parte i: Uno

"Happy Ending" de Mika sonaba con tanta fuerza por los altavoces que sentía la cama temblar al ritmo de la canción bajo mía. Trataba de tranquilizarme con el sonido del piano y de la lentitud de la canción, de pensar en cualquier cosa menos en todo lo ocurrido el día anterior, tumbada en la cama y mirando el techo de mi habitación. Como si fuera lo único que podía hacer en esos momentos. Cerré los ojos y dramáticamente, respiré hondo unas cuantas veces seguidas. Como llevaba haciendo toda la mañana.
La verdad es que estar tumbada sin hacer nada escuchando una canción sobre una ruptura ayudaba mucho a que las imágenes y las grabaciones de su voz diciéndome todo lo que me había dicho se reprodujeran una y otra vez en la pantalla de mi mente. Me estaba autosaboteando. Lo peor de todo era que era consciente de ello.
La puerta se abrió del golpe y la figura de mi hermana mayor me miraba desde el marco de la puerta con el ceño fruncido y con las manos en las caderas, dispuesta de nuevo a hacer que mi vida fuera más miserable de lo que ya lo era.
Antes de que pronunciara palabra, yo ya estaba poniendo los ojos en blanco. Ella soltó un resoplido y apagó la música agresivamente.
—¡Eh! —grité incorporándome.
La miré con el ceño fruncido.
Mi hermana, Emma, que recién había cumplido los dieciocho, era una copia de mí; rubia, con ojos azules y delgada de constitución, aunque algo más alta que yo. Hacía unos años había llegado a envidiarla en más de una ocasión por poder llevar vestidos cortos, aunque con los años, mi autoestima creció a la par que mis pechos y mi pelo, que en esos momentos me llegaba hasta el ombligo. Todos mis problemas quedaron resueltos, básicamente. No me habían educado para ser superficial, pero la gente con la que me juntaba casi a diario, sumándole el estilo de vida que más tarde tendría, me enseñó lo contrario, y no podía evitarlo.
—¿No te cansas de escuchar siempre la misma música? Has escuchado esta canción cinco veces en una hora.
Me encogí de hombros y me dejé caer de nuevo sobre mi colchón.
—Esta canción me calma.
Hizo un gesto con la mano.
—Lo que sea. Te están llamando al móvil.
Fruncí el ceño y miré a mi lado, donde mi blackberry yacía sobre la cama sin hacer ningún ruido.
—¿Qué dices?
Emma se encogió de hombros.
—Me da igual, quiero que bajes y que lo hagas callar porque me está dejando la cabeza hecha polvo, ¿eh?
Suspiré y me levanté de la cama. Emma avanzó su camino hacia su habitación y yo con toda la curiosidad del mundo bajé las escaleras y fui directa al salón, de donde suponía que sonaba ese teléfono del que hablaba.
No habían pasado ni veinticuatro horas desde que Dan me había dejado y yo no había salido de casa desde entonces, si contabas el hecho de que había cogido un resfriado de caballo y que mi madre me había obligado a quedarme en la cama, por mucho que fuera sábado. Aquello me dio pista libre para seguir torturándome acerca de la ruptura con mi novio. Exnovio. Era difícil acostumbrarse.
Llegué al salón, y sin saber muy bien dónde empezar a buscar, comencé a enredar entre los cojines del sofá, cuando pude escuchar un sonido estridente que casi me da un infarto salir desde el armario. Con una mueca extrañada en la cara, caminé sin prisa y con algo de miedo hasta él, donde saqué la chaqueta que llevé el día anterior. Cuando metí la mano en uno de los bolsillos y pude sacar un vibrante iPhone de color negro, el número que hacía brillar la pantalla desapareció y de nuevo reinó la calma. Parpadeé un par de veces sin saber muy bien qué hacer, por lo que guardé mi cazadora y subí las escaleras en dos saltos.
Una vez en mi habitación de nuevo, sentada en la cama me permití analizar la pantalla del móvil desconocido con más calma. El número que antes aparecía en ella había llamado ya como treinta y siete veces, sin exagerar, y también pude leer un par de mensajes de hacía unas horas que no pude ignorar.

10: 34 🐰Yina 🐰: hey
10: 34 🐰Yina 🐰: te echo de menos
10: 36 🐰Yina 🐰: cuando volvías?

De nuevo, el sonido tan estridente hizo que diera un brinco y que el teléfono volara de entre mis manos del susto que me había dado. Me puse nerviosa, me mordí el dedo mientras lo veía vibrar encima de la cama. Después de unos segundos, sujeté el móvil y contesté.
—¿Hola? —dije algo vacilante, todavía con la uña del pulgar entre los dientes.
Hubo un silencio detrás del auricular por unos instantes, y justo cuando estaba a punto de colgar con alivio, una voz grave me contestó.
—¿Quién demonios eres?
—Um...
—¿Y qué haces con mi teléfono?
Titubeé por unos instantes.
—Eso me gustaría saber a mí. Ha aparecido en mi chaqueta y—
—Ya claro. ¿Cómo quieres que me crea eso? ¿O es que ahora existen abrigos que fabrican teléfonos de otras personas en los bolsillos?
Qué sarcasmo más raro, fue lo primero que pensé. Era lo más raro que alguien me había dicho nunca.
—¿Qué? —respondí extrañadísima.
—Me has robado el teléfono.
Me puse una mano en la cadera y alcé una ceja, a pesar de ser perfectamente consciente de que no era capaz de verme. Comencé a enfadarme por alguna razón; no estaba de humor para bromitas de mal gusto. Me aclaré la garganta.
—Mira, yo no quiero tu maldito teléfono, ¿de acuerdo? No sé siquiera quién eres y qué mierda hace esto en mi casa —casi lo grité, y cuando quise contenerme ya era demasiado tarde.
Tardó algo en contestar, probablemente intimidado con mi mal genio tan repentino.
—Bueno, yo sólo—
—Por el amor de dios, infórmate antes de acusar a las personas.
—Sólo quería de vuelta mi teléfono.
Traté de tranquilizarme contando hasta diez.
—Pues yo no te lo he cogido.
—Está bien. Dame la dirección de tu casa e iré a buscarlo.
—No pienso hacer eso.
Suspiró exasperado.
Era una cría, posiblemente nada hubiese pasado si hubiese venido a buscar el maldito teléfono, pero ya te he dicho que me encanta el drama.
—Bueno, pues quedamos en algún lado y ya está —él también parecía estar exasperado conmigo, aunque no me podía importar menos.
Suspiré y me tumbé en la cama frotándome los ojos tratando de dejar a un lado los prejuicios, pero me era imposible fiarme al no saber absolutamente nada de él. No podía quedar con él sin más.
Enredé mi mano en el pelo y cerré los ojos exasperada antes de soltar un gruñido.


🔮🐬🌻


Ellen me esperaba como siempre sentada en la acera enfrente de nuestro instituto con las piernas abiertas y el móvil entre las manos. Me senté a su lado cuando llegué y me miró con sorpresa.
—Jane, qué pronto has venido.
Me encogí de hombros en respuesta. Me dio un beso en la mejilla.
—¿Qué tal estás, cielo? —me preguntó apartando un mechón de su pelo corto castaño de delante de sus ojos.
Me encogí de hombros de nuevo y preferí no responder a la pregunta. No valía la pena mentir y menos a mi mejor amiga. Ellen lo entendió y se limitó a abrazarme. Me acarició la mejilla y esbozó una pequeña sonrisa.
Desde el momento en el que la alarma de mi teléfono móvil había sonado esa mañana había tenido unas ganas inmensas de llorar. Y bla, bla, bla, todo ese rollo. Lo estaba pasando muy mal. Realmente tendría que haber tenido mejor cara, ya que era el último lunes de clases, y la semana que viene ya empezaríamos las vacaciones de verano. Pero cuando pisé el terreno del instituto, todo parecía estar de nuevo en mi contra. Demasiados recuerdos se dibujaban en cada rincón del edificio después de posar mi mirada aunque fuera por tan sólo unos segundos. Después de todo, dos años eran dos años.
Negué con la cabeza borrando los pensamientos que se estaban formando sin permiso en mi cabeza.
