parte ii: Doce

No recuerdo el momento concreto en el que comencé a sentir miedo. Sé que ese momento existió, que pasé muchísimo miedo en un momento muy determinado, de un segundo a otro, donde se me paralizó el tiempo y en el que sentí terror verdadero, bajando lentamente por mi garganta como una gota fría de sudor por mi frente. Repentino y desagradable, como una ráfaga de aire helado en una bonita tarde de verano.

Sí recuerdo el comienzo. Cómo aquella locura insaciable empezó para mí, persiguiéndome por los callejones, con sus luces apuntándome la espalda y riéndose en mi cara. Corriera a donde corriera, ahí estaban. Suerte, eran sólo pesadillas al principio. Aunque toda espada se puede afilar, y tuve que hacer grandes esfuerzos para no acabar con el estómago rajado, con la sangre escurriéndose por mis dedos.

Realmente las últimas semanas habían sido un real caos, yo que estaba tan acostumbrada a la tranquilidad del este de Londres, con sus calles vacías y miradas vagas. De un día a otro, mi mundo dio un giro tan repentino, que el simple cantar de los pájaros ya no me transmitía la sensación de que estaba a punto de vivir otro día de rutina, con los horarios puestos en rojo sobre mi calendario.

Para empezar, Ellen no pudo contenerse de comentar las ojeras de mi rostro al verme en el instituto el primer día de clase, después de no haber dormido prácticamente nada en el maldito piso del hermano de Yina. En el cual habían puesto mis noches patas arriba una vez más, aunque se podría decir que en un sentido mucho más literal del que me hubiese imaginado. Los pasos eran más ligeros al andar. Te lo prometo, nunca andaré encima de las nubes, pero eso es lo más parecido que sentí al levantarme de aquella cama por primera vez después de que el chico de rizos hiciera que la sangre de entre mis piernas hirviera de mil colores. Como andar por encima de algodón en gravedad cero. Ese día después, caminando hacia la estación de trenes para recoger a Louis, casi rozando con los dedos la mano de Harry caminando a mi lado, supe que de ahí en adelante iba a tener experiencias reales, que no se cansaría en enseñarme todo lo que era capaz de hacer conmigo. Aunque con la mirada ajena, disimulando lo mejor que podía, pero rozando sus dedos con los míos al caminar, sin querer ser sutil. Sólo con una mirada clandestina en dirección a la suya, clavada en frente y concentrado al andar conseguía volver a revolucionarme, lo casual que se había portado conmigo esa mañana, aunque aprovechando cualquier excusa para volver a tocarme. Pude ver cómo de sus pestañas colgaban esas imágenes que me ponían la piel de gallina, en cómo me había hecho gritar con su lengua juguetona, en cómo le había hecho gritar con la mía.

—¿Cuántas veces te lo has tirado? —esas fueron las primeras palabras que Ellen me dirigió ese uno de septiembre.

Sólo le respondí con una carcajada. Ya que la verdad era que, en tan sólo una noche, había perdido la cuenta.

De lo que sí me di cuenta fue de cómo levantó la nariz Ethan. Casi inconscientemente. Fue como un cubo de agua fría calándome en seguida.

Se me partió un poquito el corazón. Realmente hasta que le vi reaccionar de esa manera, aunque ni él se hubiese dado cuenta de sus propios actos, no me había parado a analizar tan a fondo sus sentimientos. Siempre supuse que sería un crush, algo pasajero que se pasaría tarde o temprano. Que no dejaría de ser mi mejor amigo, como él había repetido más de una vez, con esperanza en los ojos de que nada cambiaría entre nosotros.

Desgraciadamente, tuve que sentarme con él después de sujetarle de la mano con un apretón amistoso, un par de tardes después, en un banco del parque al lado de su casa.

Él me dirigió una mirada torcida, con una ceja desencajada. Se humedeció los labios.

—Ethan —le dije.

Suspiró.

—Jane —y se rió.

Tuve que sonreír un poco. Esa conversación me aterrorizaba. No sabía cómo empezarla, cómo iba a acabar, y en dónde nos dejaría a cada uno. Me mordí la comisura de los labios.

—Creo que... creo que tenemos que hablar —comencé, sin mirarle a los ojos.

