Capítulo
54:
{Narra
Lena}
La
enorme sala estaba medianamente en silencio. Los pocos sonidos se
escuchaban con facilidad gracias a que los techos eran altos y las
paredes lisas y blancas. Grandes lámparas colgaban del techo, pero
no estaban encendidos, ya que entraba una blanca y tenue luz entraba
por los ventanales que atravesaban las paredes, adornadas con rejas,
cómo no.
Con
bandeja en mano, me dirigí hacia una mesa libre. En busca, más
bien. No había ninguna. Resoplé y al final opté por una mesa con
una chica rubia y pequeña, que removía en su plato, sin querer
tomar nada. Me senté en frente suya. Nada más sentarme, grandes
ojos azules se clavaron en mí, algo asustada.
-Hola
-me dijo tímida, una pequeña sonrisa asomando por sus labios.
Yo
la miré.
-Hola
-le respondí; pero no le sonreí.
La
verdad es que me estaba volviendo muy borde.
La
hora de la comida era la peor de todas. La gente del lugar se juntaba
en un mismo lugar, y estaba lleno de médicos con batas, que nos
miraban con sus cortantes y no muy agradables miradas.
Bajé
la mirada a mi bandeja roja -que era lo único que daba un poco de
color a la lúgubre sala- y enredé las tres pastillas entre ellas
con el tenedor. Había pasado de una, a tres pastillas, todas para
diferentes cosas. Se suponía que tenía que saber qué era cada una,
pero la verdad es que no presté demasiada atención cuando me lo
explicaron.
-No
tienes por qué tomártelas -espetó la chica rubia, mirando mi
bandeja.
-¿Qué?
-Las
pastillas. Tienes suerte de sólo tener tres. Yo tengo cinco... -me
dijo, y torció el labio.- Sé que es incómodo tomarlas, por eso yo
no lo hago,
Me
encogí de hombros.
-Si
no fuera por esa de ahí -señalé la mujer de la puerta-, no me las
tomaría, créeme.
La
mujer de la puerta se encargaba de registrarnos cada vez que
entrábamos y salíamos de esa sala. Incluida la boca. Se aseguraba
de que cada uno se tomara las pastillas adecuadamente, y que todo
estuviera en orden. Llevaba una ridícula mascarilla ante sus labios.
La primera vez que la vi, me entró la risa. Ni que fuéramos a
contagiarla ni nada.
-No,
no. Haz como yo. Guardatelas en el hueco que hay detrás, entre la
lengua y la encía. No se nota nada, de verdad. Primero duele un
poco, pero al final te vas acostumbrando.
Fruncí
el ceño un segundo.
No
conocía de nada a esta chica. Pero aún así, ella se empeñaba en
ayudarme.
Más
tarde, se lo agradecería mucho.
Enseguida,
cogí la pastilla más pequeña de las tres e hice lo que ella me
dijo. Me sonrió y asintió.
-¿Ves?
No se ve -esta vez, le devolví la sonrisa cuando me lo dijo.
Me
saqué la pastilla.
-Oye,
¿cómo sabes tú eso?
-He
sido anoréxica y bulímica toda mi vida. Tengo mis trucos -me dijo
con la mayor simpleza del mundo, encogiendo los hombros.
-Ah
-repliqué, sin saber muy bien qué más decir-. Lena -me presenté,
sin añadir nada más.
-Meredith
-sonrió.
-Y...
gracias.
Realmente
se lo agradezco.
-Ni
las des. No es bueno estar sola en este lugar. Hazme caso.
-¿Qué
quieres decir?
Ambas
procurábamos no hablar demasiado alto. En la sala sólo había un
pequeño murmuro de otras conversaciones colgando en el aire, y
sentía las miradas de la mayoría de los guardias clavadas en mi
espalda como dagas contra mi piel. Era realmente molesto. Tanto, que
no lo aguantaría mucho tiempo.
-Bueno...
la gente aquí no es demasiado agradable. Normalmente no te dejan
hacer amistades, ya sabes, por si pasa algo. La muerte aquí es algo
muy común. Ni siquiera lo mencionamos. Es horrible.
-Me
imagino.
Traté
de aparentar no estar sorprendida, pero me costaba bastante no
desencajar la mandíbula. Este sitio cada día me gustaba menos.
