50~

{Narra Yina} 
-Escucha, Yina... ¿puedo llamarte así?
Miré al suelo con una sonrisa tonta. 
-Por favor. 
-Bien. Me resultará raro llamarla así, pero me adapto. 
Él andaba de un lado a otro enfrente mía, como si estuviera nervioso, mientras yo estaba apoyada en la pared negra del pub en el que nos encontrábamos hacía unos minutos. En el poco rato en el que estábamos fuera él siempre se mostraba formal y sobre todo muy seguro de sí mismo. Ése era el primer signo de nerviosismo que dejaba ver en toda la noche. 
Me agradaba estar con él, aunque eran mínimas las palabras que nos intercambiamos. Él me miraba la mayoría del tiempo, con ojos penetrantes y tentadores. 
Dejó de dar vueltas y se acercó a mí decidido, ensombreciendo su mirada y sonriéndome pícaro y con levedad. 
-No sé qué habrás leído sobre mí. No me espero nada bueno. No tengo de los pasados más favorecedores. Pero puedo asegurarte de que no llegué a mayores con ninguna de las chicas, si es eso lo que te preocupa -parpadeé perpleja. No por sus palabras, so no por la confianza que me estaba ofreciendo y por la proximidad entre nosotros. Casi podía sentir su aliento sobre mis labios cuando hablaba. 
Bajé la mirada. 
-¿Todas esas chicas? Sólo he leído un caso... no pensé que..
-No fue sólo una. Fueron cuatro. “Maté” supuestamente a cuatro personas. Cuando nunca fue así. 
Mi boca se abrió casi automáticamente. 
Quise dar un paso atrás, pero me tropecé con la pared a mis espaldas. Mi corazón palpitaba con tanta fuerza que temía que Christian lo pudiera oír.
-¿Cuatro? -susurré como pude. 
-Eran todas de tu misma edad -era la primera vez de la noche que me hablaba de “tú”-. Dieciséis, diecisiete... diecinueve incluso. Durante el curso me fui amigando con ellas como con cualquier alumno. Nunca tuve una relación más allá de la relación profesor-alumno. Nunca. Aunque muchos digan lo contrario. Y, tengo que añadir, que esas chicas, desafortunadamente, no fueron las únicas que murieron en el South West High. No quiero que se asuste de mí. 
-¿Era eso lo que quería decirme?
Odiaba usar la tercera persona, pero, a pesar de todo, seguía siendo un profesor. 
Ladeó la cabeza y me sonrió, como si lo que acababa de decir no lo hubiera mencionado nunca. 
Y, en cierto modo, así me sentí. Le devolví la sonrisa. 
-Más o menos...
Se había alejado un poco, y odiaba que lo hubiera hecho. 
Fruncí el ceño, desconcentrada. 
-Pues sigue... siga -me corregí a mi misma al instante. 
Él, mientras se pasaba una mano por el pelo, soltó una carcajada, haciéndole parecer más joven y sobre todo muy sexy. 
-Me encantas -dijo, esbozando una pequeña sonrisa y mirándome a los ojos con ternura. 
Reí bajo. 
-Lo que te quería decir es que yo puedo hacerte muy feliz. Más de lo que te imaginas. Pero para ello tienes que confiar en mí -su voz sensual bajaba de volumen cada vez, hasta convertirse en un susurro, sin dejar de mirarme a los ojos y acercándose cada vez más. 
-Confío en ti -susurré yo también. 
Nuestros labios apenas se rozaban. 
-Bien -sonrió y se apartó bruscamente. 
Ah. 
Fruncí los labios y aparté la mirada. 
Nunca iba a suceder. Era un profesor, y esto no era una película. Jamás pasaría nada entre nosotros. 
-Mañana a las doce en la farola. No hace falta que vengas si no quieres. 
La farola. Adoraba cómo lo decía. 
-Estaré ahí. 
-Quiero mostrarte algo. 
Sonreí, mientras la curiosidad corrompía mis entrañas y cada una de mis venas. Asentí. 
Me devolvió la sonrisa y me dio un beso muy suave y despacio en la mejilla, acercándose de nuevo y apretando su cuerpo contra el mío. Después, me miró a los ojos y se alejó de nuevo. 
-Debo irme. Métase dentro andes de que su amiguito se preocupe demasiado -vi cómo se quitaba la máscara de persona misteriosa y se volvía a colocar la de profesor de Literatura. 
