54~

Capítulo 54:
{Narra Lena}
La enorme sala estaba medianamente en silencio. Los pocos sonidos se escuchaban con facilidad gracias a que los techos eran altos y las paredes lisas y blancas. Grandes lámparas colgaban del techo, pero no estaban encendidos, ya que entraba una blanca y tenue luz entraba por los ventanales que atravesaban las paredes, adornadas con rejas, cómo no.
Con bandeja en mano, me dirigí hacia una mesa libre. En busca, más bien. No había ninguna. Resoplé y al final opté por una mesa con una chica rubia y pequeña, que removía en su plato, sin querer tomar nada. Me senté en frente suya. Nada más sentarme, grandes ojos azules se clavaron en mí, algo asustada.
-Hola -me dijo tímida, una pequeña sonrisa asomando por sus labios.
Yo la miré.
-Hola -le respondí; pero no le sonreí.
La verdad es que me estaba volviendo muy borde.
La hora de la comida era la peor de todas. La gente del lugar se juntaba en un mismo lugar, y estaba lleno de médicos con batas, que nos miraban con sus cortantes y no muy agradables miradas.
Bajé la mirada a mi bandeja roja -que era lo único que daba un poco de color a la lúgubre sala- y enredé las tres pastillas entre ellas con el tenedor. Había pasado de una, a tres pastillas, todas para diferentes cosas. Se suponía que tenía que saber qué era cada una, pero la verdad es que no presté demasiada atención cuando me lo explicaron.
-No tienes por qué tomártelas -espetó la chica rubia, mirando mi bandeja.
-¿Qué?
-Las pastillas. Tienes suerte de sólo tener tres. Yo tengo cinco... -me dijo, y torció el labio.- Sé que es incómodo tomarlas, por eso yo no lo hago,
Me encogí de hombros.
-Si no fuera por esa de ahí -señalé la mujer de la puerta-, no me las tomaría, créeme.
La mujer de la puerta se encargaba de registrarnos cada vez que entrábamos y salíamos de esa sala. Incluida la boca. Se aseguraba de que cada uno se tomara las pastillas adecuadamente, y que todo estuviera en orden. Llevaba una ridícula mascarilla ante sus labios. La primera vez que la vi, me entró la risa. Ni que fuéramos a contagiarla ni nada.
-No, no. Haz como yo. Guardatelas en el hueco que hay detrás, entre la lengua y la encía. No se nota nada, de verdad. Primero duele un poco, pero al final te vas acostumbrando.
Fruncí el ceño un segundo.
No conocía de nada a esta chica. Pero aún así, ella se empeñaba en ayudarme.
Más tarde, se lo agradecería mucho.
Enseguida, cogí la pastilla más pequeña de las tres e hice lo que ella me dijo. Me sonrió y asintió.
-¿Ves? No se ve -esta vez, le devolví la sonrisa cuando me lo dijo.
Me saqué la pastilla.
-Oye, ¿cómo sabes tú eso?
-He sido anoréxica y bulímica toda mi vida. Tengo mis trucos -me dijo con la mayor simpleza del mundo, encogiendo los hombros.
-Ah -repliqué, sin saber muy bien qué más decir-. Lena -me presenté, sin añadir nada más.
-Meredith -sonrió.
-Y... gracias.
Realmente se lo agradezco.
-Ni las des. No es bueno estar sola en este lugar. Hazme caso.
-¿Qué quieres decir?
Ambas procurábamos no hablar demasiado alto. En la sala sólo había un pequeño murmuro de otras conversaciones colgando en el aire, y sentía las miradas de la mayoría de los guardias clavadas en mi espalda como dagas contra mi piel. Era realmente molesto. Tanto, que no lo aguantaría mucho tiempo.
-Bueno... la gente aquí no es demasiado agradable. Normalmente no te dejan hacer amistades, ya sabes, por si pasa algo. La muerte aquí es algo muy común. Ni siquiera lo mencionamos. Es horrible.
-Me imagino.
Traté de aparentar no estar sorprendida, pero me costaba bastante no desencajar la mandíbula. Este sitio cada día me gustaba menos.
Era mi segundo día ahí. Y en todo el tiempo sólo habíamos sonreído una vez, y era por culpa de esta chica. Se lo agradecía mucho, a pesar de estar enferma, no dejaba de ser optimista, y la envidiaba bastante.
Su problema tenía cura. El mío no. Tendría que hincharme a pastillas todos los días de mi vida, y ella no. Ella podría salir de este sitio, y yo probablemente no. Probablemente me quedaría en ese sitio hasta que aprendiera a comportarme. Como había dicho Sheifield.
La sigo odiando.
Sinceramente, me sentí muy nerviosa cuando pasamos por la seguridad. Tenía miedo a que la segurata viera las malditas pastillas y que me sancionaran por ello. Mucho miedo.
Pero, por suerte, las pastillas no se movieron de su sitio y no tuve ningún problema. Meredith se despidió de mí para irse a su habitación, y yo a la mía. Esperé a entrar a mi habitación para escupir las pastillas, por si acaso. Además, había cámaras salpicando cada rincón de cada pasillo del edificio. Era imposible no sentirse observada en ese lugar.
Aunque, yo me sentía observada todo el tiempo.
Guardé las pastillas en el vaso de plástico que nos daban cada mañana, para tragarnos las pastillas con más facilidad.
Qué ironía.
Con el vaso en la mano, busqué un lugar donde las pudiera guardarlas sin ser encontradas. No quería tirarlas. Si las tiraría, me pillarían con demasiada facilidad, y eso era lo último que quería. Pero, tampoco quería tirarlas. No sabía por qué, pero no quería hacerlo.
Los días aquí eran monótonos y muy muy aburridos. Era una rutina, todos los días igual.
Nada más levantarme, pasaban un vaso de agua y el recipiente de las pastillas -con tu nombre y todo. La psiquiatra se quedaba mirando hasta que te las hubieras tragado todas y después, te registraba la boca son superficialidad. No miraban con demasiada profundidad como para pillarme. Tenían que registrar a centenares de personas cada día y no era el trabajo más agradable.
Después, te reunían en una sala grande y vacía para desayunar. Era realmente aburrido. Más tarde, te visitaba un psiquiatra para hablar, y para saber mejor qué me sucedía realmente. Ni siquiera me había mencionado su nombre, y lo prefería.
Al fin encontré un ladrillo suelto de la pared, aunque mucho no me serviría, ya que probablemente me encontraría con la habitación de al lado. Pero aún así, saqué el ladrillo de su sitio. Sonreí ampliamente al encontrarme con un muro de hormigón, al parecer sólido y estable.
Mi suerte estaba cambiando.
Metí la mano en el frío agujero para dejar el vasito de plástico en el fondo del hueco y volví a colocar el ladrillo en su sitio.


{Narra Jane}
Una suave presión en mi nuca me acunó nada más abrir los ojos. Tuve que parpadear varias veces para que mi vista se volviera clara y nítida. El dolor de cabeza sólo dejaba un leve rastro, pero ya apenas lo sentía. Lo primero que vi un blanco techo extrañamente familiar. Muy familiar.
Deslicé mi mirada por la blanca superficie y me encontré con un ventilador, de un blanco más roto. Enseguida reconocí la cadena negra con un reloj colgando de ésta; estaba en mi habitación.
Fruncí el ceño y, desconcentrada, me incorporé sobre mi almohada, apoyándome en mis codos. Sonreí casi sin querer cuando vi a Ellen sentada en la silla de mi escritorio, con los pies encima de la mesa y el teléfono móvil entre las manos; completamente introducida en lo que quiera que estuviera haciendo.
Nada más verla un millón de preguntas salpicaron mi mente, como focos de luz lanzadas al aire. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Cómo había llegado? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?
Pero la única que se me ocurrió pronunciar fue:
-¿Qué haces?
Ellen pegó tal brinco que su teléfono se le escapó de las manos y al segundo lo vi dando vueltas en el aire. Se giró con brusquedad y me miró con los ojos desorbitados.
-¡La madre Jane! ¿Tienes otra forma mejor de asustarme? -se llevó una mano a la frente, soplando al frente.
-Lo siento... -mascullé.
Saltó de la silla y se tumbó a mi lado en la cama, apoyando el codo en el cabecero y su cabeza en su puño cerrado.
-¿Cómo te encuentras?
-¿Qué ha pasado?
-Te desmayaste. Menos mal que estaba Ethan para sujetarte, que si no te hubieras caído al suelo y hubiera sido mucho peor. -Abrí la boca para hablar, pero ella levantó un dedo para que me callara-: dos horas. Llevas aquí dos horas. Y twitter está lleeeeno de fotos de la estúpida pulsera. Has removido todo.
Resoplé.
-Pueden pensar lo que quieran. Es el menor de mis problemas.
Ella sólo esbozó una pequeña sonrisa. Sabía que a ella le incomodaba el tema, así que suponía que prefería dejarlo lo antes posible.
-Hoy no puedes volver al instituto. Y mañana, si te encuentras bien sí, pero si dudas dice que te quedes en la cama. Órdenes de la profesora. Me pierdo clases gracias a ti.
Sonreí.
Aparté el edredón de encima mía y me levanté de la cama. Temí por marearme y caerme al suelo de bruces, pero no me caí. Llevaba el pijama puesto, y le lancé una mirada inyectada en dudas a Ellen.
-Tranquila. He sido yo.
Asentí algo más tranquila. Hice ademán de abrir la puerta e ir al baño, pero luego me volví a Ellen al ocurrirseme una pregunta.
-¿Has llamado a Harry?
Dejó caer sus brazos sobre su regazo y me miró con las cejas alzadas.
-He llamado a tu estúpido novio como unas cinco veces. No me coge.
Traté de esbozar una sonrisa, pero se parecía más a una mueca mal dibujada. Asentí nuevamente y abrí la puerta. Atravesé el pasillo con el mayor sigilo posible. Oía los pasaos intranquilos de mi madre y su voz en un murmuro en el piso de abajo. Suponía que estaba hablando por teléfono. Emma estaba en clase, por lo que sólo estábamos nosotras tres.
Al cerrar la puerta detrás de mí, me apoyé en ella y cerré los ojos, tratando de tranquilizarme. Al volver a abrirlos, me miraban unos ojos verdes al otro lado del espejo. Su pelo rubio estaba ligeramente enmarañado y sus labios poco carnosos algo fruncidos.
Como siempre, no me gustaba lo que veía.
Me acerqué al grifo y evité volver a mirarme al reflejo. Bebí un trago de agua y volví a mi habitación lo antes posible. Ellen seguía con el móvil enredado entre sus dedos. Volví a su vera y, sin mirarme, me dijo:
-Jane, ¿puedo hacerte una pregunta?
Sonreí ante lo seria que sonaba. Traté de evitar una carcajada.
-Me la vas a preguntar igualmente, así que, ¿por qué no?
-¿Sangraste mucho cuando... bueno... te desvirgó Harry?
-Pues, sinceramente, ni idea. Tampoco es que me importe demasiado.
No me sorprendió la pregunta. Conocía a Ellen y había aprendido a no sonrojarme con cada pregunta que ella me hacía respecto al dichoso tema. Aunque él estuviera delante, que es cuando más le gustaba hacerlas.
-Entonces tengo buenas noticias para mí -soltó su teléfono móvil y me miró, una pequeña sonrisita asomando por sus labios y los ojos brillándoles.
Alcé una ceja, sin tener ni idea de lo que estaba intentando decirme.
-¿Qué dices?
-Que te ha bajado la regla, Jane.


{Narra Yina}
Brooke me arrancó las planchas de la mano justo cuando estaba a punto de controlar mi pelo con ellas.
-¡Tú eres tonta! -ya no era una pregunta, era una afirmación.
-¡Sí lo soy! Dame las planchas.
-Te lo prohíbo. ¿Con el pelazo que tienes vas a planchartelo? Pues no. Es que te las voy a tirar por la ventana como te las vea usar más. Aquí sólo las uso yo, ¿de acuerdo?
-Cuando llegue a casa no me van a reconocer...
-¿Cómo?
-Nunca me han visto con el pelo rizado.
Me miraba con el ceño fruncido, y sacudió la cabeza.
-Que me da igual. En casa haz lo que quieras, pero aquí no.
Suspiré.
-Está bien -dije, aunque no me hizo gracia.
Al final de la pequeña y absurda discusión, convencí a mi compañera para que al menos me dejara recogérmelo en una coleta alta para tenerlo más o menos dominado.
Leo nos esperaba en el coche, aburrida en el asiento del piloto, con un libro en su regazo. Y, detrás, en los asientos traseros estaban Saddie y Fer -a las cuales no reconocía por los nombres-, que reían como locas. No sabía cómo no se cansaban la una de la otra, de verdad.
Brooke se sentó junto a las chicas y yo en el asiento del copiloto con una amplia sonrisa.
-Vas a flipar con el local. Y, además, me acaban de decir que está llenísimo. Te va a encantar. Está todo el último curso ahí. No sé si te conoces todos...
-Entonces, ¿para qué van?
-Cualquier escusa es buena para ir de fiesta, Yina -respondió la rubia, que confiaba que era Fer.
Las cinco íbamos muy de fiesta, y ésta vez más frescas, ya que íbamos a pasarnos la noche metidas en un recinto, por lo que nos daba un poco igual la temperatura de la calle.
Fer, la rubia, iba la más sencilla de todas. Llevaba su largo pelo rubio en una trenza de cuatro, lo que dejaba a la vista sus cuatro pendientes negros en su oreja derecha. Llevaba una camiseta negra desgastada de Nirvana de tirantes, por lo que se veía el sujetador negro por debajo. La pantaloneta era también negra, acompañadas por unas converse blancas con tachuelas. Iba muy veraniega y temía que podría tener frío.
Saddie iba muy pija, como siempre. Una camiseta de encaje rosa palo adornaba su cuerpo, y una falda de flecos blancos la acompañaba, con sus fieles medias transparentes cubriendo sus piernas, unos altos tacones con plataforma blancos asomaban por debajo.
Brooke era la única que parecía tener el invierno presente. Llevaba un jersey de punto beige como dos tallas más que la suya, pero aún así, le quedaba perfecto. Una falda de tubo azul marino le llegaba hasta por encima de las rodillas y también unos altos tacones con tachuelas doradas adornando sus bordes.
Leo llevaba su rizado pelo pelirrojo llevado a un lado, sujeto con orquillas doradas, haciendo que su pelo tenga más volumen que de normal. Llevaba un vestido corto palabra de honor que se aflojaba a partir de la cintura blanco de encaje, y unas converse negras que se posaban en el suelo del coche.
Brooke me había prestado una camiseta rosa fosforita en la que ponía “WOT?!” en negro de tirantes que me quedaba algo grande, pero no me importó demasiado. Lo conjunté con una pantaloneta vaquera desgastada y con unas vans básicas rosas.
-¡Enhorabuena! Parecía que no ibais a bajar -decía Leo con una falsa sonrisa y cerrando su libro con brusquedad. Lo guardó en la guantera de enfrente mía.
-Yina, no importa si no puedes venir al baile de invierno. Siempre estará el de primavera -me sonrió Saddie desde el banco trasero del coche, apretándome el hombro con ternura.
-Sí -dije, aparentando entusiasmo. La verdad es que los bailes canadienses no me hacían demasiada gracia. Sobre todo la parte en la de “pedir” acompañante.
Quiero decir, ¿quién iba a querer ir a un baile conmigo? Era bochornoso. No era lo que más me llamaba la atención.
Normalmente yo no era una chica a la que le gustaba las fiestas. Prefería quedarme en mi casa con mis amigos -Harry- y hablar con ellos. O si no sola, con la tele encendida. Era la, chica más aburrida que te puedas encontrar.
Hacía rato que Leo había arrancado el coche. Conducía sobre la suave carretera de la autopista, el coche inundado de silencio. No era incómodo, todas estábamos demasdiado sumergidas en nuestros propios pensamientos, mirando el paisaje nocturno que posaba a cada lado del poste.
-He alquilado el Celttics -al final, Leo decidió partir el silencio.
-¡El Celttics! ¿Cómo lo has hecho? -preguntó Brooke, entusiasmada.
Yo volví la vista a la ventanilla, indiferente con la conversación que estaban entablando Leo y Brooke. No me interesaba demasiado.
A medida que nos acercábamos al local, el ambiente de sábado casi se podía oler en el aire. La calle estaba llena de gente, con vestidos tan veraniegos como los nuestros. “No te pongas pantalones largos si quieres pasar calor”
Aparcamos el coche algunas calles más lejos y tuvimos que llegar andando hasta allá. Las cinco andábamos lo más apretadas posibles la una a la otra, para no pasar tanto frío. No parecía funcionar. Temía por Fer.
El club era extremadamente acogedor, el interior era grande y espacioso y no era para nada oscuro. Las paredes estaban blindadas de luces de neón blancas, pero no irradiaban luz, simplemente te ayudaban a que no te tropezaras con la oscuridad. Habían dos barras, una a cada lado de la sala, y, al fondo, un sitio con sillones para poder hablar tranquilamente con alguien.
Pero no fue exactamente el local lo que me llamó la atención. Fue el número de personas. Estaba lleno.
-¿Cómo has conseguido que viniera tanta gente? -chillé. La música estaba alta, pero se podía hablar perfectamente.
-Le he dicho al portero que deje entrar a otras personas para que se llenara bien. Lo mejor son los desconocidos, después de todo -Leo me guiñó un ojo.
Solté una risotada.
Enseguida Saddie -la morena- me agarró del brazo y me llevó a la barra más cercana y dio un golpe en ella con la mano. Antes de pedir mi opinión, pidió las bebidas.
-¿Qué haces? -susurré, una vez que la chica de la barra hubo desaparecido.
-Si no voy a poder emborracharte en el baile, te emborracho aquí, ahora -me sonrió, mientras pagaba la chica y agarraba dos vasos de plástico que contenían un líquido transparente con grandes hielos.
Nunca me había emborrachado, pero no le llevé la contraria. Enseguida Leo se me arrimó y se metió la pajita a la boca.

Probablemente, esa noche fue la mejor que pasé yendo de fiesta. Siempre que había salido, lo había pasado mal, porque veía a mis amigos -Harry- irse con otras personas y yo siempre acababa quedándome sola. Pero ésta vez fue al revés. Le había echado el ojo a más de uno, pero no me importó que ellos no me las devolvieran, o si lo hacían.
Decidí volver a la barra a por más, pero ésta vez me prometí a mí misma a comprar un botellín de agua para que la resaca fuera más amena; ya que era la cuarta vez que visitaba a mi amiga la camarera. Fui sola. Brooke no había probado gota, y estaba donde Leo en la zona de descanso para poder controlarla bien.
Yo, en realidad, no estaba tan mal. Todavía podía andar en línea recta.
Estaba rozando uno de los taburetes de la barra cuando sentí dos manos tirar de mí.
Creo que nunca había pasado tanto miedo.
-¡Pero bueno! ¿Tú eres tonto o qué te pasa? -grité esperando el infarto, sin siquiera saber quién era.
Aún con sus manos pegajosas en mi cintura desnuda me giré con brusquedad, dispuesta a pegarle con la mano abierta. La verdad es que agradecí sus manos, porque si no hubiera caído de bruces al suelo.
Con la mano en el aire, me paralicé al ver que era Christian quien me atravesaba con su mirada.
Yo sonreí.
-¡Hola Christian! ¡Casi me matas! -solté una carcajada al darme cuenta de lo irónico que sonaba.
-Yina -él me miraba serio, con la mirada ensombrecida.
-¿Qué? Oye, voy a pedir, ¿quieres algo? ¿Quieres algo? ¡Que casi me matas!
-Yina, relájate. Ven, vamos a sentarnos.
-¡No! Tengo sed. Oye, ¿quieres algo o no?
-No, no quiero nada. Y tú tampoco vas a beber nada más.
-¡Y por qué no! ¡Es mi fiesta!
Hacía rato que había desplazado sus manos a mis muñecas para tenerme más controlada. Estaban empezando a dolerme de lo mucho que me estaba apretando. Mi mirada vacilaba entre sus manos y sus ojos, con el ceño fruncido.
Él, al notar mi inquietud, apartó la mirada y me soltó los brazos y colocó una mano en mi espalda, intentando sacarme de la multitud. Yo me enfurruñé, pero no me quejé y me dejé hacer.
Brooke me miraba con un gran interrogante dibujado en su cara cuando me acerqué a ellas, con Christian a mis espaldas. Leo no parecía prestar mucha atención; miraba la lámpara que estaba encima de la mesa, poniendo todo su empeño en tratar de concentrarme en ella.
Nada más llegar, me senté entre las dos y Leo se sobresaltó, y me miró espantada. Segundos más tarde, se relajó y volvió a lanzar su atención a la maldita lámpara,
Christian se agachó para poder hablar con más comodidad ante Brooke y la miró serio, mirándola directamente a los ojos.
-¿Vas a cuidar de ella? No dejes que beba más, ¿de acuerdo?
Sonreír al notar su preocupación en la voz.
Brooke asintió enérgicamente, parecía estar de acuerdo con él en todo.
-No te preocupes.
-Bien -dicho esto, se levantó y fue hasta la pista de baile, en donde lo perdí de vista rápidamente.
Entrecerré los ojos y me incorporé.
-¿Se ha ido ya? Menos mal, me daban ganas de callarlo de una vez. -Hice ademán de levantarme, pero Brooke tiró de mi brazo y me obligó a sentarme de nuevo.
Leo se revolvió a mi lado.
-¡Tía, quieres dejar de dar brincos!
Estaba claro que no había sólo bebido.
Yo la ignoré lo mejor que pude: la mirada de Brooke estaba empezando a hacerme daño.
-¿Qué pasa?
-Vas a quedarte aquí como una niña buena.
-¿Quién lo dice?
Las tres nos giramos sobresaltadas; estaba convencida de que yo no había dicho eso. Brooke se quedó tan boquiabierta como yo al ver a Nathan de pie en frente nuestra. Prácticamente pude escuchar cómo Leo rodeaba los ojos. Enfoqué la mirada y en sus ojos pude ver que estaba tan sobrio como yo, pero no le di demasiada importancia. Brooke sonrió con sarcasmo.
-¿Quieres algo, Nathan?
-La verdad es que sí, pero no te incumbe a ti.
Yo escapé de su mirada juguetona, que trataba de atraparme. Me señaló con la barbilla, con un pequeño brillo en sus ojos.
-¿Quieres bailar?
-¡Sí, por favor! -exclamé. No me importaba con quién, simplemente quería moverme y no pasarme la noche sentada en un triste sillón blanco viendo cómo la gente se divertía. Me negaba en rotundo.
Sabía que Brooke me miraba con dureza, pero yo me levanté del sofá -junto a un chasquido de lengua de Leo a mi lado- sin siquiera dirigirle una mirada. Sin acercarme demasiado a él, pasé por su lado y dejé que me siguiera.
-¿Quieres beber algo? -me preguntó.
Yo negué con el dedo índice y se me escapó una pequeña sonrisa. Mi cuerpo no parecía responderme, y la verdad es que me llegó a preocupar. Yo quería hacer algo, pero mi cuerpo quería otra. Al cabo de un rato me dejó de importar.
Con él me lo estaba pasando muy bien, lo ignoraba lo mejor que podía, aunque él se ponía cada vez más acaramelado conmigo, pero no le detuve. Lo dejé hacer. Hasta me hizo un poco de gracia.
Y antes de que yo pudiera darme cuenta, él ya había posado sus manos en mi cintura y entrelazado sus labios con los míos. Yo me retiré al sentir su contacto, y le miré a los ojos, sin saber muy bien con qué mirada mirarle en esos momentos. Gracias a la proximidad, pude ver cómo resplandecían los ojos en contra de las luces del local. Casi podía escuchar lo qué decían: Por favor. Hizo un segundo intento, y pude notar su inseguridad. Me gustaba ese Nathan. Yo esbocé una sonrisa mientras dejaba que jugara con mis labios.


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