Cuatro

Supongo que las cosas estaban destinadas a suceder de esa manera. Nunca había creído en el destino, y sigo sin hacerlo, aunque a estas alturas, es lo único que consigue hacer que todo aquello cobre sentido en mi cabeza. En cómo ese chico había aparecido de la nada, como si estuviese escrito sólo para mí, agarrándome de la mano cuando estaba tirada en el suelo y besándome las mejillas con una sonrisa. Aunque tal vez también fue uno de los problemas, hoy en día sigo sin estar segura de que hubiese sido capaz de superar a Dan si no hubiese sido por él.

Nunca se me había dado bien crear relaciones con las personas desde cero sin la ayuda de nadie. Con él fue todo diferente, tan sumamente distinto a lo que estaba acostumbrada. Después de aquella conversación, la cosa se hizo prácticamente diaria. Él me contaba qué tal le había ido el día, yo le contaba qué tal me había ido el mío, y así poco a poco comencé a saber de su vida, de cómo tenía una hermana mayor y de cuando sus padres se divorciaron cuando tenía tan solo siete años. Consiguió que mi sonrisa fuera cada vez más grande cuando veía su nombre sobre la pantalla.

—¿Te acuerdas cuando te burlaste de mí porque te dije que no me llamaste al skype?

Solté una carcajada y di una vuelta por la cama.

—A ver, ¿quién se llama por el skype hoy en día? Sólo lo hago con mi abuela, porque vive en España.

—Yo lo uso mucho, perdona que te diga.

—Siento haberte ofendido.

Se rió.

—Saca el portátil.

Me incorporé de un brinco.

—¿Por qué?

—Porque te lo voy a demostrar.

Habiéndome puesta roja como un tomate, acerqué el portátil desde mi mesilla de noche y lo encendí, no sin antes comprobar en el espejo que la cara que tenía era lo suficientemente decente como para que me viera. Cuando me vio la cara, soltó una pequeña carcajada. Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y recé por que no se viera que seguía colorada.

—Me haces vestirme y encima te ríes de mí —dije, cruzando las piernas encima de la cama.

—Perdona, me he puesto un poco nervioso. Se me había olvidado que eras tan guapa.

Solté una carcajada. No me daba ni un respiro, ya que seguía rojísima y me estaba costando mucho no ponerme a abanicarme descontroladamente de lo nerviosa que me estaba poniendo.

—Eres un ligón, Styles. Las debes de tener todas a tus pies.

Se rió y se encogió de hombros.

—No me quejo.

—Es increíble que ya haya pasado un mes desde que te conocí.

—Desde que fuiste una puta borde conmigo, ¿quieres decir? —respondió con las cejas alzadas y una media sonrisa que hizo que me quedase un ratito embobada hacia la pantalla.

Suerte de que tenía mi frase ya preparada.

—Supéralo de una vez.

La verdad era que sí que hacía mucho de que no le veía, y que también a mí se me había olvidado la manera que se hundían sus mejillas al sonreír de esa forma, que de alguna extraña manera conseguía desencajarme de mis casillas por completo, como un sentimiento novedoso que no había experimentado hacia él hasta entonces. También la forma en la que le brillaban los ojos, a pesar de la mala calidad de la imagen, empezaba a formar un remolino de aire entre mis costillas, poniéndome la piel de gallina. En aquel momento simplemente decidí ignorarlo, aunque extrañamente, no pude evitar quedarme dormida con el sonido de su risa bailando en mi mente.

No había superado a Dan ni aunque hubiese querido mentirme a mí misma. Lo había visto en ocasiones, siempre de lejos y nunca de cerca. Dos palabras como máximo. Porque era una cobarde, porque no era capaz de dirigirme a él sin que me temblaran las piernas o quisiera lanzarme a su cuello para besarlo. Por ahora había funcionado; ya no me encontraba a mí misma pensando en él a cualquier hora del día, ni mirando sus fotos en las redes sociales de cómo le iba de bien con la gente que había conocido las últimas semanas. Pero no, superarle lo que es la definición estricta de la palabra, no lo había hecho.

Tal vez fuera porque me pasaba el día fantaseando con otras cosas.

—Tiene una voz muy bonita —dije casi murmurando.

—¿El qué dices?

—Harry. Tiene un grupo.

Ellen soltó una carcajada de pronto y como si se hubiese vuelto loca, se llevó una mano al estómago mientas se tiraba por el pavimento. Ese viernes estábamos sentadas en cualquier plaza como hacíamos de costumbre aquellas tardes de verano tratando de no aburrirnos demasiado, con las mentes ocupadas en nuestras historias nocturnas. Era el primer verano en mucho tiempo que estaba soltera, y Ellen se lo estaba pasando en grande conmigo, compartiendo cosas entre nosotras como nunca antes habíamos hecho. Como lo eran esas excitantes conversaciones acerca del chico de rizos que se hizo paso por mi vida dando zancadas ruidosas.

—¿De qué te ríes? —dije contagiada por su risa.

—No me digas esas cosas, Jane. Con esos pelos y encima cantante —dijo continuando su risa tan estrepitosa que tenía.

—¡Pero lo hace bien!