—¿De qué quieres hablar? —respondió, aunque pude notar perfectamente cómo subió una pierna al banco en el que estábamos sentados, incómodo.

Una pequeña ráfaga de aire frío del otoño que se acercaba se coló entre mi pelo. Me coloqué el mechón rebelde detrás de la oreja después de mirarle durante unos pocos segundos para volver a bajar la mirada al suelo. En un principio quise alzar las cejas y evidenciar mis palabras al asunto. Pero me retuve, y decidí suspirar en su lugar.

—Mira, yo... —hice una pausa—. Últimamente he estado notando un par de cosas en cómo te comportas conmigo que no había notado antes de... bueno. Antes de la fiesta.

Le miré. Él había dejado de mirarme, se abrazaba la rodilla y se mordía el labio pasivamente. Se pasó una mano por el pelo.

—Ya —contestó simplemente.

—¿Es más serio de lo que me has contado? —dije con un hilo de voz, casi sin atreverme a decirlo en voz alta.

—Jane —me avisó con su tono de voz, algo quebrada aunque determinante en no dejarme entrar más en donde estaba dirigida la conversación—. Te he dicho que no quiero que esto afecte a cómo te veo y en cómo me ves. Quiero que sigas siendo mi amiga.

—Ethan, sólo es una pregunta. Quiero que me respondas.

Se quedó un segundo callado y volvió a revolverse en el asiento. Se quitó la gorra un momento y se la volvió a poner, como un tic que no podía controlar cuando estaba nervioso.

—Sí. Es más serio de lo que te conté.

Dejé escapar un pequeño gruñido. Él continuó para intentar arreglarlo.

—Te lo digo en serio. Estoy haciendo lo que puedo.

Me pasé una mano por la cara.

—No sé... No sé qué hacer para poner las cosas más fáciles. No quiero perderte —dije.

Realmente era una posición de lo más incómoda. ¿Cómo hacer que tu mejor amigo, que tan repentinamente se había enamorado de mí, dejase de estarlo sin apartarlo de mi vida? Y para empezar, ¿cómo se superaba a una persona tan de pronto? ¿Quién de los dos se supone que debía dar el paso y decidir cómo arreglar esa situación? Lo más importante; ¿cuál era ese maldito paso que debíamos dar, para que ninguno de los dos saliese herido de aquello?

De pronto, tuve muchas ganas de llorar.

—No te lo debería haber dicho.

Cerré los ojos. Realmente no podría haber dicho nada que no partiese mi corazón más de lo que estaba.

—No digas eso —respondí, haciendo mis esfuerzos por no romper a llorar de un momento a otro.

Aunque tuve que morderme el labio con fuerza.

Ninguno de los dos lo quería decir, aunque la respuesta estaba delante de nuestros ojos. La única escapatoria que había a aquello, lo único que salvaría nuestra relación de amistad.

Al final, Ethan suspiró y bajó la rodilla al suelo, para mirar al frente. Sus ojos vacilaron.

—Me han concedido la beca para irme a Finlandia.

Le miré. Se me había hecho demasiado tarde. Pude notar una lágrima caerme por la mejilla cuando dijo eso. Suspiré y como acto reflejo, me lancé a su lado y traté de ahogar la garganta en su cuello cuando ya no pude contener el llanto.

—¿Te vas a puto Finlandia? —dije contra su jersey.

Le escuché reírse un poco, aunque se apartó un milímetro para sujetarme de la barbilla y obligarme a mirarle.

—Ni se te ocurra llorar. Como llores te mato.

Me sorbí la nariz. Él atrapó una lágrima con el pulgar.

—No la iba a aceptar. Pero el lunes hablé con los de la admisión. Estaban insistiendo mucho, así que dadas las circunstancias, decidí irme.

Me pasé una manga por los ojos.

—¿Cuándo te vas? —pregunté, una vez me hube calmado un poco, aunque sabía que esta noche iba a necesitar una toalla encima de la almohada.

—El quince —bajé los hombros, y él me apretó un poco más hacia su cuerpo para consolarme—. No te preocupes, S. En Navidades ya he vuelto. Ni te enterarás de que me he ido.

Le di un codazo en las costillas y lo insulté. Él se rió. Y pude ver cómo se aguantaba las ganas por besarme la cabeza.

Así que sí, eso fue dramático. El día que se marchó fue incluso peor, te lo aseguro. Al cabrón se le ocurrió marcharse un maldito miércoles, bastante tarde en la tarde, cuando yo tendría que estar centrándome en mis clases, a pesar de haber empezado tan sólo dos semanas atrás. Iba a ser el año más importante de mi vida.

Encima esa semana me había bajado la regla, por lo que estaba extra sensible con cualquier cosa que me afectara. Si ya de normal era una llorona, no te puedes ni imaginar lo que podía llegar a llorar cuando estaba con la regla. Cuando llegué a casa con tan sólo un pañuelo limpio en mi bolsillo, dispuesta a lanzarme a la cama y seguir llorando hasta quedarme dormida, pude sentir mi teléfono vibrar en mi bolsillo. Me sorbí los mocos esperando que fuera un mensaje de Ethan, listo para hacerme la vida más miserable de lo que ya lo era. Parpadeé un par de veces para aclararme la vista.

21:02 Harry✨: Jane

Inconscientemente sonreí un poco. Me soné los mocos esperando a que siguiera con lo que tuviese que decirme, pero no me mandó nada nuevo. Puse los ojos en blanco sin borrar mi pequeña sonrisa de la cara.

Yo: Harry

Harry✨: Hola


Yo: hola 😂


Harry✨: Cómo estás?


Yo: bueno

Yo: no muy bien, la verdad

Yo: estoy teniendo una tarde de mierda


Harry✨: En serio?

Harry✨: Vaya

Harry✨: Quieres hablar?

Yo: no te preocupes

Yo: es un poco largo de explicar

Yo: se me pasará


Harry✨: Como quieras

Rodé por la cama y traté de que se me pasara un poco el disgusto pensando en otras cosas que pudiesen distraerme la mente. Bajé a la cocina a por algo que pudiese alimentarme un poco. Ethan era uno de los pilares más fundamentales de mi vida y seguía sin ver claro cómo podía enfrentarme a ese curso infernal que tenía por delante sin él.

No había nadie en la cocina tan tarde en la tarde. Mi hermana se pasaba los días encerrada en su habitación y a mi madre le gustaba ir los miércoles sola al cine cuando mi padre trabajaba hasta tarde, por lo que pude cenar tranquila con los mocos cayéndome por la cara en silencio. Intenté ponerme algo en la tele pensando en que así igual me entraría algo de sueño, aunque pude ver que estaba sólo perdiendo el tiempo y que era absurdo pensar que podría superarlo en tan sólo una tarde. Con un suspiro, volvía subir a mi habitación y me di una ducha rápida.

Cuando volví a entrar en mi habitación, pude ver mi teléfono alumbrar mi habitación antes de que pudiese encender la luz. Me volví a tumbar en la cama con la toalla todavía puesta alrededor mía y sujeté mi teléfono.

21:48Harry✨: Hey

21:48Harry✨: No sé si está permitido

21:48Harry✨: Pero

21:48Harry✨: Quieres pasarte un rato?

21:49 Harry✨: Estamos tirados en el sofá sin hacer nada, así te animas un poco

21:52Harry✨: Sólo si quieres

La razón por la que estaba tardando tanto en responderle era porque estaba concentrada en leer todos sus mensajes y asegurarme de que no estaba leyendo mal. Estaba dispuesto a dejarme entrar en la casa de mi programa favorito del mundo, por mucho que eso significaría romper las reglas, darme la dirección super secreta de donde vivirían durante las siguientes semanas. Sólo para hacerme sentir mejor. Otra vez, casi me pongo a llorar de la emoción. Aunque a eso sí le hecho la culpa a mis hormonas alteradas.

Yo: madre mía

Yo: en serio?

Yo: no me lo digas dos veces que ahí estoy, eh?

Le respondí, suponiendo que todo aquello me lo estaba diciendo para hacerme sonreír, soltando faroles para animarme. En ningún momento pensé que estaría hablando en serio. La sonrisa se me borró instantáneamente cuando vi que, en el siguiente mensaje, estaba la dirección de su alojamiento. Me puse una mano en la frente.

Harry✨: Coge un taxi y que te deje una calle más abajo

Harry✨: Voy a buscarte


Yo: no hablarás en serio

Yo: Styles

Yo: no hablas en serio


Harry✨: Te prometo que no estoy bromeando

Harry✨: Ven

¿Que qué hice? Ponerme los putos zapatos e ir.

Su forma de sonreírme al verme llegar, cómo sujetaba mi cadera pasivamente al abrazarme, acariciando suavemente la piel que accidentalmente estaba al descubierto en mi espalda a causa del movimiento, cómo pellizcó mi mejilla como modo de saludo al soltarme, con una pequeña sonrisa, hizo que me pusiera colorada y tuviera que ponerme un mechón de pelo detrás de la oreja. Agradecí que estuviese oscuro, ya que así podía caminar a su lado sin tener que preocuparme por ocultar mis emociones del momento. Ojear hacia él, que me miraba de vez en cuando mientras hablaba, con entusiasmo en la voz. No me podía ni imaginar qué es lo que estaría sintiendo él; la clase de proyectos que tendría en mente en esos momentos, en qué estaría pensando. Probablemente, con algo tan grande construyéndose enfrente suya, en mí no. Aunque por alguna razón no me importaba demasiado, o simplemente tampoco quería darle demasiada importancia; estaba demasiado centrada en su voz calmada dirigiéndose hacia mí, despacio. Como si no hubiese descubierto el frenesí con él, como si no hubiese sentido su aliento agitado sobre mi piel.

A medida que nos acercábamos a la casa, prácticamente en mitad de la nada, se detuvo unos segundos delante de la puerta y me miró.

—No estoy seguro de que puedas estar aquí. Si algún adulto te pregunta, di que eres del grupo Belle Amie, ¿de acuerdo?

Esbocé una mueca inconscientemente, por lo que tuvo que reír levemente.

—No me había dado cuenta de que me voy a tragar varios spoilers —murmuré más para mí misma que para nadie.

Abrió la puerta rápidamente y me sujetó de la mano para guiarme por la casa.

La primera persona que se me cruzó por la casa estaba descalza y llevaba el ombligo al aire. Aunque era difícil fijarse en aquellos detalles, teniendo en cuenta que tenía la mayor mata de pelo rubio que había visto nunca, como si no se hubiese pasado un peine por él jamás en su vida. Me cayó bien al instante.

—Oh, perdona —dijo con un precioso acento inglés—. Soy Katie.

Tuve que sonreírle, aunque no dije nada.

Dios mío, no me podía creer que estaba en la casa de los futuros concursantes de mi puto programa favorito. Y los estaba conociendo a todos. Mi yo de catorce años saltaba de un rincón a otro en mi subconsciente como una loca.

Pude ver cómo Harry me miraba de reojo, atento a mis reacciones y cómo estaba haciendo todo lo posible por no ponerme a chillar. Desde luego, divertido ante mis caras, y a cómo miraba hacia todos los lados, tratando de quedarme con todos los detalles de la casa que tanto tiempo había estado imaginándome.

Estaba en la misma casa en la que había vivido Olly Murs, estaba atacada de los nervios.

Me llevó a lo que supuse que era el salón, donde sólo se encontraban Louis y Liam, tirados en el sofá viendo cualquier cosa en la tele.

Louis se levantó de un brinco al verme, sorprendido.

—¿Jane? ¿Al final has venido?

—Te dije que vendría —añadió Harry, a mi lado.

Yo me senté en el respaldo del sofá individual en el que estaba sentado.

—¿Me estás vacilando? Claro que iba a venir. Siempre he querido ver la casa por dentro.

—¿Quieres que te la enseñe? —preguntó Harry, que estaba empezando a jugar con mi pelo, que ya caía algo más largo en mis hombros.

Giré la cabeza y le miré con una sonrisa. Me levanté de un brinco.

—Por favor.

Louis y Liam soltaron una carcajada. Harry, probablemente acostumbrado ya a mis formas de reaccionar, sólo esbozó una sonrisa tierna y me volvió a coger de la mano para guiarme.

Pensar en esa tarde tan sólo hacía que mis mejillas se encendieran sin remedio, calentando mi cuerpo varios grados hasta conseguir hacerme sudar, tirada en la cama con las ensoñaciones por las nubes.

—¿Qué tal estás? —me había preguntado, con voz suave, subidos en su litera en la pequeña habitación que los cinco compartían.

Yo me encogí de hombros, sentada con las piernas cruzadas en frente suya, que me miraba curioso, sin borrar esa sonrisa tan juguetona que tenía. Me estaba costando a horrores no leer su cuerpo, girado hacia mí de forma natural. Tuve que apartar la mirada un par de veces. Pensaba que las cosas se calmarían una vez me acostaría con él. Pensaba antes de acostarme con él.

Qué equivocada estaba. Si algo había hecho, era empeorarlo. Él lo sabía.

La noche que me acosté con él. Sólo quería más, más y más.

Aunque lo divertido era que ya no tenía que ser sutil en las miradas que le dirigía, ni él tenía que disimular las suyas hacia mí. Pudimos ser libres en hablarnos con miradas, entendiendo perfectamente nuestro lenguaje corporal mutuamente, por mucho que la línea conversacional iba hacia otro lado, cuando en nuestros gestos se podía leer con facilidad lo fácil que sería poner fuego a las sábanas una vez más, rápido y sin que nadie nos descubriese. Tan sólo probar un poquito más de lo que tanto nos había gustado, preparándonos para la próxima vez que podríamos consumirnos a caricias sin presiones. Porque ambos sabíamos que iba a haber una próxima vez. Y tanto que iba a haber una próxima vez, casi podía verle calcular en su mirada la siguiente vez que tendría un hueco libre. Él lo quería tanto como yo.

Sus labios húmedos decían:

—Me alegra que hayas venido.

Aunque sus ojos, recorriendo mi cuerpo sin disimulo, susurraban:

"Qué ganas tengo de volver a reventarte".

Yo, con una sonrisa torcida, decía:

—Te has cortado el pelo.

Pero mi mirada llena de chispas que necesitaban gasolina, gritaba en su dirección:

"No sabes lo qué tengo preparado para ti".

Y él bajaba la mirada varios segundos para recomponerse, bajarse la camiseta como acto reflejo, mirarme a los ojos y humedecerse los labios de nuevo. Para soltar una pequeña risita.

Tanta era la tensión en la que se encontraba mi cuerpo, que ya no sabía en qué centrarme de todo lo que estaba sucediendo, aunque disfrutando cada segundo como si fuera el último, sin conseguir saciarme nunca. Ambos hacíamos lo que podíamos por no tocarnos demasiado, sabiendo que lo que ambos estábamos imaginando y casi pidiendo con nuestros gestos, no podíamos hacer por mucho que lo quisiéramos. Sentía la lujuria trepar por mi espalda y aferrarse a mis nervios aunque estuviesen en llamas, tan fuerte que dolía.

Tuve que marcharme con la cola entre las piernas y una bola de fuego que me ardía sin compasión, quemándome las piernas todavía con la piel intacta, amenazando con quemaduras reales si se atrevía a tocarme una vez más, haciéndome desearlo cada vez con el doble de intensidad.

Cómo me había revolucionado las hormonas ese chico.

Incluso ahí tirada en la cama podía sentir el cosquilleo en mi vientre, sin siquiera tenerle cerca, tan sólo pensando en él y en sus dedos largos.

¿Sabes cuántas veces fantaseaba con Dan tirada en la cama después de acostarme con él?

Eso. Cero. Nada.

Es más, lo evitaba a toda costa. Era como un pensamiento sucio que mi mente esquivaba, y que cada vez que se colaba sin querer en mis imágenes, mi cuerpo subía un escalofrío que me incomodaba hasta tal punto de ponerme a hacer otras cosas para no pensar en ello.

El escalofrío que subía por mi espalda cada vez que pensaba en Harry, tan sólo me hacía querer pensar en él más. En sus labios contra mi piel. Mis uñas en su espalda. Sus dientes en mi cuello. Mi respiración en su oído, su piel de gallina. Su firme agarre contra el cabecero de la cama. Cómo me miraba a los ojos mientras se deshacía en mí.

Tuve que agitar la cabeza.

Tal vez sí tenía que dejar de pensar en ello llegada a un punto.

Ellen llegó esa tarde a mi casa con su mejor cara de enfadada señalándome con juicio en los ojos. Acostumbrada a aquellos comportamientos de Ellen, la dejé pasar a mi habitación con un suspiro y poniendo los ojos en blanco, preparándome para lo que viniera. No me fijé que llevaba una revista en la mano hasta que se sentó en mi cama, después de quitarse las botas y descolgarse el bolso del hombro. Me miró a los ojos y yo alcé una ceja en su dirección.