Era
mi segundo día ahí. Y en todo el tiempo sólo habíamos sonreído
una vez, y era por culpa de esta chica. Se lo agradecía mucho, a
pesar de estar enferma, no dejaba de ser optimista, y la envidiaba
bastante.
Su
problema tenía cura. El mío no. Tendría que hincharme a pastillas
todos los días de mi vida, y ella no. Ella podría salir de este
sitio, y yo probablemente no. Probablemente me quedaría en ese sitio
hasta que aprendiera a comportarme. Como había dicho Sheifield.
La
sigo odiando.
Sinceramente,
me sentí muy nerviosa cuando pasamos por la seguridad. Tenía miedo
a que la segurata viera las malditas pastillas y que me sancionaran
por ello. Mucho miedo.
Pero,
por suerte, las pastillas no se movieron de su sitio y no tuve ningún
problema. Meredith se despidió de mí para irse a su habitación, y
yo a la mía. Esperé a entrar a mi habitación para escupir las
pastillas, por si acaso. Además, había cámaras salpicando cada
rincón de cada pasillo del edificio. Era imposible no sentirse
observada en ese lugar.
Aunque,
yo me sentía observada todo el tiempo.
Guardé
las pastillas en el vaso de plástico que nos daban cada mañana,
para tragarnos las pastillas con más facilidad.
Qué
ironía.
Con
el vaso en la mano, busqué un lugar donde las pudiera guardarlas sin
ser encontradas. No quería tirarlas. Si las tiraría, me pillarían
con demasiada facilidad, y eso era lo último que quería. Pero,
tampoco quería tirarlas. No sabía por qué, pero no quería
hacerlo.
Los
días aquí eran monótonos y muy muy aburridos. Era una rutina,
todos los días igual.
Nada
más levantarme, pasaban un vaso de agua y el recipiente de las
pastillas -con tu nombre y todo. La psiquiatra se quedaba mirando
hasta que te las hubieras tragado todas y después, te registraba la
boca son superficialidad. No miraban con demasiada profundidad como
para pillarme. Tenían que registrar a centenares de personas cada
día y no era el trabajo más agradable.
Después,
te reunían en una sala grande y vacía para desayunar. Era realmente
aburrido. Más tarde, te visitaba un psiquiatra para hablar, y para
saber mejor qué me sucedía realmente. Ni siquiera me había
mencionado su nombre, y lo prefería.
Al
fin encontré un ladrillo suelto de la pared, aunque mucho no me
serviría, ya que probablemente me encontraría con la habitación de
al lado. Pero aún así, saqué el ladrillo de su sitio. Sonreí
ampliamente al encontrarme con un muro de hormigón, al parecer
sólido y estable.
Mi
suerte estaba cambiando.
Metí
la mano en el frío agujero para dejar el vasito de plástico en el
fondo del hueco y volví a colocar el ladrillo en su sitio.
{Narra
Jane}
Una
suave presión en mi nuca me acunó nada más abrir los ojos. Tuve
que parpadear varias veces para que mi vista se volviera clara y
nítida. El dolor de cabeza sólo dejaba un leve rastro, pero ya
apenas lo sentía. Lo primero que vi un blanco techo extrañamente
familiar. Muy familiar.
Deslicé
mi mirada por la blanca superficie y me encontré con un ventilador,
de un blanco más roto. Enseguida reconocí la cadena negra con un
reloj colgando de ésta; estaba en mi habitación.
Fruncí
el ceño y, desconcentrada, me incorporé sobre mi almohada,
apoyándome en mis codos. Sonreí casi sin querer cuando vi a Ellen
sentada en la silla de mi escritorio, con los pies encima de la mesa
y el teléfono móvil entre las manos; completamente introducida en
lo que quiera que estuviera haciendo.
Nada
más verla un millón de preguntas salpicaron mi mente, como focos de
luz lanzadas al aire. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Cómo había
llegado? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?
Pero
la única que se me ocurrió pronunciar fue:
-¿Qué
haces?
Ellen
pegó tal brinco que su teléfono se le escapó de las manos y al
segundo lo vi dando vueltas en el aire. Se giró con brusquedad y me
miró con los ojos desorbitados.
-¡La
madre Jane! ¿Tienes otra forma mejor de asustarme? -se llevó una
mano a la frente, soplando al frente.
-Lo
siento... -mascullé.
Saltó
de la silla y se tumbó a mi lado en la cama, apoyando el codo en el
cabecero y su cabeza en su puño cerrado.
-¿Cómo
te encuentras?
-¿Qué
ha pasado?
-Te
desmayaste. Menos mal que estaba Ethan para sujetarte, que si no te
hubieras caído al suelo y hubiera sido mucho peor. -Abrí la boca
para hablar, pero ella levantó un dedo para que me callara-: dos
horas. Llevas aquí dos horas. Y twitter está lleeeeno de fotos de
la estúpida pulsera. Has removido todo.
Resoplé.
-Pueden
pensar lo que quieran. Es el menor de mis problemas.
Ella
sólo esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que a ella le incomodaba
el tema, así que suponía que prefería dejarlo lo antes posible.
-Hoy
no puedes volver al instituto. Y mañana, si te encuentras bien sí,
pero si dudas dice que te quedes en la cama. Órdenes de la
profesora. Me pierdo clases gracias a ti.
Sonreí.
Aparté
el edredón de encima mía y me levanté de la cama. Temí por
marearme y caerme al suelo de bruces, pero no me caí. Llevaba el
pijama puesto, y le lancé una mirada inyectada en dudas a Ellen.
-Tranquila.
He sido yo.
Asentí
algo más tranquila. Hice ademán de abrir la puerta e ir al baño,
pero luego me volví a Ellen al ocurrirseme una pregunta.
-¿Has
llamado a Harry?
Dejó
caer sus brazos sobre su regazo y me miró con las cejas alzadas.
-He
llamado a tu estúpido novio como unas cinco veces. No me coge.
Traté
de esbozar una sonrisa, pero se parecía más a una mueca mal
dibujada. Asentí nuevamente y abrí la puerta. Atravesé el pasillo
con el mayor sigilo posible. Oía los pasaos intranquilos de mi madre
y su voz en un murmuro en el piso de abajo. Suponía que estaba
hablando por teléfono. Emma estaba en clase, por lo que sólo
estábamos nosotras tres.
Al
cerrar la puerta detrás de mí, me apoyé en ella y cerré los ojos,
tratando de tranquilizarme. Al volver a abrirlos, me miraban unos
ojos verdes al otro lado del espejo. Su pelo rubio estaba ligeramente
enmarañado y sus labios poco carnosos algo fruncidos.
Como
siempre, no me gustaba lo que veía.
Me
acerqué al grifo y evité volver a mirarme al reflejo. Bebí un
trago de agua y volví a mi habitación lo antes posible. Ellen
seguía con el móvil enredado entre sus dedos. Volví a su vera y,
sin mirarme, me dijo:
-Jane,
¿puedo hacerte una pregunta?
Sonreí
ante lo seria que sonaba. Traté de evitar una carcajada.
-Me
la vas a preguntar igualmente, así que, ¿por qué no?
-¿Sangraste
mucho cuando... bueno... te desvirgó Harry?
-Pues,
sinceramente, ni idea. Tampoco es que me importe demasiado.
No
me sorprendió la pregunta. Conocía a Ellen y había aprendido a no
sonrojarme con cada pregunta que ella me hacía respecto al dichoso
tema. Aunque él estuviera delante, que es cuando más le gustaba
hacerlas.
-Entonces
tengo buenas noticias para mí -soltó su teléfono móvil y me miró,
una pequeña sonrisita asomando por sus labios y los ojos
brillándoles.
Alcé
una ceja, sin tener ni idea de lo que estaba intentando decirme.
-¿Qué
dices?
-Que
te ha bajado la regla, Jane.
{Narra
Yina}
Brooke
me arrancó las planchas de la mano justo cuando estaba a punto de
controlar mi pelo con ellas.
-¡Tú
eres tonta! -ya no era una pregunta, era una afirmación.
-¡Sí
lo soy! Dame las planchas.
-Te
lo prohíbo. ¿Con el pelazo que tienes vas a planchartelo? Pues no.
Es que te las voy a tirar por la ventana como te las vea usar más.
Aquí sólo las uso yo, ¿de acuerdo?
-Cuando
llegue a casa no me van a reconocer...
-¿Cómo?
-Nunca
me han visto con el pelo rizado.
Me
miraba con el ceño fruncido, y sacudió la cabeza.
-Que
me da igual. En casa haz lo que quieras, pero aquí no.
