Dos

Una de las cosas que más odiaba eran los viajes largos. Aunque el tren no era demasiado incómodo, irse de viaje con una hermana mayor demasiado hundida en la adolescencia que parecía que jamás tendría fin, era insufrible para mis padres y para mí. Por muchas veces que mi hermana había suplicado poder quedarse en casa, mis padres la obligaron a venir de todas formas, cosa que yo no entendía, lo que hacía que su comportamiento ya insoportable de naturaleza, lo fuera aún más sólo para molestar a mis padres y, por lo visto, a mí también.

En cuanto llegamos a la estación nos tocó volver a correr hasta la estación de autobuses para coger uno hacia el pueblo en el que nos quedaríamos. Como siempre, nuestro tiempo no era especialmente generoso, ya que sólo teníamos un cuarto de hora desde la llegada del tren hasta la salida del autobús.

La relación que tenía con mi abuela paterna no era ni la mitad de cercana como la que tenía con la materna, por lo que estar en su casa un fin de semana era algo que me incomodaba un poco. Y a Emma muchísimo más que a mí. El único que parecía emocionado con los hechos era mi padre, y sólo por el hecho de que hacía por lo menos dos años que no iba a visitar a su madre.

La llegada fue normal, tranquila y justo como me la había imaginado; llegada al pueblo, búsqueda intensiva y fallida de la casa, llamada a la abuela para pedir indicaciones y encontrarla a la segunda llamada. Un beso, mirar la casa con fingido interés, llegar a la habitación, dejar las maletas y sentarse al lado de mis padres fingiendo estar escuchando la conversación.

Su cumpleaños no era hasta el domingo, así que los regalos, —algo que quitaba tiempo y ocupaba el suficiente espacio como para hacerse con nuevos temas de conversación— no se daban hasta el día siguiente, por desgracia.

Emma estaba encerrada en nuestra habitación, como siempre, y yo tenía que pretender estar interesada y hacer de la hermana responsable y buena de la familia, algo que de alguna forma ya era así. Pero tenía que mantener esa fachada que había levantado durante los años.

Aunque hubo un momento en el que la puerta de la habitación se abrió y unos pasos apresurados corrían hasta bajar las escaleras, y una emocionada Emma se presentó después de hora y media de habladurías sobre el cambio climático y lo corruptos que eran los políticos en todos lados.

—¿Puedo salir esta noche? —pidió sin más demora.

Mi madre soltó una carcajada, y mi padre se vio obligado a tomar riendas.

—¿Estás loca?

—Bueno, ¿puedo?

—Por supuesto que no.

Dio una patada al suelo y yo di un sorbo al té que la abuela me había preparado. Estaba frío y agrio pero, como ya dije, tenía que mantener mi reputación.

—¿Por qué no?

—Tan fácil como que no vas a salir de fiesta en un pueblo que no conoces de nada, con personas que no conoces de nada y en sitios que no conoces de nada. Ni hablar.

—Esto no es ni la mitad de grande que nuestro barrio y allí no tienes problema. No tiene sentido, papá.

—¿Te lo repito? Mamá, ayúdame en esto.

La abuela levantó la mirada desprevenida y miró a Emma.

—Es tu hija, no la mía. La tienes que educar tú.

—¿Ves? La abuela me deja, ¿a que sí?

Sólo levantó las manos e hizo como si se mostrara neutral.

Mi madre ya se había marchado a la cocina.

—Emma, mantengo mi postura. Además, ¿qué hay aquí? Apenas hay un bar.

—No tienes ni idea —reprochó Emma suficientemente alto como para escucharlo.

—Un no es un no, y punto.

La sala se quedó en silencio varios segundos, hasta que yo decidí romperlo antes de que mi hermana le lanzara el móvil o algo así.

—Papá, creo que tendrías que dejarla ir —los ojos de mi hermana se abrieron tanto al oírme decir aquello que parecía que podría besarme con ellos desde su posición—. A ver si así se coge otro coma etílico y aprende la lección de una vez.

—¿Un coma etílico, Emma? —la abuela parecía muy impresionada, a pesar de lo mucho que mi padre le había hablado de ella.

—Jane, eres un genio. Igual me lo pienso —el sarcasmo de mi padre era lo único que yo había heredado de él.

—¿De verdad? —el resto lo había heredado Emma.

La lista de la familia era mi madre.