—Posiblemente —dijo mientras se volvía a sentar en el pequeño bordillo y se colocaba bien el pelo—, si tiene la voz super grave y todo eso. Pero sigue teniendo gracia.

Negué con la cabeza sonriendo mientras me mordía el labio.

Ellen se encendió un cigarrillo y me tendió uno todavía en su paquete.

—¿Sigues hablando con él?

Me encogí de hombros tratando de no sonrojarme. Me quedé callada. No quería darle más importancia de la que tenía, aunque me sentía mucho más cómoda ocultándole el hecho de que prácticamente habíamos hablado casi todos los días desde hacía casi un mes, ya fuera por teléfono o por mensaje. Aunque esa respuesta pareció que para mi amiga fue suficiente, ya que pude ver en su mirada que tenía una conversación mucho más importante planeada.

—Tengo que contarte una cosa. Ha pasado algo... —dijo.

A juzgar por su nerviosismo poco evitado en su voz, no era nada bueno.

—¿Qué pasa?

Suspiró.

—Es Dan —hizo una pausa, como esperando mi reacción.

De alguna u otra forma ya sabía que el tema de conversación que iba a sacar Ellen sería ese, ya que había sido un tema que no se arañaba desde hacía semanas, y ya tendría que estar preparada para hablar del tema. Desgraciadamente, no lo estaba. O no todo lo que hubiese querido.

Ellen pareció titubear más de lo necesario, como si no estuviese del todo segura cómo decir las palabras que tenía pensado pronunciar. Al final, suspiró en rendición y cerró los ojos un momento para darse por vencida. Juntó las manos encima de su regazo.

—Se le ha visto últimamente con una chica por el campus… Te diría que no sé nada más, pero hay rumores de que se han ido a vivir juntos ya…

Esperé a que mi corazón diera su vuelco habitual que conseguía descomponer el resto de órganos y articulaciones de mi cuerpo, pero este no llegó. Sólo un vacío en el estómago se hizo hueco con tanto ahínco que ya no sentí nada más. Ya ni las lágrimas me querían mojar más mis mejillas.

Nada.

—Lo siento, Jane. Pensé en no contártelo, pero es lo mejor. Tienes que saberlo.

Asentí bajando la mirada, sin añadir nada.

Ni siquiera me sorprendía. Claro que estaba con otra. Claro que no sólo me había dejado por los estudios, ya que habíamos hablado más de una vez del tema. Aún así me impresionó que ya no sentía nada más. Sólo vacío. Suspiré y me pasé la mano por los ojos. Esperaba las lágrimas, pero no llegaron. Levanté la mirada.

—Gracias por contármelo —le dije con una pequeña sonrisa.

Me miró extrañada.

—Claro… —dijo titubeando.

Nos quedamos un rato calladas, ella extrañada y yo intentando entender ese repentino silencio que mi mente me estaba brindando. Ellen chasqueó la lengua.

—No lo entiendo… Pensaba que la noticia te dejaría destrozada —dijo mirándome con preocupación.

Me encogí de hombros.

—No sé, de alguna forma ya me lo esperaba y… no puedo estar llorando por alguien que sé que me ha olvidado… Sólo me queda hacer lo mismo.

Se me quedó mirando un rato más, no sabiendo cómo reaccionar a mi tan repentino cambio de humor.

Era la primera ruptura que sufría, pero supongo que funcionaban de esa manera. Sigues teniendo días malos, aunque tu cuerpo ya está haciéndose a la idea de que esa persona no va a volver. Desacostumbrarte de alguien es lo que te mantiene despierta por la noche, sabiendo que al día siguiente ya no vas a quedar con esa persona. Sacarte de la cabeza que, cuando suena el teléfono, no es esa persona la que está llamando por mucho que lo estés deseando, y decepcionarte cuando ves que, efectivamente, no lo es. Sacar todas sus cosas de tu habitación e intentar olvidarte de su olor mientras doblas sus camisetas, y se te cuela en los orificios nasales. Guardar fotos, borrar conversaciones. Evitar pasar por ciertos lugares, porque era costumbre ir con esa persona, no te puedes arriesgar a que preguntaran por ella. No hablar más con algunas personas porque te recuerdan a ella. No es la persona en sí a la que echas de menos con el paso del tiempo. Con el paso del tiempo ya no es eso lo que duele, lo que hace que tu corazón dé vuelcos inesperados en mitad de la noche. Es el acostumbrar a tu cuerpo a desacostumbrarse de alguien. Las situaciones, los lugares y las personas que compartías con esa persona. Y duele. Pero ya no tanto.

—Supongo que… —dije al final—, es lo que tiene aprender a vivir sin él. Él va a estar con otras personas y yo con otras.

Ellen se quedó callada mordiéndose el labio, aunque después pudo esbozar una pequeña sonrisa y me acarició la rodilla, transmitiéndome su apoyo. Yo le devolví la sonrisa. Mi mente estaba mandando imágenes constantemente, y yo las ignoré lo mejor que pude. Aunque, a escondidas, pude sonreír sin evitar morderme el labio al darme cuenta en quién estaba pensando.

—¿Y qué vas a hacer? Vas a venir, ¿no?

Todos los años, Ellen celebraba su cumpleaños en casa de Ethan el último fin de semana de julio. Ella cumplía antes, pero siempre hacíamos la fiesta de cumpleaños unas semanas más tarde, ya que era entonces cuando el padre de Ethan iba a estar fuera de la ciudad y podíamos usar su casa.

Sabía perfectamente que no podía decirle que no a la fiesta de cumpleaños de mi mejor amiga, y tenía más que claro que tenía que ir, y enfrentarme a él, tarde o temprano, a pesar de todo lo que estaba pasando.

Me encogí de hombros.

—Vente tía, así ves a Ethan también, y no significa que tengas que estar con Dan o saludarle siquiera. Yo creo que es madurito él también y sabrá que quieres tu espacio.

—Espero que tengas razón. Pero sólo con una condición —le dije mirándole con la boca entreabierta en una sonrisa.

Ellen puso los ojos en blanco.

—Sí, pesada. Ya sé que mañana es el preestreno del Factor X. No te preocupes, mañana lo vemos juntas si quieres. Pero va a tener que ser en tu casa, que mi padre mañana no trabaja.

Sonreí satisfecha y le di lo que sobraba del cigarro a Ellen, ya que nunca era capaz de terminármelos enteros.

—Vale, entonces voy.

Ellen me sonrió.

👽🔮🌙

Cuando llegué a casa a la hora de la comida, un olor a lasaña recién hecha me acarició con dulzura, y nada más cerré la puerta principal y tiré mi mochila al suelo, me apresuré a llegar a la cocina para sentarme a comer. Emma me esperaba en una silla con las piernas subidas comiendo unas uvas.

Miré a mi madre que parecía absorta en su propio universo, contemplando el interior del horno como si estuviera cocinando lo que más tarde sería su propio hijo. Me hizo un gesto con la mano sin apartar la mirada para que me acercara. Le miré extrañada a mi hermana y me arrodillé al lado de mi madre.

—¿Te parece que está lista?

Puse los ojos en blanco, agarré un cuchillo y abrí la puerta del horno.

—Sí, ama, está lista —dije, y después de soplar el cuchillo que había introducido en la lasaña recién hecha, me lo metí en la boca.

—Bien —se puso las manoplas y sacó la fuente del horno.

—Oye, ¿cómo es que te ha apetecido cocinar hoy?

Sacudió la cabeza.

—Una buena amiga mía de la universidad ha venido a vivir a nuestro barrio y vamos a comer todos juntos en su casa, ya han terminado la mudanza y todo.

—¿De la universidad de España? —dijo Emma.

Miré a mi hermana, intentando contenerme para no darle una bofetada.

—Sí —dije respondiendo en el lugar de mi madre, con un tono de sarcasmo marcado con agilidad para que lo notara—, porque en España sólo hay una universidad.

Puso los ojos en blanco y siguió comiendo sus uvas.

Le resté importancia y me dirigí de nuevo a mi madre para sacarle más información.

—Pero, ¿cuándo han venido?

—Hace unas semanas, pero no íbamos a comer en una casa que no existe, ¿verdad? —dijo, contemplando su lasaña con orgullo—. No está lejos, sólo hay que cruzar la calle.

Se le veía feliz y emocionada y eso me hacía feliz a mí, por lo que subí a mi habitación para cambiarme. Una vez estuve lista, mis padres ya me estaban esperando en el salón de abajo.

Llegamos a la casa y una chica muy rubia y de mi misma estatura nos abrió la verja de su casa con una sonrisa muy bonita. Emma pasó de alto, como si la chica no existiera, pero yo me paré a su lado y le sonreí:

—¿Necesitáis ayuda? —ofrecí, intentando ser simpática.

La chica se ruborizó en seguida y me sonrió todavía más.

—No hace falta, ya está todo listo. Pero gracias.

Le acompañé hasta dentro de la casa cruzando un pequeño jardín de entrada asfaltado por piedras planas camufladas entre las hierbas. La mesa estaba puesta dentro de la casa, junto a unos grandes ventanales que daban al patio trasero, donde las obras todavía eran inminentes. Entraba mucha luz, por lo que las luces artificiales estaban apagadas. En comparación a la cocina de nuestra casa, aquella cocina era el doble de grande y luminosa, así como el salón era más pequeño, o por lo menos las estanterías llenas de libros de suelo a techo hacían parecerlo, pero no dejaba de ser acogedor.

—Veo que las chicas ya se han conocido —dijo la amiga de mi madre con un marcado acento al hablar, dirigiendo una mirada a su hija y a mí al mismo tiempo.

La chica pareció ignorarla y se dedicó a colocar platos en la mesa.

Descubrí más tarde que aquel acento que no podía clasificar como español era ningún otro más que danés, y que se trataba de una pequeña familia de tres que acababa de trasladarse de la península de Jutlandia. Cosa que me pareció fascinante, aunque sin dejarlo del todo ver en mi semblante.

Los adultos se enfrascaron en una conversación mientras se sentaban en una pequeña barra que separaba la cocina del comedor, y yo me senté en la mesa esperando a que la comida estuviera lista. Emma ya había sacado el teléfono de su bolso.

Ruborizada hasta las orejas, la chica desconocida se sentó a mi lado.

