Diecisiete

Me miraba al espejo sabiendo perfectamente qué cara tendría después de pasarme casi toda la noche llorando. Sí me sorprendía un poco el hecho de que no tuviese los ojos más hinchados todavía, ya que ese solía ser mi destino si expulsaba más lágrimas de las que podía recuperar. Tampoco es que me importara demasiado. Ni siquiera miraba con intenciones de mirar. Simplemente ahí estaba, en el espejo empotrado de mi armario, en frente de mi cama en la que estaba sentada. Con los hombros caídos. Intentaba no mirar de reojo a mi móvil, yaciendo en mi mesilla de noche inocentemente.

Daniel: quedamos hoy?

Tenía bastante claro que iba a tener un mal día antes siquiera de abrir los ojos, pero el mensaje que me había desvelado por completo lo afirmaba cruelmente. Sabía lo qué me había dicho Harry la tarde anterior. Sabía que tenía razón.

Casi suelto una carcajada. ¿Tenía alternativa?

En cambio, tuve que salir corriendo hacia el baño por una arcada repentina trepando por mi garganta. Lo que temía estaba sucediendo; parecía que los vómitos se estaban convirtiendo en algo rutinario.

Me cepillé los dientes y de mala gana me puse el uniforme para ir con el estómago vacío al instituto. Estuve esperando en la boca del metro desde donde salía Ellen todas las mañanas para unirse conmigo a caminar hasta nuestro instituto. Me dio un beso en la mejilla.

—Estás pálida —comentó después de ponerme el pelo detrás de la oreja.

Aparté la mirada y me encogí de hombros.

Caminamos en silencio hasta el edificio donde pasaría la mañana.

Realmente no sabía qué es lo que más me afectaba de todo aquello. Qué era eso que hacía que se me revolviera el estómago sin aviso. No quería indagar en mis propios sentimientos, pensar tan sólo en analizarme a mí misma me hacía temblar, y corría lo más lejos que podía de la situación. No quería ni saber por qué estaba tan apagada; si era porque estaba de nuevo enamorada de alguien con el que el futuro no estaba claro. Si era porque sabía que, luchara lo que luchara, jamás podría estar con él en paz. Ni siquiera sabía si eso era lo que él quería. No sabía si era porque mi ex novio me estaba chantajeando con algo de lo que me avergonzaba demasiado para contárselo a Harry. Suspiré con la mirada perdida en el escritorio vacío que ocupaba mi mejor amigo. Tal vez si Ethan hubiese estado ahí no sería todo tan duro de afrontar como era. Aunque era todo demasiado complicado para resumirlo en una llamada telefónica. Ni quería que se preocupara de mí estando a tantos kilómetros de distancia, probablemente pasándolo bien. Me froté la frente con los dedos con la mirada clavada en mi cuaderno en blanco. No estaba prestando atención a lo que estaba pasando en clase, siquiera. En mi asignatura favorita.

Tuve que levantarme de la silla para correr hacia el baño de nuevo.

Dios mío, ¿cuánto era capaz de vomitar? Si ni siquiera había comido nada.

Lo peor de todo aquello probablemente eran las miradas llenas de prejuicios de las chicas de mi clase y las que pululaban por los pasillos. Me miraban de arriba a abajo, hablaban entre ellas. Volver a entrar a clase fue como llamar la atención de un helicóptero. Sólo me faltaba el silbato. Pedí perdón al profesor y me volví a sentar en la silla sintiendo las lágrimas en la garganta.

Ni siquiera quería darme cuenta. No quería verlo. Era imposible no hacerlo, de todas formas. Fuera a donde fuera había algo o alguien recordándomelo, como las olas mojando constantemente la arena al subir la marea.

El chico del que estaba enamorada se estaba convirtiendo en una de las personas más conocidas de Inglaterra.

¿Cómo podía aquello, de alguna manera, no afectarme? Era imposible. Yo no había pedido aquello. Me venía demasiado grande, y se me estaba venga caer al suelo. Demasiado grande y pesado. Que al mismo tiempo se envolvía alrededor mía, asfixiando mi piel y sofocaba mis gritos.

Era imposible de ignorar, y aún así hacía todo lo posible por intentarlo.

Realmente echaba mucho de menos a Jess en los recreos del instituto. Ella por alguna razón se había apuntado a otro instituto, algo más en el centro de Londres. Normalmente, Ellen y yo compartíamos los recreos con Ethan y Dan, algunos de los compañeros de clase de éste. También solían unirse un par de chicas bastante majas de nuestra clase. Nunca las había considerado amigas ni muchísimo menos compartir cosas demasiado personales con ellas, pero eran una buena forma de pasar la media hora que teníamos de pausa entre las clases. Aunque, desde hacía ya un par de semanas, Ellen y yo nos sentábamos en la cafetería solas.

Jugaba con la manzana que me había traído con una mano sobre la mesa mientras sujetaba mi cabeza con la otra, con el codo apoyado en la madera. Probablemente no sería una buena idea comérmela, dadas las circunstancias. Ellen no dejaba de mandarse mensajes con alguien como si le fuera la vida en ello. Realmente estaba haciendo como si yo ni siquiera estuviera ahí.

Puse los ojos en blanco y chasqueé la lengua.

—Dan me ha dicho de quedar con él hoy —dije para tratar de llamarle la atención.

Levantó la mirada bruscamente de su teléfono, todavía en las manos a mitad de teclear algo. Sus ojos brillaban. Parpadeó un par de veces y algo nerviosa, se colocó el pelo detrás de las orejas después de dejar el móvil en la mesa.

—¿Y qué vas a hacer?

Aparté la mirada y me encogí de hombros.

—¿Qué quieres que haga?

Cuando levanté la mirada había vuelto a agarrar su teléfono con todavía más fuerza que anteriormente, aunque sus ojos brillaban de la misma forma de antes. No había cambiado de conversación, aunque por alguna razón la que le estaba dando yo no le era suficiente. Suspiré y simplemente dejé que continuara con lo que estuviese haciendo. No tenía muchas ganas de hablar, de todas formas. Directamente, dejé caer la cabeza entre mis brazos sobre la mesa y deseé que el dolor de cabeza infernal se pasase de una vez.

Quería que las voces dejasen de chillar entre ellas y me dejasen respirar tranquila de una vez por todas. El barullo en la pequeña cafetería no estaba ayudando nada. La verdad era que no había tenido buenos días últimamente desde que el desgraciado de Dan volviese a aparecer en mi vida tan repentinamente, aunque ese día en particular me estaba costando más de lo normal.

Me incorporé casi enfadada, con la cara roja para enfrentarme a mi amiga.

—Tía, Ellen, ¿qué pasa? ¿Te has echado novio o algo?

Ella me miró algo asustada por mi repentino ataque de violencia hacia ella, aunque probablemente eso no fuera el causante de que se pusiera rojísima de un momento a otro.

En cualquier otra situación le hubiese atosigado a preguntas con tan sólo ver su reacción, pero no estaba de humor.

—Llevas pasando de mí toda la mañana. Pasa del tío ese y dame mimos —dije haciendo pucheros, apoyando mi cabeza en su hombro con los ojos cerrados.

Con una carcajada me puso una mano en la cabeza y empezó a acariciarme el pelo. Pero yo ya había visto lo rapidísimo que había apartado la pantalla de su teléfono de delante mía. Me estaba ocultando algo.

—Tienes razón. Dios mío, Jane, estás ardiendo. ¿Estás bien?

Asentí frotándome la frente.

—Creo que la ansiedad me está dando fiebre.

Torció los labios y me dio un beso en la frente.

—Voy a ir a pedirte un té, ¿vale? Deberías ir a casa.

Antes de que pudiese replicar y decirle que probablemente acabaría echando el té también, Ellen se levantó de la silla y se acercó a la barra de la cafetería.

Volviendo a apoyar la cabeza en la punta de mis dedos al notar la fiebre bajar por mis articulaciones, sentí la mesa vibrar bajo mis codos cuando la pantalla del teléfono de Ellen se encendió con un mensaje nuevo.

Sinceramente, no tenía la cabeza allá donde tendría que haber estado; al acecho de que mi mejor amiga no se estaba involucrando de nuevo con la gente equivocada, ocultándome cosas como lo solía hacer en el pasado cuando sabía que estaba haciendo algo que a mí no me iba a gustar. Tal vez si hubiese estado atenta a lo que estaba sucediendo podría haber leído el mensaje que le habían escrito y tratar de juntar cabos para poder entender mejor la situación. Y no llevarme la sorpresa que me llevé meses más tarde, como un bloque de hormigón cayéndome desde el cielo.

Lo único que hice fue leer el nombre de mi ex novio sobre la pantalla, antes de que Ellen volviera y me levantase de la silla para marcharnos.

