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Capítulo 49:
{Narra Jane}
Cerré la puerta detrás mía con cuidado para no hacer demasiado ruido y poder subir tranquilamente a mi habitación. Al pasar por el salón, descubrí a mi hermana tirada en el sofá, así que pasé de largo, intentando no llamar la atención.
-Tú, ¿a dónde vas?
Puse los ojos en blanco al pararme para mirarla.
-¿A mi habitación?
Emma sonrió de oreja a oreja.
-Tienes un chupetón como tu mano de grande -dijo señalando mi cuello.
Sentí cómo mis mejillas ardían al llevarme la mano al cuello. Soltó una carcajada.
-Era broma, tonta.
Fruncí los labios, algo avergonzada.
-Serás puta -murmuré, y me senté a su lado en el sofá. Rió de nuevo.
-¿Qué te piensas? ¿Que soy tonta? Me doy cuenta de las cosas -sonrió.
Resoplé, intentando no sonreír también.
Estuvimos en silencio durante un rato, mirando sin prestar atención a la televisión.
-¿Dónde has estado?
-He estado un rato corriendo con Lena. Ya sabes, necesitaba hablar.
-¿A estas horas?
Me encogí de hombros.
-¿Su loquero la sigue visitando?
Me mordí el labio.
Decidí que Emma no era la mejor persona en la que confiar, así que decidí no contarle nada al respecto. Asentí.
Otro silencio.
-Hace un rato han hablado de ti.
Volteé mi cabeza hacia ella rápidamente, asustada por lo que me acababa de facilitar.
-¿En serio? ¿Dónde?
-En esa cosa de Xtra Factor. No lo veo nunca, pero estaba buscando una cosa buena para mirar cuando he visto a ese novio tuyo en la tele. Y han estado hablando de ti.
Me mordí el dedo. Realmente ese tema me inquietaba mucho.
-No han escogido la mejor foto para presentarte. Realmente, han escogido la peor. Con lo mona que sales en tu foto de twitter...
-¿Decían algo malo? -dije cortante, interrumpiendo.
Me daba exactamente igual qué foto hayan publicado.
-Qué va. No pueden hacer eso. Este.... el Eduardo este... ¿cómo se llamaba?
-Harry.
-Harry. Pues ha intentado no hablar mucho, pero lo que ha dicho ha sido muy cauteloso. Como muy medidas las palabras. No sé si me explico.
-No lo haces, pero da igual.
-Tampoco te lo iba a repetir.... Ah, sí. Jane. Ha llamado Ellen, tenía que hablar contigo de no sé qué cosa. Llámala, ¿vale?
-Lo haré.
-Canta muy bien. Él, digo.
-Sí. Sí lo hace -sonreí casi inconscientemente.
Emma dejó escapar un berrido.
-Mira qué cara de boba se te ha puesto. +
Agarré un cojín y le pegué en el abdomen.
Soltó una carcajada.
Me levanté.
-Me voy. Tú sigue mirando esta mierda, y te irá bien -le guiñé un ojo.
-¡Adiós, puta!
-¡Shh!
-Que no hay nadie en casa, mongola.
Relajé los hombros y volví a poner los ojos en blanco.
-Venga pues -hice un gesto con la mano y me di la vuelta, dispuesta a subir las escaleras.
-Jane -me interrumpió.
Yo me asomé y la miré. Descubrí que tenía su mirada clavada en mí, no como había hecho en toda la noche, que lo único que había hecho era evitar mi mirada.
-Dime.
-¿Usasteis protección?
-¿A qué viene eso ahora? -pregunté ceñuda.
-Escucha, Jane. Aunque a veces no lo parezca, me preocupo por ti. Después de todo, eres mi hermana pequeña, y lo último que quiero es verte arrastrada por las órdenes de un chico, ¿de acuerdo? Ahora, responde a la pregunta.
Bajé la mirada, con la sonrisa más tonta que había podido esbozar en toda la noche. Había conseguido ablandarme.
A pesar de todo, tal vez, no era tan mala hermana, tal vez no era tan pasiva como todo el mundo la veía. Y tal vez, no era tan egoísta como pensaba que en realidad era.
Era mi hermana, y la quería con toda mi alma.
-Puedes estar tranquila -sonreí.
Ella sonrió también.
-Bien. Espero poder confiar en ese tío. Ya sabes lo que pienso de la gente famosa -me guiñó un ojo.
Siempre tan irónica.


{Narra Lena}
Paredes blancas, techo bajo, una simple bombilla adornada y vomitivos sillones verdes, duros como la roca. El sonido del reloj rebotaba en cada una de las paredes, dándo la ilusión que la sala era gris y triste. Sin vida. Muerta. Ni siquiera la respiración agitada de mis padres, sentados al otro lado del sofá para alejarse lo más posible de mí, ahogaban los constantes tics que emitía el maldito reloj.
Tic. Tac.
Miraba al frente, intentando mantener la calma. La paciencia. Intentar demostrarles que todo eso no tenía ningún sentido. Un desperdicio de tiempo.
La pared blanca que se regía en mi frente, con un triste cuadro diminuto colgando justo en medio, parecía que cambiara de color cuanto más tiempo la miraba, casi sin parpadear. El blanco chocante, casi fosforito, empezaba a tintarse poco a poco de un color gris apagado. Cuando parpadeaba, volvía aquel blanco tan fuerte. Bajé la mirada y miré mis zapatos, tratando de tranquilizar mi respiración.
Jane era una de las mejores personas que conocía. Salir a correr con ella hace unos minutos había sido una de las mejores decisiones que había tenido. Podías hablar con ella y tener seguridad de que te guardará la palabra. La apreciaba mucho. Cuando le comenté lo del psiquiatra, lo único que hizo fue reírse. Reírse con su voz tan bajita y dulce que tenía. Se rió. La mayoría de las personas se hubieran alejado, o se hubiera asustado. Pero nunca reído. No era una risa de burla. Ni de “mierda-qué-hago-ahora”. Era de lo más sincera siempre. Si algo no le gustaba, lo decía. Si algo le parece incómodo, lo decía. Y si algo le parecía gracioso, se reía. Supongo que para ella este tema era cómico. O, de alguna manera, absurdo. Hizo que yo también me riera aunque no le había encontrado el doble sentido hasta ahora. Siempre te hacía pensar con doble sentido.
-Aceptar y comportarte. Enséñales que no tienen nada por lo qué preocuparse. Eso les dará que pensar.
Eso me dijo.
-No creo que eso ayude. Piensan que estoy loca de verdad. Enferma.
Soltó un discreto resoplido.
-Están haciendo una montaña de un grano de arena. No te preocupes. Pronto pasará.
Fue una de las mejores conversaciones que tuve con ella. Después de todo, un psiquiatra no era muy diferente a un psicólogo. Según lo que Jess me contó acerca de esos oficios, la única diferencia era que un psiquiatra podía recetarte medicamentos, y meterte interna en un manicomio. Pero por el resto, nada diferente.
Aunque, tengo que admitir, que estaba más nerviosa que nunca. Las manos me sudaban y tenía el dedo meñique más rojo de lo normal, por mordérmelo tanto. Nunca me había chupado el dedo, o tenido un chupete. Siempre me había mordido el dedo meñique. De alguna manera, era tranquilizador.
Pero entonces no lo era. Dirigí una mirada rápida a mis padres, arrinconados en el sofá, mirando al frente. Prácticamente, estaban uno encima de otro. Tal vez fuera yo la que me alejaba de ellos y no al revés. Mi madre giró la cabeza al sentir mi mirada clavada en ella. Esbozó una sonrisa tan falsa que apareció tan rápido como desapareció.
Aparté la mirada rápidamente.
Cada día los odiaba más.
No esperaba más para el día que cumpliera los dieciocho y así poder irme lejos de ellos. No podía esperar.
Al levantar la mirada, me encontré con una chica muy joven con su largo pelo castaño recogido en una coleta alta. Sujetaba un folio con sus largos dedos morenos. Su sonrisa era radiante, como tratando de olvidar que esto era un psiquiátrico, y no un parque para niños.
-¿Lena Werther? -preguntó, dejando a la vista blancos y rectos dientes.
Me levanté con un suspiro.
Ni que fuera esto un dentista.
-Soy yo.
-Encantadísima de conocerte. Ahora mismo os la traigo y os comento, ¿de acuerdo? -dijo dirigiéndose a mis padres y sin dejar de sonreír.
Mis padres asintieron y no me dirigieron ni una sola mirada cuando salí de la habitación.
Sus tacones negros resonaban en las baldosas blancas al andar hacia no sé dónde. Andaba delante mía, con la espalda rectísima y con la coleta balaceándose de un lado para otro continuamente. Crucé los brazos sobre el pecho cuando abrió una puerta de madera y me invitó a entrar.
La estancia era mucho más cálida de lo que era la sala de espera -si podía llamarse así-, y que todo el espacio en general. Las paredes estaban cubiertas por estanterías llenos de pesados libros y de figuras de todas las formas y colores. Cuadros y carteles colgaban de la pared de tal forma que casi no se podía ver el color original de ésta. El suelo estaba cubierto de alfombras de colores vivos de esquina a esquina impidiendo saber lo qué había bajo éstas. En medio de la sala, un sofá grande verde oscuro y enfrente otro del mismo color, y una pequeña mesilla de madera al lado de éste último.
Casi me agradaba ese lugar.
Pero no dejaba de ser una celda para locos.
La joven me invitó a sentarme en el sofá, mucho más cómodo que el otro, y ella se sentó enfrente mía. Cruzó las piernas nada más sentarnos.
Primero no dijo nada. Mantuvo la mirada fija en mis ojos, mirando dentro de ellos, como si quisiera inspeccionarme.
Rompió el silencio diciendo:
-Tienes un nombre muy bonito.
Bajé la mirada, incómoda.
Fue la primera vez que me dijeron eso.
-Yo voy a ser tu doctora de aquí en adelante y tendremos las sesiones que yo crea necesarias. Soy Amanda Sheifield. Llámame como quieras -sonrió una vez más-. Hoy no hablaremos mucho al ser la primera sesión. ¿Cuántos años tienes?
-Dieciséis. Cumplo diecisiete en enero.
Garabateó algo con rapidez sobre el papel.
-Eres muy joven -sonrió.
Por muy bonita que fuera su sonrisa, la empezaba a odiar.
-Tú lo eres más para ser psiquiatra.
-Acabé la carrera hace pocos años, sí.
Amanda se incorporó y se dejó apoyar en el respaldo del sillón.
-¿Por qué piensas que estás aquí, Lena? -preguntó deslizando la punta de su boli por el labio inferior, sin dejar de mirarme a los ojos.
Aparté la mirada y me encogí de hombros.
-No lo sé. No me pasa nada. Todo el mundo piensa que estoy loca. Hasta mis propios padres. Nadie sabe lo que tengo. Mi psicólogo me tenía miedo.
Esbozó una ligera sonrisa.
-El señor Paxton me ha hablado de ti. Y tranquila, no eres el peor caso que tratamos aquí.
Lo dijo con todo tranquilizador, pero yo me revolví en mi sillón, incómoda bajo su atenta mirada. Me volví a encoger de hombros.
En la corta charla que tuvimos no me apartó los ojos de encima, como si tuviera miedo a que saliera corriendo en cualquier momento. Y deseaba hacerlo. Ella me preguntaba cosas irrelevantes y muy concretas, como si mi periodo era regular, con qué frecuencia comía, las horas que dormía, y si me había autolesionado alguna vez.
Durante toda mi estancia ahí, pensaba en que esa chica sólo estaba haciendo su trabajo. Intentaba ayudarme. Sólo deseaba que ella supiera cómo callar las voces que eran cada vez más abundantes. Nunca lo había deseado más que en ese momento.
Aún así, la consulta se me hizo eterna.
-Acompáñenme, por favor -dijo con ese matiz de seguridad en su voz, y con sus ojos achinados al sonreír como sonreía.
Entré en la sala blanca con los brazos colgando. La sala estaba vacía, exceptuando a un niño pequeño, que estaba sentado enfrente mía y con la mirada perdida. Acariciaba un oso de peluche sobre su regazo, pero no parecía estar atento a sus movimientos.
Pasé de largo y reemplacé el asiento que mis padres habían abandonado, y bajé la mirada a mi regazo, sin saber qué hacer y esperando a que todo aquella terminara pronto y poder volver a casa.
Sentí los ojos vacíos del niño clavados en mi como dos estacas.
Lo miré y fruncí el ceño.
-¿Puedo ayudarte? -le pregunté.
Él siguió mirándome mientras acariciaba su peluche.
No me respondió.
-Eh
Nada. Ni siquiera abría la boca, y su pecho estaba completamente quieto, ni parpadeaba. Sólo deslizaba sus dedos sobre el pelaje suave de su peluche. Sus ojos eran verdes como la hierba, pero no parecían albergar nada. Estaban vacíos.
-¿Te pasa algo? -pregunté tierna. Me preocupaba.
Apartó la mirada con tal brusquedad que pegué un brinco en mi asiento.
Por muy curioso que fuera, parecía que estaba sacado de una foto de época. Piel pálida, pantalones cortos, camisa y chaleco a cuadros.
Pero no sonreía. Sus labios eran una línea muy fina y blanca sobre su rostro, como si estuviera dibujada con una tiza.
Luego, me miró con los ojos muy abiertos.
-Está herido -murmuró, sin apenas separar los labios.
Lo había escuchado perfectamente, pero aún así, fruncí el ceño y susurré con la voz rota:
-¿Qué?
Me estremecí.
La puerta de la sala se abrió derrepente y di un salto, poniéndome de pie. Sonreí falsamente, intentando ocultar el miedo que empezaba a corroer mis venas.
-Vamos, cielo -decía mi madre mientras aguantaba la puerta-, ¿con quién hablabas?
Dirigí mi mirada a mi frente, pero me encontré con una silla completamente vacía.
-Eh -volví mi mirada hacia la puerta, mi madre me miraba indiferente y con una expresión triste -, con nadie mamá-. Tragué saliva y amplié la sonrisa.
Miraba por el rabillo del ojo la silla vacía.


{Narra Ellen}
-¡Como se te ocurra hacer alguna estupidez, vamos a acabar mal, eh!
Los pitidos de la línea ocupada ya sonaban al otro lado del teléfono.
Solté un gruñido y casi tiré el móvil al suelo.
Miré la pantalla. Jane aún no me había devuelto la llamada, y las cosas estaban cada vez más feas.
La había cagado. Realmente, la había cagado.
-¡Mierda!
Rápidamente, agarré mi abrigo y salí de casa apresurada.
Afuera hacía un frío helador. El cielo estaba encapotado con espesas nubes negras, que amenazaban con lluvias. Enterré mi cara en la bufanda de lana al sentir el frío viento susurrándome en el rostro.
Tenía que contárselo. Era muy tarde por la noche, pero realmente me daba igual. Y no había forma de que me cogiera el teléfono.
Caminé lo más rápido que pude hacia su casa, que por suerte estaba relativamente cerca.
Llamé a la puerta efusiva y pocos minutos después, Emma me abrió la puerta con completa indiferencia.
-¿Está Jane? -pregunté, entrando a su casa sin pedir permiso.
No estaba de humor.
-Sí. Acaba de llegar. Le dije que te llamara.
-Gracias.
Ni siquiera me quité el abrigo cuando subí las escaleras con la mayor rapidez. Entré a su habitación sin llamar siquiera. Estaba tumbada boca abajo en su cama con un libro entre las manos.
-¡Ellen! -exclamó, sonriendo- Qué sorpresa -apartó el libro y lo dejó encima de la colcha.
-Ya -respondí pasiva, deshaciéndome del abrigo y de la bufanda-. ¿Qué hacías?
-Leer.
-¿Otra vez?
Puso los ojos en blanco.
Avancé y me senté en la cama, a su lado.
-¿A qué has venido tan tarde? ¿No me has podido llamar?
-Bueno, tal vez si hubieras cogido tu maldito móvil, no te hubiera molestado -sonreí sarcástica.
Se incorporó y se sentó con las piernas cruzadas, sin dejar de mirarme con el rostro preocupado.
-¿Ocurre algo?
Aparté la mirada y me morí la uña.
-Ethan.
Soltó un suspiro.
-¿Qué le pasa?
-A él, nada.
-¿Entonces?
Me giré y la miré. Ella mostraba pasividad. Me levanté pesadamente y recorrí la habitación pensativa, tratando de pensar en cómo decírselo sin demasiada agresividad.
-Sabe lo de tú y Harry.
-Sabe, ¿el qué?
-Ya sabes. Lo de su prima y toda esa mierda.
Jane me miró unos segundos en silencio, tratando de descifrar lo qué significaba eso realmente.
-Pero, ¿qué sabe, exactamente?
-Sabe que vosotros dos salís juntos. Que él es famoso. Que su estúpido mentor necesita que ganen. Sabe que todo esto es un montaje.
La cara de Jane en esos momentos, era todo un poema.
-Bueno, pero no pasa nada, ¿no? Quiero decir...
-El caso es que ahora mismo puede hacer cualquier tontería. Y sabes cómo es Ethan.
Me volví a sentar en la cama, ésta vez más cerca de ella. Durante un buen rato no dijimos nada y compartimos un silencio de lo más cómodo. Estaba pensativa, se le veía en los ojos, que no paraba de moverlos de un lado para otro.
Tal vez no fuera nada grave para mí, pero entendía que para ella sí. Él ahora mismo podía hacer cualquier cosa, o decir cualquier cosa para mandarlo todo a paseo y hacer que todo el esfuerzo sería en vano. Y lo veía muy capaz de hacerlo.
-Si te digo la verdad, Jane, has sido bastante tonta en aceptar eso.
Ella me miró incrédula, saliendo de su nube y prestándome atención.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que podrías haber roto con él, y después, cuando todo esto hubiera pasado, volver a salir. Ahora ya no se puede hacer nada. Ya ni siquiera puedes tocarle en público o estallas las sospechas.
Ella negó tímidamente con la cabeza.
-No lo entiendes, Ellen. Yo no puedo romper con él. Me es imposible -pronunció la palabra romper como si la fuera a vomitar.
Tardé un rato en responder cuando dije:
-Pues, ahora mismo, es lo mejor que puedes hacer.

1 comentario:

  1. Como pueden ser tan perfectos tus capítulos?, en serio, es una de las mejores que e leido, siguiiente!

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