Traté de distraerme con algo, con cualquier cosa. Busqué entre la multitud de gente que esperaba fuera a que abrieran las puertas alguna cara familiar que pudiera distraerme, y sonreí cuando encontré a la persona adecuada.
Dejé que Ellen fuera delante mía y fuera la primera en saludar. Como era de esperar, Dan y Ethan se encontraban hablando el uno con el otro en uno de los bancos en frente del edificio de la escuela. Me obligué a mí misma a inspirar con fuerza y a hacer todo lo posible por no romper a llorar ahí mismo.
Ellen se sentó en el banco junto a Dan y saludó débilmente.
Yo me quedé callada de pie con las manos unidas delante mía.
Antes de que pudiera reaccionar, dos brazos fuertes me rodeaban y me apretaban contra su pecho. Sonreí. Se apartó y me agarró la barbilla con los dedos, me obligó a mirar sus ojos verdes claros.
—¿Qué tal estás?
Ethan era mi mejor amigo. Por encima de todo el mundo, incluso de Ellen. Él me había ayudado en todo en lo que le había pedido. Siempre había estado ahí desde que me mudé a ese país que en esos momentos era desconocido para mí, me había ayudado con mi inglés y nunca dejó de contar conmigo en todo. Su piel era morena a pesar haber nacido en Inglaterra, por los genes latinoamericanos de su madre. Sus ojos eran grandes, de un color verde que parecían dar luz en la oscuridad.
Era excepcionalmente guapo.
Las chicas de mi clase no entendían la razón por la que Ethan y yo no habíamos tenido nada más allá de una relación de amistad. Yo tampoco lo entendía, para ser sincera. Sabía que Ethan me había gustado desde siempre, y antes de conocer a Dan estaba loca por él, hasta tenía planeado contárselo dado un momento. Hubo momentos que me ponía nerviosa a su lado, porque era muy cariñoso conmigo y me daba miedo no poder disimular mis sentimientos hacia él. Cuando Dan me pidió salir, a mí ni siquiera me gustaba, simplemente lo vi como una oportunidad para olvidarme de él y distraerme un poco al darme cuenta de que no tenía posibilidades con Ethan, ya que probablemente él me veía como una buena amiga. Es más, prácticamente el primer año que salimos juntos yo todavía estaba muy colada por él, aunque pareció que Dan fue una excelente distracción, ya que con todo lo que estaba pasando a mi alrededor, conseguí olvidarme de él prácticamente del todo, aunque a veces me seguía quedando embobada con lo guapo que era, como en esos momentos. Lo peor de todo era que lo hacía sin esforzarse ni un poquito, se peinaba el flequillo hacia arriba durante dos segundos frente al espejo, se ponía una gorra y el resto sucedía sólo.
Sonreí y me encogí de hombros.
—Ya sabes.
Me acarició suavemente la barbilla y no dejó de sonreírme ni un momento. En el momento que Ethan me soltó, sentí el fuerte agarre de Dan en mi brazo, que ya me arrastraba lejos de ojos curiosos como eran los de Ellen.
Me solté en cuanto pude. Cuando lo hice, me abrazó con fuerza.
—¿Qué tal estás?
Al principio no quería devolverle el abrazo por pura precaución. Pero era demasiado blanda y me recordé a mí misma que se estaba realmente bien en sus brazos. Rodeé su cintura con mis brazos y hundí mi cara en su pecho, cerrando suavemente los ojos.
Luego la realidad me dio una bofetada en la cara.
Me encogí de hombros y me aparté de él.
—Perfectamente —mentí.
Sonreí. Suspiró.
—Me alegro, Jane. De verdad. No quiero que esto estropee nuestra amistad.
La verdad era que yo no quería perder el contacto con él y mucho menos sentirme enfadada o molesta por lo que había hecho. Él tenía sus razones, y para mí eran más que suficientes como para poder ser respetadas. Dan era un buen amigo, por lo menos lo había sido en todo ese tiempo. O eso me hacía creer cruelmente mi mente.
