Ocho

Había cambiado el juego y todo lo que conllevaba. Las reglas, el ganador, los participantes; todo era distinto y era gracias a mí. O por mi culpa. Todavía puedo ver su mirada rodear mi cuerpo al besar a aquel chico desconocido, casi al mismo tiempo que podía sentir sus dedos recorrer mi espalda, en un beso que era mil veces más cálido, que me había llevado a sitios completamente distintos.

Me masajeaba la cabeza con los dedos, con las piernas encogidas sentada contra la fachada de la casa, de nuevo enfrente de la maldita piscina. Ni siquiera sabía qué hora era. Como otra noche más, me era imposible dormir, de nuevo con las emociones mezcladas con los recuerdos de ese día tan largo que había tenido. Desde luego, el año que cumplí los dieciséis puso mi vida patas arriba.

Recordaba ahí sentada cómo momentos después de separarme de ese chico, corrí hasta Ellen en petición de ayuda, haciendo todo lo posible por ignorar las miradas que todos me brindaban al acercarme de nuevo al grupo. Ni siquiera me atreví a mirarle. Lo que necesitaba, que me tachara de cobarde también. Que lo era. Sólo agarré la mano de Ellen y la arrastré fuera.

Comencé a llorar como una niña pequeña. Los lagrimones caían sin orden ni concierto por mis mejillas. Sin hacer preguntas y con la mirada serena, Ellen me sujetó de la cabeza y me dejó apoyarme en su hombro mientras me acariciaba el pelo.

Ellen desapareció por dos segundos y volvió con nuestras cosas. Me sujetó del codo y comenzó a caminar conmigo hasta casa. Gracias al cielo que Ellen se acordaba del camino de vuelta, ya que lo último que necesitaba era tener que preguntarle.

Antes de subir las escaleras, me ayudó a quitarme las botas mientras yo seguía sollozando como una estúpida, mojando ya el tercer pañuelo que mi amiga me había tendido. No podía quitarme esas malditas imágenes de mi mente, no necesitaba haber visto la cara de Harry para imaginármela, y mi mente me estaba castigando profundamente con ella. Mi subconsciente estaba muy enfadada, tan enfadada que no me decía nada, simplemente me miraba sacudiendo la cabeza con juicio, con los brazos cruzados.

Ellen me sentó en su cama y yo me tapé la cara con las manos. Ya no lloraba tanto, pero todavía hipaba un poco. Era una dramática realmente. Y estaba muy borracha. Se sentó en la cama de enfrente y me puso un mechón de mi pelo detrás de la oreja.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con precaución, la voz suave como el terciopelo.

Aparté las manos de la cara y suspiré profundo, con la mirada perdida.

—Ugh, es que soy gilipollas. Seguro que me odia.

Esbozó una mueca, pero no le dio tiempo a decir nada, ya que yo seguía con mi monólogo descontrolado.

—Es que uf, de verdad, ¿cuál es mi problema? O sea, es que, qué mal, de verdad —dije negando con la cabeza —. Qué mal, qué mal… ¿cómo se me ocurre? De verdad…

Ellen se quedó callada con la mueca en los labios y las cejas alzadas, como si intentase resolver un puzzle muy difícil. Ella también suspiró, pero de exasperación, chasqueando la lengua dándose por vencida.

—Vale, si no lo vas a decir en alto lo digo yo —comenzó.

Abrí mucho los ojos y comencé a llorar de nuevo.

—No, no, no, Ellen, no, por favor, sé que soy gilipollas, en serio —sollocé.

—Yo también he visto a Yina con Harry.

Resoplé.

—No, no, es que yo no los he visto. Es que yo les he pillado, maldita sea —miré mi regazo con nostalgia, pensando en el momento en el que comenzó a explorar mi cuerpo con sus dedos y yo lo estropeé al no dejarle.

Ellen intentó no reírse ante la situación en la que me encontraba. Sinceramente aquello que estaba sucediendo en esos momentos era un drama, pero entendía a la perfección que Ellen quisiese reírse.

Aún así le pegué en el hombro y ella me amenazó con el dedo índice.

Yo pasé de ella y me dejé caer en la cama tapándome nuevamente la cara con las manos y hundiéndome en mi vergüenza. Ellen con un resoplido se subió a la cama conmigo y se apoyó en un codo para mirarme.

