Diecisiete

Me miraba al espejo sabiendo perfectamente qué cara tendría después de pasarme casi toda la noche llorando. Sí me sorprendía un poco el hecho de que no tuviese los ojos más hinchados todavía, ya que ese solía ser mi destino si expulsaba más lágrimas de las que podía recuperar. Tampoco es que me importara demasiado. Ni siquiera miraba con intenciones de mirar. Simplemente ahí estaba, en el espejo empotrado de mi armario, en frente de mi cama en la que estaba sentada. Con los hombros caídos. Intentaba no mirar de reojo a mi móvil, yaciendo en mi mesilla de noche inocentemente.

Daniel: quedamos hoy?

Tenía bastante claro que iba a tener un mal día antes siquiera de abrir los ojos, pero el mensaje que me había desvelado por completo lo afirmaba cruelmente. Sabía lo qué me había dicho Harry la tarde anterior. Sabía que tenía razón.

Casi suelto una carcajada. ¿Tenía alternativa?

En cambio, tuve que salir corriendo hacia el baño por una arcada repentina trepando por mi garganta. Lo que temía estaba sucediendo; parecía que los vómitos se estaban convirtiendo en algo rutinario.

Me cepillé los dientes y de mala gana me puse el uniforme para ir con el estómago vacío al instituto. Estuve esperando en la boca del metro desde donde salía Ellen todas las mañanas para unirse conmigo a caminar hasta nuestro instituto. Me dio un beso en la mejilla.

—Estás pálida —comentó después de ponerme el pelo detrás de la oreja.

Aparté la mirada y me encogí de hombros.

Caminamos en silencio hasta el edificio donde pasaría la mañana.

Realmente no sabía qué es lo que más me afectaba de todo aquello. Qué era eso que hacía que se me revolviera el estómago sin aviso. No quería indagar en mis propios sentimientos, pensar tan sólo en analizarme a mí misma me hacía temblar, y corría lo más lejos que podía de la situación. No quería ni saber por qué estaba tan apagada; si era porque estaba de nuevo enamorada de alguien con el que el futuro no estaba claro. Si era porque sabía que, luchara lo que luchara, jamás podría estar con él en paz. Ni siquiera sabía si eso era lo que él quería. No sabía si era porque mi ex novio me estaba chantajeando con algo de lo que me avergonzaba demasiado para contárselo a Harry. Suspiré con la mirada perdida en el escritorio vacío que ocupaba mi mejor amigo. Tal vez si Ethan hubiese estado ahí no sería todo tan duro de afrontar como era. Aunque era todo demasiado complicado para resumirlo en una llamada telefónica. Ni quería que se preocupara de mí estando a tantos kilómetros de distancia, probablemente pasándolo bien. Me froté la frente con los dedos con la mirada clavada en mi cuaderno en blanco. No estaba prestando atención a lo que estaba pasando en clase, siquiera. En mi asignatura favorita.

Tuve que levantarme de la silla para correr hacia el baño de nuevo.

Dios mío, ¿cuánto era capaz de vomitar? Si ni siquiera había comido nada.

Lo peor de todo aquello probablemente eran las miradas llenas de prejuicios de las chicas de mi clase y las que pululaban por los pasillos. Me miraban de arriba a abajo, hablaban entre ellas. Volver a entrar a clase fue como llamar la atención de un helicóptero. Sólo me faltaba el silbato. Pedí perdón al profesor y me volví a sentar en la silla sintiendo las lágrimas en la garganta.

Ni siquiera quería darme cuenta. No quería verlo. Era imposible no hacerlo, de todas formas. Fuera a donde fuera había algo o alguien recordándomelo, como las olas mojando constantemente la arena al subir la marea.

El chico del que estaba enamorada se estaba convirtiendo en una de las personas más conocidas de Inglaterra.

¿Cómo podía aquello, de alguna manera, no afectarme? Era imposible. Yo no había pedido aquello. Me venía demasiado grande, y se me estaba venga caer al suelo. Demasiado grande y pesado. Que al mismo tiempo se envolvía alrededor mía, asfixiando mi piel y sofocaba mis gritos.

Era imposible de ignorar, y aún así hacía todo lo posible por intentarlo.

Realmente echaba mucho de menos a Jess en los recreos del instituto. Ella por alguna razón se había apuntado a otro instituto, algo más en el centro de Londres. Normalmente, Ellen y yo compartíamos los recreos con Ethan y Dan, algunos de los compañeros de clase de éste. También solían unirse un par de chicas bastante majas de nuestra clase. Nunca las había considerado amigas ni muchísimo menos compartir cosas demasiado personales con ellas, pero eran una buena forma de pasar la media hora que teníamos de pausa entre las clases. Aunque, desde hacía ya un par de semanas, Ellen y yo nos sentábamos en la cafetería solas.

Jugaba con la manzana que me había traído con una mano sobre la mesa mientras sujetaba mi cabeza con la otra, con el codo apoyado en la madera. Probablemente no sería una buena idea comérmela, dadas las circunstancias. Ellen no dejaba de mandarse mensajes con alguien como si le fuera la vida en ello. Realmente estaba haciendo como si yo ni siquiera estuviera ahí.

Puse los ojos en blanco y chasqueé la lengua.

—Dan me ha dicho de quedar con él hoy —dije para tratar de llamarle la atención.

Levantó la mirada bruscamente de su teléfono, todavía en las manos a mitad de teclear algo. Sus ojos brillaban. Parpadeó un par de veces y algo nerviosa, se colocó el pelo detrás de las orejas después de dejar el móvil en la mesa.

—¿Y qué vas a hacer?

Aparté la mirada y me encogí de hombros.

—¿Qué quieres que haga?

Cuando levanté la mirada había vuelto a agarrar su teléfono con todavía más fuerza que anteriormente, aunque sus ojos brillaban de la misma forma de antes. No había cambiado de conversación, aunque por alguna razón la que le estaba dando yo no le era suficiente. Suspiré y simplemente dejé que continuara con lo que estuviese haciendo. No tenía muchas ganas de hablar, de todas formas. Directamente, dejé caer la cabeza entre mis brazos sobre la mesa y deseé que el dolor de cabeza infernal se pasase de una vez.

Quería que las voces dejasen de chillar entre ellas y me dejasen respirar tranquila de una vez por todas. El barullo en la pequeña cafetería no estaba ayudando nada. La verdad era que no había tenido buenos días últimamente desde que el desgraciado de Dan volviese a aparecer en mi vida tan repentinamente, aunque ese día en particular me estaba costando más de lo normal.

Me incorporé casi enfadada, con la cara roja para enfrentarme a mi amiga.

—Tía, Ellen, ¿qué pasa? ¿Te has echado novio o algo?

Ella me miró algo asustada por mi repentino ataque de violencia hacia ella, aunque probablemente eso no fuera el causante de que se pusiera rojísima de un momento a otro.

En cualquier otra situación le hubiese atosigado a preguntas con tan sólo ver su reacción, pero no estaba de humor.

—Llevas pasando de mí toda la mañana. Pasa del tío ese y dame mimos —dije haciendo pucheros, apoyando mi cabeza en su hombro con los ojos cerrados.

Con una carcajada me puso una mano en la cabeza y empezó a acariciarme el pelo. Pero yo ya había visto lo rapidísimo que había apartado la pantalla de su teléfono de delante mía. Me estaba ocultando algo.

—Tienes razón. Dios mío, Jane, estás ardiendo. ¿Estás bien?

Asentí frotándome la frente.

—Creo que la ansiedad me está dando fiebre.

Torció los labios y me dio un beso en la frente.

—Voy a ir a pedirte un té, ¿vale? Deberías ir a casa.

Antes de que pudiese replicar y decirle que probablemente acabaría echando el té también, Ellen se levantó de la silla y se acercó a la barra de la cafetería.

Volviendo a apoyar la cabeza en la punta de mis dedos al notar la fiebre bajar por mis articulaciones, sentí la mesa vibrar bajo mis codos cuando la pantalla del teléfono de Ellen se encendió con un mensaje nuevo.

Sinceramente, no tenía la cabeza allá donde tendría que haber estado; al acecho de que mi mejor amiga no se estaba involucrando de nuevo con la gente equivocada, ocultándome cosas como lo solía hacer en el pasado cuando sabía que estaba haciendo algo que a mí no me iba a gustar. Tal vez si hubiese estado atenta a lo que estaba sucediendo podría haber leído el mensaje que le habían escrito y tratar de juntar cabos para poder entender mejor la situación. Y no llevarme la sorpresa que me llevé meses más tarde, como un bloque de hormigón cayéndome desde el cielo.

Lo único que hice fue leer el nombre de mi ex novio sobre la pantalla, antes de que Ellen volviera y me levantase de la silla para marcharnos.

🌿🎞🔮

Me pasé el resto de la semana en la cama, por mareos, vómitos e inestabilidad en general en el cuerpo. Dan tuvo que esperar al viernes, aunque pareció que no se molestó en ocultarme su inquietud al llamar a la puerta el viernes por la tarde, después de volver aquella mañana a clase.

—Ten cuidado —me dijo mi madre con juicio en sus ojos, al bajar las escaleras preparada para enfrentarme a él.

Asentí, por mucho que últimamente mi madre y yo no nos estábamos llevando muy bien.

Normalmente solíamos coger su coche para ir al centro de Londres, aunque esa vez se empeñaba por coger el metro. Puse los ojos en blanco cuando me lo propuso.

No podía dejar de pensar en la conversación que estarían compartiendo Dan y Ellen. Llevaba toda la semana pensando en aquello y haciendo todo lo posible para que no me afectara al dolor de cabeza. Pero el verle ahí lo hacía incluso más real. ¿Qué hacía él hablando con mi mejor amiga? ¿Qué tenía que decirle a ella, que tanto me lo tuviese que ocultar de esa forma? Era muy raro que Ellen no me hubiese comentado el hecho de que mi ex maltratador estuviese hablando con ella tan repentinamente por mensaje. ¿Podría ser que tal vez, no fuera de forma tan espontánea como yo pensaba? ¿Podría ser que ellos hablasen de forma mucho más habitual de lo que me contaban? ¿Ambos?

Ellen siempre había tenido un punto débil si se trataba de Dan, fueron los dos primeros en conocerse de los cuatro, siempre habían estado extrañamente unidos. Nunca ninguno de los dos me habló acerca de la relación que tenían antes de que viniese yo, siempre fueron poco claros cuando les hacía preguntas. "Somos muy buenos amigos". Era lo único que oía.

Decidí que rallarme sobre aquello tan sólo me haría volver a maltratarme con cosas que ya no me importaban tanto como pensaba. No era de mi incumbencia, si ella no quería contarme qué es lo que hacía comunicándose con ese hombre que tan mal me había hecho, no tenía por qué obligarle. Ni tenía por qué mantenerme despierta por las noches pensando en ello. Ellen nunca se abría con cosas así de trascendentales conmigo, ni con nadie. Era una chica muy extrovertida en algunas ocasiones, pero había tantísimos aspectos en su vida que jamás me había contado que ya no me quedaban dedos para contar. Era misteriosa con las cosas que le hacían daño, y seguramente había una razón más que plausible por la que hubieran algunas cosas que prefería no comentar con nadie. Ni siquiera conmigo.

A Dan le pareció buena idea ir a la heladería más cara de Trafalgar Square. En mitades de noviembre, sin llegar a los quince grados de temperatura, mientras yo acababa de pasarme los anteriores días en la cama. Y el helado sólo me producía náuseas.

Pero ahí estaba él sentado, en frente mía en los escalones del Cuarto Plinto abarrotado de turistas a nuestro alrededor, sonriéndome y soltando carcajadas con absolutamente todo lo que decía.

Tiré la mitad del helado que estaba sujetando, temiendo que mi estómago de nuevo se rebelara contra mí.

—¿Estás bien? —preguntó, por primera vez en toda la tarde que su voz sonaba algo sincera.

Me coloqué los brazos cruzados sobre el vientre y asentí, después de ajustarme bien la coleta.

—Es rarísimo, ayer tenía un antojo de azúcar enorme. Hoy no lo puedo ni probar —comenté, riéndome débilmente y bajando la mirada al regazo.

—Vaya, lo siento —dijo imitándome la pequeña risita.

Le miré con tristeza en los ojos después de que dijera aquello, mientras bajaba la mirada a su regazo con esa sonrisa falsa que tan bien esbozaba.

Es curioso las cosas por las que algunas personas se disculpan. Estaba prácticamente obligándome a pasar tiempo con él mientras me chantajeaba con algo que sabía que iba a hacer mucho daño después de haberle pedido más de una vez que me diera espacio, que saliera de mi vida. Y se estaba disculpando porque no me podía comer su puto helado de seis libras. Sentí mi garganta rasparme cuando resoplé con ella. Le miré a los ojos.

—¿Por qué estás haciendo esto, Dan? —dije con mirada penetrante.

Realmente su punto de vista me daba bastante igual. No era por eso por lo que le hacía la pregunta. Sabía que él hacía lo que estaba haciendo por demostrarme su poder ante mí, que jamás dejaría de tenerlo y que no iba a dudar en usarlo contra mí. Lo hacía para asegurarse de que todavía podía hacer conmigo lo que quisiera, y que si me rebelaba iban a haber consecuencias. Lo hacía para que me fuera el doble de difícil superar aquella situación en la que él mismo me había obligado a situarme. Todo aquello podría haber estado escrito en mi frente, que le pregunté la pregunta para ver qué era aquello que le daba motivos a él para pensar que eso que estaba haciendo era coherente. Quería ver qué clase de excusa se inventaría para justificar que me hubiese apuñalado una vez más.

Él me miró con ojos caídos.

—Porque me gusta pasar tiempo contigo —dijo tras hacer una pausa y bajar la mirada dramáticamente, bajando el tono de voz—. Lo creas o no, era lo que más me gustaba cuando estábamos juntos, verte sonreír y reírte. Porque no he dejado de quererte.

Me estaba manipulando, y yo estaba dejándole sin necesidad de que me atara las manos para resistirme.

Porque me quería. Pero me quería para él sólo. Y me lo estaba repitiendo mientras me abría las heridas cerradas que ya habían sido abiertas por él la primera vez. Con una sonrisa en la cara. Acariciándome el pelo. Susurrándome al oído que todo iba a estar bien.

Solté otro resoplido y sacudí la cabeza.

—Eres asqueroso.

Él se rió y pasó una mano por mis hombros para besarme la cabeza.

Clic. Clic. Clic.

Me faltaba poco para desmayarme de nuevo.

—Ahora en serio. ¿Qué tal has estado? ¿Qué tal te va eso de la fama?

Solté una carcajada real.

—¿La "fama"? —dije mirándole y levantando los dedos en el aire.

Asintió y se pasó los dedos por los labios.

—¿Cómo lo llamas tú?

—No lo llamo. No hablo del tema, es vergonzoso.

—No lo es. Es guay.

Puse los ojos en blanco. Sabía que ese chico nunca había sido demasiado inteligente, pero es que se realmente se esforzaba. Le miré con reproche.

—Eres gilipollas. De verdad, Dan. No es divertido salir a la calle y saber perfectamente dónde están cada una de las cámaras y tener que leer toda clase de insultos hacia mí.

—¿Sabes dónde están las cámaras?

Me llevé una mano a la frente y volví a poner los ojos en blanco. Suspiré en rendición.

—Sí, Dan. Es mi nuevo super poder.

—¿Dónde están ahora?

Chasqueé la lengua.

—Hay uno justo en frente nuestra, donde la fuente —comenté con los ojos bajos, sin separarlos de los suyos—. Hay otro detrás nuestra, en la valla, que lleva ahí ya un tiempecito, así que se irá pronto, me imagino. Y seguro que ese grupo de chicas de detrás mía ya me han sacado un par de fotos también.

—Wow.

—Así que no te preocupes. Lo va a ver.

Soltó una carcajada.

—¿Por qué crees que lo hago por él? Te acabo de decir que me gusta estar contigo.

Alcé una ceja.

—No estarías haciendo esto si no fuese porque "estoy" con alguien.

Se recostó en el escalón y se apoyó en el cemento detrás nuestra, poniendo una mano detrás mía. Miró al frente.

—Tu novio, o lo que sea, me la suda. No me puede importar menos.

—Lo que sea.

—Pero sólo para hacerle rabiar, me puedes dar un beso.

Llevé mi mejor mueca de asco hacia él, que se reía despacio, para luego pellizcarme las costillas juguetón.

—Te estoy vacilando.

—Sigue vaciándome así e igual te cruzo la cara.

Se incorporó y volvió a poner el brazo por mis hombros, acercó la cara a la mía y me pellizcó la mejilla.

—Qué pena que no puedas hacer nada, pequeña. Pon mejor cara, no quiero que nadie piense que me odias.

Le sonreí girándome hacia él, dejando que mi nariz rozara la suya sin dejarme intimidar.

—Es que te odio.

Me separé de él y me levanté.

—Vamos a dar una vuelta. Así me coges de la mano y me dejas en paz de una puta vez —dije.

Me sonrió y nada más levantarse, entrelazó sus dedos con los míos.

Caminamos un tiempecito en silencio. No era especialmente incómodo, por los muchos años que llevábamos compartiendo los silencios en paz, aunque pude ver que él realmente estaba disfrutando. No sabía muy bien de qué, si realmente de mi compañía o del hecho que probablemente su foto ya estaría siendo de nuevo viral en internet.

Me apretó la mano y cuando alcé la mirada, estaba mirándome con una sonrisa algo preocupada.

—Jane, ¿estás bien?

—Deja de preguntarme eso, ¿de acuerdo?

—Vamos, veo que tienes mala cara. No quiero que te pongas peor.

Comencé a protestar y a decirle que si realmente se preocupaba por mí debería dejarme ir a casa y acabar con aquello que tan incómoda me ponía, pero antes de que pudiese acabar la frase, paramos en un puesto de café en mitad de la calle y me tendió una taza de cartón.

Con un suspiro, le miré con reproche. Me devolvía la mirada con una sonrisa y las cejas alzadas, casi obligándome a cogerla. Puse los ojos en blanco y estiré los brazos.

—Gracias —dije antes de soplarle al plástico.

Era mi café favorito. Se me había olvidado que él sabía exactamente qué es lo que me gustaba. Cómo sacarme una sonrisa.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Él todavía me miraba con una sonrisa. Por alguna razón, casi simultáneamente, él como acto reflejo pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia su pecho para abrazarme, y a mí se me estaba escapando una pequeña sonrisa. Por unos escasísimos segundos casi se me olvidó qué es lo que estaba haciendo conmigo y por qué. Simplemente me vi inhalando su olor corporal como había hecho durante los años.

Supe cuando me aparté de su abrazo que tendría intenciones de besarme. Tal vez tampoco para las cámaras ni para nadie más. Él también sabía que si me besaba el juego se acabaría instantáneamente. Aún así, hizo el gesto del que tan acostumbrado estaba en hacer. Me entraron ganas de llorar, aparté la cabeza rápidamente, y él hizo lo mismo, casi igual de avergonzado de lo que estaba yo.

Hubiese sido una de las situaciones más violentas que haya vivido en lo que llevaba de semana si no hubiese sido porque, a lo lejos en esa misma calle, pude distinguir la silueta de Jess acercándose a donde estábamos nosotros.

El paso que di hacia atrás casi fue kilométrico. Él se humedeció los labios todavía con la mirada confusa clavada en el suelo mientras me preparaba para que llegase Jess a sacarme del apuro.

Por culpa de la gente no podía ver con mucha claridad, pero hablaba con alguien animadamente con una sonrisa de oreja a oreja, riéndose varias veces. Con las mano entrelazadas.

La chica alzó la mirada hacia el frente y al verme, su sonrisa se volvió nerviosa, y se soltó la mano para ponerse un mechón de pelo detrás de la oreja. La chica que caminaba al lado suya también puso los ojos en mí y luego de nuevo en ella. Su sonrisa no pareció desaparecer.

—¡Jane! —dijo Jess al acercarse del todo a mí.

Me dio un beso y me cogió de la mano.

—Hola —respondí con una sonrisa.

No dudó ni un segundo en llamar la atención de su acompañante, que se acercó algo más con una sonrisa tímida.

—Esta es Lena. Viene conmigo al conservatorio.

La chica era menuda, tan delgada que casi podía verle los huesos de la cara, aunque extrañamente de una forma atractiva. El pelo castaño liso le caía por la chupa de cuero negra hasta la altura del obligo, estropeado y algo enmarañado, aunque era guapísima. Sus ojos azules eran enormes, enmarcados por completo con unas pestañas negras y largas, los labios gorditos y pequeños, redondos y rojos. Aunque llenos de herida; estaba constantemente mordiéndolos como un tic nervioso.

—Soy Jane —le dije acercándome para besarle la mejilla.

—Lo sé. Tú eres la amiga de Harry Styles —respondió con voz suave y melodiosa.

Casi pude escuchar a Dan al lado mía resoplar con las manos en los bolsillos.

Solté una carcajada roja como un tomate.

—Le he dicho que te dijera eso —comentó Jess mirándola con ojos brillantes.

—Qué graciosa eres.

Las tres nos reímos y Jess señaló a Dan con los ojos, lanzándome cincuenta preguntas con las pestañas, poniendo los brazos sobre su pecho.

—Ah. Este es el hijo de puta de mi ex.

—Encantado —dijo él con una sonrisa, sin hacer amago de saludar a ninguna de las dos de ninguna forma.

Lena me miraba con terror. La tranquilicé con una carcajada.

—No te preocupes. Lo digo en serio.

Las dos se rieron de nuevo, aunque esa vez no me preocupé por ver la reacción de Dan.

—¿Estás mejor? —preguntó Jess tocándome el codo cariñosa.

—Algo. Se me pasará, supongo.

Ella me sonrió con ternura y me acarició la cara.

—Mañana quedamos, ¿de acuerdo? Voy a llevarla a casa. Descansa, eh.

Las dos me sonrieron antes de marcharse por la calle abajo. Yo continué caminando hacia el lado contrario y Dan me siguió.

—Esa es la que estaba contigo en la fiesta, ¿no?

Me puse algo nerviosa, y traté de caminar más rápido que él dando un trago al café que me había invitado.

—¿Qué fiesta?

Realmente no necesitaba que él se enterase de lo de Ethan, de ninguna de las maneras. Si fuese yo la que pagaría las consecuencias me daría exactamente lo mismo, pero sabía que si se enteraba, Ethan iba a acabar de muy malas maneras. Dan tendía a ser muy violento físicamente, como has podido comprobar.

Antes de que pudiese contestar, me di cuenta que a la fiesta de la piscina Jess no pudo ir porque tenía otros compromisos, por lo que pude respirar un poco. Tampoco es que hubiese estado cerca de descubrirlo, pero lo mejor era hablar de esa fiesta lo que menos. Era muy mala mentirosa, y Dan siempre era capaz de pillármelas.

Imagínate como acababa yo si me pillaba mintiéndole.

—En el cumpleaños de Ellen.

Imagínate el miedo que tenía por que descubriera que me había acostado con Ethan, que había conseguido ignorar que en aquella fiesta Dan estuvo a punto de violarme. Ese tipo de poder tenía sobre mí.

—Sí.

—Es mona.

—Te atreves siquiera dirigirle la palabra y vamos a tener un problema, ¿está claro? —le dije sin siquiera mirarle, continuando mi camino hacia delante esquivando a las personas que venían en dirección contraria—. Quiero ir a casa.

Asintió. No volvió a cogerme de la mano en todo el trayecto.

Quiero dejar una cosa clara.

En ningún momento Dan me puso una mano encima para hacerme daño. Siempre que se enfadaba, pegaba puñetazos a paredes, armarios, puertas y columnas para evitar pegarme a mí. Los moretones que tenía eran tan sólo cuando no podía controlar su fuerza en la cama. Pero eso era todo. Físicamente, Dan no me hizo daño ni una sola vez, queriendo al menos. Tan sólo me demostraba que si quería, podía hacerme mucho daño. Manipulaba sus palabras, daba la vuelta a las situaciones, me aisló durante casi un año de mis amistades hasta casi perder el contacto con ellos para siempre. Me amenazaba, me gritaba y me chantajeaba con cosas incluso peores de lo que estaba sucediendo. El maltrato no siempre es físico. Yo pasé dos años enteros teniendo que andar con cuidado alrededor suya para no acabar en una discusión en la que levantaba el puño y se rompía los nudillos contra cualquier superficie dura que encontraba. Y después me hacía pedir perdón. Yo tan sólo tenía catorce años, lo hacía por miedo. Con el tiempo era cuando me daba cuenta de estas cosas, por mucho que pensara que aquello pasaba sólo en rara vez y en muy pocas ocasiones. Pero cuando ocurrían, corría a mi habitación a llorar la noche entera por no llorar en frente suya. Del miedo. Los celos eran lo peor; lo muchísimo que me obligó a separarme de Ethan los primeros meses hasta que conseguí hacerle entender, la de amistades que había roto con otros chicos de mi edad a lo largo de los años por su culpa eran casi incontables, ya que siempre me había llevado mejor con los chicos que con las chicas. Lo hacía por él. Y aún así, era él quien acababa engañándome con otras chicas siempre que encontraba ocasión. Pero yo le perdonaba, y me manipulaba de tal forma que hacía pensar que era por mi culpa. A pesar de todas esas mierdas, seguía pensando que lo hacía porque me quería. Cada vez que estábamos juntos, me lo repetía una y otra vez. Susurrando. En voz alta. Daba lo mismo. Te quiero mucho. Vamos a estar juntos para siempre. Lo hago porque te quiero. Me preocupo por ti. Él sólo se está interponiendo en nuestra relación. Quiero que seas feliz.

Huye. Huye, huye.

No te quiere. No quiere que seas feliz. No se preocupa por ti.

Te quiere para él. Para nadie más; sólo para él. Sólo para él. Si no eres suya, no serás de nadie.

Yo lo he tenido que averiguar de la forma más dura y dolorosa. Te juro que yo lo quería con todo mi corazón. Es duro. Te va a doler. Vas a tener que tener cuidado. Va a ser violento. Vas a tener que luchar.

Pero huye.

Dieciséis

Durante los años, saltarme las clases se me hacía cada vez más fácil. Cada vez era más sencillo ignorar el sentimiento de culpa y de miedo en el pecho, hasta que prácticamente dejó de existir, y era capaz de sonreír con sinceridad a la conserje, que observaba el papel que le había tendido con las gafas bajadas. Aunque esa vez sabía que tarde o temprano iban a pillarme, me picaba la nuca y tuve dificultades para guardar de nuevo el papel en la cartera de mi mochila.

Caminaba sobre el pavimento con las manos en puños y dejando que las pequeñas gotas de agua me refrescaran la cara y calmaran mis nervios, que se intensificaban con cada paso que daba, cada minuto que pasaba, cada vez que el autobús que me llevaba al centro se acercaba más y más a mi destino.

Sabía que posiblemente la calle estuviese segura al ser horario escolar, aunque se me olvidó por completo cuando pude verle esperándome apoyado contra una pared y con mirada indiferente. Alzó la mirada por instinto, y cuando me distinguió de entre la multitud, le vi soltando una carcajada.

—Yo intentando que no se me vea demasiado, ¿y tú vienes con un abrigo amarillo?

Bajé la mirada aterrada y repasé con la mirada mi cuerpo. Sonreí.

—No es amarillo, retrasado. Es color mostaza.

—Te estoy vacilando.

Estaba un poco aliviada de verle así de feliz cuando llevaba todo el trayecto imaginándomelo con la mirada sombría al verme de nuevo después de todo lo que había pasado. No me había abrazado ni me había dado un beso en la mejilla como hacía siempre, tampoco me miraba a los ojos directamente. Pero me había sonreído, y estaba ahí para hablar conmigo y escucharme; mi mente por primera vez arropó entre sus brazos el único pensamiento positivo que lograba crear.

A pesar de que sabía que no había nadie persiguiéndonos por la calle ni al acecho de nuestros movimientos, me sentí más segura una vez estuvimos sentados en la mesa del café. Cuando me fui a levantar de nuevo para pedir, se acercó un camarero y puso dos tazas en la mesa. Alcé una ceja.

—Cierto —dije en un murmuro, volviéndome a colocar en la silla disimulando lo incómoda que me había puesto en dos segundos.

Volvió a reír, ahora bajo con la mirada sobre la mesa, algo incómodo también.

Si era violento para mí, no podía imaginarme cómo sería para él.

—Se me olvida que eres Harry Styles ahora —dije, agarrando la taza expectante por qué me habían preparado.

Era un simple té blanco que casi no tenía sabor, pero de nuevo, no era yo la que les interesaba. Posiblemente a él le hubiesen preparado el mejor té que tenían. Tuve curiosidad por preguntárselo, pero él seguía sin subir la mirada de sus dedos, por lo que me quedé callada.

—Harry, estoy bien —dije, prácticamente leyéndole la mente.

Subió la mirada y me la dirigió.

—¿Estás segura?

—Sí —dije sonriente—. Estoy perfectamente. Llevaba mucho sin salir a correr, fue todo demasiado.

Salir con Dan en la espalda sabiendo que él se iba a enterar mediante los fotógrafos que me perseguían a todos los lados, con mi sonrisa en los labios, esa que no me había supuesto ningún esfuerzo en falsificar. El peor ataque de ansiedad que había tenido nunca la noche anterior, después de literalmente desplomarme por la tensión. Y aquella mañana me había vuelto a despertar con vómitos, y temía que aquello se convirtiera en algo rutinario. Claro que no le conté nada de eso. Tragué saliva y sentí las palabras caer con fuerza en mi estómago.

—De verdad —insistí sin que la sonrisa flanqueara ni por un segundo.

En ese momento me miró directamente a los ojos.

—¿Y qué pasa con Dan? —dijo prácticamente escupiendo su nombre, aunque con sutilidad, sin que se le notase demasiado, apoyando los codos en la mesa.

Sabía por qué me había mirado en ese momento en concreto. Quería ver la reacción en mi mirada en cuanto pronunciase su nombre, si mi expresión cambiaba, o si mis ojos vacilaban de los suyos. Por suerte, en cuanto comenzó a articular su pregunta, yo ya había apartado la mirada con cuidado de no caer en su trampa pegajosa de miradas, demasiado tentadora para caer; sin ninguna escapatoria. Me incorporé algo incómoda todavía en mi silla. Me encogí de hombros.

—Sólo quedamos para estar un rato. Hace mucho que no lo veía —mentí rápidamente.

Me clavé las uñas en las palmas de las manos y por un larguísimo segundo quise con todas mis fuerzas que supiera que estaba mintiendo, que insistiera y que se diese cuenta de que no pasaría tiempo con él ni aunque fuese el último hombre en la tierra.

Volví mi mirada a sus ojos, que seguían buscando los míos para analizarme. Aguanté su mirada un rato, aunque él seguía sin decir nada, con la cara serena aunque a punto de esbozar una sonrisa.

—¿Qué? —dije al final en una risa—. ¿Qué pasa? ¿Estás celoso?

Por fin dejó de ser un intenso y apartó la mirada para reírse y apoyar la espalda en la silla.

—No —dijo con una risa nerviosa—. Sólo estoy preocupado.

Solté una carcajada y sujeté mi taza para beber un sorbo.

—Eres un mentiroso.

Recobró la compostura a la vez que la seguridad que siempre tenía alrededor y volvió a mirarme a la cara con una sonrisa más calmada.

—Lo estoy. Me acuerdo de todo lo mal que te ha hecho pasar, no quiero que estés así de nuevo.

Claro que lo recordaba. Yo también pensaba mucho en todas las noches en las que me llamaba por teléfono después de habernos visto una sola vez. Las muchas veces que me había pillado llorando desontroladamente con las luces apagadas, sin ni siquiera pensar en él. Las muchas veces que me había tenido que consolar, sin pedirle nada. Simplemente ofreciéndose. Cuando podría perfectamente colgar el teléfono y dejarse de marrones, que no me conocía de nada, que ese no era su problema. Todas y cada una de las veces que se había topado conmigo en un estado débil me había escuchado. Me sentía horriblemente mal por no poder contarle la verdad.

—¿Sabes? No hay nada de malo en admitir que estás celoso —dije disuadiéndole de la conversación de Dan.

Aunque era divertido ponerle incómodo. Mataba dos pájaros de un tiro.

Apartó de nuevo la mirada y sonrió.

Yo seguía mirándole divertida, por mucho que me costaba a horrores ignorar el hecho de que, de nuevo, me estaba ofreciendo ayuda. Yo estaba pasando de su mano, sabiendo perfectamente que no iba a poder levantarme sola.

—Jane. No me gusta que vayas con ese gilipollas. Te ha hecho daño —dijo zanjando el tema.

—Lo sé —murmuré, bajando la mirada a mis manos.

Alcé los ojos y analicé su postura. Reconocía esa mirada en sus ojos; la manera en la que me hablaba su cuerpo, con una mano sobre la mesa, los hombros anchos, la otra mano en el bolsillo. Se sentía amenazado. Quería asegurar su terreno. No sabía si esos comportamientos eran algo innatos y que estaban erguidos sobre sus hormonas adolescentes, o si era algo que estaba demostrándome por no atreverse a decirlo en voz alta. Fuera cual fuese, me excitaba horriblemente. Comencé a morderme la uña sin separar la mirada de la suya.

Sé que no deberían gustarme los celos. Fue lo que destruyó mi anterior relación entre otras muchas cosas peores y distintas. Sabía que era algo tóxico, algo que ya no quería en mi vida. Pero de todas formas, pensar en que le molestaba que estuviese con otro chico me producía una satisfacción enorme. No eran los celos en sí; era simplemente el hecho de que le importaba tanto que no quería que viera a Dan. Quien para él suponía una amenaza real, ya que había visto de primera mano qué es lo que había hecho conmigo. Quien verdaderamente era capaz de hacerme cambiar de opinión. Era muy satisfactorio, y hacía que mi vientre se calentara.

—Si estuviese celoso te lo diría —dijo despacio, sin atreverse a mirarme a los ojos una vez más.

Solté otra carcajada.

—Venga ya, os conozco. Nunca lo reconocéis. Lo sé.

Se rió en bajito de nuevo bajando la mirada. Al final soltó un gruñido, como dándose por vencido.

—No me gusta que salgas con él, eso es todo lo que voy a decir.

Satisfecha y con una sonrisa, volví a beber el té que me habían regalado tan amablemente los de la cafetería. Puse la taza en la mesa con cuidado y decidí cambiar el juego, clavando mis ojos en los suyos una vez más.

—Perdona, pero, ¿quién eres para decirme con quién salir y con quién no? —pronuncié saboreando cada palabra, con una sonrisa ladeada.

No podía controlarlo. Se me estaba antojando demasiado que ya no me cabía en el pecho. Quería ver sobre todo cual era su reacción. Sabía perfectamente que no podía ir más allá la conversación, no quería cumplir las definiciones que tenían de mí como egoísta. Tampoco quería ponerle tan incómodo.

Se mantuvo sereno sin borrar su sonrisa de la cara, sabiendo a qué juego le estaba retando jugar con la mirada, pasando la lengua despacio por sus labios. Mi intención de ponerle incómodo había fallado, pero estaba disfrutando mucho de cómo había aceptado mi reto, sumándose al juego de quién ponía al borde al otro primero sin tocarse, sólo con la mirada.

Se inclinó con cuidado y despacio sobre la mesa, e hizo que diera un brinco minúsculo una vez sentí su dedo deslizarse sobre los nudillos de mi puño cerrado contra la mesa, sin apartar su mirada de la mía.

—Un buen amigo —dijo alzando las cejas.

Puse los ojos en blanco y reí. Aparté la mano con la excusa de colocarme el pelo.

Me sentí un poco decepcionada, pero ese juego lo había propuesto yo, aún sabiendo que iba a acabar perdiendo.

—Cállate.

Se quedó callado unos segundos con una sonrisa en los labios, todavía con la mano encima de la mesa donde había estado la mía. No podía arriesgarme a que me tocara demasiado. Estábamos bastante metidos dentro del local, aunque pude ver que a mi lado, el ventanal que la cafetería ofrecía cada vez estaba más lleno de gente mirando hacia el interior. Me aclaré la garganta.

—Se apareció un periodista en mi instituto el otro día —dije de la nada.

Con todo aquello de Dan no había tenido tiempo casi en analizar lo de Hannah. Sabía que posiblemente había exagerado las cosas, que había altas probabilidades de que Simon no hubiese tenido nada que ver en su ruptura y que, por lo tanto, yo no pintaba nada en aquella situación. Aún así estaba expectante por saber cuál era su opinión.

Él me miró con la cara pálida.

—¿En serio?

Asentí con la mirada baja y mordiéndome los labios en una sonrisa dispuesta a convertirse en una carcajada. Él no parecía tan divertido como yo, claro que aquello sólo era para no preocuparle. A mí tampoco me hacía demasiada gracia, pero el hecho de decirlo en voz alta me producía risa. De lo incómodo que era.

—Sí, me ha hecho preguntas sobre Simon y no se qué.

Él no respondió.

—Es todo una locura ahora mismo, Harry. No sé cómo estaréis vosotros, pero esto es una locura —dije en una risa—. Por eso creo que vais a ganar.

Rió de nuevo, aunque revuelto incómodo.

—Quería pedirte perdón por todo esto. No es justo para ti.

—Tranquilo —respondí, aunque agradecida por escucharle decir eso—. Sé cómo funciona la industria. Si me comparo con algunas de las concursantes no me puedo quejar, ellas sí que lo tienen que estar pasado mal. De mí se olvidarán algún día, digo yo.

No sacó el tema de Hannah. Yo tampoco lo quería sacar, y al final me convencí de que no eran mis asuntos. Ni los suyos. Tenía que dejar de ser una paranoica.

No comencé a ponerme nerviosa hasta que tuvimos que salir por la puerta. Sólo habíamos estado juntos algo menos de una hora, aunque parecía que eso había bastado para que el caos se hubiese formado en el exterior.

Al ver lo que había formado, Harry se volvió hacia mí antes de cruzar el umbral de la puerta.

—¿Quieres que te llevemos a algún lado?

Quise decirle que no, pero era demasiada tentación y de verdad que temía acabar muerta si se me ocurría ir andando a casa. O peor; perseguida.

De nuevo pude experimentar por segunda vez la marea de gente y los chillos en mis oídos al salir a la calle. Pero esa vez pude escuchar mi nombre entre ellos muy de vez en cuando. Harry no me sujetaba la mano esa vez. Traté de saludar y parecer amable, pero aquello realmente no era para mí y fallé estrepitosamente. Agradecí al señor que nos protegía cuando hizo lo que pudo por abrirnos paso hasta el coche que esperaba. Me adelanté hasta él mientras Harry se quedaba atrás para hacerse algunas fotos con unas cuantas chicas que estaban esperando. Cuando el coche se puso en marcha pude respirar de nuevo.

—Más te vale acostumbrarte a esto —le dije con una sonrisa, poniéndome el cinturón.

Él se rió.

—No creo que sea difícil.

Me reí con nerviosismo. Me inquietaba el hecho de lo poco que le importaba lo muchísimo que esas chicas me odiaban. O por lo menos que no lo haya mencionado nunca. Se había disculpado por los periodistas, algo que estaba completamente fuera de su mano. Pero a las fans las controlaba él. O eso quería creer. No era tan sencillo, pero de todas formas, empezaba molestarme un poco. No se lo iba a decir, ya que de nuevo eso me tacharía de egoísta. Realmente no había ninguna posición en la que podía estar completamente segura, podían alcanzarme con sus lanzas me escondiese donde me escondiese. Y si conseguía encontrar algún escondite que me resguardara lo suficiente, sería un lugar húmedo, frío y el último sitio donde quisiese estar. Estaba atrapada.

Tuve que suspirar.

Harry insistió en dejarme en la puerta de mi casa, por mucho que yo le había dicho que no me importaba andar. De todas formas, el vehículo paró delante de mi fachada.

—Ya nos veremos —le dije con una sonrisa débil.

Él asintió, y antes de que fuera a abrir la puerta para salir con el nudo en la garganta ya preparado, me sujetó la mano y me dio un apretón.

No lo vi venir. Se acercó a mí y me dio un beso dulce en los labios, y como si se hubiese arrepentido de haberse separado de mí para dejarme ir, deslizó su mano en mi mandíbula y me besó con más intensidad esa segunda vez.

Me alivié terriblemente después de aquello, después de seguirle el beso que tantas ganas tenía que me diese, manteniéndolo dulce y acariciando mis dedos entre los suyos. Pude sentir la nostalgia que me transmitía con sus movimientos, mientras me acariciaba el pelo con suavidad, como si me estuviese pidiendo perdón de lo distintas que iban a ser las cosas de ahí en adelante. Dándome permiso para ser un poco egoísta aunque fuera en el interior, dejándome que pensase esas cosas y que no estaba haciendo nada malo, de nuevo colándose en mi mente. Se lo agradecí cuando le miré a los ojos alejándose poco a poco, dedicándome una sonrisa.

—Ya nos veremos —repitió dándome un último apretón en la mano.

Sentí un frío terrible cuando cerré la puerta del coche a mis espaldas. Casi tuve que correr hacia el interior de mi casa para que no viera las lágrimas a punto de resbalarme por la cara.

Las cosas sólo empeoraron cuando llegué a casa.

Una maldita revista reposaba encima de la mesilla de la entrada, donde de nuevo estaba yo en manos de otro, con esa sonrisa que me perseguía en pesadillas, con sus conspiraciones en letras amarillas y entre exclamaciones que sentí de una en una como los bajos de una canción pesándome en el pecho. La sujeté entre las manos sin creérmelo. Sólo consiguió que el nudo se disolviese con más rapidez entre mis lágrimas, que ya me empapaban la cara cuando escuché las pisadas de mi madre llegar hasta donde estaba yo.

—La he visto antes. La tenía que comprar —dijo en su defensa.

La miré con los ojos mojados, la maldita revista todavía en las manos. Ella al verme se sobresaltó un poco, y para evitar que viniese hacia mí para intentar consolarme, solté:

—No he ido a clase hoy.

Se quedó parada en su sitio, como si la hubiese insultado. No estaba acostumbrada a que no cumpliese las reglas si ella estaba presente. No tenía costumbre de verme rebelde, o por lo menos más de lo que ella pensaba que era. Se iba a enterar de todas formas. No quería escuchar ni una sola palabra acerca de Dan.

Solté la revista, dejándola caer, y antes de que cayera al suelo, yo ya estaba corriendo escaleras arriba hacia mi habitación, donde pude continuar con mis llantos la tarde entera.

Ethan

Capítulos {próximamente}


🌼✨orange blossoms [ɒrɪnʤ ˈblɒsəmz] (azahar): pureza, amor eterno

🐝🍁🥀

🌙Por favor, rellene el siguiente formulario con su información:

Nombre: Ethan James Howard

Fecha de Nacimiento: 6 Noviembre 1994

Un Color: Azul

Planeta: Plutón (soy millenial)

Elemento: Agua

Una Canción: Starlings, Elbow

Yina

Capítulos {próximamente}


🌷✨ dahlia [ˈdeɪliə] (dalia): gratitud, buenas intenciones, primer amor.


🐰🍃💣

🌙Por favor, rellene el siguiente formulario con su información:

Nombre: Yinebra Anna Fitzgerald

Fecha de Nacimiento: 19 Enero 1992

Color favorito: Violeta

Planeta: Saturno

Elemento: Tierra

Una Canción: Mr. Brightside, The Killers

Jess

Capítulos {próximamente}


🌸✨ almond blossom ['ɑːmənd ˈblɒsəmz] (flor de almendro): esperanza, elegancia, determinación.


🦄🌾❄️

🌙Por favor, rellene el siguiente formulario con su información:

Nombre: Jessica Dahl

Fecha de Nacimiento: 6 de Octubre 1994

Un Color: violeta

Planeta: Venus

Elemento: Aire

Una Canción: Orfeo ed Eurídice, de Christoph Willibald Gluck y Yuja Wang

Sobre ti: Um, supongo que lo que más echo de menos de Dinamarca es la nieve y su gente amable. Aquí hace frío, pero no nieva, y creo que es más por la hostilidad de las calles y sus habitantes.

Ellen

Capítulos {próximamente}

🌻✨sunflower / ˈsʌnflaʊə/ (girasol): espontáneidad, luz, amistad

🐍🥀🍫

🌙Por favor, rellene el siguiente formulario con tu información:


Nombre: Ellen Mullighar

Fecha de nacimiento: 7 julio 1993

Color favorito: negro

Planeta: luna

Elemento: agua

Una Canción: Numb, Linking Park

Jane



🌸✨ cherry blossoms [ˈʧɛri ˈblɒsəmz] (flor de cerezo): feminidad, fertilidad, delizadeza.

🕸🌊🍉

🌙Por favor, rellene el siguiente formulario con su información: 


Nombre: Mary Jane Carter

Fecha de Nacimiento: 31 de Julio, 1994

Un Color: Rosa salmón

Planeta: Sol

Elemento: Fuego


Una Canción: Riverside, de Agnes Obel





Quince

Los siguientes días fueron horripilantes.

Podía ver día tras día, cómo aquellos números de mis cuentas personales en las redes sociales subían y subían como la espuma. Así como el número de notificaciones cada vez que subía algo. Me mencionaban en sus historias de papel, con acusaciones que se clavaban en mi espalda una tras otra. Cada día me importaba menos dejarme el teléfono en casa, y cada vez pasaba más tiempo entre twit y twit. Una semana hizo falta, ni más ni menos. En una semana, había conseguido que toda Inglaterra estuviese en mi contra, me mirasen mal en mi instituto, susurrasen mi nombre por la calle; los grupos de chicas de mi edad me daban miedo, cada vez que tenía que pasar por el lado de alguno.

Realmente desconocía el hecho de por qué las redes sociales y las fans estaban tan obsesionas conmigo, ni por qué me odiaban con tanta fuerza. Sí sabía que esa era la razón perfecta para que, encima de todo aquello, los periodistas también me persiguiesen allá donde iba. Al principio ni me daba cuenta.

De todas formas, lo único que intentaba hacer era tomármelo con bromas, reírme con Ellen y Jess de cada conspiración más loca que podía encontrar en internet, faltas ortográficas en mi nombre, etc.Incluso encontramos un artículo de un periódico online hablando de los pelos de mis piernas. Era, si estaba de buen humor, descojonante. Aunque Ellen era de las que más disfrutaba de la situación, y celebraba que saliese en alguna foto publicada, aunque fuera sólo las puntas de su pelo, con una buena cerveza. Realmente sabía cómo animarme.

Mis padres, por otro lado, no estaban nada contentos, pero teniendo en cuenta lo poderosas que eran aquellas empresas, lo mejor que podían hacer era esperar y tratar de ignorar que su hija era un maldito personaje público.

Sí, así era como me llamaban. Era completamente de locos. Aunque estaban luchando con fuerza para que ya no se apilasen en la puerta de mi instituto, y estaba agradecida.

Yo estaba contando los días para que esa pesadilla acabase de una vez por todas y que pudiese volver a mi vida normal, intentando ahogar la voz que intentaba decirme que tan sólo había pasado una semana. Ni siquiera estábamos demasiado cerca de las semifinales, tenía toda la pinta de empeorar.

Ese era un día malo. Mi mente de nuevo había decidido bombardearme con la realidad, una tras otra, a pesar de que hacía casi dos días enteros sin abrir mi Twitter. Podía sentir mi portátil vibrar encima de la cama, llenándose cada vez más de insultos y de fotos mías y de mi cara de mierda de esa mañana, con la espinilla más grande del planeta justo en mitad de mi frente.

Supe, desde el minuto uno, que no venía con buenas noticias. Llevaba pantalones cortos de estar por casa, y a pesar de eso, no sentí el frío apuñalarme la piel al abrir la puerta. Estaba demasiado centrada en ver cómo caían las gotas de lluvia de su pelo mojado, cómo sus ojos color miel me observaban con las cejas alzadas, en la forma de curvarse que tenían sus labios. Me temblaban los dedos.

—Hola, Jane —dijo con su voz rasposa, que hizo despertar mis sentidos de un portazo, como si hubiese estado demasiado tiempo dormida en el umbral de la puerta.

Hinché el pecho.

—Dan —dije, aunque no me moví ni un milímetro.

Nunca me había considerado valiente. Hacía meses que no lo veía, y sus ojos todavía tenían ese poder de verme los huesos. Se pasó un dedo por los labios con un movimiento brusco, y sonrió satisfecho al ver que me había asustado por una fracción de segundo.

—¿No me vas a dejar pasar?

Bajé la mirada y me hice a un lado como si me hubiesen apartado de un manotazo.

Me aclaré la garganta y me atreví a mirarle mientras se quitaba la chaqueta y se sentaba en mi sofá como si estuviese en su casa. El miedo creció todavía más en mi pecho. Me crucé de brazos después de cerrar la puerta para ocultar que estaba temblando. Era consciente de que él sabía que no estaba cómoda con su presencia, y que tal vez fuera exactamente lo que el chico buscaba. Aun así, intenté demostrar todo lo contrario.

—¿A qué has venido? —pregunté tratando de ser cortante.

Dio unas palmadas en el sofá a su lado indicándome que me sentara. Me senté demasiado deprisa, como si sus órdenes funcionasen en mí como llevaban funcionando años.

—Hace mucho que no nos vemos, ¿no puedo hacerte una visita de vez en cuando?

Me quedé callada manteniendo mi frialdad en la mirada mientras aguantaba la suya, donde ese deje de superioridad todavía no había desaparecido.

—Podrías haber llamado. Pensaba que había dejado claro que no quería volver a verte.

Se rió suavemente mientras bajaba la mirada hacia sus dedos que apretaban la palma de su mano.

—Ya lo sé. Sólo he oído que te va muy bien, quería ver que era cierto —volvió a poner su mirada en mí y me recorrió el cuerpo como si fuera un producto que fuera a comprar.

Levanté la barbilla y no dejé que me intimidara ni un segundo más. Continuó hablando.

—¿Qué tal está Harry?

Alcé una ceja e ignoré el vuelco que me dio el corazón tan bien como pude, cerrando el puño encima la pierna, dejando que las uñas se clavaran en la palma de mi mano.

—Dan.

—Nunca me contaste que estabais saliendo. ¿Sabes lo raro que es ver a tu exnovia en las portadas de las revistas? Te lo prometo, es lo más raro del mundo. Pero es más raro todavía que, después de dos años de relación, ni siquiera me dediques una llamada para decirme que estás viendo a otra persona. Me tengo que enterar porque el soplapollas de tu novio sea un puto celebrity.

Cerré los ojos. Ni siquiera sonaba bien de su boca esa palabra que tanto antojaba.

—No es mi novio —le interrumpí.

Se quedó callado de pronto, aunque no fue otra de sus pausas dramáticas que hacía cuando estaba enfadado. Se había callado porque le había dejado sin palabras; me miraba con las cejas alzadas verdaderamente sorprendido.

—¿No estáis saliendo?

Dio una palmada y comenzó a reírse después de levantarse del sofá.

—Dan, para —le advertí.

Él seguía riéndose y diciendo cosas sin sentido, llevándose las manos a la cabeza.

—Tiene gracia. De verdad, nunca había leído un artículo entero de esos en mi puta vida. ¿Has llegado a leer todo lo que dicen de ti, Jane?

Sabía que me estaba mirando, pero yo seguía con la mirada clavada en el suelo.

—Son todo gilipolleces. Hablan de ti como si fueras un accesorio, pensaba que lo estabas ignorando porque, bueno, estabais saliendo —volvió a dejarse caer en el sofá, con un dedo presionado contra sus labios pensativo.

Tragué saliva.

—Pero te lo tiras, ¿verdad?

—¿Qué es lo que quieres, Dan? Si vienes para joderme la vida, puedes marcharte.

—No queréis que se entere la prensa —lo dijo como una afirmación. No me estaba preguntando nada—, no queréis que nadie se entere de lo vuestro.

Traté de distraerle. Resoplé.

—¿Qué estás diciendo?

Se movió en su asiento y cometí el mayor error de mi vida; le miré a los ojos sin querer. Por una fracción de segundo pudo ver en mi interior con la mayor atención del mundo, y al apartar los ojos fui incapaz de ignorar el escalofrío recorrerme los dedos de una punta a otra, haciendo incorporarme en el sofá por el espasmo. Se quedó callado por unos segundos sin apartar la mirada, y luego añadió con un hilo de voz muy despacio, como si fuera a romperme.

—Le quieres.

Me mordí la mejilla con fuerza y dejé que el sabor de la sangre me tranquilizara un poco, aunque sentía mi corazón latirme con fuerza en el pecho. Como si le estuviese asintiendo con ánimo por mí, dentro de mi pecho.

Desgraciadamente, siguió hablando.

—Le quieres tanto que estás dispuesta a cualquier cosa.

—Dan, cállate de una puta vez, ¿quieres? —dije, dirigiéndole mi mejor mirada asesina que sabía esbozar.

Él me dedicó una sonrisa ladeada.

—¿Y ellos lo saben?

Sabía a quiénes se refería. A todo aquel involucrado en el asunto, con la nariz metida tan hasta el fondo que no podían ver a causa de estar demasiado cerca. A los que estaban dispuestos a arruinarme la vida por diversión. A los que lo estaban consiguiendo.

Respondí sin pensar.

—No saben nada.

Tan pronto como lo dije, ya me estaba arrepintiendo.

Trató de hacerse el sorprendido, pero como él ya había dicho; había leído los artículos.

—No queremos que se enteren, ¿no?

Bajó la mirada de la mía y comenzó a luchar con su chaqueta para sacar finalmente su teléfono móvil.

—Fíjate, justo ayer descubrí unas fotos muy interesantes —se acercó a mí para que pudiese ver su pantalla del móvil, aunque yo permanecí quieta, con los brazos cruzados y la espalda recta.

Comenzó a mostrarme fotos comprometedoras en las que salíamos los dos, fotos que había sacado yo misma, que sabía que si salían a la luz, podría poner en riesgo todo por lo que estaban trabajando tan duro.

No estábamos mintiendo a nadie, no estábamos haciendo nada malo. Mi primera reacción al ver las fotos fue sonreír, vernos a los dos sonrientes, con los labios unidos, fotos borrosas a causa de las risas. A pesar de que se me calentara el pecho al verlas, sabía que esas fotos eran veneno.

Todo era culpa mía.

Fuera cual fuera la realidad. Fuese cual fuese la versión válida. Los sentimientos que compartíamos o el nombre que nos quisiésemos dar no tenía importancia en ese momento. No era importante. Estaba segura de que todos los buitres que volaban en círculos encima de mi casa todos los días estaban esperando justo aquello. Alguien pagaría por tener esas fotos en sus manos, en primicia, frotándose las manos listos para escribir su artículo jugoso, y tener el lujo de ponerlo en su categoría de "exclusivo". Mi garganta se hizo un nudo al pensar en todo aquello.

—¿De dónde las has sacado?

Se encogió de hombros.

—Lo que importa es que si yo las he conseguido con tanta facilidad, ellos lo harán todavía mejor.

Ni siquiera me dio tiempo a intentar ocultar mi cara, ya que estaba atento a mis movimientos, y al ver mi reacción, soltó una pequeña risa de satisfacción.

—Tranquila, las tengo bien guardadas. Lo único que pido a cambio es un pequeño favor.

Sabía que sus pausas dramáticas eran para averiguar cuánto tardaría en perder los nervios y ponerme a gritar como una loca para echarle a patadas de mi casa. Porque sabía que ya no podía hacer eso. Tantos pensamientos me estaban pasando por la cabeza que sentía que en cualquier momento iba a desmayarme, y el sudor frío bajando por mi espalda no ayudaba a calmar el calor que sentía subir y subir de temperatura.

—Tiene que ser divertido eso de que hablen de ti y que te persigan los fotógrafos por la calle y todo eso. Así que lo único que te pido es que distraigas a los fotógrafos un poco conmigo. ¿Me explico?

—Me estás chantajeando.

—Lo puedes llamar como quieras, Jane, si quieres hacerlo dramático. Sólo quiero salir mañana a correr y que seas amable conmigo cuando haya fotógrafos cerca y ya está.

—Sal de mi casa —le dije en tono amable, ya que realmente no quería que me viese llorar y darle todavía más satisfacción en lo que me estaba haciendo.

Dos putos años en una relación, donde él se esforzaba todos los días en demostrarme que me quería y que nadie me iba a querer como él. Ahora, estaba asegurándose de que mi corazón roto seguía en mil pedazos.

Con toda la calma del mundo, se levantó del sofá y se acercó a donde había dejado su chaqueta a secar.

—No demasiado cariñosa de todas formas, no queremos que pierdan interés en ti —dijo, finalizando la frase con una pequeña risita.

—Sal de mi casa —repetí tragando como pude el nudo de mi garganta.

Se puso el abrigo despacio, como si se estuviese yendo por decisión propia y no porque le estuviese echando. Agarró el pomo de la puerta y se giró de nuevo para mirarme con una sonrisa ladeada.

—Nada de esto a nadie, ¿de acuerdo? —me dio un beso en la cabeza, y cerré la puerta detrás suya de un portazo.

Ninguna de las salidas que mi mente me estaba ofreciendo tenía un mejor final que el que el destino me acababa de plantear. No podía hacer nada más que jugar a su maldito juego y esperar a que pasasen esas últimas cuatro semanas hasta que todo aquello acabase de una vez por todas. Las Navidades siempre me habían dado igual, pero pensaba en la calma que me traerían las de ese año, toda esa paz en la que estaría mi cuerpo después de que el Factor X saliese de mi vida y por fin tener una relación normal con todo el mundo. Dejar de aparecer en todas las plataformas digitales y que la gente se olvidase mi nombre por fin.

Pensé más de una vez que podría perfectamente dejar que Dan hiciera con esas fotos lo que quisiera. Es más, no me hubiese importado en absoluto hacerlo. Me ahorraría muchas explicaciones, le dejaría a Harry estar entre la espada y la pared de una maldita vez. A mí me dejarían en paz. Aunque sabía lo importante que era para Simon que cada uno de sus concursantes no estuviese expuesto en una relación lo suficientemente seria. Las chicas tienen que pensar que tienen posibilidades con sus chicos. Que son personas normales, que saldrían o que se fijarían en las chicas menores de edad que roban los teléfonos de sus madres para votar a escondidas. Como había pasado con Hannah. No lo había querido ver hasta ahora, pero en esos momentos estaba tan claro como el agua; podía ver perfectamente a través de ella. Por eso estaba tan asustada que casi no me podía mover alrededor suya; todo de pronto parecía estar en peligro.

Me podían odiar todo lo que ellas quisieran. Pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera por su beneficio. Aunque fuera tener que volver a pasar tiempo con mi maltratador, como si nada hubiese pasado.

Ahora parece una tontería. En su momento, sentí como si mi mundo se me cayera encima; todo el peso y la responsabilidad cayeron sobre mis hombros sin aviso, con un golpe sordo. Mis rodillas ya no podían más; pero prefería mil veces ser aplastada por el peso que tener que acarrear encima con la culpa también.

Nada más cerrar la puerta, mi pecho se colapsó y no pude evitar correr hasta el baño y vaciar mi estómago en el váter, seguido de un ataque de ansiedad de caballo. Lloré durante horas. Me intentaba tranquilizar a mí misma, hecha un ovillo en mi cama, acariciándome los hombros. Valdría la pena, ¿sí o no? Me sentía miserable, engañada de nuevo, me sentía impotente hacia todo aquello, todo el mundo me lanzaba planes a la cabeza que tenía que cumplir, teniendo que tener en cuenta a tantas personas a la vez que me resultaba abrumador. No sabía si estaba viviendo para mí o para quién, todo el mundo me daba órdenes, y si estaba en desacuerdo, más me valía mantener la boca calladita. Como una marioneta.

Como una puta marioneta. No era de trapo, y aún así, todo el mundo me trataba como si lo fuera.

Eché horriblemente de menos a Ethan y lo muchísimo que me podría estar ayudando en esos momentos, y maldije el día que decidimos dejar de vernos por un tiempo. Maldije el día que decidió marcharse a Finlandia. Harry de nuevo me mandaba mensajes con vídeos de que la locura a los exteriores de los estudios era cada día peor, fotos de la premiere de una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Maldito miércoles, oscureció cuando bajó el sol, aunque había estado tanto tiempo con las luces apagadas y con las rodillas pegadas al pecho que el cambio resultó irrelevante. Tuvo que haber sabido que algo no estaba bien, cuando le respondí con tan sólo un emoticono de un corazón a la foto que me había mandado de los cinco con Emma Watson. Aunque pareció que le dio igual.

Ya estaba llorando, pero cualquier tontería podía hacer que mis lágrimas cayesen con más rapidez. Simplemente dejé el teléfono encima de la cama y continué llorando echa un ovillo. Ignoré las llamadas que entraban sin parar y que rompían la oscuridad sin consuelo.

Cuando pasaron lo que yo pensé que fueron horas y estaba a punto de quedarme dormida, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y di un brinco del susto encima de la cama. La persona culpable encendió la luz y tuve que resguardarme de ella con mis brazos.

—¡Jane! —Ellen parecía bastante cabreada.

Gruñí y volví a hacerme una bola con los ojos cerrados, sin acostumbrarme a la luz.

Escuché la puerta cerrarse y sentí la cama hundirse con el peso de mi amiga. Agarró mi teléfono.

—Te habré llamado como cinco veces y has pasado de mi culo.

—Déjame en paz.

—Sabes que si pasas de mí por teléfono siempre voy a venir a ver qué tal estás.

Tenía razón. Estaba muy aliviada de verla ahí, en realidad. Por mucho que fueran más de las diez y que los autobuses ahora cobraban horario de noche.

Me sujetó del hombro y me empujó con fuerza para verme la cara.

—Has llorado.

Con un suspiro me incorporé y me crucé de piernas en frente de mi amiga, que me dedicaba una mirada de preocupación.

—Dan me ha hecho una vista esta tarde —dije respondiendo a las dudas en sus ojos.

Alzó una ceja y se cruzó de brazos.

—¿Qué quería?

Bajé la mirada y observé cómo mis dedos jugaban entre ellos con nerviosismo.

—Tenía unas fotos mías y de Harry. Se ha enterado que no estamos saliendo ni nada. Me está chantajeando.

Se abrió de brazos y frunció el ceño confusa.

—Si no soy "cariñosa" con él en público venderá las fotos a las revistas. O las pondrá en twitter. No me ha quedado claro.

—Pero si no estáis saliendo... esas fotos no tienen validez, ¿no? Quiero decir, siempre podéis negarlo.

Puse los ojos en blanco y me dejé caer de nuevo en la cama. No tenía fuerzas para explicárselo, de verdad que no.

—Eso da igual. Hasta ahora yo soy sólo un rumor, algo que da publicidad a la banda porque se habla de ellos, da igual de qué. Si esas fotos salen a la luz, ya tienen pruebas de que no soy sólo un rumor, y es muy fácil perder votos si yo estoy involucrada de verdad. Sólo me metería en más problemas, a mí y a ellos todavía más —había empezado a llorar de nuevo—. Por eso Louis y Hannah han tenido que romper —añadí moqueando.

Escuché a Ellen suspirar a mi lado y segundos más tarde estaba tumbada a mi lado, apartándome un mechón de pelo de la cara, sonriéndome con dulzura.

—Tranquila, ¿vale? No vamos a dejar que ese hijo de puta salga con la suya. Le seguiremos el juego.

—Debería contárselo a Harry.

—No digas gilipolleces, Jane. Ya se enterará.

—Sí. Seguro que le hace gracia que vuelva a estar involucrada con el violador de mi ex y que se tenga que enterar por twitter.

—Que se tenga que enterar como se tenga que enterar. Igual ni siquiera lo hace. No creo que tengas que distraerle con cosas sí, está demasiado ocupado con su puta carrera.

Bajé la mirada con tristeza. Demasiado ocupado con su carrera para preocuparse de estas tonterías.

—Tienes razón.

Justo cuando dije esas palabras mi móvil vibró una vez más entre los dedos de mi amiga. Miró la pantalla y sonrió sin remediarlo, antes de entregarme el móvil con brillo en los ojos. Sujeté el teléfono y leí el mensaje mientras sentía mi sonrisa crecer en mis labios.

20:34 ✨Harry ✨: Estás bien?

20:34 ✨Harry ✨: Te noto un poco rara

20:35 ✨Harry ✨: Puedes contármelo 😇

Me mordí el labio mientras procesaba lo que había provocado en mi interior con esos mensajes. Posiblemente estaría demasiado ocupado con su carrera, pero siempre encontraba un hueco para desearme los buenos días, o para mandarme algún mensaje aleatorio a lo largo del día. Estaba en su mente. Pensaba en mí, aunque fuera sólo de vez en cuando. Era todo lo que pedía.

Yo: he tenido un mal día, nada más

Yo: estoy muy orgullosa de vosotros, chicos 💜

Ellen me miraba feliz, como si ella supiera que todo lo que me hacía falta para hacerme sonreír era un mensaje suyo en esos momentos, dejándome disfrutar del momento.

✨Harry ✨: Cuándo tienes un hueco para quedar?

Solté una carcajada en voz alta.

Yo: no sé, tendría que mirar mi calendario

Yo: te viene bien el sábado a la tarde? 😏

✨Harry ✨: Vaya

✨Harry ✨: Justo tengo que hacer una cosa el sábado.

✨Harry ✨: Pero el lunes lo tengo libre.

Yo: de acuerdo

Yo: nos vemos el lunes entonces.

✨Harry ✨: (Tendría que ser por la mañana)

Yo: (no me importa saltarme clases)

📽⛅️☔️

A pesar de todo, la charla con Ellen no ayudaron a calmar mis nervios al día siguiente, cuando Dan vino a buscarme a mi casa.

Sólo tenía que respirar hondo un par de veces. Todo saldría bien. Valdría la pena. Ellen me apretó la mano dándome ánimos con la mirada. Ella abrió la puerta cuando sonó el timbre.

—¡Dan! —dijo animada.

El chico la miró extrañada y yo asomé la cabeza con una sonrisa, muy falsa, aunque conseguí hacerlo creíble.

—Le dije a Ellen que viniese, no te importa, ¿no? Así será como antes, pero de verdad —le dije, pasando por su lado y dándole un codazo juguetona en las costillas.

El plan era muy sencillo. Ellen haría como que no sabía nada del tema, sino que simplemente le había invitado con nosotros a correr por la tarde, después de clase. Yo tendría que mostrarme feliz y alegre, y nada afectada por sus jueguecitos, para que no hiciera efecto su plan de hacerme sentir miserable. Jugaría a sus juegos con maestría. Tendría mi recompensa al final. Aunque antes de salir de casa, ya me estaba sintiendo algo mareada.

Dan se colocó a mi lado cuando yo le adelanté mientras corríamos.

—¿Por qué está aquí Ellen? —preguntó con irritación en la voz.

Me encogí de hombros.

—Le dije que viniera porque así sería menos raro. Si salimos los dos solos en las fotos, Ellen sospecharía en seguida. Ahora no se huele nada.

Se quedó callado al ver que tenía razón.

De todas formas, y por mucho que intentaba mostrarme sonriente y feliz, mi corazón luchaba por seguir latiendo. Esa mañana me había despertado sintiéndome nauseabunda y con más ganas de morirme que de costumbre. Todo lo que conseguí meterme en el estomago fueron un par de vasos de agua y media manzana, que lo había vomitado antes de que llegara Dan, y lo comenzaba a notar en las rodillas.

La sensación era horrible. Podía notar los focos en mi nuca con más intensidad que el sudor bajar por mi espalda. Casi escuchaba las manos de los periodistas frotarse al verme en la calle con un chico nuevo, calentando los dedos para poder escribir con la mayor rapidez posible sus nuevos artículos, llenos de mentiras y telarañas, cajas vacías, avivando las esperanzas ya muertas de miles de chicas que matarían por estar en mi lugar. Les estaba dando un bufet libre, y gratis.

Ellen se detuvo en una pequeña plaza en el centro de la cuidad para beber agua, y yo tuve que sujetarme para intentar parar el mareo que sentía poco a poco hacerse un hueco en mis piernas. Hacía mucho que no corría, tal vez por eso estaba tan mareada. Sólo por esa idea, quería seguir adelante. Mantener mi mente ocupada con una meta que alcanzar; presionarme a mí misma hasta mejorar.

No me dio demasiado tiempo a centrarme en no caer redonda, ya que Dan se acercó a mí y rodeó sus manos en mi cadera y me sonrió.

—Gracias por venir.

Las podía sentir. Como agujas en la piel. Como picaduras. Foto tras foto. Sin ninguna vergüenza.

Esbocé como pude una sonrisa en su dirección y simplemente dejé que sucediera lo que tuviese que suceder. Rodeé su cuello con los brazos.

—Que sepáis que estoy intentando no vomitar —dijo Ellen a nuestras espaldas.

Sabía que podía besarle ahí mismo y dejar que los periodistas perdieran interés en mí de un segundo a otro, sabía que tenía el poder en mi mano de acabar con todo aquello en un sólo movimiento. Mi corazón me estaba rogando que no lo hiciera, y en el fondo sabía que estaría cometiendo un error garrafal.

Me separé de él no demasiado rápido y volví a ponerme a correr.

Los dos empezaron a mantener una conversación muy animada, aunque yo estaba demasiado centrada en mantener mi respiración a raya. El sol pegaba con bastante fuerza a pesar de estar a mitades de noviembre, la chaqueta que me había quitado hacía algunos minutos me rebotaba en las piernas. El sudor me escocían en los ojos, y a pesar de pasarme el brazo por la frente repetidas veces, mi vista parecía estar nublada por defecto.

Twitter se dibujaba ante mis ojos, lleno de fotos mías, de cómo Dan me sujetaba la cadera, de mi sonrisa falsa dolorosamente real. De la pulsera de Harry colgando de mi muñeca, que me había olvidado quitar, que ahora me ardía contra la piel, como si estuviese enfadada. Los insultos se apilaban en mis notificaciones, sus historias me incluían con una cartilla de identidad, con mis huellas dactilares por todo el papel. Si antes estaban enfadadas, no quería imaginarme ahora. En mi mente, la cara que ponía Harry cada vez que mencionaba al chico que corría a mi lado, mientras escuchaba la canción que cantaron la semana pasada de fondo, quitándome el aliento una vez más, enterándose de mi sonrisa amplia dedicada a Dan mediante las fotos en las redes sociales, casi pude sentir su decepción en mi propio pecho. Tenía ganas de vomitar.

Mis piernas dejaron de responder de pronto. Paré en seco, tuve que sujetarme a la pared más cercana que encontré, con una mano en el estómago. Casi sentía los pinchazos en mi vientre a la par que escuchaba los flashes en mi cabeza, cada vez más alto en mis oídos, como una ilusión cruel del que me había acostumbrado a la fuerza. Me doblé en dos. Cerré los ojos con fuerza al darme cuenta que la calle no iba a dejar de dar vueltas pronto.

Mi vientre latía escandalosamente rápido, lanzando rayos de dolor repentino a través de mis dedos, esparciéndose por mis párpados cerrados y castigándome con crueldad. Me estaba apagando poco a poco, y la lucha cada vez era más desigual.

Ellen me puso una mano en la espalda y Dan decía mi nombre repetidas veces.

Segundos antes de perder la vista del todo, pude sentir mi cuerpo empezar a caer redonda en los brazos fuertes de la persona que una vez quise.

No sentí la caída.

🍂⏳🌒

Pude sentir el teléfono vibrar encima de la cama tan suavemente como las olas más tardías en llegar a la bahía. Como un recuerdo vago, rompiendo el silencio que tan amablemente me estaban brindando los sentidos. Parpadeé un par de veces hasta decidir que prefería mantener los ojos cerrados y disfrutar de la lenta vibración que masajeaba mis dedos. Escuché un ruido metálico cruzar la habitación y el tembleque mágico desapareció de pronto, que fue rápidamente reemplazado por el sonido de una voz serena, tranquilizadora, que me mece en sus brazos y me acaricia el pelo. Apreté los ojos y conseguí mover los brazos para pasarme las manos por la cara después de sentir un gruñido subirme por la garganta.

Tendí el brazo encima de la cama.

—Ellen —dije rompiendo el silencio, aunque sólo conseguí articular un hilo de voz.

Mi amiga se volteó con rapidez, con mi teléfono pegado a la oreja. El color naranja filtrándose por las persianas de mi habitación se colaba entre su pelo mientras me devolvía una mirada marrón llena de dudas. No sabía cuánto tiempo llevaría dormida, aunque para su juicio, no lo suficiente.

Con un reproche en los labios, me colocó el teléfono en la mano, se lo agradecí con una sonrisa.

—Harry.

Hubo unos escasos segundos de silencio y escuché un pequeño suspiro.

—Jane —dijo como si estuviese aliviado.

—¿Qué tal?

Se rió suavemente.

—Llevo intentando llamarte toda la tarde pensando que estarías en algún hospital ingresada, ¿y me preguntas qué tal?

Sentí una pequeña punzada de sentimiento de culpa.

—No quería distraerte de tus cosas, tienes que estar centrado para el sábado.

No respondió a lo que le dije. Se quedó callado por unos segundos.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —noté el cuidado con el que usaba la voz, asegurándose de que no me molestase.

—Sí, estoy bien. Sólo me he desmayado corriendo esta tarde, nada más. Hace mucho que no salgo a correr y estaba sin comer, así que...

—Bien, vale. Sólo quería asegurarme de que estabas bien. Bueno, y... —vaciló con cautela, midiendo sus palabras, aunque sin saber qué decir—, ¿qué tal...? Eh...

Sabía perfectamente qué es lo que quería preguntarme. Quería preguntarme acerca de Dan. Mi corazón me pesaba en el pecho.

Fue una conversación muy extraña. Estaba contenta porque me había llamado preocupado. Por otro lado, sabía que no me había llamado por eso.

—Bueno, ¿sigue en pie lo del lunes? —dijo por fin, con voz cálida aunque más distante de lo normal.

Lo sentí lejos.

—Sí, claro. El lunes nos vemos.

Hubo de nuevo un silencio y tuve que cerrar los ojos del dolor para aguantar mejor mis ganas de echarme a llorar. No me sentía con fuerzas para llorar otra vez.

—Lo siento —añadí con un susurro.

De nuevo no escuché ninguna respuesta. Simplemente una pequeña risa soplada, y:

—Adiós, Jane. Descansa.

Catorce

Ellen había llamado al timbre hacía un par de horas. Fue la primera vez que no pude descifrar la mirada que me dedicaba; una mezcla entre preocupación y felicidad, como si ni siquiera ella podía saber qué estaba sintiendo en su interior. Justo como me estaba sintiendo yo ese día. Ese día nos habíamos visto en el instituto, aunque apareció en mi casa cuando ya era de noche, sin avisarme, con un paquete bajo el brazo. Estaba lloviendo.

—Es lo más raro que me ha pasado en la vida. Cuando la vi de camino a casa casi me caigo de culo —tampoco pude descifrar su voz, si lo estaba diciendo con alegría, o si el tembleque de su tono se debía a la seriedad de su ceño.

Sujetaba la revista con ambas manos. Todavía estaba metida dentro del plástico, algo mojado debido a la lluvia. Tuve que suspirar al notarme los pulmones más pequeños de lo normal. Me veía en portada, mirando el suelo con lo que ellos decían que era una sonrisa en la cara, nuestras manos unidas y enmarcadas en un dramático corazón. Alcé la mirada a mi amiga, y de pronto me dio la risa floja.

Mientras me reía y daba palmadas como una gilipollas, Ellen me miraba como si me hubiese vuelto literalmente loca.

—No puede ser —dije por fin, rasgando el plástico de la revista, todavía con alguna que otra carcajada colgando de mis labios.

Ellen se colocó a mi lado en la cama para poder ojear la revista conmigo. Eran dos malditas páginas enteras hablando de cómo los concursantes habían salido de la casa para una noche de fiesta, y sobre todo, escribiendo conspiraciones sobre quién era yo y por qué había entrado al local de la mano de Harry. Ella, viendo lo bien que me lo estaba tomando, sujetó la revista y comenzó a leer en voz alta lo que decían en un apartado.

—"Los chicos de One Direction estaban especialmente guapos esa noche, y esta apuesta desconocida parece estar de acuerdo con nosotras. Quiero decir, ¡miradle esa mirada que le dedica a Harry! ¿Tendremos una nueva amenaza entre nosotras? ¡Qué calladito se lo tenía!"

Volví a reírme escandalosamente y saqué el teléfono para sacarle una foto y mandársela a Harry.

—¡Amenaza! Me quiero morir —dije con una sonrisa, mientras le arrebataba de nuevo la revista a Ellen para leerlo con mis propios ojos.

—Dios mío, mira lo que pone aquí —le dije señalando el párrafo con un dedo—: "Esta chica rubia se coló ayer con los cinco chicos más deseados de toda Inglaterra y cumplió todos nuestros sueños, ¿te imaginas compartir una noche de fiesta con este bombón? ¡Ella lo sabe, y se le ve en la cara!" Te lo juro, en este momento sólo me quería morir, estaba demasiado centrada en no caerme delante de todo el mundo.

Nos reímos las dos durante un buen rato leyendo todo lo que tenía que decir sobre nosotras, yo intentando ignorar lo horriblemente fea que salía en esa foto que habían decidido poner sobre las dos páginas enteras, y sólo daba gracias que había decidido ponerme un vestido y no unos pantalones, porque seguramente hubiese salido con la bragueta bajada.

—Me parece injusto que sólo hablen de ti, yo también me lié con Aiden esa noche. Debería estar yo en portada y no tú.

Puse los ojos en blanco.

—Cielo, no es mi mayor sueño salir en portadas de revistas sólo porque creen que salgo con un miembro de una banda. Es humillante.

—Tía, es que sólo hablan de ti: "No sabemos quién es esta chica tan guapa, aunque sí que nos vamos a enterar muy pronto, ¡queremos todos los detalles! ¿Cómo se sentirá ella acerca de los rumores que circulan sobre Harry y Cher Lloyd? Aunque, ¿es demasiado pronto para hablar de relación, o es tan sólo un rollito de una noche? ¡Parece ser que el chico de rizos el título de ligón se lo ha ganado a pulso! Ya sabes Harry, mándanos un correo, ¡queremos saberlo todo acerca de esta rubia cañón!"

—¡Rubia cañón! No puedo más —dije entre risas de nuevo.

Sí, era humillante. Lo pude saborear de primera mano al día siguiente, cuando sentí todas las miradas de mis compañeras de instituto al entrar a mi clase de todos los martes. Hasta me trataban distinto, susurraban acerca de mí cuando yo estaba delante, los baños se volvían silenciosos cuando yo entraba en ellos, y los murmullos me acompañaban allá donde fuera. Algunas eran tan descaradas que incluso me señalaban con la dichosa revista en las manos, hablando de mí como si no estuviese delante o como si no pudiese escucharlas. El viernes de esa misma semana pude escuchar una conversación que me dolió en el corazón mientras estaba usando uno de los baños.

—¿Te has enterado de lo de la Jane de quinto?

—Sí, tía. Qué suerte tiene la hija de puta.

—A mí me parece una zorra. Se está aprovechando de su fama para hacerse un hueco en la industria. Además, salía super fea en esa foto...

—Tampoco es que sea tan guapa... no sé qué le habrá visto.

Con los dientes apretados y la ira creciendo en mis venas, abrí la puerta del baño y me las encontré mirándose en el espejo. Se quedaron pálidas como papeles.

No les dije nada, sólo las miré con la cara seria, dirigiéndole una mirada decepcionada. Esas dos chicas siempre me pedían los apuntes de clase y yo siempre se los dejaba con amabilidad, por mucho que me repateara el culo que fueran unas vagas de mierda. Siempre había sido simpática con ellas. Ni siquiera me había dolido lo que habían dicho. Me dolía el hecho de que estuviesen hablando de mí a mis espaldas, como si fuera una más en su lista de cotilleos. Como si no me conocieran. Me coloqué la mochila sobre el hombro y salí del baño con un portazo.

Si ellas hablaban de mí conociéndome, no me podía imaginar lo que hablarían otras chicas que no lo hacían.

Además que no sólo era aquello que había cambiado por completo mi rutina diaria. Aproximadamente una semana después de aparecer en una de las revistas más leídas del país, a las que obviamente no voy a dar publicidad, las cosas se pusieron más raras que de costumbre. Me acuerdo perfectamente.

Harry y yo quedábamos muy poco y sólo cuando él estaba completamente libre de sus obligaciones. Como había sido la tarde del día anterior, que habíamos quedado para una pequeña hora que podía escaparse.

—De verdad creo que tenéis una gran posibilidad de ganar esto, Harry. Estoy muy feliz por vosotros —dije con una sonrisa sincera.

Él me sonrió.

Más de una vez, Ellen me había dicho que tuviera cuidado cuando fuera sola a casa, y la veía girar la cabeza con brusquedad cada vez que íbamos por una calle concurrida. Pensaba que se había vuelto una paranoica y que quería asustarme, pero un día comencé a fijarme yo misma. La gente desconocida, sobre todo chicas jóvenes de más o menos mi edad se quedaban mirando cada vez que pasaba por delante suya, y aquello no era lo peor de todo. Sacaban sus teléfonos para sacarme fotos como si no estuviese ahí delante viéndolo todo. Como si no fuera una persona normal. Cada día las redes sociales estaban cada vez más llenas de mi nombre por todos los lados, incluso comencé a aparecer en pequeños periódicos online.

Pensaba que las cosas podrían haber llegado a su límite, que ya no podía ser más de locos todo aquello. Hasta que pude ver, te lo juro, un puto fotógrafo en la puerta de mi instituto. Mi corazón comenzó a latir a mil y deseé con fuerza que estuviese ahí por casualidad, que no estuviese ahí por mí, que me dejase en paz. Supe por la carcajada que profirió Ellen que mis expectativas eran unas ilusas. Yo no sabía cómo reaccionar. No me lo podía creer. Traté de no fijarme en las miradas que me rodeaban, curioseando a mi alrededor como buitres, algunas riendo, y otras levantando la nariz como si quisiesen estar en mi lugar.

Me aferré con fuerza al brazo de mi amiga y pasé por el lado del periodista con rapidez, que ya había alzado su cámara en el aire y el flash se entremezclaba con la blancura del día gris.

Me hizo un poco de gracia, la verdad. Sólo durante unos pocos segundos, pude saborearlo y reírme de la situación. Pensé que nos dejaría en paz una vez pudo sacar un par de fotos de mi cara de sorpresa al verle ahí. Pero el señor comenzó a hacerme preguntas, y entonces fue cuando comencé a sentirme increíblemente incómoda.

—Jane, ¿qué tal te llevas con Simon Cowell? —preguntaba a voz de grito, por mucho que estaba justo a su lado persiguiéndonos sin ningún respeto por mi espacio personal.

—¿Qué dice? —preguntó Ellen en mi oído, al ver que las cosas no eran tampoco como se las había imaginado ella.

Yo me encogí de hombros y sólo deseé que nos dejase en paz, aunque se le veía dispuesto a seguirnos hasta la misma puerta de mi casa.

Siguió hablando. Ni siquiera me daba tiempo a responder a las malditas preguntas.

—¿Qué piensas de la ruptura de Louis Tomlinson y Hannah Walker? —preguntó, y decidió sacar una foto a la cara que se me quedó cuando dijo eso.

Cuando fui a responderle, Ellen se interpuso en mi camino.

—Oye, entiendo que tengas que hacer tu trabajo y todo eso, pero nos sigues un sólo paso más y llamo a la policía.

El fotógrafo se paró en mitad de la frase de mi amiga observando su cámara satisfecho con la foto que había conseguido, realmente como si nosotras como personas humanas no le interesáramos.

Me quedé sorprendida. Justo hacían dos días de que había visto a Harry, y ni siquiera me lo había mencionado. No sabía por qué, pero aquello me preocupaba. Por alguna razón todo aquello me sonaba demasiado raro y seguía sin tener ningún sentido por muchas veces que me lo repitiese en la cabeza. Tenía que haber una razón por la que Harry no me lo estaba contando.

Aunque tuve que recordarme que si a mí me ponían verde en las redes sociales, sólo tenía que refrescar la memoria de cómo la trataban a ella con un simple vistazo a mi Twitter. Con tan sólo poner su nombre en el buscador de la aplicación, no era capaz de encontrar ni una sola publicación que fuera positiva acerca suya. Tal vez se hubiese hartado de todo aquello y hubiese decidido que toda esa locura no era para ella, y por un escaso segundo tuve envidia de su situación. Ella sólo tendría que aguantar todo aquello durante unas pocas semanas más, donde se lo pasarían genial insultándola por dejar al chico de la banda, pero después nada. Sólo tenía que borrarse la aplicación durante unas semanas. Era libre.

Tuve que reírme. No había manera de que yo pudiese deshacerme de todo aquello ya que todo lo que sabían ellas era que éramos muy buenos amigos, que era lo cierto. No quería sacrificar mi amistad con él sólo por que dejaran de hablar de mí en las redes sociales.

Qué fácil es el autoengaño. Convencerte de algo que quieres creer con todas tus fuerzas. Es una de las mayores trampas.

Esa noche me costó el doble de lo normal quedarme dormida. No podía hacer otra cosa más que dar vueltas en la cama, y mi mente estaba demasiado ocupada para intentar siquiera dormir. Habían muchas posibilidades de que cinco de mis amigos ganaran mi concurso favorito, y en el peor de los casos no ganarían, aunque posiblemente Simon ya tendría un contrato preparado para firmar en cuanto salieran de esa casa. Sus vidas estaban cambiando delante de sus propios ojos, como una linda película que venía con palomitas y refresco, mientras yo estaba en la primera fila, demasiado cerca para verlo bien, agobiada por la grandiosidad de la pantalla. Me sentía horriblemente mal sólo de pensar en que deseara que no fuera así. Mi conciencia me castigaba cada vez que pensaba que ojalá no se convirtiesen en la banda más importante del país, que ojalá volvieran a ser personas normales con las que ir de vacaciones a la casa de Harry y pasarlo genial sentados en terrazas sin que nadie nos acechara con sus miradas venenosas. Que no se hablara de mí como si fuese un complemento de alguien, que no hablasen de mí directamente. Que pudiese vivir una adolescencia normal, y que tuviese una mínima oportunidad de siquiera pensar en tener una relación con el chico del que estaba enamorada. Todo aquello me lo impedía. Me sentía increíblemente egoísta sólo por pensar en pensarlo. Pero no lo podía evitar. Sólo quería tener la oportunidad de poder pasear de la mano de Harry por la calle sin tener que pensar en el día siguiente, y de en cuántas revistas iba a aparecer.

Me mantenían expuesta, dejando que los espectadores pasasen por mi vitrina y opinasen acerca de mi cuerpo desnudo. Jamás tendría una vida normal si aquello que quería se cumplía. Viviría toda mi vida en un pedestal lo suficientemente alto para que todo el mundo me viese, y así asegurarse que si quería bajarme, la caída sería dolorosa.

Suspiré.

No iba a poder dormir, por lo que decidí salir de la cama y sentarme en el alféizar de mi ventana, para que me diera el aire. Cogí el portátil como acto reflejo, y después de un chupito de valentía, entré en twitter.

Me mordí el labio cuando vi fotos de esa tarde sacadas desde fuera de la cafetería, de mí tocándole la mano sentados en la mesa, del beso que me dio en la mejilla después de despedirnos e irnos a casa. Miles y miles de fotos esparcidas por mis notificaciones, cada una con un comentario más doloroso que el otro, creando sus propias historias, mencionándome en ellas. Quería responder a cada una de ellas, preguntando el por qué, o incluso contando yo misma la historia.

Lo peor de todo, si me ponía en el hipotético caso de que tendría oportunidad de dar mis explicaciones, tendría que decir que Harry era tan sólo un amigo. Por mucho que hubiese sido quien me había descubierto el apetito sexual, por mucho que girara la cabeza cada vez que alguien mencionaba su nombre, ruborizada y con el estómago inquieto en mi vientre. Era sólo un amigo. Porque era una cobarde.

Yo nunca le había confesado mis sentimientos hacia él ni él los suyos hacia mí, y el hecho de que posiblemente nunca iba a tener la oportunidad de hacerlo era agotador. El hecho de que todos aquellos rumores de las otras chicas que circulaban eran reales y que yo tenía que tragarlos con una sonrisa también era agotador. De alguna manera mi cuerpo se cansó de pronto de no poder decir ni una palabra al respecto por miedo a que la gente me mirase como si me hubiese vuelto loca. Quería tener el derecho de ponerme celosa y de poder decirle las cosas que me molestaban. Las palabras me empezaban a pesar en la garganta, y las ganas de correr y de intentar hacer las cosas serias entre nosotros era más grande que mi ser. Para qué quería negarlo más, había estado en una relación durante más de dos años, y la idea de querer exclusividad ya empezaba a hacerse forma en mi cabeza.

Fue un arrebato de egoísmo, pero mi corazón latía con felicidad y efusividad en mi pecho, e inconscientemente comencé a sonreír mordiéndome el labio. En un impulso, mi cuerpo decidió coger el teléfono y teclear un número que jamás pensé en acabar aprenderlo de memoria, antes de colocarlo en mi oreja. Me mordía las uñas nerviosa escuchando los tonos como una melodía que hacía vibrarme el corazón, con los sentimientos apilándose en los rincones de mi cuerpo, intentando salir, con una emoción en el pecho a punto de reventar; tenía muchísimo miedo, tenía que decirlo en voz alta, con la piel de gallina, me sentía feliz. Te quiero. Me gustas mucho. Estoy enamorada de ti. Sal conmigo. Quiéreme. ¿Me quieres?

La adrenalina se lo estaba pasando pipa recorriendo mis venas a una velocidad impresionante, con los brazos en alto y esperando la caída en picado. Cerré los ojos y me sentí preparada para todo. Aunque no podía hacerle eso. No era justo.

Gracias a Dios, nunca cogió el teléfono.