—Sarcasmo, Emma.

—No me gusta. Que sepas papá: me has decepcionado.

En realidad mi hermana no era tan mala persona. Era guapa e incluso lista, pero era demasiado superficial.

El problema era que siempre tenía que pensar que el mundo giraba alrededor suya, y que todo lo demás era irrelevante. No siempre era así, pero sí la mayoría del tiempo, y me ponía de los nervios. Eso es lo que le hacía tan insoportable. Era extremadamente inmadura para su edad.

—En realidad, Jane tiene razón —mi madre se apoyaba en el marco de la puerta y paseaba su dedo por su labio inferior, pensativa.

Levanté las cejas y evité reírme.

—¿Qué? —dijimos mi padre y yo a la vez, con el mismo tono de voz.

—Quiero decir, es un pueblo pequeño, no le va a pasar nada.

—Eso, sé cuidar de mí misma —respondió Emma, cruzándose de brazos orgullosa.

—Por supuesto que no sabes, por eso te va a acompañar Jane.

Tardé unos segundos en entender lo que mi madre había dicho.

—Espera, ¿qué?

—¿Prefieres que te acompañe yo? —preguntó mi madre en su defensa, poniendo una mano en su pecho y alzando las cejas.

—Sí —respondimos Emma y yo.

—Respuesta anulada. O vas con Jane o no vas.

—¡No tengo ni voz ni voto en esta familia! ¡Soy como el perro! —protesté.

—Eso es porque eres la pequeña.

—Pero si soy yo la que te tiene que cuidar a ti, retrasada.

—Me acaba de insultar y vosotros no movéis un dedo, realmente me decepcionáis ambos.

—Emma y Jane, callaos ya u os quedáis en casa.

—¡Pero si tengo que ir igualmente!

—Tengo gallinas en vez de nietas —murmuró mi abuela, lo suficientemente alto como para escucharlo.

Todo el mundo hizo como si no la hubiera escuchado.

Abrí la boca para protestar nuevamente, pero parecía que si volvía a pronunciar otra palabra más, me iba a meter en problemas más serios que tener que cuidar de mi hermana mayor.

Suspiré y puse los ojos en blanco cuando subí las escaleras seguida por Emma, que parecía tan molesta como yo.

Parecía que no tendría opción que escoger y que realmente estaba obligada a hacerlo, por lo que me dirigí a mi habitación a ponerme algo decente. Por lo menos intentaría pasármelo bien.

Algo poco probable, ya que iba con mi hermana mayor y no conocía a nadie en ese maldito pueblo.


🌻✨🍂


El frío que hacía en la calle era más que normal para estar a principios de julio en Inglaterra, pero aún así era espantosamente gélido. Mis dientes ya dolían de tanto chocarse los unos contra otros desde que salí de casa, y mi temperatura corporal no parecía subir conforme andaba más y más rápido para intentar subirlo. Emma no parecía afectada; andaba con los brazos a sus lados y con la cabeza bien alta, sin ningún indicio de que estuviera pasando frío, completamente contraria a mí, ya que yo iba completamente encorvada y con las manos hundidas en los bolsillos de mi gabardina. Era injusto, ya que yo llevaba unos vaqueros y ella tan solo unas medias con un vestido, que para nada estaba preparado para ese tipo de temperaturas.

Me tuve que recordar que era una gran actriz.

Después de varios minutos andando me cansé de tanto secretismo.

—Bueno, ¿a dónde se supone que vamos?

—Cerca de aquí hay una casa abandonada donde siempre hay fiestas los primeros fines de semana del mes. Son como fiestas privadas, más o menos.

—Entonces nosotras no podemos ir —dije intentando ocultar el deje de emoción que me recorría el vientre.

—Sí podemos, tonta. Conozco al organizador, estuvo un tiempo trabajando en un pub al que iba mucho.

—Ah —fue lo único que pude añadir.

En esos momentos odiaba más que nunca a Dan, ya que salir de fiesta era una de las cosas que más me gustaba hacer, y el hecho de que hubiese conseguido hasta quitarme las ganas de eso, me enfadaba con creces.

Caminamos otros pocos minutos en silencio hasta que llegamos a un camino sin asfaltar y comenzamos a subir una pequeña colina sin árboles y sin nada más que hierba amarilla y pisoteada. Los árboles comenzaron a hacerse algo más abundantes y llegamos a una casa más grande de lo que yo me hubiera imaginado por culpa del entorno. Se veía que esa casa era antes habitada por una familia adinerada y con poder, ya que era bastante grande. El techo estaba medio en ruinas, pero parecía que eso no detenía a las personas que lo estaban pasando bien dentro, por lo menos así se escuchaba desde mi posición; música lo suficientemente alta como para no poder entenderse al hablar, pero lo bastante baja como para que el pueblo no lo escuchara.

Cuando llegamos a la casa, comencé a ponerme nerviosa sin saber muy bien la razón. Realmente no sabía qué iba a hacer ahí dentro; partía del hecho que mi hermana había quedado con gente que conocía y que yo tendría que acoplarme a ella toda la noche si no quería pasarme la noche sentada en algún rincón intentando no quedarme dormida. Al acercarnos a la puerta vacilé unos segundos antes de entrar, sin saber muy bien si pedirle ayuda a mi hermana ante aquella pequeña crisis que estaba teniendo, seguido por las múltiples emociones que me azotaban el pecho a todas horas del día por lo de Dan, que en esos momentos parecían hacerse más pesados que de normal.

La relación que tenía con mi hermana mayor no era que se diga mala de odiarnos muchísimo. Pero tampoco era la mejor, ni la que deseaba cuando era más pequeña. Siempre oía historias de otra gente que compartía tantas cosas con sus hermanas que la envidia me corroía día tras día. Me hubiese encantado compartir la ropa con ella y contarle mis secretos y mis dramas y que ella me diera consejos como hermana mayor. Pero esas cosas no pasaban entre nosotras. Emma siempre había sido muy competitiva, si no era conmigo lo era con nuestro hermano mayor. Nunca había tenido que serlo con otra chica antes de que llegara yo, ya que a medida que yo crecía, más me tenían en cuenta a mí, sin contar que le quitaba todo el protagonismo que mis padres le brindaban. Nunca compartíamos nada entre nosotras, siempre tenía que esconder mis dramas de adolescente cuando entraba por la puerta de mi casa, ya que sabía que nadie de ahí dentro me iba a ayudar con mis problemas. Aquello me entristecía mucho, me hubiese encantado contarle a mi hermana mayor todo lo que me estaba pasando y pedirle ayuda a gritos, que me hablara de sus perspectivas y experiencias en su vida personal, que me incluyera en su vida, y sobre todo que no me dejase ahogarme entre mis emociones y lágrimas del momento.

Cambié de opinión enseguida, me tragué el nudo de la garganta como pude y traté de no volver a echarme a llorar delante suya, porque sólo iba a hacer el ridículo. Con los años había aprendido a mantener siempre un fuerte con ella, a no compartir más de lo necesario.

Emma había girado la mirada y me repasaba con un brillo en los ojos que no me era demasiado familiar. Aparté la mirada casi al instante, aunque ella me sujetaba de los hombros antes de que pudiera darme cuenta.

—¿Jane? —preguntó, con un tono de voz que no conocía, como con preocupación.

—¿Qué? —contesté yo, asegurándome que sonaba a la defensiva.

Frunció los labios y sin dejar oponerme ante sus movimientos, me arrastró hasta un banco de piedra y se sentó a mi lado.

—¿Qué sucede?

La miré con los ojos muy abiertos. No sabía muy bien por qué preocuparme más; si por las lágrimas que amenazaban con mi exposición o con el repentino ataque de preocupación de mi hermana mayor, a la que le dio igual que un chico de diecisiete años saliera con su hermana pequeña de trece.

Ella también parecía algo retraída, ya no me sujetaba de los hombros ni me miraba a los ojos, aunque pude ver que se mordía el labio y luchaba por que la situación no se hiciera incómoda y tomar la situación como mejor sabía. Suspiró y se pasó una mano por el pelo. Cerró los ojos y comenzó diciendo:

—Escucha, Jane. Sé lo qué te ha pasado. No me lo has dicho, pero lo sé. Y sé lo qué se siente. Puede que esto te resulte irrelevante o que no me hagas caso, pero tu vales mucho más que ese capullo, de verdad. No te lo diré a menudo, pero eres mi hermana y siempre voy a intentar protegerte. Lo digo ahora y espero no arrepentirme, pero puedes venir a mí cuando quieras y contarme las cosas si necesita llorar o lo que sea. Siento que te lo haya dicho tan tarde, no te mereces esto. Quiero que te lo pases bien. Te odiaré muchas veces pero sigues siendo mi hermana y la única que puede hacerte daño soy yo, ¿de acuerdo?

Parpadeé un par de veces, mirándole a los ojos sin saber qué responderle a aquello.

Esas fueron las primeras palabras de afecto que mi hermana me había dedicado en mucho tiempo.

Quise decir algo, pero me tiró del brazo y me levantó del banco de un tirón, posiblemente avergonzada y deseando que no le respondiera nada a lo que me acababa de admitir.

—Voy a conseguirte un chico para que te lo pases bien —me guiñó un ojo.

Esta nueva faceta de mi hermana me pilló completamente desprevenida, nunca lo vi venir, y a pesar de eso, realmente me gustaba. Tenía que aprovecharlo, ya que sabía que al día siguiente posiblemente no sería tan amable conmigo que entonces.

Me dijo que esperara un segundo para arreglar una cosa con el portero y escasos minutos más tarde me volvió a coger de la muñeca para arrastrarme dentro del edificio.

La música estaba muchísimo más alta de lo que en principio había esperado. Fue como si alguien me hubiera abofeteado la cara con un altavoz de lo bien aislada que estaba la casa. De lo que también me di cuenta fue de que ahí dentro hacía un calor espeluznante.

Había poca luz, pero la suficiente como para poder manejarte por el lugar sin tener que preocuparte por tus zapatos. Cuando me quise girar para preguntarle a mi hermana dónde estaban los baños sólo por si acaso, vi que se había evaporizado, y que estaba completamente sola en medio de una multitud que no conocía de nada.

Puse los ojos en blanco. Ni dos minutos había durado su amabilidad hacia mí. Intenté no tomármelo a pecho y me hice paso como pude por la gente que estaban bailando completamente dirigidos por el alcohol. Por suerte, la gente estaba agrupada únicamente en el centro, por lo que en las esquinas habían algunos sofás libres o no tan libres en los que podría sentarme y centrarme en cuáles serían mis siguientes movimientos.

Escogí el único en donde no había más que una pareja demasiado acaramelada. Me acerqué a él intentando no llamar demasiado la atención y me senté en él lo más lejos posible de ellos, lo que no fue más que un intento fallido, ya que el sofá era bastante pequeño y estaban a tan sólo centímetros de mí. Intenté ignorarlos lo mejor que pude.

Coloqué el bolso a mi lado y saqué mi teléfono.




01:13 Ellen™: mira, se me ha curado ya 🎉




Ellen me había enviado una foto de su piercing en la nariz que ambas fuimos a hacernos juntas hacía unos meses, aunque ella había tenido algunos problemas más que yo en el proceso de curación. Sonreí un poco y me dispuse a responderle.

—¿De verdad, Jane?

Di un brinco cuando escuché la voz de Emma a mis espaldas. Giré el cuello y la miré. Suspiró y se sentó en el brazo del sofá.

—No te lo voy a permitir —dijo entre grito y grito—. Vamos, te traeré algo de beber.

Antes de que pudiera replicar, o incluso levantarme e ir con ella, mi hermana ya había vuelto a perderse entre la multitud. Suspiré en rendición. En parte le daba la razón, no debería de estar sentada en un sofá sin hacer nada en una fiesta de ese grado, pero realmente no tenía ninguna alternativa, ni estaba de ánimos para ponerme a buscar una. No conocía a nadie en ese lugar, y no quería acoplarme a mi hermana y hacerle la noche más pesada de lo que ya lo era.

Me quedé sentada mirándome los pies y con las manos en el regazo lo que parecieron horas. Aunque en parte era divertido ver a la gente bailando y ser torpe justo en frente mía, y la pareja de al lado mía hacía ya tiempo que se había marchado, supongo que debido a mi estancia. Sonreí satisfecha al pensar eso. La música después de todo tampoco era tan mala como me imaginé, había hasta algunas canciones que estaban en mi lista de reproducción.

Miré mi reloj una vez más. Ya había pasado media hora desde que Emma había decidido dejarme sola de nuevo y yo me estaba muriendo del aburrimiento. Ahora ansiaba esa bebida que Emma me había prometido para por lo menos no aburrirme tanto.

—¿Me estás siguiendo? —la voz de un chico detrás mía me pilló completamente desprevenida.

Me di la vuelta para ver quién era ese desconocido que había decidido asaltarme de esas maneras.

Me miraba con una sonrisa burlona y extrañamente bonita en la cara, pero yo no estaba de humor. Esos rizos me eran horriblemente familiares. Pero por el resto no conocía de nada a ese chico como para que se dirigiese a mí de esa forma. A su lado había una chica, también con el pelo oscuro y rizado, con los brazos cruzados que no parecía muy contenta.

—Perdona, ¿qué?

—Que si me estás siguiendo. No tiene gracia, de todas formas.

Entrecerré los ojos y volví a darle un repaso con la mirada, pero seguía sin saber quién era. Me encogí de hombros y, a pesar de las señales que me enviaba su imagen, me di la vuelta, tratando de ignorarle.

—Hey —respondió ante mis malos modales—, te estoy hablando.

Dio la vuelta al sofá, se puso enfrente mía y se agachó para ponerse ojo a ojo conmigo. Sujetó con las manos mis piernas para no caerse y yo vacilé la mirada entre él y sus brazos, más molesta de lo que ya estaba. Alcé las cejas ante su atrevimiento.

Ese chico me intimidaba.

—Y yo te estoy ignorando. O por lo menos lo intento.

Inclinó la cabeza con el ceño fruncido y casi se cae al suelo.

Ah, encima borracho. La situación mejoraba por momentos, aunque casi no pude evitar una pequeña sonrisa ante su torpeza, mientras le miraba con el ceño fruncido.

Intenté alejarme, pero me vi atrapada entre el sofá y él. La chica que le acompañaba suspiró exasperada y se sentó a mi lado, aunque sacó su teléfono móvil de su escote y no me prestó más atención.

Los miré a ambos y entonces todo me cuadraba. Aquella era la pareja que había visto momentos antes a mi lado dándose el lote como si fuera el fin del mundo. Era tan incómodo que tuve que soltar una pequeña carcajada cuando me di cuenta como único mecanismo de defensa. Incómodo y surrealista, aquella situación lo tenía todo.

—Te he hecho una pregunta —dijo el chico después de ver cómo reaccionaba, con más paciencia de la que tendría yo.

—No te estoy siguiendo, ni sé quién eres.

Su cara de extrañeza era incluso mayor ahora, todavía con los dedos detrás de mis rodillas sin ningún tipo de vergüenza.

—¿Cómo que no? Yo sí te conozco a ti. Tú recogiste mi móvil.

La chica a mi lado levantó la mirada de repente y sin hacer ningún ademán de disimular, me miró de arriba a abajo, parándose en cada detalle. Luego esbozó una mueca de desagrado y volvió a su pantalla del móvil. Fruncí el ceño devolviéndole la mirada, aunque la ignoré. Sin ablandar mi rostro, volví a mirar al chico.

—¿Tu móvil? ¿Cuándo?

No estaba entendiendo nada.

Hizo algunos sonidos que no pude llamar palabras antes de hablar con más claridad:

—No sé... hace mucho ya.

Estaba literalmente acorralada. El chico de rizos de enfrente mía seguía sujetándose a mis piernas para evitar caerse al suelo, y la chica de mi lado también me bloqueaba el paso.

En la lejanía pude ver a Emma acercarse con mi bebida. En seguida me vi rodeada de unas luces blancas que cantaban libertad. Emma, cuando estuvo a varios pasos de mi, levantó la mirada y me vio a mí y al chico arrodillado, y su sonrisa fue descomunal. Le lancé una mirada de auxilio, pero ella no se dio cuenta. Me alzó el pulgar y se fue por donde había venido. Dejé caer los hombros.

Mis ganas de desaparecer aumentaban con cada segundo.

—Bueno, ¿vas a dejarme ir o cómo? —le dije al final, ya enfadada.

—Te llamas Jane, ¿verdad? —dijo haciendo caso omiso a mi pregunta.

Mi asombro estuvo acompañado por incluso más miedo del que ya sentía. Fruncí el ceño todavía más.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque te conozco, ya te lo he dicho. Yo soy Harry —al fin se levantó y me tendió una mano con una gran sonrisa.

Harry.

—Oh dios mío, ¡eras tú el que vivía en Cheshire!

—¿Qué?

Claro que conocía a un Harry, era ese chico que se rió de mí en el autobús y que por arte de magia apareció su teléfono en el bolsillo de mi abrigo. Habían pasado tan solo tres semanas, y a mí ya se me había olvidado, como hacía con todo lo que no tuviese que ver con Dan. Bueno, realmente necesitaba ser más lúcida. Y tener mejor memoria.

Mi subconsciente se rió de mí cruelmente.

—¡Ya sé quién eres! —me reí y él esbozó una sonrisa de victoria.

Me levanté del sofá y pasé olímpicamente de su mano, la cual todavía estaba en el aire.

—Espera, ¿no vas a responder a mi pregunta?

—¡No te estoy siguiendo, por el amor de dios!

—Nunca me llamaste al skype.

—¿Qué?

Dios, hablar con ese chico era realmente difícil. Aunque de eso podría tener la culpa el alcohol. Pero eso no quitaba que me estuviera poniendo muy nerviosa.

—Me pediste mi skype, pero nunca me llamaste.

—Ya, lo pedí por ser amable. Si te hubiera querido llamar te hubiera pedido el teléfono. De todas formas, ni siquiera sé cómo lo haría para hablar contigo por teléfono, nunca me entero de nada de lo que dices. Además, estás borracho.

Frunció el ceño y asintió con la cabeza. Pasando olímpicamente de lo que le había dicho, se dio la vuelta rápidamente y agarró la mano de su novia o quien quiera que fuese esa chica, y la obligó a ponerse a su lado.

—Jane, te presento a Yina.

—Encantada —dije con más sarcasmo de lo que hubiera deseado.

Ella me dedicó una sonrisa también irónica.

—¿Es tu novia? —pregunté, intentando hacer aunque sea migas.

La carcajada que lanzó Harry a continuación me mojó hasta los zapatos, y tuvo que secarse las lágrimas con los dedos. Espero que haya sido fingido lo de las lágrimas, porque realmente no era tan gracioso.

Yina no parecía tan divertida, es más, parecía hasta enfadada por el repentino ataque de risa del chico.

—No… no, no es mi novia —y continuó riéndose.

—¿Entonces?

—Ah, es una larga historia —dijo ella por él.

Al abrir la boca de pronto, me di cuenta de que su voz era un tanto desagradable a causa de lo aguda que era, aunque supongo que al final podrías acostumbrarte.

—Me imagino.

Me quise ir de allí cuando Harry se hubo calmado, pero cuando me di la vuelta y di dos pasos, sentí una mano aferrarse a mi brazo, obligándome a darme la vuelta. De un sólo movimiento. Me giró con tanta rapidez que me encontré de un momento a otro demasiado cerca. Tan cerca que su nariz casi rozaba la mía, mientras me sujetaba la mirada con brillo en los ojos, todavía con sus dedos presionándome la palma de la mano. Fueron tan sólo dos segundos, pero tuve que hacer acopio de mis fuerzas cuando un olor tan agradable y repentino me descolocó por completo unos momentos, encontrándome disfrutando de una buena ola de su olor corporal. No era tan desagradable como quisiera que fuese. Me aparté casi al instante cuando me di cuenta, apartando la mirada incómoda y algo ruborizada. Me solté de su mano.

—Espera, déjame invitarte a algo.

Primero quise oponerme, pero luego me di cuenta de que ese chico, Harry, me estaba dando la oportunidad de no estar sola toda la noche y de tener mínimas posibilidades de pasarlo bien. Y en realidad no me caía tan mal.

Así que al final dejé que me invitara una y dos, y tres veces. Me lo pasé mejor de lo que me esperaba. Tanto, que al final Emma tuvo que llevarme a casa casi a rastras.




🌻✨🍂




Eran apenas las siete de la mañana cuando mi teléfono móvil no dejaba de vibrar encima de la mesilla de noche. Hacía dos horas que habíamos vuelto a casa y realmente me costaba distinguir si eso que oía era algo real o simplemente algo que a mi mente le apetecía imaginar. Abrí un ojo despacio y pude ver la luz salir disparada de la pantalla de mi móvil. Emma gimoteó con fuerza y sopló con exasperación.

Parpadeé varias veces y vi que me estaba llamando Ethan. Con los ojos medio cerrados, salí de la cama. Mareada, cogí el teléfono y me encerré en el baño.

—¿Diga? —dije con voz ronca.

Conocía a Ethan, y él no me llamaría si no fuera una urgencia. Aunque era muy tarde (o temprano), un pequeño cosquilleo de preocupación ya bailaba en mi vientre con energía, como usualmente cuando me llamaba a esas horas. Aunque mi estómago nunca se acostumbraría a esa sensación.

Tragué saliva al ver que no obtuve ninguna respuesta.

—¡Ethan! —repetí con voz más clara, aunque no demasiada alta por miedo a despertar a mis padres.

—Jane —dijo después de otros pocos segundos con la piel de gallina y mordiéndome el dedo.

—¿Qué ocurre? —dije algo más calmada.
—Mi padre está en el hospital.

Cerré los ojos y respiré hondo una vez estuve sentada en la taza del váter con las piernas cruzadas.

—¿Qué ha pasado?
Suspiró.

—Esta tarde ha vuelto, como de costumbre, borracho a casa. Pero, no sé, estaba diferente, porque ha subido directo a mi habitación y después de romper la puerta de una patada, casi me rompe a mí —lo escuché sorberse la nariz después de terminar la frase y pausar por unos segundos—. Me quedé tumbado en el suelo y después de un par de minutos escuché cómo el coche se estrellaba contra un árbol en frente de mi casa.

Me puse una mano en la frente y respiré hondo.

Otra vez no.

—Te ha vuelto a pegar.

No era una pregunta, sino una afirmación.

—No es por eso por lo que te llamo. Te llamo porque ha podido morir mientras yo estaba tumbado en el suelo con la nariz sangrando y fantaseando con que se cayera por las escaleras. ¡Tumbado, Jane!

—Espera, ¿estás culpándote por esto? ¿En serio?

Hubo un silencio grueso y palpable.

—Jane, ha puesto la vida de otros en peligro sólo porque yo estaba demasiado avergonzado que ni siquiera podía mirarle a la cara. Ha puesto su propia vida en peligro. Podría haber muerto en un accidente mucho más grave y—

—Ethan, para. En serio, me están entrando ganas de irme a Londres y darte una bofetada. ¿Te estás escuchando?

Suspiró de nuevo.

Después de unos segundos en silencio, supuse que no iba a contestarme.

—Tranquilo, seguro que estará bien. Y ahora deja de torturarte, vete a casa y descansa, ya irás a verle mañana cuando estés más despejado.

Colgué el teléfono y suspiré. Apoyé la cabeza en la pared y cerré los ojos.

Caminando de vuelta a la cama con los brazos colgando pensé en lo afortunada que era teniendo la familia que tenía. Tenía dos padres que me querían y que se querían, y una hermana mayor que, bueno, suponía que me quería.

La verdad era que entre mi pequeño círculo de amigos, mi situación era la más “normal”, por así decirlo. No me gusta demasiado hablar de ello. La familia era uno de esos temas tabúes que no se tocaba en ninguna de las situaciones más extremas, o, por lo menos, no en colectivo, ya que Ethan, Ellen y Dan siempre recurrían a mí si tenían algún problema relacionado con ese tema.

Desgraciadamente, había demasiados.

Cuando yo llegué a ese barrio que tanto le había llamado la atención a mi madre por su tranquilidad y hospitalidad, todo estaba patas arriba entre ellos tres, ya que se conocían desde el colegio, y por tanto, ellos habían pasado por todo eso juntos, de alguna manera. Ya lo he dicho, no me gusta indagar demasiado en el tema, no son mis asuntos. No daré demasiados detalles.

Suspiré una vez entré en la cama, y aunque quisiera dormirme, no pude. La conversación con Ethan seguía grabada en mi cabeza a fuego. El padre de Ethan abusaba de él desde que su mujer se fue de casa. Él tenía trece años cuando su padre empezó a jugar con las drogas y el alcohol.

Él tampoco hablaba de ello, sólo cuando este tipo de cosas ocurrían, que lo hacían más de lo que deberían. Para luego hacer como que no me había contado nada, y seguir con su día a día como si todo estuviera bien. De todas formas, me alegraba mucho que yo fuera su punto de apoyo y que fuera yo en la que confiaba para contarle todo esto, aunque a veces desearía no saber nada de ello, y hacer como si todo estuviera bien como hacía él, no tener que preocuparme por él cada vez que me dejaba en mi casa y se dirigiera a la suya.

Era lo mínimo que podría hacer, y eso era hablar con él. Ya que lo quería con toda mi alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario