había cambiado, y que estaba mucho mejor de
cuando entré. Todo fingido, claro. No había ningún cambio en
absoluto. Intentaba imitar a Meredith. Ella era mi gran ídolo ahora.
Las
voces seguían en mi cabeza. Tal vez era porque no me tomaba las
pastillas, pero no le di demasiada importancia. Por lo menos las
voces me ayudaba a no sentirme tan sola como lo hacía. Eso eran las
partes buenas que me gustaba creer, cuando en realidad no habían
partes buenas en ser esquizofrénica.
Mientras
esperaba, veía cómo el resto de los chicos engullían la comida
como si fuera la primera vez que lo hacían; impacientes de ver a sus
seres queridos.
Seres
queridos. Eso es algo que tú no tienes.
Trataba
de ignorarlo, pero notaba cómo mi respiración se volvía más
violenta y rápida, y mis ojos no se estaban quietos. Aguanté la
respiración unos segundos y traté de tranquilizarme. “Aquí no,
Lena. No delante de todos. Sé normal” -me dije a mí misma.
La
voz no dijo nada, pero una risa aguda me taladró el cerebro. Me tapé
los oídos y cerré los ojos con fuerza. Me mordí la lengua,
evitando la salida de un grito contra mi garganta.
La
mujer de la mascarilla me miraba indiferente, con los ojos opacos.
Y
justo cuando pensé que había terminado, algo sucedió muy mal. Todo
sucedió demasiado deprisa.
Sabes
que esto no puede durar para siempre, ¿verdad? Algún día te
pillarán, y tendrás que medicarte para siempre. Estarás loca para
siempre.
Chillé,
no soportándolo más.
-¡Yo
no estoy loca! -chillé, tapándome los oídos otra vez.
Las
pastillas se movieron de su sitio.
La
mujer me juntó las muñecas en mi espalda, inmovilizándome.
Chillé
de nuevo, dando patadas e intentando zafarme de ella.
Enseguida
vinieron más mujeres a ayudar a la primera, sujetándome de donde
podían. Hasta tuvieron que agarrarme de los tobillos y llevarme a
otro lado, mientras yo todavía intentaba deshacerme de sus manos
llenas de fuerza superior a la mía. Yo seguía chillando como una
loca descontrolada.
Me
llevaron a una sala mucho más oscura que el resto, donde un gran
espejo se elevaba desde el suelo hasta el techo. Una de las chicas me
soltó del tobillo y se acercó a un teléfono amarrado a la pared.
Sonreí
por un segundo. Me había soltado el tobillo.
Con
las fuerzas que me quedaban, le di una patada a otra de las
psiquiatras, por lo que me soltó el brazo y así pude deshacerme de
ella por un sólo segundo.
Estaba
segura que entre ellas también se gritaban entre ellas, solo que
entonces sólo escuchaba un murmullo ahogado en mi cabeza.
Me
acerqué al espejo y con los puños cerrados, golpeé el cristal,
donde se dibujaron varias grietas leves. Pegué una segunda vez, y
esta vez un gran trozo se cayó al suelo.
No
sabía que tenía tanta fuerza.
Cuando
me agaché a por el cristal, me di cuenta de que estaba llorando. Con
la mano llena de pequeños cortes, de los que ya empezaba a salir
pequeñas gotitas de sangre, me aparté las lágrimas.
Apreté
el cristal contra mi muñeca, haciendo que todas las guardias se
paralizaran, y dieran varios pasos atrás.
-¡Como
os acerquéis me rajo! ¡Os juro que me rajo!
¿Y
con eso qué ganas? Nada. Nada en absoluto. Sólo una cicatriz más.
-¡Cállate,
joder! ¡Cállate! -chillé.
Me
volví para mirar a la mujer que sostenía el teléfono, que lo
sujetaba con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Me miraba
espantada.
-Deja
el teléfono. ¡Yo no estoy loca! No merezco estar aquí, vosotras no
podéis ayudarme. ¡Suéltalo!
No
me hizo caso.
Una.
Dos. Tres. Cuatro tajadas en la piel. Seguidas. Se estaban acercando
demasiado, y la del teléfono no parecía hacer ningún ademán de
hacerme caso.
La
sangre ya corría por mi piel, así como las lágrimas por mis
mejillas.
De
pronto me sentí agotada. Cansada de todo.
Escuché
pasos. Primero pensé que podrían ser imaginaciones mías, pero
percibí la inquietud del resto ante los insinuantes sonidos que se
acercaban. La inquietud fue disuelta enseguida, y fue reemplazada por
alivio y gratitud. Todas sabían, incluida yo, lo que eso
significaba.
Se
acercaban mis padres.
Enseguida
me puse alerta de nuevo. Me levanté la camiseta y apunté el cristal
contra mi vientre, tan fuerte que la punta se hundía en la carne.
Por
la esquina apareció una pareja, ambos con rostros asustados y
miradas inquietas.
No
eran mis padres. Sus miradas se posaron en mi, y sus ojos se abrieron
más de lo que ya lo estaban.
Eran
Jess y Liam los que me miraban sin dar crédito. Sentí la mirada de
ambos recorrer mi brazo pálido contrastar contra la oscura escarlata
de mi sangre, que manchaba también el suelo con pequeñas manchas.
-¿Qué...?
-me interrumpí para tragar saliva- ¿Qué hacéis aquí?
Jess
apartó la mirada, conteniendo las lágrimas. Liam me miraba con
dureza, e intentó acercarse a mí, pero yo hundí más el cristal en
la piel.
-No
te acerques. Tú eres el causante de que esté aquí -dije, poniendo
empeño en sonar tranquila.
La
voz en mi cabeza volvió a reír.
Qué
ingenua eres. Byron no tiene nada que ver con esto; tú naciste así.
Loca.
-¡Cállate,
cállate! -chillé, levantando la cabeza, mirando al techo y gritando
al aire- ¡Yo no estoy loca!
Lo
ignoré lo mejor que pude, pero podía jurar que había dicho Byron
y no Liam.
Jess
dio un paso adelante.
-Lena,
estamos aquí para visitarte. Para verte. No queremos verte mal.
Byron se ofreció para venir.
Liam
asintió.
Mi
mirada vacilaba entre ambos.
Estaba
totalmente desconcentrada. ¿Por qué hablaban de Byron, cuando era
Liam quien me miraba de soslayo?
Retrocedí
varios pasos, ejerciendo la misma presión contra mi vientre. Me
choqué contra el espejo rasgado, y confié en él para apoyarme. Las
mujeres ya no estaban tan alerta como lo estaban antes, pero seguían
en la sala por si ocurría algo mayor.
-No
entiendo nada...
-Escucha
Lena. Yo... te quiero y siento haber desaparecido así. Pensé que
era lo mejor -Liam me habló, pero no era su voz la que escuchaba.
Parpadeé
varias veces, intentando disolver el dolor de cabeza que empezaba a
hacer acto de presencia. Volví a mirar a Liam.
No
era él. Era Byron.
¿Ves
como estás loca? No sabes ni diferenciar a las personas a las que
quieres.
Chillé
con todas mis fuerzas y deslicé el cristal sobre mi vientre.
Las
manos de Byron fueron veloces. Se acercó a mí con sutilidad y me
agarró las dos manos, haciendo que el arma cayera al suelo.
-¿No
lo entiendes, Lena? ¡Estás cometiendo los mismos errores de nuevo!
No hace falta que te cortes para mejorar.
Su
aliento chocaba contra mi piel y me sentí agradecida de volver a
tener esos ojos cerca de nuevo.
-Te
he echado tanto de menos -susurré.
Oprimí
una sonrisa.
Él
si me sonrió.
-Te
quiero.
Esperé
sus labios, pero en cambio la presión de sus manos se aflojó hasta
que dejé de sentirla, y sentí un pinchazo en el hombro.
Volví
la mirada al epicentro del dolor y vi una enorme jeringuilla clavada
en mi piel.
Mi
vista se nubló mientras la voz de Byron rebotaba en mi cabeza.
54~
Capítulo
54:
{Narra
Lena}
La
enorme sala estaba medianamente en silencio. Los pocos sonidos se
escuchaban con facilidad gracias a que los techos eran altos y las
paredes lisas y blancas. Grandes lámparas colgaban del techo, pero
no estaban encendidos, ya que entraba una blanca y tenue luz entraba
por los ventanales que atravesaban las paredes, adornadas con rejas,
cómo no.
Con
bandeja en mano, me dirigí hacia una mesa libre. En busca, más
bien. No había ninguna. Resoplé y al final opté por una mesa con
una chica rubia y pequeña, que removía en su plato, sin querer
tomar nada. Me senté en frente suya. Nada más sentarme, grandes
ojos azules se clavaron en mí, algo asustada.
-Hola
-me dijo tímida, una pequeña sonrisa asomando por sus labios.
Yo
la miré.
-Hola
-le respondí; pero no le sonreí.
La
verdad es que me estaba volviendo muy borde.
La
hora de la comida era la peor de todas. La gente del lugar se juntaba
en un mismo lugar, y estaba lleno de médicos con batas, que nos
miraban con sus cortantes y no muy agradables miradas.
Bajé
la mirada a mi bandeja roja -que era lo único que daba un poco de
color a la lúgubre sala- y enredé las tres pastillas entre ellas
con el tenedor. Había pasado de una, a tres pastillas, todas para
diferentes cosas. Se suponía que tenía que saber qué era cada una,
pero la verdad es que no presté demasiada atención cuando me lo
explicaron.
-No
tienes por qué tomártelas -espetó la chica rubia, mirando mi
bandeja.
-¿Qué?
-Las
pastillas. Tienes suerte de sólo tener tres. Yo tengo cinco... -me
dijo, y torció el labio.- Sé que es incómodo tomarlas, por eso yo
no lo hago,
Me
encogí de hombros.
-Si
no fuera por esa de ahí -señalé la mujer de la puerta-, no me las
tomaría, créeme.
La
mujer de la puerta se encargaba de registrarnos cada vez que
entrábamos y salíamos de esa sala. Incluida la boca. Se aseguraba
de que cada uno se tomara las pastillas adecuadamente, y que todo
estuviera en orden. Llevaba una ridícula mascarilla ante sus labios.
La primera vez que la vi, me entró la risa. Ni que fuéramos a
contagiarla ni nada.
-No,
no. Haz como yo. Guardatelas en el hueco que hay detrás, entre la
lengua y la encía. No se nota nada, de verdad. Primero duele un
poco, pero al final te vas acostumbrando.
Fruncí
el ceño un segundo.
No
conocía de nada a esta chica. Pero aún así, ella se empeñaba en
ayudarme.
Más
tarde, se lo agradecería mucho.
Enseguida,
cogí la pastilla más pequeña de las tres e hice lo que ella me
dijo. Me sonrió y asintió.
-¿Ves?
No se ve -esta vez, le devolví la sonrisa cuando me lo dijo.
Me
saqué la pastilla.
-Oye,
¿cómo sabes tú eso?
-He
sido anoréxica y bulímica toda mi vida. Tengo mis trucos -me dijo
con la mayor simpleza del mundo, encogiendo los hombros.
-Ah
-repliqué, sin saber muy bien qué más decir-. Lena -me presenté,
sin añadir nada más.
-Meredith
-sonrió.
-Y...
gracias.
Realmente
se lo agradezco.
-Ni
las des. No es bueno estar sola en este lugar. Hazme caso.
-¿Qué
quieres decir?
Ambas
procurábamos no hablar demasiado alto. En la sala sólo había un
pequeño murmuro de otras conversaciones colgando en el aire, y
sentía las miradas de la mayoría de los guardias clavadas en mi
espalda como dagas contra mi piel. Era realmente molesto. Tanto, que
no lo aguantaría mucho tiempo.
-Bueno...
la gente aquí no es demasiado agradable. Normalmente no te dejan
hacer amistades, ya sabes, por si pasa algo. La muerte aquí es algo
muy común. Ni siquiera lo mencionamos. Es horrible.
-Me
imagino.
Traté
de aparentar no estar sorprendida, pero me costaba bastante no
desencajar la mandíbula. Este sitio cada día me gustaba menos.
Era
mi segundo día ahí. Y en todo el tiempo sólo habíamos sonreído
una vez, y era por culpa de esta chica. Se lo agradecía mucho, a
pesar de estar enferma, no dejaba de ser optimista, y la envidiaba
bastante.
Su
problema tenía cura. El mío no. Tendría que hincharme a pastillas
todos los días de mi vida, y ella no. Ella podría salir de este
sitio, y yo probablemente no. Probablemente me quedaría en ese sitio
hasta que aprendiera a comportarme. Como había dicho Sheifield.
La
sigo odiando.
Sinceramente,
me sentí muy nerviosa cuando pasamos por la seguridad. Tenía miedo
a que la segurata viera las malditas pastillas y que me sancionaran
por ello. Mucho miedo.
Pero,
por suerte, las pastillas no se movieron de su sitio y no tuve ningún
problema. Meredith se despidió de mí para irse a su habitación, y
yo a la mía. Esperé a entrar a mi habitación para escupir las
pastillas, por si acaso. Además, había cámaras salpicando cada
rincón de cada pasillo del edificio. Era imposible no sentirse
observada en ese lugar.
Aunque,
yo me sentía observada todo el tiempo.
Guardé
las pastillas en el vaso de plástico que nos daban cada mañana,
para tragarnos las pastillas con más facilidad.
Qué
ironía.
Con
el vaso en la mano, busqué un lugar donde las pudiera guardarlas sin
ser encontradas. No quería tirarlas. Si las tiraría, me pillarían
con demasiada facilidad, y eso era lo último que quería. Pero,
tampoco quería tirarlas. No sabía por qué, pero no quería
hacerlo.
Los
días aquí eran monótonos y muy muy aburridos. Era una rutina,
todos los días igual.
Nada
más levantarme, pasaban un vaso de agua y el recipiente de las
pastillas -con tu nombre y todo. La psiquiatra se quedaba mirando
hasta que te las hubieras tragado todas y después, te registraba la
boca son superficialidad. No miraban con demasiada profundidad como
para pillarme. Tenían que registrar a centenares de personas cada
día y no era el trabajo más agradable.
Después,
te reunían en una sala grande y vacía para desayunar. Era realmente
aburrido. Más tarde, te visitaba un psiquiatra para hablar, y para
saber mejor qué me sucedía realmente. Ni siquiera me había
mencionado su nombre, y lo prefería.
Al
fin encontré un ladrillo suelto de la pared, aunque mucho no me
serviría, ya que probablemente me encontraría con la habitación de
al lado. Pero aún así, saqué el ladrillo de su sitio. Sonreí
ampliamente al encontrarme con un muro de hormigón, al parecer
sólido y estable.
Mi
suerte estaba cambiando.
Metí
la mano en el frío agujero para dejar el vasito de plástico en el
fondo del hueco y volví a colocar el ladrillo en su sitio.
{Narra
Jane}
Una
suave presión en mi nuca me acunó nada más abrir los ojos. Tuve
que parpadear varias veces para que mi vista se volviera clara y
nítida. El dolor de cabeza sólo dejaba un leve rastro, pero ya
apenas lo sentía. Lo primero que vi un blanco techo extrañamente
familiar. Muy familiar.
Deslicé
mi mirada por la blanca superficie y me encontré con un ventilador,
de un blanco más roto. Enseguida reconocí la cadena negra con un
reloj colgando de ésta; estaba en mi habitación.
Fruncí
el ceño y, desconcentrada, me incorporé sobre mi almohada,
apoyándome en mis codos. Sonreí casi sin querer cuando vi a Ellen
sentada en la silla de mi escritorio, con los pies encima de la mesa
y el teléfono móvil entre las manos; completamente introducida en
lo que quiera que estuviera haciendo.
Nada
más verla un millón de preguntas salpicaron mi mente, como focos de
luz lanzadas al aire. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Cómo había
llegado? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?
Pero
la única que se me ocurrió pronunciar fue:
-¿Qué
haces?
Ellen
pegó tal brinco que su teléfono se le escapó de las manos y al
segundo lo vi dando vueltas en el aire. Se giró con brusquedad y me
miró con los ojos desorbitados.
-¡La
madre Jane! ¿Tienes otra forma mejor de asustarme? -se llevó una
mano a la frente, soplando al frente.
-Lo
siento... -mascullé.
Saltó
de la silla y se tumbó a mi lado en la cama, apoyando el codo en el
cabecero y su cabeza en su puño cerrado.
-¿Cómo
te encuentras?
-¿Qué
ha pasado?
-Te
desmayaste. Menos mal que estaba Ethan para sujetarte, que si no te
hubieras caído al suelo y hubiera sido mucho peor. -Abrí la boca
para hablar, pero ella levantó un dedo para que me callara-: dos
horas. Llevas aquí dos horas. Y twitter está lleeeeno de fotos de
la estúpida pulsera. Has removido todo.
Resoplé.
-Pueden
pensar lo que quieran. Es el menor de mis problemas.
Ella
sólo esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que a ella le incomodaba
el tema, así que suponía que prefería dejarlo lo antes posible.
-Hoy
no puedes volver al instituto. Y mañana, si te encuentras bien sí,
pero si dudas dice que te quedes en la cama. Órdenes de la
profesora. Me pierdo clases gracias a ti.
Sonreí.
Aparté
el edredón de encima mía y me levanté de la cama. Temí por
marearme y caerme al suelo de bruces, pero no me caí. Llevaba el
pijama puesto, y le lancé una mirada inyectada en dudas a Ellen.
-Tranquila.
He sido yo.
Asentí
algo más tranquila. Hice ademán de abrir la puerta e ir al baño,
pero luego me volví a Ellen al ocurrirseme una pregunta.
-¿Has
llamado a Harry?
Dejó
caer sus brazos sobre su regazo y me miró con las cejas alzadas.
-He
llamado a tu estúpido novio como unas cinco veces. No me coge.
Traté
de esbozar una sonrisa, pero se parecía más a una mueca mal
dibujada. Asentí nuevamente y abrí la puerta. Atravesé el pasillo
con el mayor sigilo posible. Oía los pasaos intranquilos de mi madre
y su voz en un murmuro en el piso de abajo. Suponía que estaba
hablando por teléfono. Emma estaba en clase, por lo que sólo
estábamos nosotras tres.
Al
cerrar la puerta detrás de mí, me apoyé en ella y cerré los ojos,
tratando de tranquilizarme. Al volver a abrirlos, me miraban unos
ojos verdes al otro lado del espejo. Su pelo rubio estaba ligeramente
enmarañado y sus labios poco carnosos algo fruncidos.
Como
siempre, no me gustaba lo que veía.
Me
acerqué al grifo y evité volver a mirarme al reflejo. Bebí un
trago de agua y volví a mi habitación lo antes posible. Ellen
seguía con el móvil enredado entre sus dedos. Volví a su vera y,
sin mirarme, me dijo:
-Jane,
¿puedo hacerte una pregunta?
Sonreí
ante lo seria que sonaba. Traté de evitar una carcajada.
-Me
la vas a preguntar igualmente, así que, ¿por qué no?
-¿Sangraste
mucho cuando... bueno... te desvirgó Harry?
-Pues,
sinceramente, ni idea. Tampoco es que me importe demasiado.
No
me sorprendió la pregunta. Conocía a Ellen y había aprendido a no
sonrojarme con cada pregunta que ella me hacía respecto al dichoso
tema. Aunque él estuviera delante, que es cuando más le gustaba
hacerlas.
-Entonces
tengo buenas noticias para mí -soltó su teléfono móvil y me miró,
una pequeña sonrisita asomando por sus labios y los ojos
brillándoles.
Alcé
una ceja, sin tener ni idea de lo que estaba intentando decirme.
-¿Qué
dices?
-Que
te ha bajado la regla, Jane.
{Narra
Yina}
Brooke
me arrancó las planchas de la mano justo cuando estaba a punto de
controlar mi pelo con ellas.
-¡Tú
eres tonta! -ya no era una pregunta, era una afirmación.
-¡Sí
lo soy! Dame las planchas.
-Te
lo prohíbo. ¿Con el pelazo que tienes vas a planchartelo? Pues no.
Es que te las voy a tirar por la ventana como te las vea usar más.
Aquí sólo las uso yo, ¿de acuerdo?
-Cuando
llegue a casa no me van a reconocer...
-¿Cómo?
-Nunca
me han visto con el pelo rizado.
Me
miraba con el ceño fruncido, y sacudió la cabeza.
-Que
me da igual. En casa haz lo que quieras, pero aquí no.
Suspiré.
-Está
bien -dije, aunque no me hizo gracia.
Al
final de la pequeña y absurda discusión, convencí a mi compañera
para que al menos me dejara recogérmelo en una coleta alta para
tenerlo más o menos dominado.
Leo
nos esperaba en el coche, aburrida en el asiento del piloto, con un
libro en su regazo. Y, detrás, en los asientos traseros estaban
Saddie y Fer -a las cuales no reconocía por los nombres-, que reían
como locas. No sabía cómo no se cansaban la una de la otra, de
verdad.
Brooke
se sentó junto a las chicas y yo en el asiento del copiloto con una
amplia sonrisa.
-Vas
a flipar con el local. Y, además, me acaban de decir que está
llenísimo. Te va a encantar. Está todo el último curso ahí. No sé
si te conoces todos...
-Entonces,
¿para qué van?
-Cualquier
escusa es buena para ir de fiesta, Yina -respondió la rubia, que
confiaba que era Fer.
Las
cinco íbamos muy de fiesta, y ésta vez más frescas, ya que íbamos
a pasarnos la noche metidas en un recinto, por lo que nos daba un
poco igual la temperatura de la calle.
Fer,
la rubia, iba la más sencilla de todas. Llevaba su largo pelo rubio
en una trenza de cuatro, lo que dejaba a la vista sus cuatro
pendientes negros en su oreja derecha. Llevaba una camiseta negra
desgastada de Nirvana de tirantes, por lo que se veía el sujetador
negro por debajo. La pantaloneta era también negra, acompañadas por
unas converse blancas con tachuelas. Iba muy veraniega y temía que
podría tener frío.
Saddie
iba muy pija, como siempre. Una camiseta de encaje rosa palo adornaba
su cuerpo, y una falda de flecos blancos la acompañaba, con sus
fieles medias transparentes cubriendo sus piernas, unos altos tacones
con plataforma blancos asomaban por debajo.
Brooke
era la única que parecía tener el invierno presente. Llevaba un
jersey de punto beige como dos tallas más que la suya, pero aún
así, le quedaba perfecto. Una falda de tubo azul marino le llegaba
hasta por encima de las rodillas y también unos altos tacones con
tachuelas doradas adornando sus bordes.
Leo
llevaba su rizado pelo pelirrojo llevado a un lado, sujeto con
orquillas doradas, haciendo que su pelo tenga más volumen que de
normal. Llevaba un vestido corto palabra de honor que se aflojaba a
partir de la cintura blanco de encaje, y unas converse negras que se
posaban en el suelo del coche.
Brooke
me había prestado una camiseta rosa fosforita en la que ponía
“WOT?!” en negro de tirantes que me quedaba algo grande, pero no
me importó demasiado. Lo conjunté con una pantaloneta vaquera
desgastada y con unas vans básicas rosas.
-¡Enhorabuena!
Parecía que no ibais a bajar -decía Leo con una falsa sonrisa y
cerrando su libro con brusquedad. Lo guardó en la guantera de
enfrente mía.
-Yina,
no importa si no puedes venir al baile de invierno. Siempre estará
el de primavera -me sonrió Saddie desde el banco trasero del coche,
apretándome el hombro con ternura.
-Sí
-dije, aparentando entusiasmo. La verdad es que los bailes
canadienses no me hacían demasiada gracia. Sobre todo la parte en la
de “pedir” acompañante.
Quiero
decir, ¿quién iba a querer ir a un baile conmigo? Era bochornoso.
No era lo que más me llamaba la atención.
Normalmente
yo no era una chica a la que le gustaba las fiestas. Prefería
quedarme en mi casa con mis amigos -Harry- y hablar con ellos. O si
no sola, con la tele encendida. Era la, chica más aburrida que te
puedas encontrar.
Hacía
rato que Leo había arrancado el coche. Conducía sobre la suave
carretera de la autopista, el coche inundado de silencio. No era
incómodo, todas estábamos demasdiado sumergidas en nuestros propios
pensamientos, mirando el paisaje nocturno que posaba a cada lado del
poste.
-He
alquilado el Celttics -al final, Leo decidió partir el silencio.
-¡El
Celttics! ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Brooke, entusiasmada.
Yo
volví la vista a la ventanilla, indiferente con la conversación que
estaban entablando Leo y Brooke. No me interesaba demasiado.
A
medida que nos acercábamos al local, el ambiente de sábado casi se
podía oler en el aire. La calle estaba llena de gente, con vestidos
tan veraniegos como los nuestros. “No te pongas pantalones largos
si quieres pasar calor”
Aparcamos
el coche algunas calles más lejos y tuvimos que llegar andando hasta
allá. Las cinco andábamos lo más apretadas posibles la una a la
otra, para no pasar tanto frío. No parecía funcionar. Temía por
Fer.
El
club era extremadamente acogedor, el interior era grande y espacioso
y no era para nada oscuro. Las paredes estaban blindadas de luces de
neón blancas, pero no irradiaban luz, simplemente te ayudaban a que
no te tropezaras con la oscuridad. Habían dos barras, una a cada
lado de la sala, y, al fondo, un sitio con sillones para poder hablar
tranquilamente con alguien.
Pero
no fue exactamente el local lo que me llamó la atención. Fue el
número de personas. Estaba lleno.
-¿Cómo
has conseguido que viniera tanta gente? -chillé. La música estaba
alta, pero se podía hablar perfectamente.
-Le
he dicho al portero que deje entrar a otras personas para que se
llenara bien. Lo mejor son los desconocidos, después de todo -Leo me
guiñó un ojo.
Solté
una risotada.
Enseguida
Saddie -la morena- me agarró del brazo y me llevó a la barra más
cercana y dio un golpe en ella con la mano. Antes de pedir mi
opinión, pidió las bebidas.
-¿Qué
haces? -susurré, una vez que la chica de la barra hubo desaparecido.
-Si
no voy a poder emborracharte en el baile, te emborracho aquí, ahora
-me sonrió, mientras pagaba la chica y agarraba dos vasos de
plástico que contenían un líquido transparente con grandes hielos.
Nunca
me había emborrachado, pero no le llevé la contraria. Enseguida Leo
se me arrimó y se metió la pajita a la boca.
Probablemente,
esa noche fue la mejor que pasé yendo de fiesta. Siempre que había
salido, lo había pasado mal, porque veía a mis amigos -Harry- irse
con otras personas y yo siempre acababa quedándome sola. Pero ésta
vez fue al revés. Le había echado el ojo a más de uno, pero no me
importó que ellos no me las devolvieran, o si lo hacían.
Decidí
volver a la barra a por más, pero ésta vez me prometí a mí misma
a comprar un botellín de agua para que la resaca fuera más amena;
ya que era la cuarta vez que visitaba a mi amiga la camarera. Fui
sola. Brooke no había probado gota, y estaba donde Leo en la zona de
descanso para poder controlarla bien.
Yo,
en realidad, no estaba tan mal. Todavía podía andar en línea
recta.
Estaba
rozando uno de los taburetes de la barra cuando sentí dos manos
tirar de mí.
Creo
que nunca había pasado tanto miedo.
-¡Pero
bueno! ¿Tú eres tonto o qué te pasa? -grité esperando el infarto,
sin siquiera saber quién era.
Aún
con sus manos pegajosas en mi cintura desnuda me giré con
brusquedad, dispuesta a pegarle con la mano abierta. La verdad es que
agradecí sus manos, porque si no hubiera caído de bruces al suelo.
Con
la mano en el aire, me paralicé al ver que era Christian quien me
atravesaba con su mirada.
Yo
sonreí.
-¡Hola
Christian! ¡Casi me matas! -solté una carcajada al darme cuenta de
lo irónico que sonaba.
-Yina
-él me miraba serio, con la mirada ensombrecida.
-¿Qué?
Oye, voy a pedir, ¿quieres algo? ¿Quieres algo? ¡Que casi me
matas!
-Yina,
relájate. Ven, vamos a sentarnos.
-¡No!
Tengo sed. Oye, ¿quieres algo o no?
-No,
no quiero nada. Y tú tampoco vas a beber nada más.
-¡Y
por qué no! ¡Es mi fiesta!
Hacía rato que había desplazado sus manos a mis muñecas para tenerme más controlada. Estaban empezando a dolerme de lo mucho que me estaba apretando. Mi mirada vacilaba entre sus manos y sus ojos, con el ceño fruncido.
Hacía rato que había desplazado sus manos a mis muñecas para tenerme más controlada. Estaban empezando a dolerme de lo mucho que me estaba apretando. Mi mirada vacilaba entre sus manos y sus ojos, con el ceño fruncido.
Él,
al notar mi inquietud, apartó la mirada y me soltó los brazos y
colocó una mano en mi espalda, intentando sacarme de la multitud. Yo
me enfurruñé, pero no me quejé y me dejé hacer.
Brooke
me miraba con un gran interrogante dibujado en su cara cuando me
acerqué a ellas, con Christian a mis espaldas. Leo no parecía
prestar mucha atención; miraba la lámpara que estaba encima de la
mesa, poniendo todo su empeño en tratar de concentrarme en ella.
Nada
más llegar, me senté entre las dos y Leo se sobresaltó, y me miró
espantada. Segundos más tarde, se relajó y volvió a lanzar su
atención a la maldita lámpara,
Christian
se agachó para poder hablar con más comodidad ante Brooke y la miró
serio, mirándola directamente a los ojos.
-¿Vas
a cuidar de ella? No dejes que beba más, ¿de acuerdo?
Sonreír
al notar su preocupación en la voz.
Brooke
asintió enérgicamente, parecía estar de acuerdo con él en todo.
-No
te preocupes.
-Bien
-dicho esto, se levantó y fue hasta la pista de baile, en donde lo
perdí de vista rápidamente.
Entrecerré
los ojos y me incorporé.
-¿Se
ha ido ya? Menos mal, me daban ganas de callarlo de una vez. -Hice
ademán de levantarme, pero Brooke tiró de mi brazo y me obligó a
sentarme de nuevo.
Leo
se revolvió a mi lado.
-¡Tía,
quieres dejar de dar brincos!
Estaba
claro que no había sólo bebido.
Yo
la ignoré lo mejor que pude: la mirada de Brooke estaba empezando a
hacerme daño.
-¿Qué
pasa?
-Vas a quedarte aquí como una niña buena.
-Vas a quedarte aquí como una niña buena.
-¿Quién
lo dice?
Las
tres nos giramos sobresaltadas; estaba convencida de que yo no había
dicho eso. Brooke se quedó tan boquiabierta como yo al ver a Nathan
de pie en frente nuestra. Prácticamente pude escuchar cómo Leo
rodeaba los ojos. Enfoqué la mirada y en sus ojos pude ver que
estaba tan sobrio como yo, pero no le di demasiada importancia.
Brooke sonrió con sarcasmo.
-¿Quieres
algo, Nathan?
-La
verdad es que sí, pero no te incumbe a ti.
Yo
escapé de su mirada juguetona, que trataba de atraparme. Me señaló
con la barbilla, con un pequeño brillo en sus ojos.
-¿Quieres
bailar?
-¡Sí,
por favor! -exclamé. No me importaba con quién, simplemente quería
moverme y no pasarme la noche sentada en un triste sillón blanco
viendo cómo la gente se divertía. Me negaba en rotundo.
Sabía
que Brooke me miraba con dureza, pero yo me levanté del sofá -junto
a un chasquido de lengua de Leo a mi lado- sin siquiera dirigirle una
mirada. Sin acercarme demasiado a él, pasé por su lado y dejé que
me siguiera.
-¿Quieres
beber algo? -me preguntó.
Yo
negué con el dedo índice y se me escapó una pequeña sonrisa. Mi
cuerpo no parecía responderme, y la verdad es que me llegó a
preocupar. Yo quería hacer algo, pero mi cuerpo quería otra. Al
cabo de un rato me dejó de importar.
Con
él me lo estaba pasando muy bien, lo ignoraba lo mejor que podía,
aunque él se ponía cada vez más acaramelado conmigo, pero no le
detuve. Lo dejé hacer. Hasta me hizo un poco de gracia.
Y
antes de que yo pudiera darme cuenta, él ya había posado sus manos
en mi cintura y entrelazado sus labios con los míos. Yo me retiré
al sentir su contacto, y le miré a los ojos, sin saber muy bien con
qué mirada mirarle en esos momentos. Gracias a la proximidad, pude
ver cómo resplandecían los ojos en contra de las luces del local.
Casi podía escuchar lo qué decían: Por favor. Hizo un
segundo intento, y pude notar su inseguridad. Me gustaba ese Nathan.
Yo esbocé una sonrisa mientras dejaba que jugara con mis labios.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)