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Capítulo 48:
{Narra Yina}
Luces de todos los colores parpadeaban y bailaban sobre las paredes oscuras y negras del local. La música galopaba y chocaba contra los cuerpos en movimiento, y atronaban en los tímpanos, que vibraban a causa del alto volumen que soportaban los altavoces.
Era difícil hacerse paso entre la multitud que abarrotaba el bar, alguna que otra bebida aterrizaba en tu vestimenta al pasar por su lado, y era realmente molesto.
La comunicación entre nosotras era todavía peor, chillando lo más alto que podíamos, pero no había forma de que nos entendiéramos. Tuvimos que recurrir a sacar los móviles.
-¿A dónde ha ido Leo? -le chillaba a Brooke, que frunció el ceño, acercándose a mí para escucharme mejor.
-¿Qué?
-Que a dónde ha ido Leo.
Se apartó y negó con la cabeza.
-Yo tampoco veo nada.
Puse los ojos en blanco y gruñí.
Le mandé un mensaje diciendo exáctamente eso.
-¡Ah! -soltó una carcajada- Supongo que estará con alguno por ahí, o si no habrá ido a por algunas bebidas. Pero no sé.
-¿Qué?
-Supongo que... ¿Sabes? Déjalo.
Me encogí de hombros.
-Pues ok.
-Borde.
-¿Qué?
Alguien empujó mi espalda, por lo que tuve que avanzar unos cuantos pasos hacia delante para no caerme al suelo. Brooke volvió a fruncir el ceño.
-¿Qué coño...? ¡A ver si tenemos más cuidadito!
El chico de atrás resopló y volvió la mirada a la chica que estaba enfrente suya, que me miraba con las cejas alzadas y con mucha superioridad en su mirada.
Yo resoplé también y me di la vuelta.
-Mírala, como te mira.
-Paso de líos -dije, haciendo un gesto con la mano.
-¡Niñas! ¡Ya estoy aquí! -chillaba Leo, con sus preciosos rizos rojos resbalándole por la cara- Vamonos, que dicen que están haciendo revisión de alcohol entre los menores y que vienen hacia aquí.
Agarró las manos de ambas y nos llevó a la salida. Brooke, antes de abandonar el local, le lanzó un beso con la mano a la chica junto a la pared, que abrió la boca indignada.
Brooke sonrió satisfecha.
-¡Oh! ¡Aire! -chillé nada más salir, abriendo los brazos y dejando que el frescor de la noche me recorriera el cuerpo.
Sentí la mano de Brooke hundirse entre mis rizos, que por primera vez me los había dejado sueltos y sin alisar.
Sonreí al volverme.
-Tengo una cosa en el oído, que hace..... piiiiiiiiiiii -decía Leo mientras gestionaba una mueca de dolor.
Solté una risita.
-Bueno -Brooke puso los puños en sus caderas-, ¿a dónde vamos?
Aunque aún quedaba más de un mes para las Navidades, las luces rojas, blancas, verdes y azules ya adornaban los balcones de los pisos particulares y las fachadas de las tiendas, que a esas horas ya estaban cerradas. Las luces parpadeantes se clavaban en mis ojos y hacían que el pelo de Brooke brillara más todavía, y le daban un aspecto azul.
Sonreí.
-¡Eh! Que a dónde vamos.
Me encogí de hombros y me volví de nuevo para volver a mirar el gran copo de nieve azul que colgaba encima nuestra.
Casi podía escuchar cómo ponía los ojos en blanco.
Leo se puso a mi lado y miró conmigo el adorno navideño. Brooke suspiró leve y se sentó en la escalera de un porche de detrás nuestra, mirando hacia otro lado. Aburrida.
Leo y yo no quedamos en silencio unos segundos, mirando embobadas a la parpadeante luz azul, como si no hubiéramos visto jamás una, o como si fuera un tesoro que acabáramos de desenterrar. Como hipnotizadas.
Leo rompió el silencio de una tajada:
-Echas de menos tu casa, ¿eh? -su voz era hogareña y cálida.
Bajé la mirada y la clavé en mis dedos, que jugaban entre ellos nerviosos. Asentí en silencio, sintiéndome sorprendida al notar el nudo en la garganta.
¿Por qué lo echaba de menos? No tenía razones. Ni una sola.
Todas las Navidades eran horribles. Aiden sólo se pasaba una vez en todas las vacaciones y siempre que lo hacía, me invitaba a un helado, y después íbamos al parque para jugar con la nieve o íbamos a ver una película al cine. Así de raros éramos; nada de cenas ni comidas familiares. Era el mejor día de todas las vacaciones. Pero el resto eran horribles. Mi madre nunca venía, lo único que encontraba era un pequeño paquetito debajo del árbol todos los 26 de diciembre. Ni siquiera me molestaba en abrirlo. Cada vez que veía el estúpido paquetito en el mismo sitio de todos los años, lo tiraba instantáneamente o a la hoguera o por la ventana. Me ponía de muy mal humor.
Las tiré todas, menos uno.
Cuando era más pequeña, y Aiden aún estaba viviendo conmigo, me hizo mucha ilusión. No sabía lo que estaba ocurriendo. Fue el primer paquete que recibí y yo tenía sólo 10 años. Y lo único que había en la cajita era una cadena muy fina de plata. Y junto a ella, estaba la letra P en mayúscula. Pequeña también.
Y desde entonces siempre la llevaba.
Acaricié la letra con el dedo índice.
No sabía lo qué significaba, ni por qué lo llevaba. Pero nunca había tenido el valor de quitármelo ni de romperlo contra el suelo.
No me atrevía.
-Yo odio la Navidad -la voz segura de Leo me sobresaltó-. Nunca me he llevado bien con mi familia, y siempre he deseado que me metieran interna para poder deshacerme de las malditas cenas familiares. Prefiero cenar con la profesora de latín que con la loca de mi madre. De verdad.
Giré la mirada y sonreí con tristeza. Ella me devolvió la sonrisa.
Brooke se levantó con brusquedad.
-¿Habéis terminado? Quiero ir a algún lado antes de que suene la estúpida alarma del móvil.
El centro nos permitía salir los viernes por la noche, ya que mucha gente regresaba a sus casas ese fin de semana, o por el mero hecho de la ausencia de clases al día siguiente. Si la gente volvía a su casa, debía de comunicarlo con 24 horas de antelación. Pero si te quedabas en el SW, tenían que estar como muy tarde a las 3 de la madrugada en sus camas. Todo era cuestión de seguridad.
-Brooke tiene razón, vamos -me agarró de la mano y me arrastró a lo largo de la calle.
-¿Y a dónde se supone que vamos? -pregunté soltando mi mano y poniéndome a su altura.
-Al fondo de la calle hay un buen pub en el que ponen música bailable. No esa cani que ponían en aquel otro.
-Y como está algo apartadico del resto, la policía no lo suele registrar. Están demasiado obsesionados con la estúpida seguridad -se quejó Brooke, pasándose una mano por el pelo y colocándose bien el sujetador.
Probablemente fuera la calle más larga por la que había caminado nunca.
Hacía mucho frío y era por eso por lo que las calles estaban desiertas y silenciosas; todo el mundo estaba metido en los bares. Los zapatos de tacón de Leo resonaban en la acera helada, que se oían tanto que parecía que estaba pisando un parquet recién pulido.
Las heladas ráfagas de viento se mezclaban con nuestros mechones de pelo, echándolos hacia atrás y desnudando nuestros hombros y pecho. El viento era tan frío y directo, que transpasaba nuestras ropas y se clavaban como cuchillas hirviendo en nuestra piel.
Como deseaba llegar a ese maldito bar.
-Pero míralas a las tres. Parecen los Ángeles de Charlie -dijo uha voz masculina a nuestra espalda.
A mí, así como tenía el cuerpo, se me heló la sangre.
Me paré en seco.
Leo, sin cortarse un pelo, se dio la vuelta con violencia y puso su mejor cara de prepotencia que tenía. Brooke no fue menos. Yo vacilé algo más en darme la vuelta, con un asqueroso nudo en el estómago.
-Nathan, ¿por qué nos sigues?
Sentí mi corazón dar un vuelco al verle, y mis tripas revolverse. No fue desagradable la sensación.
El chico bajó la mirada, cerró los ojos y rió entre dientes. Se acercó a nosotras con pasos lagos y potentes.
-¿Quién ha dicho que os esté siguiendo? Da la casualidad que vamos al mismo bar. Punto. Deja de creerte el centro del mundo porque te va a ir mal, Brooke -y sonrió con falsedad.
Brooke le miraba con la boca abierta.
Nathan agarró el pomo de la puerta y la abrió. Una ola cálida de música martilleando en el pecho arrastró el ambiente al abrir la puerta. Hizo un gesto con la mano para que pasáramos.
-Señoritas -murmuró.
-Nathan -le respondí al pasar por su lado, sin mirarle.
Cerró la puerta pesada de caucho tras suya con un sordo golpe.
Avancé entre la multitud, que, como en la mayoría de los locales, estaba atestado de gente. Solo que en éste, que tan famoso parecía ser, había muchísima menos gente en comparación con el otro. Por lo menos había algo de espacio entre cuerpo y cuerpo.
Brooke y Leo avanzaban con rapidez, y yo traté de seguirles como pude. Algunas caras familiares se interpusieron en mi camino.
Me paré en seco al notar dos manos en mis caderas, acercando mi cuerpo al suyo.
-¿Me dejas que te invite a algo? -la voz de Nathan se filtraba entre mis rizos.
Tenía el corazón en la boca y la piel de gallina.
Tensé la mandíbula y me di la vuelta con las manos cerradas en puños. Crucé los brazos sobre el pecho.
-¿Estás borracho? -dije seca.
La música estaba alta, pero no tan alta como para tener que chillar para poder entendernos.
En vez de sentirse ofendido, dibujó una bonita sonrisa torcida en su rostro.
-Vamos, no seas tonta -agarró mi mano y entrelazó sus dedos con los míos, me guió hasta la barra, que estaba en el fondo del bar.
Solo esperaba que ellas no notaran demasiado mi ausencia. O, que por lo menos, no se preocuparan.
Todo el local estaba a oscuras salvo algunas luces ultravioletas en cada esquina, y algún que otro foco aleatorio por las paredes. El bar, en cambio, estaba discretamente iluminado, con luces neón de colores verdes y rosas que permitían a los camareros ver dónde servían sus bebidas.
Era bastante acogedor.
-¿Qué quieres? -me preguntó, atrayéndome de nuevo hacia él, poniéndome la mano en la espalda.
-Eh, una tónica. Por favor.
Alzó una ceja.
-¿En serio?
-En serio.
Se encogió de hombros y murmuró algo al camarero que aguardaba detrás del mostrador. Asintió y se marchó.
-¿Por qué haces esto?
-¿El qué?
-Esto.
-Me gusta invitar a la gente que me importa.
Resoplé.
-Ya.
-Vaya, vaya. Es un placer coincidir con usted, señorita Wilde.
Fruncí el ceño.
Esa voz.
Di media vuelta y ahí estaba él, impecable como siempre, con su fiel gabardina negra y su camisa blanca asomando por debajo. De sus caderas caían informales vaqueros desgastados. Impecablemente sin afeitar y con su pelo color cobre en su peinado natural. Sus ojos azules y penetrantes me miraban sonrientes.
-Profesor Forrest... qué sorpresa -noté cómo mis mejillas se encendían, por lo que bajé la mirada tímida, tras colocar un mechón de pelo tras la oreja.
-Aléjese de ella, Forrest -gruñía Nathan a mi lado, con la expresión más seria que le había visto.
-También me alegro de evrle, señor Golding -decía con máxima tranquilidad, mientras le tendía la mano y se incorporaba, quedando a la misma altura que él.
Él se la estrechó con demasiada fuerza, pero él no pareció darse cuenta, y le devolvió el apretón.
Yo carraspeé, intentando evaporar la tensión que se había instalado entre ellos.
-No sabía que saliera por este tipo de bares -espeté, intentando tomar contacto con sus ojos.
Él, en cambio, con una sonrisa, bajó la mirada hacia su vaso mientras daba vueltas con la pajita negra en el líquido transparente.
Agua, seguramente, no era.
-Me lo suelen decir.
El camarero nos interrumpió al poner dos vasos de plástico con un líquido negro en ellos.
-Aquí tienes, señor Golding.
-Gracias. Ya sabe -hizo un gesto con la mano y el camarero asintió.
Nathan me tendió el vaso.
-Hm... te he pedido una tónica, no... esta cosa negra-
-Te va a gustar, confía en mí.
Christian apartó con gentileza el vaso. Ahora vacío, y me tendió la mano.
-Señorita Wilde, ¿sería tan amable de acompañarme a la calle? Necesito hablar con usted de un tema bastante delicado.
Yo le miré entusiasmada a los ojos, moridéndome el labio y mirando embobada a su sonrisa.
-Claro que sí, pero sólo si estoy yo delante -Nathan paso su brazo por mis hombros.
Le miré.
-Nathan, creo que soy mayorcita para hacer mis propias decisiones. No necesito a nadie que decida por mí, ni que me proteja, gracias. -Volví mi mirada hacia él y le cogí de la mano- Estaré encantada de acompañarle.
-Perfecto.
-Yina. ¿estás segura de querer hacerlo? -Nathan volvió a hundir su nariz en mis rizos, y me susurraba con la voz entrecortada.
-No va a pasar nada, teatrero.
-Realmente, lo deseo con toda mi alma.
Puse mis ojos en blanco y agarré la bebida que me habían servido y acompañé a Christian a la salida, mientras él entrelazaba sus dedos con los míos, lo que hizo que me volviera completamente loca.
-Déjeme que le lleve esto -dijo, mientras cogía le vaso con su mano libre.
Cerró la puerta detrás suya y dejé una vez más que la frescura de la noche me envolviera de nuevo.

{Narra Lena}
-Mierda -murmuré.
La sangre corría por mi muñeca e inundaba la palma de mi mano, y se deslizaba con mi antebrazo, coloreando de rojo mi blanca piel, creando dibujos alargados y siniestros sobre el lienzo, más pálido que comunmente. No sabía qué hacer. La herida que me acababa de abrir yo sola me dolía horrores y no sabía qué hacer para que dejara de sangrar.
Ni siquiera sabes cortarte las venas con decencia. Porque ten claro que muerta, no estás.
Arranqué un pañuelo de su bolsa y lo presioné fuerte contra la herida, gestionando una mueca de dolor e intentando no mirar la sangre que salpicaba mi antebrazo izquierdo.
Después de varios minutos esperando a que dejara de sangrar, cogí todas mis pulseras que tenía esparcidas por mi joyero y me las puse todas. No quería que los demás vieran la gran estupidez que acababa de cometer.
Traté de despejar la mente. Aparté las lágrimas que corrían por mis mejillas ardiendo y soplé, mirando por la ventana e intentando tranquilizarme. Me vestí con ropa deportiva. Decidí que lo mejor para despejarme era salir a correr aunque sólo fuera por pocos minutos. Necesitaba que me diera el aire.
Bajé las escaleras con el iPod y los auriculares en mano, haciendo ademán de salir por la puerta, sin tener que cruzarme con mis padres y tener que darles una explicación. Pero estaban los dos sentados en el sofá, esperando mi llegada.
A mi madre se le iluminó la cara al verme tan animada como intentaba mostrarme.
-Lena, cielo, ven -daba palmaditas en el sofá, a su lado.
Yo fruncí el ceño al esperarme otra charla de “cómo-controlar-a-tu-hija-loca”.
Me senté donde me había indicado mi madre con cuidado e intentando no ponerme demasiado nerviosa.
Pero a mi madre sí se le notaba nerviosa. Inquieta.
-Lena, espero que sepas que nosotros dos te queremos y que sólo deseamos ayudarte para que estrés lo mejor posible. Y lo último que queremos es verte mal. Y por eso queremos comunicarte algo que es bastante delicado para ti. -dijo mi padre, con su voz siempre segura.
Yo asentí despacio, totalmente desconcentrada.
-El señor Paxton nos ha dicho que ya no va a ser necesario que venga más a visitarte.
-¿Qué? -prácticamente, chillé de la emoción.
No ver nunca más a ese señor probablemente eran lo mejor que me haya ocurrido en todo el mes.
-Escucha, aún no hemos terminado.
-Nos ha comentado que -siguió mi padre- todo lo que le has contado acerca de tu vida privada, hacía mucho que no escuchaba una historia como la tuya, que ya no trataba pacientes de tu gravedad. Y él, desgraciadamente, no puede hacer nada más para ayudarte. Él ya ha visto suficiente para creerlo.
-Espera, espera. ¿Qué estáis intentando decirme?
-En vez de ir a ver a un psicólogo, vas a ir a ver a un psiquiatra.


{Narra Harry}
-Recordad chicos que estáis aquí para responder preguntas sobre la competición. Si os preguntan algo personal, a cualquiera de vosotros, tomároslo con humor y no la respondáis directamente. Los cotilleos no son nada buenos para estas alturas.
Los cinco asentimos con energía, atendiendo a cada una de las palabras que Simon nos recomendaba. Los nervios se podían acariciar sólo con alzar la mano en el aire.
-Bien. Suerte chicos. Y sobre todo, mostrad seguridad -con eso último, nos guiñó un ojo y nos sonrió.
Abandonó el lugar, después de darme unas suaves palmaditas en el hombro.
Louis se sentó a mi lado en el sofá de la sala de espera. Chocó su hombro contra el mío, para llamar la atención.
-Eh, seguro que todo sale bien.
La forma en la que Niall se mordía las uñas me ponía nervioso.
-Eso espero -murmuré, sin mirar a un punto en concreto.
-Además, no van sólo a por ti. A Liam también lo tienen fichados. Nosotros intentaremos cubriros como sea -intentó tranquilizarnos Zayn.
-¿A mí? ¿Por qué?
-Por lo visto se ha puesto una mata de rizos en tu camino -dijo irónico Louis.
Liam puso los ojos en blanco.
-Ya están pesados con el tema. Entre Danielle y yo no hay nada. Somos buenos amigos, nada mas.
-Decías lo mismo de Lena, y estuviste todo un verano dándome la lata con la chavalilla. Así que esa escusa, no vale.
-Con Lena fue distinto, no vayamos a comparar.
-Mejor.
Liam le pegó en el hombro a Zayn, que soltó una pequeña carcajada.
-Les puedes decir lo que quieras, pero con eso de “sólo somos amigos” no les vas a convencer -declaró Niall.
Tenía toda la razón del mundo.
Eso era lo que tanto odiaba de todo ese mundo de la presa; una vez que tienen algo en la cabeza, y tienen una foto que lo medio demuestre, no hay manera de hacerles cambiar de opinión. Por muchas veces que les repetía algo, fuera verdad o no, siempre difundían la respuesta que a ellos les interesaba.
Una chica joven, con el pelo recogido en una coleta y con una carpeta en la mano, entró en la sala.
-One Direction, entráis en dos minutos -hizo un gesto con la mano para que la acompañáramos.
Nos condujo por pasillos estrechos, que ya conocíamos por visitarlos todas las semanas tras la actuación de los sábados, y tras los resultados del domingo.
Nos detuvimos delante de una puerta de cristal y esperamos a que la chica nos indicara nuestra entrada.
Liam me indicó una última sonrisa de complicidad antes de que la puerta se abriera y los focos de la cabina se centraran en nosotros.
Los dos presentadores se acercaron a nosotros e intercambiamos dos besos en las mejillas antes de sentarnos apretujados en el sofá de cuero blanco.
-Bienvenidos otra semana al Xtra Factor, One Direction -decía la presentadora, con su largo pelo castaño recogido de medio lado, mientras sonreía de esa forma que tan nervioso me ponía.
-Gracias -respondimos los cinco, sonriendo también e intentando ocultar la inquietud que compartíamos.
-Bien. La semana que viene es la final y queremos saber un poco cómo os habéis visto a lo largo de estas semanas, y sobre todo si so veis capaces de llegar a la final de la semana que viene.
-Realmente hemos tenido el tiempo de nuestras vidas -empezó Liam-, creo que ninguno de nosotros hemos vivido algo parecido; el fenómeno fan es increíble y todo ese apoyo que nos están dando es muy importante y nos ha ayudado mucho cuando hemos dudado sobre los resultados..
La estúpida luz blanca de todas las cámaras que nos enfocaban me estaban poniendo más nervioso de lo que ya estaba.
Liam seguía respondiendo a la pregunta que nos hacían prácticamente todas las semanas; la respuesta ya la conocía más que de sobra.
No veía el momento en el que todas esas luces se apagaran y que nos pudiéramos marchar sin que nada sucediera. Pero las posibilidades eran mínimas. Los mentores de todos hablaban todas las semanas con los presentadores del programa para que no preguntaran nada demasiado personal, pero ellos, por muchos “no te preocupes” que decían, lo seguían haciendo. Siempre hacían alguna preguntilla personal aunque sólo fuera para bromear.
Siempre. ¿Por qué esta vez iba a ser distinto? Ya bastante polémica había en la calle como para ignorarlo, tanto de mi parte, como de Liam, como de Louis.
Suerte que a Zayn no le habían pillado, o ahora mismo estaría en nuestra misma situación.
-Louis, ya lo siento -el presentador escondió sus labios y le puso una mano en la rodilla, dándole suaves golpecitos-. Son cosas que pasan. Hay muchas chicas, no te estanques.
Louis frunció los labios, intentando sonreír.
-No necesito a una chica -dijo, poniendo su brazo sobre mis hombros-, tengo a Harry.
Solté una carcajada.
-Estamos muy enamorados -concluí yo, sonriendo.
Todos sonrieron y por unos minutos la tensión se pareció disuadir.
-Harry. Ésta chica -ésta vez, fue la presentadora invitada la que habló, señalando una pantalla agarrada a la pared. Se me formó un nudo en la garganta al ver la foto-, es muy guapa. Jane, ¿no?
Mi turno.
Bajé la mirada, intentando sonreír.
-Gracias.
-Se ve que la belleza viene de familia.
Eso me hizo gracia.
-Ya, ya.
-Tiene gracia, porque no se parece en nada. ¿Es muy lejana?
-Casi ni de sangre -bromeó Zayn.
Le di un codazo.
-Le tengo mucho cariño, es muy especial para mí, así que... es más como una hermana.
-Incesto -murmuró Louis tan bajito que sólo nosotros dos lo escuchamos.
Reí de nuevo, frotándome los ojos.
-Nos alegramos que tengas una relación tan cercana con una prima tan lejana -decía la castaña, mirando sus papeles sobre su regazo.
Prima. Vaya. Me dejó sin habla.
Volví a bajar la mirada. Nunca me había sentido tan incómodo.
-Liam, ¿cómo van tus clases de baile?
-Muy bien, muy bien -repetía mientras el resto soltaba una carcajada.
Muy buena.
-¿Tampoco hay nada entre vosotros?
Negó con la cabeza.
-No, por desgracia -bromeó.
-Bien, chicas, ya habéis oído que estos cinco guapos están completamente libres, así que nunca se sabe. One Direction, ha sido un placer hablar con vosotros otra noche más. Suerte mañana.
-Gracias, Caroline -agradeció Liam con una sonrisa.
Caroline. Nunca me acordaba del nombre.
Nos levantamos del sofá y, después de los dos besos, abandonamos el lugar y le dimos paso al siguiente aritsta.
Simon nos esperaba en su despacho, como cada sábado por la noche.
Me miraba como la mirada vacía, como si estuviera preocupado. Suspiró, se incorporó y me volvió a mirar. Luego me dijo la frase que más podía temer en esos momentos:
-No ha colado.

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