—Tía, en serio, no te ralles. Tienes que entender que tienen una cosa rara entre ellos y—

—No —le paré en seguida, no necesitaba escuchar nada de eso; lo sabía perfectamente—. Es que eso me da igual. Me da lo mismo lo que tienen, me molesta muchísimo lo que he hecho yo. O sea es que cómo puedo… es que no entiendo, joder, cuál es mi puto problema, es que JODER —en serio no podía dejar de llorar—. Me odia un montón, lo he estropeado todo ahora…

De nuevo Ellen se quedó callada mirando detrás mía sin saber qué más decir.

Unos golpes en la puerta hicieron que me pusiera de pie de un brinco y que mi corazón se pusiera alerta. Por suerte y alivio para mí, tan sólo era Jess, que posiblemente nos hubiese escuchado hablar. Detrás se podía escuchar al resto de chicos que ya habían vuelto también. Se reían y chistaban entre ellos, tal vez pensando que podríamos estar dormidas. Hasta que escuché por el fondo la risa de Harry. Mi estómago dio un brinco.

—Están despiertas —dijo hacia el pasillo, donde los chicos estaban haciendo esfuerzos sobrenaturales tratando de susurrar, y fallando estrepitosamente en el intento.

Suerte por ellos que estuviésemos despiertas, una cosa era despertar a Ellen por la mañana, y otra cosa muy distinta era atrever a despertarla cuando había vuelto de fiesta…

Jess cerró la puerta detrás suya y mientras yo me había vuelto a sentar con la cabeza baja, se acercó a mí como uno se acerca a un cervatillo; con miedo a que saliera corriendo.

—Jane, ¿estás bien?

—Está cansada —respondió Ellen por mí.

Me levanté con rapidez y fui tambaleándome hasta la puerta ignorándola con agresividad.

—Me voy al baño —anuncié, como un intento desesperado por enfrentarme a él.

Sí que estaba muy borracha, tengo que admitirlo.

Por suerte para mí, Ellen corrió hasta mí para impedir que saliese al pasillo. Me agarró de los hombros, y después de ponerme mi camiseta de dormir y lavarme la cara, me acompañó hasta el baño, al otro lado del pasillo.

Ya no lloraba, por lo menos. Ellen me guiaba sujetándome de la mano y descalza por el parqué de la casa, me centré en mantener mi postura al verme expuesta fuera de la habitación. Ellen alcanzó el pomo de la puerta con la mano, aunque segundos antes se abrió de golpe.

Harry salió del baño en ropa interior sujetando la ropa en una sola mano. Me quedé rígida, esperando una reacción.

Todo pasó rápido; posó su mirada en Ellen primero y luego en mí. La bajó en seguida, pasó a nuestro lado sin decir nada. Sin querer, y sintiéndome muy pequeña, me encontré a mí misma mirándole caminar hasta su habitación, pasándose una mano por el pelo. Me mordí el labio.

—Ellen, estoy cachonda —le dije una vez me arrastró dentro del baño y cerró la puerta detrás suya.

Soltó una carcajada mientras se miraba en el espejo y esperaba a que terminase de mear.

Ni siquiera estaba afectada por que hubiese pasado de mí en el pasillo, como era de esperar que fuera a ser mi reacción. Me dediqué a centrarme en los detalles de su pecho, dibujándose en mi memoria, en cómo alzaba el brazo para tocarse el pelo y luchaba por no mirarme demasiado.

No estaba del todo segura si aquello había ocurrido, pero mi mente se centró en el recuerdo de haberle visto sonreír brevemente. Tal vez era sólo algo que mi mente se había inventado para que no me derrumbara, pero casi podía ver la imagen clara en mi cabeza. Él sonriendo al verme, viéndose divertido ante la situación, y no decepcionado como posiblemente se sentía. Y era reconfortante el hecho de pensar que sólo estaba divertido con todo aquello, como una anécdota de contar más tarde. Que no estaba afectado como lo estaba yo y que estaba llevando las cosas a un nivel mucho más alto, que era mi mente la que era la exagerada.

—Estoy exagerando —le dije a Ellen mientras me cepillaba los dientes.

Me alzó una ceja, aunque no añadió nada.

—Seguro que no está enfadado conmigo. Seguro que soy yo. Harry es un tío guay, no un dramático como yo. Debería ir a preguntárselo.

Hice ademán de salir del baño con intenciones de ir hasta su habitación y entregarle mis explicaciones, aunque gracias al cielo, Ellen me lo impidió.

—No, hablas con él mañana —me dijo en el pasillo—. Ahora vas a dormir, ¿de acuerdo?

Gruñí. Mis pedos llorones eran iguales a los berrinches de las niñas de cinco años; había que tratarme como una para poder controlarme. De normal cuando estaba borracha era muy divertida, pero cuando mis emociones se hacían cargo de mis actos, no era demasiado agradable estar a mi alrededor.

Jess me miraba con preocupación en la cara.

—¿Está bien? —le preguntó a Ellen.

—Estoy bien —le dije.

No sonaba borracha, eso sí que era una cualidad de las buenas. Mis padres nunca me habían pillado bebiendo porque sabía comportarme si quería hacerlo, si me esforzaba en ello lo suficiente. Con Ellen no me hacía falta. Ya no estaba tan borracha de todas formas, aunque cuando Ellen me metió en la cama, ésta seguía dando vueltas bajo mía.

Aunque nada más apoyar la cabeza en la almohada, me quedé dormida, pensando en la cama vacía de Harry y que posiblemente había desperdiciado la mejor oportunidad que tenía y tendría nunca de dormir a su lado.

Tuve que suspirar en la noche al pensar de nuevo en aquello. Pero las cosas habían empeorado durante el día. Realmente hubiera dado todo por volver y darme un bofetón y hacer que cambiara esa cara de señora mayor que llevé todo el día por una estupidez. Ahí sentada en el suelo ya me estaba arrepintiendo poco a poco de lo mal que me había comportado ese día, no sólo conmigo misma. Con todos.

Ellen y Jess ya no estaban cuando me desperté. Recuerdo que salí de entre las sábanas, aunque me quedé sentada en el borde de la cama con los codos apoyados en mis muslos y tapándome la cara todavía durante unos segundos. No solía tener resacas, por lo que no podía culpar al alcohol por aquel dolor de cabeza por mucho que quisiera; me acordaba perfectamente de todo lo que había llorado.

Decidí acallar todas las voces que me preparaban para bajar las escaleras y que me tendían el guión de lo qué tenía que decir y hacer, con las manos en el pelo perdiendo los nervios. Ellas no habían dormido, preparando todos y cada uno de los detalles. Lo primero que debía hacer era bajar las escaleras y pedir perdón.

Resoplé en frente del espejo de la habitación mientras me recogía el pelo, todavía con la camiseta de chico puesta y en bragas. Ya no sentía que debía disculparme por nada. Era mi maldito cumpleaños.

Como siempre, las dos partes de mi personalidad se estaban peleando en mi cabeza, y yo opté por simplemente salir de la habitación y bajar a la cocina sin decidir qué hacer, y sólo dejarme llevar por el momento. Aunque no bajé sonriendo que se diga. Las uñas se me clavaban en las palmas, y con el mentón subido, abrí la puerta de la cocina.

Mi seguridad se tambaleó un poco cuando vi a Harry al lado de la encimera, de espaldas a mí. Me aclaré la garganta y traté de mantener mi postura mientras avanzaba hasta su lado, donde me alargué para coger una taza del armario.

El chico giró la mirada y me miró mientras me ponía de puntillas para tratar de alcanzarla. Con una pequeña sonrisa y apartando la mirada, agarró la taza y me la tendió mirándome a la cara.

—Buenos días —dijo.

Yo no me atreví a mirarle, aunque la sujeté con las dos manos haciendo todo lo posible por no tocarle, aunque él hizo todo lo contrario; acarició mis dedos durante un brevísimo instante, buscando mi mirada sin cesar, para que yo retirara mis manos de las suyas con rapidez. Todavía con la mirada clavada en el suelo y con los pelos de punta, conseguí articular una palabra.

—Gracias —dije y me di la vuelta rápidamente.

Estaba un poquito enfadada con él, tengo que admitir. Aunque no me atrevía a analizar el por qué. Simplemente comencé a prepararme el té en silencio con él a mi espalda, también sin compartir palabras conmigo, al ver que su intento de ser amable había fallado.

La puerta se abrió con fuerza y Ellen entró a la cocina. La escuché suspirar.

—Jane, ¿estás en bragas? —dijo todavía con la mano apoyada en el pomo de la puerta y con una ceja alzada.

La miré con fiereza.

—¿Te importa? —dije, sonando más enfadada de lo que quería.

No sé si fue por casualidad, pero Harry pareció que huía de nosotras al salir de la estancia hacia fuera. Ellen me miraba todavía con la ceja alzada pero sin decir nada más, y yo comencé a sentirme mal.

—Lo siento —dije y me acerqué a ella.

Se cruzó de brazos.

—Tía, ya sé que estás enfadada, pero intenta controlarte un poco, ¿vale? Que es tu cumpleaños, te vas a arrepentir.

Resoplé.

Di un sorbo al té y pasé de ella aún sabiendo que tenía razón. Salí a la calle, donde los chicos estaban en la piscina por mucho que hiciera frío. Su comportamiento no cambió cuando salí, aunque en mi mente lo recuerdo como si se hubiesen callado de golpe y hubiesen empezado a susurrar entre ellos. Aunque, naturalmente, continuaron como si no pasara nada, porque no pasaba nada. Me senté al lado de Jess, que leía un libro para continuar bebiendo mi té.

—¿Resaca? —me preguntó.

—Ojalá —dije—. Así tendría una excusa para decir que no me acuerdo de nada.

Realmente podía haber hecho eso; hacer como si no hubiese pasado nada y comportarme alrededor de él como siempre para ver sus reacciones. Desgraciadamente, no sabía hacer eso. Era demasiado inmadura. Y, a fin de cuentas, una cobarde.

—Venga, Jane, no fue para tanto, te lo prometo —dijo acariciando mi rodilla.

Alcé una ceja.

—Tu estabas demasiado ocupada con otra cosa para enterarte, cabrona.

Se sonrojó entera sin poder disimularlo y trató de no sonreír, aunque yo ya lo había visto.

De todas formas el día no fue tan mal como había esperado que iba a ir, los chicos me invitaron a jugar a las cartas con ellos antes de comer e incluso pude intercambiar una broma o dos con Harry; él lo intentaba mucho más que yo. Por mucho que yo trataba de seguirle el rollo, me quedaba paralizada sin saber qué hacer, y hacía las cosas incómodas y violentas, mientras mi consciente se daba golpes en la cabeza avergonzada. Era él quien lo intentaba y yo la que lo estropeaba. Por mucho que esa no fuera mi intención. Las comidas eran muy violentas para mí, ya que me las pasaba en silencio y concentrada en comer, y abandonar la mesa en cuanto hube terminado, huyendo todo el rato, notando las miradas de todos en mi espalda cuando me marchaba. Seguro que Yina se estaría frotando las manos si lo viera.

La tensión era tanta que cuando llegó Louis, que era completamente ajeno a la situación, lo notó en seguida.

Después de comer, Louis me abordó en la cocina mientras de nuevo estaba huyendo del panorama que se me presentaba delante, sin ser capaz de hacer como que no estaba ocurriendo nada. Cerró la puerta de cristal detrás suya y cruzó los brazos sobre su pecho.

Me di la vuelta para mirarle y sonreí.

—Ah, hola —dije.

Él me devolvía la mirada socarrón.

—¿Qué coño ha pasado? —preguntó sin más demora.

Fruncí el ceño y aparté la mirada, pretendiendo estar haciendo otra cosa para evitar que me analizase.

—¿A qué te refieres? —dije haciéndome la loca.

El chico puso los ojos en blanco y me sujetó del codo para arrastrarme hasta fuera, donde me obligó a sentarme en el suelo. Se sentó en frente mía, aunque yo de nuevo esquivaba su mirada como podía. No quería hablar del tema todavía, no quería que también él me juzgase, o que cambiase su mirada hacia mí. Me avergonzaba demasiado que supiera toda la historia, por mucho que probablemente se enteraría de otra forma si no era por mí. Me posicionaba en un sitio completamente vulnerable, perdiendo el control por completo.

—Vale, si no me lo quieres contar, intentaré adivinarlo.

Me encogí de hombros, sin mirarle todavía, mordisqueándome las comisuras de los labios.

—Te emborrachaste demasiado y le vomitaste los zapatos —dijo después de titubear un poco.

No pude evitar sonreír, aunque seguía sin levantar la mirada hacia él, siguiendo copiosamente destrozándome la piel con mis dientes. Negué con la cabeza.

—Mm, vale. ¿Al revés?

Volví a negar.

Hizo una breve pausa y alcé la mirada tímidamente hacia él. Mi sonrisa poco a poco creció en mis labios mientras lo observaba desde la clandestinidad cómo intentaba adivinar el dilema en el que me había metido, tratando como podía de ayudarme a solucionar el problema.

—Te lo intentaste tirar y tuvo un gatillazo.

Aparté la mirada y solté una carcajada sin poder evitarlo. Cerré los ojos mientras me reía, y al volver a mirarle a los ojos, me miraba con las cejas alzadas.

—¿Es eso? ¿Tuvo un gatillazo?

—No. ¿De verdad crees que me comportaría así con él si ese hubiese sido el problema?

Ahora el que se reía era él, mientras negaba con la cabeza.

No tuve remedio más que relajar los hombros y simplemente soltarle todo lo que había pasado la noche anterior, y qué es lo que había causado que ambos tuviésemos que andar con cuidado cuando estábamos en presencia del otro.

Curiosamente, en cuanto estaba acabando con mi relato, él estaba por los suelos de la risa.

—¿Qué coño te parece tan gracioso? —dije, con una risa bajo la voz, aunque tratando de mostrarme molesta.

—Me flipa tu forma de vengarte. Es perfecto.

Le di un puñetazo en la clavícula.

—Lo del gatillazo suena a un planazo en comparación —me lamenté.

De nuevo provoqué las carcajadas del chico, que se humedeció los labios para volver a mirarme a los ojos.

—Sinceramente, Jane. El que debería estar preocupado es él, no tu. Desde mi punto de vista no has hecho nada malo.

Por una pequeña parte sabía que tenía razón, pero por otra sabía que las cosas no podían ser tan bonitas como me las pintaba Louis, sentado en el suelo en frente mía, apoyando las palmas de las manos detrás suya y sonriéndome con complicidad. El enfado que había sentido hacia él de aquella mañana había evolucionado de forma que cada vez me sentía yo más culpable y avergonzada. Aunque nunca sin olvidar que aquella situación no la había provocado yo sola. Me encogí de hombros en resumen, ya que estaba demasiado confusa como para comerle la cabeza también a él, por mucho que él me estuviese animando.

Apoyé mi cabeza en las rodillas mientras me las abrazaba con los brazos, con la voz de Louis resonando todavía en mis oídos. La noche no era tan fría como me la hubiese esperado, y después de casi una hora sentada ahí en silencio, estaba tan enfrascada en mis pensamientos que el frío no se atrevía a molestarme. A pesar de aquello, la luna sí que se estaba riendo de mí escandalosamente por lo imbécil que estaba siendo.

Pensar en que el lunes haría mis maletas y que ni siquiera fuer a ser capaz de despedirme de él como era debido por culpa de unas cuantas cervezas y los malditos celos que no salían de ninguna parte me daba miedo. Ni siquiera sabía si aquello se podían considerar celos. No quería arruinar lo que teníamos, pero tampoco tenía ni la más remota idea de cómo arreglarlo. Todavía estaba demasiado avergonzada para hablar con él, aunque hubiese pasado un día entero sin compartir apenas una palabra con decencia, sin atreverme a mirarle a los ojos. No podía arriesgarme a ver su mirada dirigida hacia mí, llena de decepción.

Me pasé en silencio los minutos siguientes, sin saber exactamente qué hora era. Sabía que me había metido a la cama pero tras dos horas sin poder conseguir dormir -de nuevo-, había bajado las escaleras y me había plantado ahí todavía en bragas y sin vestirme.

Levanté la cabeza cuando escuché la puerta de la terraza abrirse y cerrarse. No pude evitar sonreír un poco al ver al chico que hacía revolotear mi estómago sin esfuerzos y por el que había estado todo el día con la mirada perdida y roja de la vergüenza, salir a la noche y soltar un suspiro al aire, con las manos en los bolsillos.

Me puse muy nerviosa, sabía que no podía ignorar su presencia y que tarde o temprano iba a descubrir que estaba ahí. Ya no podía huir más, me lo estaban advirtiendo todas las células de mi cuerpo.

Ahí estaba, con la cabeza baja, paseando despacio por alrededor de la piscina, sin alejarse demasiado.

Cerré los ojos con fuerza y suspiré.

—Hola —dije.

Se dio la vuelta sobresaltado y al verme relajó el cuerpo, esbozó una sonrisa pasándose la mano por el pelo.

—Mierda, Jane. Me has asustado —dijo, acercándose poco a poco.

—Lo siento.

Se sentó a mi lado y ya podía sentir mi corazón acelerarse al verme atrapada por la situación tan repentina, obligándome a enfrentarme a ella.

—¿No puedes dormir? —dijo a mi lado, también sin mirarme, con la voz más grave que de normal.

Negué con la cabeza con los labios fruncidos.

Bajé la mirada e intenté no ponerme a temblar de nerviosismo, aunque él parecía calmado, apoyando las muñecas en sus rodillas dobladas y mirando al frente en silencio. Miré su perfil, que se mantenía sereno y tuve que morderme los labios. Traté de tranquilizarme, pero las palabras no me avisaron antes de salir y lo hicieron sin pedirme permiso.

—Harry… —comencé a decir para captarle la atención.

Giró la cabeza para mirarme y yo tuve que apartar la mirada para poder concentrarme. Ya me daba igual lo obvia que podría llegar a ser.

Me ponía nerviosa lo calmado que estaba. Me apreté la palma de la mano con el pulgar.

—Siento mucho lo que pasó ayer —dije por fin, siendo muy valiente y girando la cabeza para encontrarme con su mirada, que seguía posada en el hombro que rozaba el suyo, con sus rizos haciéndole sombra en la cara por la luna.

Frunció el ceño con suavidad.

—Espera, ¿te estás disculpando?

Continué mirándole a los ojos, ahora la que fruncía el ceño era yo. No entendía nada, mientras daba bocanadas de aire y balbuceando sin saber qué responder a aquello.

—Bueno, sí—

—Jane —dijo, riéndose con suavidad y tocándome la nariz juguetón, que consiguió hacerme sonreír con timidez—. No seas estúpida.

—A ver, fui una borde.

Se encogió de hombros.

—No te he dicho que no lo fueras.

Casi como acto reflejo le pegué en el hombro, causando nuevamente sus risas. Me sujetó la mano y comenzó a acariciarme los dedos poco a poco con una mano. Yo hice lo que pude para concentrarme y hacer que no estaba pasando nada. Él continuó hablando.

—Me merecía que fueras borde. El que tiene que pedirte perdón soy yo.

Suspiré y apoyé la cabeza en el ladrillo exasperada.

—Bueno, sí. Porque te aseguro que mi plan no era acabar así…

Se rió de nuevo y colocó el brazo detrás de mis hombros sin soltarme la mano, acercándose más a su cuerpo. Por primera vez pude darme cuenta de que sí que hacía frío gracias al calor que emanaba hacia mí, por lo que me acurruqué a su lado sintiéndome mucho menos pesada que hacía media hora. Me besó la cabeza cuando la apoyé en su hombro.

—Además que ni siquiera valió la pena… seguro que si el muchacho hubiese besado bien no hubiese llorado tanto.

Soltó una carcajada y se me calentó el corazón al darme cuenta de que por fin podía volver a hacer bromas sin sentirme avergonzada y como si estuviese pisando un campo minado. Posiblemente nunca hubiese sido así, pero era un alivio estar de nuevo bien y poder disfrutar de nuevo del calor de la cercanía de su cuerpo. Se acercó un poco más y me besó la mejilla.

Sabía que sus intenciones era besarme de nuevo, aunque otra vez la idea de que no tenía la red de seguridad del decir que estaba cometiendo errores gracias al alcohol me dejó desprevenida y confusa.

No quería tener nada que ver con relaciones con demasiados sentimientos, ni tampoco le quería dar la sensación de que sí. Si yo me dejaba besar de fiesta eran tan sólo porque podía decir que estábamos bebidos y que en una situación normal no lo haríamos, porque somos amigos. Éramos amigos. Por mucho que aquello no era más que engañarme a mí misma, pero por ahora funcionaba. Mi consciente se lo estaba creyendo. Aunque, en el pozo donde había enterrado a mi subconsciente, podía escucharla reírse con maldad, llamándome ilusa y amenazándome con el día en el que conseguiría salir de ahí.

Sí, aún después de mantenerme despierta durante las noches tenía las pelotas de decir que lo veía como un amigo, y que para nada me hacía temblar las piernas cada vez que me tocaba. Era una gilipollez, pero de momento, me iba bien sin lastres emocionales. O ignorándolos, como estaba haciendo.

Y a la vez me mataba estar en esa situación, realmente tenía ganas de que me besara de nuevo, y la idea de que no lo volviera a hacer empezó a hacerse hueco en mi mente. Me entristeció un poco, pero no hice nada al respecto. Posiblemente fuera lo mejor. Tenía que empezar a frenar mis sentimientos hacia él si no me quería meter en problemas.

Estaba demasiado a gusto en mi zona de confort y no tenía ninguna necesidad de salir al aire libre, donde acertarme con un tiro era demasiado fácil, por mucho que mi corazón me suplicara de rodillas que me lanzara de nuevo, que los errores estaban para cometerlos tantas veces como fuera necesario, que valdría la pena. ¿Qué más daba, si ese chico me hacía replantearme qué era aquello de querer a una persona, y si realmente me habían querido de vuelta? La lista de cosas buenas que me aportaba a mi vida era tan larga que me daba miedo que me diera vértigo a la hora de hacer recuento, por mucho que su sonrisa hiciera que me cayera de la silla y que el miedo se disipara como el humo del tabaco. Muy rápido, aunque el efecto seguía muy profundo en mi garganta, dándome placer con una mínima sensación de ahogo. Era todo demasiado. Mi corazón daba vueltas y bailaba de alegría cada vez que pensaba que me iba a despertar y que seguiría allí, sonriéndome y pasándome las tazas que yo no alcanzaba, haciendo todo lo posible por rozarme aunque fueran unos segundos con sus dedos. Lo tenía delante, y yo tenía miedo de besarle a solas. Me estaba sonriendo, sin importarle que había apartado la cara, seguía siendo tan puro y amable conmigo, respetando mis límites al tocarme, pero aún así consiguiendo que quisiera sujetarle de la cara y pedirle que lo hiciera. Y tenía miedo. Porque estaba demasiado al borde del precipicio, ateniéndome a que alguien me diera un empujón si no tenía cuidado y que cayera al vacío sin poder remediarlo, sin poder cambiar de opinión. Estaba avanzando tan rápido que casi podía ver el fondo. No sabía si lo que me daba miedo era que alguien me empujara o que saltara yo voluntariamente, al ver que esos ojos verdes se posaban en mí una vez más, tratándome como una amiga pero tocándome, disfrutando de cada roce, como si me conociera de siempre. Me sentía tan inestable que dejarme llevar por la caída me resultaba tentador, y por mucho que no lo quisiera, la idea me gustaba más y más.

En el tren de vuelta pensaba en cómo había dejado que todo aquello me hubiese afectado tanto y cómo había permitido que fuera tan calculadora, cuando todas las películas y libros que había leído me decían justamente lo contrario. Si te tienes que caer te caes. Tendría que haber dejado que todo aquello me diera igual, dejarle que me besara a escondidas en la cocina estando los dos solos cuando nos fuimos a despedir, en vez de hacerme la dura y quedarme con tan sólo una pequeña caricia en la mejilla. Escondernos en su habitación y dejarle que me enseñara cada uno de sus secretos, sentados en el borde de su cama luchando con nuestros propios impulsos y dejar que nuestro aliento agitado hablara por sí solo. Dejarnos a ambos con las ganas de seguir explorando, aunque de una forma que encandilase, que hiciera que ambos nos fuéramos a dormir y saber perfectamente qué íbamos a soñar. Lo había hecho mal, ya todo me daba lo mismo.


La rabia me subía por las venas cuando la próxima vez que nos fuéramos a ver todavía no estaba escrita en el calendario y no podía hacer nada al respecto. No sabía cuándo iba a ser la próxima vez que le iba a ver, ni cuánto iba a durar, ni si íbamos a estar solos. No sabía nada. Sólo me quedaba un mal sabor de boca al no dejar que me besara una última vez, y que posiblemente había perdido mi oportunidad de que fuera él quien soñara conmigo.

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