-Lo haré. 
-No vuelva demasiado tarde, señorita Wilde. 
-No se preocupa, profesor Forrest. Volveré a la hora establecida. 


{Narra Jane}
-Es muy muy lejana. Dudo de que seamos de sangre siquiera. 
-Entonces, Harry, si no sois primos de sangre, podríais salir juntos, ¿cierto?
-Hm... bueno, podría, sí. Pero me resultaría muy difícil, no tengo otra manera de verla. Técnicamente, sí podría, pero no creo que dé el caso...
Coloqué el último plato húmedo en su sitio y me sequé las manos con un trapo de cocina. Miré sin entusiasmo la pantalla pixelada de la pequeña televisión de la cocina. Al final no lo aguanté más, y apagué el cacharro con brusquedad. 
Antes de que pudiera hacer ningún otro movimiento, el timbre de la puerta sonó. Me acerqué a ella con curiosidad, ya que no esperaba ninguna visita. 
Probablemente, tendría una pinta horrible: ojos rojos, ojeras de llorar y dormir poco, el pelo recogido en una coleta mal hecha y ropa vieja y de tallas superiores a la mía. 
Pero, realmente, me daba igual, abrí la puerta a pesar de aquello. 
-Jane. Hola. ¿Puedo pasar? Gracias. 
Y entró sin que yo pudiera decirle nada o hacerle nada, ni detenerle ni saludarle. Simplemente, entró. 
Me pasé el dorso de la mano por la frente y suspiré. 
-¿Qué quieres, Ethan?
En vez de molestarse, me sonrió. 
-Qué guapa estás. 
En ese mismo momento se me borró por completo de la mente lo que me había advertido Ellen la última noche. Lo miré como si todo esto no estuviera pasando y como si mi mejor amigo me estuviera visitando como cualquier otro día normal. 
-Ya. Ha-Ha -reí con sarcasmo. -No estoy para bromas. 
-Ya lo sé. Bueno, Jane, cuéntame. 
Se sentó en el sofá y se puso cómo, con los brazos sobre el respaldo y con aires de superioridad. 
Me crucé de brazos y resoplé. 
-¿Contarte el qué?
Rió bajo. 
-¿Cómo es eso de tener de primo a uno de los chicos más deseados de Inglaterra?
Me mordí el labio y me revolví nerviosa. 
-Ethan, si vas a ser cabezón te pido que...
-Jane -me interrumpió con brusquedad-. Sabes que yo te quiero mucho y que nunca te haría daño. Pero es que me lo has puesto en bandeja -se levantó con suavidad y se acercó a mí con pasos suaves y largos. 
Sentía el miedo galopar sobre mis nervios tanto que se me puso la piel de gallina. 
Aparté la mirada cuando me cogió la barbilla, deshaciéndome de sus dedos. Sonrió y luego me volvió a agarrar, solo que ahora con mucha más fuerza. Me obligó a mirarle a los ojos. 
-¿Eres consciente de que puedo hacer todo lo que quiera contigo?
-Eso es chantaje. 
-Llámalo como quieras, pero en el fondo te hago un favor. 
-¿Un favor con qué -escupí con rabia, esbozando una mueca de dolor al notar su mano apretar con fuerza mi cadera. 
-Piénsalo. Si las estúpidas fans de tu estúpido novio se enteran de que su supuesta prima tiene un novio, se callarán todos los rumores. Sólo será un rumor y sabrán que no es cierto. Es lógico, ¿no?
-No saldría contigo por nada en el mundo. 
-Puede. Pero ellas no lo saben. Sólo tienes que fingir. 
-Estoy harta de fingir. 
Se encogió de hombros. 
-Tú misma. Pero tengo algo que quizás te pueda interesar. 
Sacó el móvil del bolsillo de su pantalón pitillo. Tocó botones antes de enseñarme la pantalla de su teléfono. Me estremecí. Era de esperar. Harry y yo juntos en un beso. En foto. 
-¿Sabes lo qué me cuesta a mí subir esta foto y arruinarte todo el plan?
Rápidamente se me anudó el nudo en la garganta. 
-¿De dónde la has sacado? 
-¿De verdad de importa? No lo creo. Mucho no te va a ayudar. 
Tragué saliva con fuerza y parpadeé seguidamente, intentando aguantar las lágrimas como fuera. 
No delante de él. 
