Tres



La cajera me dedicó una falsa sonrisa y me tendió las bolsas de plástico con un “pase un buen día”. Ni siquiera me limité a devolvérsela. Agarré mi bolso y con dos bolsas colgando de mis manos, salí a la calle, donde la luz grisácea no me dio una bienvenida cálida. Al salir de debajo del porche del pequeño supermercado, unas pequeñas y unas finas gotas me cayeron en la cara, refrescándome más de lo que ya lo estaba. Metí las compras en la bolsa trasera de mi bicicleta. Antes de comenzar a pedalear, tuve que trazarme el camino hasta la casa de mi abuela con la mente, porque realmente, por muy pequeño que fuera el pueblo, era fácil perderse entre las calles pequeñas y enredadas entre sí.

Cuando parecía que mi mente se había aclarado más o menos dónde podría estar la calle, me subí a la bici con la lluvia cayendo con más fuerza sobre mi piel. Por muy raro que suene, tal vez hiciera un frío poco agradable, pero en mi interior, tenía una gran bola de fuego que hacían que las gotas de agua me reconfortaran de una manera extraña. Ni siquiera había bebido tanto como para sentirme de esa manera.

Una sonrisa se me escapó sin querer cuando pensé en la noche anterior. Realmente no terminó de la manera de la que yo pensé que lo haría. ¿Cómo iba a pensar, que el chico de cuyo teléfono apareció por arte de magia en mi bolsillo y que parecía un arrogante con ojos bonitos, podría acabar siendo majo y amable conmigo?

Extrañamente y por alguna razón que no me disgustó, mi mente decidió recordarme una parte de la noche, de la que me acordaba especialmente bien. Fueron los pocos minutos en los que su amiga fue al baño y nos dejó solos por un rato. Ambos estábamos apoyados en la barra, en una de las esquinas de la casa. Había poca luz y sus hoyuelos se marcaban todavía más por las sombras. Justo cuando ella se había marchado, sin pensarlo y algo afectaba por el alcohol que había ingerido, suficiente para no pensar lo que salía de mi boca, se me ocurrió acercarme algo más a él y preguntarle:

—¿Qué es exactamente lo que tenéis ella y tú?

Se rió por lo bajo, mirando su vaso de plástico y acariciando el borde con un dedo.

—Somos amigos.

—¿Que se besan? —pregunté, sin importarme demasiado que fuera demasiado intrusiva, ignorando el hecho de que le acababa de conocer.

Él pareció pasarlo por alto, o directamente ni siquiera le importaba. Se rió de nuevo y me miró a los ojos.

—¿Celosa o qué?

—Gilipollas.

Sí, ese era el tipo de confianza que habíamos cogido en tan sólo dos horas. Tal vez el alcohol nos había ayudado a ambos. Y a mí nadie me escuchó quejarme.

—Yina es amiga mía de toda la vida. Sólo es eso, aunque a veces, en fiestas y así, le da por besarme. Pero para mí solo es una amiga.

—O sea, que la estás usando para no aburrirte.

Quise ponerle entonación de pregunta, pero no me salió. Él frunció el ceño y negó con la cabeza.

—No, no, para nada. Ella me importa. Es... complicado.

Asentí y decidí no meterme más en su relación. Di el último trago a mi vaso. Mi vista se nubló por un segundo.

Harry me sujetó del brazo con delicadeza de pronto, y sin que yo me diera cuenta, acercó su cuerpo al mío despacio. Me recogió el pelo detrás de la oreja y pegó su perfil al mío antes de que yo pudiera siquiera moverme. De nuevo, pude sentir esa ráfaga de aire frío con el aroma entremezclado que desprendía su cuerpo. Perdí la respiración por unos segundos.

—¿Puedo decirte un secreto? —dijo.

Mi piel se erizó cuando sentí su mano sujetar mi cadera. No sé qué sería, pero no me disgustaba la sensación para nada, aunque me estaba costando a horrores concentrarme.

La imagen de Dan me vino a la mente, pero hice lo posible por borrarla en seguida.

Asentí con la boca seca.

—Cuando te vi en ese autobús tan enfadada y tan mojada, me llamaste muchísimo la atención.

Fruncí el ceño.

—¿Qué estás intentando decirme?

Hizo una pequeña pausa y casi le escuché reír.

—Yo puse mi móvil en tu chaqueta. Quería tener una excusa para volver a verte sin parecer un acosador. Pero luego recordé que tal vez, después de que tú me devolvieses el móvil no te volvería a ver jamás, ya que tú probablemente vivirías en Londres y yo aquí. Además, que fuiste una imbécil…

Le di un pequeño empujón en el pecho para poder mirarlo a la cara y pegarle en el hombro con una carcajada, sin saber muy bien cómo mirarle. Él me respondió también con una carcajada, sabiendo qué había provocado. Este chico está loco, es lo primero que pensé. Aunque, no me disgustaba nada que lo estuviera. Es más, podría hasta gustarme un poco.

—¿Me lo estás diciendo en serio o lo dices para tontear conmigo?

Se rió de nuevo. Se encogió de hombros.

—Así de patético soy.

Sonreí.

No sé por qué hice lo siguiente, pero simplemente me acerqué y le besé en los labios. Él me siguió el beso como si hubiese esperado a que lo hiciese durante toda la noche.

Suspiré.

Vale, definitivamente me había perdido. Se suponía que si giraba a la derecha tendría que haber aparecido en la callejuela estrecha donde vivía mi abuela, pero parecía que había acabado en una calle amplia con casas a ambos lados de la calzada.

Escuché música por el fondo, amortiguada por las paredes de las que podría venir. Se paró y pensé por unos segundos que tal vez podrían ser imaginaciones mías, pero luego volvió a empezar la misma melodía de antes. Parecían guitarras. Miré a mi alrededor y cuando me vi perdida por completo, decidí seguir el rastro de la música para ver a dónde podría traerme.

La verdad era que mis ganas eran mínimas. Lo único que quería hacer era volver a casa y tumbarme en el sofá, ya que tenía demasiado sueño como para estar tanto tiempo fuera. Aunque, ¿qué más podría hacer? Me había perdido.

Con un pequeño gruñido, me volví a convencer que mi mejor alternativa era seguir la música. Tal vez así encontraría a alguien que pudiese redirigirme a la casa de mi abuela, por mucho que eso sonaba absurdo en mi mente.

Con los pies en los pedales y con los nudillos rojos del frío, paseaba mi mirada vacilante entre las diferentes casas que había a ambos lados de la acera, buscando algún garaje abierto o algo parecido donde podría tocar una banda. Paré frustrada cuando la música paró de repente, de nuevo.

Gruñí una vez más y decidí remontar de nuevo mi búsqueda como una persona normal. Estaba claro que cerca de ese barrio no estaba, ya que no me sonaba ni era medio parecido a la callejuela donde vivía mi abuela.

Cuando arranqué la bici una vez más en dirección opuesta a la que iba en un principio, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué sin parar la bicicleta y vi que tenía un mensaje de Dan. Sonreí casi inconscientemente:


12:09 Dan💕💍😍: Ey, princesa
12:09 Dan💕💍😍: Te echo de menos
12:09 Dan💕💍😍: Qué ta estas?


Un consejo valioso: jamás conduzcas (da igual si es un coche, una bicicleta, o un avión) y leas mensajes a la vez.

Escuché un grito, y cuando levanté la mirada, había alguien justo delante mía. Intenté como pude desviar mi trayectoria para no atropellarlo, lo cual conseguí, pero acabé en el suelo mojado, cerca de unos arbustos, en los que hubiera deseado caer en lugar del pavimento duro y húmedo. Gemí de dolor, y de enfado.

Intenté incorporarme, y una mano salida del cielo casi me obligó a sujetarla y a dejar que me ayudase a levantarme. Le miré a la cara desde el suelo.

—¿Estás bien?

¿Quién iba a ser?

Harry. Obviamente.

Cuando tenía planeado gritar a quien quiera que fuese el causante de todo aquello (aunque sabía, muy muy en el fondo, que era culpa mía), todas las palabras que había comenzado a formar en la boca resbalaron por mi garganta al verle la cara. Algo más guapo de lo que recordaba.

Comencé a ponerme nerviosa, y no sabía muy bien el porqué.

Carraspeé y le sujeté de la mano para levantarme de un brinco. Bajé la mirada hacia el suelo y me subí los vaqueros para tratar de disimular lo rojísima que me había puesto. Ni siquiera me había dolido la caída.

—Um, sí. Lo siento.

Se rió por lo bajo y me tendió el teléfono que parecía habérseme caído.

No añadí nada, simplemente acepté el móvil sin atreverme a mirarle demasiado.

—Parece ser alguien importante.

Levanté la mirada y fruncí el ceño.

—¿Quién?

Señaló mi bolsillo, donde había guardado mi móvil.

—La persona con la que hablabas.

Voy a ser sincera, no estaba del todo contenta con habérmelo encontrado. Mi plan era no volver a verlo nunca más, el típico lío de una noche del que te olvidas el nombre después de una semanas. Y verle no me iba a ayudar mucho.

No me malinterpretes, era un chico amable y majo que me había caído bien. Pero el hecho de estar en su presencia me ponía horriblemente nerviosa. Él era el primer chico con el que tenía algo después de Dan o incluso antes de él. El segundo chico que había besado en mi vida, el primer chico con el que tenía nada más que algo pasajero y de una sola vez. No estaba acostumbrada, además que tampoco sabía qué sentir al respecto, siempre con mi maldito ex en un rincón de mi cabeza, imaginándome su cara cuando se enterase de aquello. Toda aquella situación me superaba con creces, y no estaba para nada preparada.

—Sí, bueno... no... no es nadie. Es… mi ex —dije, intentando restarle importancia.

¿Por qué le había contado eso? Buenísima pregunta.

Me miró a los ojos, como si estuviera extrañado por lo que le acababa de decir. Decidí aclararlo.

—Acabamos de romper.

—Estabas sonriendo —dijo, como si intentara justificarlo.

Me encogí de hombros.

—Es complicado.

No dijo nada más, y yo tampoco, y el silencio que se estaba formando parecía bastante incómodo. Ninguno de los dos sabía qué decir.

—Oye, ¿por casualidad no sabrás cuál es la casa de mi abuela?

Dejó escapar una carcajada, pero yo no me reía. No le veía la gracia.

—Esto no es tan pequeño como para que nos conozcamos todos.

Me encogí de hombros una vez más.

—Ya, pero...

—¿Por qué no te quedas un rato hasta que te encuentres? —dijo interrumpiéndome.

Hice una pausa y parpadeé algo incrédula.

No me podía creer lo que acababa de pedirme.

Suspiré mentalmente, y me rasqué la frente.

—Claro, no tengo otra cosa mejor que hacer —dije algo más fría de lo que pretendía.

Mis días en esos tiempos eran bastante bipolares. Cualquier día podía estar completamente feliz, dando saltos por la casa con la música a tope y cantando a todo pulmón, sin ninguna razón en particular. Y otros días, lo único que quería era enterrar la cara en la almohada con los auriculares y la música lo suficientemente alta como para poner en peligro mis tímpanos, con unas ganas de llorar mayores a mis ganas de vivir. También, sin ninguna razón en particular.

Era uno de esos días.

O incluso peor, ahora que había besado a otro chico cuando hacía tan sólo tres semanas que habían roto conmigo. No ayudaba a que mi estado de ánimo mejorase en ningún aspecto.

Era complicado. Todo en mi vida en esos momentos lo era. Él no lo estaba mejorando.

De todas formas, pareció no notarlo, ya que no dejaba de sonreírme. Recogió mi bicicleta del suelo y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Algo confusa, me puse a su lado y mientras él sujetaba mi bicicleta a su lado, caminamos en silencio un buen rato.

—¿Hasta cuándo te quedas? —preguntó saliendo de la espesa cortina del silencio, que la verdad me incomodaba mucho.

Era sábado, tuve que recordarme a mí misma.

—Mañana a la noche.

—Genial —dijo, como si no tuviera otra cosa mejor que decir.

También era una chica demasiado tímida como para coger confianza rápidamente, y la noche anterior había sido completamente distinta a ese día, a la luz que el sol daba a través de las espesas nubes grises.

La “confianza” que habíamos cogido la noche anterior se fue disipando poco a poco, como si nunca hubiera tenido lugar entre nosotros. O, por lo menos, así lo sentía yo, que estaba completamente incómoda caminando a su lado en silencio sin saber qué decir. Aunque él no lo parecía en absoluto, y comencé a pensar que era sólo cosa mía.

—¿A dónde me llevas? —pregunté después de aguantarme la pregunta por demasiado tiempo.

—A mi casa. No está muy lejos, estamos tocando mi banda y yo.

—¿Tienes una banda? —dije, algo extrañada y asombrada.

No parecía ser el tipo de chico que tocaba en una banda, aunque, juzgando por la música que había escuchando momentos antes y sus manos grandes con dedos largos, parecía tener sentido.

—Tranquila. No es una excusa para raptarte o nada parecido.

No sé por qué dijo aquello, pero me reí de su comentario.

—Tampoco lo había pensado.

De alguna forma me reconfortaba saber que él sí que conservaba parte de la confianza que tenía conmigo, por lo menos al mismo nivel como para hacerme bromas de ese tipo.

Su banda era lo más particular que había visto. Otros tres chicos, dos tan rubios que parecía blanco, y el otro moreno, no dejaban de hablar entre ellos mientras, el moreno, no dejaba de golpear los platillos de la batería como si fuera un acto reflejo. Los tres giraron su cabeza hacia mí con tanta rapidez, que el sonido de sus voces y de la batería quedaron amortiguados. Me sentí intimidada.

—El viernes que viene tenemos una actuación en el colegio, y estamos ensayando, ¿te importa quedarte?

Me encogí de hombros.

—Claro, si esa es tu manera de ligar conmigo —dije de la nada, mirándole por encima del hombro a los ojos.

Él apartó la mirada y soltó una carcajada, a la que seguí en seguida. No respondió nada ante mi comentario, sino que se pasó una mano por el pelo y se humedeció los labios. Me aclaré la garganta.

Al ver su reacción fue cuando pude respirar de nuevo ante mi cambio tan brusco de compostura. Como si mi mente todavía no estaba del todo segura si estaba cómoda con todo aquello o no. ¿Cómo si no explicaría el hecho de que segundos antes estaba nerviosa por volver a verle y ahora estaba tonteando con él? Algo que no había hecho nunca en serio y siempre en broma.

—Adelante, haced como si no estoy aquí —dije esta vez al grupo, y me senté en una de las sillas que había amontonadas a los lados del pequeño garaje.

Traté de distraerme un poco, aunque me temblaba mucho la rodilla.

Harry era el cantante, cosa que me sorprendió, ya que al oír su voz lo último que habría hecho era asignarlo a una voz cantante, aunque, cuanto más pensaba en ello, más encajaba.

No lo hacía del todo mal, aunque estaba claro que al grupo le faltaban más que cuatro sesiones de prácticas.

Nos dimos un abrazo en el portal de mi abuela cuando nos fuimos a despedir. En el fondo él sabía perfectamente dónde vivía y yo lo sabía, aunque no le dije nada. Se separó de mí y me pellizcó con ternura la mejilla.

—Ha sido un placer conocerte, Jane Carter.

Fruncí el ceño con una sonrisa.

—Igualmente, Harry Styles.

Sonrió el también, y acto seguido, se inclinó y me besó en los labios.

Fue raro, aunque yo le seguí el beso.

Me separé de él, y nos sonreímos mutuamente. Se dio la vuelta y se fue andando con las manos en los bolsillos.


🌧❄️🌙


Cuando dije que mis días eran generalmente bipolares, en los que no sabía muy bien qué sentir y simplemente me quedaba sentada en el borde de mi cama, mirando a la nada durante horas, estaba equivocada. No eran bipolares. Todos mis días eran malos, siempre con un peso en el pecho que no era posible levantar de ninguna de las maneras. Si tenía suerte, podía haber un día en el que eso se amortiguaba un poco con las constantes charlas que Ellen/Ethan me lograban entretener.

Odiaba mi vida.

Sabía que no tenía razones para pensar aquello, estando rodeada de aquellas personas que habían sufrido y sufrían más de lo que yo lo hacía, pero simplemente no podía evitar hacerlo, siempre pensando en por qué yo me merecía aquello, cuando el padre de Ethan todavía estaba en el hospital con la clavícula rota. Pensar en lo egoísta que estaba siendo en esos momentos hizo que el peso en el pecho se agrandara. No sabía cómo parar aquello. No sabía cómo deshacerme de aquel sentimiento que me tenía de aquellas maneras. Cuándo aquello iba a dejar de dolerme tantísimo. Supe que la vuelta casa fue un alivio cuando pude oler de nuevo mis sábanas, cuando me sentí de nuevo a salvo de poder llorar con tranquilidad, en la estabilidad y normalidad de Londres. Tenía la cabeza hecha un lío. Las cosas empezaban a ser reales. Realmente nunca íbamos a volver a estar juntos.

Ellen se pasó por mi casa sin avisarme esa misma noche, cuando mis padres ya llevaban horas dormidos.

—He hablado con Dan y sale mañana a las cinco. ¿Vas a venir?

Sabía que ese mes de julio Dan se marcharía ya en busca de un nuevo piso. Seguiría viviendo en el centro de Londres como normalmente, y la verdad es que no era tan dramático como mi amiga lo estaba pintando, ya que seguiríamos viéndonos continuamente. O eso era lo que quería creer. Ellen vivía en el norte de Londres y la veía todo el tiempo, ¿por qué con Dan iba a ser distinto?

Porque había roto conmigo y quería rehacer su vida desde cero, me tuve que recordar. Tenía que superarlo de una vez.

De todas formas, parece ser que Dan tenía planeado hacer todo un evento de aquello, una quedada de despedida entre los cuatro, por mucho que lo volvería a ver dentro de dos semanas por el cumpleaños de Ellen. Era todo espectáculo, en realidad. Dan era muy dramático en ese sentido, él ya vivía solo, no tenía ninguna necesidad de mudarse a una casa nueva de pronto, si en metro todo estaba cerca. Tampoco había necesidad de romper conmigo, si iba a vivir en la misma maldita ciudad.

Jane, supéralo, hostia. Me dije.

Fruncí el ceño.

—¿Mañana ya? A mí me dijo que antes del viernes no se iba.

Se encogió de hombros.

—Supongo que tendrá una cita para ver un piso antes. Tampoco hemos hablado mucho del tema.

Hice un gesto con la mano mirando hacia otro lado intentando sacar un tema distinto de conversación. Por mucho que quisiera negarlo, pensar en que no quería volver a verme me partía el alma, cuando no debería. Pensar en que eso lo había decidido él, y no que no haya optado por sacrificarse sólo para estar conmigo. Había elegido el camino fácil. Aunque tenía que darme cuenta que quisiera mantener sus distancias era en realidad positivo; necesitaba algo para desintoxicarme. Cuanto menos lo vería, menos doloroso sería. Y en el fondo sabía que era la verdad.

Ellen pareció no pillar la indirecta.

—Entonces, ¿vienes o no?

Suspiré y me encogí de hombros.

—Supongo. Tampoco es que se vaya al otro lado del planeta.

En ese instante me sonó el teléfono encima de la mesilla de noche, haciendo que Ellen diera un brinco en el colchón.

—Muchacha, ¿quién te habla tan tarde en la noche? —prácticamente gritó, cambiando por completo su tono de voz a uno casi de indignación.

Le chisté haciendo un gesto con la mano para que bajara el volumen.

—No chilles, imbécil. Tú tampoco deberías estar aquí —dije mientras me alargaba para coger mi teléfono.



23:06 Harry Styles: Ojalá tuviera alguna excusa para volver a hablar contigo, pero puesto que no tengo ninguna te deseo buenas noches.
23:06 Harry Styles: Que descanses mucho, espero volver a verte :)


Antes de que pudiera siquiera terminar de leer los mensajes que me había enviado, Ellen ya había agarrado mi teléfono con rapidez y leído los mensajes con los ojos como platos.

Me miró con la boca abierta en modo de reproche y me pegó en el muslo.

—¡Habías dicho que no habías vuelto a hablar con él! —me susurró medio sonriendo.

Le quité el teléfono de las manos y volví a leer los mensajes con más calma.

—¡Y encima estás sonriendo! —en cuanto levanté la mirada vi su dedo señalándome como si hubiese asesinado a alguien a sangre fría.

—A ver —comencé intentando contar la historia con coherencia.

—Espera, espera, espera —dijo acomodándose encima de mi cama y poniéndose el pelo detrás de las orejas—, no te habrás liado con él, ¿no?

—¡Déjame que te explique! —pero la sonrisa ya se me había escapado.

Ahogó un grito y se llevó las manos a la boca. Comenzó a dar brincos y a reír lo más bajito que pudo.

Yo tampoco lo pude evitar y me llevé las manos a la cara.

Hasta ese instante, me di cuenta de que no había pensado en ello con seriedad y dedicándole el tiempo necesario. Había estado con otro chico. Habían pasado tres semanas desde que el chico con el que pensaba que iba a tener mis hijos me había dejado. Y había estado con otro chico.

Y empezaba a no sentirme tan mal por ello. Es más, me enorgullecía por ello, por mí. Harry al fin y al cabo no era mal chico, y estaba lejos de mi casa y de mi ciudad como para asegurarme de no volver a enamorarme de nadie en mucho tiempo. Me había venido bien despejarme la mente y haber estado dispuesta a estar con alguien más que no fuera Dan, y a sentirme menos insegura conmigo misma.

Estaba orgullosa.

Guardé su nombre en mi lista de contactos.


Yo: buenas noches :)
Yo: siento haber estado de un humor tan raro, no estoy pasándolo muy bien últimamente.
Yo: pero gracias por alegrarme un poco el fin de semana. Ha sido un placer volver a encontrarme contigo.


Dejé el móvil encima de la cama y traté de calmarme. Ellen me miraba con ojos curiosos y picarones, sin borrar esa sonrisa de la cara. Yo estaba haciendo lo posible por no sonrojarme del todo, aunque tampoco podía dejar de sonreír.

—¿Qué? —dije al final, viendo que Ellen no dejaba de mirarme.

Se encogió de hombros.

—Nada, es sólo que estoy orgullosa de ti.

De nuevo, el móvil empezó a vibrar encima de la cama y yo me lancé hacia él pensando que me había respondido, aunque sólo pude ver el nombre de Dan bailando en la pantalla. Ellen me miraba con las cejas alzadas, y a mi me empezó a latir el corazón con fuerza. No era raro que Dan me llamase tan tarde en la noche, aunque sabía muy en el fondo que mi corazón no se había inquietado porque estaba preocupada. Ellen estaría orgullosa de mí, y yo también lo estaba, pero sería de estúpidas pretender que había siquiera empezado a empezar a olvidarle.

—¿Hola?

—Jane, ¿qué tal estás? —Dan parecía aliviado.

—Muy bien.

—Oye, sé que es tarde y eso, pero estoy en casa y ya he terminado de hacer la mudanza. Había pensado que igual quieres pasarte un rato, y hablamos.

Ellen, al escuchar la conversación, abrió mucho los ojos y comenzó a hacerme señas con los brazos en negación, prohibiéndome con la mirada que dijera que sí.

—Eh, bueno, es ya tarde… —titubeé.

—Ya lo sé, pero como yo me voy ya mañana… no voy a poder despedirme de ti en condiciones, y bueno… no quisiera irme sin despedirme.

Cerré los ojos y suspiré. Ellen me lo advertía con los ojos, hasta me señalaba con un dedo. Era una excusa de mierda, pero la verdad era que no las necesitaba para nada. Mi corazón sólo sabía decirme una cosa: sí, sí y sí.

—Bueno, vale. Pero sólo un ratito, y luego me traes a casa.

—Está bien.

Ellen abrió la boca indignada. Colgué el teléfono. Se cruzó de brazos y me miró enfadada.

—Jane, ¿eres tonta?

Me froté la frente con los dedos. Sabía que acababa de cometer un error garrafal. Mi mente me lo estaba repitiendo una y otra vez. Era demasiado buena ignorando las señales que me mandaban mis únicas células inteligentes en mi cuerpo, lo había hecho durante dos malditos años.

—Se va mañana. Dame un respiro.

—Tía, tú misma lo has dicho; no se va al otro lado del planeta. Lo estás haciendo genial. No lo estropees ahora.

Sabía que tenía razón. Lo sabía. Aún así, sujeté mi chaqueta y salí de casa con el corazón feliz latiéndome en el pecho, y con el resto de terminaciones nerviosas gritándome a todo pulmón que me diera la vuelta cuanto antes y que me quedase en casa durmiendo con mi mejor amiga. Me mordisqueaba el labio con nerviosismo mientras andaba, con mis dedos jugando entre ellos; nunca había estado tan nerviosa. No iba a pasar nada, sólo se iba a despedir de mí. No va a pasar nada. ¿Le debía contar lo de Harry? Tuve que cerrar los ojos al imaginarme su cara si se enteraba. No tenía por qué. Pero tenía derecho de saberlo. No era asunto suyo, ya no. Era mi decisión a partir de entonces. A mí me hubiese gustado saberlo. ¿Cómo me hubiese sentido yo, si me enterase que se había liado con otra pava tres semanas después de romper conmigo? De nuevo; él te ha dejado a ti. No tiene por qué saberlo. Ya se enterará. Estaba cometiendo un error.

Hasta mis dedos temblaban cuando fui a llamar a la puerta.

Casi como un acto reflejo, me quité el abrigo y lo colgué en el perchero cuando me abrió la puerta. Ignoré como pude las cajas de cartón por todo el piso.

—¿Quieres algo para beber? —dijo dirigiéndose a la cocina.

Yo le seguí con pasos pequeños y rápidos.

—Con un vaso de agua me vale, gracias —me apoyé en la isla de la cocina mientras él me daba la espalda y sacaba dos vasos y una botella de cristal del armario.

—Pensaba que te ibas el viernes —dije con la mirada clavada en su espalda, recorriendo los músculos que se marcaban en su camiseta.

Dan era muy alto. Mi altura apenas llegaba a sus hombros, aunque eso nunca me importó demasiado. Siempre me había sentido acomplejada por mi altura, ya que era realmente pequeña, pero con el tiempo aprendí a no rallarme. Aunque él no dejaba de repetirme lo mucho que le gustaba.

Me miró unos segundos por encima de sus anchos hombros y apartó la mirada en seguida. Vertió el líquido en los vasos.

—Los planes han cambiado —se dio la vuelta y me tendió el vaso.

Se apoyó en la encimera en frente mía y se bebió el agua de un trago. Tenía los ojos rojos. Apartó la mirada rápidamente.

—¿No pensabas decírmelo?

Se encogió de hombros.

—Ha sido cosa de última hora. Te lo hubiera dicho la primera.

—Entonces, ¿cómo es que Ellen se ha enterado antes?

Subió la mirada hasta mis ojos y se humedeció los labios. Sacudió la cabeza.

—Sólo... olvídalo, ¿vale? Tampoco es fácil para mí.

Me subí el vaso hasta los labios con la mirada de Dan clavada en mis movimientos. Sin pensar, me bebí el agua de un trago, aunque, a mi parecer, aquello no era agua.

Tosí de la impresión y sentí el líquido quemarme la garganta.

—Dan, ¿qué es esto? —dije mirando el vaso vació y pasándome los dedos por los labios.

Sonrió.

—No te voy a drogar, si es eso lo que piensas.

—Sólo responde la pregunta.

—¿Quieres más? Es ginebra —me guiñó un ojo y se dio la vuelta para sacar la botella del armario.

No pude reprimir soltar una carcajada.

—¿Estás loco?

Me quitó el vaso de las manos.

—Eso está asqueroso, ¿no tienes otra cosa? —me acerqué a él con una sonrisa burlona.

Me miró y me devolvió la sonrisa.

—Ahí está la Jane que yo conozco. ¿Quieres limón?

Me reí.

—Bueno, Dan. Sólo estaba bromeando. No vas a conseguir emborracharme esta noche.

Me tendió el vaso.

—Si me pagaran por cada vez que me dijeras eso… —dijo, y me besó la frente.

Puse los ojos en blanco.

—Lo digo en serio.

Alzó las manos con aire de inocencia.

—Está bien. Entonces deja que me emborrache yo. Quiero pasármelo bien.

Quise ahorrarme el mirarle a los ojos, pero estaba tan cerca mío que no pude evitarlo. Aguosos y rojos, como si hubiera estado llorando. La verdad, la idea de que él hubiera llorado por mí era más satisfactorio de lo que me gustaría admitir. Tragué saliva y aparté un mechón de pelo de delante de sus ojos.

—Tienes los ojos rojísimos.

Aparó la mirada.

—No es nada. —Levantó su vaso y sonrió—. Brindemos.

—Por el futuro.

Negó con la cabeza.

—Por el presente.

Chocó su vaso contra el mío y se lo bebió de un trago. No pude evitar sonreír.

—Bien, vale —miré con la nariz arrugada el líquido transparente que contenía el vaso y bebí de un trago.

Tenía la suficiente experiencia para que la ginebra a palo seco ya no me produjera arcadas. Sólo me nublaba brevemente la vista y me hacia cosquillas en la lengua. Pero después, no mucho, por mucho que el sabor era lo que más asco me daba de todo.

—Esa es mi chica.

Esbocé una sonrisa torcida y dejé el vaso en el fregadero.

—Ya vale. Venga.

Hice amago de quitarle el vaso de las manos y me quedé atrapada entre la encimera y su cuerpo. Me miraba directamente a los ojos, no soltaba el vaso.

—Dan—

No tuve tiempo de terminar la frase, ya que sus labios estaban presionados contra los míos. Al principio me quise separar y terminar esto de una vez, pero luego, después de sentir bien sus cálidos y suaves labios contra los míos de nuevo... simplemente me dejé llevar por el momento. Como últimamente hacía.

En esos últimos años había aprendido a que, si el tiempo se desperdiciaba sólo con tener en cuenta las consecuencias de los actos, no llegas a disfrutar al máximo de las cosas que haces en el presente. Hay muy poco tiempo para disfrutarlo, aunque el futuro siempre va a estar ahí, llamando la atención para atender a sus gustos y necesidades. Así que me dejé llevar. Por mucho que más tarde me arrepentiría.

Enredé mis dedos en su pelo y sus manos no tardaron mucho en llegar a mis caderas, y segundos más tarde me vi subida a la encimera con mis piernas rodeando su cintura. Sus labios bajaron a mi cuello.

Mala idea, mala idea, mala idea. Me daba lo mismo.

—Dan, tenemos que parar —dije con el aliento agitado, intentando no aspirar el aroma del tabaco mezclado con su perfume, extremadamente atractivo y que me revolucionaba de todas las formas posibles.

Aunque, como bien sabía que haría, no dejó de besarme ni un segundo. Seguía depositando pequeños y apasionados besos por todo mi cuello y mentón. Me di la libertad de disfrutar unos pocos segundos más, hasta que le di un pequeño empujón en el pecho.

—Lo digo en serio, Dan. Para.

Con ojos bajos y mordiéndose el labio, se apartó despacio, pero sin soltarme las caderas con las manos. Después de mirarme a los ojos durante unos segundos, dio un paso hacia atrás y se frotó los ojos con una mano.

—Jane, hay algo que tengo que contarte.

Suspiré intentando controlar mi respiración que se había descontrolado de pronto, como si aquellas palabras me hubiesen provocado una ola de preocupación. Sea lo que fuera lo que tuviese que contarme, no lo quería oír.

De nuevo volvió la suavidad en sus ojos, y despacio se volvió a acercar a mí para mecer mis manos entre las suyas. Me miró a los ojos.

—¿Has estado con Ellen hoy?

Asentí, aunque no supe muy bien hacia dónde iba.

—Casi me asesina cuando te he dicho que venía.

Bajó la mirada y asintió despacio, tragando saliva. Titubeó un rato, vacilando continuamente entre mis ojos y mis manos, cogiendo bocanadas de aire para empezar a hablar, aunque ninguna palabra conseguía abandonar sus labios. Se pasó las manos por la cara nuevamente.

—No quiero hacerte daño —susurró antes de atraerme de nuevo hacia él para volver a besarme tan viciosamente, como él hacía.

Ni siquiera en esa situación era capaz de besarme con suavidad, aunque en ese momento casi me vuelvo loca.

Me aparté de él.

—Pero dime —dije, usando la perfecta excusa para separarme de él y tratar de no llevar las cosas a un nivel del que no podría salir.

Sacudió la cabeza.

—Olvídalo. No es importante.

—Dan.

—En serio, da igual.

Hizo amago de besarme de nuevo, aunque yo incliné la espalda hacia atrás a tiempo. Fue como si se me hubiese encendido una bombilla en la cabeza. Cerré los ojos y sentí un doloroso peso en el pecho de pronto. Tragué saliva.

—No debería de haber venido. Sólo has conseguido empeorarlo todo.

—¿Por qué dices eso? —respondió, algo sorprendido por mi repentino ataque de inteligencia.

Cogí aire.

—Porque estoy aprendiendo a vivir sin ti, Dan. Y ahora estás aquí de nuevo, besándome como si nada hubiera pasado y como si nunca hubieras roto conmigo. ¿Te acuerdas de eso? ¿De que rompiste conmigo?

Se quedó callado, mirándome con los ojos sin chispa y con las manos apretadas en puños. Su respiración estaba agitada y no apartaba la mirada de encima mía. Dos segundos más tarde y con sólo un objetivo en su mente, ya estaba de nuevo besando mis labios de esa forma tan jocosa.

Aunque esta vez me daba exactamente igual el maldito presente.

Le empujé tan fuerte en el pecho que me llegó a asustar el haberle hecho daño, aunque no dejé que lo notara, y me levanté de la encimera para acercarme hacia la puerta.

Estaba empezando a cabrearme.

—¡No soy tu juguete, Dan! No puedes usarme ahora y luego dejarme sólo porque a ti te apetece “pasártelo bien”.

Dan se acercó con dos pasos ágiles hacia mí, frunció el ceño y me sujetó los brazos. Puso una mano encima de mis labios y no me dejó hablar después de apretarme contra la pared con fuerza. Su cara estaba a milímetros de la mía, sus ojos color miel pidiéndome que le escuchara. Respiró hondo unas cuantas veces cerrando los ojos antes de mirarme a los ojos una vez más. Su cuerpo se aseguraba que el mío no se moviera contra la pared.

—Jane. —Su voz estaba calmada y especialmente grave. No pude evitar sentirme cohibida—. No quiero discutir contigo. No quiero que mi última noche aquí contigo sea para discutir, ¿vale? Creo que eso puedes entenderlo.

Le miré con los ojos inyectados en sangre porque no estaba arreglando nada. Intenté pegarle con mi cuerpo, pero sus caderas se ciñeron a las mías con tanta fuerza que sentí la pared clavarse en mis riñones. Gemí sin poder evitarlo. No sabía muy bien si de miedo, o de verdadero placer.

—Entonces, si crees que te estoy “usando” o jugando contigo, quiero que vuelvas a esos dos años y pico que hemos estado juntos y quiero que te lo preguntes de nuevo. Sé muy bien lo que he hecho, y no tienes ni idea de lo mal que lo estoy pasando.

Antes de que pudiera siquiera pensar en ello, tenía los ojos nuevamente inundados de lágrimas. Comenzó a acariciar mi mejilla y mi cuello, moviendo así su mano de encima de mis labios, aunque su otra mano sujetaba con fuerza mis muñecas.

—Olvida todo lo que hemos pasado últimamente y trata de hacer como yo. Es la última noche, Jane. Intenta disfrutar.

Siempre me he considerado una chica débil que se deja influenciar con facilidad por la gente a la que me importa. Esta era una de esas claras ocasiones en las que, de nuevo, me importaba más el ahora que el después. ¿Quién me iba a contar que esto más tarde me iba a perseguir? Claro que conocía las consecuencias. Aunque, bien mirado, a él no le faltaba la razón. Estaba enamorada de él, y me estaba ofreciendo un bonito último día con él, sin ataduras ni compromisos. La idea era tentadora. Sin contar que mi estado de ánimo estaba perfecto para que no le costara en absoluto convencerme.

Era débil. Más de lo que debería.

Esta vez fui yo la que se inclinó y lo besó a él. Cerré los ojos con fuerza e ignoré los dolores tan agudos que mi cerebro mandaba constantemente a mi corazón. Pinchazos de advertencia. Los ignoré lo mejor que pude.

Pude sentir su sonrisa contra mis labios.



📽🍁🍭



Al día siguiente fue excepcionalmente difícil despedirme de Dan con la mirada calculadora de mi mejor amiga clavada en cada uno de mis movimientos, hasta tuve miedo de darle un beso en la mejilla cuando me fui a despedir por si era demasiado sospechoso. Por suerte, ni ella ni Ethan se olían lo que había pasado la noche anterior, gracias al cielo. No necesitaba que los dos me dieran un sermón acerca de que una no se tira a un ex bajo ninguna circunstancia, porque lo sabía perfectamente. Aún así, no era lo que más me apetecía escuchar en esos momentos.

Por mucho que yo quisiera autoengañarme de que no había supuesto ningún problema para mí haber vuelto a acostarme con mi ex, estaba totalmente equivocada. Aquello había hecho que las heridas que había empezado a cerrar yo sola las había rajado de nuevo con malicia, mientras yo le suplicaba que lo hiciera de nuevo, con las bragas en los talones. Había sido una estúpida, y aquella noche de lunes, después de huir de mis sentimientos durante todo el día, fue tocar la almohada y que las lágrimas cayesen solas. Estaba hecha un desastre, dejé que cada uno de mis sentimientos me abofeteasen la cara cada uno con más fuerza, siendo consciente de que no podía huir de ellos por mucho más tiempo. Había cometido un error. Estaba dispuesta a superarlo, lo estaba empezando a hacer. Sólo había conseguido que mi corazón de nuevo se inquietase con la idea de volver a tenerlo entre mis piernas, pero dandole la satisfacción de cumplirlo. Había mimado hasta tal punto a mi corazón que ahora sólo era un niño rabioso que lloraba cada vez que le negaba el caramelo. Y era todo culpa mía.

Ni siquiera se me pasó por la cabeza el hecho de que había vuelto a aprovecharse de mi situación. Había conseguido que me pusiera de rodillas de nuevo, ignorando lo mejor que podía el nudo constante en mi garganta. Que ahora se estaba disolviendo en mi almohada.

Después de estar lo que parecieron horas moqueando encima de mi cama, me sobresalté cuando mi cama vibró a la par que mi teléfono e interrumpió mis pensamientos autodestructivos. Tuve que incorporarme en la cama mientras tenía todavía lágrimas corriéndome por las mejillas, cambiando el semblante por un ceño fruncido. Me pasé una mano por la cara para tratar de secármela, y me aclaré la garganta, aunque cuando contesté mi voz seguía estando igual de perjudicada.

—¿Harry? —pregunté extrañada.

Pude escuchar unos ruidos al otro lado de la línea, y por un segundo pensé que tal vez me habría llamado por error, ya que se me hacía rarísimo que me llamase. No habíamos vuelto a hablar desde que estuve en Cheshire el día anterior. Sin embargo, segundos más tarde pude escuchar su voz, alta y clara.

—¿Jane?

—Hola —respondí, sentándome encima de mi cama apoyando la espalda en la pared.

—Hey, te pillo bien, ¿no?

—Sí, sí…, ¿está todo bien? —pregunté, sorbiéndome los mocos y cruzándome de brazos.

Le escuché reírse suavemente.

—Sí. Estoy de camino a casa.

—Ah, vale —contesté algo descolocada.

A pesar de todo, me encantaba el hecho de que me llamase así de la nada, y actuase de esa manera tan natural, como si era costumbre que hablásemos todos los días. Como si no nos hubiésemos acabado de conocer el fin de semana pasado.

—Bueno, ¿qué tal todo?

Gruñí y volví a dejarme caer encima de la cama. Me apreté los ojos con los dedos.

—Ayer me acosté con Dan —dije, como un acto reflejo, escupiendo la piedra con la que tanto tiempo me había estado atragantado.

La razón por la que se lo había contado era muy simple, por mucho que en su momento hubiese estado tan sorprendida conmigo misma por haberle soltado algo tan íntimo y personal a prácticamente un desconocido. Lo hice porque hablar con un desconocido era justo lo que necesitaba hacer; sabía perfectamente de qué manera me iban a juzgar mis amigos si les contaba eso. Necesitaba contárselo a alguien, a alguien que no me importase que me juzgara, o de qué manera lo hiciera. Se lo hubiese contado al primer desconocido que se me cruzara por la calle a esas alturas.

—¿Dan? ¿Tu ex?

—Sí.

Su suspiro quedó interrumpido por una carcajada.

—Dios mío, Jane. ¿Y qué tal estás?

Me encogí de hombros.

—En la mierda —respondí, sintiendo de nuevo la ola de lágrimas subir por mi garganta, aunque intentado ahogarlas con una risa.

—Ya… justo te iba a preguntar si estabas resfriada o algo.

Sonreí inconscientemente.

—Hey, ¿quieres oír algo gracioso?

—Yo siempre quiero oír algo gracioso —respondí, intentando que no se notara demasiado que me estaba pasando un pañuelo por la cara de nuevo.

—Me he tragado un mosquito enorme.

Solté una carcajada y puse los ojos en blanco con una sonrisa.

—¿Te has tragado un mosquito? ¿Cuándo?

—Hace unas horas.

Continué riéndome y escuché cómo se reía él también debajo de mis carcajadas.

—¿Por qué?

—¿De verdad crees que me tragaría un mosquito enorme a propósito, Jane? Vamos a ver…

—No sé… de ti me puedo esperar cualquier cosa.

—Bueno.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—No lo sé… supongo que quedármelo. Nunca pensé en ser padre tan pronto, pero los accidentes pasan.

Solté una carcajada de nuevo, y me encontré a mí misma jugando con mi pelo como un acto reflejo.

—Es una gran responsabilidad, lo sabes, ¿no?

—Sí, bueno. ¿Qué se supone que tengo que hacer si no? No puedo digerirlo sin más.

—Cierto. No quieres ser como esos padres que digieren a sus mosquitos enormes.

—No tengo otra opción. Sólo desearía que el padre no me hubiese dejado solo en esto.

Me mordí el labio mientras sonreía.

Estuvo así un buen rato, haciendo todo lo posible por mantenerme la mente ocupada con cualquier gilipollez que se le ocurriese. En ningún momento estaba pidiendo nada a cambio. Sólo lo hacía. No me colgó el teléfono cuando descubrió que estaba hecha un lío mentalmente, siendo consciente de que tal vez aquella conversación pudiese durar durante semanas y semanas, y en cambio, era él quien creaba una línea de conversación alternativa. Como si supiese que era justo lo que necesitaba. Sin importarle que le cogiese el teléfono de nuevo moqueando, después de compartir días enteros entre risas, sin juzgarme por dar de nuevo un paso hacia atrás, con paciencia y comprensión. Era la primera vez que sufría una ruptura, y se me estaba haciendo muy cuesta arriba. A él no le importó. Y poco a poco mis ganas de llegar a casa para poder llorar tranquila se vieron intercambiadas por las ganas de volver a hablar con él, y volver a escuchar las historias que me contaba como si fuera su mejor amiga.

Estoy segura de que hubiese sido capaz de superarlo yo sola con el paso del tiempo, aunque también estoy segura de que él lo hizo mil veces más fácil de lo que lo iba a ser en un principio. Me habían quitado la tirita con mucha rapidez y fuerza, y él se encargó de soplarme en la piel y acariciar la zona con los dedos, asegurándose de que no escociese demasiado. Todo eso, sin conocerme de nada.

—Eres un idiota, ¿lo sabes?

—Algo así me han dicho.

—Buenas noches, Harry.

—Buenas noches, Jane.

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