Aunque no dije ni una palabra. Simplemente traté de no mirarle a los ojos demasiado y de no centrarme en los detalles de su camisa, de cómo se ajustaban a los músculos de su pecho y el corte de su cuello, donde estaba la peca que tanto me gustaba. Aparté la mirada con rapidez. Me rodeó los hombros con el brazo y me besó la cabeza cuando nos dirigimos de nuevo a donde Ellen y Ethan se entretenían jugando a algún tipo de juego con una moneda.
Quise soltarme de nuevo, pero otra vez esa sensación de calidez y de hormigueo en el estómago me gustaba más de lo que debería. La ruptura estaba tan reciente que aún no había encontrado la manera de poder deshacerme de ellas. Aunque estaba claro que debía hacerlo, y pronto. Iba a ser una tarea difícil, si venía de mi parte.
Después de todo, no se deja de querer a alguien de un día para otro.
Eso hizo que mis ganas de llorar solo fueran en aumento.
Realmente no soy capaz de poner en palabras lo mal que lo estaba pasando en esos momentos. Ese primer día que le volví a ver después de dos años mirándole con ojos distintos, al final cayendo en su trampa mientras conseguía que me enamorase de él por sorpresa. Algo que yo no había esperado hacer con tan sólo quince años. Completamente inesperado. Y era tan doloroso como intentar sacar una daga del pecho perfectamente bien enterrada. Lo doloroso era el tratar de sacarla.
La semana pasó despacio, cada día era más doloroso volver a clase y verle empezar a despedirse de la gente, preparándose para marcharse el siguiente mes. Mi mente no podía evitar contar los días que me quedaban con él, por mucho que ni siquiera pasaría tanto tiempo a su lado como habría esperado. Me costaba mucho no volver a casa llorando después de cada día lectivo, por mucho que fuera la última semana. Las vacaciones no se me antojaban tanto si sabía que aquello supondría no volver a verle rutinariamente, sin ningún tipo de excusa. Sabía en el fondo que tal vez él estaría ya empezando a olvidarme, si es que no lo había hecho ya, y la idea de quedar conmigo no se le hacía atractiva si así se diera el caso. Empezaban a crearse sutilmente pensamientos en mi cabeza que tal vez tendría que empezar a hacer lo mismo, pero aquello era tan doloroso de siquiera pensar, que tenía que deshacerme de ellos antes de que tuviesen siquiera fundamento. Ni siquiera quería saber en lo doloroso que resultaría superarle, si no podía ni pensar en ello.
Cuando llegué a casa después de ese último día de clase, donde de nuevo estaba aprendiendo a dejar de mirarle con brillo en los ojos, lo único que quería era tumbarme en mi cama lo que quedaba de tarde y con suerte quedarme dormida pronto, si no quería pasarme la noche llorando.
—Jane, ¿puedes venir un segundo a la cocina? —me llamó mi madre, justo cuando atravesé el umbral de la puerta de casa.
Suspiré.
Me senté en la mesa con una manzana en la mano y esperé a que mi madre se acomodara el pelo y se cruzara de brazos con dramatización. Mi padre se aclaró la garganta.
—Jane, sabes que el domingo que viene es el cumpleaños de tu abuela —comenzó él.
Asentí, aunque realmente no tenía ni idea.
—Bueno, habíamos pensado ir hasta allí y pasar el fin de semana. ¿Qué te parece? Emma aún no sabe nada.
Cada vez que mis padres planeaban ir de vacaciones a algún lado o organizaban cualquier tipo de evento, primero me pedían la opinión para así convencer más fácilmente a Emma, y si yo no estaba de acuerdo, el plan se cancelaba automáticamente. Si no lo conseguían conmigo, no lo iban a conseguir con Emma ni en un millón de años.
—¿Vamos a ir hasta ahí? —pregunté, intentando recoger más información acerca de las vacaciones repentinas. Aunque sobre todo fue para enterarme de qué abuela me estaban hablando.
—Bueno, tampoco está tan lejos, unas dos horas en tren hasta Cheshire y luego media hora en autobús para llegar a su pueblo —mi madre se encogió de hombros.
Asentí.
O sea, mi abuela paterna. Casi me decepcioné un poco al enterarme de que no íbamos a volver al sur tampoco ese verano. De todas formas, vacaciones eran vacaciones.
—Me parece bien.
—Bien. Saldremos el viernes por la mañana. Avisa a Emma.
Mi madre me lanzó una mirada de súplica, casi obligándome a que avisara a mi hermana de nuestro repentino viaje a las montañas y al campo, el cual a ella no le haría ni pizca de gracia. Como siempre, yo me tenía que tragar los marrones de la familia, y mi hermana era uno de los principales de la casa. Esa vez no iba a ser diferente.
Suspiré en rendición y bajé de la mesa de un salto, para no tratar de contradecir a mi madre, ya que si no, empezaría a reprocharme cosas que realmente no tenía ganas que me reprochara.
Me fui de la cocina sin dedicarles nada más que una mirada enfadada y subí las escaleras pisando fuerte y haciendo todo el ruido posible.
Me acerqué rápido a la puerta de la habitación de Emma, abrí la puerta y dije apresurada:
—Nos vamos al monte, haz las maletas —y cerré la puerta lo más rápido que pude.
En cuanto llegué a la puerta de mi habitación para intentar refugiarme de ella, se pudieron escuchar los típicos gritos suyos a este tipo situaciones:
—¿QUÉ?
La puerta de su habitación se abrió con tanta fuerza que chocó contra la pared, haciendo que un golpe fuerte atravesara el pasillo. Suspiré, y supe que mi plan de escaquearme de sus quejidos había resultado un mero sueño. Me di la vuelta y me preparé para enfrentarme a su habitual rabieta.
—¿CÓMO QUE NOS VAMOS AL MONTE?
—Es el cumpleaños de la abuela, nos vamos a Cheshire el viernes que viene.
Su mirada fruncida me recorrió de arriba a abajo y su mirada se fue ablandando poco a poco, aunque seguía siendo indignada y enfadada, sujetaba el móvil con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó, más relajada, pero sin dejar de fruncir el ceño.
—Volveremos el domingo, así que el fin de semana entero. Tampoco es para tanto.
Dejó salir un gruñido de indignación y bajó las escaleras sin dejar de sujetar el móvil con la misma fuerza que antes, mientras gritaba:
—MAMÁAAA.
Normalmente las discusiones entre mi hermana y mi madre sobre cualquier otro tema —como chicos, o métodos anticonceptivos— me resultaban realmente irrelevantes y poco interesantes. No sé el qué me hizo cambiar de opinión, pero antes de que pude siquiera darme cuenta, ya estaba bajando las escaleras y siguiendo a Emma hacia la cocina.
Mi madre ya estaba con la mirada encima del marco de la puerta esperando a que apareciera Emma para quejarse.
—¿Cómo que nos vamos a Chesiold?
—Cheshire —la corregí rápidamente—. Dios, ¿no te han dado nunca geografía?
Si me escuchó, me ignoró completamente, y se dirigió a mi madre en su lugar.
—¿La abuela no estará mejor sola? Quiero decir... su casa es pequeña, no vamos a caber todos. No hay suficientes habitaciones para todos y no quiero obligarla a dormir en el sofá...
—No te preocupes por ello, cielo —mi madre hacía como que no la escuchaba, continuando fregando los platos y ahora secándose las manos—. Ya hemos arreglado eso con la abuela. Tú y Jane dormiréis en la habitación de invitados, y papá y yo iremos a—
—¿Tengo que compartir habitación con Jane? —la interrumpió poniendo de la mejor mueca de asco que sabía esbozar.
Mi madre asintió, y mi padre hacía rato que se había escaqueado de la situación.
Emma me miró con las cejas alzadas en señal de indignación, y yo la sonreí pervertidamente, jugando con mis cejas.
Realmente esas situaciones eran de las que más me divertían. A mí tampoco me hacía gracia tener que compartir habitación con ella, pero en realidad me daba lo mismo.
—Pero, ¿por qué? —se quejó nuevamente, apartando la mirada y volviéndola a mi madre, mirándola con ojitos de cachorrito, mientras mi madre colocaba los platos en su sitio.
—Porque, como tú has dicho, no queremos que la abuela tenga que dormir en el sofá —dije yo por ella.
En cuestión de segundos, la mirada angelical que le dirigía a mi madre cambió a una asesina cuando me la dirigió a mí, para luego volver a su pena fingida al mirar a mi madre.
Y justo por eso Emma conseguía aprobar por los pelos: era una actriz excelente, algo que yo, desgraciadamente, no tenía entre mi sangre.
Emma continuó insistiendo varios minutos, hasta que mi madre perdió la paciencia y nos mandó a ambas a hacer nuestras maletas.
—Sólo será un fin de semana —se apresuró a decir mi madre antes de que Emma volviera a empezar la discusión.
No sé por qué razón, pero Emma dejó de darme la vara durante toda la noche.


🔮🐬🌻


Una de las mejores distracciones que más aprovechaba para pausar mi mente de sólo pensar en Dan era pasar la tarde con mis amigos en cualquier cafetería de Londres.
Ellen sacudía la bolsita de azúcar entre sus dedos.
—¿Has hablado más con el Harry ese?
Fruncí el ceño.
—¿Quién?
Recorrí mentalmente mis recuerdos y lista de nombres para averiguar de qué Harry estaba hablando, aunque por más que buscase, yo no conocía a nadie que se llamara así
—Ya sabes. El chico del móvil. Te acompañé hace unas semanas para devolvérselo. ¿No te acuerdas?
Negué con la cabeza y traté de no poner los ojos en blanco cuando recordé el momento.
—No, no he hablado más con él. Posiblemente me odie.
Ellen se encogió de hombros. Ethan se aclaró la garganta.
—Chica, era mono.
Mejoré mi mueca extrañada y me pasé una mano por el pelo.
—No..., no era mono.
Ethan me pellizcó la mejilla.
—Mira, si se está poniendo roja y todo.
Le miré con las cejas alzadas por encima de las carcajadas de Ellen. Él me devolvía una sonrisa picarona con los brazos cruzados encima de la mesa.
—Literalmente, el tío me ponía de los nervios. Su forma de hablar me pone nerviosa.
Por fin Ellen dejó de sacudir la maldita bolsita de azúcar para abrirla y vaciarla en el vaso de té.
—Si Ellen dice que era mono, yo la creo.
—Era monísimo.
Puse los ojos en blanco.
—Lo que sea. En unas horas me voy a Cheshire —dije, cambiando de tema por fin.
—¡Qué guay! Me han dicho que en Cheshire hay buen ambiente de fiesta.
—De fiesta con las vacas —dijo Ethan, levantando la mirada y soltando una carcajada, chocando su puño con el mío, mientras yo también me reía.
—Jane, esto te interesa —a Ellen nunca le hacían gracia nuestras bromas—. Estoy intentando salvarte del aburrimiento, ¿vale?
Puse los ojos en blanco y Ethan resopló.
—Qué más me da, Ellen, voy a estar con mi abuela. Mis padres ni de broma me van a dejar irme de fiesta en una ciudad—
—Pueblo —me corrigió Ethan.
—Pueblo que no conozco. Además, eso de que hay ambiente de fiesta no me lo creo. Quiero decir, ese pueblo está en mitad de la nada.
—Pues vale. Sólo te intentaba ayudar —me reprochó con tono ofendido.
Ese era uno de los principales hobbies de Ellen; reprochar cosas.
Intenté arreglarlo, pero Ethan me dijo con la mirada que no lo intentara y que cambiara de tema.
—¿Conocéis a alguien que sea de Cheshire?
Ellen levantó la mirada de las uñas para mirarme con el ceño fruncido mientras Ethan rodeaba los ojos en señal de rendición.
—No, ¿por qué?
—¿A qué viene eso, Jane?
Dudé un segundo, pensando en cómo era que me sonaba tanto aquel nombre.
—Es que me suena muchísimo, pero no sé quién vive ahí que yo conozca.
—¿Tu abuela, igual? —preguntó irónicamente Ethan.
Pensé por un segundo y al final decidí que era por eso por lo que tanto me sonaba. Me reí.
No tenía ni idea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario