Diez

Ellen mantenía su postura al recta otro lado de la mesa, con los dedos entrelazados entre sí y todavía mirándome sin expresión en el rostro. Se aclaró la garganta y se humedeció los labios.

—Perdona, ¿puedes repetir eso?

Sabía que era una pregunta retórica y que me había escuchado perfectamente. Me pasé otra vez una mano por la cara. Yo, en cambio, tenía el cuerpo prácticamente sobre la mesa, con una mano apoyando mi cabeza, encorvada completamente.

Gruñí.

—Me he acostado con Ethan.

Apartó la mirada mordiéndose los labios y, ahora sí, empezó a apartarse el pelo de delante de la cara con nerviosismo. Ni ella misma sabía cómo reaccionar ante lo que le acababa de decir. Se frotó un ojo, sin querer mirarme todavía.

—¿Me puedes explicar por qué coño has decidido hacer semejante tontería? —decía al principio calmada, para subir poco a poco el tono de voz.

Le levanté la palma de la mano.

—No chilles.

Estaba teniendo la peor resaca de la historia.

—¿Qué? JANE, es que no te entiendo, tía. Me das la lata durante MESES sobre que no se qué Harry y “ay es que quiero darle tiempo” y coges y TE TIRAS A ETHAN.

Me tapé la cara con ambas manos.

—Ya lo sé, Ellen. Estaba extremadamente borracha, ¿vale? Pero mucho.

Soltó un gruñido de exasperación y se levantó de la mesa de la cocina en la que estábamos sentadas y comenzó a dar vueltas nerviosa.

—¿Has hablado con él?

Negué con la cabeza.

Tenía todavía la cabeza tan acartonada que no sabía qué es lo que estaba sintiendo en mi interior. Y aunque estuviera en condiciones, tampoco tendría ni la más remota idea de cómo hacerlo. Qué hacer ante esta situación tan incómoda en la que me acababa de situar yo solita, de un minuto a otro, más rápido que un parpadeo. Antes de que pudiera darme cuenta, Ellen había agarrado su teléfono y marcado un número.

—Hola, bebé —le dijo a su teléfono después de unos segundos.

Me incorporé a la velocidad de la luz y la miré con desdén.

—¿Qué haces?

Me calló alzándome un dedo y continuó hablando.

—Oye, ¿podrías ayudarnos con una cosa? Estamos en casa de Jane. Es urgente. Gracias —dijo, y colgó el teléfono para dejarlo encima de la mesa de nuevo.

Se volvió a sentar en la silla pasando de la mirada que le dirigía de completa confusión.

—Viene ahora.

Sabía que si podía, podría estar aquí en cinco minutos.

—¿Por qué has hecho eso? Tenía pensado hablar con él, Ellen.

Alzó una ceja.

—Jane, estoy hasta el coño de tus tonterías. Si no te obligo a hacer las cosas no las haces, y paso. Vas a hablar con él ahora y punto.

Puse los ojos en blanco y simplemente dejé caer mi cabeza que parecía pesar cincuenta kilos encima de la mesa y esperar con los ojos cerrados a que llegase mi amigo.

—Bueno. ¿Te corriste?

La miré todavía con la cabeza apoyada en la mesa con las cejas alzadas. Intenté no reírme y me encogí de hombros.

—Pues no sé. Supongo.

—Entonces no.

—He dicho que no lo sé.

—Cielo, si no lo sabes, es que no. Es así de simple. Cuando te corres lo sabes, pensaba que lo sabías.

Me quedé callada un rato, esperando a que el maldito tema pasara de largo y se fuera tan rápido como había llegado, pero desgraciadamente estaba hablando con Ellen.

—Lo sabes, ¿no?

—No me ralles. Ni siquiera sé por qué te sorprende, si te he dicho un montón de veces que Dan sólo se preocupaba por él.

Se encogió de hombros.

Nos quedamos en silencio un momento. Yo intentaba no pensar demasiado en lo que me había dicho. Era una cosa que me perseguía desde hacía ya un tiempo, y no me apetecía nada de nada volver a analizarlo.

—No entiendo por qué tú no tienes resaca, Ellen —le dije para romper el silencio.

Resopló.

—Lo soporto mejor que tú.

Si hubiese tenido las fuerzas, la hubiese mirado ofendida, ya que era una mentira como una casa. De repente me acordé de una cosa y el dolor de cabeza desapareció durante unos escasos segundos, donde me incorporé y le miré con una sonrisa.

—Dios mío, Ellen. Ayer vi a Dan con una chica en la fiesta.

Se quedó quieta por unos segundos sin saber qué decirme.

—¿Una chica? ¿Cuándo?—dijo casi paralizada.

—No sé, fui a mear y estaba en una habitación con ella.

Se movió con cuidado para poner las manos encima de la mesa.

—¿Sabes… sabes quién es?

Puse los ojos en blanco.

—Si lo supiera hubiese empezado la frase de otra forma. Intenté ver quién era pero no la pude ver… sólo me acuerdo de que tenía una risa que me sonaba un montón, seguro que la conozco.

Volvió a quedarse callada durante unos segundos, analizando lo que iba a decir a continuación juzgando por sus ojos vacilantes.

—Jane… ¿de verdad te importa? Quiero decir… han pasado ya unos meses, tampoco importa mucho con quién esté y con quién no, ¿no?

Analicé lo que mi mejor amiga me estaba diciendo. No era para nada la reacción que me hubiese esperado de ella, ya que siempre le hacía gracia que le contara este tipo de cosas y hacer conspiraciones juntas. Que me importase o no no estaba en mi mente, sino el hecho de querer saber quién era simplemente por saberlo. Importarme no era la palabra, claro que después de todo los que había pasado y de lo que estaba pasando en mi pecho, Dan ya había pasado a segundo plano hacía un tiempo.

—Pues… no, pero…. no sé. Pensé que te gustaría saberlo.

—Supéralo ya, Jane.

Bebí un trago de agua pensando en aquello que me había dicho.

Tenía razón.

Aunque, segundos más tarde, otro pensamiento me vino a la cabeza, y entonces sí que me empecé a poner nerviosa.

—¿Se lo debería contar a Harry?

—¿El qué?

—Lo de Ethan.

Frunció los labios.

—¿Por qué? O sea, no tienes por qué.

Me encogí de hombros.

—Siento que debería…

—Haz lo que quieras, Jane. No puede reprocharte nada si no se lo cuentas. Y si lo hace ya puedes huir. Espero que de algunos errores aprendas.

Volví a poner los ojos en blanco. Decidí que Ellen tenía razón y de tomarle la palabra.

Ellen se levantó de un brinco y fue a abrir la puerta cuando escuchó el timbre antes de que yo pudiese siquiera mover un músculo.

Cuando Ellen apareció de nuevo con Ethan a sus espaldas, me levanté torpemente de mi silla y me acerqué para darle un abrazo cariñoso, a lo que él me respondió con un beso en la cabeza como usualmente.

—Jane, son las dos de la tarde —dijo mirándome el pijama con una sonrisa.

—Cuando vuelva a sentirme viva me vestiré —respondí volviéndome a sentar.

El chico se quedó de pie apoyado en la encimera. Analicé por unos momentos su postura y al contrario que yo, él sí parecía más incómodo de lo normal.

Ellen se colgó el bolso en el hombro y cogió la chaqueta.

—Bueno, yo me voy. Habladlo de una vez, que me tenéis harta.

Fruncí el ceño masajeándome la frente.

—Ellen, no han pasado ni veinticuatro horas…

Ignoró mi comentario y una vez en el umbral de la puerta, nos señaló a ambos con con el dedo amenazante.

—Esto es venganza por esnifaros mi coca sin mí, desgraciados.

—¡Ellen! Mi madre está arriba, retrasada —dije sobresaltada después de chistarle.

De nuevo pasó de mí y salió de mi casa sin añadir nada más.

Gruñí y me levanté de la silla para llenarme el vaso de nuevo de agua. Ethan estaba raramente callado, con los brazos cruzados y mordiéndose el labio con nerviosismo. Sin decir nada yo tampoco y simplemente observándole, bebí agua analizando su lenguaje corporal.

—Ethan —dije para llamar su atención.

Se giró para mirarme. Sonreí. Me volví a sentar en la mesa y empecé a enredar con mis dedos.

—Ellen es una exagerada. Ni siquiera me ha dado tiempo a mear cuando ha aparecido esta mañana.

El chico suspiró y sin añadir nada se sentó en frente mía, sin dejar su comportamiento nervioso ir, colocándose una y otra vez la gorra que llevaba. Miraba la mesa concentrado en algo que no pude descifrar.

Dejé salir un suspiro de derrota.

—Vale. Pues hablemos.

Alzó la mirada para mirarme a los labios durante unos segundos, para después volver la vista a sus dedos inquietos. La situación se me estaba haciendo muy incómoda con tanto silencio y nerviosismo por parte de mi amigo y acabé explotando para tratar de hacer el ambiente menos pesado.

—Ethan, en serio, me estás poniendo nerviosa, ¿qué te pasa?

Se incorporó y apoyó la espalda en la silla, que parecía de juguete debajo de él. Por fin me miró a los ojos, pero aún así fui incapaz de saber qué es lo que había en ellos que le hacía estar tan inquieto. Pasó de mi pregunta y soltó una pequeña risa nerviosa, para nada convincente.

—Nada. Es… raro.

Yo también me reí.

—Va, no seas estúpido. Como si fuera la primera vez que te tiras a alguien borracho.

—La tuya sí.

Me quedé callada un rato y aparté la mirada.

—He follado borracha.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Me encogí de hombros, sintiéndome cada vez más violenta, contagiada por la postura de mi amigo.

—Bueno, ¿te gustó? —dijo rompiendo el pequeño silencio que había creado.

M reí con nerviosismo.

—Sí, supongo. Fue muy divertido.

El chico sesguía sin poner la encima mía ni siquiera sin querer, aunque sonrió tiernamente ante mis palabras. Se pasó los dedos por los ojos y por fin se incorporó en la silla para dirigir su mirada en mi dirección. Aunque todavía no me miraba a los ojos.

Mi amigo suspiró.

—En realidad, Jane… Ellen tiene razón. No es la primera vez que… No es la primera vez que intento algo contigo.

Le miraba con atención, viendo que su cara se había puesto seria y no se atrevía a mirarme a los ojos. Sin saber la razón comencé a sentir mi corazón volverse inquieto en mi pecho y mi estómago contraerse, mi respiración algo irregular. Le miraba sorprendida, frunciendo el ceño, sin estar del todo preparada para lo que me quería decir.

—¿Qué quieres decir? —murmuré con cuidado de todas formas.

Tomó una bocanada de aire.

—Me gustas desde hace ya un par de años. Nunca sabía cómo decírtelo, ni si debía decírtelo, si iba a afectar a nuestra amistad… te prometo que para mí es lo más importante —se encogió de hombros—. Pero me lo pasé muy bien ayer.

Tuve que beberme lo que quedaba en el vaso para no atragantarme con mis sentimientos saliendo por mi garganta, teniendo que apartar la mirada. Me llevé los dedos a los labios para arrancarme la piel con nerviosismo, tratando de analizar las palabras del chico que tenía delante. ¿Cómo le dices que lo que para él fue algo especial, para ti fue simplemente algo pasajero y divertido? Que no tenía ni un mínimo de significado para mí, a parte del hecho de haberme estrenado con otra persona que no fuera Dan. Cómo le decías todo aquello a una de las personas más importantes en tu vida sin romperle el corazón, o estropear nuestra amistad para siempre.

—Pero ya tengo asumido que sólo somos amigos, que no hay nada más, y no pasa nada. Sólo quería que lo supieras.

—Mira, E… —hice una pausa, sin saber muy bien cómo responder. Me agarré la cara—, ¿por qué no me lo contaste? Ethan, ¿por qué no me lo has contado antes? Sabías que no estaba feliz con Dan, tú y Ellen lo sabíais. Podrías haberme sacado de ahí. Jesús, Ethan, en serio.

—Lo siento. Tienes razón. Pero en esos momentos Dan era muy peligroso, Jane. Éramos amigos pero ya sabes cómo están las cosas.

—No seas dramático.

No estaba enfadada por mucho que sonara que sí, cuando lo podía estar perfectamente. Pensaba en todas esas veces en las que me iba a refugiar en mi mejor amigo cada vez que Dan se pasaba de la raya conmigo, cada vez que sentía que me ahogaba en aquella relación, llorando en su pecho… sólo pensar en que podría haberme confesado sus sentimientos en aquellos momentos, cuando en secreto yo también me moría por besar sus labios.

Ahora todo era muy distinto. Mi cabeza siempre me llevaba a otra persona, cada vez que pensaba en estar con alguien que no fuese él, un sentimiento de decepción me cruzaba corriendo el pecho, aunque levantando el polvo de una manera que me era imposible ignorarlo. Sólo la reacción de Harry ante ello se reproducía en mi mente continuamente, y en lo mucho que me gustaba estar con él…

Lo tuve muy claro en ese momento. El momento en el que Ethan se declaró ante mí fue cuando vi claro que mis sentimientos hacia Harry eran muchísimo más serios de lo que me hubiese esperado, y poco a poco sentí que por fin caía, cada vez más hondo en el agujero oscuro, sin nada a lo que agarrarme. Pero el aire que venía de abajo me abrazaba la espalda con calidez y me acariciaba el pelo con delicadeza, adormeciéndome poco a poco y esforzándose por hacerme sentir cómoda y bienvenida. Eso es lo que estaba pasando en mi interior.

En el exterior, quería romper todo lo que me encontraba por el camino del enfado.

—¡Mierda, Ethan! —exclamé poniéndome de pie.

Me puse a dar vueltas por la cocina más nerviosa de lo que estaba antes.

—Lo siento, E, de verdad. Ha sido muy divertido para mí, pero llegas como dos meses tarde —le dije, con el pulgar en la boca, mordiéndome la uña.

Él se reía, se levantó de la silla y me sujetó de los hombros para pararme.

—Jane, tranquilízate.

Me puse una mano en la frente.

—Es que, joder… estoy teniendo un problema muy gordo ahora mismo —dije poniéndome una mano en la frente, esquivando su mirada.

—¿Qué pasa? —su voz sonaba más grave que de normal, intentando tranquilizarme.

Mi vida era un dilema en esos escasos quince minutos, donde mi corazón iba a mil cuando por fin llegué a la conclusión de lo que mi subconsciente me llevaba avisando durante meses. Y mi mejor amigo se me acababa de confesar. Y la resaca no me ayudaba en absoluto a calmar mis hormonas revolucionadas. De pronto, todo fue demasiado.

Ethan me miraba como si le hubiese ofendido después de verme titubear para contarle mis problemas, todavía agarrando mis hombros.

—Te he dicho que nuestra amistad es lo más importante.

Mi mano seguía puesta en mi frente, todavía con los ojos muy abiertos y realmente aterrorizada. Ethan me observaba demasiado centrada en mis sentimientos que me sentó en la encimera sujetándome de la cadera y se apoyó en mis rodillas con sus brazos.

—¿Qué pasa? ¿Es Harry?

Le miré a los ojos y asentí.

—¿Te acabas de dar cuenta ahora? Te has dado cuenta de que te gusta mucho más de lo que pensabas.

Volví a asentir.

—Estás enamorada.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué has dicho eso? En serio, por qué coño has dicho eso.

—Es la verdad…

—Joder, te digo que tengo un maldito problema super grave y tú vas y me dices esas cosas, joder, ¿por qué has dicho eso? Maldita sea Ethan, ¿quieres joderme la vida? No entiendo por qué… por qué has dicho eso, maldita sea.

Mientras él se reía, me bajé de la encimera y de nuevo empecé a dar vueltas, pero ésta vez insultándole y maldiciendo casi gritando.

—Me quieres joder la vida.

—Jane, vete a la cama, consúltalo con la almohada. Mañana hablamos.

—Son las dos de la tarde, joder.

El hecho de que lo hubiese dicho en voz alta me ponía de muy mal humor sólo por el hecho de que lo hacía oficial. La tormenta se hacía cada vez más intensa en mi cabeza, todos mis sentimientos encontrados se peleaban, unos con cuchillos y los otros con espadas, había sangre por todas partes, la gente gritaba, y los truenos se oían de fondo mientras la lluvia mojaba todo lo destrozado. Por otro lado, mi subconsciente me estaba esperando con una copa de vino y una sonrisa de superioridad en el rostro, sin añadir nada, observando el caos como una madre orgullosa, bebiendo de vez en cuando.

Recordaba en ese momento el cuidado que había tenido durante el tiempo que le conocía, andando de puntillas e intentando no hacer ruido. Sabía perfectamente el potencial que tenía y cómo lo usaba en mi contra, con muchísimo cuidado de que mis sentimientos no fueran demasiado precipitados de nuevo como lo fueron la última vez. Recordaba perfectamente cómo acabó aquello; me dejó ciega y estúpida ante la idea de que alguien me quisiese. No estaba preparada para que eso pasara de nuevo, mi cuerpo todavía no se había recuperado de las múltiples heridas que todavía sangraban cuando veía su sonrisa demasiado de cerca… desde luego mi cerebro estaba muy enfadado conmigo.

En cambio, mi corazón daba saltos de alegría, ya que ese era su hobby favorito. Tenía el pecho muy caliente, celebraban todas y cada una de mis células que por fin me había dado cuenta y de que eran libres de dar saltos cada vez que alguien pronunciaba su nombre o me rozaba la piel sin que nadie me dirigiese miradas lascivas y recelosas. Por fin eran libres.

Y luego estaba yo, que lo miraba todo con hombros caídos sin saber qué dirección tomar, sin saber si aquello eran buenas noticias, cuando lo único que me apetecía era tirarme por un puente. No me podía creer que estuviese pasando nuevo, con lo duro que había trabajado para evitarlo.

Aunque, si había luchado tanto por remediarlo, sabía perfectamente que tarde o temprano iba a suceder, por mucho que deseara que no.

Pero cuando me metí en la cama para seguir el consejo de Ethan, sonreí inconscientemente ante la idea de que tal vez esa vez las cosas iban a ser distintas. Que nadie me iba romper el corazón. Esta vez no lo iba a permitir de nuevo.

La tormenta se apaciguó poco a poco y por primera vez sentí calma en mi interior. Me dio la posibilidad de analizarlo todo de manera más calmada y con la cabeza clara, yo sola enfrentada a mis sentimientos. No, esa vez estaba segura de que no iba a dejar que se me escurriese de las manos, de sujetarlo con fuerza y de llevar las riendas despacio y con inteligencia. No tenía por qué ser un desastre de nuevo, no tenía por qué ser algo negativo por el que estar enfadada. Me iba a asegurar de que nadie me dijera qué hacer en ningún momento, y decidí que la mejor manera de no estropearlo era dejándome llevar, pero siempre con los ojos abiertos y acechando todo lo malo que pudiese ponerse en mi camino, lista para combatirlo si hacía falta. Cada vez que me sentía confusa mi mente se aseguraba de que sus ojos verdes apareciesen en pantalla para hacerme sonreír y darme un poco de fuerza para seguir adelante. Sabía que iba a poder hacerlo. Sabía que iba a salir bien, que yo me aseguraría de ello.

Me quedé dormida con el corazón muy grande en el pecho, donde parecía que por fin se había arreglado del todo, recordándome que un corazón roto no tenía otro remedio más que reponerse de nuevo, y que la próxima vez amaría con más fuerza, pero también con más cuidado. Me estaba dando las gracias. Estaba feliz de nuevo.

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