Cinco

Llevaba más de media hora despierta, mirando el techo plagado de portadas de vinilos de distintos grupos de música. Ethan estaba tumbado en el suelo con su sudadera de almohada, roncando como siempre, y mojando la camiseta con su saliva. En otras situaciones me hubiese hecho gracia; ese día no.

Lo único que había sacado en positivo de la noche anterior era que no me quedaba ni una sola gota de alcohol en el cuerpo. Sí un potente dolor de cabeza, aunque de aquello no podía culpar al alcohol por mucho que yo quisiera.

Estaba de mal humor, no sólo porque la noche anterior había descubierto que había estado en una relación abusiva durante dos años de mi vida, sino también porque estaba de nuevo como hacía un mes atrás. O incluso peor, ahora que sabía con seguridad que nunca me había querido.

Era agotador.

Todas y cada una de las células de mi cuerpo me pedían a chillos que espabilase de una puñetera vez, que dejase de actuar como una estúpida.

Di otra vuelta en la cama cuando me di cuenta de que ahí sólo perdía el tiempo, y que estando tirada en la cama no iba a conseguir nada. No iba a tirar otro mes de mi vida a la basura.

Me levanté de un brinco de la cama y busqué mis pantalones por la habitación. Me había quedado tantas veces ya a dormir en casa de Ethan que ya no me importaba ir en bragas —siempre que su padre no estuviera en casa.

Los encontré tirados encima de otro montón de ropa, no sé si limpia o sucia, amontonados encima de su escritorio. La pequeña habitación de por sí ya estaba cargada por culpa de los numerosos pósters que cubrían las paredes y los muebles, pero el desorden era el culpable de que te diera la sensación de que estabas respirando aire cargado. Personalmente, su habitación era un sitio que me encantaba, excluyendo las marcas de arañazos y puñetazos en las paredes de madera hueca.

Al ver que mi amigo no daba señales de vida, me fui cerrando la puerta detrás mío.

Nada más salir a la calle, llamé a Ellen.

—¿Jane? —preguntó con modorra en la voz.

Miré el reloj.

—¿Ellen? ¿Te he despertado? —eran ya las dos de la tarde.

Escuché sus murmullos seguidos de un suspiro profundo.

—Tía, me quedé hablando con Ethan y con Jess hasta mega tarde.

Me llevé la mano a la frente. Con tanto alboroto había olvidado a mi vecina por completo.

—Hostia, Jess…

—Ethan nos acompañó a las dos a casa sobre las dos o así de la madrugada…

—Uf, lo siento…

—¿Estás bien?

—Bien —respondí rápido, evadiendo la pregunta como pude—, oye, ¿sigue en pie lo del Factor X?

Ellen se quejó con un aullido que acabó en un resoplido.

—¿Y no puedes esperar hasta septiembre? Seguro que la espera se te hace corta…

Hice una mueca.

—Por favor, si es sólo una pequeña media hora, para hacerme una idea…

—¡Pero si lo acabas viendo igualmente!

—Por favooor.

Un suspiro salió de la boca de mi amiga una vez más e hizo una larga pausa.

—¿A qué hora es?
Celebré victoriosa con el brazo. Cada año teníamos la misma conversación, y cada año ganaba yo.

—A las siete.

—Ugh, está bien, estaré ahí a las seis y media.

Ese tipo de cosas me encantaban de mi mejor amiga. Sólo hacía las cosas grandes si se lo permitías. Posiblemente, si hubiese querido llorar durante otros cuarenta días, ella hubiese estado ahí día y noche. Pero si lo dejaba en un simple “estoy bien” no entraba más en el tema, ni me trataba de forma especial si no se lo pedía. Tenía demasiadas cosas que agradecerle.

Llegué a casa y puse mi móvil a cargar.

Mi plan era darme un baño de tres horas y salir del agua tan sumamente arrugada, que mi cuerpo tuviera algo físicamente que arreglar, mientras mi mente expulsaba todos y cada uno de los recuerdos nuevamente mancillados por mi deducción lenta.

Agarré el altavoz y me puse la música tan alta que no se oía el agua caer en la bañera.

Me peiné el pelo y me desmaquillé con mucho cuidado, no quería que quedara absolutamente nada. Me lo estaba tomando como un autentico ritual de desintoxicación. Me miré bien en el espejo. Peinado y seco, mi pelo rubio me llegaba hasta por debajo del ombligo. Siempre me había encantado mi pelo. Pero en ese momento, no era posible que lo odiara más.

Sin pensármelo dos veces, agarré unas tijeras y corté por lo sano. Corté y corté. Hasta por encima de los hombros. Antes de ver el resultado, me sumergí en el agua, aguantando toda la respiración que podía. Afeité todos y cada uno de los pelos de mi cuerpo: no quería nada, nada, que él podría haber tocado, y después de eso, decidí que no me depilaría nunca más.

Sabía que todavía era una niña pequeña, que la vida me quedaba grande. Pero realmente sentía que mi pecho se hacía más grande con cada canción que cantaba con cada vez más fuerza. Tal vez fuera psicológico, pero me sentía mejor con cada minuto, como cuando las arañas reparan el vestido de novia en la película de Tim Burton, colgadas de un hilo y cantando una canción alegre; como por arte de magia. Solo que aquí no había ni arañas, ni magia. Aquí sólo estaba yo y mi mente, que cada vez era más optimista; ella era todas las arañas juntas.

Cuando por fin salí del agua, mi reloj marcaba las cinco y media de la tarde, más de dos horas.

Y no estaba para nada arrugada. Supuse que mi cuerpo no necesitaba ya la terapia para sanarse.

Me puse mi pijama más cómodo y bajé al salón a esperar a Ellen mientras leía un libro.

Aunque, nada más apoyar el móvil en mi regazo, vibró entre mis piernas.

Tenía 5 mensajes sin leer;


11:21 +64…..: Hola cielo, soy Jess.
11:21 +64…..: Me lo pasé genial ayer, a pesar de lo que pasó…
11:23 +64…..: El número me lo ha pasado Ellen, no pienses nada raro jajaja

17:01 🐠 Ethan 🐠: ¿Todo bien?

17:28 Harry Estiloso: Hola J ☺️


Guardé el número de Jess en la agenda mientras sonreía. Abrí de nuevo la conversación con Harry, sin decidir todavía qué contestar a Ethan.


Yo: J? Jajajaja

Harry Estiloso: me ha salido del alma perdóname

Yo: jajajajaj
Yo: no te ralles, peores cosas me han puesto por aquí 🙄😂

Harry Estiloso: Ah, sí? 😏

Yo: estúpido jajaja

Harry: Qué tal todo?
Harry: Qué tal la fiesta?

Yo: bien, bien, lo normal.


Respondí, de nuevo, rápido. La verdad era que en esas semanas que llevábamos hablando habíamos cogido bastante confianza el uno con el otro. Aunque aquello no quería decir que estaba cómoda contándole cosas con todo lujo de detalles, y seguían habiendo cosas que prefería no compartir con él todavía. Tampoco quería que aquel fuera nuestro tema de conversación, así que tenía que distraerle con algo que no involucrara la fiesta. Sabía que él no tenía ningún problema en que volviese a hablarle de Dan una vez más, aunque me sentía demasiado avergonzada para compartir aquello con él. Después de todo, había dejado de ser un desconocido para mí hacía algún tiempo atrás.

Suspiré.

Yo: estoy nerviosa en realidad 😅

Harry: Y eso??

Yo: hoy es la preview del factor x
Yo: no sabias?? jajaja


Tardó unos segundos más de lo normal en contestar.


Harry: En serio?
Harry: Te gustan esas cosas?
Harry: Y estas nerviosa por eso???
Harry: Jajajaja qué pringada eres 😂😘


Yo: y con mucho orgullo ademas
Yo: es un ratito muy corto.. en realidad no empieza hasta septiembre


Harry: … nunca he sabido como funcionan esas cosas 😂
Harry: Es un mundo distinto.


Me reí en alto sin darme cuenta. Mi hermana se había sentado al lado mía, y me miraba con extrañeza. No porque me estuviera riendo, sino porque en todo el rato en el que había estado sentada no había tocado el libro ni una sola vez. O tal vez fuera porque acababa de cortar una quinta parte de mi super melena rubia de la cabeza, la cual había sido mi seña de identidad durante años.

La ignoré como pude.


Yo: a ver, no es tan difícil.
Yo: siempre después de que terminen las audiciones y va a empezar la semana del boot camp, hacen un pequeño recopilatorio
Yo: y luego hablan los jueces de este año y revelan los jueces invitados y las categorías y todo eso…
Yo: realmente no entiendo por qué a la gente normal no le gusta 😂


Harry: Fíjate 😂😂
Harry: Lo siento Jane, es que no me interesa nada 😂


Yo: 😒
Yo: fine
Yo: oye, al final cuando venías?
Yo: que cuando me llamaste no te hice ni caso

Harry: No pasa nada
Harry: Yo también hubiese pasado de ti si hubiese estado en una fiesta…

Yo: 😒
Harry: Voy el viernes de la semana que viene, que tengo el pasaporte caducado 😂


Yo: bff, yo llevo con el pasaporte caducado desde que tengo 13
Yo: y tienes que venir hasta londres a renovarlo?
Yo: ya me jodería jajajaja


Harry: A ver, sólo por el pasaporte no
Harry: Tengo que hacer más papeleo de persona adulta
Harry: Que me voy de viaje y tengo muchas cosas que hacer


Yo: ah entonces si es para irte de viaje te jodes


Harry: Estás graciosilla hoy eeh
Harry: Estás bien??
Harry: 😂


Yo: ya te he dicho que estoy nerviosa
Yo: entonces qué día te viene bien para quedar?
Yo: o no vas a estar mucho tiempo?
Yo: es para presentarte a Ellen


Harry: Ya ya, seguro que es por Ellen, y no por las muchas ganas que tienes de verme 😉


Yo: jajajaja
Yo: también


Harry: 🎉
Harry: Pues podemos ir a tomar algo el viernes por la noche cuando termine
Harry: Vives muy lejos del centro?

Yo: Stratford
Yo: pero en metro todo está cerca, así que sí


Harry: Vengo solo con Yina, mi madre me ha dejado solo…


Automáticamente puse los ojos en blanco. Lo analicé más tarde, y realmente no encontraba un motivo en concreto por el que Yina me cayera tan mal. Sólo lo hacía.


Yo: pensaba que necesitabas un adulto para hacer lo del pasaporte


Harry: Es que Yina ya tiene los 18, por eso la he traído a ella, que mi madre no podía


Yo: vale, pues cuando termines me mandas un msj y quedamos
Yo: donde duermes?


Harry: El hermano de Yina vivía en un pequeño piso en el centro cuando estudiaba y todavía tienen la llave así que nos quedaremos los dos ahí


El timbre de la puerta hizo que el móvil saliera despedido por el aire del susto mientras tecleaba una respuesta para el chico. Emma lanzó una carcajada al aire. Le miré extrañada mientras pasaba por su lado para abrir la puerta y me aseguré de la hora. Las seis y media.

Abrí la puerta y Ellen gritó.

—¡¿Qué te has hecho en el pelo, desgraciada?!

Me agarró de las puntas y comenzó a acariciarlas mientras emitía gemidos de tristeza.

Me encogí de hombros.

—Lo odiaba.

Me miró como si acabara de matar a su gatito de un pisotón.

—Anda, cállate ya y déjame pasar. Que me vas a matar del disgusto.

Me apartó con su hombro y entró a mi casa como si fuera la suya. Sonreí y aguantándome la risa la seguí hasta el salón.

Pasó por al lado de mi hermana y con un gesto sutil y rápido, le arrebató el mando de la televisión de entre las manos.

—¡Eh! —se quejó ella.

Se sentó en el sofá y cambió de canal, donde iban a echar mi programa favorito.

—Vamos a ver media hora la tele, que Jane quiere ver una cosa. Siendo su hermana no entiendo cómo no tienes algunas fechas señaladas en rojo en tu calendario, pero bueno.

Nos miró con una ceja en la estratosfera y, con un resoplido de menosprecio, se levantó del sofá y subió a su habitación. Ellen se descojonó en su sitio.

—Me encanta.

En esos momentos sí que estaba poniéndome nerviosa. Quedaba tan sólo unos minutos y sólo habían puesto anuncios y más anuncios. La verdad era que pocas cosas de la vida cotidiana conseguían inquietarme tanto como lo hacía ese maldito programa, realmente tenía una obsesión insana con el Factor X y todo lo que tuviese que ver con él; desde los jueces hasta los concursantes de cada año, aunque desde luego que mi favorito era Dermot, el presentador del programa. Probablemente si no fuera por él, el programa no me gustaría ni la mitad de lo que me gustaba.

—Pf, no ha hecho ni empezar y ya me aburre, ¿tienes algo para comer? —se levantó del sofá y a mí me entró pánico.

—¡Ellen! Yo voy a por tu comida si quieres, cuando haya anuncios.

Me miró perpleja.

—Pero si ya está en anuncios, tía —señaló la tele.

Me quedé callada.

—Vale, pero corre, hazme el favor.

Aunque ya era demasiado tarde, nada más su figura desapareció en la oscuridad del pasillo, la icónica introducción sonaba en los altos altavoces que había instalado mi padre a petición mía durante años y años. Como acto reflejo, yo ya estaba tarareando las notas principales.

—¡Ellen! —chillé.

—¡Pesada!

Mis ojos no se separaban de la pantalla, numerosas caras se pasearon por ella en filtros azules y rojos, y la voz del presentador rebotó en las paredes de mi salón.

Ellen se sentó a mi lado con un vaso de leche y unas galletas.

—A ver, qué me he perdido —dijo con poco entusiasmo.

—No hay ningún cambio de jueces este año, aunque no va a estar Dannii en las audiciones porque está embarazada.

—Vaya por dios.

—Pero quería confirmar que vuelve a estar Cheryl Cole así que me da un poco igual.

Mi parte favorita era cuando desvelaban las distintas categorías que iban a haber, y cuando decían una lista corta de nombres en los que nos teníamos que fijar en las audiciones, cosa que podía ser positivo, pero también negativo. La gente se lo tomaba a broma, aunque yo trataba de memorizar los nombres para luego poder juzgarlos a mi manera.

¿Estaba entrenándome para ser juez del programa? Qué va.

Ellen estaba enredando con mi móvil.

—Oye, el Harry este te está diciendo que le tienes que invitar a un... no se qué, ¿qué pone ahí?

Le quité el móvil de un movimiento.

—Kalimotxo.

Se incorporó en el sofá.

—¿Te sigues hablando con él? A ver —dijo quitándome el móvil de nuevo con la conversación con él abierta de par en par.

—Viene el viernes que viene, le he dicho para quedar. ¿Vienes?

—Uy, me encantaría, ¿tengo que llevar corbata?

Suspiré y decidí que discutiría con ella cuando terminara el programa. Y cuando me quise centrar de nuevo, ya estaban por la mitad de la lista.

—…wem, Mariah Pattinson,…

—Oye te tira los tejos muy bastamente, eh.

—¡¡Shhht!!

—…rry Styles, Cher Lloyd,…

—Espera.

—A mí no me hables así, eh —dijo molesta por haberla hecho callar.

—¿Ha dicho Harry Styles?

—¿Qué?

Las notas finales sonaron de nuevo en mis altavoces y yo volví a tararearlas, pero estaba cabreada.

—¡ELLEN!

Grité tan alto que no se atrevió ni a replicarme. Me devolvió el móvil.

Con rapidez y casi temblando de la emoción, agarré el portátil de la familia de debajo del sofá y tecleé con la mayor rapidez del mundo la página oficial para ponerme de nuevo el programa, ahora con un sólo objetivo en mente.

¿Cómo era posible?

Vi la intro y ya sabía que no era una maldita casualidad, ni algo que me había imaginado, o un reflejo de algo que podría haberme inventado, un nombre que había oído mal.

Harry maldito Styles, salía en la maldita introducción de mi maldito programa favorito.

—¡Sale en la puta intro, el cabrón!

—¿Pero qué dices? Jane, ponme al día, por favor.

Respiré hondo. Pausé el video justo donde salía él, con el micro en la mano, riéndose de mí.

—Ese chico es Harry Styles, el chico que me tira los tejos muy bastamente —giré la pantalla del ordenador para que lo viera.

Me miró escéptica y vaciló su mirada entre la pantalla y yo. Segundos más tarde, tenía que secarse las lágrimas de lo mucho que se estaba riendo.

No me creía, qué sorpresa.

—Tía, viniste conmigo a devolverle el teléfono. Es él.

Miró la pantalla de nuevo con una mueca en la cara, con una carcajada colgando de sus labios.

—Ese no es él, no era tan guapo.

Alcé una ceja.

—Demuéstramelo —dijo ya más seria.

Sin pensármelo más, agarré el teléfono y le di al verde. No fue hasta que empecé a oír el tono de llamada cuando me puse todavía más nerviosa.

Lo primero que escuché al otro lado de la línea, fue un suspiro. Lo que lo confirmó por completo.

—Sabía que me ibas a llamar… —dijo, aunque escuché cómo estaba sonriendo.

—¡Harry Styles! ¡En la maldita puta lista!

—¿Salgo en la lista?

—¿Cómo no me lo has contado?

Hizo algunos sonidos, buscando la respuesta adecuada.

—A ver, no sabía que te gustaba tanto, te lo iba a contar el viernes… pero ya que lo ibas a ver, me parecía más divertido.

—Eres un cabrón, que lo sepas.

Se rió de nuevo, y con cada risa que oía, más nerviosa me ponía.

—Es que es muy divertido.

—Entenderás que ahora me tienes que contar a ver si pasas al Boot Camp o no, ¿verdad?

Volvió a soltar una carcajada y casi me derrito en mi silla sin querer.

Seguía extrañándome lo muchísimo que conectaba con él desde el principio, de una forma extraña y novedosa. Tal vez era porque hacía mucho que nadie me lanzaba los tejos, o tal vez porque nadie lo hubiese hecho nunca. Era agradable. No me importaba que un chico como él lo hiciera.

—¿Sabes que nos hacen firmar contratos?

—¿En serio?

—No —dijo soltando pequeñas risitas.

—Capullo. Entonces me lo puedes contar.

—En teoría no puedo contarte nada… pero vas a tener que esperar hasta el viernes, que quería comentarte unas cosillas. ¿Sigue en pie?

Esta vez me reí yo. Ellen ya me miraba con mala cara.

—¿Pensabas que te ibas a librar del tortazo que te voy a dar? No lo creo —sonreí.

Se rió nuevamente.

—Está bien, me lo merezco. Nos vemos entonces.

Colgué el teléfono y Ellen se reincorporó para mirarme a la cara.

—Qué bizarro todo.

Me apoyé en el respaldo con mi hombro y le miré con reproche.

—Y tú riéndote de él por cantarme.

Resopló.

—El hecho de que vaya a un concurso de talentos lo hace todavía más gracioso.


📷🥀🍻


Ellen, como siempre hacía, estaba exagerando las cosas. Ya era la segunda capa de pintalabios que se aplicaba sobre la boca delante del espejo, después de ahuecarse el pelo corto numerosas veces. Siempre había pensado que mi amiga tenía el pelo cortísimo, aunque en esos momentos lo tenía más o menos igual de largo que el mío.

Yo la esperaba paciente tumbada encima de la cama, preparada y lista para salir.

—Dios mío, Ellen, no vamos a ir a ver a la reina.

—Tía, no todo el mundo tiene la suerte de ponerse un pantalón vaquero y una camiseta sin más y verse fabulosa —dijo, apartando la mirada del espejo y mirándome como si tuviera la culpa de todos los males del mundo.

Me incorporé y alcé una ceja.

—Eso es mentira. Lo único que hago es quitarle importancia.

Se rió.

—Ya, tú lo único que quieres hacer es demostrarme que no te importa que vayamos a ver a Harry. Pero sé leer mentes, pequeña —dijo volviéndose una vez más al espejo para limpiarse los restos del rímel.

Me dejé caer de nuevo encima de la cama sin responder, analizando lo que mi mejor amiga me había confesado.

Sí que era verdad que sólo llevaba unos vaqueros apretados y una camiseta grande de Guns n Roses, y tal vez sí que fuera cierto que aparentaba no estar perdiendo los nervios por ver al chico con el que había compartido tantas historias por teléfono. Y que tal vez tonteaba ligeramente conmigo. Y que tal vez no me importara que lo hiciera. Pero sí era verdad, por mucho que no lo quisiese admitir, hacía bastante que no me esforzaba tanto por verme bonita. Aunque fuera sutilmente.

—Bueno, creo que ya estoy.

En cambio, Ellen llevaba una falda de tubo y una camiseta de lentejuelas doradas, con la excusa que íbamos a salir esa noche, se había maquillado a tal extremo que hasta parecía que iba natural. Obviamente, estaba guapísima, ya que tenía un arte excepcional con el maquillaje. Siempre me había dado envidia, ya que yo no era capaz ni de pintarme la boca sin parecer una niña de cinco que le había robado el carmín a su madre, por mucho que lo hiciera igualmente.

Nos dirigimos a la estación de metro que nos llevaría al apartamento en el que estaban Harry e Yina y así ir juntos al centro, para que a Ellen y a mi por fin nos sirviera de algo los conocimientos que teníamos tras las decenas de bares que nos habíamos recorrido a lo largo de los años.

Fue Yina la que nos abrió la puerta con una sonrisa falsa hasta las orejas, con su pelo alisado y largo ondeándole en las caderas.

Eso me hizo recordar que tenía el pelo corto una vez más. Un poquito de mi confianza se fue por la puerta mientras trataba de evitarlo.

—¡Jane!—dijo y me dio un seco abrazo, pasando un único brazo alrededor de mi cuello.

—Hola, Yina —dije sonriéndole de vuelta—, esta es Ellen.

Ellen, en cambio, llevaba una sonrisa bien bonita en la cara, emocionada como estaba.

—¡Hola! —dijo enérgica, y le dio un beso en la mejilla a la morena.

Nos hizo pasar por un estrecho pasillo y nos condujo hasta una pequeña salita de estar con tres sofás contados.

—Harry está en la ducha, pero os puedo sacar unas cervezas si queréis —dijo todavía sonriendo.

La verdad era que la chica lo estaba intentando, aunque se notaba con creces que mi presencia aquí la incomodaba. De todas formas asentí devolviéndole la sonrisa una vez más.

Ellen le dijo un “sí, por favor” sin dejar de sonreír y se alisó la falda mientras se sentaba en uno de los sofás individuales.

—¿Necesitas ayuda? —le ofrecí cuando se dio la vuelta para ir a la cocina.

—Oh, no te preocupes, puedo con tres cervezas —dijo sarcástica, pero riéndose.

Asentí y se fue del espacio.

—Wow, qué chiquita la casa.

Puse los ojos en blanco.

—Sabes que no es famoso, ¿verdad? —dije irónica.

Ella chasqueó la lengua y me miró con las cejas alzadas.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Jane —escuché la voz detrás mía, grave y entusiasta a la vez.

Me di la vuelta y Harry me miraba con los ojos brillantes desde el marco de la puerta.

—Hola —dije y me acerqué para abrazarle.

Cuando me separé de él, le di un pequeño puñetazo en el hombro.

—¡Auch! —profirió entre risas, sujetándose el brazo.

Me reí yo también y le señalé con el dedo.

—Te la debía.

Se encogió de hombros.

—Supongo que es justo.

Ellen se levantó del sillón y se acercó a donde estábamos.

—Soy Ellen —dijo amable, extendiéndole la mano.

Harry la sujetó y la acercó a él para darle un beso en la mejilla.

—La famosa Ellen —le dio un repaso con la mirada.

Me puse un poco nerviosa al verle posar sus ojos en mí sin ser sutil, y tuve que recordarme que hoy, aunque no quisiera reconocerlo en voz alta, me había esforzado por estar guapa. Mi camiseta negra, que se metía en mis pantalones, me quedaba dos tallas más grande y tenía los ojos pintados de negro. En cambio Ellen llevaba sandalias de tacón y el pelo sutilmente rizado. No era lo normal que Ellen se pusiera tan pija, sólo lo hacía cuando se salía de fiesta por los bares de alta estigma en Londres. Yo casi siempre llevaba mis botas de plataforma, por mucho que fuera sólo a estar por casa.

Yina entró al salón con tres latas de cerveza en las manos y se sorprendió al ver al moreno de pie a mi lado.

—Ah, Harry, ¿quieres que te traiga otra?

Asintió con la cabeza y se sentó en el sofá doble, me hizo un gesto con la cabeza para que me sentara a su lado.

Era bastante pequeño el sofá verde, pero no me importó mucho, y apoyé mi espalda en el respaldo.

Ellen ya tenía la lata entre las manos, haciendo lo posible por intentar abrirla con sus uñas largas. Con una mirada suplicante, me la tendió y con un mini suspiro, se la abrí por ella.

Harry se rió divertido.

—Cuéntame, Ellen, ¿qué te ha contado de mí?

Mi amiga dio un sorbo y se rió.

—Hombre, pues no mucho, después de meses lloriqueando me ha tenido en ascuas, la verdad.

El chico alzó las cejas y yo puse los ojos en blanco.

—Exagerada —le dije.

Yina deslizó el pequeño sillón blanco para ponerlo enfrente nuestra y no sentirse excluida por nuestro pequeño grupillo.

Bebí de mi lata un largo trago y me hundí un poco entre el terciopelo.

Realmente no quería que hablaran de aquello.

—Oye, ¿qué piensas del corte de pelo? —inquirió Ellen con tono de reproche.

Sonreí.

—A mi me gusta —dije en mi defensa.

—Casi la mato cuando la vi.

Yina se rió.

—La verdad es que estás mejor así —añadió ella, levantándose para abrir una ventana.

Harry se quedó callado mientras me miraba el pelo como si tuviera que hacer un informe, para después encogerse de hombros y dirigirle la mirada a Ellen.

—Yo creo que está muy guapa —dijo con naturalidad.

Me coloré enseguida. Yina me miraba divertida y puso música desde un pequeño altavoz que yacía en la mesa blanca que nos separaba.

—El pelo largo es un estorbo —dijo Yina, y estaba contenta de que había algo en lo que coincidíamos.

Aunque no lo iba a decir en voz alta. 

📷🥀🍻

Después de unas cuantas cervezas y ninguna gana de salir de aquel piso por muy tarde que fuera, mi pierna estaba encima de la de Harry y Ellen ya había fumado dos cigarrillos enteros.

—Hagamos una cosa, ya que no nos conocemos bien entre nosotros, juguemos al Yo Nunca.

Puse mis ojos en blanco.

Ya sé que no hay nada más cliché para una historia que un grupo de amigos jugando al Yo Nunca, pero te juro que esto pasó.

Resoplé.

—Ugh, está bien.

No me gustaba demasiado el juego, ya que yo tenía que beber casi siempre.

Mi cabeza ya empezaba a dar vueltas y comenzaba a pasármelo bien. No me hacía falta más alcohol, aunque tampoco repliqué nada. Yina separó la mirada de su teléfono móvil en cuanto Ellen mencionó el juego, cosa que agradecí, ya que no había levantado su puntiaguda nariz de la pantalla en todo lo que llevábamos de noche.

—Yo tengo una —dijo, y miró con complicidad a su amigo dando un trago a su cerveza.

Harry echó atrás la cabeza.

—No trates de emborracharme —le advirtió divertido.

Ella le devolvió la mirada pero no respondió, en cambio, se aclaró la garganta y prosiguió para hacer la pregunta:

—Yo nunca he besado a alguien de mi mismo sexo.

Traté de resoplar pero mi cuerpo decidió reírse en su lugar, y las carcajadas de Ellen se unieron a las mías. Harry le miraba y trató de evitar la risa, pero tampoco le salió muy bien la jugada, ya que todavía sonreía cuando se llevó la lata a los labios.

—Es divertido —dijo en su defensa.

—Ya te digo que es divertido —le respondí.

Me levanté del sofá y Ellen y yo brindamos con nuestras latas y bebimos al mismo tiempo.

—¿Os habéis liado? —dijo Yina tratando de evitar que no se notara lo molesta que estaba por que su jugada no había salido como esperaba.

Ellen se encogió de hombros dejándose caer en el sofá blanco.

—Nos estamos liando todo el tiempo.

Volví a colocar mi pierna en el regazo de Harry.

Ellen terminó de reírse y antes de añadir su aportación al juego, me lanzó una mirada de advertencia, y al instante sabía que iba a ir a por mí.

—Yo nunca he tenido sexo en la calle.

Puse los ojos en blanco resoplando y apartando la mirada.

—Me queréis matar —dije bajito, y bebí un pequeño trago de mi lata.

Harry soltó una carcajada y Yina encajó una ceja. Ellen rió satisfecha y dio un pequeño sorbo ella también.

—Oye, Yina, ¿tienes algo que no sea cerveza? —dije, dejando la lata vacía en la mesa.

Ella se terminó la suya también y me miró.

—Tengo vino, si queréis.

—¡Sí, por favor! —gritó Ellen contenta—, cuando salgamos de aquí os invitamos a las copas nosotras, que estamos gorroneando mucho ya.

—¡Kalichocho! —me dijo Harry mirándome, emocionado por acordarse de la palabra.

Ellen y yo nos comenzamos a reír demasiado alto, yo tuve que secarme las lágrimas tras reírme durante más de un minuto seguido, afectada por los efectos del alcohol y por lo que el moreno acababa de decir.

—Es Kalimotxo —le corregí entre carcajadas.

Él se encogió de hombros, sin ver a diferencia entre las dos palabras.

—Lo que sea —dijo riéndose el también—, me debes uno.

Traté de explicarle la diferencia y por qué la primera palabra me había causado tanta gracia, aunque lo vi en vano y di la causa por perdida.

Mientras tanto, Yina ya había vuelto con la botella y cuatro vasos en las manos.

—En fin, ¿seguimos? —dijo Ellen agarrando el vaso con el líquido rojo.

—Sí, me toca —dijo Harry frotándose las manos—, veamos. Yo nunca… me he tirado un pedo vaginal… en pleno acto sexual —y sonrió satisfecho.

Ellen soltó una carcajada al ver la cara de circunstancias de Yina, que miraba al chico con ojos retantes.

—¡Me encanta! —dijo Ellen.

Yina apartó la mirada y bebió de su vaso.

—Mata un perro una vez y te llaman mataperros toda tu vida —dijo en su defensa.

Yo también bebí de mi vaso intentando que nadie me viera, aunque Ellen ya me estaba señalando con el dedo.

—¡Jane!

—¡Es muy difícil de controlar y pasa todo el tiempo! —dije entre risas.

—¡A que sí! —Yina me dio la razón.

—Así que, Harry… has presenciado los gases vaginales de Yina, ¿eh? —inquirió Ellen, mirando cómo el chico se sonrojaba débilmente.

Yina se rió y yo volví a beber, tratando de no sentirme incómoda.

—La vida —respondió él, viéndose delatado ante su propia traición a su amiga.

—Me toca —dije precipitándome, interrumpiendo las risas que estaban colgando en el aire. Me aclaré la garganta, esperando que no se notara.

Pensé por un minuto y añadí, sonriendo picarona adelantándome a sus reacciones:

—Yo nunca he mentido jugando al Yo Nunca —dije finalmente, y Ellen siguió con sus prominentes carcajadas.

Nos volvimos a levantar las dos y brindamos de nuevo nuestros vasos, bebiendo al mismo tiempo. Los dos nos miraron confusos mientras nos reíamos, dejándoles con las dudas que hacían con sus miradas y sin darles la satisfacción de responderlas.

—Qué cabronas sois —dijo Yina acerándose el vaso a la boca—. Sólo por curiosidad… ¿me toca verdad? —preguntó antes de hacer la pregunta que visiblemente tenía en mente. Ellen asintió con la cabeza encendiéndose otro cigarro—. Vale, yo nunca… me he masturbado pensando en alguien de este grupo… —dejó caer como una bomba de relojería.

—Yina, ew —dije esbozando una mueca de asco—, no he escuchado nada que me diera tanto asco en mi vida.

Ellen y Harry explotaron en carcajadas, y Yina se me quedó mirando con una sonrisa intentando que sus risas no la contagiaran, aunque con mi sonrisa y escuchar a Ellen dar palmas como una foca descontrolada, no ayudó bastante.

—En serio, ¿por qué has dicho eso? —pregunto Ellen sin esforzarse en tratar de calmarse antes de pronunciar la frase.

—Vaya, qué decepción —dijo con una sonrisa visiblemente satisfecha aunque, a la vez, decepcionada como había dicho, dejando por fin escapar una pequeña risita nerviosa.

—Yina, en serio. Asqueroso.

Harry no podía con su alma de lo mucho que se estaba riendo. Al final no pude evitar empezar a reírme yo también, aunque suponía que aquel ataque de risa que reinaba en la sala estaba causado por el alcohol, ya que tampoco tenía tanta gracia.

—¡Me toca! —Ellen se incorporó y apoyó los codos en sus rodillas cuando el ambiente estaba algo más calmado—. Os vais a cagar —se aclaró la garganta sutilmente y empezó a darle vueltas al líquido dentro del vaso—: yo nunca me he sentido atraída por alguien aquí presente.

La fulminé con la mirada y ella me guiñó el ojo.

Yina resopló con mala gana y se terminó lo que quedaba en su vaso sin mirar a nadie, casi con enfado e indignación. Harry la miraba divertido, como si estuviera satisfecho, para luego beber un largo trago del vino que quedaba.

Ellen me miraba expectante, sabiendo que tarde o temprano yo también tenía que beber del mío, ya que había usado la palabra clave que yo había dicho en su día refiriéndome al moreno. Atraída.

Suspiré y bebí sin más miramientos, sin sentirme avergonzada. Yina me miraba recelosa, por el rabillo del ojo, demostrando que mi atrevimiento no la afectaba en absoluto, convencida de que el chico bebía por ella y que yo tan sólo era algo pasajero y sin importancia, que mi presencia no era para nada una amenaza para ella.

Yo sólo esperaba que tuviera razón, por mucho que ella no lo supiera.

Harry se aclaró la garganta, dándose cuenta que la tensión se había instalado entre nosotros como una telaraña, tan fácil de construirse en tan sólo unos segundos como de romperla de un manotazo.

—Creo que me toca —dijo sin llamar la atención de la chica, que seguía mirando su vaso con el ceño tenso.

Ellen miraba la situación divertida y con una sonrisa en los labios, como si estuviera satisfecha con la reacción que había conseguido, y yo la mirada fija en ella, intentando no soltar la carcajada que poco a poco trepaba por mi garganta. Sin poder evitarlo y con la ayuda del alcohol, mis labios formaron una sonrisa y una pequeña risa salió sin mi permiso, que desencadenó de nuevo las carcajadas de Ellen, que no se cortó un pelo a la hora de reírse escandalosamente. No pude evitarlo, aunque trataba de reírme no tan alto como lo hacía mi amiga, evitando que se notara mucho que mis manos temblaban con fuerza. Y, sin quererlo, traté de ahogar mis risas contra el hombro del chico, que intentaba a su vez no reírse con nosotras tras ver a su amiga comprometida. Al final, optó por disimularlo con una tos.

—Yina, esta te va a gustar —dijo tratando de esquivar nuestras risas, aunque en ningún momento mi sonrisa se sintió incómoda en mis labios.

La chica alzó la mirada, contagiada por nuestras risas aunque con todavía el enfado en su mirada, sin evitar sonreír.

—Te lo juro…

Me mordía con nerviosismo la uña de mi pulgar, mirando con curiosidad a Harry, sentado a mi lado acariciando mis vaqueros con pasividad, como un acto reflejo que no podía controlar.

—Yo nunca —dijo con muchísimo cuidado, midiendo cada palabra, aunque juguetón y con ganas de hacer rabiar a su amiga— he tenido algo con mi mejor amigo o amiga.

Esta vez fue Yina la que soltó una carcajada, viendo cómo el chico bebía con una sonrisa en la cara, brindándole ese momento de intimidad entre ellos que Ellen no había conseguido con su pregunta anterior. Sus ojos brillaron y evitaron mirarme para regodearse de aquello que yo jamás conseguiría, por mucho que lo intentara. Lo vi como una advertencia. La sonrisa se borró por completo, vi cómo Ellen se callaba y bebía de su vaso con pasividad.

Las circunstancias del momento hicieron que me mareara; Yina mirándome por encima del hombro mientras brindaba con el chico que acariciaba mi pierna, demostrándome que tan sólo era un espejismo, un sueño de que alguien más que el chico que me hizo trizas el corazón me pudiera ver más allá de mi cintura pequeña y mis ojos bonitos. Los deseos de que alguien más me quisiese y me tratase bien me subieron por la garganta y se anudaron en mi lengua. Ver cómo Ellen bebía de su vaso, por mucho que aquella historia no la había oído jamás, de cómo ella había tenido algo más allá de cuatro besos con su mejor amigo. El alcohol no me ayudó en el momento de paranoia, donde las historias comenzaban a darse forma en mi mente, como un juego cruel que anteriormente me había hecho reír; ahora me hacía querer arrancarme el estómago con las uñas.

Aparté la pierna de encima de Harry y me incorporé poco a poco, intentando que mis ganas de salir corriendo no fueran demasiado inminentes en mi comportamiento. No tardaría mucho.

—¿El baño? —dije por fin, rompiendo sin quererlo el momento que ambos compartían.

Ellen salió de sus pensamientos y me miró a los ojos, preocupada por ser delatada.

Harry giró la mirada y me vio pálida como estaba.

—Primera puerta a la derecha.

Me levanté con rapidez y salí de allí sin importar ya que se notara mi prisa.

Me encerré en el baño y sin quererlo las lágrimas empezaron a mojar mi cara mientras me miraba en el espejo.

Mi imagen me devolvió la mirada burlona, recordándome que un corte de pelo no hacía que dos años desaparecieran debajo de la alfombra, siempre quedaría un bulto bajo ella que no conseguiría hacer desaparecer por muchas veces que me repitiese que todo estaba bien. Harry había sido una distracción perfecta, una excusa para pensar que no necesitaba a Dan, que estaba bien y que me las apañaría sin él, aunque fuera con otro.

Mi cabeza estaba hecha un lío y las muchas cervezas que había tomado no ayudaban a ponerlo todo en orden. Los pensamientos volaban en mi cabeza de un lado a otro, sin orden ni concierto, dándose golpes entre ellos, peleándose por ver quién era el más importante y cuál de ellos merecía quedarse en su lugar. Me puse los dedos en los ojos cerrados, limpiando las lágrimas de las mejillas, intentando borrar el rastro de maquillaje que habían dejado.

Traté de calmarme. Respiré un par de veces profundamente. Me repetía una y otra vez que no merecía la pena estar así por algo que podía preocuparme al día siguiente, cuando no tuviera la excusa de que tendría que estar pasándomelo bien. No merecía la pena sentirse miserable una vez más.

Bebí un trago de agua y me arreglé un poco el maquillaje.

Me vi interrumpida cuando alguien llamó a la puerta.

—¿Jane? —Harry parecía preocupado al otro lado de la puerta.

Me aclaré la garganta y tiré de la cadena, pretendiendo haber usado el váter.

—¿Qué? —respondí, con la voz todavía temblándome.

—¿Estás bien? —dijo cuando abrí la puerta, entrando en el baño e invadiendo mi espacio personal.

Agité la cabeza y fruncí el ceño con una sonrisa.

—Claro —dije tratando de ocultarlo lo mejor que pude, restándole importancia con un gesto.

Dio un par de pasos para ponerse en frente mía, tan cerca que son sólo alzar el dedo un poco, podía tocarle el pecho. Me miraba con esos ojos verdes, desde arriba. No era demasiado alto, pero sí para mí por lo pequeña que era. No me miraba enfadado, me miraba con tranquilidad, con una pequeña sonrisa dibujada en la cara. Se había remangado las mangas de la camisa, y con sus dedos sujetó mis manos para mecerlas entre las suyas.

—En serio, estoy bien —dije, tragando saliva.

El corazón me latía con fuerza, no sólo por su proximidad, sino porque me estaba poniendo nerviosa por demasiadas razones que me era imposible hacer recuento. La habitación empezó a empequeñecer, él cada vez estaba más cerca. Me acariciaba la mano con el pulgar.

—Jane, ¿te ha molestado algo de lo que he dicho? —dijo, frunciendo un poco el ceño, tratando de entender mi repentino ataque de querer huir.

Chasqueé la lengua, intentando reírme. Molestar no era la palabra. Negué la cabeza.

—Qué va, ¿qué es lo que me va a molestar? Sólo me meaba mucho.

Dio otro paso al frente y cuando quise dar otro hacia atrás, me encontré a la pared riéndose de mí contra mi espalda.

Me estaba agobiando, otra vez no.

—En serio, estoy bien —solté sus manos con brusquedad y antes de que pudiese detenerme, me deslicé con rapidez por su lado hasta la puerta del baño.

Respiré de nuevo cuando llegué de nuevo a salón, donde Yina me invitaba con una cara de exasperación, sujetando el vaso de vino como una madre cansada de sus cinco hijos. Ellen estaba cantando con la música.

—Me aburro. ¿Nos vamos? —dije, poniéndome mi chaqueta vaquera y colgándome el bolso en el hombro.

—Ugh, por fin —dijo Ellen levantándose del sofá.

Yina suspiró.

—¿Harry?

Me encogí de hombros y preparé el cigarro que había estado llamándome durante toda la noche. No podía esperar a salir de ese piso, que de pronto se hizo demasiado pequeño.

Como si lo hubiese invocado, el chico apareció a mis espaldas con la chaqueta ya puesta.

—¿Estamos? —dijo, con esa sonrisa tan bonita que tenía.

Me recordé que, si esa sonrisa conseguía dejarme parada en mi sitio, el culpable de mi paranoia seguía siendo el desgraciado de mi ex. Me alivié al pensarlo.

La calada profunda que bajaba por mis pulmones me relajó al instante, así como la frescura de la noche, y la sensación de ahogo se fue por mis orificios nasales con el humo.

Ellen recomendó un pequeño bar que pocos conocían donde ponían música rock, que dejaban entrar a los mayores de dieciséis. Yo todavía no los cumplía, pero por aquellos entonces tenía un carnet falso que servía por el momento. De todas formas hacía lo posible por no tener que sacarlo, y siempre salía con zapatos de tacón y más arreglada de lo que me gustaría.

Tener amigos con pasados complicados tenía pequeñas ventajas, de los que optaría poder prescindir si estuviera en mi mano.

Pedimos cuatro cervezas y nos sentamos en una de las mesas. La luz era tenue y las paredes de madera, con la música alta. Esta vez me senté al lado de mi amiga, quedándome en frente del de rizos, que bajo los focos naranjas, su mirada era todavía más penetrante, repasándome de arriba a abajo, con una sonrisa ladeada. Los Eagles sonaban de fondo mientras Yina se guardaba la cartera en la riñonera.

Harry puso los codos encima de la mesa y me miró directamente a los ojos, desafiante.

—¿Tú desde cuándo fumas? —me dijo.

Me reí.

—No fumo —dije encogiéndome de hombros—, pero en el caso de que lo hiciera, desde mucho antes de que me conocieras.

—Es lo que tiene salir con alguien cuatro años mayor —añadió Ellen bebiendo de su botellín de cerveza tostada.

Se me había olvidado que a Ellen se le alargaba mucho la lengua cuando bebía.

Puse los ojos en blanco sin comentar nada. Bebí de mi botella y dejé que Yina me mirase con desdén, como si acabara de ver a una anciana en patinete. Harry se sacudió los rizos. No recordaba haberle comentado aquel detalle cuando me desahogaba.

—En fin, no queramos gafar la noche —dije dejando el vidrio encima de la mesa—. Y tú, ¿desde cuándo vas a concursos de la televisión? —añadí alzando las cejas.

Él se rió bajando la mirada, Yina subió las piernas al banco al que estaban sentados los dos, apoyando su espalda contra la pared.

—Soy novato —dijo en su defensa.

—Le convencí yo —añadió Yina orgullosa, alzando su barbilla y sonriendo como si hubiese descubierto América.

Ellen resopló sonriendo. Se veía a la legua que a Ellen tampoco le caía muy bien la morena, aunque le agradecía de corazón que lo estuviese intentando tanto como lo estaba haciendo yo, aunque mis impulsos de chillarle que se callara de una vez me superaban en número y peso.

Las siguientes rondas las pagamos Ellen y yo a medias por muchos que nuestros invitados rechistaran o sacaran sus carteras cada vez, ya que a ambas nos parecía lo más acertado.

En un momento determinado de la noche, mi móvil comenzó vibrar con impaciencia encima de la mesa de madera. Me terminé el vaso y al ver el nombre encima de la pantalla, mis hombros cayeron en picado y mi sonrisa se volvió demasiado tímida para salir.

Dan me estaba llamando a las cuatro de la madrugada, cosa que no era demasiada buena señal.

Salí a la calle excusándome con el resto del grupo. Ellen me advertía con la mirada que no debía, y mi corazón me chillaba con todas sus arterias que no lo hiciera, que colgara y que borrase su contacto de mi agenda, que enterrase el móvil en lo más profundo de la primera maceta que encontrara, que me quedara sentada en aquella mesa con el chico de los dientes blancos y las manos suaves. No se podía permitir romperse ni un poquito más; el resultado sería fatal, y realmente me gustaba mi pelo como para cortármelo más corto.

Con un suspiro, e ignorando a sangre fría todas las advertencias de mi cuerpo, descolgué el teléfono.

—¿Qué quieres?

—Jane —su voz sonaba aliviada—, ¿estás en la calle?

Fruncí el ceño.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres?

Se escucharon murmullos al otro lado del teléfono.

—Sólo quería saber que estás bien, ¿estás sola?

Respiré profundamente. Mi cuerpo me lo estaba pidiendo a gritos, tenía que tirar de lo sano, sacar toda la tierra de los pulmones para poder respirar de nuevo, regar las hojas secas que amenazaban con caerse de un momento a otro con algo líquido, y no sólido y congelado como había hecho los últimos meses, intentando ignorar que también mi mente necesitaba cuidados míos. Sobretodo míos. No me valían más excusas, ni más esperanzas de que vendría a mis pies para pedirme perdón; ni mil cubos de acero de agua fría le harían cambiar. Por mucho que yo luché día tras día para hacer cambiar su imagen del mundo, nunca cambiaría. Necesitaba liberar cada una de las palabras que se habían amontonado en la puerta de mi subconsciente, bloqueando todo lo que quería salir, no dejar ni una sin escapar, limpiar también mi mente, que por mucho que lo quisiera, no se limpiaría con un baño de tres horas. Tan sólo podía limpiar mis pensamientos y evitar que se chocaran entre ellos si conseguía pronunciar todo aquello que había temido durante tanto tiempo, pero que tantísimas veces había repetido delante del espejo, preparándome para el día que tendría agallas para poder hacerlo. Y estaba preparada.

—Dan, el derecho de llamarme a las cuatro de la madrugada para ver si estoy bien lo perdiste en el momento en el que decidiste convertirme en tu muñequita hinchable —le dije sin aspavientos, sin que me temblara la voz, con el puño cerrado y apretando con fuerza—. No creas que no lo he intentado. He intentado con todas mis fuerzas hacer que me miraras como a alguien que quieres y que respetas lo suficiente como para aceptar mi palabra, y entender un “no” de mis labios. Dos años he malgastado en ti, creyendo todas las palabras que me decías, mientras eras muy consciente de que eran mentira. No me lo merezco, y tú desde luego no me mereces a mí, sé que llevas años pensando que sí. De ahora en adelante me da exactamente igual lo que hagas, pero por favor hazlo lejos de mí y de mi círculo de amigos. No quiero que estés con Ellen cuando estoy con ella, no quiero que hables de mí cuando estés con ella, no quiero quiero que te acerques a Ethan, ni que le manipules con tus palabras. Borra mi número o haz con él lo que quieras, pero te prometo que la próxima vez que me llames pasarás a ser inexistente para mí. Déjame en paz de una maldita vez, creo que me merezco que te vayas un poquito a la mierda, ¿quieres?

Oí un gran silencio contra mi oreja, seguidos de un titubeo de Dan, sin creerse que una cría de quince se revelaría ante un chico tan mayor y con tantos contactos que si me quisiese muerta, ya lo estaría. Cuando le escuché querer replicar, le corté de nuevo con mis palabras tajantes.

—Te diría que ha sido un placer conocerte, pero yo no soy como tú, escoria mentirosa —dije, y satisfecha, colgué el teléfono para borrar su contacto de mi agenda.

Me froté los ojos con cuidado. Contemplé por unos momentos más la calle, alborotada de gente mayor con sus copas en la mano, riendo ajenos a mi situación. Por primera vez sí que me sentía liberada. El teléfono no volvió a sonar ni esa noche, ni en mucho tiempo en adelante.

Con una sonrisa, hice ademán de volver a entrar en el bar, pero me choqué de lleno con el pecho de Harry, que salía del bar con el botellín en la mano. Me sonreía.

—Ah, hola —dije, quedándome en la calle, invitándole a quedarse conmigo con una sonrisa.

—Jane, ¿va todo bien? —me dijo, poniendo la bebida encima de un barril en el que momentos antes estaba apoyada.

Respiré aliviada.

Todavía no entiendo cómo no se hartaba de preocuparse por mí todo el rato.

—Sí, por fin sí.

Aprovechando el momento, saqué un cigarrillo de su paquete. Invité a Harry a uno, que me lo rechazó con una sonrisa.

—Ah, cierto, que ahora eres cantante profesional —dije, provocando las risas del joven.

—Ya veremos… —titubeó por unos segundos, como si tuviera una pregunta en mente pero no se atrevía a pronunciarla en voz alta.

Di una calada y le miré con tranquilidad. Me senté en un taburete que había al lado del barril para no sentirme tan pequeña y poder estar al nivel de sus ojos verdes.

—Puedes preguntarme lo que quieras… —añadí con una sonrisa.

Se rió en bajo, bajando la mirada a sus manos.

—No es que me guste hablar del tema de tu ex, ¿sabes?

—Mira, siento mucho lo que ha pasado en el baño antes. De verdad —suspiré.

Tampoco era mi tema preferido de debatir, aunque el moreno me hacía sentir segura, sabía perfectamente que se pararía a hablar conmigo del tema, por mucho que él lo odiase igual o incluso más que yo.

—Hace poco tuve una experiencia con él un poco… En fin, poco agradable. Es duro darse cuenta de que no me ha querido nunca —dije por fin.

El chico me devolvía la mirada sin cambiar de semblante, como si tratase de tranquilizarme con su tranquilidad.

No sabía lo que me estaba pasando, tal vez fuera de nuevo el alcohol, pero por fin lo pude decir en alto sin que el nudo característico se instalara en mi garganta.

Me sujetó la mano y me sonrió.

—Estoy bien, de verdad. Es un alivio poder decirlo en alto y sin llorar —dije, y solté una pequeña risita—. ¿Podemos cambiar de tema? ¿Qué era aquello que querías decirme?

El chico se rió y dejó el tema aparcado y concluido.

—Sí, es un poco complicado, pero creo que puedo confiar en ti, ¿verdad? —me dijo, mirándome a los ojos.

Hice un gesto con la mano, restándole importancia.

—Claro que puedes. ¿Tiene que ver con que seas un concursante en mi maldito programa favorito? —respondí con los ojos brillantes.

Él asintió sin borrar la sonrisa de la cara.

—Verás… prometes no contarlo, ¿no?

—¡Dios mío! —dije interrumpiéndolo—, acaba de ser la semana del Boot Camp, ¿no?

Harry se rió rompiendo contacto visual conmigo, aunque segundos más tarde ya estaba de nuevo mirándome, asintiendo despacio. Me llevé las manos a la boca.

—Madre mía, ¿estás dentro? ¡Estás dentro! Esa sonrisa es que sí…

Seguía riéndose, lo que me lo confirmó por completo, pero después de humedecerse los labios, añadió:

—Me voy a Marbella en agosto.

Me costó mucho no perder los nervios y bailar y gritar en mitad de la calle. Gracias al cielo pude contenerme y simplemente aplaudir efusivamente sin dejar de sonreír y rodear mis brazos alrededor suya en un abrazo.

—¡Dios mío, me alegro un montón! Vas a casa de Simon seguro, él tiene una casa en Marbella, aunque Louis tiene una también al ladito de—

—Espera, no he terminado —dijo interrumpiendo mi charla de emoción que llenaba mi boca con rapidez, aunque satisfecho, como si esa reacción fuera la que estaba esperando.

Me callé y fruncí el ceño.

—Vale, sigue…

—La cosa es que ya no voy como solista…, no se lo puedes contar a nadie, eh.

—Dios mío de mi vida, ¡cuéntamelo ya!

—Me han metido a mí y a otros cuatro chicos de más o menos mi edad en un grupo.

Ahogué un grito.

—Ya está Simon haciendo lo suyo. Esperemos que esta vez le salga bien.

Él se rió, apartando la mirada y pasándose una mano por el pelo.

Aún así, ignoró mi comentario y siguió a lo suyo:

—Hemos decidido que necesitamos conocernos un poco antes de ir, y van a venir a mi casa la semana que viene, se quedan unas semanas. Y me gustaría mucho que tú, y si quieres Ellen, vengáis con nosotros —dijo, dejando las palabras colgando en el aire.

Yo le miré callada, sopesando poco a poco lo que me había dicho, y él me devolvía la mirada suplicante, sin separar sus ojos de los míos ni un segundo, con una sonrisa oportunista en la boca, tratando de encantarme. Sacudí la cabeza.

—Pero, ¿por qué? ¿no es la idea de que os conozcáis entre vosotros y que veáis la convivencia y tal?

Titubeó, mostrándose por primera vez que le conocía dudoso e inseguro, aunque solo hubiesen sido tres segundos. Añadió, ahora con esa seguridad en su voz que siempre había escuchado salir de su boca:

—Bueno, sí. Si lo prefieres, puedes venir el jueves en vez de el lunes, que es cuando llegan ellos… —el deje de esperanza volvía a estar presente en su voz, como si fuera un niño hablando de las ventajas que tenían los videojuegos. Estaba intentando convencerme.

La idea de que Harry me estaba invitando a pasar con él una semana me gustaba más de lo que quisiera admitir, por mucho que mi subconsciente rosa ya estaba soñando con que lo estaba usando de excusa simplemente para pasar tiempo conmigo. La idea estaba encajando cada vez más en mi cabeza, y por mucho que sabía que era mala idea para el futuro del grupo de que yo me involucrara, no podía pensar más allá de compartir una semana de mi verano con el chico del teléfono.

—Me lo pensaré, ¿vale?

Hizo un gesto de victoria con el brazo y me sonrió satisfecho. Yo me reí divertida.

Con la temperatura de la conversación, no me había dado cuenta de que el cuerpo de Harry estaba rozando mis rodillas con sus manos, su cintura casi pegada a mis muslos apoyados en el taburete de madera. No me moví de mi silla, y sorprendentemente no me sentía para nada incómoda. Es más, abrí un poco más las piernas para dejar que se acercara algo más a mí.

—Yina posiblemente se pase más de una tarde —dijo, algo más bajito, esperando que no fuera una razón más para no ir.

Su pulgar, que segundos antes simplemente se apoyaba en mi pierna, comentaba a acariciar mi rodilla, colándose por el interior de ella, mientras su mirada no se apartaba de la mía. Sus dedos se enrollaron en mi muslo con gentileza, aunque con la fuerza suficiente para erizarme la piel. Poco a poco, colocó la otra mano en la otra pierna. Me aclaré la garganta y tratando de distraerme un poco de aquello, dije lo primero que se me vino a la cabeza siguiendo la conversación que manteníamos. Sin darme cuenta de que prácticamente había casi olvidado de qué era de lo que estábamos hablando.

—¿Las has dejado solas? —dije, sin apartar mis ojos de los suyos.

No pudo evitar reírse.

—No se llevan tan mal como crees… no como contigo —dijo alzando una ceja.

Puse los ojos en blanco.

—Yo no me llevo mal con ella, es ella la que se lleva mal conmigo —dije en mi defensa.

—No, sólo está un poco celosa, nada más.

Resoplé y tiré la colilla al suelo para dar un trago a mi cerveza de cereza, con la excusa de apartar la mirada y que no se notase que estaba sonrojándome más de lo necesario. Seguía haciendo presión con su pulgar en el interior de mi muslo subiendo el dedo cada vez más por mi pierna, haciendo como que no estaba pasando nada al mismo tiempo. Pero me estaba volviendo loca, y lo sabía.

—¿Celosa? —dije por fin, riéndome—, ¿de qué? Si no tengo nada que hacer, no sé de qué se preocupa —me encogí de hombros.

Bajó la mirada, sin realmente saber qué es lo que tenía que responder ante mi incertidumbre. Sonrió un poco.

—Antes de conocerte sólo estábamos ella y yo. Sí que han habido chicas, y chicos por su parte, pero nada más, o sea no como contigo. Contigo es distinto, y supongo que Yina se siente amenazada —dijo mirándome nuevamente a los ojos, mantenida en cautividad una vez más.

Tuve que registrarlo y analizar las palabras que me había confesado sin sentirme pequeña ante sus ojos, tratando de no distraerme con las continuas descargas eléctricas que subían por mi espalda cada vez que su mano subía un milímetro por mi pierna.

Asentí con cuidado.

—Pero… sólo somos amigos —dije suavemente, enredando uno de sus rizos en el dedo, siguiéndole el juego, viendo lo cerca que estaba de mí.

Me sonrió, apartando él también un mechón de mi pelo corto de delante de mis ojos sin levantar la otra mano.

—Sí —respondió—, sólo somos amigos.

Me acarició la mejilla, haciéndomelo imposible no sonreír. Se inclinó hacia mí, y ruborizándome cada vez más y preparándome para lo que siguiera, clavé mis uñas contra mis palmas al sentirle apretar con fuerza una vez más el interior de mi pierna una última vez. Para mi sorpresa y, casi decepción, dejándome completamente con las ganas, sentí su mejilla contra la mía, y escuché cómo susurraba contra mi oído y me sujetaba la cadera.

—Te dije que era complicado.

Antes de que pudiese reaccionar, me robó la cerveza y sonriendo volvió a entrar en el bar, dejándome con la palabra en la boca, y el corazón temblando entre mis costillas.

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