Yo me consideraba tímida hasta cierto punto, pero lo de esa chica era de campeonato, y sentí ternura hacia ella por mucho que parecía tener mi edad. Supe que ella no iba a romper el hielo, y por mucho que yo tampoco tenía planeado hacerlo, carraspeé y trate de hacerlo:

—Yo soy Jane, por cierto —le dije, y ella me devolvió la mirada.

—Ups, perdona —dijo soltando una risita nerviosa—, yo soy Jessica.

A cambio de su madre, ella no tenía ni una pizca de acento.

—Encantada. ¿Cuántos años tienes?

—Quince. Voy a cumplir dieciséis en octubre.

—Yo los cumplo en agosto.

—Vaya, qué suerte. Yo estoy harta de los quince.

—Habrá tenido que ser duro, ¿no? Mudarse.

Se encogió de hombros.

—No tanto. No tenía casi amigos de todas formas, o por lo menos no lo suficientemente importantes como para echarles de menos. Yo esto me lo tomo como una nueva oportunidad.

—Conocerás gente en seguida, no te preocupes —dije sonriéndole.

Terminamos la conversación encogiéndose de hombros mientras me devolvía la mirada tan azul que tenía.

Decidí que sería buena idea invitar a Jess a la fiesta esa noche, tras discutirlo con Ellen por teléfono. A ella no le importaba que viniera, que era lo más importante después de todo, y me parecía una idea estupenda si Jess quería conocer a gente rápidamente y adaptarse a su nueva vida en Inglaterra.

A las siete y media de la tarde pasé por su casa para recogerla y coger el autobús juntas para ir a casa de Ethan.

Los cumpleaños de Ellen siempre los había celebrado en casa de Ethan, ya que por aquellas fechas su padre siempre estaba fuera de la ciudad para acudir a ferias acerca de su negocio, del cual nunca me quiso contar, y a él poco le importaba lo que hiciera su hijo cuando no estaba él. O cuando sí estaba.

Las cosas en casa de Ellen tampoco habían ido bien desde que la conocí. Tenía una relación con su padre muy estrecha, mil veces mejor que la de mi amigo con el suyo, pero su casa era mucho más pequeña que la de Ethan, ya que después de la muerte de su madre, la situación de Ellen no era la más acomodada.

Cuando Jess salió de su casa vi, no sólo que estaba feliz por verme, sino también emocionada por venir conmigo. Se había recogido el pelo en un alto moño y pintado sus labios de un rojo tan potente que me sorprendía que le sentara tan bien.

—Bueno —dijo ella dando una palmada y mirándome mientras caminábamos—, ponme al día. ¿A quién voy a conocer?

Me aclaré la garganta.

—Pues a Ellen, que es mi mejor amiga, la cumpleañera. Bueno, cumplió la semana pasada. Te va a caer muy bien, es una persona muy fácil con la que conectar, aunque sea un año mayor.

Me miró sorprendida, aunque tras un ápice de segundo trató de ocultarlo apartando la mirada. Aunque yo ya lo había visto, por lo que me reí y asentí con la cabeza.

—Antes de conocerla ya había repetido un curso —continué.

Subimos al autobús y nos sujetamos a las barras.

—La casa de Ethan está sólo a dos paradas, tranquila —le dije al ver su cara de preocupación al observar el autobús lleno de gente.

Personalmente, yo prefería ir de pie.

—Ethan es otro de mis mejores amigos. Y luego —suspiré y le miré a la cara—, está Dan.

Hice una pausa dramática antes de querer seguir con la historia, pero Jess me interrumpió devolviéndome la mirada sonriendo insinuadoramente.

—Dan —repitió.

Negué con la cabeza.

—No, no, no, no es nada de eso —me reí.

Esa conversación me hubiese partido hace unos meses, pero sorprendentemente, mi estómago estuvo haciendo su trabajo como si no hubiese oído su nombre salir por mis labios. Mi reacción fue risa.

—Es mi ex —dije al final, sonriendo.

Jess cambió la cara y se llevó una mano a la frente.

—Hala, lo siento.

—No te preocupes, hace ya mucho que pasó así que está ya todo bien.

Esperaba.

Hacía casi un mes que no lo veía, en esa despedida tan dramática que hizo, el día después de despedirse de mí. Tal vez mi corazón ignoraba su nombre, pero no estaba tan segura de que iba a ser igual a la hora de verle la cara.

—Pero… —dijo vacilando y hablando más bajito que antes—, ¿está todo bien entre vosotros?

Me encogí de hombros.

—A ver, es un ex. No es mi mejor amigo, pero no nos llevamos mal. Y se lleva bien con mis otros amigos así que no puedo no verlo.

El autobús paró. Eran sólo unos minutos andando hasta ahí, por lo que, en el camino, ella me estuvo contando algo sobre un chico que dejó en su tierra. La chica me caía muy bien y trataba con todas mis fuerzas escucharla, pero conforme nos acercábamos a la casa y viendo que llegábamos veinte minutos tarde, me ponía cada vez más nerviosa, y la escuchaba cada vez menos.

Llamamos al timbre y nos abrió un sonriente Ethan. Dejé escapar un suspiro de alivio y le devolví una radiante sonrisa antes de lanzarme a su cuello y darle un cálido abrazo. Él rodeó mi cintura con los brazos y me correspondió el abrazo hundiendo su cara en mi pelo.

—¿Qué tal? —le dije separándome y mirándole a la cara—. Oh, perdona, ésta es Jess. Se acaba de mudar a mi calle, me he sentido obligada a traerla —bromeé dando un paso a un lado para que se presentaran.

—Ethan —dijo el chico amable sin borrar su bonita sonrisa.

Dio un paso hacia delante para darle un beso a Jess y acto seguido, abrió la puerta para dejarnos pasar.

Ellen había invitado a más gente de su barrio que no conocía tanto como para tener una relación de amistad, aunque la casa no estaba tan llena de gente como había esperado. Había gente por las esquinas, pero no la suficiente como para bloquear el paso. Las luces estaban encendidas y la música apagada. No habíamos llegado tan tarde como había pensado.

Fruncí el ceño extrañada y avancé hasta dentro de la casa para encontrar a Ellen, que estaba en la cocina con un vaso de plástico en la mano hablando animadamente con un chico alto. El cual resultó ser Dan.

Como esperaba que iba a pasar al verle, mi estómago dio un vuelvo tan brusco que me tuve que sujetar, y mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que podía ver cómo mi camiseta se levantaba bajo su ritmo.

—Mierda —murmuré.

Me puse más nerviosa de lo que esperaba y mi respiración comenzaba a irregularse. Me di la vuelta rápidamente para tratar de inventarme una manera ingeniosa de acercarme sin caerme de bruces al mismo tiempo, pero Jess me estaba mirando impaciente con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Eh, lo siento, Jess —dije nerviosa.

Antes de poder terminar la frase, mi móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo.

—Uf —solté tratando de sacar el teléfono.

Miré mi pantalla tras disculparme con ella.

—¿Harry? —dije al descolgar.

—¿Qué tal va todo?

Jess había desaparecido y yo traté de observar a Ellen y a Dan desde una esquina del salón sin que me vieran. Ellos dos siempre habían sido buenos amigos, pero no les había visto comportarse de esa manera. Como si se gustaran.

—¿Jane?

Sacudí la cabeza.

—Hola, Harry, ¿qué tal?

—Muy bien —se rió—, ¿pasa algo?

Suspiré.

—Sí, lo siento. Estoy en una fiesta y me has pillado un poco distraída. ¿Te importa si hablamos mañana?

Volví a escuchar una risa grave al otro lado del teléfono.

—Tranquila, no te preocupes. Sólo te quería decir que la semana que viene voy a estar en Londres, por si querías quedar algún día.

Sonreí.

—Sí, claro, por favor —respondí riéndome—. Tengo ganas de verte. Cuando estés y te venga bien me mandas un mensaje y quedamos. Y te presento a Ellen.

—Nos vemos entonces.

Colgué el teléfono y me coloqué bien el pelo. Me tomé unos cuantos segundos más para observar el comportamiento de mi mejor amiga con mi ex novio. Ella estaba sentada encima de la encimera de la cocina continuamente bebiendo de su vaso. Sin separar sus ojos de los suyos, Dan estaba delante suya enredando con los hilos sueltos de sus pantalones cortos.

Seguro que no es nada, me dije. ¿Y qué si lo era? Yo estaba superándolo y él ya lo había hecho, y no íbamos a volver nunca más, me repetía una y otra vez mientras me acercaba a ellos, todavía más nerviosa que antes, si cabía.

—Hola, Ellen —dije a una distancia prudente para que me escucharan, pero para no molestar.

Ambos giraron la mirada al escuchar mi voz. A Ellen se le iluminó la cara y apartó a Dan de un empujón en el pecho.

—¡Jane! —me rodeó el cuello con los brazos y chilló mi nombre contra mi pelo—, ¿dónde estabas? He visto entrar a tu amiga pero tú has desaparecido.

Iba a contestar, pero no me dio tiempo ya que ella siguió con su entusiasmo, agarrándome del brazo y tirando de mí hasta el otro lado de la cocina.

—Es igual, tía. Oye, me la tienes que presentar, parece super maja —dijo sacando un vaso de plástico del armario y empezando a prepararme la bebida.

—Claro, ahora voy a buscarla si quieres —respondí.

Levanté la mirada y comencé a buscarla por la habitación. La vi apoyada en la pared hablando tímidamente con Ethan. Me moví de mi sitio y fui hacia ella, pero cuando estuve cerca, alguien me agarró del brazo y me arrastró lejos de la puerta.

Me zafé de su agarre y le miré enfadada a la cara.

—¿Qué te pasa, Dan? —pregunté molesta.

—Sólo quiero hablar contigo.

Resoplé y me pasé la mano por la cara.

—Vale —me crucé de brazos.

No tenía ningún sentido discutir con él. Ni siquiera sabía por qué me estaba comportando con él de esa forma, no tenía ninguna razón en específico por la que estar enfadada con él. Supongo que sería un método autodefensa, o simplemente por verlo tontear con mi mejor amiga.

—¿Qué tal estás?

Me encogí de hombros.

—Bien, supongo.

Se apoyó en la mesa redonda y también se cruzó de brazos. Esbozó una sonrisa ladeada sin apartar la mirada de encima mía.

—Vale, está bien. Hablemos del elefante en la habitación —dijo al final.

—¿Cuál de ellos? —chasqueé la lengua.

—¿Con quién estabas hablando por teléfono?

Levanté la mirada, no creyéndome lo que me estaba diciendo. O, peor, sí creyéndomelo.

Los celos en nuestra relación estaban en el menú de cada día, sobre todo hacia mi parte.

Admito que yo también fui celosa y posesiva. Aunque la diferencia estaba en que yo tenía tan sólo trece años cuando empecé esa condenada relación, y yo ya era una niña muy insegura hasta antes de conocerle. Comenzar una relación con un chico de, ni más ni menos, cuatro años mayor que yo, no lo mejoraba en ningún aspecto. Yo era celosa por inseguridad. Él era celoso posesividad, por tener miedo a que alguien le quitara lo que era suyo. Y, lo peor, porque podía. Que todavía estuviera celoso lo demostraba.

—¿Ese es tu gran elefante en la habitación? —le dije con tono de reproche.

—Mira, sólo te lo digo porque estoy preocupado.

—Yo no te llamé —dije sin esperar a que terminara de hablar—, ni te dije nada cuando me enteré de que dos semanas después de dejarme, te mudaste con otra chica.

—Tú también te liaste con otro después de dos semanas.

Resoplé.

—No voy a quedarme aquí permitiendo que me eches cosas en cara —hice amago de marcharme, pero Dan me sujetó la muñeca impidiéndomelo.

—Te prometo que sólo me preocupo.

Me crucé de brazos.

—A mí me preocupa más lo que haces con mi mejor amiga.

Le miré a los ojos y vi que, en cuanto lo mencioné, se puso nervioso. Comenzó a jugar con su anillo y a beber más frecuentemente.

—Ya sabes mi historia con Ellen, no tengo nada que ocultarte. Somos muy buenos amigos, hemos pasado por muchas cosas juntos, y tenemos mucha confianza.

Había escuchado tantas veces esa historia que ya me la sabía de memoria. Cada vez que lo recitaba parecía que estaba leyendo un papel, como si hubiese estado practicando. Puse los ojos en blanco.

—Sólo te voy a decir, Dan, no te metas en mis asuntos y yo no me meto en los tuyos, ¿me entiendes?

Ni siquiera le dejé que respondiera mi pregunta, me volví a donde estaba Ellen y, por mi sorpresa, Jess y ella estaban teniendo una animada conversación entre ellas.

—Hey, ¿y mi cubata? —dije interrumpiendo lo que fuera de lo que estaban hablando.

Ellen me miró y, literalmente, dejó caer lo que tenía en las manos y se acercó a mí.

A juzgar por cómo olía, ya sabía que estaba borracha.

—Por fin ese gilipollas te deja en paz —me dice rodeando sus brazos por mi cuello y apoyándose en mis clavículas.

—Ya veo que os habéis conocido.

—Sí, porque si es por ti no nos conocemos en cinco años.

Me reí.

—Lo siento. Es sólo el Gilipollas, que me tiene desequilibrada.

Me dio una palmada en el hombro.

—Pues equilíbrate, guapa. Que ya va siendo hora.

Giré la cabeza con desaprobación.

—Cuando te enamores y tengas que desenamorarte, tendremos esta conversación, ¿de acuerdo? —bromeé.

Ellen se rió y abrió la boca para decir algo, aunque pareció que cambió de idea y la volvió a cerrar.

Hizo un gesto con la mano restándole importancia.

—Paso de hablar de corazones rotos, ¡vamos a bailar!

Agarró un pequeño mandito y, tras darle a una tecla, la música nos inundó como una gran ola de alegría.

❄️⚡️🎀

Tres copas y media más tarde —o eso era lo que mi mente llegaba a recordar— Ethan me estaba contando por quinta vez la historia de cómo había perdido la zapatilla en unos arbustos al lado de una pequeña iglesia. Tengo que admitir, que me la podía repetir otras veinte veces si se lo propusiera, y yo seguiría riéndome de la situación por dos sencillas razones; la primera era porque en el momento del suceso yo estaba presente y la segunda era porque estaba borracha.

Ethan estaba enredando con uno de mis larguísimos mechones mientras apoyaba su mejilla en mi hombro. El sofá en el que estábamos sentados era demasiado cómodo, y cuando tragué el último culo del vaso de plástico, lo dejé encima de la mesa y me incorporé con tanta rapidez que el moreno resbaló hasta darse con la barbilla en el cojín en el que estaba sentada.

Me coloqué el pelo detrás de las orejas y me abaniqué la cara con las manos, ya que sentía como si toda la sangre de mi cuerpo se había instalado en mis mejillas.

—Uf, me meo —dije.

Miré al rededor de la sala para buscar al resto de la gente, ya que en algún momento de la tarde Ethan y yo nos habíamos quedado solos. Me encogí de hombros al no encontrar a nadie en el salón y me fui sola al baño.

Estando de pie no estaba tan borracha como pensaba que estaría a estas horas, aunque sí que lo estaba, bastante.

Que, por cierto, no tenía ni idea de qué hora era. Bajé la mirada hacia mi reloj de pulsera. Las once pasadas. Para cuando levanté la mirada de nuevo, descubrí que mi frente estaba peligrosamente cerca de una amenazante pared color salmón.

Por arte de magia, como mi mente lo había registrado, una fuerza superior me detuvo de chocarme contra ella, y al darme la vuelta, me encontré a milímetros de la cara de Dan, que sujetaba mi mirada con tanta fuerza como lo hacía su brazo a mi cintura.

Como acto reflejo, cosa que agradecí más tarde a mis impulsos, me aparté con brusquedad de su agarre.

—Dan —dije como saludo.

Él me miraba sonriendo, y dio un sorbo a su copa.

Hasta ahora, su mirad penetrante me había resultado sexi; el atributo que más me gustaba de él, su forma de desnudarme con la mirada, sin un sólo movimiento más que el de su respiración, me llevaba a niveles extremos sin tocarme un solo pelo. Era capaz de cautivarme y tenerme presa en cuestión de segundos, estando en el otro lado de la sala, mi imaginación y mi fuerte atracción hacia él hacían el resto. Casi podía sentir sus dedos acariciando mis muslos, con su respiración entremezclándose con mi pelo; sus pequeños mordiscos en mi cuello y labios, y mi vello en punta, con tan sólo una mirada. Y él, lo sabía.

Pero en ese momento, sólo me incomodaba.

Le arqueé una ceja al ver que no me decía nada.

—¿Quieres algo? —le pregunté al final, sorprendida por cómo de segura que había sonado mi voz.

Soltó una pequeña risa.

—No puedo quitarme de la cabeza la sonrisa que tenías en la cara cuando estaba a punto de besarte por primera vez.

No salía de mi asombro. Aunque mi estómago dio un pequeño vuelco.

Aun así, puse los ojos en blanco, pero no pude evitar sonreír.

—Bueno, con trece años no es muy difícil.

Dio un sorbo, se separó de la pared en la que estaba apoyado y se acercó un paso más. Alargó la mano y comenzó a jugar con mis dedos entre sus manos.

—Pero con quince hago mucho más que sólo hacerte sonreír —respondió él, acercándose todavía más, colocando un mechón de mi pelo detrás de la oreja, casi susurrando contra mi cuello.

El vello de la nuca se me erizó, aunque sujeté bien mis piezas para no desmoronarme, aunque a diferencia de los años pasados, mi cuerpo reaccionó de una manera completamente distinta; mi piel no se erizó en el buen sentido. Notar su aliento tan cerca mío me incomodaba, su mirada penetrante ya no conseguía pararme en mi sitio. Sólo sentía rechazo. Me reí, intentando demostrar que le restaba importancia.

—Tampoco flipes.

Cuando quise terminar la frase ya había enrollado su brazo alrededor de mi cintura de nuevo, y comenzado a mordisquearme el cuello.

Mis piezas empezaron a pedirme ayuda. A gritos.

Sus besos en el cuello solo eran para mí lametones húmedos, y sus dedos me hacían daño en las costillas. No sabía cómo debía reaccionar ante aquello, aunque un desagradable escalofrío me avisaba que no venía nada bueno.

—Dan, para —dije por primera vez, al ver que empujarle en el pecho no ayudaba.

—Si estás deseándolo…

Con brusquedad, puso mi espalda contra la pared y agarró mis muslos con fuerza, haciéndome daño en los riñones y clavando sus uñas en mis piernas. Esbocé una mueca de dolor.

Me di cuenta de que siempre me había sujetado de esa forma; con fuerza dominante, como si fuera algo que sólo servía para ser estrujado. Me entraron ganas de vomitar de pronto.

—Para —pedí una vez más, y noté la urgencia en mi voz.

El alcohol me había bajado a los pies, mis nervios estaban a flor de piel y estaba comenzando a asustarme en serio. Sus besos treparon por mi mentón y calló mis llantos con su boca. Sus manos subían cada vez más por mis muslos, y me arrepentía con cada segundo que pasaba de haberme puesto falda.

—Por favor.

Tragué saliva.

Sentí sus dedos enredando con el cierre de mi sujetador, gracias a la suerte que nunca había aprendido a cómo desabrocharlo él sólo. Aún y todo, me sorprendía que mi corazón no me había roto una costilla al latir con tantísima fuerza contra mi piel.

Antes de que pudiera hacer otra cosa más que darse por vencido con mi ropa interior, me vi suelta de su agarre y a Dan chocar contra el suelo.

Me llevé las manos a la boca. Ethan se sacudía los nudillos ensangrentados mirando con el ceño fruncido al suelo, donde Dan se sujetaba el mentón con una mueca de dolor en la cara.

Me acerqué a Ethan y le sujeté el brazo para impedir que se lanzara una vez más hacia él.

—Ya vale —dije con serenidad, agradeciendo que mis lágrimas no habían tenido tiempo de salir.

Le miré a los ojos intentando tranquilizarlo. Me devolvió la mirada con reproche, bajando el brazo despacio.

—¿Ya vale? —repitió incrédulo de mis palabras—, Jane…

—Déjalo, ha sido culpa mía, tenía que haberlo parado antes.

Los pasos apresurados de Ellen llegaron seguidos de un pequeño grito al ver a Dan incorporándose del suelo con la nariz empapada de sangre. Me coloqué bien la camiseta para que Ellen no sacara conclusiones, aunque juzgando por su mirada, sirvió en vano.

No era la primera vez que aquellas dos mismas personas me salvaban de una situación parecida.

Me repasó de arriba a abajo y acto seguido, agarró a Dan del suelo con enfado y lo levantó de un tirón.

Una vez estuvo de pie, la cabeza de Dan dio vuelta una vez más tras el tortazo que Ellen le propinó en la mejilla.

—¡Ellen! —grité.

Me miró y me hizo callar con el dedo, todavía con esa mirada fulminante.

—Fuera de aquí —le dijo a Dan, dándome la espalda.

Dan resopló con fuerza y soltó una carcajada, limpiándose la nariz constantemente.

—Venga Ellen, sólo estábamos—

—Ahórrate tus excusas, haz el favor de dejar la fiesta en paz.

Dan giró su mirada hacia mí y otra vez se me erizó la piel, aunque no en el buen sentido.

—Vamos, Jane, díselo, ¿a que no te he hecho nada?

Me quedé callada y aparté la mirada.

—¡Cállate! Vete de aquí.

Resopló de nuevo, sin borrar su sonrisa burlona de la cara.

—Está bien —levantó las palmas de las manos y comenzó a andar hacia la entrada con pasos largos.

Le señaló a Ethan con el dedo cuando pasó por su lado.

—Contigo ya hablaré —paseó su mirada entre él y yo, por mucho que hiciera lo posible por evitarla. Ethan se la seguía amenazante, sin dejarse intimidar.

Dan sería cuatro años mayor, pero Ethan le ganaba en físico y en fuerza.

Cerró de un portazo y Ellen se lanzo a mi cuello.

—¿Estás bien? —preguntó contra mi pelo.

Suponía que el alcohol que ella había ingerido tampoco estaría haciendo su efecto habitual ya.

—Sí —dije.

Estaba aliviada, no lo quería admitir.

—Os habéis pasado —añadí, separándome de ella—: no era para tanto…

Mientras lo decía, me estaba dando cuenta de que estaba temblando.

Ellen me sujetaba la mano, mirándome y acariciando mi mejilla cuando la primera lágrima cayó por mi cara. Las siguientes cayeron solas, y sólo entonces me di cuenta de lo mucho que me dolía la garganta por aguantarme las ganas de llorar. Y ya no sólo era eso; las ganas que tenía de correr hacia él y de pedirle explicaciones, el por qué pensaba que tenía el derecho de seguir tratándome así, de usarme así, aún después de haber roto conmigo.

Sin quererlo, las imágenes brotaban sin parar; de todas las veces que había tenido que pasar por situaciones similares, en las que yo pensaba que era normal, que era porque me quería, por la necesidad que sentía de demostrarme que era suya; y que yo pensara que todo aquello era positivo.

Las lágrimas ya cayeron como su hubiera una competición entre ellas cuando me di cuenta de todas aquellas veces que sentía ganas de llorar y de tirarlo todo por la borda cada vez que estábamos tirados en mi habitación, asegurándome más de una vez que mis padres no estaban en casa. Cómo me repetía una y otra vez que íbamos a estar juntos para siempre, acariciando un pequeño moretón que me había hecho sin querer.

¿Cómo podía no haberlo visto antes? No era justo.

Ellen me acariciaba la cabeza. Ella no sabía ni la mitad de las cosas que estaban volando por mi mente.

Yo nunca había querido velas, ni pétalos de rosa, ni una alfombra blanca enfrente de una humeante chimenea. Con catorce años, lo único que deseaba era alguien que me respetase a mí y mi decisión, que me diera cariño y seguridad. Una red donde caerme, independientemente de la fuerza de la caída. Definitivamente, no necesitaba a un hormonado crío de diecisiete años presionándome para acabar cediendo.

En esos momentos, sí pensaba que era lo que necesitaba.

Era una pena que me diera cuenta tan tarde, después de tantas veces que me había usado como pelota antiestrés. Y que yo le había permitido hacerlo.

Me sentía tan tonta y engañada pensando en los dos años de mi vida desperdiciados, convencida de que me quería a mí, y no sólo a la idea de poseer a una niña.

—Llora lo que necesites, Jane —me dijo Ellen con voz calmada, después de repetir inconscientemente que lo sentía.

Me incorporé en su regazo y traté de secarme las lágrimas con los dedos antes de que un pañuelo me cayera del cielo.

Suspiré y por fin dejé de sollozar como una loca.

—¿Cómo ha podido hacerme esto?

Ethan me acariciaba la rodilla. Los dos se quedaron callados, y noté que la música había desaparecido, así como la gente a mi alrededor.

No me sentía con fuerzas físicas para hacer preguntas, por lo que me volví a recostar en el regazo de Ellen y esperé a que mis mejillas se secaran mientras rezaba para que mis ojos no estuvieran demasiado hinchados al día siguiente.

En cuanto quise levantarme para coger mi abrigo e irme a casa, me quedé dormida.

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