🌿🎞🔮

Me pasé el resto de la semana en la cama, por mareos, vómitos e inestabilidad en general en el cuerpo. Dan tuvo que esperar al viernes, aunque pareció que no se molestó en ocultarme su inquietud al llamar a la puerta el viernes por la tarde, después de volver aquella mañana a clase.

—Ten cuidado —me dijo mi madre con juicio en sus ojos, al bajar las escaleras preparada para enfrentarme a él.

Asentí, por mucho que últimamente mi madre y yo no nos estábamos llevando muy bien.

Normalmente solíamos coger su coche para ir al centro de Londres, aunque esa vez se empeñaba por coger el metro. Puse los ojos en blanco cuando me lo propuso.

No podía dejar de pensar en la conversación que estarían compartiendo Dan y Ellen. Llevaba toda la semana pensando en aquello y haciendo todo lo posible para que no me afectara al dolor de cabeza. Pero el verle ahí lo hacía incluso más real. ¿Qué hacía él hablando con mi mejor amiga? ¿Qué tenía que decirle a ella, que tanto me lo tuviese que ocultar de esa forma? Era muy raro que Ellen no me hubiese comentado el hecho de que mi ex maltratador estuviese hablando con ella tan repentinamente por mensaje. ¿Podría ser que tal vez, no fuera de forma tan espontánea como yo pensaba? ¿Podría ser que ellos hablasen de forma mucho más habitual de lo que me contaban? ¿Ambos?

Ellen siempre había tenido un punto débil si se trataba de Dan, fueron los dos primeros en conocerse de los cuatro, siempre habían estado extrañamente unidos. Nunca ninguno de los dos me habló acerca de la relación que tenían antes de que viniese yo, siempre fueron poco claros cuando les hacía preguntas. "Somos muy buenos amigos". Era lo único que oía.

Decidí que rallarme sobre aquello tan sólo me haría volver a maltratarme con cosas que ya no me importaban tanto como pensaba. No era de mi incumbencia, si ella no quería contarme qué es lo que hacía comunicándose con ese hombre que tan mal me había hecho, no tenía por qué obligarle. Ni tenía por qué mantenerme despierta por las noches pensando en ello. Ellen nunca se abría con cosas así de trascendentales conmigo, ni con nadie. Era una chica muy extrovertida en algunas ocasiones, pero había tantísimos aspectos en su vida que jamás me había contado que ya no me quedaban dedos para contar. Era misteriosa con las cosas que le hacían daño, y seguramente había una razón más que plausible por la que hubieran algunas cosas que prefería no comentar con nadie. Ni siquiera conmigo.

A Dan le pareció buena idea ir a la heladería más cara de Trafalgar Square. En mitades de noviembre, sin llegar a los quince grados de temperatura, mientras yo acababa de pasarme los anteriores días en la cama. Y el helado sólo me producía náuseas.

Pero ahí estaba él sentado, en frente mía en los escalones del Cuarto Plinto abarrotado de turistas a nuestro alrededor, sonriéndome y soltando carcajadas con absolutamente todo lo que decía.

Tiré la mitad del helado que estaba sujetando, temiendo que mi estómago de nuevo se rebelara contra mí.

—¿Estás bien? —preguntó, por primera vez en toda la tarde que su voz sonaba algo sincera.

Me coloqué los brazos cruzados sobre el vientre y asentí, después de ajustarme bien la coleta.

—Es rarísimo, ayer tenía un antojo de azúcar enorme. Hoy no lo puedo ni probar —comenté, riéndome débilmente y bajando la mirada al regazo.

—Vaya, lo siento —dijo imitándome la pequeña risita.

Le miré con tristeza en los ojos después de que dijera aquello, mientras bajaba la mirada a su regazo con esa sonrisa falsa que tan bien esbozaba.

Es curioso las cosas por las que algunas personas se disculpan. Estaba prácticamente obligándome a pasar tiempo con él mientras me chantajeaba con algo que sabía que iba a hacer mucho daño después de haberle pedido más de una vez que me diera espacio, que saliera de mi vida. Y se estaba disculpando porque no me podía comer su puto helado de seis libras. Sentí mi garganta rasparme cuando resoplé con ella. Le miré a los ojos.

—¿Por qué estás haciendo esto, Dan? —dije con mirada penetrante.

Realmente su punto de vista me daba bastante igual. No era por eso por lo que le hacía la pregunta. Sabía que él hacía lo que estaba haciendo por demostrarme su poder ante mí, que jamás dejaría de tenerlo y que no iba a dudar en usarlo contra mí. Lo hacía para asegurarse de que todavía podía hacer conmigo lo que quisiera, y que si me rebelaba iban a haber consecuencias. Lo hacía para que me fuera el doble de difícil superar aquella situación en la que él mismo me había obligado a situarme. Todo aquello podría haber estado escrito en mi frente, que le pregunté la pregunta para ver qué era aquello que le daba motivos a él para pensar que eso que estaba haciendo era coherente. Quería ver qué clase de excusa se inventaría para justificar que me hubiese apuñalado una vez más.

Él me miró con ojos caídos.

—Porque me gusta pasar tiempo contigo —dijo tras hacer una pausa y bajar la mirada dramáticamente, bajando el tono de voz—. Lo creas o no, era lo que más me gustaba cuando estábamos juntos, verte sonreír y reírte. Porque no he dejado de quererte.

Me estaba manipulando, y yo estaba dejándole sin necesidad de que me atara las manos para resistirme.

Porque me quería. Pero me quería para él sólo. Y me lo estaba repitiendo mientras me abría las heridas cerradas que ya habían sido abiertas por él la primera vez. Con una sonrisa en la cara. Acariciándome el pelo. Susurrándome al oído que todo iba a estar bien.

Solté otro resoplido y sacudí la cabeza.

—Eres asqueroso.

Él se rió y pasó una mano por mis hombros para besarme la cabeza.

Clic. Clic. Clic.

Me faltaba poco para desmayarme de nuevo.

—Ahora en serio. ¿Qué tal has estado? ¿Qué tal te va eso de la fama?

Solté una carcajada real.

—¿La "fama"? —dije mirándole y levantando los dedos en el aire.

Asintió y se pasó los dedos por los labios.

—¿Cómo lo llamas tú?

—No lo llamo. No hablo del tema, es vergonzoso.

—No lo es. Es guay.

Puse los ojos en blanco. Sabía que ese chico nunca había sido demasiado inteligente, pero es que se realmente se esforzaba. Le miré con reproche.

—Eres gilipollas. De verdad, Dan. No es divertido salir a la calle y saber perfectamente dónde están cada una de las cámaras y tener que leer toda clase de insultos hacia mí.

—¿Sabes dónde están las cámaras?

Me llevé una mano a la frente y volví a poner los ojos en blanco. Suspiré en rendición.

—Sí, Dan. Es mi nuevo super poder.

—¿Dónde están ahora?

Chasqueé la lengua.

—Hay uno justo en frente nuestra, donde la fuente —comenté con los ojos bajos, sin separarlos de los suyos—. Hay otro detrás nuestra, en la valla, que lleva ahí ya un tiempecito, así que se irá pronto, me imagino. Y seguro que ese grupo de chicas de detrás mía ya me han sacado un par de fotos también.

—Wow.

—Así que no te preocupes. Lo va a ver.

Soltó una carcajada.

—¿Por qué crees que lo hago por él? Te acabo de decir que me gusta estar contigo.

Alcé una ceja.

—No estarías haciendo esto si no fuese porque "estoy" con alguien.

Se recostó en el escalón y se apoyó en el cemento detrás nuestra, poniendo una mano detrás mía. Miró al frente.

—Tu novio, o lo que sea, me la suda. No me puede importar menos.

—Lo que sea.

—Pero sólo para hacerle rabiar, me puedes dar un beso.

Llevé mi mejor mueca de asco hacia él, que se reía despacio, para luego pellizcarme las costillas juguetón.

—Te estoy vacilando.

—Sigue vaciándome así e igual te cruzo la cara.

Se incorporó y volvió a poner el brazo por mis hombros, acercó la cara a la mía y me pellizcó la mejilla.

—Qué pena que no puedas hacer nada, pequeña. Pon mejor cara, no quiero que nadie piense que me odias.

Le sonreí girándome hacia él, dejando que mi nariz rozara la suya sin dejarme intimidar.

—Es que te odio.

Me separé de él y me levanté.

—Vamos a dar una vuelta. Así me coges de la mano y me dejas en paz de una puta vez —dije.

Me sonrió y nada más levantarse, entrelazó sus dedos con los míos.

Caminamos un tiempecito en silencio. No era especialmente incómodo, por los muchos años que llevábamos compartiendo los silencios en paz, aunque pude ver que él realmente estaba disfrutando. No sabía muy bien de qué, si realmente de mi compañía o del hecho que probablemente su foto ya estaría siendo de nuevo viral en internet.

Me apretó la mano y cuando alcé la mirada, estaba mirándome con una sonrisa algo preocupada.

—Jane, ¿estás bien?

—Deja de preguntarme eso, ¿de acuerdo?

—Vamos, veo que tienes mala cara. No quiero que te pongas peor.

Comencé a protestar y a decirle que si realmente se preocupaba por mí debería dejarme ir a casa y acabar con aquello que tan incómoda me ponía, pero antes de que pudiese acabar la frase, paramos en un puesto de café en mitad de la calle y me tendió una taza de cartón.

Con un suspiro, le miré con reproche. Me devolvía la mirada con una sonrisa y las cejas alzadas, casi obligándome a cogerla. Puse los ojos en blanco y estiré los brazos.

—Gracias —dije antes de soplarle al plástico.

Era mi café favorito. Se me había olvidado que él sabía exactamente qué es lo que me gustaba. Cómo sacarme una sonrisa.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Él todavía me miraba con una sonrisa. Por alguna razón, casi simultáneamente, él como acto reflejo pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia su pecho para abrazarme, y a mí se me estaba escapando una pequeña sonrisa. Por unos escasísimos segundos casi se me olvidó qué es lo que estaba haciendo conmigo y por qué. Simplemente me vi inhalando su olor corporal como había hecho durante los años.

Supe cuando me aparté de su abrazo que tendría intenciones de besarme. Tal vez tampoco para las cámaras ni para nadie más. Él también sabía que si me besaba el juego se acabaría instantáneamente. Aún así, hizo el gesto del que tan acostumbrado estaba en hacer. Me entraron ganas de llorar, aparté la cabeza rápidamente, y él hizo lo mismo, casi igual de avergonzado de lo que estaba yo.

Hubiese sido una de las situaciones más violentas que haya vivido en lo que llevaba de semana si no hubiese sido porque, a lo lejos en esa misma calle, pude distinguir la silueta de Jess acercándose a donde estábamos nosotros.

El paso que di hacia atrás casi fue kilométrico. Él se humedeció los labios todavía con la mirada confusa clavada en el suelo mientras me preparaba para que llegase Jess a sacarme del apuro.

Por culpa de la gente no podía ver con mucha claridad, pero hablaba con alguien animadamente con una sonrisa de oreja a oreja, riéndose varias veces. Con las mano entrelazadas.

La chica alzó la mirada hacia el frente y al verme, su sonrisa se volvió nerviosa, y se soltó la mano para ponerse un mechón de pelo detrás de la oreja. La chica que caminaba al lado suya también puso los ojos en mí y luego de nuevo en ella. Su sonrisa no pareció desaparecer.

—¡Jane! —dijo Jess al acercarse del todo a mí.

Me dio un beso y me cogió de la mano.

—Hola —respondí con una sonrisa.

No dudó ni un segundo en llamar la atención de su acompañante, que se acercó algo más con una sonrisa tímida.

—Esta es Lena. Viene conmigo al conservatorio.

La chica era menuda, tan delgada que casi podía verle los huesos de la cara, aunque extrañamente de una forma atractiva. El pelo castaño liso le caía por la chupa de cuero negra hasta la altura del obligo, estropeado y algo enmarañado, aunque era guapísima. Sus ojos azules eran enormes, enmarcados por completo con unas pestañas negras y largas, los labios gorditos y pequeños, redondos y rojos. Aunque llenos de herida; estaba constantemente mordiéndolos como un tic nervioso.

—Soy Jane —le dije acercándome para besarle la mejilla.

—Lo sé. Tú eres la amiga de Harry Styles —respondió con voz suave y melodiosa.

Casi pude escuchar a Dan al lado mía resoplar con las manos en los bolsillos.

Solté una carcajada roja como un tomate.

—Le he dicho que te dijera eso —comentó Jess mirándola con ojos brillantes.

—Qué graciosa eres.

Las tres nos reímos y Jess señaló a Dan con los ojos, lanzándome cincuenta preguntas con las pestañas, poniendo los brazos sobre su pecho.

—Ah. Este es el hijo de puta de mi ex.

—Encantado —dijo él con una sonrisa, sin hacer amago de saludar a ninguna de las dos de ninguna forma.

Lena me miraba con terror. La tranquilicé con una carcajada.

—No te preocupes. Lo digo en serio.

Las dos se rieron de nuevo, aunque esa vez no me preocupé por ver la reacción de Dan.

—¿Estás mejor? —preguntó Jess tocándome el codo cariñosa.

—Algo. Se me pasará, supongo.

Ella me sonrió con ternura y me acarició la cara.

—Mañana quedamos, ¿de acuerdo? Voy a llevarla a casa. Descansa, eh.

Las dos me sonrieron antes de marcharse por la calle abajo. Yo continué caminando hacia el lado contrario y Dan me siguió.

—Esa es la que estaba contigo en la fiesta, ¿no?

Me puse algo nerviosa, y traté de caminar más rápido que él dando un trago al café que me había invitado.

—¿Qué fiesta?

Realmente no necesitaba que él se enterase de lo de Ethan, de ninguna de las maneras. Si fuese yo la que pagaría las consecuencias me daría exactamente lo mismo, pero sabía que si se enteraba, Ethan iba a acabar de muy malas maneras. Dan tendía a ser muy violento físicamente, como has podido comprobar.

Antes de que pudiese contestar, me di cuenta que a la fiesta de la piscina Jess no pudo ir porque tenía otros compromisos, por lo que pude respirar un poco. Tampoco es que hubiese estado cerca de descubrirlo, pero lo mejor era hablar de esa fiesta lo que menos. Era muy mala mentirosa, y Dan siempre era capaz de pillármelas.

Imagínate como acababa yo si me pillaba mintiéndole.

—En el cumpleaños de Ellen.

Imagínate el miedo que tenía por que descubriera que me había acostado con Ethan, que había conseguido ignorar que en aquella fiesta Dan estuvo a punto de violarme. Ese tipo de poder tenía sobre mí.

—Sí.

—Es mona.

—Te atreves siquiera dirigirle la palabra y vamos a tener un problema, ¿está claro? —le dije sin siquiera mirarle, continuando mi camino hacia delante esquivando a las personas que venían en dirección contraria—. Quiero ir a casa.

Asintió. No volvió a cogerme de la mano en todo el trayecto.

Quiero dejar una cosa clara.

En ningún momento Dan me puso una mano encima para hacerme daño. Siempre que se enfadaba, pegaba puñetazos a paredes, armarios, puertas y columnas para evitar pegarme a mí. Los moretones que tenía eran tan sólo cuando no podía controlar su fuerza en la cama. Pero eso era todo. Físicamente, Dan no me hizo daño ni una sola vez, queriendo al menos. Tan sólo me demostraba que si quería, podía hacerme mucho daño. Manipulaba sus palabras, daba la vuelta a las situaciones, me aisló durante casi un año de mis amistades hasta casi perder el contacto con ellos para siempre. Me amenazaba, me gritaba y me chantajeaba con cosas incluso peores de lo que estaba sucediendo. El maltrato no siempre es físico. Yo pasé dos años enteros teniendo que andar con cuidado alrededor suya para no acabar en una discusión en la que levantaba el puño y se rompía los nudillos contra cualquier superficie dura que encontraba. Y después me hacía pedir perdón. Yo tan sólo tenía catorce años, lo hacía por miedo. Con el tiempo era cuando me daba cuenta de estas cosas, por mucho que pensara que aquello pasaba sólo en rara vez y en muy pocas ocasiones. Pero cuando ocurrían, corría a mi habitación a llorar la noche entera por no llorar en frente suya. Del miedo. Los celos eran lo peor; lo muchísimo que me obligó a separarme de Ethan los primeros meses hasta que conseguí hacerle entender, la de amistades que había roto con otros chicos de mi edad a lo largo de los años por su culpa eran casi incontables, ya que siempre me había llevado mejor con los chicos que con las chicas. Lo hacía por él. Y aún así, era él quien acababa engañándome con otras chicas siempre que encontraba ocasión. Pero yo le perdonaba, y me manipulaba de tal forma que hacía pensar que era por mi culpa. A pesar de todas esas mierdas, seguía pensando que lo hacía porque me quería. Cada vez que estábamos juntos, me lo repetía una y otra vez. Susurrando. En voz alta. Daba lo mismo. Te quiero mucho. Vamos a estar juntos para siempre. Lo hago porque te quiero. Me preocupo por ti. Él sólo se está interponiendo en nuestra relación. Quiero que seas feliz.

Huye. Huye, huye.

No te quiere. No quiere que seas feliz. No se preocupa por ti.

Te quiere para él. Para nadie más; sólo para él. Sólo para él. Si no eres suya, no serás de nadie.

Yo lo he tenido que averiguar de la forma más dura y dolorosa. Te juro que yo lo quería con todo mi corazón. Es duro. Te va a doler. Vas a tener que tener cuidado. Va a ser violento. Vas a tener que luchar.

Pero huye.

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