Suspiré.
-Está
bien -dije, aunque no me hizo gracia.
Al
final de la pequeña y absurda discusión, convencí a mi compañera
para que al menos me dejara recogérmelo en una coleta alta para
tenerlo más o menos dominado.
Leo
nos esperaba en el coche, aburrida en el asiento del piloto, con un
libro en su regazo. Y, detrás, en los asientos traseros estaban
Saddie y Fer -a las cuales no reconocía por los nombres-, que reían
como locas. No sabía cómo no se cansaban la una de la otra, de
verdad.
Brooke
se sentó junto a las chicas y yo en el asiento del copiloto con una
amplia sonrisa.
-Vas
a flipar con el local. Y, además, me acaban de decir que está
llenísimo. Te va a encantar. Está todo el último curso ahí. No sé
si te conoces todos...
-Entonces,
¿para qué van?
-Cualquier
escusa es buena para ir de fiesta, Yina -respondió la rubia, que
confiaba que era Fer.
Las
cinco íbamos muy de fiesta, y ésta vez más frescas, ya que íbamos
a pasarnos la noche metidas en un recinto, por lo que nos daba un
poco igual la temperatura de la calle.
Fer,
la rubia, iba la más sencilla de todas. Llevaba su largo pelo rubio
en una trenza de cuatro, lo que dejaba a la vista sus cuatro
pendientes negros en su oreja derecha. Llevaba una camiseta negra
desgastada de Nirvana de tirantes, por lo que se veía el sujetador
negro por debajo. La pantaloneta era también negra, acompañadas por
unas converse blancas con tachuelas. Iba muy veraniega y temía que
podría tener frío.
Saddie
iba muy pija, como siempre. Una camiseta de encaje rosa palo adornaba
su cuerpo, y una falda de flecos blancos la acompañaba, con sus
fieles medias transparentes cubriendo sus piernas, unos altos tacones
con plataforma blancos asomaban por debajo.
Brooke
era la única que parecía tener el invierno presente. Llevaba un
jersey de punto beige como dos tallas más que la suya, pero aún
así, le quedaba perfecto. Una falda de tubo azul marino le llegaba
hasta por encima de las rodillas y también unos altos tacones con
tachuelas doradas adornando sus bordes.
Leo
llevaba su rizado pelo pelirrojo llevado a un lado, sujeto con
orquillas doradas, haciendo que su pelo tenga más volumen que de
normal. Llevaba un vestido corto palabra de honor que se aflojaba a
partir de la cintura blanco de encaje, y unas converse negras que se
posaban en el suelo del coche.
Brooke
me había prestado una camiseta rosa fosforita en la que ponía
“WOT?!” en negro de tirantes que me quedaba algo grande, pero no
me importó demasiado. Lo conjunté con una pantaloneta vaquera
desgastada y con unas vans básicas rosas.
-¡Enhorabuena!
Parecía que no ibais a bajar -decía Leo con una falsa sonrisa y
cerrando su libro con brusquedad. Lo guardó en la guantera de
enfrente mía.
-Yina,
no importa si no puedes venir al baile de invierno. Siempre estará
el de primavera -me sonrió Saddie desde el banco trasero del coche,
apretándome el hombro con ternura.
-Sí
-dije, aparentando entusiasmo. La verdad es que los bailes
canadienses no me hacían demasiada gracia. Sobre todo la parte en la
de “pedir” acompañante.
Quiero
decir, ¿quién iba a querer ir a un baile conmigo? Era bochornoso.
No era lo que más me llamaba la atención.
Normalmente
yo no era una chica a la que le gustaba las fiestas. Prefería
quedarme en mi casa con mis amigos -Harry- y hablar con ellos. O si
no sola, con la tele encendida. Era la, chica más aburrida que te
puedas encontrar.
Hacía
rato que Leo había arrancado el coche. Conducía sobre la suave
carretera de la autopista, el coche inundado de silencio. No era
incómodo, todas estábamos demasdiado sumergidas en nuestros propios
pensamientos, mirando el paisaje nocturno que posaba a cada lado del
poste.
-He
alquilado el Celttics -al final, Leo decidió partir el silencio.
-¡El
Celttics! ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Brooke, entusiasmada.
Yo
volví la vista a la ventanilla, indiferente con la conversación que
estaban entablando Leo y Brooke. No me interesaba demasiado.