-Pensaba que éramos amigos. Tú siempre me has apoyado en todo, he confiado en ti siempre. ¿Por qué te empeñas en hacerme daño ahora? 
-Me parece fatal lo que estás haciendo, Jane. Estás mintiendo a toda Inglaterra, ¿te parece bonito? Ese tío te corrompe. Tú no eres así. 
-He madurado. 
-¿Madurado? -resopló riendo-. ¿Piensas que se madura mintiendo? Llámalo como quieras. Sinceramente, a mí me da igual como lo quieras llamar. Tú no eres la Jane que conocí hace dos años. 
Aparté la mirada, intentando deshacerme de sus cautivadores ojos, pero él me volvió a sujetar. 
-¿Qué quieres? -dije procurando que no se me notaran las inmensas ganas de llorar.
-Si no ha quedado claro, te harás pasar por mi novia hasta que yo lo decida, ¿de acuerdo? -me sonrió con falsedad-. Si no quieres que desvele tu bonito secreto, claro. 
Apreté el puño. 
-Sal de mi casa. 
-Está bien. Ah. Una cosita más. A tu novio ni una sola palabra. Que se entere él solito -volvió a sonreír. 
-He dicho que salgas -abrí la puerta con agresividad, una vez libre de sus afiladas garras. 
Se detuvo en el umbral de la puerta, mirando la acera opuesta de mi casa. 
-Aw. Si tienes fotógrafos esperándote ahí. Ven aquí -se dio la vuelta y me sujetó la cintura con mucha dulzura y ternura y me dio un beso en los labios. 
No me eché atrás. No podía echarme atrás. Pero no le respondí el beso.
-Hasta mañana -me sonrió. 
Forcé una sonrisa. Se alejó con superioridad y fingiendo que no había visto la maldita cámara. 
Al cerrar la puerta, derramé la primera de muchas lágrimas de aquella noche. 
Era un gran actor. 


{Narra Jess}
Cerré la puerta de mi habitación y me tumbé en la cama mirando al techo con una sonrisa tonta. Me mordí el labio. 
Cada día me gustaba más. 
Después de varios minutos mirando embobada mi techo blanco, agarré mi móvil y empecé a enredar con él. Releí al menos cinco veces las conversaciones que manteníamos casi todas las noches y tardes. No me cansaba de leerlas. 
Tuve una tentación fuerte de contárselo a las chicas de una vez por todas, pero al final me limité a no hacerlo. De todos modos, aún no quería alertar, ni siquiera estaba segura al cien por cien de lo qué sentía exactamente. Y lo último que quería era que Ellen pensara con segundas y que se fuera de la lengua. Pensé con contárselo a Jane, solo que tal vez no fuera el mejor momento. No lo estaba pasando bien. 
Suspiré y rodé hasta quedar boca abajo. Cerré los ojos. 
Hoy no le había visto, ni ayer, ni anteayer. Pero aún así, las conversaciones que compartíamos las veces que quedamos aún seguían incrustadas en mi mente. 
Sonrí al recordar cómo me salpicó con el refresco y corrimos alrededor de casi toda una manzana y acabamos rendidos en un pequeño parque marginado y acogedor. 
Y, después, mi mente quedó en blanco. 
Tenía que conseguirlo. 

49~


Capítulo 49:
{Narra Jane}
Cerré la puerta detrás mía con cuidado para no hacer demasiado ruido y poder subir tranquilamente a mi habitación. Al pasar por el salón, descubrí a mi hermana tirada en el sofá, así que pasé de largo, intentando no llamar la atención.
-Tú, ¿a dónde vas?
Puse los ojos en blanco al pararme para mirarla.
-¿A mi habitación?
Emma sonrió de oreja a oreja.
-Tienes un chupetón como tu mano de grande -dijo señalando mi cuello.
Sentí cómo mis mejillas ardían al llevarme la mano al cuello. Soltó una carcajada.
-Era broma, tonta.
Fruncí los labios, algo avergonzada.
-Serás puta -murmuré, y me senté a su lado en el sofá. Rió de nuevo.
-¿Qué te piensas? ¿Que soy tonta? Me doy cuenta de las cosas -sonrió.
Resoplé, intentando no sonreír también.
Estuvimos en silencio durante un rato, mirando sin prestar atención a la televisión.
-¿Dónde has estado?
-He estado un rato corriendo con Lena. Ya sabes, necesitaba hablar.
-¿A estas horas?
