Quince

Los siguientes días fueron horripilantes.

Podía ver día tras día, cómo aquellos números de mis cuentas personales en las redes sociales subían y subían como la espuma. Así como el número de notificaciones cada vez que subía algo. Me mencionaban en sus historias de papel, con acusaciones que se clavaban en mi espalda una tras otra. Cada día me importaba menos dejarme el teléfono en casa, y cada vez pasaba más tiempo entre twit y twit. Una semana hizo falta, ni más ni menos. En una semana, había conseguido que toda Inglaterra estuviese en mi contra, me mirasen mal en mi instituto, susurrasen mi nombre por la calle; los grupos de chicas de mi edad me daban miedo, cada vez que tenía que pasar por el lado de alguno.

Realmente desconocía el hecho de por qué las redes sociales y las fans estaban tan obsesionas conmigo, ni por qué me odiaban con tanta fuerza. Sí sabía que esa era la razón perfecta para que, encima de todo aquello, los periodistas también me persiguiesen allá donde iba. Al principio ni me daba cuenta.

De todas formas, lo único que intentaba hacer era tomármelo con bromas, reírme con Ellen y Jess de cada conspiración más loca que podía encontrar en internet, faltas ortográficas en mi nombre, etc.Incluso encontramos un artículo de un periódico online hablando de los pelos de mis piernas. Era, si estaba de buen humor, descojonante. Aunque Ellen era de las que más disfrutaba de la situación, y celebraba que saliese en alguna foto publicada, aunque fuera sólo las puntas de su pelo, con una buena cerveza. Realmente sabía cómo animarme.

Mis padres, por otro lado, no estaban nada contentos, pero teniendo en cuenta lo poderosas que eran aquellas empresas, lo mejor que podían hacer era esperar y tratar de ignorar que su hija era un maldito personaje público.

Sí, así era como me llamaban. Era completamente de locos. Aunque estaban luchando con fuerza para que ya no se apilasen en la puerta de mi instituto, y estaba agradecida.

Yo estaba contando los días para que esa pesadilla acabase de una vez por todas y que pudiese volver a mi vida normal, intentando ahogar la voz que intentaba decirme que tan sólo había pasado una semana. Ni siquiera estábamos demasiado cerca de las semifinales, tenía toda la pinta de empeorar.

Ese era un día malo. Mi mente de nuevo había decidido bombardearme con la realidad, una tras otra, a pesar de que hacía casi dos días enteros sin abrir mi Twitter. Podía sentir mi portátil vibrar encima de la cama, llenándose cada vez más de insultos y de fotos mías y de mi cara de mierda de esa mañana, con la espinilla más grande del planeta justo en mitad de mi frente.

Supe, desde el minuto uno, que no venía con buenas noticias. Llevaba pantalones cortos de estar por casa, y a pesar de eso, no sentí el frío apuñalarme la piel al abrir la puerta. Estaba demasiado centrada en ver cómo caían las gotas de lluvia de su pelo mojado, cómo sus ojos color miel me observaban con las cejas alzadas, en la forma de curvarse que tenían sus labios. Me temblaban los dedos.

—Hola, Jane —dijo con su voz rasposa, que hizo despertar mis sentidos de un portazo, como si hubiese estado demasiado tiempo dormida en el umbral de la puerta.

Hinché el pecho.

—Dan —dije, aunque no me moví ni un milímetro.

Nunca me había considerado valiente. Hacía meses que no lo veía, y sus ojos todavía tenían ese poder de verme los huesos. Se pasó un dedo por los labios con un movimiento brusco, y sonrió satisfecho al ver que me había asustado por una fracción de segundo.

—¿No me vas a dejar pasar?

Bajé la mirada y me hice a un lado como si me hubiesen apartado de un manotazo.

Me aclaré la garganta y me atreví a mirarle mientras se quitaba la chaqueta y se sentaba en mi sofá como si estuviese en su casa. El miedo creció todavía más en mi pecho. Me crucé de brazos después de cerrar la puerta para ocultar que estaba temblando. Era consciente de que él sabía que no estaba cómoda con su presencia, y que tal vez fuera exactamente lo que el chico buscaba. Aun así, intenté demostrar todo lo contrario.

—¿A qué has venido? —pregunté tratando de ser cortante.

Dio unas palmadas en el sofá a su lado indicándome que me sentara. Me senté demasiado deprisa, como si sus órdenes funcionasen en mí como llevaban funcionando años.

—Hace mucho que no nos vemos, ¿no puedo hacerte una visita de vez en cuando?

Me quedé callada manteniendo mi frialdad en la mirada mientras aguantaba la suya, donde ese deje de superioridad todavía no había desaparecido.

—Podrías haber llamado. Pensaba que había dejado claro que no quería volver a verte.

Se rió suavemente mientras bajaba la mirada hacia sus dedos que apretaban la palma de su mano.

—Ya lo sé. Sólo he oído que te va muy bien, quería ver que era cierto —volvió a poner su mirada en mí y me recorrió el cuerpo como si fuera un producto que fuera a comprar.

Levanté la barbilla y no dejé que me intimidara ni un segundo más. Continuó hablando.

—¿Qué tal está Harry?

Alcé una ceja e ignoré el vuelco que me dio el corazón tan bien como pude, cerrando el puño encima la pierna, dejando que las uñas se clavaran en la palma de mi mano.

—Dan.

—Nunca me contaste que estabais saliendo. ¿Sabes lo raro que es ver a tu exnovia en las portadas de las revistas? Te lo prometo, es lo más raro del mundo. Pero es más raro todavía que, después de dos años de relación, ni siquiera me dediques una llamada para decirme que estás viendo a otra persona. Me tengo que enterar porque el soplapollas de tu novio sea un puto celebrity.

Cerré los ojos. Ni siquiera sonaba bien de su boca esa palabra que tanto antojaba.

—No es mi novio —le interrumpí.

Se quedó callado de pronto, aunque no fue otra de sus pausas dramáticas que hacía cuando estaba enfadado. Se había callado porque le había dejado sin palabras; me miraba con las cejas alzadas verdaderamente sorprendido.

—¿No estáis saliendo?

Dio una palmada y comenzó a reírse después de levantarse del sofá.

—Dan, para —le advertí.

Él seguía riéndose y diciendo cosas sin sentido, llevándose las manos a la cabeza.

—Tiene gracia. De verdad, nunca había leído un artículo entero de esos en mi puta vida. ¿Has llegado a leer todo lo que dicen de ti, Jane?

Sabía que me estaba mirando, pero yo seguía con la mirada clavada en el suelo.

—Son todo gilipolleces. Hablan de ti como si fueras un accesorio, pensaba que lo estabas ignorando porque, bueno, estabais saliendo —volvió a dejarse caer en el sofá, con un dedo presionado contra sus labios pensativo.

Tragué saliva.

—Pero te lo tiras, ¿verdad?

—¿Qué es lo que quieres, Dan? Si vienes para joderme la vida, puedes marcharte.

—No queréis que se entere la prensa —lo dijo como una afirmación. No me estaba preguntando nada—, no queréis que nadie se entere de lo vuestro.

Traté de distraerle. Resoplé.

—¿Qué estás diciendo?

Se movió en su asiento y cometí el mayor error de mi vida; le miré a los ojos sin querer. Por una fracción de segundo pudo ver en mi interior con la mayor atención del mundo, y al apartar los ojos fui incapaz de ignorar el escalofrío recorrerme los dedos de una punta a otra, haciendo incorporarme en el sofá por el espasmo. Se quedó callado por unos segundos sin apartar la mirada, y luego añadió con un hilo de voz muy despacio, como si fuera a romperme.

—Le quieres.

Me mordí la mejilla con fuerza y dejé que el sabor de la sangre me tranquilizara un poco, aunque sentía mi corazón latirme con fuerza en el pecho. Como si le estuviese asintiendo con ánimo por mí, dentro de mi pecho.

Desgraciadamente, siguió hablando.

—Le quieres tanto que estás dispuesta a cualquier cosa.

—Dan, cállate de una puta vez, ¿quieres? —dije, dirigiéndole mi mejor mirada asesina que sabía esbozar.

Él me dedicó una sonrisa ladeada.

—¿Y ellos lo saben?

Sabía a quiénes se refería. A todo aquel involucrado en el asunto, con la nariz metida tan hasta el fondo que no podían ver a causa de estar demasiado cerca. A los que estaban dispuestos a arruinarme la vida por diversión. A los que lo estaban consiguiendo.

Respondí sin pensar.

—No saben nada.

Tan pronto como lo dije, ya me estaba arrepintiendo.

Trató de hacerse el sorprendido, pero como él ya había dicho; había leído los artículos.

—No queremos que se enteren, ¿no?

Bajó la mirada de la mía y comenzó a luchar con su chaqueta para sacar finalmente su teléfono móvil.

—Fíjate, justo ayer descubrí unas fotos muy interesantes —se acercó a mí para que pudiese ver su pantalla del móvil, aunque yo permanecí quieta, con los brazos cruzados y la espalda recta.

Comenzó a mostrarme fotos comprometedoras en las que salíamos los dos, fotos que había sacado yo misma, que sabía que si salían a la luz, podría poner en riesgo todo por lo que estaban trabajando tan duro.

No estábamos mintiendo a nadie, no estábamos haciendo nada malo. Mi primera reacción al ver las fotos fue sonreír, vernos a los dos sonrientes, con los labios unidos, fotos borrosas a causa de las risas. A pesar de que se me calentara el pecho al verlas, sabía que esas fotos eran veneno.

Todo era culpa mía.

Fuera cual fuera la realidad. Fuese cual fuese la versión válida. Los sentimientos que compartíamos o el nombre que nos quisiésemos dar no tenía importancia en ese momento. No era importante. Estaba segura de que todos los buitres que volaban en círculos encima de mi casa todos los días estaban esperando justo aquello. Alguien pagaría por tener esas fotos en sus manos, en primicia, frotándose las manos listos para escribir su artículo jugoso, y tener el lujo de ponerlo en su categoría de "exclusivo". Mi garganta se hizo un nudo al pensar en todo aquello.

—¿De dónde las has sacado?

Se encogió de hombros.

—Lo que importa es que si yo las he conseguido con tanta facilidad, ellos lo harán todavía mejor.

Ni siquiera me dio tiempo a intentar ocultar mi cara, ya que estaba atento a mis movimientos, y al ver mi reacción, soltó una pequeña risa de satisfacción.

—Tranquila, las tengo bien guardadas. Lo único que pido a cambio es un pequeño favor.

Sabía que sus pausas dramáticas eran para averiguar cuánto tardaría en perder los nervios y ponerme a gritar como una loca para echarle a patadas de mi casa. Porque sabía que ya no podía hacer eso. Tantos pensamientos me estaban pasando por la cabeza que sentía que en cualquier momento iba a desmayarme, y el sudor frío bajando por mi espalda no ayudaba a calmar el calor que sentía subir y subir de temperatura.

—Tiene que ser divertido eso de que hablen de ti y que te persigan los fotógrafos por la calle y todo eso. Así que lo único que te pido es que distraigas a los fotógrafos un poco conmigo. ¿Me explico?

—Me estás chantajeando.

—Lo puedes llamar como quieras, Jane, si quieres hacerlo dramático. Sólo quiero salir mañana a correr y que seas amable conmigo cuando haya fotógrafos cerca y ya está.

—Sal de mi casa —le dije en tono amable, ya que realmente no quería que me viese llorar y darle todavía más satisfacción en lo que me estaba haciendo.

Dos putos años en una relación, donde él se esforzaba todos los días en demostrarme que me quería y que nadie me iba a querer como él. Ahora, estaba asegurándose de que mi corazón roto seguía en mil pedazos.

Con toda la calma del mundo, se levantó del sofá y se acercó a donde había dejado su chaqueta a secar.

—No demasiado cariñosa de todas formas, no queremos que pierdan interés en ti —dijo, finalizando la frase con una pequeña risita.

—Sal de mi casa —repetí tragando como pude el nudo de mi garganta.

Se puso el abrigo despacio, como si se estuviese yendo por decisión propia y no porque le estuviese echando. Agarró el pomo de la puerta y se giró de nuevo para mirarme con una sonrisa ladeada.

—Nada de esto a nadie, ¿de acuerdo? —me dio un beso en la cabeza, y cerré la puerta detrás suya de un portazo.

Ninguna de las salidas que mi mente me estaba ofreciendo tenía un mejor final que el que el destino me acababa de plantear. No podía hacer nada más que jugar a su maldito juego y esperar a que pasasen esas últimas cuatro semanas hasta que todo aquello acabase de una vez por todas. Las Navidades siempre me habían dado igual, pero pensaba en la calma que me traerían las de ese año, toda esa paz en la que estaría mi cuerpo después de que el Factor X saliese de mi vida y por fin tener una relación normal con todo el mundo. Dejar de aparecer en todas las plataformas digitales y que la gente se olvidase mi nombre por fin.

Pensé más de una vez que podría perfectamente dejar que Dan hiciera con esas fotos lo que quisiera. Es más, no me hubiese importado en absoluto hacerlo. Me ahorraría muchas explicaciones, le dejaría a Harry estar entre la espada y la pared de una maldita vez. A mí me dejarían en paz. Aunque sabía lo importante que era para Simon que cada uno de sus concursantes no estuviese expuesto en una relación lo suficientemente seria. Las chicas tienen que pensar que tienen posibilidades con sus chicos. Que son personas normales, que saldrían o que se fijarían en las chicas menores de edad que roban los teléfonos de sus madres para votar a escondidas. Como había pasado con Hannah. No lo había querido ver hasta ahora, pero en esos momentos estaba tan claro como el agua; podía ver perfectamente a través de ella. Por eso estaba tan asustada que casi no me podía mover alrededor suya; todo de pronto parecía estar en peligro.

Me podían odiar todo lo que ellas quisieran. Pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera por su beneficio. Aunque fuera tener que volver a pasar tiempo con mi maltratador, como si nada hubiese pasado.

Ahora parece una tontería. En su momento, sentí como si mi mundo se me cayera encima; todo el peso y la responsabilidad cayeron sobre mis hombros sin aviso, con un golpe sordo. Mis rodillas ya no podían más; pero prefería mil veces ser aplastada por el peso que tener que acarrear encima con la culpa también.

Nada más cerrar la puerta, mi pecho se colapsó y no pude evitar correr hasta el baño y vaciar mi estómago en el váter, seguido de un ataque de ansiedad de caballo. Lloré durante horas. Me intentaba tranquilizar a mí misma, hecha un ovillo en mi cama, acariciándome los hombros. Valdría la pena, ¿sí o no? Me sentía miserable, engañada de nuevo, me sentía impotente hacia todo aquello, todo el mundo me lanzaba planes a la cabeza que tenía que cumplir, teniendo que tener en cuenta a tantas personas a la vez que me resultaba abrumador. No sabía si estaba viviendo para mí o para quién, todo el mundo me daba órdenes, y si estaba en desacuerdo, más me valía mantener la boca calladita. Como una marioneta.

Como una puta marioneta. No era de trapo, y aún así, todo el mundo me trataba como si lo fuera.

Eché horriblemente de menos a Ethan y lo muchísimo que me podría estar ayudando en esos momentos, y maldije el día que decidimos dejar de vernos por un tiempo. Maldije el día que decidió marcharse a Finlandia. Harry de nuevo me mandaba mensajes con vídeos de que la locura a los exteriores de los estudios era cada día peor, fotos de la premiere de una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Maldito miércoles, oscureció cuando bajó el sol, aunque había estado tanto tiempo con las luces apagadas y con las rodillas pegadas al pecho que el cambio resultó irrelevante. Tuvo que haber sabido que algo no estaba bien, cuando le respondí con tan sólo un emoticono de un corazón a la foto que me había mandado de los cinco con Emma Watson. Aunque pareció que le dio igual.

Ya estaba llorando, pero cualquier tontería podía hacer que mis lágrimas cayesen con más rapidez. Simplemente dejé el teléfono encima de la cama y continué llorando echa un ovillo. Ignoré las llamadas que entraban sin parar y que rompían la oscuridad sin consuelo.

Cuando pasaron lo que yo pensé que fueron horas y estaba a punto de quedarme dormida, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y di un brinco del susto encima de la cama. La persona culpable encendió la luz y tuve que resguardarme de ella con mis brazos.

—¡Jane! —Ellen parecía bastante cabreada.

Gruñí y volví a hacerme una bola con los ojos cerrados, sin acostumbrarme a la luz.

Escuché la puerta cerrarse y sentí la cama hundirse con el peso de mi amiga. Agarró mi teléfono.

—Te habré llamado como cinco veces y has pasado de mi culo.

—Déjame en paz.

—Sabes que si pasas de mí por teléfono siempre voy a venir a ver qué tal estás.

Tenía razón. Estaba muy aliviada de verla ahí, en realidad. Por mucho que fueran más de las diez y que los autobuses ahora cobraban horario de noche.

Me sujetó del hombro y me empujó con fuerza para verme la cara.

—Has llorado.

Con un suspiro me incorporé y me crucé de piernas en frente de mi amiga, que me dedicaba una mirada de preocupación.

—Dan me ha hecho una vista esta tarde —dije respondiendo a las dudas en sus ojos.

Alzó una ceja y se cruzó de brazos.

—¿Qué quería?

Bajé la mirada y observé cómo mis dedos jugaban entre ellos con nerviosismo.

—Tenía unas fotos mías y de Harry. Se ha enterado que no estamos saliendo ni nada. Me está chantajeando.

Se abrió de brazos y frunció el ceño confusa.

—Si no soy "cariñosa" con él en público venderá las fotos a las revistas. O las pondrá en twitter. No me ha quedado claro.

—Pero si no estáis saliendo... esas fotos no tienen validez, ¿no? Quiero decir, siempre podéis negarlo.

Puse los ojos en blanco y me dejé caer de nuevo en la cama. No tenía fuerzas para explicárselo, de verdad que no.

—Eso da igual. Hasta ahora yo soy sólo un rumor, algo que da publicidad a la banda porque se habla de ellos, da igual de qué. Si esas fotos salen a la luz, ya tienen pruebas de que no soy sólo un rumor, y es muy fácil perder votos si yo estoy involucrada de verdad. Sólo me metería en más problemas, a mí y a ellos todavía más —había empezado a llorar de nuevo—. Por eso Louis y Hannah han tenido que romper —añadí moqueando.

Escuché a Ellen suspirar a mi lado y segundos más tarde estaba tumbada a mi lado, apartándome un mechón de pelo de la cara, sonriéndome con dulzura.

—Tranquila, ¿vale? No vamos a dejar que ese hijo de puta salga con la suya. Le seguiremos el juego.

—Debería contárselo a Harry.

—No digas gilipolleces, Jane. Ya se enterará.

—Sí. Seguro que le hace gracia que vuelva a estar involucrada con el violador de mi ex y que se tenga que enterar por twitter.

—Que se tenga que enterar como se tenga que enterar. Igual ni siquiera lo hace. No creo que tengas que distraerle con cosas sí, está demasiado ocupado con su puta carrera.

Bajé la mirada con tristeza. Demasiado ocupado con su carrera para preocuparse de estas tonterías.

—Tienes razón.

Justo cuando dije esas palabras mi móvil vibró una vez más entre los dedos de mi amiga. Miró la pantalla y sonrió sin remediarlo, antes de entregarme el móvil con brillo en los ojos. Sujeté el teléfono y leí el mensaje mientras sentía mi sonrisa crecer en mis labios.

20:34 ✨Harry ✨: Estás bien?

20:34 ✨Harry ✨: Te noto un poco rara

20:35 ✨Harry ✨: Puedes contármelo 😇

Me mordí el labio mientras procesaba lo que había provocado en mi interior con esos mensajes. Posiblemente estaría demasiado ocupado con su carrera, pero siempre encontraba un hueco para desearme los buenos días, o para mandarme algún mensaje aleatorio a lo largo del día. Estaba en su mente. Pensaba en mí, aunque fuera sólo de vez en cuando. Era todo lo que pedía.

Yo: he tenido un mal día, nada más

Yo: estoy muy orgullosa de vosotros, chicos 💜

Ellen me miraba feliz, como si ella supiera que todo lo que me hacía falta para hacerme sonreír era un mensaje suyo en esos momentos, dejándome disfrutar del momento.

✨Harry ✨: Cuándo tienes un hueco para quedar?

Solté una carcajada en voz alta.

Yo: no sé, tendría que mirar mi calendario

Yo: te viene bien el sábado a la tarde? 😏

✨Harry ✨: Vaya

✨Harry ✨: Justo tengo que hacer una cosa el sábado.

✨Harry ✨: Pero el lunes lo tengo libre.

Yo: de acuerdo

Yo: nos vemos el lunes entonces.

✨Harry ✨: (Tendría que ser por la mañana)

Yo: (no me importa saltarme clases)

📽⛅️☔️

A pesar de todo, la charla con Ellen no ayudaron a calmar mis nervios al día siguiente, cuando Dan vino a buscarme a mi casa.

Sólo tenía que respirar hondo un par de veces. Todo saldría bien. Valdría la pena. Ellen me apretó la mano dándome ánimos con la mirada. Ella abrió la puerta cuando sonó el timbre.

—¡Dan! —dijo animada.

El chico la miró extrañada y yo asomé la cabeza con una sonrisa, muy falsa, aunque conseguí hacerlo creíble.

—Le dije a Ellen que viniese, no te importa, ¿no? Así será como antes, pero de verdad —le dije, pasando por su lado y dándole un codazo juguetona en las costillas.

El plan era muy sencillo. Ellen haría como que no sabía nada del tema, sino que simplemente le había invitado con nosotros a correr por la tarde, después de clase. Yo tendría que mostrarme feliz y alegre, y nada afectada por sus jueguecitos, para que no hiciera efecto su plan de hacerme sentir miserable. Jugaría a sus juegos con maestría. Tendría mi recompensa al final. Aunque antes de salir de casa, ya me estaba sintiendo algo mareada.

Dan se colocó a mi lado cuando yo le adelanté mientras corríamos.

—¿Por qué está aquí Ellen? —preguntó con irritación en la voz.

Me encogí de hombros.

—Le dije que viniera porque así sería menos raro. Si salimos los dos solos en las fotos, Ellen sospecharía en seguida. Ahora no se huele nada.

Se quedó callado al ver que tenía razón.

De todas formas, y por mucho que intentaba mostrarme sonriente y feliz, mi corazón luchaba por seguir latiendo. Esa mañana me había despertado sintiéndome nauseabunda y con más ganas de morirme que de costumbre. Todo lo que conseguí meterme en el estomago fueron un par de vasos de agua y media manzana, que lo había vomitado antes de que llegara Dan, y lo comenzaba a notar en las rodillas.

La sensación era horrible. Podía notar los focos en mi nuca con más intensidad que el sudor bajar por mi espalda. Casi escuchaba las manos de los periodistas frotarse al verme en la calle con un chico nuevo, calentando los dedos para poder escribir con la mayor rapidez posible sus nuevos artículos, llenos de mentiras y telarañas, cajas vacías, avivando las esperanzas ya muertas de miles de chicas que matarían por estar en mi lugar. Les estaba dando un bufet libre, y gratis.

Ellen se detuvo en una pequeña plaza en el centro de la cuidad para beber agua, y yo tuve que sujetarme para intentar parar el mareo que sentía poco a poco hacerse un hueco en mis piernas. Hacía mucho que no corría, tal vez por eso estaba tan mareada. Sólo por esa idea, quería seguir adelante. Mantener mi mente ocupada con una meta que alcanzar; presionarme a mí misma hasta mejorar.

No me dio demasiado tiempo a centrarme en no caer redonda, ya que Dan se acercó a mí y rodeó sus manos en mi cadera y me sonrió.

—Gracias por venir.

Las podía sentir. Como agujas en la piel. Como picaduras. Foto tras foto. Sin ninguna vergüenza.

Esbocé como pude una sonrisa en su dirección y simplemente dejé que sucediera lo que tuviese que suceder. Rodeé su cuello con los brazos.

—Que sepáis que estoy intentando no vomitar —dijo Ellen a nuestras espaldas.

Sabía que podía besarle ahí mismo y dejar que los periodistas perdieran interés en mí de un segundo a otro, sabía que tenía el poder en mi mano de acabar con todo aquello en un sólo movimiento. Mi corazón me estaba rogando que no lo hiciera, y en el fondo sabía que estaría cometiendo un error garrafal.

Me separé de él no demasiado rápido y volví a ponerme a correr.

Los dos empezaron a mantener una conversación muy animada, aunque yo estaba demasiado centrada en mantener mi respiración a raya. El sol pegaba con bastante fuerza a pesar de estar a mitades de noviembre, la chaqueta que me había quitado hacía algunos minutos me rebotaba en las piernas. El sudor me escocían en los ojos, y a pesar de pasarme el brazo por la frente repetidas veces, mi vista parecía estar nublada por defecto.

Twitter se dibujaba ante mis ojos, lleno de fotos mías, de cómo Dan me sujetaba la cadera, de mi sonrisa falsa dolorosamente real. De la pulsera de Harry colgando de mi muñeca, que me había olvidado quitar, que ahora me ardía contra la piel, como si estuviese enfadada. Los insultos se apilaban en mis notificaciones, sus historias me incluían con una cartilla de identidad, con mis huellas dactilares por todo el papel. Si antes estaban enfadadas, no quería imaginarme ahora. En mi mente, la cara que ponía Harry cada vez que mencionaba al chico que corría a mi lado, mientras escuchaba la canción que cantaron la semana pasada de fondo, quitándome el aliento una vez más, enterándose de mi sonrisa amplia dedicada a Dan mediante las fotos en las redes sociales, casi pude sentir su decepción en mi propio pecho. Tenía ganas de vomitar.

Mis piernas dejaron de responder de pronto. Paré en seco, tuve que sujetarme a la pared más cercana que encontré, con una mano en el estómago. Casi sentía los pinchazos en mi vientre a la par que escuchaba los flashes en mi cabeza, cada vez más alto en mis oídos, como una ilusión cruel del que me había acostumbrado a la fuerza. Me doblé en dos. Cerré los ojos con fuerza al darme cuenta que la calle no iba a dejar de dar vueltas pronto.

Mi vientre latía escandalosamente rápido, lanzando rayos de dolor repentino a través de mis dedos, esparciéndose por mis párpados cerrados y castigándome con crueldad. Me estaba apagando poco a poco, y la lucha cada vez era más desigual.

Ellen me puso una mano en la espalda y Dan decía mi nombre repetidas veces.

Segundos antes de perder la vista del todo, pude sentir mi cuerpo empezar a caer redonda en los brazos fuertes de la persona que una vez quise.

No sentí la caída.

🍂⏳🌒

Pude sentir el teléfono vibrar encima de la cama tan suavemente como las olas más tardías en llegar a la bahía. Como un recuerdo vago, rompiendo el silencio que tan amablemente me estaban brindando los sentidos. Parpadeé un par de veces hasta decidir que prefería mantener los ojos cerrados y disfrutar de la lenta vibración que masajeaba mis dedos. Escuché un ruido metálico cruzar la habitación y el tembleque mágico desapareció de pronto, que fue rápidamente reemplazado por el sonido de una voz serena, tranquilizadora, que me mece en sus brazos y me acaricia el pelo. Apreté los ojos y conseguí mover los brazos para pasarme las manos por la cara después de sentir un gruñido subirme por la garganta.

Tendí el brazo encima de la cama.

—Ellen —dije rompiendo el silencio, aunque sólo conseguí articular un hilo de voz.

Mi amiga se volteó con rapidez, con mi teléfono pegado a la oreja. El color naranja filtrándose por las persianas de mi habitación se colaba entre su pelo mientras me devolvía una mirada marrón llena de dudas. No sabía cuánto tiempo llevaría dormida, aunque para su juicio, no lo suficiente.

Con un reproche en los labios, me colocó el teléfono en la mano, se lo agradecí con una sonrisa.

—Harry.

Hubo unos escasos segundos de silencio y escuché un pequeño suspiro.

—Jane —dijo como si estuviese aliviado.

—¿Qué tal?

Se rió suavemente.

—Llevo intentando llamarte toda la tarde pensando que estarías en algún hospital ingresada, ¿y me preguntas qué tal?

Sentí una pequeña punzada de sentimiento de culpa.

—No quería distraerte de tus cosas, tienes que estar centrado para el sábado.

No respondió a lo que le dije. Se quedó callado por unos segundos.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —noté el cuidado con el que usaba la voz, asegurándose de que no me molestase.

—Sí, estoy bien. Sólo me he desmayado corriendo esta tarde, nada más. Hace mucho que no salgo a correr y estaba sin comer, así que...

—Bien, vale. Sólo quería asegurarme de que estabas bien. Bueno, y... —vaciló con cautela, midiendo sus palabras, aunque sin saber qué decir—, ¿qué tal...? Eh...

Sabía perfectamente qué es lo que quería preguntarme. Quería preguntarme acerca de Dan. Mi corazón me pesaba en el pecho.

Fue una conversación muy extraña. Estaba contenta porque me había llamado preocupado. Por otro lado, sabía que no me había llamado por eso.

—Bueno, ¿sigue en pie lo del lunes? —dijo por fin, con voz cálida aunque más distante de lo normal.

Lo sentí lejos.

—Sí, claro. El lunes nos vemos.

Hubo de nuevo un silencio y tuve que cerrar los ojos del dolor para aguantar mejor mis ganas de echarme a llorar. No me sentía con fuerzas para llorar otra vez.

—Lo siento —añadí con un susurro.

De nuevo no escuché ninguna respuesta. Simplemente una pequeña risa soplada, y:

—Adiós, Jane. Descansa.

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