A
medida que nos acercábamos al local, el ambiente de sábado casi se
podía oler en el aire. La calle estaba llena de gente, con vestidos
tan veraniegos como los nuestros. “No te pongas pantalones largos
si quieres pasar calor”
Aparcamos
el coche algunas calles más lejos y tuvimos que llegar andando hasta
allá. Las cinco andábamos lo más apretadas posibles la una a la
otra, para no pasar tanto frío. No parecía funcionar. Temía por
Fer.
El
club era extremadamente acogedor, el interior era grande y espacioso
y no era para nada oscuro. Las paredes estaban blindadas de luces de
neón blancas, pero no irradiaban luz, simplemente te ayudaban a que
no te tropezaras con la oscuridad. Habían dos barras, una a cada
lado de la sala, y, al fondo, un sitio con sillones para poder hablar
tranquilamente con alguien.
Pero
no fue exactamente el local lo que me llamó la atención. Fue el
número de personas. Estaba lleno.
-¿Cómo
has conseguido que viniera tanta gente? -chillé. La música estaba
alta, pero se podía hablar perfectamente.
-Le
he dicho al portero que deje entrar a otras personas para que se
llenara bien. Lo mejor son los desconocidos, después de todo -Leo me
guiñó un ojo.
Solté
una risotada.
Enseguida
Saddie -la morena- me agarró del brazo y me llevó a la barra más
cercana y dio un golpe en ella con la mano. Antes de pedir mi
opinión, pidió las bebidas.
-¿Qué
haces? -susurré, una vez que la chica de la barra hubo desaparecido.
-Si
no voy a poder emborracharte en el baile, te emborracho aquí, ahora
-me sonrió, mientras pagaba la chica y agarraba dos vasos de
plástico que contenían un líquido transparente con grandes hielos.
Nunca
me había emborrachado, pero no le llevé la contraria. Enseguida Leo
se me arrimó y se metió la pajita a la boca.
Probablemente,
esa noche fue la mejor que pasé yendo de fiesta. Siempre que había
salido, lo había pasado mal, porque veía a mis amigos -Harry- irse
con otras personas y yo siempre acababa quedándome sola. Pero ésta
vez fue al revés. Le había echado el ojo a más de uno, pero no me
importó que ellos no me las devolvieran, o si lo hacían.
Decidí
volver a la barra a por más, pero ésta vez me prometí a mí misma
a comprar un botellín de agua para que la resaca fuera más amena;
ya que era la cuarta vez que visitaba a mi amiga la camarera. Fui
sola. Brooke no había probado gota, y estaba donde Leo en la zona de
descanso para poder controlarla bien.
Yo,
en realidad, no estaba tan mal. Todavía podía andar en línea
recta.
Estaba
rozando uno de los taburetes de la barra cuando sentí dos manos
tirar de mí.
Creo
que nunca había pasado tanto miedo.
-¡Pero
bueno! ¿Tú eres tonto o qué te pasa? -grité esperando el infarto,
sin siquiera saber quién era.
Aún
con sus manos pegajosas en mi cintura desnuda me giré con
brusquedad, dispuesta a pegarle con la mano abierta. La verdad es que
agradecí sus manos, porque si no hubiera caído de bruces al suelo.
Con
la mano en el aire, me paralicé al ver que era Christian quien me
atravesaba con su mirada.
Yo
sonreí.
-¡Hola
Christian! ¡Casi me matas! -solté una carcajada al darme cuenta de
lo irónico que sonaba.
-Yina
-él me miraba serio, con la mirada ensombrecida.
-¿Qué?
Oye, voy a pedir, ¿quieres algo? ¿Quieres algo? ¡Que casi me
matas!
-Yina,
relájate. Ven, vamos a sentarnos.
-¡No!
Tengo sed. Oye, ¿quieres algo o no?
-No,
no quiero nada. Y tú tampoco vas a beber nada más.
-¡Y
por qué no! ¡Es mi fiesta!
Hacía rato que había desplazado sus manos a mis muñecas para tenerme más controlada. Estaban empezando a dolerme de lo mucho que me estaba apretando. Mi mirada vacilaba entre sus manos y sus ojos, con el ceño fruncido.
Hacía rato que había desplazado sus manos a mis muñecas para tenerme más controlada. Estaban empezando a dolerme de lo mucho que me estaba apretando. Mi mirada vacilaba entre sus manos y sus ojos, con el ceño fruncido.
Él,
al notar mi inquietud, apartó la mirada y me soltó los brazos y
colocó una mano en mi espalda, intentando sacarme de la multitud. Yo
me enfurruñé, pero no me quejé y me dejé hacer.
Brooke
me miraba con un gran interrogante dibujado en su cara cuando me
acerqué a ellas, con Christian a mis espaldas. Leo no parecía
prestar mucha atención; miraba la lámpara que estaba encima de la
mesa, poniendo todo su empeño en tratar de concentrarme en ella.
Nada
más llegar, me senté entre las dos y Leo se sobresaltó, y me miró
espantada. Segundos más tarde, se relajó y volvió a lanzar su
atención a la maldita lámpara,
Christian
se agachó para poder hablar con más comodidad ante Brooke y la miró
serio, mirándola directamente a los ojos.
-¿Vas
a cuidar de ella? No dejes que beba más, ¿de acuerdo?
Sonreír
al notar su preocupación en la voz.
Brooke
asintió enérgicamente, parecía estar de acuerdo con él en todo.
-No
te preocupes.
-Bien
-dicho esto, se levantó y fue hasta la pista de baile, en donde lo
perdí de vista rápidamente.
Entrecerré
los ojos y me incorporé.
-¿Se
ha ido ya? Menos mal, me daban ganas de callarlo de una vez. -Hice
ademán de levantarme, pero Brooke tiró de mi brazo y me obligó a
sentarme de nuevo.
Leo
se revolvió a mi lado.
-¡Tía,
quieres dejar de dar brincos!
Estaba
claro que no había sólo bebido.
Yo
la ignoré lo mejor que pude: la mirada de Brooke estaba empezando a
hacerme daño.
-¿Qué
pasa?
-Vas a quedarte aquí como una niña buena.
-Vas a quedarte aquí como una niña buena.
-¿Quién
lo dice?
Las
tres nos giramos sobresaltadas; estaba convencida de que yo no había
dicho eso. Brooke se quedó tan boquiabierta como yo al ver a Nathan
de pie en frente nuestra. Prácticamente pude escuchar cómo Leo
rodeaba los ojos. Enfoqué la mirada y en sus ojos pude ver que
estaba tan sobrio como yo, pero no le di demasiada importancia.
Brooke sonrió con sarcasmo.
-¿Quieres
algo, Nathan?
-La
verdad es que sí, pero no te incumbe a ti.
Yo
escapé de su mirada juguetona, que trataba de atraparme. Me señaló
con la barbilla, con un pequeño brillo en sus ojos.
-¿Quieres
bailar?
-¡Sí,
por favor! -exclamé. No me importaba con quién, simplemente quería
moverme y no pasarme la noche sentada en un triste sillón blanco
viendo cómo la gente se divertía. Me negaba en rotundo.
Sabía
que Brooke me miraba con dureza, pero yo me levanté del sofá -junto
a un chasquido de lengua de Leo a mi lado- sin siquiera dirigirle una
mirada. Sin acercarme demasiado a él, pasé por su lado y dejé que
me siguiera.
-¿Quieres
beber algo? -me preguntó.
Yo
negué con el dedo índice y se me escapó una pequeña sonrisa. Mi
cuerpo no parecía responderme, y la verdad es que me llegó a
preocupar. Yo quería hacer algo, pero mi cuerpo quería otra. Al
cabo de un rato me dejó de importar.
Con
él me lo estaba pasando muy bien, lo ignoraba lo mejor que podía,
aunque él se ponía cada vez más acaramelado conmigo, pero no le
detuve. Lo dejé hacer. Hasta me hizo un poco de gracia.
Y
antes de que yo pudiera darme cuenta, él ya había posado sus manos
en mi cintura y entrelazado sus labios con los míos. Yo me retiré
al sentir su contacto, y le miré a los ojos, sin saber muy bien con
qué mirada mirarle en esos momentos. Gracias a la proximidad, pude
ver cómo resplandecían los ojos en contra de las luces del local.
Casi podía escuchar lo qué decían: Por favor. Hizo un
segundo intento, y pude notar su inseguridad. Me gustaba ese Nathan.
Yo esbocé una sonrisa mientras dejaba que jugara con mis labios.
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