Me encogí de hombros.
-¿Su loquero la sigue visitando?
Me mordí el labio.
Decidí que Emma no era la mejor persona en la que confiar, así que decidí no contarle nada al respecto. Asentí.
Otro silencio.
-Hace un rato han hablado de ti.
Volteé mi cabeza hacia ella rápidamente, asustada por lo que me acababa de facilitar.
-¿En serio? ¿Dónde?
-En esa cosa de Xtra Factor. No lo veo nunca, pero estaba buscando una cosa buena para mirar cuando he visto a ese novio tuyo en la tele. Y han estado hablando de ti.
Me mordí el dedo. Realmente ese tema me inquietaba mucho.
-No han escogido la mejor foto para presentarte. Realmente, han escogido la peor. Con lo mona que sales en tu foto de twitter...
-¿Decían algo malo? -dije cortante, interrumpiendo.
Me daba exactamente igual qué foto hayan publicado.
-Qué va. No pueden hacer eso. Este.... el Eduardo este... ¿cómo se llamaba?
-Harry.
-Harry. Pues ha intentado no hablar mucho, pero lo que ha dicho ha sido muy cauteloso. Como muy medidas las palabras. No sé si me explico.
-No lo haces, pero da igual.
-Tampoco te lo iba a repetir.... Ah, sí. Jane. Ha llamado Ellen, tenía que hablar contigo de no sé qué cosa. Llámala, ¿vale?
-Lo haré.
-Canta muy bien. Él, digo.
-Sí. Sí lo hace -sonreí casi inconscientemente.
Emma dejó escapar un berrido.
-Mira qué cara de boba se te ha puesto. +
Agarré un cojín y le pegué en el abdomen.
Soltó una carcajada.
Me levanté.
-Me voy. Tú sigue mirando esta mierda, y te irá bien -le guiñé un ojo.
-¡Adiós, puta!
-¡Shh!
-Que no hay nadie en casa, mongola.
Relajé los hombros y volví a poner los ojos en blanco.
-Venga pues -hice un gesto con la mano y me di la vuelta, dispuesta a subir las escaleras.
-Jane -me interrumpió.
Yo me asomé y la miré. Descubrí que tenía su mirada clavada en mí, no como había hecho en toda la noche, que lo único que había hecho era evitar mi mirada.
-Dime.
-¿Usasteis protección?
-¿A qué viene eso ahora? -pregunté ceñuda.
-Escucha, Jane. Aunque a veces no lo parezca, me preocupo por ti. Después de todo, eres mi hermana pequeña, y lo último que quiero es verte arrastrada por las órdenes de un chico, ¿de acuerdo? Ahora, responde a la pregunta.
Bajé la mirada, con la sonrisa más tonta que había podido esbozar en toda la noche. Había conseguido ablandarme.
A pesar de todo, tal vez, no era tan mala hermana, tal vez no era tan pasiva como todo el mundo la veía. Y tal vez, no era tan egoísta como pensaba que en realidad era.
Era mi hermana, y la quería con toda mi alma.
-Puedes estar tranquila -sonreí.
Ella sonrió también.
-Bien. Espero poder confiar en ese tío. Ya sabes lo que pienso de la gente famosa -me guiñó un ojo.
Siempre tan irónica.


{Narra Lena}
Paredes blancas, techo bajo, una simple bombilla adornada y vomitivos sillones verdes, duros como la roca. El sonido del reloj rebotaba en cada una de las paredes, dándo la ilusión que la sala era gris y triste. Sin vida. Muerta. Ni siquiera la respiración agitada de mis padres, sentados al otro lado del sofá para alejarse lo más posible de mí, ahogaban los constantes tics que emitía el maldito reloj.
Tic. Tac.
Miraba al frente, intentando mantener la calma. La paciencia. Intentar demostrarles que todo eso no tenía ningún sentido. Un desperdicio de tiempo.
La pared blanca que se regía en mi frente, con un triste cuadro diminuto colgando justo en medio, parecía que cambiara de color cuanto más tiempo la miraba, casi sin parpadear. El blanco chocante, casi fosforito, empezaba a tintarse poco a poco de un color gris apagado. Cuando parpadeaba, volvía aquel blanco tan fuerte. Bajé la mirada y miré mis zapatos, tratando de tranquilizar mi respiración.
Jane era una de las mejores personas que conocía. Salir a correr con ella hace unos minutos había sido una de las mejores decisiones que había tenido. Podías hablar con ella y tener seguridad de que te guardará la palabra. La apreciaba mucho. Cuando le comenté lo del psiquiatra, lo único que hizo fue reírse. Reírse con su voz tan bajita y dulce que tenía. Se rió. La mayoría de las personas se hubieran alejado, o se hubiera asustado. Pero nunca reído. No era una risa de burla. Ni de “mierda-qué-hago-ahora”. Era de lo más sincera siempre. Si algo no le gustaba, lo decía. Si algo le parece incómodo, lo decía. Y si algo le parecía gracioso, se reía. Supongo que para ella este tema era cómico. O, de alguna manera, absurdo. Hizo que yo también me riera aunque no le había encontrado el doble sentido hasta ahora. Siempre te hacía pensar con doble sentido.
-Aceptar y comportarte. Enséñales que no tienen nada por lo qué preocuparse. Eso les dará que pensar.
Eso me dijo.
-No creo que eso ayude. Piensan que estoy loca de verdad. Enferma.
Soltó un discreto resoplido.
-Están haciendo una montaña de un grano de arena. No te preocupes. Pronto pasará.
Fue una de las mejores conversaciones que tuve con ella. Después de todo, un psiquiatra no era muy diferente a un psicólogo. Según lo que Jess me contó acerca de esos oficios, la única diferencia era que un psiquiatra podía recetarte medicamentos, y meterte interna en un manicomio. Pero por el resto, nada diferente.
Aunque, tengo que admitir, que estaba más nerviosa que nunca. Las manos me sudaban y tenía el dedo meñique más rojo de lo normal, por mordérmelo tanto. Nunca me había chupado el dedo, o tenido un chupete. Siempre me había mordido el dedo meñique. De alguna manera, era tranquilizador.
Pero entonces no lo era. Dirigí una mirada rápida a mis padres, arrinconados en el sofá, mirando al frente. Prácticamente, estaban uno encima de otro. Tal vez fuera yo la que me alejaba de ellos y no al revés. Mi madre giró la cabeza al sentir mi mirada clavada en ella. Esbozó una sonrisa tan falsa que apareció tan rápido como desapareció.
Aparté la mirada rápidamente.
Cada día los odiaba más.
No esperaba más para el día que cumpliera los dieciocho y así poder irme lejos de ellos. No podía esperar.
Al levantar la mirada, me encontré con una chica muy joven con su largo pelo castaño recogido en una coleta alta. Sujetaba un folio con sus largos dedos morenos. Su sonrisa era radiante, como tratando de olvidar que esto era un psiquiátrico, y no un parque para niños.
-¿Lena Werther? -preguntó, dejando a la vista blancos y rectos dientes.
Me levanté con un suspiro.
Ni que fuera esto un dentista.
-Soy yo.
-Encantadísima de conocerte. Ahora mismo os la traigo y os comento, ¿de acuerdo? -dijo dirigiéndose a mis padres y sin dejar de sonreír.
Mis padres asintieron y no me dirigieron ni una sola mirada cuando salí de la habitación.
Sus tacones negros resonaban en las baldosas blancas al andar hacia no sé dónde. Andaba delante mía, con la espalda rectísima y con la coleta balaceándose de un lado para otro continuamente. Crucé los brazos sobre el pecho cuando abrió una puerta de madera y me invitó a entrar.
La estancia era mucho más cálida de lo que era la sala de espera -si podía llamarse así-, y que todo el espacio en general. Las paredes estaban cubiertas por estanterías llenos de pesados libros y de figuras de todas las formas y colores. Cuadros y carteles colgaban de la pared de tal forma que casi no se podía ver el color original de ésta. El suelo estaba cubierto de alfombras de colores vivos de esquina a esquina impidiendo saber lo qué había bajo éstas. En medio de la sala, un sofá grande verde oscuro y enfrente otro del mismo color, y una pequeña mesilla de madera al lado de éste último.
Casi me agradaba ese lugar.
Pero no dejaba de ser una celda para locos.
La joven me invitó a sentarme en el sofá, mucho más cómodo que el otro, y ella se sentó enfrente mía. Cruzó las piernas nada más sentarnos.
Primero no dijo nada. Mantuvo la mirada fija en mis ojos, mirando dentro de ellos, como si quisiera inspeccionarme.
Rompió el silencio diciendo:
-Tienes un nombre muy bonito.
Bajé la mirada, incómoda.
Fue la primera vez que me dijeron eso.
-Yo voy a ser tu doctora de aquí en adelante y tendremos las sesiones que yo crea necesarias. Soy Amanda Sheifield. Llámame como quieras -sonrió una vez más-. Hoy no hablaremos mucho al ser la primera sesión. ¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis. Cumplo diecisiete en enero.
Garabateó algo con rapidez sobre el papel.
-Eres muy joven -sonrió.
Por muy bonita que fuera su sonrisa, la empezaba a odiar.
-Tú lo eres más para ser psiquiatra.
-Acabé la carrera hace pocos años, sí.
Amanda se incorporó y se dejó apoyar en el respaldo del sillón.
-¿Por qué piensas que estás aquí, Lena? -preguntó deslizando la punta de su boli por el labio inferior, sin dejar de mirarme a los ojos.
Aparté la mirada y me encogí de hombros.
-No lo sé. No me pasa nada. Todo el mundo piensa que estoy loca. Hasta mis propios padres. Nadie sabe lo que tengo. Mi psicólogo me tenía miedo.
Esbozó una ligera sonrisa.
-El señor Paxton me ha hablado de ti. Y tranquila, no eres el peor caso que tratamos aquí.
Lo dijo con todo tranquilizador, pero yo me revolví en mi sillón, incómoda bajo su atenta mirada. Me volví a encoger de hombros.
En la corta charla que tuvimos no me apartó los ojos de encima, como si tuviera miedo a que saliera corriendo en cualquier momento. Y deseaba hacerlo. Ella me preguntaba cosas irrelevantes y muy concretas, como si mi periodo era regular, con qué frecuencia comía, las horas que dormía, y si me había autolesionado alguna vez.
Durante toda mi estancia ahí, pensaba en que esa chica sólo estaba haciendo su trabajo. Intentaba ayudarme. Sólo deseaba que ella supiera cómo callar las voces que eran cada vez más abundantes. Nunca lo había deseado más que en ese momento.
Aún así, la consulta se me hizo eterna.
-Acompáñenme, por favor -dijo con ese matiz de seguridad en su voz, y con sus ojos achinados al sonreír como sonreía.
Entré en la sala blanca con los brazos colgando. La sala estaba vacía, exceptuando a un niño pequeño, que estaba sentado enfrente mía y con la mirada perdida. Acariciaba un oso de peluche sobre su regazo, pero no parecía estar atento a sus movimientos.
Pasé de largo y reemplacé el asiento que mis padres habían abandonado, y bajé la mirada a mi regazo, sin saber qué hacer y esperando a que todo aquella terminara pronto y poder volver a casa.
Sentí los ojos vacíos del niño clavados en mi como dos estacas.
Lo miré y fruncí el ceño.
-¿Puedo ayudarte? -le pregunté.
Él siguió mirándome mientras acariciaba su peluche.
No me respondió.
-Eh
Nada. Ni siquiera abría la boca, y su pecho estaba completamente quieto, ni parpadeaba. Sólo deslizaba sus dedos sobre el pelaje suave de su peluche. Sus ojos eran verdes como la hierba, pero no parecían albergar nada. Estaban vacíos.
-¿Te pasa algo? -pregunté tierna. Me preocupaba.
Apartó la mirada con tal brusquedad que pegué un brinco en mi asiento.
Por muy curioso que fuera, parecía que estaba sacado de una foto de época. Piel pálida, pantalones cortos, camisa y chaleco a cuadros.
Pero no sonreía. Sus labios eran una línea muy fina y blanca sobre su rostro, como si estuviera dibujada con una tiza.
Luego, me miró con los ojos muy abiertos.
-Está herido -murmuró, sin apenas separar los labios.
Lo había escuchado perfectamente, pero aún así, fruncí el ceño y susurré con la voz rota:
-¿Qué?
Me estremecí.
La puerta de la sala se abrió derrepente y di un salto, poniéndome de pie. Sonreí falsamente, intentando ocultar el miedo que empezaba a corroer mis venas.
-Vamos, cielo -decía mi madre mientras aguantaba la puerta-, ¿con quién hablabas?
Dirigí mi mirada a mi frente, pero me encontré con una silla completamente vacía.
-Eh -volví mi mirada hacia la puerta, mi madre me miraba indiferente y con una expresión triste -, con nadie mamá-. Tragué saliva y amplié la sonrisa.
Miraba por el rabillo del ojo la silla vacía.


{Narra Ellen}
-¡Como se te ocurra hacer alguna estupidez, vamos a acabar mal, eh!
Los pitidos de la línea ocupada ya sonaban al otro lado del teléfono.
Solté un gruñido y casi tiré el móvil al suelo.
Miré la pantalla. Jane aún no me había devuelto la llamada, y las cosas estaban cada vez más feas.
La había cagado. Realmente, la había cagado.
-¡Mierda!
Rápidamente, agarré mi abrigo y salí de casa apresurada.
Afuera hacía un frío helador. El cielo estaba encapotado con espesas nubes negras, que amenazaban con lluvias. Enterré mi cara en la bufanda de lana al sentir el frío viento susurrándome en el rostro.
Tenía que contárselo. Era muy tarde por la noche, pero realmente me daba igual. Y no había forma de que me cogiera el teléfono.
Caminé lo más rápido que pude hacia su casa, que por suerte estaba relativamente cerca.
Llamé a la puerta efusiva y pocos minutos después, Emma me abrió la puerta con completa indiferencia.
-¿Está Jane? -pregunté, entrando a su casa sin pedir permiso.
No estaba de humor.
-Sí. Acaba de llegar. Le dije que te llamara.
-Gracias.
Ni siquiera me quité el abrigo cuando subí las escaleras con la mayor rapidez. Entré a su habitación sin llamar siquiera. Estaba tumbada boca abajo en su cama con un libro entre las manos.
-¡Ellen! -exclamó, sonriendo- Qué sorpresa -apartó el libro y lo dejó encima de la colcha.
-Ya -respondí pasiva, deshaciéndome del abrigo y de la bufanda-. ¿Qué hacías?
-Leer.
-¿Otra vez?
Puso los ojos en blanco.
Avancé y me senté en la cama, a su lado.
-¿A qué has venido tan tarde? ¿No me has podido llamar?
-Bueno, tal vez si hubieras cogido tu maldito móvil, no te hubiera molestado -sonreí sarcástica.
Se incorporó y se sentó con las piernas cruzadas, sin dejar de mirarme con el rostro preocupado.
-¿Ocurre algo?
Aparté la mirada y me morí la uña.
-Ethan.
Soltó un suspiro.
-¿Qué le pasa?
-A él, nada.
-¿Entonces?
Me giré y la miré. Ella mostraba pasividad. Me levanté pesadamente y recorrí la habitación pensativa, tratando de pensar en cómo decírselo sin demasiada agresividad.
-Sabe lo de tú y Harry.
-Sabe, ¿el qué?
-Ya sabes. Lo de su prima y toda esa mierda.
Jane me miró unos segundos en silencio, tratando de descifrar lo qué significaba eso realmente.
-Pero, ¿qué sabe, exactamente?
-Sabe que vosotros dos salís juntos. Que él es famoso. Que su estúpido mentor necesita que ganen. Sabe que todo esto es un montaje.
La cara de Jane en esos momentos, era todo un poema.
-Bueno, pero no pasa nada, ¿no? Quiero decir...
-El caso es que ahora mismo puede hacer cualquier tontería. Y sabes cómo es Ethan.
Me volví a sentar en la cama, ésta vez más cerca de ella. Durante un buen rato no dijimos nada y compartimos un silencio de lo más cómodo. Estaba pensativa, se le veía en los ojos, que no paraba de moverlos de un lado para otro.
Tal vez no fuera nada grave para mí, pero entendía que para ella sí. Él ahora mismo podía hacer cualquier cosa, o decir cualquier cosa para mandarlo todo a paseo y hacer que todo el esfuerzo sería en vano. Y lo veía muy capaz de hacerlo.
-Si te digo la verdad, Jane, has sido bastante tonta en aceptar eso.
Ella me miró incrédula, saliendo de su nube y prestándome atención.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que podrías haber roto con él, y después, cuando todo esto hubiera pasado, volver a salir. Ahora ya no se puede hacer nada. Ya ni siquiera puedes tocarle en público o estallas las sospechas.
Ella negó tímidamente con la cabeza.
-No lo entiendes, Ellen. Yo no puedo romper con él. Me es imposible -pronunció la palabra romper como si la fuera a vomitar.
Tardé un rato en responder cuando dije:
-Pues, ahora mismo, es lo mejor que puedes hacer.