Diecinueve

No me sorprendí cuando el lunes por la mañana recibí una llamada de Harry.

Ese día me había quedado en casa y mi madre estaba de acuerdo conmigo que no sería buena idea que saliese a la calle en ese momento.

Con el corazón en la boca respondí el teléfono, los dedos temblando sin remedio.

—Hola, Harry —dije, intentando sonar alegre.

—¿Qué tal estás, Jane? —preguntó en un suspiro, sin poder ocular el cansancio en su voz.

Tuve que morderme el labio cuando respondí, aunque traté de sonar tranquila, haciéndome la loca y pretendiendo que era ajena a todo aquello que estaba pasando ahora mismo en las redes sociales.

—Genial, ¿qué pasa?

—Um, había pensado que tal vez te gustaría quedar un rato hoy.

Mi corazón había estado bombardeando con fuerza todo el rato, pero en cuanto dijo aquello me castigó con fuerza y la preocupación salió disparada hacia todos los rincones de mi cuerpo con rapidez. Sabía que aquello no lo podía ignorar y que tarde o temprano iba a tener que enfrentar el tema, pero sólo deseaba que el rumor dejase de difundirse con tanta rapidez y que simplemente la gente se olvidase de mí y de mi existencia.

De todas formas, dos horas más tarde me sorprendí cuando un coche negro sé plantó delante de mi casa. Mi madre intentó no hacer ningún comentario, cosa que le agradecí, aunque eso no quitaba el hecho de que incluso yo me había quedado sin palabras.

Ni siquiera habían ganado; ya sabía que sus vidas ya no volverían a ser las mismas.

Dejé que el coche me llevase hasta la localización en la que estaban, que nadie me había dejado claro. Era estupenda esa sensación que tenía en el pecho; como si todo se fuera a derrumbar ante mis pies con calma mientras alguien me sujetaba de los brazos para evitar que hiciese algo al respecto, aunque dejándome que lo viese como un castigo. Que nadie confiaba en mí. Como si hubiese sido yo la que dio la patada final para destruir el castillo de arena. Lo peor de todo aquello es que tal vez fuese cierto. Intentaba relajarme mientras caminaba por un pasillo eterno, con las uñas clavadas en mis manos, controlando mi respiración.

Justo antes de llegar, una puerta se abrió y vi cómo Simon salía de una sala seguido por los chicos, que hablaban entre ellos calmados y con los ánimos bajos. Quise sonreír al instante. El hombre pasó por mi lado y casi vi el tiempo pararse. Se ponía las gafas de sol despacio mientras pasaba por mi lado, después de dedicarme una de las miradas más frías que alguien me había dedicado nunca. Zayn pasó también dirigiéndome la mirada, aunque no me sorprendí cuando no me saludó. Niall y Liam me sonrieron con debilidad, aunque el único que se detuvo para cogerme de la mano y saludarme fue Louis. Harry no estaba entre ellos.

El chico me dio un apretón en la mano con una sonrisa tierna y yo me detuve para suplicarle con la mirada que me diese respuestas. Qué es lo que estaba sucediendo, qué era aquello que iba a pasar. Qué había pasado con Hannah y por qué el tiempo pasaba tan condenadamente rápido. Qué iba a pasar conmigo. Si estaban enfadados.

—Tranquila, todo va a ir bien, ¿vale?

El hombre que me acompañaba me estaba insistiendo a que entrase en la sala. Le ignoré sonriendo a Louis con los ojos brillantes. El nudo en la garganta se hacía cada vez más apretado, y antes de poder responderle, Louis soltó mi mano y siguió a sus compañeros.

Tenía la puerta a mis espaldas, me di la vuelta despacio tragando saliva y controlando mis impulsos. No me dio tiempo a agradecer a la persona encargada de guiarme por aquel laberinto, ya que en el minuto en que crucé el umbral, la puerta se cerró de golpe a mis espaldas. Me quedé extrañada unos segundos, aunque, como era usual, mis nervios se apaciguaron dos puntos cuando escuché la risa de Harry calmada a mis espaldas.

Me di la vuelta y me acerqué a él con una sonrisa mientras me quitaba el abrigo.

—¿Por qué siempre te ríes cuando me ves? —pregunté caminando hacia un grupo de sofás colocados frente a un gran ventanal que permitía la luz gris entrar en la estancia.

Dejé el abrigo encima de uno de ellos y observé cómo también él se acercaba a mí con una sonrisa. Se encogió de hombros.

—Un mecanismo de defensa, me imagino —comentó.

Siempre era igual. Sabíamos que el tema del que íbamos a hablar a continuación era serio, y el ambiente siempre era tenso cuando se daba el caso. Aún así, no sabíamos enfrentarnos a aquello sin hacer primero un par de bromas para relajar el cuerpo y afrontarlo con más calma, y aunque sea después de un abrazo.

Nos quedamos un momento de pie, y de nuevo él tenía esa mirada en los ojos que me resultó difícil de descifrar, aunque sabía que su propósito era ponerme nerviosa. Quería hacerme hablar.

Yo me aclaré la garganta.

—Eh, mira lo que tengo —dije apartando mi mirada de la suya venenosa.

Él se cruzó de brazos sin apartar la mirada de mí, atento a cómo reaccionaba ante sus ojos, empezando a fruncir el ceño poco a poco, analizando la situación, mientras revolvía en los bolsillos de mi chaqueta con dedos temblorosos. Estaba demasiado nerviosa y la tensión que emanaba su cuerpo no ayudó a que pudiese ocular lo muchísimo que estaba temblando. El nudo en la garganta ya me estaba haciendo daño. Por fin saqué mi cartera y de ella lo que estaba buscando. Me di la vuelta y con una sonrisa fingida, me abaniqué con el papel en la mano.

No me podía creer lo buena que me había hecho en mentir y en ocultar mis sentimientos.

—Mi madre me ha regalado entradas para ir a veros en Londres —dije acercándome a él y tendiéndole mi entrada.

Él bajó la mirada por fin y de nuevo pude ver su sonrisa sincera mientras sujetaba el cartoncito entre las manos.

—Yo podría haberte dado unas.

Se la quité de las manos y me la metí en el bolsillo trasero del vaquero.

—¿Y cómo vais a producir el disco entonces? —bromeé.

Se rió suavemente y me sujetó de la mano para arrastrarme al sofá donde estábamos apoyados. Se sentó a mi lado y su mirada empezó a vacilar. Ya no me miraba y yo aproveché la oportunidad para analizarle a él. Podía ver cómo se había aprendido la teoría de cabo a rabo, todas y cada una de las palabras del guión que habían escrito por él bailaban en su mente, aunque la práctica conseguía hacerle temblar el labio y titubear con ojos inseguros.

—Harry.

Apoyó los codos en las rodillas a mi lado y comenzó a enredar con los dedos.

—Harry —repetí—. Mírame.

Con las cejas alzadas giró la cabeza y me miró con una sonrisa torcida e insegura.

Le miré a los ojos durante unos segundos y luego negué con la cabeza con una risa suspirada.

—Harry, no estoy embarazada —le dije incorporándome y empujando su hombro para que rompiera su barrera corporal.

Rompió su contacto visual del mío y de nuevo se rió despacio y negando la cabeza. Aunque poco después recobró la compostura y se apoyó en el respaldo del sofá con los brazos cruzados.

—Ya lo sé.

—No. No lo sabes.

Bajó la mirada y comenzó a mordisquearse el labio.

Chasqueé la lengua.

—Mira, es todo un malentendido. Ni siquiera fuimos a comprar el test para mí. Era para Ellen —mentí rápidamente.

No sabía muy bien por qué había dicho aquello, aunque así no tendría que dar excusas de por qué le había mentido. Con otra mentira. Poco a poco se iban amontonando y ya no sabía qué hacer con aquella montaña de mentiras que parecía tener muy poca estabilidad y que se me iba a caer encima en cualquier momento.

Harry se pasó una mano por el pelo pareciendo aliviado, aunque había perdido el poder de mirarme para ponerme a raya y ahora sólo se centraba en mantenerse a sí mismo en compostura.

—En serio, relájate. Estoy bien. ¿De verdad pensabas que podría estar embarazada?

Me miró a los ojos y soltó una carcajada.

—En realidad no, pero... lo hacen parecer muy creíble.

—Y que lo digas. Yo esta mañana me lo estaba planteando en serio, porque tiene sentido.

Nos reímos los dos y al ver que la tensión ya estaba más o menos disipada, le sentí tirar de mi cuerpo con la atracción del suyo, que poco a poco estaba más cerca. Seguía estando un poco raro, aunque lo clasifiqué con que estaría nervioso por esa semana de semifinales, o con todo lo que estaría pasando en su vida ahora mismo, de lo que raramente me sentí desplazada. Hasta casi sentía nostalgia por los días en los que nos contábamos absolutamente todo. Ahora ambos nos estábamos ocultando cosas mutuamente. Aún así, siendo muy consciente de que aquello lo estábamos sintiendo los dos, puso una mano en mi rodilla y me atrajo hacia él sutilmente, lo suficiente para que yo me diera cuenta.

—Siento haber roto el internet —dije para distraer la mente e ignorar su mano en mi rodilla y subiendo, alzando la mirada. Él me miraba la pierna que por suerte no temblaba, y sonrió ante mis palabras.

—Está bien —alzó la mirada y su nariz casi rozaba la mía cuando lo hizo.

Me ruboricé hasta las orejas, aunque pareció que le dio igual, o que tal vez fuera aquella su intención. Sentí frió en la pierna cuando apartó la mano durante los pocos segundos que tardó en colocarla en mi mandíbula para acercar mi cara a la suya y darme un beso tierno. Me acerqué a él para dejar que deslizara una mano por mi cintura y poder enrollar mis brazos en su cuello sin separarme ni un segundo de él. Los escalofríos castigaban mi piel bajo sus dedos, que se habían colado en el interior de mi jersey y exploraba sitios que todavía no habían tocado sus labios, como si planeara besarlos en sus siguientes movimientos, pellizcando con cuidado aunque deseoso mis muslos, tal vez para hacerme temblar, o para acercarme más a él de lo que ya estaba. Me miraba con cuidado, intentando memorizar cada fracción de mi cara y todos y cada uno de los detalles de mi pelo, bajando por mi cuello y mis hombros. Yo estaba teniendo problemas para respirar, aunque dejé que me besara la clavícula con cuidado, mientras yo cerraba los ojos controlando mis impulsos, enredando mis dedos en su pelo. Cuando subió la mirada de nuevo, otra vez se detuvo con cuidado en mi piel, acariciando todo a su paso con un dedo, por mi frente, mis cejas, mi nariz. Mis labios, que repasó una segunda vez con el pulgar antes de volver a besarme y enrollar su lengua con la mía. Mordiéndome los labios que acababa de acariciar con suavidad. Como si fuera la última vez que fuera a hacerlo, me agarró con fuerza las caderas para subirme encima suya mientras sonreía mordiéndose los labios al verme al borde del gemido. Apartó un mechón de mi pelo de delante de mis ojos y yo le devolví la sonrisa. Casi pude ver tristeza en sus ojos antes de cerrarlos una vez más y disfrutar de mí como si no lo hubiese hecho nunca, como si no se fuera a cansar de la suavidad de mi piel contra la suya, ambos con el vello erizado y susurrándonos en el oído.

Era demasiado obvio, aunque me daba igual que él ya se hubiese dado cuenta de que me tenía completamente comiendo de su mano, a los pies de su cama, a su completa disposición. En ese momento hasta podría haberme hecho rogarle si me lo hubiese pedido, después de mordisquear mi cuello hasta hacer romperme en suspiros mientras enredaba sus dedos en mi pelo.

El teléfono no dejaba de vibrarme en el bolsillo trasero del vaquero, que tiraba de mis ensoñaciones con intención de derrumbarme. Con las manos de Harry todavía sujetándome la cintura por debajo de mi jersey, saqué mi teléfono y antes de que abriese el mensaje que me había enviado Ellen, Harry tiró de mí para apoyarme en él antes de pasar un brazo por mis hombros. Me dio un beso en la cabeza.

Ellen™: ¿Quieres que te mate?

Ellen™: Me tienes que avisar de estas cosas

Ellen™: Te lo digo en serio

Ellen™: Te mataré si no.

Antes de que pudiese siquiera pensar en nada, abrí la foto que me había mandado. Pude sentir mis dedos temblar de pronto al verme reflejada en la pantalla con la cara de Dan a centímetros de la mía en aquella foto, mirándole a los ojos con una mirada brillante y una sonrisa casi oculta por sus labios, en un beso que fui lo suficientemente rápida para evitar. Harry se removió algo incómodo a mi lado cuando pudo ver de reojo lo que mi amiga me había mandado, y yo tuve que morderme el labio, sin saber qué decir, esperando a que tal vez él tuviese valor para comentarlo.

Giré la mirada con la poca valentía que me quedaba para enfrentarme a él, que miraba hacia delante con sus dedos recorriéndose los labios. Sabía que lo había estropeado todo, su mano había dejado de jugar con el pelo que caía encima de mi hombro. Intenté decirle algo, pero me interrumpió aclarándose la garganta y quitando su brazo de mi lado, haciendo ademán de levantarse del sofá que compartíamos.

—¿Quieres algo para beber? —me preguntó mientras se dirigía a una elegante encimera que recorría toda la pared de nuestra izquierda.

Negué con la cabeza y le observé cómo sacaba un vaso de cristal del armario y se lo llenaba hasta arriba de agua del grifo.

Con un leve suspiro, decidí que la responsabilidad recaía en mí en aquella conversación, por lo que me levanté despacio y me acerqué a donde estaba él, apoyándome en la pared para mirarle. Me crucé de brazos.

—Harry —le llamé.

Alzó la mirada dejando el vaso ahora vacío en el fregadero. Se dio la vuelta y se apoyó en la encimera con los brazos cruzados.

—Sí, dime —dijo después de un rato.

Me acerqué un poco a él hasta quedar enfrente de él. Suspiré de nuevo.

—Mira, lo siento. Debería habértelo contado. Dan sigue siendo amigo mío, lo echaba de menos —dije.

Sabía que aquello era otra mentira, por mucho que en mis labios no sonara como una. Harry resopló y apoyó las manos en la encimera tras suya.

—Lo siento —repetí—. De verdad, lo siento—

—Jane, no te tienes que disculpar conmigo, ni que darme explicaciones.

Ahora fui yo la que se cruzó de brazos.

—Entonces, ¿por qué siempre siento que debería? ¿Por qué me siento mal cuando me pillas con mi ex? —dije mirándole directamente a los ojos.

Él los apartó en seguida. Se frotó los ojos con los dedos de una mano y se apartó, dirigiéndose hacia otro lado de la habitación, donde no estaba mi mirada punzante apuntándole.

—Lo digo en serio, Harry —insistí, dándome la vuelta y siguiéndole con la mirada—. Siempre dices que no te debo explicaciones cuando está claro que sí quieres que te las dé. Cuando te incomoda verme con él.

—Me incomoda porque te ha hecho daño.

Solté una risa suspirada mientras negaba con la cabeza, sin creerme que todavía siguiera con esa excusa. Hice una pequeña pausa para ordenar mis pensamientos, pero no me costó en absoluto hacer la siguiente pregunta:

—¿Tanto te cuesta admitir que te gusto más de lo que pensabas que lo haría?

Me acerqué a él un paso. Él sonrió para defenderse, aunque de nuevo se dio la vuelta para no tener que enfrentarse a mí. Me acerqué a él todavía más, hasta estar a un palmo de sus brazos todavía cruzados. Me aseguré de mirarle a los ojos con una mirada seria, asegurándome que captara el mensaje y que no estaba bromeando.

—¿Tan difícil es? —dije, costándome a horrores que mi voz no se rompiese al hacerlo.

Me miró por unos segundos sin dejarme entrar con los brazos, que seguían cruzados sobre su pecho. Su mirada vacilaba entre mis ojos, suave y brillante, confirmándome todo aquello que acababa de decirle, dándome la razón. Suspiró y no pudo controlarse para, de nuevo, apartar un mechón de mi pelo detrás de la oreja para poder mirarme a los ojos con mayor facilidad.

—Jane —dijo y apartó con rapidez la mirada, sintiéndose expuestos a sentimientos que al juzgar por el brillo de sus ojos, ni él había tenido tiempo de analizar con profundidad—. Hannah y Louis han tenido que romper —dijo despacio y con cautela, midiendo sus palabras centímetro a centímetro.

Sabía lo qué iba a decir y por qué iba a hacerlo. Quería advertirme de que no todo iba a ser un cuento de hadas, que el paseo estaba lleno de piedras, unas más grandes que otras, que me impedirían el camino hacia mi meta. Por alguna razón, no quería que lo dijese.

—Simon le ha pedido que lo haga —finalizó por fin, y tuve que romper mi contacto visual con él cuando lo dijo. Su tono de voz me estaba pidiendo perdón.

Lo sabía. Sólo estaba confirmando aquello que en mis entrañas siempre había sabido que era cierto. Me lo estaba diciendo para avisarme de que tuviese cuidado con lo que decía, y lo que pactaba con él. Descifré sus palabras enmascaradas. "No podemos estar juntos". Eso era todo lo que podíamos hacer. Reírnos mutuamente el uno con el otro con electricidad en las miradas que nos dedicábamos, sentir chispas cada vez que me rozaba para atraerme hacia él y rematarme con sus besos, que dejaban quemaduras en mi piel. Para luego ponernos la ropa y marcharnos, llamándonos mutuamente amigos y presentarlo como tal a las demás personas, ajenas a todo aquello que en mi mente se luchaba tan a fondo. Porque no podíamos ir más allá; decir nuestros sentimientos en alto era tan arriesgado como ponerse de puntillas en un acantilado, peligroso por las consecuencias, aunque sin ninguna otra salida más que una caída muy dolorosa. Siempre habría alguien acechando el lugar dispuesto a arruinarnos todo aquello que podríamos construir juntos. Simplemente no estaba en nuestros planes, tan sólo pensar en ello ya era doloroso por lo inalcanzable que era.

Al final dejé de morderme el labio y me giré para enfrentarme a su mirada.

—¿Por qué no me lo habías contado?

Apartó la mirada y alargó el brazo para cogerme la mano entre la suya. Titubeó unos segundos para encontrar las palabras exactas.

—Tenía miedo de perderte.

Vio que no reaccionaba, por lo que tiró de mi brazo para atraerme hacia él y me arropó con sus brazos.

Me estaba constando muchísimo no llorar.

—Simon y yo tuvimos que hablar ayer por la mañana por todo lo que estaba pasando... ya sabes —asentí, aunque dejé que hablara sin interrumpirle, ya que notaba en el tono de voz lo mucho que le estaba costando decir aquello, sin siquiera querer enfrentarse a mi mirada—. Estaba asustado porque los votos bajaran de golpe por eso, pero por suerte la mayoría de los votantes ni siquiera lee lo que pasa en internet, y teníamos suerte de que los domingos no hay periódicos. De todas formas, quedamos entre él y el resto de chicos que, pasara lo que pasara, tendríamos que dejarnos de ver en público hasta que, por lo menos, se termine el programa —me sujetó de los hombros y por fin me miró a los ojos con una pequeña sonrisa—. Son sólo dos semanas.

Ni siquiera me había dado tiempo a responderle, aunque tuve que devolverle la sonrisa. Asentí.

—Me harás una visita antes de volver a Cheshire por Navidades, ¿no?

Se rió, aliviado por lo bien que me lo había tomado.

En parte porque entendía perfectamente el hecho de que tuviese que pasar desapercibida por esas dos semanas que nos separaba de la final. Además, si aquello era lo único que tenía que hacer para que todo que había hecho se esfumase, no era muy difícil convencerme. La mejor parte sería en que por fin me dejarían en paz, y que mi pesadilla había terminado antes de lo que esperaba.

—Sí, no te preocupes.

—Sabes dónde vivo, sabes dónde encontrarme.

Nos reímos los dos, aunque sabíamos que la situación era dolorosa para ambos. Me despedí con un abrazo, y sentí sus dedos hundirse en mis costillas como clavos que me dejaban sin respiración, mientras intentaba que no me viera los pelos de punta al sentir su aliento en mi nuca.


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