—¿Qué pasa? —dije con cansancio en la voz, subiéndome a la cama y colocándome en frente suya.

Era la semana en la que el programa daría comienzo con su primer episodio. El día siguiente, Ellen y yo habíamos quedado para ir juntas de público a los estudios en el centro de Londres. Yo estaba muy emocionada, pero a juzgar por la cara de Ellen, sentada en mi cama con los brazos cruzados después de tenderme tan extrañamente esa revista, parecía que no compartía esa emoción conmigo.

Suspiré.

—Ellen. Qué coño pasa.

—El programa no ha hecho ni empezar, y a tu novio ya están emparejándole. Bueno, a él y a todos.

Alcé una ceja.

—No es mi novio —dije, bajando la mirada hacia mis manos.

Abrí el librito por donde Ellen había puesto un marcador para que pudiese leer.

—Lo que sea, Jane.

Leí el artículo minúsculo en el rincón de una página. Probablemente si no te pusieses a buscarlo, no lo encontrarías. No tenía ni cinco líneas, que prácticamente especulaba el hecho de que Harry podría estar involucrado con una tal Cher Lloyd, y que se avecinaba una edición muy jugosa.

Dejé la revista de nuevo en la cama y miré a mi mejor amiga. Solté una carcajada estridente, a lo que Ellen alzó una ceja y puso los ojos en blanco. Yo continué riéndome.

—¿Qué es lo que quieres decirme con esto, Ellen?

—Pues eso. Que tengas cuidado. Las dos conocemos a Harry.

Ahí fue cuando puse los ojos en blanco yo.

—Vamos. Conozco la plataforma, probablemente sea sólo una forma de llamar la atención al programa —excusé.

Ellen seguía con las cejas alzadas. Me crucé de brazos y le devolví el gesto.

—¿Por qué estás tan preocupada, de todas formas?

—Bueno. ¿Y qué pasaría si están juntos o lo que sea?

Me encogí de hombros.

—Ya me lo contará cuando quiera. Si quiere, no sé.

La verdad era que nunca me había planteado que podría estar interesado en otras chicas una vez hubiese entrado en la casa, lo que le catapultaría a la industria colgando por encima de nuestras cabezas, a las altas esferas aristocráticas, donde gente de todo tipo se movía con agilidad con sonrisas falsas en la cara. Realmente no me había planteado nada de aquello; me lo estaba pasando tan bien que no me importaba demasiado que no nos habíamos parado a hablar de lo que estaba pasando entre nosotros, pero tampoco tenía prisa en hacerlo. Disfrutaba del hecho de que nos llamásemos amigos, pero al mismo tiempo comernos con la mirada. Era horriblemente divertido. Tal vez era por ello que el pequeño artículo sólo me hacía risa, porque no estaba en posición de ponerme a analizar cosas.

Todo estaba resultando demasiado bonito como para arruinarlo. No sabía que estaba justo en el borde, mis pies casi podían pisar la línea roja pintada en el suelo, aquella que lanzaría todas esas dudas tan desagradables a mi cabeza. Sin pudor, apuntando a hacerme daño. Literalmente, de un día para otro.

Todavía no sé si culpar a aquella esquina diminuta de la revista de que comenzara a pensar en aquello, en quién era Cher Lloyd y si estaba empezando a sentir celos. Curiosamente, esa noche me dormí imaginándome a gente inexistente, en sus dedos en el pelo de otras chicas, besando otros labios. ¿Y qué si podía imaginármelo perfectamente? No era tan grave. Prácticamente lo había conocido besando a otra chica.

Por eso no le di la importancia que debería haberle dado desde el principio. Las cosas podrían haber resultado distintas de lo que fueron; probablemente. Aunque, no tiene sentido romperse la cabeza ahora. Nunca lo sabré. Siempre pienso que las cosas pasan por algo. Igual estaban pasando para que alguien pudiese decirme que era una estúpida y hacerle caso de una vez por todas. La cosa estaba en que no estaba haciendo caso a nadie. De nuevo. Porque era fanática de cometer los mismos errores que siempre había cometido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario