53 ~

Capítulo 53:
{Narra Lena}
La vida no siempre te ofrece lo que tú quieres. Es más, nunca lo hace. La vida es el egoísmo, mire por donde se mire. Nunca piensa su está siendo justa con la gente, si está conforme, o si no lo está. La gente afortunada da gracias cada día por sus logros, riquezas o por todo lo que posee. Pero ¿y la gente desafortunada? ¿A quién le da las gracias por las pocas cosas que tiene, pero que algunas personas juzgan por “malo”? La gente desafortunada no tiene por qué dar las gracias a nadie, y por ello no lo hace. A veces reflexiones como éstas ayudan a darse cuenta de las cosas. La vida elige quién eres, o quién serás. Lo elige. Pero luego eres tú el responsable de si lo quieres cambiar o no. A veces. A veces es inevitable. Inevitable saber que no vas a acabar bien, por mucho que quieras cambiarlo. Saber que lo que realmente te sucede no tiene ninguna solución, y la verdad es que la vida en sí no tiene la culpa de ello. Y esa es la cruda realidad.
Había pasado la noche en el baño.
 Mi padre, seguramente, había estado esperando la noche entera en el pasillo, esperando a que saliera. El baño era el único lugar donde podía encerrarme realmente. Era pequeño, y no había mucha luz, pero, realmente, no me importaba. Habían amenazado varias veces llamar a la policía si no iba con ellos aquella semana. ¿Qué otra cosa podían hacer para controlar a su hija esquizofrénica?
Estaba aprendiendo a no tomarme las cosas tan en serio, y a tomarlo todo con sarcasmo. El sarcasmo me ayudaba a no enfadarme tanto como lo hacía. Y lo hacía mucho, lo de pensar con sarcasmo. Hasta me divertía, a veces.
No había dormido nada. Esa sería mi última noche que pasaría en mi casa, por un tiempo. Cada minuto que no dormía por la noche, miraba por la pequeña ventana, que daba a la parte delantera de mi casa. Pensaba “en cuanto amanezca, vendrá la policía, tirarán la puerta abajo y me sacarán de aquí. Como hacen con todos los locos desobedientes”. Y ese pensamiento me hizo reflexionar.
Alrededor de las nueve de la mañana, unos suaves golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Era lunes, y me negaba a ir al instituto. Tampoco me iban a dejar. Quiero decir, ¿a qué tipo de padres se le ocurre dejar a su hija loca por la ciudad, cuando sabes que puede escaparse, volver a desobedecerte? No sería ético.
-Lena, cielo. El desayuno está listo -la voz de mi madre siempre sonaba tranquila, aunque fuera un manojo de nervios en esos instantes. Hacía como si nada hubiera pasado. Como si fuera un día cualquiera y como si horas más tarde no estaría en un loquero de verdad. Como si no me metieran interna hasta que “me pusiera mejor” o hasta que “aprendiera a comportarme”. Já.
Agarré el cerrojo y tiré, sin abrir la puerta.
-¿Están los policías listos para cogerme? Voy a salir.
Realmente, el sarcasmo me ayudaba mucho.
Pero ella, lo ignoró lo mejor que pudo.
-Te esperaré abajo.
Abrí la puerta con normalidad y pasividad. Entré en la cocina, donde mi madre estaba sentada y mirando fijamente en la pared, aparentando tranquilidad.
Me senté en la mesa y miré mi plato. Estaba raramente vacío. Esperaba toparme una vez más con esa pastilla blanca que debía tragarme cada día. Pero no estaba. Miré a mi madre.
-¿Y la pastilla? Igual te muerdo si no me la tomo...
-Deja de decir tonterías. Te la darán ahí. Las maletas están preparadas.
-¿Maletas? Pensaba que te daban camisas de fuerza o algo ahí para que no haga daño al resto... igual lo hago... sin la pastilla, ¿quién sabe?
-Lena. Ya vale.
Me encogí de hombros y bebí un pequeño trago del vaso de leche que había sobre la mesa.
-Bueno, ¿y cómo es eso del loquero? ¿Te encierran en celdas con las paredes acolchadas como en las películas? -pregunté con una sonrisa sarcástica.
-No lo llames así, hija.
-¿Y cómo lo llamo? ¿Manicomio? ¿Jaula? ¿Cárcel? -dije, levantando la voz y enfadándome más de lo que quisiera.
Estaba consiguiendo que me enfadara de verdad.
-¡Lena! -me gritó mi madre, visiblemente irritada por mi comportamiento- ¡Como vuelvas a levantar el tono te...!
-¿Qué? -la interrumpí con toda la brusquedad posible- ¿Qué me vas a hacer? ¿Meterme interna? Oh, tarde. ¿Qué más puedes hacerme para joderme la vida? ¡¿Qué más?! Casi me gusta la idea de irme, cuanto antes os pierda de vista, mejor.


{Narra Yina}
-¡Tía, es genial! -gritaba Leo, mientras me abrazaba-. Yo, cuando me contaste lo que te dijo tu madre, no me lo creí mucho. ¡Ah, cuánto me alegro por ti!
Sonreí.
-Y lo mejor de todo es que sale en las próximas dos semanas.
Estaba excitadísima. Había conocido a mi padre, al que tanto tiempo creí desaparecido, o incluso muerto.
Pero había algo que no me cuadraba del todo. Mi madre nunca me había mencionado que había estudiado en Canadá. Lo que ella me contó fue que lo conoció en Inglaterra, pero, ¿por qué estaba, entonces, en Canadá? No entendía nada.
-O sea, ¿que lo tienes en casa por Navidades? -me preguntó emocionada Brooke.
Asentí.
-Me lo tendré que llevar a Inglaterra.
-¿Te vas a Inglaterra por Navidades? Entonces no estarás en el baile de invierno... -dijo Leo algo desanimada esta vez.
-Ya... lo siento. ¿Se lo decís a Saddie de mi parte? No quiero desanimarla...
-¿Cuándo te vas?
-Probablemente a finales de la semana que viene. Justo cuando terminemos los exámenes.
El aire que las tres respirábamos en esos momentos se volvió denso y difícil de respirar; tan denso que podría cortarlo como si fuera un hilo bien tensado de dos lados. Fue curioso, porque sabía que yo no era la única que lo notaba en esos momentos, pero nadie dijo nada, lo que lo hizo más pesado todavía.
Brooke rápidamente intentó arreglarlo.
-Te echaremos de menos -me sonrió.
Leo soltó un jadeo algo exagerado, por lo que sonó con mucha intensidad en la habitación. Tan fuerte que Brooke y yo dimos un leve brinco en el colchón, girando nuestras miradas hacia ella y prestando toda nuestra atención a su reacción tan repentina.
-¿Qué día es hoy? -preguntó alterada.
-Sábado.
-¡Vamos a celebrarlo! ¡Navidades adelantadas, vamos! -Leo se levantó del baúl del que estaba sentada de un salto, completamente excitada.
-Pero si ya fuimos ayer... -se quejó Brooke.
-¿Y? Pensad, la semana que viene no vamos a poder por los exámenes, y no vamos a tener ocasión de despedirnos de Yina como es debido. Venga -dijo, siendo muy pesada. Me agarraba del brazo, dando pequeños tirones haciendo que me tambaleara sobre la cama y haciéndome pucheros. Intentando convencerme.
Cómo sabía.
Yo me encogí de hombros.
-A mí no me parece mala idea. Pero no hasta muy tarde que esta noche quiero dormir -le guiñé un ojo a Brooke.
Ella me respondió con una sonrisa.
-Ni te preocupes. Voy a hacer maravillas. Tengo un enchufe buenísimo en uno de esos clubes alquilables. Vamos a despedirte como te mereces.
Sonreí mientras ella se acercaba a la puerta.
-Sólo me voy por un mes... el año que viene vuelvo...
-¿Y? La cosa es tener una excusa para irse de fiesta. Mientras yo voy a hablar con el señor ese, pensad algo para poneos, no quiero ver vaqueros, ¿entendido?
-Yina, ¿puedo inventar a señor L? -me preguntó Brooke alzando una de sus rubias y perfectamente perfiladas cejas.
Amigas y sus típicos motes para los chicos. No era muy logrado, cualquiera que pensara un poco, lo desvelaría sin dificultades.
-Te he dicho mil veces que no lo llames así.
-Pues le invito. Encima que te hace un favor no vas a dejar de invitarle... yo le digo.
Puse los ojos en blanco con una pequeña y disimulada sonrisa.
Francamente, estaba deseando que lo invitaran.


{Narra Jane}
-Jane, hija mía, ¿tanto te cuesta ponerte un maldito pantalón de gimnasia? -me decía Ellen mientras me ataba la zapatilla de deporte.
A veces se ponía demasiado pesada.
Gruñí y bajé el pie del banco con brusquedad. Puse los brazos en jarras y la miré con el ceño fruncido. Ella me devolvió la mirada alzando las cejas.
-¿Vas a dejar de quejarte alguna vez?
Puso los ojos en blanco y me agarró del brazo.
-Venga. Que llegamos tarde.
Salimos rápidas del vestuario al ver que todo el esto de compañeros ya se había reunido en el patio del instituto.
Odiaba las clases de educación física con toda mi alma. De verdad. En cambio, a Ellen le encantaba. Decía que era la única clase que nos permitía movernos aunque sólo sea un poco. En parte le daba la razón, pero aún así, lo odiaba.
Me agarré el estómago al subir las escaleras para ir al parque de descanso al notarlo rugir. Estaba en ayunas.
Nos reunimos con el resto del grupo y fingí escuchar a la profesora. Ellen siempre era mi pareja y acababa enterándome qué teníamos que hacer, realizando la misma actividad.
Para ser diciembre, hacía mucho sol. No hacía calor, pero suponía que al hacer ejercicio tendría calor, por lo que me quité la sudadera.
Me crucé de brazos y sentí la mirada de Ellen clavada en mi muñeca. La envolví con la mano, protegiéndola de su puntiaguda mirada.
-¿Qué? -le pregunté susurrando.
Ella me miraba sonriendo, tratando de oprimir una risa.
-¿Llevas la pulsera de Harry? -dijo prácticamente entre risas, susurrando y procurando que sólo yo lo escuchara.
Aparté la mano y descubrí una pulsera negra decorando mi muñeca. Fruncí el ceño y rebusqué entre mis recuerdos para buscar el momento en el que me la puse. No lo recordaba, y me extrañé muchísimo. Ni siquiera me había dado cuenta. La cubrí de nuevo, intentando que nadie se diera demasiada cuenta.
-Hm.. por lo visto -le sonreí.
Puso los ojos en blanco, pero sin dejar de ocultar la pequeña sonrisa juguetona. Me agarró del brazo y tiró de mí.
-Anda. Vamos.
Ambas comenzamos a correr, siguiendo al grupo.
-¿A dónde vamos?
Ellen soltó una carcajada, burlándose de mi ignorancia.
-Vamos a hacer una prueba de orientación por Londres.
-¡¿Por Londres?! -grité tan fuerte que las dos chicas de delante se giraron con brusquedad asustadas, mirándome extrañadas ante mi reacción. Yo las sonreí indiferenciada, por lo que ellas se miraron entre sí raramente y volvieron la vista al frente.
-¿Por Londres? -repetí, esta vez susurrando- ¿Por todo Londres?
Volvió a reír.
-¿Cómo va a ser por todo Londres, tonta? Sólo por el barrio...
Estaba atacada.
-Mierda -murmuré apartando la mirada.
Seguimos corriendo hasta salir del recinto escolar, y conforme íbamos avanzando por las calles, más nerviosa me ponía. Tenía la suerte de que estaba en horario escolar y que la mayoría de las fans estaban en clase. Pero aún así, no estaba tranquila. Y no podía quitarme la pulsera, ni guardarla en ningún lado, ya que no tenía bolsillos, y Ellen tampoco.
El grupo paró en un llano para que la profesora pudiera repartir los mapas y los papeles para apuntar los datos. Me hice un hueco entre las personas para que se me viera lo menos posible.
No sabía por qué los fotógrafos estaban tan obsesionados conmigo, pero lo estaban. Y me ponía realmente nerviosa.
-Poneos en tríos, encontrad las balizas en los mapas y buscadlos por la ciudad. Todo el mundo aquí a las diez menos diez, ¿de acuerdo?
Ellen volvió a tirar de mi brazo.
-Tenemos que encontrar a alguien. Rápido.
Antes de que Ellen pudiera acabar en condiciones la frase, sentí dos manos apretando mis caderas, y cómo juntaba mi cuerpo con el suyo.
Ahora sí que empezarían a sacar fotos como locos, escondidos en sus escondrijos como conejos asustados ante su depredador, sólo que con otras finalidades; vender. Ese era su trabajo. Sacaban la mayoría de las fotos posibles, para poder venderlas a las televisiones, periódicos y revistas, y así poder ganar dinero. Beneficio propio. Lo odiaba.
Estaba preocupadísima.
-¿Has perdido algo, Ethan? -preguntó seca Ellen, y él se apartó de mí.
-No exactamente. Pero he visto que os falta una persona, ¿me equivoco o no? -me sonrió, y yo aparté la mirada, tratando de controlar la situación.
Otra vez ese nudo.
Tenía que contárselo ya.
-¿Estáis todos? -preguntó la maestra, tendiéndome el mapa del recorrido y el folio para apuntar.
Ethan se adelantó y cogió los papeles, asintiendo sonriente. Volviendo a sacar su magnífica faceta de actor.
-Sí, gracias.
La profesora nos señaló a Ethan y a mí.
-Vosotros dos a hacer la prueba. Que no me entere yo que lo ha hecho todo Ellen.
Abrí los ojos como platos, atónita.
No me lo podía creer. Ya se había enterado todo el profesorado.
Ethan, en cambio, rió como un buen actor, tomándoselo con humor. Estaba disfrutando muchísimo, lo veía en su mirada.
-Claro. No se preocupe.
Ella sonrió y se fue para atender al resto de los alumnos.
Ethan suspiró con dramatismo y me pasó un brazo por los hombros.
-Hasta la profesora de educación física sabe que estamos juntos. Esto del twitter es alucinante.
Le di un empujón en el pecho.
Lo sentía en mi nuca. Como pequeños pinchazos que me atacaban cada dos segundos.
Foto. Foto. Foto.
-¡¿Lo has dicho en twitter?! -gritó Ellen por mí.
-Por supuesto.
Le arranqué el mapa de las manos y me centré en la actividad. Estaba furiosa. Puse los ojos en blanco al volver a sentir el pegajoso brazo de Ethan deslizarse por mis hombros. Yo la volví a apartar de un manotazo. Me di la vuelta con brusquedad para enfrentarme a él.
-Mira Ethan. Sinceramente me da igual que seas como una puta lapa con tus estúpidas antiguas novias todo el tiempo, ¿vale? De verdad, haz lo que quieras. Pero no conmigo. Déjame respirar. Haz como si no estuvieramos fingiendo en toda la hora. Evítame, hazme ese favor, ¿de acuerdo? Como amigos. Sólo esta hora -procuré no gritar, pero me estaba costando un gran trabajo.
Él levantó las manos con inocencia. Ni siquiera parecía enfadado.
-Está bien. Está bien.
Ellen me levantó el dedo pulgar con una gran sonrisa.
-Pues venga -miré el mapa y traté de situarme en él.
La primera señal que debíamos encontrar estaba en la otra parte del barrio. Genial. Tendríamos que correr si queríamos llegar a tiempo.

~

Ellen corría a mi lado, mientras Ethan corría pocos pasos por delante de nosotros, tratando de quedarse al margen. Me había arrebatado el mapa hacía unos minutos y sólo habíamos encontrado tres de diez balizas. Hacía mucho sol y las tripas se quejaban como nunca habían hecho. Estaba mareándome muchísimo.
Ethan paró en mitad de una calle medio desierta, en la que sólo andábamos nosotros tres y todas las tiendas y casas estaban prácticamente cerradas. Yo aproveché la pausa para apoyarme en una de las puntiagudas paredes y así evitar desplomarme en el suelo. Me encontraba fatal.
Ethan dio unos pasos hacia una de las casas abandonadas y se agachó en el suelo. Yo le miraba mientra Ellen fingía no prestar atención.
Visualizaba twitter ante mis ojos. Llena de fotos mías agarrada con Ethan, corriendo hacia aquí, con la pulsera de Harry colgando de mi muñeca. Y de fotos de mí mareada contra una pared. Qué bonito.
Ethan hizo un gesto para que me acercara.
Cuando me separé de la pared, la vista se me nubló por completo. No vi nada por unos segundos escasos y me sentí totalmente desorientada. Sentí cómo la cabeza me podía estallar en cualquier momento.
-Wow, Jane, ¿estás bien? -Ellen se acercó a mí y me sujetó el brazo, para evitar que me cayese.
Sacudí la cabeza y enseguida me sentí estable de nuevo.
-Sí, sí. Sólo me he mareado un poco.
Me acerqué a Ethan, que me miraba preocupado.
-¿Segura que estás bien?
-Que sí. ¿Qué querías?
Miró arriba.
-La baliza está ahí arriba, y necesito tu ayuda para cogerla. ¿Puedes?
-Sí, sí. Claro que puedo. -me puse una mano en la frente y la otra en el vientre, resoplando.
Casi podía sentirlo palplitar, aunque no le di demasiada importancia.
Ethan entrelazó sus manos y yo apoyé el pie en ellas. Levantó los brazos.
Pero subió con demasiada rapidez.
Un enorme foco blanco atravesó mis parpados al parpadear varias veces, a la vez que un dolor muy agudo en la cabeza. Y el mismo dolor intenso que experimenté días atrás volvió a cruzar mi vientre, por lo que me doblé en dos.
Después, negro.


52~

Capítulo 52:
{Narra Lena}
-¡Lena! ¡Te la vas a tomar o llamo ahora mismo a Amanda! -me amenazó mi madre, apuntándome con el teléfono.
-¡Pues hazlo! -resoplé-. Ella tampoco puede obligarme. ¡No la necesito! ¡Estoy bien! ¿Tanto os cuesta entenderlo? -gruñí y me crucé de brazos con las manos en puños.
-Sólo te va a ayudar. No te va a hacer nada.
-Me hace sentir loca.
Mi madre suspiró y se acercó a mí hasta sentarse a mi lado con el vaso de agua entre las manos. Estuvimos un rato mirando la pared llena de fotos de mi habitación.
-Lena, ¿piensas que a mí me gusta verte así? ¿Que tenga que llenar a mi única hija llena de pastillas para poder volver a tenerla de vuelta? Sólo intentamos ayudarte. Es lo mejor, créeme, por favor. Tómatela.
Resoplé lo más fuerte que pude.
-¿Única hija? ¿Ahora has olvidado que el estúpido secreto que te has guardado toda tu maldita vida me lo desvelaste?
Bajó la mirada.
-Lena, por favor. No pido que lo hagas por mí, ni por nadie. Sólo piensa que con esto vas a estar mejor. Vas a poder ser la misma de antes. Por favor.
Fruncí los labios y miré el vaso de agua en el regazo de mi madre, cómo temblaba levemente entre sus dedos.
-Sólo es hasta que Amanda lo diga. No será para siempre, lo prometo.
-Sólo si te callas -miré a mi madre.
De verdad que me estaba calentando la cabeza con tanta ñiñería y pesadez.
-Gracias -susurró, y me besó la frente.
No me hizo ninguna gracia. Ni lo mencioné cuando tuve que ir esa tarde de nuevo a ver a mi psiquiatra. Odiaba como sonaba eso. Mi psiquiatra. Como si estuviera loca de verdad.
-Vamos. Sé sincera. No soy quién para juzgarte. Estoy para ayudarte, ¿recuerdas?
Bajé la mirada y me mordí el labio.
-Sí, pero sólo fue una vez. Y no fue nada profundo. Ni siquiera tengo marca.. -me remangué el jersey de lana y pasé el dedo por la fina y blanca cicatriz que atravesaba la muñeca.
-Gracias -me sonrió y garabateó algo rápido en su cuaderno, como hacía con cada maldita palabra que pronunciaba.
Era la quinta visita que había hecho en esta semana. Hasta en viernes tenía que ir. Era horrible. Y lo peor de todo es que cada vez le cogía más confianza.
La primera vez que fui a verla me prometí a mí misma que no le cogería demasiada confianza. Nunca. Más que nada porque la pagaban por pretender que me entendía, por intentar ayudarme cuando, para mí, era imposible. Nadie podía. Nadie sabía realmente lo qué me ocurría exactamente. Y ni todas las pastillas del mundo ayudarían a que volviera a ser la misma.
Pero estaba empezando a hacerlo. Y me ofendí a mí misma por hacerlo.
Últimamente, habían vuelto a mi cabeza imágenes del verano en Cheshire. Cómo en dos semanas Liam y yo habíamos cogido tanta confianza y en todo el resto del tiempo le había olvidado poco a poco. Cómo ignoraba sus llamadas y mensajes. Una tarde pensé en llamarle y hablar con él otra vez, volver a poder hablar con alguien y sentirme a gusto.
-¿Y lo hiciste?
Negué con la cabeza.
-No puedo. Seguramente está muy liado con la final, y todo eso. Han pasado, ¿sabes? Media Inglaterra sueña con ellos. Son super famosos ahora -sonreí sin querer.
Me miró perpleja y, ahora más despacio, escribió algo sobre el folio. Cerró el cuaderno de golpe.
-Creo que por hoy ya es suficiente -y me sonrió con esa sonrisa tan falsa que tenía.
Mis padres entraron en la sala mientras yo salía y me sentaba en el banco del pasillo. En el verde. El sofá de los locos. El blanco de enfrente era para invitados o acompañantes solo. Para así la gente pueda saber a quién temer y a quién no.
Normalmente me sentaba en la sala de espera, pero ésta vez no me apeteció moverme hasta ahí.
Me sorprendí de lo altas que sonaban sus voces al otro lado de la puerta.
Arrimé el oído por casualidad, para ver si se entendían las conversaciones:
-Las noticias de hoy no son muy buenas, me temo. Creo que ya puedo estar más o menos segura de que su hija sufre esquizofrenia paranoide y lamentablemente, no tiene cura. Pero aún no estoy segura del todo, y por eso quería hablar con vosotros. ¿Tienen algún familiar con esquizofrenia o que la haya padecido?
¡Esquizofrenia! Casi me hizo gracia.
La respuesta de mi madre fue un murmuro tan bajo que no lo pude entender. Fue la voz de mi padre la que sonaba más alta y estable:
-Pero... ¿qué le hace pensar que sufre esquizofrenia?
-Bueno... la esquizofrenia paranoide se basa en los delirios y las alucinaciones, tanto auditivas como vistas. Los que la sufren tienen interpretaciones erróneas de la realidad y de lo que sucede a su alrededor. Tienden a enfadarse con mucha facilidad, lo que es el caso claro de vuestra hija. Ve figuras y escucha voces que no están realmente. Me acaba de confesar que en verano conoció a un chico al que llama Liam. Y ahora es muy famoso.
-Hay un chico muy famoso que se llama Liam, en realidad -me defendió mi madre.
-Probablemente exista en la realidad. La realidad es distorsionada con lo irreal, y la esquizofrenia es tan potente que para ella, esa es la única realidad que existe. Y, además, se ha cortado varias veces a lo largo de esta semana.
¡Qué zorra!
Mi boca se abrió automáticamente. Estaba flipando. ¡Pensaba que me había inventado lo de Liam! ¡Que me lo había imaginado! ¡Que no era real!
-Esto es alucinante -murmuré, y me despegué de la puerta. Estaba indignada. No podía volver a sentarme y simular que no había escuchado nada de lo que habían estado hablando. Estaba furiosa.
Decidí marcharme. Cogí mi bolso y atravesé el pasillo con pasos fuertes y con el ceño fruncido. Andaba cada vez más rápido. Pasé por delante de la recepción y enseguida una chica joven y tímida me preguntó si podía ayudarme.
Dame un cuchillo, y me ayudarás muchísimo -pensé, y una sonrisa burlona apareció sin querer en mi rostro.
Simplemente, lo dejé correr.
La ignoré y salí a la calle, en donde sentí cómo el aire helador de clavaba en mi piel. Pero no me importaba. Después empecé a correr. No sabía hacia dónde, pero corrí igual, mientras el enfado crecía y crecía. Estaba a punto de golpear a alguien sólo para desahogarme.
Mi casa estaba demasiado lejos de donde estaba. No podía ir andando. Me detuve en medio de una plaza en la que nunca había estado, y me sentí perdida. No sabía dónde estaba y estaba oscureciendo.
Me sentí tan agotada que podía tumbarme en medio de la plaza y quedarme dormida ahí mismo, aún sintiendo cómo pequeñas gotas ya caían del cielo.
Perfecto. Estaba lloviendo.
¿Y desde cuándo te importa? La lluvia es buena, según tú.
Más que perfecto. La voz me seguía persiguiendo.
Eso me enfureció más todavía.
Atravesé la plaza entera hasta llegar a uno de sus extremos, para refugiarme en uno de los porches. Empezaba a llover con más intensidad.
Me senté en un hueco entre dos casas y escondí la cabeza entre las rodillas, que las abracé contra el pecho con los brazos. No lloré por tristeza, si no por el enfado que tenía. Me quería morir, una vez más.
Perdí la noción del tiempo, pero creo que pasaron aproximadamente dos horas. Tuve que apagar el móvil porque recibía llamadas y mensajes constantemente. Todas de mi madre, claro. El cielo ya estaba completamente oscuro, pero no me importaba. Nadie podía verme. Estaba bien escondida en el hueco.
Cuando volví a encender el teléfono, tenía mínimo veinte llamadas perdidas. De mi madre. De Jane, Ellen y Jess. Hasta tenía una de Harry.
Tenía a medio Londres buscándome.
No le dí importancia. Borré las llamadas y mensajes. Marqué el número de Jane para hablar con ella. Necesitaba a alguien que viniera a buscarme. Me pegué el teléfono al oído, aún con las mejillas empapadas de lágrimas.
-Necesito que vengas a buscarme -dije antes de que pudiera decir nada.
-¡Lena, por tu madre!
Me sobresalté muchísimo. No era Jane al otro lado del teléfono. Miré la pantalla.
-Me... me he perdido.
-Nos has asustado Lena. Gracias, de verdad.
-Por favor. No sé dónde estoy. Es una plaza muy grande....
-Quédate donde estás. Ya vamos.
-Liam. Ven sólo, por favor.


{Narra Yina}
No dijo nada por un buen tiempo. Él era muy alto y muy joven. Tenía el pelo corto y oscuro y grandes ojos color miel. Era una réplica de mi hermano mayor. Me quedé quieta mirándole y dejando que se acercara a mí despacio, con los ojos vidriosos. Pasó la mano por uno de mis rizos que se habían soltado de mi coleta alta.
-Eres igual que tu madre -susurró y me sonrió débilmente.
Yo le devolví la sonrisa y aparté la mirada.
-Me alegra tanto que hayas venido... de verdad -dijo alzando un poco más la voz-. Pensé que... bueno... no querías verme. Que me odiabas.
-Mamá nunca me habló de ti. Y cuando se fue, me quedé sin saber qué era de ti.
-¿Cuando se fue? ¿Qué quieres decir con eso?
-Casi nunca estaba en casa. Sólo los fines de semana estaba al día completo, pero cuando cumplí los diez años ya no la volví a ver. Aiden tuvo que... tuvo que hacerse cargo de mí muy pronto. Él apenas tenía 15 años cuando dejó la escuela y empezó a trabajar. Cuando yo cumplí esa misma edad, se marchó también. Para estudiar, supongo. Sólo tenía un tutor legal y un buen amigo para cuidar de mí -intenté omitirlo como pude, pero me temblaba la voz aún así.
Él no parecía sorprendido cuando se lo dije. Miraba por la ventana, dejando que los débiles rayos del sol le calentara el rostro.
-Siento no haber estado ahí -viró la mirada para mirarme, sin sonreír esta vez.
-Por lo menos estás vivo.
Ambos sonreímos. Con la continua sonrisa, me recorrió el cuerpo con la mirada. Se detuvo a la altura del cuello en seco. Se le borró la sonrisa. Con movimientos suaves y delicados, paseó una mano por la cadena que colgaba de mi cuello y acarició el colgante.
-Los recibiste.
-¿Perdona?
-Los recibiste. Recibiste mis colgantes. Jamás pensé que iba a funcionar. Ni siquiera sabía si era la dirección correcta.
-Espera, espera. ¿Los colgantes eran tuyos?
Un puñado de imágenes saltaron de uno en uno. Las cajitas rojas que aparecían espontáneamente cada año bajo el árbol de Navidad, y cómo los lanzaba por la ventana cada año con furia, pensando que eran de mi madre, para tener un mínimo detalle conmigo, como pidiendo disculpas.
Eran suyas.
En ese momento me sentí increíblemente culpable y mal. Él había pensado en mí cada año, y yo lo había apartado de un manotazo.
Dejó escapar un gemido tan bajo que parecía un susurro.
-Cada año me pasaba las tardes enteras tallando letras y formas sin sentido, para poder mandártelas cada Navidad. Me pasaba un año entero haciendo cada letra sin tener la certeza siquiera de que las recibirías. Pensé que Sylvia me había dado otra dirección... conociéndola... -se acercó a mí y me abrazó.
Fue la primera vez que me había abrazado mi padre. Mi padre biológico. Y no hice otra cosa que quedarme quieta. Aunque no solía ser así, estaba abrumada ante la situación. Nunca se había olvidado de mí.
-No sabía que fueran tuyos... pensé que ella me los regalaba por compasión o por yo qué sé. Sólo guardé la primera letra...
Me sonrió.
-Hubiera hecho lo mismo.
-Oye, papá, ¿de qué conoces al profesor Forrest?
Nada más decir la frase, me di cuenta de lo raro que sonaba. Pero a él no pareció importarle.
Al pronunciar su apellido, sus ojos se oscurecieron y dejó de sonreír al instante. Hasta frunció los labios cuando lo dije.

-Supongamos que.... me debe una muy gorda. 

51~

Capítulo 51:
{Narra Yina}
Miré mi reloj una vez más. Resoplé y me volví a cruzar de brazos. 12:27. Llegaba tarde.
Diez minutos más y me voy -pensé.
Tenía demasiada curiosidad y me estaba poniendo muy nerviosa. Demasiado, quizás.
Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de que igual jugaba conmigo. Que no le importaba. Que sólo quería ver qué impacto tenía sobre mí. Cómo actuaría ante sus proposiciones.
Resoplé, indignada, de nuevo y miré al frente, con una mano sobre el vientre y con otra agarrando con fuerza mi mochila.
Había conseguido de casualidad escaquearme para ir hasta el campus sin que las chicas me dispararan con preguntas, y estaba segura de que ahora me estarían buscando. Y si esperaba un poco más, probablemente, me encontrarían pronto si se lo proponían.
Me sobresalté cuando sentí una mano cálida sujetando la mía. Me alivié mucho.
Miré atrás y Christian me miraba con una pequeña sonrisa. Hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera, sin decirme nada.
Me abrió la puerta de su coche y lo arrancó.
-Puede que te asustes un poco cuando lleguemos. Pero, por favor, confía en mí. Lo hago porque creo que te gustará. Si quieres que te traiga de vuelta, me lo dices, y lo hago, ¿de acuerdo?
~

-Síganme, por favor. Alejaos de las paredes. No queremos problemas.
De vez en cuando miraba de reojo a Christian a mi lado, que miraba al frente con mucha serenidad y valentía. Yo no podía hacer lo mismo. Estaba muy agradecida de que los guardias de seguridad nos acompañaran, en realidad. Parte de mí deseaba agarrar su brazo para dejar de temblar como lo hacía, pero no me sentiría del todo cómoda.
No me gustaba ese sitio ni un sólo poco. No había ventanas en ninguna de las salas que había en el edificio, la mayoría de las luces blancas parpadeaban, si no estaban apagadas del todo, y las paredes, blancas también, no parecían muy estables sobre sus cimientos.
Nos habían revisado como tres veces, por si llevábamos armas o lo que fuese. Y odiaba que lo hicieran.
-Relájate. No te vas a pasar nada -me susurró.
Lo único que consiguió fue que me pusiera más nerviosa todavía.
Llegamos a una sala con una fila de mesas paralelas a las paredes con una vitrina que las atravesaba. No era como lo imaginaba. Para nada. Parecía mucho más traquilo.
Sabía qué estábamos haciendo ahí, y aún no me podía creer que mi madre me habçia contado la verdad desde el principio.
De repente Christian se detuvo en mi frente, y me sujetó los hombros.
-Yina. No tienes por qué hacerlo. Me acabo de dar cuenta de que no puedo obligarte a hacer nada. Es tu decisión.
-Lo que más miedo me daba era entrar en este lugar. Y ahora que ya estoy dentro.... no creo que me importe hablar con él.
Frunció los labios y asintió.
-Bien. Quédate ahí, ahora vuelvo, ¿vale? Cuando te indiquen, tú les sigues y punto. Yo estaré aquí cuando termines.
Tenía el vientre lleno de subidas y bajadas por los nervios y del miedo. No lo conocía para nada. Iba a hablar con alguien que no conocía. Respiré hondo y asentí.
-Christian -le llamé antes de que se diera la vuelta-. Gracias.
Creo que esa fue una de las primeras veces que le vi sonreír de verdad. No me dijo nada más, y desapareció al dar la vuelta a la esquina.
Me quedé apoyada en la pared sin saber qué hacer, por lo que me quedé mirando a las parejas que hablaban juntos a través de los cristales. No era como en las películas. La sala era amplia y era la única en la que había visto una ventana, aunque no fuera demasiado grande. Las luces parecían estar en orden, todas funcionaban perfectamente. En medio del gran cristal que separaba la sala había un hueco para permitir la comunicación entre las personas.
No me agradaba la sala, pero tampoco la odiaba como el resto.
Un gran guardia de seguridad con el pelo cortado a cepillo y con la cara de lo más simpática, se acercó a mí.
-¿Señorita Wilde?
-Sí, soy yo -respondí.
Sonrió nada más decirlo.
-Sígame, por favor.
Abandonamos la sala y volvimos a recorrer el oscuro pasillo. No entendía nada. Me llevó a un especie de espacio abierto con puertas numeradas colocadas ordenadamente en la pared. Me estaba asustando mucho.
-No se asuste -dijo, como si me hubiera leído el pensamiento-, éstas no son las celdas. Son las habitaciones de los presos que están en procesión de salida.
Asentí sin mirarle.
-Es la 309. Aquí le dejo. Si tiene algún problema, sólo grita. Estaré aquí.
Y eso no me tranquilizó para nada, es más, me puso más nerviosa todavía.
Asentí de todas formas.
El guardia abrió la puerta y entré agarrando bien mi mochila y avancé por la habitación. No era como me lo esperaba. Una ventana grande ocupaba gran parte de la pared de enfrente, y estaba abierta de par en par. La cama era pequeña y era lo único que había en la estancia. El suelo estaba embaldosado. La sala era pequeña, pero no encajaba en ningún sentido con la idea que yo tenía de una celda.
-Yina -escuché mi nombre por detrás en un murmuro.
Me di la vuelta y sonreí.
-Hola, papá.


{Narra Jane}
Probablemente esa fue la peor noche que habré pasado en toda mi vida. Y lo peor es que no tenía ningún sueño. Ya no sentía nada. No podía dormir esa noche por miedo a que lo descubriera, a que se enfadara demasiado. Y tenía que contarselo cuanto antes.
Ese día la mochila me pesaba más de lo normal y todo estaba excesivamente alto. Hasta el suave tintineo de las agujas del reloj las relacionaba con los peores bombardeos. No lo podía soportar.
-Este tío es tonto.
Esas fueron las palabras exactas que me dijo Ellen. Jess se quedó atónita, pero no dijo nada, sólo murmuró “si no puedes decir nada bueno, simplemente, no digas nada”. Y a Lena la veía cada vez menos. Hasta se había vuelto a cambiar de instituto. La comprendía perfectamente. Yo también lo hubiera hecho. Y estaba a punto de hacerlo, solo que no me ayudaría demasiado.
Y aún así, no me desharía de Ethan con tanta facilidad.
Durante todo el día había estado intentando evitarle a toda costa, pero sabía que era arriesgar demasiado.
-Yo hablo con él y le pongo en su sitio -Ellen me sonrió-. No te preocupes.
Justo había sonado el timbre cuando me lo dijo.
-Y, Jane, ni caso. Yo iría de cabeza a contárselo a Harry. Mejor que se entere por ti que por cualquier otra persona. De verdad.
-Ya lo tenía planeado.
Salimos por la puerta principal del instututo e hicimos ademán de ir al autobús, pero dos chicas de primer curso se acercaron a nosotras con entusiasmo.
-¡Jane! ¿Podemos hacernos una foto contigo?
Fruncí el ceño y miré a Ellen. Ella se encogió de hombros.
-Eh...
-Nos has dado un susto del horror. Pensábamos que estabas saliendo con Harry -dijo la primera chica, haciendo gestos con la mano y con una amplia sonrisa.
-Sí, nosotras ya te estábamos odiando -la otra chica se rió -. Gracias que al final era mentira, que si no... estarías muerta. Todo twitter iba a por ti.
-Sí, maja. Tenías que ver eso. Eso era un mar de...
Las dos hablaban demasiado rápido y no sabía a quién mirar cuando hablaban. Y me sentía bastante bastante desconcentrada. No las conocía de nada, pero ellas me trataba como si fuera su mejor amiga.
Y consiguieron arrancarme una sonrisa.
Ellen parecía encantada con ellas.
-Jo, pero qué monas son -dijo.
-Eh. Pues normalmente no me hago fotos con las fans.... pero sólo porque sois de mi colegio, ¿eh? -sonreí.
Las chicas sonrieron y casi saltaron de la emoción.
Vaya. Me dejaron sin habla.
Después de la foto, una de ellas me dijo:
-Eres muy guapa, eh. Te pareces a él.
A Ellen casi le da un ataque. Yo tuve que contenerme para no ponerme a reír como una loca. De verdad. Esas chicas me alegraron el día.
-Ehh.... gracias.
Nunca nadie me lo había dicho tan en serio, así que dudé mucho si me lo había dicho en serio, o era sarcasmo.
Las dos chicas, cuyo nombre ni siquiera mencionaron, se despidieron cálidamente y Ellen y yo anduvimos hasta la parada del autobús.
-Entonces, ¿vas a ir?
-Creo que no tengo alternativa.
-¿Quieres que te acompañe?
-Por favor.


~


-Habían dos chicas monísimas en mi instituto que eran fans tuyas. Aw y me pidieron una foto.
-¿Si? Vaya. No te dejan en paz, ¿eh? -sonrió.
Negué con la cabeza y alcé las cejas.
-Venga. Vayamos abajo, nos estarán preocupando.
-Jo -me quejé, y me hice un ovillo en su pecho-. No quiero. Que se aguanten.
Rió bajito. Miró su reloj.
-Van a dar las siete. Tenemos ensayo en un cuarto de hora. Así que arriba.
-Ah. Es verdad, que es famosísimo y tienes una reputación que mantener -me burlé.
Mientras tanto, él ya se había levantado y medio vestido. Se detuvo y levantó una ceja, sonriéndome. Me señaló con el dedo.
-Me acabo de vestir. No me tientes.
Me levanté y me puse la camisa. Reí satisfecha.
-Harry... hm... quiero acordar una cosa contigo.
Sonrió divertido.
-¿El qué?
-Últimamente estamos discutiendo mucho y lo odio demasiado. Vuelvo mal a casa, aunque lo hayamos arreglado.
-Bueno... no te preocupes, es normal, ¿no?
-Sí, sí. Pero no quiero llegar a más. No quiero... enfadarme contigo hasta el máximo. Así que, si uno quiere parar la discusión, dice “pausa” y listo.
-¿Pausa? ¿Y después?
-No sé..... era sólo una idea... Por cierto, tengo que contarte una cosa antes de que haya mal entendidos -me dirigí a la mesa para coger el móvil, pero un dolor tan agudo en el vientre me hizo pararme en seco. Después cesó y un nuevo pinchazo más doloroso todavía me atravesó de nuevo. Tuve que agacharme para amortiguar el dolor. Dejé escapar un grito.
-¿Jane? -en medio segundo, Harry ya estaba a mi lado con una mano sobre mi espalda- ¿Estás bien?
Respiré hondo y traté de levantarme. Me mareé y tuve que sujetarme en Harry para no caerme.
-Eh.. creo que sí.
-¿Segura? -me preguntó, y me llevó a una silla para que me sentara-. Estás pálida -susurró.
-Estoy bien, estoy bien. Sólo me... me he mareado un poco.
-Voy a traerte agua -se fue de la sala.
Intenté tranquilizarme mientras miraba las llamadas. Por suerte, no tenía ninguna llamada perdida. Pero algo me llamó la atención; en la pantalla, había un gran dos en rojo en medio. Tardé bastante en caer en el significado.
Harry entró en la habitación con un vaso de agua, que dejó encima de la mesa. Se arrodilló enfrente mía.
-¿Estás mejor?
-Tengo dos días de retraso. Espero que sólo sean dos...
Justo cuando iba a terminar la frase, un mensaje de texto apareció en mi bandeja de entrada. Fruncí el ceño.
-Qué raro.
-¿Quién es?
-La madre de Lena me ha llamado hace unos minutos....
-¡Chicos! -se oyó la voz de Ellen al otro lado de la puerta, acercándose-. Voy a entrar, me da igual si estáis visibles o no -abrió la puerta.
-Hola -saludé sonriente.
-Lena ha desaparecido.